miércoles, 30 de enero de 2013

Negrofilia


Iván de la Nuez

Lincoln y Django se han desencadenado. De la mano de Spielberg y Tarantino, presidente y esclavo consiguen dar otra vuelta de tuerca a ese síntoma de la cultura occidental que se ha venido consolidando en el último siglo: la paulatina incorporación –en positivo– del mundo de los negros al arte de los blancos.

Desde los tiempos de la vanguardia hasta los del multiculturalismo, del cubismo al pop, del gospel al rock, de la reivindicación de las raíces a la obsesión por el desarraigo del arte global, la historia de la negrofilia, sin menoscabar sus buenas intenciones, ha estado plagada de ambigüedades, malentendidos o racismos encubiertos. En ella, se acomodan el Picasso que se lanza a por las máscaras africanas a principios del siglo XX y los judíos fundadores del sello Blue Note que cobijan a los jazzistas negros en tiempos de la segregación…

Si saltamos hasta los años sesenta -que es saltarse a Elvis- encontramos que esta corriente coincide con el avance, no sin sangre, de los derechos civiles en Estados Unidos y con el alcance, más sangre aún, de la independencia de las colonias africanas. Por un lado, Martin Luther King; por el otro, Patrice Lumumba. Y en medio, Jimmy Hendrix, James Brown o Billy Preston redondeando el ritmo de los Beatles o los Rolling Stones.

A partir de ahí, un Lennon que colabora con Chuck Berry y Little Richard, apoya a los Panteras Negras o entabla amistad con Miles Davis (también intenta sin éxito algo parecido a jugar baloncesto en la calle). O un Dylan –con esa zona tan productiva de su música bajo la influencia afroamericana que relata la historia de Huracán Carter, boxeador noqueado por el racismo.

Es la época en que el pop empieza a incorporar elementos de la iconografía negra, algo que conduciría más tarde, ya en los ochenta, a la conexión de Andy Warhol con Jean-Michel Basquiat, el primer pintor de raza negra que apareció en la portada de la revista dominical de The New York Times, lo cual no sucedió hasta ¡1985!

Durante los años setenta, la música disco intentó licuar la deriva radical del decenio anterior. Y mientras los Bee Gees componían para Otis Redding o Diana Ross, el productor alemán Frank Farian ponía en órbita a Boney M, gracias al recurso bastante repetido de productor-blanco-explota-producto-negro. Pero la del setenta es, también, la década de la Blaxploitation, cine negro hecho por negros –Curtis Mayfieldo Isaac Hayes sin el cual la obra de Quentin Tarantino, sencillamente, no existiría.

Ya puestos en Hollywood, conviene recordar que, durante años, el protagonista negro era el primero en morir… y el último en ser besado por una mujer blanca, algo que (con permiso de Ellen Barkin) se mantiene con recato invariable hasta hoy.

Y aquí aparece Madonna. Por una parte, la estrella femenina con más impacto que ha generado el pop se coloca en la frecuencia del fotógrafo Robert Mapplethorpe para levantar un panegírico al negro como mito erótico. Por la otra, tenemos su intento, entre melodramático y rudimentario, de “normalizar” el elemento afroamericano en su videografía. Muy diferente a lo que pasa en la ciencia ficción, que imaginó durante largas décadas un futuro sin negros o, tal vez peor (no olvidemos las buenas intenciones), concibió metáforas en los que estos bien podrían ser el “otro” extraterrestre con el que tendríamos que lidiar o entendernos. ¿No es eso, acaso, lo que sugiere Enemigo mío, de Wolfgang Petersen, o el mismo ET de, otra vez, Spielberg?

En este siglo XXI, con Obama se expande una predilección a la que no le faltan prejuicios: aquella que bendice su triunfo electoral como una prueba del advenimiento del post-negro. Esto es: un negro ulterior, con modales de Harvard y con un trayecto que puede rastrearse desde Michael Jackson hasta la estandarización quirúrgica –blanqueamiento incluido al que actualmente se someten muchas de las estrellas negras de la música, la moda y el cine.

Tal vez, a contrapié, a lo que hoy asistimos es a la configuración de un cierto tipo de post-blanco, apreciable en una Amy Winehouse que salta a la fama con un primer disco titulado, precisamente, Back to Black; o en un Eli Paperboy Reed que se despacha a gusto con un soul cercano a Otis Redding o Marvin Gaye.

Actuando como contraparte de la negrofobia, la negrofilia persigue un camino inverso al racismo. Unas veces, a base de reproducir los usos y abusos de aquello que combate. Otras, abandonada a una fantasía acrítica que le impide percatarse de la diversidad con la que está tratando, de ahí que los negrófilos tiren del estereotipo con más frecuencia de lo deseable. Y más de una vez –vistazo al documental EnjoyPoverty de Renzo Martins, amalgamando compasión y colonialismo.

Sin duda, los mejores momentos de la negrofilia son aquellos que van más allá de la “apropiación”, la “recuperación” o la “inclusión”. Y, sin duda, uno de ellos es El ritmo perdido, ensayo reciente de SantiagoAuserón. Un libro en el que la impronta negra es activada como componente intrínseco de la música española, un órgano vital del cuerpo de Occidente.

Como ya había experimentado antes en su antología Semilla del son, más que acometer un ejercicio de apropiación, lo que hace Auserón es restaurar un derecho de propiedad. No nos remite a una influencia, sino a una pertenencia. El ritmo perdido funciona, además, como la certificación del distanciamiento de su autor con respecto a otros proyectos negrófilos puestos en marcha por la World Music –Peter Gabriel o Paul Simon, o con el Ry Cooder que cree haber encontrado, en los viejos soneros cubanos, un sonido incontaminado y rural. Más bien, a Santiago Auserón estos veteranos le interesan justo por lo contrario: por su impureza y su fundadora dimensión urbana. (Tal cual había ocurrido en el Nueva York de los años veinte, treinta y cuarenta gracias al trapicheo de George Gershwin con Ignacio Piñeiro, Miguel Matamoros o María Teresa Vera).

Al mismo tiempo que le quita herrumbre a un eslabón perdido de la música popular española, El ritmo perdido completa un capítulo necesario de la negrofilia. Sólo que se inscribe en esta corriente en la misma medida que la pone bajo sospecha; la valida desde su continua disidencia.

(*) Publicado en Catalunya Plural, Eldiario.es.

sábado, 26 de enero de 2013

La Habana: Un legado a proteger para las generaciones futuras


Entrevista al Historiador de la Ciudad de La Habana, Eusebio Leal Spengler

enero 15, 2013
Por: Magda Resik Aguirre

El 2012 la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana mantuvo su notable obra de rescate y preservación del patrimonio, y aquella otra menos visible, pero tan humana y profunda, relacionada con la vida de los pobladores de la capital cubana ¿Cuáles el Historiador nos resaltaría?

Ha sido un año realmente muy importante y el recuento puede comenzar por la línea del Malecón tradicional, para la cual avanza un proyecto renovador. Se culminaron las obras del hotel Terral. El hotel Terral que aporta un elemento moderno a la concepción del desarrollo integral de la ciudad; con un discurso estructural y visual que confirma la posibilidad de insertar una obra con visión contemporánea en un contexto histórico, y lo resuelve bellamente. Lo importante es no solamente la idea de que debe ser así, sino de que sea resuelto con belleza y con armonía.


En ese espacio tan singular para la ciudad, se realizó la compatibilización de muchos organismos para garantizar el  soterrado de los principales servicios y protegerlos ante el deterioro ambiental. Muy diversas instituciones respondieron a esta  acción propuesta por la Oficina del Historiador. Debemos sostenerla económicamente y garantizar, cuando sea posible, el establecimiento de las conexiones de redes enteramente nuevas de agua, fibra óptica, electricidad, desechos líquidos, gas… y que se llegue a un grado de goce y disfrute de los servicios que la ciudad aporta, con mucha mayor calidad.


Ese tramo del Malecón representa una tarea muy difícil porque estamos frente a un ecosistema modificado: el agua del mar penetra con más frecuencia, los edificios estaban ya muy dañados, las redes exhibían un estado crítico. Y además, el Malecón es el paseo del mar, pero también es la calle San Lázaro. Todo lo que hacemos por el Malecón tiene una repercusión directa sobre la calle San Lázaro y sobre esa vía, que es una alternativa cuando ese paseo marítimo se cierra a causa de las inclemencias del tiempo.


A veces se nos dice que las obras avanzan lentamente, pero hay que verlas en el contexto de la posibilidad real. Este año hemos tenido la suerte de un invierno mitigado: no se produjeron grandes penetraciones del mar, no han ocurrido días de lluvias continuas que paralicen las obras.

En el caso específico del Malecón, cuando empleamos ese término “lentamente”, lo que sí queda claro es que para la inversión en el Malecón no vale la pena maquillar un edificio, sino que hay que trabajarlo de adentro hacia afuera y dejarlo totalmente curado.

Esa es una doctrina para toda la obra que realiza la Oficina del Historiador. Por ejemplo, si  recorres hoy la ciudad – hablando de lo más significativo –, puedes detenerte en el Cementerio de La Habana, la gran necrópolis donde con suma paciencia y dedicación, más de 40 panteones históricos, incluyendo el gran pórtico, han sido terminados.

Pero si observas la Colina Universitaria, que es como el ágora de la ciudad, vas a reparar en que para el 60 aniversario de la Marcha de las Antorchas, el próximo 28 de enero – que es además un aniversario redondo del nacimiento de José Martí –, el Rectorado y el Paraninfo quedarán terminados. Será una hermosa noticia para la ciudad, contemplar cómo a ese panorama se unen la Plaza Cadenas,  la Biblioteca y la Facultad de Derecho ya restauradas.

Cualquiera podría decir: si la Oficina del Historiador se encarga más que nada del Centro Histórico de La Habana, a qué se debe que expanda sus acciones, por ejemplo, en un caso tan específico como la Universidad de La Habana.

Es que la Universidad es un símbolo grande de Cuba; es una imagen tan representativa de nuestra capital. Pocas ciudades en el mundo tienen el privilegio de mostrar un paraninfo universitario con semejante belleza, ni un campus con esa historia: enmarca la participación de la juventud cubana en las luchas de la nación, desde la ejecución de los estudiantes de 1871 hasta la tentativa de José Antonio Echevarría de llegar a protegerse a los muros de la Universidad, y caer allí precisamente, a un lado del campus, lo cual aumenta el valor de esa gesta y su simbología.


Pero, además, allí están los grandes monumentos al Padre Félix Varela, a José de la Luz y Caballero; están el Alma Máter, el Archivo, el Aula Magna, que fue el escenario de la Reforma Universitaria y de la fundación de la FEU promovida por Julio Antonio Mella.


Como al hablar de la necrópolis, en nuestra civilización, en nuestra cultura, tiene un peso muy importante ese lugar donde colocamos la memoria de los nuestros.

En  el Centro Histórico de La Habana el deterioro habitacional fue una herencia de dejadez y deterioro acumulados incluso mucho antes de 1959. La Oficina en coordinación con las autoridades municipales, ha venido desarrollando un trabajo sistemático encaminado a concederle a los seres humanos que pueblan este espacio un lugar donde vivir con una dignidad y decoro. ¿Cómo podría explicarnos, a la altura de este año 2013, la filosofía que sostiene la Oficina con respecto a esa habitabilidad de la ciudad y al trabajo social?

De todo esto, lo más importante es la vivienda; porque la última referencia y la primera, el punto de partida de toda persona es su casa. Y comprendo y además siento como mío el sentimiento de orfandad que invade a las personas cuando llueve, cuando pasa un ciclón, sobre todo para los que habitan en esas antiguas casonas que devinieron hogar de muchos.


En este año nosotros construimos y restauramos más de cien conjuntos habitacionales, con beneficio para cientos de personas. Se han emplazado Alamar, en zonas de Capdevila y en Cojímar, para dar viviendas a familias que no tenían absolutamente nada y que vivían en las peores condiciones. Hoy tienen un hogar digno, gratuito, marcando el carácter social de la Revolución, en un período en el cual ya, lógicamente, todas estas gratuidades comienzan a verse limitadas por una nueva realidad económica de la cual Cuba no está exenta. Y yo creo que llegó el momento de que esto sea así – para hablarles con el corazón – en el camino de que se aprecie más lo que se hace. A veces uno tiene la sensación de que lo que se ha construido con tanto esfuerzo por la nación después no se aprecia; después se pone una puntilla en la fachada, se cuelgan ropas sucias en un balcón, ya sea en el Malecón o en cualquier otro lugar. Aquí intervienen, desde luego, otras disciplinas: la educación ciudadana, la acción de las organizaciones sociales y públicas, el carácter real y práctico del gobierno local, del Poder Popular.


Pero, además de la vivienda, hay otra dimensión, que es el espacio público que la acompaña. Las personas salen a la calle y no pueden internarse en la selva, en un territorio de nadie, donde todo se modifica y cambia arbitrariamente; donde la señalética no existe; donde las personas lanzan los desechos a la calle sin compasión con los que la limpian y cuidan todos los días.


De ahí la opción de crear parques públicos; mantener funcionando un sistema de fuentes y la zona restaurada y recuperada absolutamente pulcra. Mantenemos un apoyo al gobierno municipal para que realice esa labor en toda el área de La Habana Vieja.


Como parte de esa habitabilidad, nos ocupamos del confort del Hogar Materno Infantil, del Centro de Salud Mental, del Centro de Niños Discapacitados, de las numerosas escuelas que todos los años reciben de la Oficina un apoyo en su restauración o en los útiles escolares. También, la preparación de todo aquello que es sostén de la docencia, quiere decir, centros culturales como el de La Colmenita, establecida aquí.


También una cosa muy sensible: la reconstrucción de la antigua Casa Cuna, en la calle Muralla, hogar de niños sin amparo filial, ya concluida y en uso.


Y no podemos dejar de referirnos al antiguo Convento de Belén, donde miles de personas anualmente reciben distintos tipos de beneficios en otro esfuerzo coordinado con el Sistema Nacional de Salud, otorgándole a estos servicios un carácter muy personal, muy propio del cuidado meticuloso que caracteriza el accionar de los trabajadores de nuestra Dirección de Asuntos Humanitarios.

Estas y otras acciones toman muy en cuenta las características de la comunidad residente en el Centro Histórico.

Se trata de un mundo particular. Aquí la gente compra, vive por la mañana, por la tarde y por la noche; solo salen los que tienen trabajo fuera. Y esa es una masa que tiende a concentrarse en el Centro Histórico. A ellos les gusta esto, el mundo fuera de aquí les resulta un poco ajeno; no son los paseantes de los repartos y urbanizaciones modernas. Es cierto que hace mucho la muralla que enmarcaba a La Habana colonial no existe; pero sus puertas simbólicamente se abren y cierran todos los días con el cañonazo del alba – que ya no existe, pero muchos recuerdan – y el de las nueve de la noche, cuya señal escuchamos con absoluta exactitud todos los días.

El pasado 2012 los trabajos emprendidos por la Oficina en la zona del litoral, delineada por la Avenida del Puerto, han conquistado la atención de residentes y forasteros. Se van descolgando muelles herrumbrosos y avanza una visión renovada en ese diálogo necesario con el mar y el puerto. ¿Cuál es la filosofía de futuro para el área de la bahía?

Se realizó una compatibilización con las entidades que han trabajado la conservación de las aguas marinas, del litoral y el entorno de la Bahía de La Habana. Entre ellos, el grupo estatal que se encarga del saneamiento, conservación y desarrollo de la bahía habanera, el Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente como organismo rector en este aspecto; los centros fabriles emplazados en el área, el Instituto de Planificación Física, entre otras muchas instituciones cuya ejecutoria ha estado estrechamente relacionada con el puerto habanero. La Oficina, con el liderazgo  de nuestro Plan Maestro, y cumpliendo un mandato del gobierno central, ha estudiado detalladamente ese borde y comenzó a realizar las inmediatas acciones que le competen.


Necesariamente, se trasladarán  a los nuevos espacios industriales del puerto del Mariel, las actividades fabriles y portuarias de mayor envergadura. Pero será un proceso escalonado, que beneficiará a la Bahía de La Habana como espacio de contemplación, como lugar de arribo turístico y actividades culturales y no como un muelle para la descarga de mercancías destinadas a toda Cuba, lo cual obliga a una transformación, una metamorfosis, la reutilización de todo lo posible y a una búsqueda de soluciones enteramente nuevas.


En ello influye la limpieza de la bahía, todavía un tema que nos golpea duramente aunque muchas mañanas los paseantes pueden observar ya a esos enormes pelícanos, que regresan como evocación de un pasado prehistórico, sobrevolando el mar o podemos ver de pronto un alboroto de sardinas en su seno. Esto quiere decir que los trabajos que se han adelantado han mejorado el medio ambiente, a pesar de que todavía existen elementos de contaminación dramáticos, como es, por ejemplo, el caso de la refinería. Es un elemento de contaminación, y subrayo dramático, pero no podemos hacer otra cosa sino esperar ese traslado organizado y estudiado por las entidades correspondientes.


Hemos avanzado con el Ministerio de Transporte en la entrega de todos los muelles antiguos y en desuso, que se vienen reconvirtiendo. Por ejemplo, el Muelle para los bomberos del mar, que atienden toda esta zona; el muelle restaurado de los Antiguos Almacenes San José, que acoge a los artesanos; el Muelle de la Madera y el Tabaco, que será la sede de un importante centro fabril-cultural: donde se producirá cerveza y malta. Hablamos de algo que va a ocurrir en un tiempo breve, entre marzo y abril de 2013, y todo quedará remozado con el complemento de los jardines, el aparcamiento, la señalética…


En este momento grandes grúas del Ministerio de Transporte están retirando y dragando toda la zona de los envejecidos muelles y se colocarán los nuevos ya terminados, lo cual supone que toda la Avenida del Puerto interior, y particularmente la Alameda de Paula, sufrirá un cambio tal que ni los propios habaneros se van a poder sustraer del asombro ante el nuevo panorama.


Cuando hoy viajas camino al Centro Histórico puedes contemplar los trabajos de conservación del parque consagrado al mayor general Antonio Maceo; los proyectos del hotel Packard, frente a la Cárcel de La Habana, donde unimos esfuerzos con ALMEST, empresa de las  Fuerzas Armadas; se está trabajando por parte de los museos militares en el otrora Palacio Presidencial, hoy Museo de la Revolución; en homenaje a Cirilo Villaverde y al 200 aniversario de su natalicio, la Oficina terminó la Plaza del Ángel, la iglesia y su entorno.


Vamos ahora a comenzar las obras en el monumento – el más difícil y el más dañado siempre por el mar – del Mayor General Calixto García. Retomaremos todos los jardines ubicados frente al Hotel Nacional, de cara al mar – esa exedra de piedra que ha quedado como abandonada. Se colocará la enseña nacional junto al monumento al General de División Henry Reeve, que aparece como olvidado y a veces víctima de la revoltura del carnaval. Todas acciones que irán diferenciando y preservando sitios significativos de nuestra ciudad.


Si continuamos viaje, cuando entramos al Centro Histórico, entre el Castillo de la Punta y el monumento al Generalísimo Máximo Gómez – cuya fuente está funcionando -, y subimos esa especie de puente y aparece ante nosotros La Habana Vieja, podemos disfrutar de los jardines públicos, el Anfiteatro y su gran programación cultural, el parque infantil La Maestranza.


Inmediatamente después nos sorprende la belleza de la Plaza de Armas, la terminación de los grandes salones del Palacio de los Capitanes Generales; las obras en ejecución para devolver su esplendor al antiguo Palacio del Segundo Cabo; las del edificio de los Prácticos del Puerto.


Al lado, un lugar memorial para los habaneros, una de las obras más importantes de la ingeniería cubana, que fue precisamente el paso, a través del lecho de la Bahía, de un túnel que se construyó entre los años 1909 y 1911 para drenar las aguas albañales hacia la Plaza del Chivo. Ese emisor estaba tupido, dañado. De conjunto con el Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos, con Aguas de La Habana, Aguas de Barcelona, la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) y la Oficina del Historiador de la Ciudad, se concluyó el proyecto, eliminando  la contaminación ambiental. Surgió entonces esa suerte de cubo de cristal donde se exhibe y enmascara la Cámara de Rejas del alcantarillado de la ciudad, que una vez más demuestra la posibilidad de realizar intervenciones con un diseño contemporáneo en un contexto histórico.

El propio “cubo” se ha convertido en una especie de museo al aire libre de esa joya de la ingeniería.

Sí, porque se puede subir por una escalera, se puede observar la operación habitual, leer  las pancartas que cuentan la historia. Y hay un palmar colocado en este sitio; con mucho esfuerzo hemos logrado que permanezca vivo, pase el invierno y llegue al verano para consolidarse.


Es el primer anuncio de lo que va pasando en la Avenida San Pedro hasta encontrar la Alameda de Paula, donde se espléndida la Plaza de San Francisco, la Catedral Ortodoxa Rusa, el Palacio del Obispo Espada…


Todo ha sido proyectado y concebido con sus distintas funciones. Se ha estudiado la renovación de puertos en todas partes del mundo y para definir lo que convenía a Cuba.


No olvides que la Habana Vieja es hoy un parque nacional. Hay momentos en que las guaguas de los turistas que vienen desde Varadero, o directamente desde La Habana, forman lo que suelo llamar una muralla de metal a la orilla del mar.


Pero te voy a hablar con franqueza: estas cientos de personas me interesan mucho porque Cuba es una isla, y es muy bueno que vengan visitantes de todas partes del mundo, que se hable en todas las lenguas, que puedan ver lo que tiene nuestro país, no solo lo que le dio graciosamente la natura, sino aquello que hemos construido. Pero más todavía me interesan los cubanos. Por eso es que el fin de semana y casi todos los días, son miles y miles de personas que están paseando, disfrutando, sin desdichas que temer, con un tránsito restringido que favorece  a los transeúntes y un sistema de seguridad integral.

Si seguimos este recorrido imaginario llevados de la mano por usted, ¿qué otras novedades no excluiría de la ruta?

Podríamos llegarnos a la calle de Obispo, y disfrutar de la sastrería que perteneció a Nicanor Mella, el padre de Julio Antonio, que vuelve a funcionar como lo que fue. Tendríamos que visitar la farmacia Johnson, destruida por el fuego y absolutamente terminada, con lujo de detalles. Eso fue un compromiso público; porque cuando uno llegó allí y vio aquello destruido, apenas concluido, daban ganas de llorar; pero allí surgió una promesa pública de que se terminaría. Y se terminó.


Otra zona interesante es en las inmediaciones del Café Lucero en la calle Aguiar, un área donde la comunidad se unió a través de su líder natural, un maestro peluquero y barbero, Gilberto Valladares (Papito) un joven que ha llevado adelante durante años un rescate de la memoria del oficio en La Habana, y que no conforme con eso y no conforme con arreglar su casa y convertirla en museo de la barbería, ha unido a la comunidad a su proyecto Artecorte, abrió una escuela para ese oficio de larga tradición habanera; ha adornado esa cuadra al estilo de un boulevard, ha llenado de exposiciones la calle y la ha convertido en algo verdaderamente atractivo e interesante, movilizando a toda la comunidad.


Todo se va levantando sobre las ruinas que parecían irrecuperables y solamente con la imagen de un antes y un después se puede aquilatar el esfuerzo. Otro ejemplo podría ser el Sloppy Joe´s uno de los bares más famosos del mundo por el cual pasaron todos los artistas de cine, los grandes deportistas, los notables artistas e  intelectuales de Cuba y el mundo. Se filmaron allí películas como Nuestro hombre en La Habana. Eso estaba destruido, lleno de árboles. La famosa barra, de no se sabe cuántos metros, ya está terminada. Pasen por allí para que lo vean. Y enfrente, la nueva sede del Teatro Lírico, y al lado el Museo de los Bomberos Charles Magoon.


Quiere decir, que se van formando conjuntos; como puntos de partida, como palancas a partir de las cuales la ciudad puede de cualquier forma prosperar, para ella y para los que la habitan.

Se mantiene esa política de la Oficina de ir concentrando las acciones alrededor de núcleos restaurados desde donde se va  dinamizando la ciudad toda.

Sí. La gente vio llegar, por ejemplo, las locomotoras; cuarenta y dos locomotoras. Quedan solamente seis por restaurar. Las demás van pasando al museo en Cristina o se van exponiendo frente a la Terminal de trenes y se va mostrando el conjunto poderoso de esas obras.


Hace poco un grupo de vecinos se presentó pidiendo que el parque de Carlitos Aguirre, que está en el corazón de Centro Habana, fuese restaurado. La palabra se cumplió. El monumento y el jardín fueron restaurados totalmente. ¿Y qué decir de La Cochera, detrás del antiguo hospital de la Policía, uno de los lugares más celebrados? Alejo Carpentier me hablaba de aquel lugar en la calle Maloja. ¿Cómo era posible dejar abandonada aquella fachada?  Estaba a punto de destruirse y ya puedes ver cómo se restauró.


Erigimos también el monumento a Confucio en el Barrio Chino, que tanta admiración y simpatía ha causado allí ese gesto, ese homenaje al sabio proverbial unido a todo el espíritu de conservación del patrimonio material, inmaterial, espiritual y a todo el proyecto mismo de la nación china.

Y ahora que entró usted al Barrio Chino, ¿con qué filosofía la Oficina ha asumido ese espacio tan singular?

Preservar. Nosotros no vamos allí, ni hemos estado nunca con la finalidad de hacer lo que la Oficina quiere. Se logró, primero, concentrar el Barrio Chino territorialmente en la zona que realmente ocupó. Estaba difuminado de manera tal, que parecía que los límites eran el punto donde se colocó el arco frente a la antigua central telefónica, en las inmediaciones de las calles Belascoaín, San Lázaro, Reina y Galiano. Eso nunca fue así. El Barrio Chino era Zanja, el pedazo del cuchillo, Rayo… por esa zona.


Colocamos allí la señalética en español y en chino;  ayudamos a las sociedades chinas y sus descendientes y protegemos a los venerables, los pocos  chinos de nación que quedan, quienes vinieron en una emigración de pobreza, buscaron en Cuba una esperanza y se fundieron con el pueblo cubano.


Recuerdo que Flor Loynaz, inspiradora de tantas cosas que alguna vez hice, me decía: “Una vez me llamó la atención una lápida que estaba en el cementerio chino, y entonces busqué la traducción. No sé por qué aquello me intrigaba.  Y la traducción era la siguiente, o la interpretación: «Si las frutas de Cuba son tan dulces como las de China, y si el cielo de China es tan azul como el de Cuba, ¿qué importa entonces morir en China o en Cuba?»”.


Con ese espíritu de respeto, concordia, unión, ponderación del carácter positivo de la presencia china en Cuba, de su fusión a la nación por la sangre y por la cultura, que tiene tan altos representantes en la intelectualidad, en el mundo del arte, en el mundo de las ciencias; todo eso trae como consecuencia que la Oficina haya contribuido y contribuya, y que lo último que hemos hecho sea precisamente la colocación, en acto solemne y público, del monumento de Confucio, en el terreno donde estuvo el teatro Shanghai.

Interpretando el más noble espíritu de lo cubano, la Oficina despliega una política de solidaridad con otros centros históricos del país y un intercambio de iguales en cuanto a experiencias. ¿Podría acercarnos a lo más relevante de esa práctica en el año que recién concluyó?

Tú has dicho con justicia: entre iguales. Nosotros de hecho hemos establecido una red, que nos ayuda a mantenernos en comunicación.  El Plan Maestro, en La Habana, es como una especie de epicentro para esas comunicaciones  y un punto de referencia para el intercambio entre las siete ciudades que son patrimonio nacional, y las que como Camagüey, Santiago de Cuba,  Cienfuegos o Trinidad son o tienen parte declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.


Entonces, mantenemos una relación armónica con el apoyo de la cooperación internacional, para solidificar esa red con medios, con intercambios que nos permitan, además, actualizar el concepto del manejo y gestión de los centros históricos.


Pondero mucho la labor y los resultados del trabajo que en este momento la Oficina del Conservador ha realizado en Santiago de Cuba bajo la dirección de Omar López; un esfuerzo tremendo después de una devastación sin parangón que coincidía, además, con el quinientos aniversario de la fundación de Santiago y con el cuarto centenario o jubileo de la Virgen de la Caridad del Cobre, Patrona de Cuba. ¡Con qué entereza ellos han enfrentado las secuelas de ese fenómeno natural! Y lógicamente, a esa entereza sólo podemos corresponder con nuestra disposición para apoyarles en cuanto esté en nuestras manos.


Estamos realizando obras por mandato en Birán que quedó dañado por las aguas; en el santuario del Cobre, en la casa de la difunta compañera Vilma Espín en San Jerónimo; en la casa de Frank País en Santiago de Cuba.


En Camagüey, es admirable lo realizado en el Centro Histórico bajo la dirección tan  acertada del Historiador de la Ciudad, Joseíto – como le llamamos con cariño.


También un trabajo enorme se ha desarrollado en Cienfuegos, bajo la dirección del Conservador, nuestro hermano Irán. Las obras realizadas allí: con qué fuerza, con qué buena voluntad.


Apoyamos el brillante trabajo que se hace en Trinidad, bajo la dirección de Carpio y en Baracoa – con Hartman, que es una fuente de entusiasmo, de alegría; un trabajador incansable –, cómo han visto levantarse su catedral, reconstruir el Centro Histórico, conservar el medio ambiente.


Quiere decir, la obra de nuestra Oficina conlleva también nutrirse de esos ejemplos, de cosas extraordinarias que se hacen con muy pocos medios en otros lugares de Cuba y que, a veces, obligan a sonrojar a los que disponen de más.


Un ejemplo conmovedor es el del Centro Histórico de Ciego de Ávila, que no está entre las siete ciudades fundacionales y, sin embargo, lo realizado allí es extraordinario. La Dirección de Patrimonio Cultural en Ciego de Ávila, bajo la conducción tan acertada de Norma; el trabajo que está desarrollando en este momento el Consejo Nacional del Patrimonio Cultural, bajo la dirección de Gladys Collazo; el que se trata de llevar adelante en Matanzas con acciones como la restauración de sus teatros; el trabajo en Bayamo, en el Centro Histórico, una de las ciudades más importantes; lo que hay que hacer en Remedios, lo que se está haciendo ya en Sancti Spíritus; lo que hay que preservar y continuar interviniendo en lugares del patrimonio natural o material, como es el caso del Valle de Viñales y el de Yumurí, o de los parques nacionales como el Desembarco del Granma o el Alejandro de Humboldt.

Es decir, Cuba tiene mucho y, como tiene mucho, tiene el deber de hacer mucho.

La Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana, con su obra  de preservación patrimonial y su profunda preocupación social, está proponiéndonos una filosofía ciudadana. ¿Cómo nos la definiría usted?

Queremos  fomentar una cultura de aprecio por lo que se tiene. No  fomentamos un culto estéril a lo pretérito, pero estamos convencidos de que al futuro sólo se puede ir desde el pasado. Hay que reafirmar los conceptos de identidad, el sentimiento nacional, el patriotismo, sin considerarnos el ombligo de la Tierra, pero conociendo cuánto hemos aportado a la cultura general universal.

Debemos ir al detalle. Hay que cuidar lo que se tiene.


Hace poco vinieron a verme del Zoológico de La Habana. En su entrada, de cara a la calle 26, forman parte de la visión de varias generaciones de cubanos las esculturas de Rita Longa y adentro existe una fuente cuya escultura maravillosa con la imagen de dos niñas había sido inexplicablemente golpeada, arañada, pintada, deteriorada. Hace poco terminamos la restauración de esas imágenes, que son como la respuesta a tu pregunta. En esas generaciones  futuras y en esos niños y niñas como los esculpidos en mármol, sobrevive el sentimiento martiano de que los niños son la esperanza del mundo porque son los que saben amar.


Y la pregunta es: ¿hasta qué punto amamos nosotros de verdad a nuestro país? No el amor ridículo, como decía Martí, que puede tenerse por un pedacito de tierra, sino ese amor por lo que ella significa, por lo que es, por lo que vale, por lo que debe representar. La Oficina lucha por eso. La Oficina lucha y ha luchado por el culto al Padre de la Patria, por el culto a los padres fundadores, por el culto a la celebración pública y solemne de actos muy importantes. Cuidar de lo que podríamos llamar nosotros los santos lugares.


No se puede ir al cementerio a poner allí una orquesta en nombre de la cultura. De ninguna manera. Al cementerio se va a meditar, se va a recordar, se va a poner flores. Al paredón que perpetúa el símbolo de los estudiantes de medicina asesinados en 1871, van los jóvenes a inclinar la frente y a pensar en el sacrificio de tantas generaciones para poder llegar hasta aquí.
Todavía sentimos el corazón contrito cuando escuchamos a Sara González interpretar aquella canción conmovedora. ¡Cuántas vidas preciosas, cuántas generaciones, qué juventud como aquella! Eso explica la restauración de la casa de Frank; por eso la restauración continua del muro donde cayó José Antonio; por eso el Aula Magna de la Universidad; por eso el paredón donde fueron sacrificados los estudiantes; por eso los monumentos públicos; por eso Martí. No un Martí fragmentado para tomar lo que nos conviene a veces en una cita, sino un Martí literal, sacando de sus letras el espíritu.
En ese sentido, compartimos con la Sociedad Cultural José Martí y con el Centro de Estudios Martianos, la publicación de todo lo concerniente al Apóstol. Y utilizamos los medios de comunicación, como hoy lo hacemos, mediante Habana Radio, nuestra programación cultural, las Rutas y Andares, la revista Opus, la editorial Boloña, para salir a combatir por todo lo que amamos.
Hace unos días se terminaba la gran restauración del Cristo de La Habana. Pues bien: la hicimos, desde la concepción del proyecto hasta buscar ese mármol estatuario en Carrara, a donde fue a adquirirlo Gilma Madera en su tiempo para realizar esa obra hermosa de cara al puerto de La Habana. Me alegra muchísimo que, aunque hayamos tardado un poco de tiempo, esté ahí hermosamente concluida, como parte de un conjunto monumental, el de las grandes fortalezas militares coloniales, donde trabajamos durante largos años, ofreciendo nuestro apoyo al esfuerzo enorme que hicieron las Fuerzas Armadas. Y ahí están, se cuentan por miles, los cubanos que suben y las personas de todas partes del mundo que disfrutan de la ceremonia del cañonazo de las nueve, visitan el Castillo de los Tres Reyes del Morro y suben ahora a la renovada Plaza del Cristo.

¿Podemos sentirnos orgullosos de La Habana que habitamos? 

Pienso que no, que hay que trabajar mucho, que hay sentir un dolor profundo, por ejemplo, cuando vemos un automóvil abrir la ventanilla  y lanzar basura o una lata de cerveza la calle.


A mí me han criticado por haber auspiciado el colocar rejas en torno al monumento a Antonio Maceo. Yo quisiera quitar esa reja mañana. Pero ese parque debería ser todos los días como un campo de flores, donde los niños rindieran culto al que no fumaba ni bebía, al que se derrumbó a los 51 años dirigiendo un ejército libertador  frente a un adversario mil veces más poderoso. Ese sitio sagrado debería estar permanentemente lleno de flores, de himnos, de cantos… y no de beodos y una chusma que pierde el concepto de Patria y de sentido nacional, y que algunos a veces quieren llamar demagógicamente pueblo. No es posible. El pueblo es el pueblo trabajador, el que levanta, el que construye, el que hace; el que se despierta todos los días para honrar el trabajo; el que se descubre cuando siente el himno; el que siente emoción cuando se iza la bandera de esta isla irreductible.


Eso es lo que sueño; con una Habana más cuidada, que no se espere que todo lo hagan otros, el gobierno, el Historiador y su gente… sino que cada quien haga algo por su ciudad, se enoje cuando la laceren y trate de salvarla. La Habana no pertenece a esta generación; pertenece a los que la hicieron; pertenece en un sentido real y transitorio a nosotros, pero es un legado que hay que proteger para las generaciones futuras.

Tomado de: http://www.eusebioleal.cu/tribuna/la-habana-patrimonio-de-la-humanidad/

miércoles, 23 de enero de 2013

Montón pila burujón puñao


                                                                          I

Ayer Juan, el custodio –y compañero responsable del sindicato en Ojalá–, me preguntó desde cuándo estaba yo "en el sector de la cultura” –evidentemente para algún papel informativo que tenía que llenar–. Sin pensarlo mucho, le dije que desde finales del 61, o principios del 62, que fue cuando me vinculé al semanario Mella. Tenía por entonces 15 años, lo que quiere decir que llevo montón pila burujón puñao “en el sector”.

Saqué esa cuenta porque desde que entré al Mella, hasta el día de hoy, no paré de trabajar en organismos culturales. Incluso cuando pasaba mi servicio militar, en dos ocasiones, estuve relacionado con  medios de prensa del ejército, por la experiencia que traía de la calle. O sea que mi trayectoria laboral (relacionada con la cultura) empezó cuando tenía 15 años, en un medio de prensa; después del servicio militar entré al ICR (Instituto Cubano de Radiodifusión); seguidamente fui trabajador del ICAIC  (Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos); luego pasé al Ministerio de Cultura y, por último, ayudé a construir y sigo trabajando en los estudios Ojalá.

La verdad es que no me había dado cuenta de que llevaba algo más de 50 años dedicado, de una u otra forma, a asuntos culturales. Y, sinceramente, todavía me pregunto qué es la cultura. No me queda más remedio que suponer que todo. Y entonces sí que creo, que siento, que intuyo haber dado con algo tangible y verdadero. Mi verdadera profesión es todo.

                                                                      II

Para definir Cultura hay muchos buenos ejemplos. Todos los hábitos que nos caracterizan como pueblos son nuestra cultura: nuestras creencias y los dioses que las representan; el idioma que hablamos y cómo lo hablamos; lo que comemos y cómo lo comemos; nuestros valores y la manera de ponerlos en práctica; nuestra gestualidad, manera de vestir, de andar, de hacer y deshacer, de amar y desamar.

En el terreno artístico brillan heroínas y héroes de la cultura, a través de la Historia. El deportivo es otro territorio de muy amplia representación popular. Pero cultura, al menos para los cubanos, también es el afán de independencia, por ser hijos de un lugar que empezó a ser país después de ser colonizado a sangre y fuego. Desde entonces el ángel del libre albedrío se convirtió en un sueño por el que hemos tenido que luchar en campos de batallas y de ideas.  Y no nos quepan dudas de que ser vecinos del país más poderoso y entremetido del planeta también nos ha hecho desarrollar una suerte de cultura defensiva.

Sin embargo cultura no es sólo aquella ejemplar que hemos sido, somos o aspiramos ser, lo que calificamos de legítimo por ser equivalente de instrucción y progreso. Si la cultura representa todo lo que somos y nos conforma, cultura también es nuestra parte menos feliz y confesable. Ergo cultura incluso es lo que no deberíamos ser, por reprobable, indigno y atrasado: nuestra comodidad indolente, nuestra irresponsabilidad previsible, nuestras tantas maneras de egoísmo.

Mal que nos pese, lo indeseables que podemos ser también es una forma de cultura. Por lo que pudiéramos llegar a la conclusión de que hay zonas de nuestra cultura de las que no nos sentimos orgullosos.