Sonorama fue una agrupación que, por no haber grabado discos, no trascendió lo que merecía. Además de su director y arreglista Martín Rojas, tenía a Enrique Plá en la batería, a Carlos del Puerto en el bajo eléctrico, a Eduardo Ramos en la segunda guitarra y a Changuito en las tumbadoras.
Todos eran músicos enormes, todos tenían mucho que enseñarme; pero confieso que con uno de los que más fácil empatía hice fue con el Chango. Los cueros en sus manos hablaban un lenguaje insólito; una riqueza de matices y timbres que, hasta aquel momento de mi vida, nunca había escuchado en directo.
Semanas después, ya en La Habana, empezamos a colaborar y en los ensayos vi que se le ocurrían ideas increíbles de acompañamiento. Y gracias a él comprendí que la percusión cubana cabía perfectamente en mis canciones.
Tiempo después se alió con el genio de Juanito Formell y convirtió la batería en ese sonido diverso y grandioso que hizo escuela, que el mundo ha disfrutado a través de VanVan.
Gloria eterna a José Luis Quintana –Changuito—, uno de los más grandes percusionistas que ha dado nuestra tierra.
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