En el camino hacia mi barrio
vi hace un tiempo, durante algunos meses, una valla que contenía un texto
ingenioso y revelador. Decía, más o menos: “Esta noche en el mundo tantos
millones de niños dormirán en la calle. Ninguno de ellos es cubano”. Creo que otras
vallas similares aludían a similares temas básicos de la supervivencia humana:
la educación, la salud… terminando siempre con esa frase, a mi modo de ver,
contundente: ninguno de ellos es cubano.
Aunque está referida a un ámbito
global, infinitamente más amplio por supuesto, la frase me vino de repente a la
mente mientras repasaba los temas relacionados con la presencia del Centro
Cultural Pablo de la Torriente Brau, a través de sus Ediciones La
Memoria, en la recién terminada primera fase de la Feria del Libro de la
Habana 2016. Más adelante aparecerán las razones de esa asociación.
LOS 20 AÑOS DEL CENTRO PABLO
El Centro, fundado en 1996
para conservar y difundir la memoria literaria, vital y revolucionaria de Pablo
de la Torriente de la Brau y de su formidable generación, fue añadiendo
después, en la medida en que los recursos y los sueños lo permitían y lo
exigían, otras áreas de trabajo cultural, unidas en sus aparentes diferencias
por la presencia constante y sonante de la memoria, expresada a través de la
nueva trova cubana, el arte digital, la literatura testimonial, el diseño
gráfico, la creación audiovisual, las publicaciones y la prensa, la
comunicación radial, las herramientas digitales, imprescindibles hoy, cada vez
más, en nuestra sociedad. La creación concreta del Centro fue posible en gran
medida gracias al apoyo de nuestro amigo Abel Prieto, entonces presidente de la
Unión de Escritores y Artistas de Cuba, a quien los centropablianos
agradeceremos siempre ese gesto fundacional, realizado en momentos en que las
aprehensiones y prejuicios hacia proyectos independientes de pensamiento o de
creación artística eran mucho mayores de lo que lo son actualmente, cuando
todavía existen, como lo demuestran algunos inexplicables ejemplos. La lista de
co-fundadores e inspiradores prácticos o simbólicos de aquella aventura
iniciada sería interminable e incluiría a Raúl Roa, las hermanas de Pablo,
Conchita Fernández, José López Sánchez y la nómina luminosa del grupo de Amigos
del Centro Pablo, creado para apoyar con sus nombres el recién nacido
proyecto; entre ellos se encontraban Eduardo Galeano, Juan Gelman, Mario
Benedetti,
Ernesto Cardenal, Eusebio
Leal, Roberto Fernández Retamar, Luis Eduardo Aute y Silvio Rodríguez.
El Centro Pablo ha
recorrido, por tanto, 20 años de sueños, esfuerzos y realizaciones en los que
artistas y entusiastas de las disciplinas mencionadas arriba hicieron posible
la consolidación de una labor cultural sostenida, ágil, antiburocrática y
comprometida con los valores esenciales de la Nación cubana y del proceso
transformador iniciado en 1959, que enfrenta hoy diversos y complejos retos en
todas las áreas de la sociedad –incluidas por supuesto las manifestaciones
artísticas y, en un sentido más abarcador y completo, la cultura, que está
llamada a participar con inteligencia y rigor en la lucha por preservar lo
mejor de lo alcanzado, descartar los mecanismos erróneos aplicados hasta hoy y
rechazar el cambio de rumbo que estos nuevos tiempos que se están iniciando
pueden traer –o están ya intentando traer– a nuestra historia, a nuestra
sociedad, a nuestras vidas.
Para comenzar a recordar y
celebrar lo construido en estas dos últimas décadas realizamos, durante el
segundo semestre del 2015, la jornada Hacia los 20 años del Centro Pablo,
convocando a algunos de nuestros programas culturales, como el Premio Memoria
y la Beca de Creación Sindo Garay, y dando continuidad a algunos de
nuestros proyectos de intercambio internacional que hemos desarrollado durante
estos años, como la jornada Nuestra voz para vos, que recorrió siete
ciudades argentinas en los finales del pasado año y el Festival del Monte
Tucumano. Voces y Memoria, realizado el 28 de noviembre pasado en Santa Lucía,
Argentina.
Ahora, en este mes de
febrero, durante la Feria del Libro de La Habana, iniciamos las actividades por
los 20 años de trabajo, que desarrollaremos a lo largo del 2016 y culminaremos
en el próximo diciembre, recordando la caída en combate de Pablo de la
Torriente Brau en Majadahonda, España, mientras defendía a la agredida
República y luchaba contra el naciente fascismo, 80 años atrás.
Entre las acciones
fundamentales de esta recordación veinteañera y centropabliana se
encontraban el acto de inicio de esa recordación de los 20 años y la
presentación de diez nuevos títulos de nuestras Ediciones La Memoria en
la recién concluida Feria del Libro de La Habana.
LOS LIBROS
El plan de publicaciones
del Centro Pablo en el 2015 incluyó los siguientes títulos, financiados
con la colaboración del Fondo para la Cultura y la Educación (FONCE) del
Ministerio de Cultura, que debieron estar listos para ser presentados en
febrero en la Feria, como ha sido habitual desde la fundación del Centro. En la
Colección Homenajes se prepararon editorialmente los tres tomos de El útil anhelo. Epistolario de Rubén
Martínez Villena, compilados por
Carlos Reig; Viento sur, de Raúl Roa y Pedro Capdevila, el hermano remediano de Pablo, de Leonardo Depestre.
La Colección Palabras de Pablo trabajó los títulos Carlos Aponte: un peleador sin tregua, de José A. Quintana y Pablo en Bohemia, selección, prólogo y notas de Leonardo Depestre. La
Colección A guitarra limpia incluyó este año los dos tomos de la antología Memorias A guitarra limpia 1996-2015, preparada por Xenia Reloba, y los libros Lo que dice mi cantar, de Lino Betancourt y Café Vista Alegre, de Dulcila Cañizares.
Finalmente la Colección Coloquios y testimonios preparó el volumen El aullido infinito, de Yaysis Ojeda (Premio Memoria) y Mi desquite de José Américo Tuero y María del Pilar Tuero de Blas.
La editorial preparó
asimismo un cuaderno Memoria con
todos los contenidos informativos de esos diez títulos para que sirviera, como
en años anteriores, de programa de nuestras presentaciones en la Feria y
quedara como memoria de ese intenso trabajo.
De los diez títulos
preparados y entregados para su impresión antes de septiembre del pasado año,
sólo cinco estuvieron listos para ser presentados en la Feria. Quedaron fuera
de esa importante posibilidad: los dos tomos de la antología Memorias A guitarra limpia y Pablo en Bohemia, pertenecientes al Plan Especial del Instituto del
Libro, Lo que dice mi
cantar, Café Vista Alegre y Mi desquite, por el incumplimiento de las entidades correspondientes.
Sobre los dos títulos del
Plan Especial, el Instituto Cubano del Libro nos informó que la imprenta Federico Engels no lo tendría listos para la Feria. En el caso de Pablo en Bohemia recibimos esa información 72 horas antes de la
presentación del volumen, incluido en el homenaje a los 80 de la caída de Pablo
junto a los libros sobre Carlos Aponte y Pedro Capdevila. Los otros tres libros
no pudieron participar en la Feria por la incapacidad de las respectivas imprentas
para asumir su impresión.
La presentación de El útil anhelo, anunciada para el martes 16 a las 12 del día en la Sala
Nicolás Guillén, como parte central del inicio de las celebraciones por
los 20 años del Centro Pablo y
como homenaje a Rubén Martínez Villena, no pudo realizarse ese día. Finalmente
pudo reprogramarse su presentación para el día anterior al final de la Feria en
otra sala de La Cabaña, después de las gestiones realizadas por el
vicepresidente del ICL Juan Rodríguez, por indicaciones –según nos comentó– de
la presidenta de la institución, gestos que agradecimos profundamente.
El Centro Pablo ha enviado sus disculpas (aunque sean en realidad
ajenas) a todos los autores cuyos libros no pudieron ser presentados,
especialmente al maestro Lino Betancourt, historiador de la trova cubana, y a
Dulcila Cañizares, profunda conocedora de esa manifestación de la cultura
cubana, también presente en su libro Café Vista Alegre. Eso mismo hemos hecho con la autora del testimonio Mi desquite, María del Pilar Tuero de Blas.
Creo que la situación
creada por el incumplimiento poligráfico con otras publicaciones destinadas a
la Feria exige la acción de los niveles correspondientes de dirección o de
gobierno, no sólo del ICL, sino también del Ministerio de Cultura y, quizás,
incluso, de alguna otra instancia superior. No me es posible medir con
exactitud la influencia de este aspecto en el evidente deterioro que la Feria
ha tenido en su edición de este año, que ha sido comentado incluso ya en
algunos espacios de la prensa establecida y en muchos sitios de la esfera
digital, el más activo territorio de intercambio de informaciones y debates en
el campo comunicacional de nuestros días.
LA FERIA
En sentido general en esta
edición se agudizaron, a veces de manera extrema, deficiencias y problemas que
se anunciaban, dentro del evento, desde hace algún tiempo. El balance rápido
general que esta Feria nos brinda incluye, entre otros aspectos, los que
menciono brevemente a continuación, con las consiguientes consecuencias que
muchos han apreciado y mencionado.
La gran librería, que había
ocupado espacios muy amplios en diferentes lugares de la sede en los años
anteriores, desapareció en esta edición. Ese fue un fuerte golpe para el
público masivo que asiste a La Cabaña y que realizaba, en esa librería gigante,
el acercamiento a los libros publicados durante el año anterior e incluso se
ponía en contacto con la producción editorial no reciente. Aquello –con la cola
incluida, no importa– era una fiesta de la posibilidad de buscar y encontrar
textos deseados por parte de ese público que va a La Cabaña no (o no sólo) a consumir
las abundantes ofertas gastronómicas y etílicas, sino a comprar los libros que,
por lo general, no adquiere durante el año –incluso aunque estén a su
disposición en las librerías que –por su parte– no realizan la más mínima
gestión de divulgación: son, casi en su totalidad, almacenes abiertos a la
población, descuidados o sucios, cuya administración y cuyo personal no tienen
conciencia del instrumento de valor y proyección culturales que tienen en sus
manos.
El balance entre el
carácter eminentemente cultural que debe tener la Feria y las actividades
gastronómicas, comerciales y de entretenimiento que conviven allí se rompió de
manera lamentable en esta edición. Muchos la pudieron definir como una feria
gastronómica e inflable, donde había lugares donde vendían objetos llamados
libros. El balance en la calidad de esos objetos –no alcanzo a saber si
básicamente como consecuencia de las deficiencias de producción de libros que
mencioné– también se quebró en esta ocasión: de ahí la avalancha de carteles y
revistas de moda, de espectáculos o de fútbol, las cuquitas y las barbies, la sub-cultura de los libros de autoayuda y otros
engendros del consumismo de segunda (o de tercera), la apropiación de aquella
iniciativa cubana de los artículos convoyados, representada aquí en las
bolsas con libritos acompañados por pulsos y baratijas –o viceversa.
Es deseable, atractivo y
seguramente necesario que existan espacios con la calidad ambiental de La
Cabaña, a los que puedan asistir las familias para disfrutar de esas buenas
ofertas gastronómicas que aparecen públicamente cuando son convocadas para
ocasiones así, y que las niñas y niños puedan tener a su disposición esas
maravillas inflables y coloridas a las que probablemente no pueden acceder en
sus barrios de residencia. Lo que resulta contraproducente es ubicar algo así
junto o en medio o pugnando por sustituir los necesarios espacios y valores de
una feria del libro que fue creada como un proyecto cultural indiscutido
e indiscutible, que se movía después provincia por provincia acercando el
libro a sus hipotéticos, posibles lectores.
Las instancias responsables
de este evento que no debiera seguir perdiendo su carácter eminentemente
cultural seguramente tomarán en cuenta esta realidad que se ha vivido para analizar,
criticar y autocriticar lo que se ha hecho y deshecho, comenzando a
buscar soluciones o al menos alternativas para resolver o en todo caso aliviar
esta situación en las futuras ediciones de la Feria. Sería el mejor aporte –y
hasta un ejemplo– para asumir y enfrentar situaciones erráticas o caóticas como
esta. Y alejarse –y alejarnos– de esa definición que tantas veces se aplica a
cada evento (cultural o no): es “el mejor que hemos realizado hasta hoy”…
únicamente inferior al que ya estamos preparando para el año que viene.
Esa ruptura del balance
gastro-editorial que acabo de exponer, más el grave problema de los
incumplimientos en la cantidad de títulos impresos para llenar las expectativas
culturales de la Feria que mencioné antes seguramente incidieron en
otras consecuencias no deseables que se produjeron durante estos días, como es
el hecho de que instrumentos que forman parte de la estructura establecida en
la Feria, como el librito con el programa general que siempre se ha distribuido
previamente a expositores, participantes, prensa acreditada, etc. no se
publicara en esta ocasión. El desasosiego y la inestabilidad producida por
aquellos elementos que señalaba quizás produjeran también otras deficiencias
reiteradas en esta edición, como la insuficiencia en los contenidos de las
principales herramientas de difusión del evento, como la página web, lenta y
desactualizada, la página de la Feria en red social Facebook reiterativa en la promoción de algún personaje, o la
arbitrariedad detectable en los contenidos del suplemente diario El cañonazo.
Este panorama global lo
vivimos, como todas y todos, dentro del ritmo indetenible de la Feria que, como
sabemos los que asistimos u organizamos alguna vez eventos de este tipo, impone
urgencias y altera equilibrios –más aún cuando se parte de las graves
insuficiencias de los poligráficos o del balance, nutritivo pero
discutible, de los gastronómicos.
Desde esa perspectiva
general, para contribuir, si es posible, a su análisis y eventual búsqueda de
soluciones, empecé a teclear hace dos horas madrugadoras estas futuras
cuartillas. Haberlo hecho es, a mi juicio, lo más importante.
Pero para no dejar colgadas
allá arriba, en los párrafos iniciales de este texto, las frases citadas tras
las que anunciaba “las razones de esa asociación” con la valla vista en el
camino a mi casa hace ya algún tiempo, retomo y resumo, para finalizar, los
elementos que siguen y mencionar, por esta vez, la presencia del Centro Pablo y sus Ediciones La Memoria en el evento y la asociación que surgió al contrastarla
con su inexistencia casi completa en los papeles y las imágenes de la Feria
–que son, quiérase o no, la memoria de ese acontecimiento.
En las páginas de El Cañonazo se mencionan muchas editoriales participantes.
Ninguna de ellas pertenece al Centro Pablo.
En el noticiero diario
televisivo de la Feria aparecieron durante esos días, entrevistas, imágenes de
autores o presentaciones de libros, Ninguna de ellas pertenece al Centro Pablo.
En la página web de la
Feria se mencionan los sitios de su interés. Son diez. Ninguno de ellos
pertenece al Centro Pablo.
En la portada de El Cañonazo se sugirieron diariamente tres presentaciones,
autores o eventos. Ninguno de ellos pertenece al Centro Pablo.
En las 36 páginas de todos
los cañonazos feriales se mencionan autores, títulos de libros,
premios otorgados, eventos destacados. Ninguno de ellos pertenece al Centro Pablo.
Ni Pablo de la Torriente
Brau, ni Raúl Roa, ni Rubén Martínez Villena, ni Viento Sur, ni El anhelo inútil, ni el Premio Memoria, ni
la beca de creación Sindo Garay para trovadores y
trovadoras, ni los 20 años del Centro, ni los 80 de la caída de Pablo en
Majadahonda: con todo lo cual –no a cuestas, sino en alto– seguimos siguiendo.