Por Guillermo Rodríguez Rivera
Como se sabe, las nociones de izquierda y derecha, que han pasado a ser signos capitales en la política contemporánea, provienen de los lugares en que, en la Convención Francesa, se sentaban jacobinos y girondinos.
Desde entonces, la noción de izquierda ha variado sensiblemente y no especialmente de lugar. En los últimos tiempos la variación ha sido interna, porque se ha deteriorado.
La izquierda europea, desde los tiempos de Lenin y Kautsky, se escindió entre los que serían, en la Rusia abocada a la Revolución, bolcheviques y mencheviques. Los mencheviques cabrían definirse como lo que fue un poco después la social democracia. En el momento de su separación, cuando los moderados socialistas integran la II Internacional y los radicales comunistas la III, ambas tendencias aspiraban igualmente a la instauración del socialismo que desplazaría al capitalismo: la discrepancia parecía ser, exclusivamente, el método que cada partido proponía para conseguirlo.
Socialdemócratas y comunistas se convirtieron a veces, y a pesar de que proclamaban tener el mismo objetivo final, en fuerzas irreconciliables, con gravísimas consecuencias para el destino de la humanidad y el de ambas tendencias: cuando los nazis ganan las elecciones alemanas que los lleva al poder en 1933. Comunistas y socialdemócratas alemanes unidos, constituían mayoría, pero fueron incapaces de aliarse contra Hitler, que tomó el poder y los asesinó a todos. Allí donde fueron capaces de apoyarse, consiguieron avances extraordinarios, como en la Suecia de los años cincuenta y sesenta. Estoy pensando en un socialdemócrata de la jerarquía y la honestidad de Olof Palme.
En el resto de Europa, la social democracia se convirtió en una fuerza muy marcada en ocasiones por el oportunismo.
Es paradigmático el caso del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), que fuera en sus orígenes el primer partido marxista de España y luego, sostenedor junto a los comunistas, del Frente Popular que gobernó en la II república española, derrocada por el fascismo en 1939, después de una cruenta guerra civil.
El PSOE se organizó en la clandestinidad en los últimos tiempos del gobierno de Franco.
Bajo la dirección de Felipe González, su líder sevillano, el PSOE heredó todo el prestigio izquierdista de su nombre en la España republicana, y emergió como una fuerza impresionante cuando Adolfo Suárez legalizó –contra la intransigente perspectiva de los franquistas y de la “nueva” derecha– a la izquierda española, integrada por comunistas y socialdemócratas.
En las segundas elecciones democráticas efectuadas tras la muerte de Franco, el PSOE desarrolló una aplastante campaña electoral.
Felipe González prometió que, de ser presidente, España no entraría en la OTAN.
Habría que recordar que, bajo el gobierno de Franco, España fue aliada de los regímenes de Hitler y Mussolini y que, hacia los años cincuenta, los Estados Unidos se acercan a Franco con el propósito de conseguir la aprobación de las bases militares que finalmente establecerán en Rota y Torrejón de Ardoz. El propósito era sumar a España al grupo de los aliados occidentales que constituirían la OTAN, organización militar esencial en tiempos de la “guerra fría”.
El PSOE tuvo una aplastante victoria en esas elecciones españolas. Recuerdo que Henry Kissinger, para entonces “eminencia gris” de la derecha norteamericana, hizo un comentario terminante: “Ya tenemos nuestra Polonia”, esto es, que Felipe González representaría para Estados Unidos, el factor disidente que era Lech Walesa para la URSS. Pero lo primero que hizo Felipe González al ser electo, fue pedirle a los españoles –y casi lloró en la televisión al hacerlo– que votaran por el ingreso de su país como miembro pleno de la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Estaba pidiéndoles exactamente lo contrario al programa por el que lo habían elegido.
El cantautor español Javier Krahe, compuso una canción que se llamó “Cuervo Ingenuo” y que comentaba risueñamente la traición de Felipe González a su electorado. En el texto hablaba un piel roja, un indio, que chapurreaba un español en infinitivos, tal y como las malas películas hollywoodenses ponían a hablar a los salvajes. Pero este indio decía cosas que se las traían, porque estaba dialogando con el propio presidente español:
Tú decir que si te votan,
tú sacarnos de la OTAN.
Tú convencer mucha gente,
Tu ganar gran elección,
Ahora tú mandar nación,
Ahora tú ser presidente.
Hoy decir que esa alianza
Ser de toda confianza
Incluso muy conveniente
Lo que antes ser muy mal
Hoy resultar excelente.
……………………………….
Tú mucho partido, pero
¿es socialista, es obrero
o es español solamente?
Pues tampoco cien por cien,
si americano también:
gringo ser muy absorbente.
Y enseguida venía el estribillo :
Hombre blanco hablar con lengua de serpiente.
Cuervo Ingenuo no fumar la pipa de la paz con tú,
por Manitú, por Manitú…
Cuentan que la canción, que se hizo popular en la España de los ochenta, sacó de sus casillas al presidente español.
Desde entonces, el PSOE, como ya advertía hace casi treinta años Javier Krahe, es casi español solamente. En uno de sus congresos de esos años, el PSOE renunció al marxismo como su ideología.
La Europa de esos años había desarrollado un orden social que se autodenominaba “sociedad de bienestar” y en buena medida lo era.
El fenómeno comenzó a surgir en la Europa de la posguerra, exactamente cuando comienza la “guerra fría”.
Enfrentado a la Unión Soviética y a la alternativa socialista, el capitalismo europeo quiso ser convincente para sus ciudadanos. Apareció una poderosa seguridad social, que incluía generosos y largos subsidios para los que perdían su empleo, aunque había mucha oferta de trabajo. La cobertura médica era amplísima para cualquier ciudadano.
Jubilados y simples trabajadores europeos podían costearse vacaciones del otro lado del mundo con sus abundantes ahorros. Los jubilados alemanes casi habían comprado la isla de Mallorca, a la que iban a pasar los últimos años de vida en el agradable clima del Mediterráneo.
Cuando en 1991 desapareció la Unión Soviética, como colofón a la caída del socialismo europeo, otro cantautor español lo celebró alborozado. Cantó la caída del muso de Berlín. Ahora, los viejos izquierdistas tenían en su buró un trocito del derrumbado muro alemán y Joaquín Sabina cantaba que había llegado el fin de la guerra fría y, con él, el fin de la ideología. Las alternativas eran promisorias y hasta rimaban: Sabina las exaltaba en su canción: vivan la gastronomía, la peluquería, la bisutería. Los partidos comunistas europeos empezaron a decaer y a desaparecer. Los que quedaron inclinaron más a la derecha sus proyectos hasta casi suplantar a la socialdemocracia que, sin alternativa a la izquierda, se proponía ocupar el lugar de la misma derecha.
El PSOE ha parado por ser otro partido velador por el mantenimiento del orden burgués, con algunos matices progresistas con respecto al reaccionario PP, pero ya muy lejos de constituir una alternativa de izquierda.
El actual gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, como lo hizo antes Felipe González, ha defraudado a sus parciales, pero la crisis española (desempleo, recortes sociales en todos los órdenes) no va a ser resuelta cuando se instale en el poder el gobierno de Mariano Rajoy, porque el PP es el titular del programa neoliberal que el PSOE ha asumido sin proclamarlo. El humor español ha denominado a la opción Rubalcava-Rajoy, propia de estas elecciones, con el fusionado término de Rubaljoy, porque no hay visible diferencia entre ambos candidatos. Una gran masa de votantes españoles se ha negado a sufragar.
Algo muy semejante va a ocurrir el año próximo en los Estados Unidos, cuando los norteamericanos tengan que decidir por quién votar: si reelegir a Barack Obama u optar por uno de los republicanos que ahora se disputan el ser elegido candidato a la presidencia de la unión.
Obama desconoció el programa por el que había sido electo. No detuvo ninguna de las guerras que proclamó que terminaría, sino que añadió la masacre del pueblo libio, que concluyó con el asesinato de Ghadafi, y amenaza con aplicarle la misma receta a Siria e Irán.
El temor del general Eisenhower se ha cumplido. Dominado por el complejo militar industrial, el capitalismo estadounidense se va convirtiendo a pasos agigantados en el enemigo de su democracia. Las guerras no se libran en virtud de un interés patriótico ni porque la seguridad de la nación esté amenazada. La guerra es la mejor industria que tienen hoy los Estados Unidos, y la liquidación del servicio militar ha impedido que mueran los hijos de las familias de clase media y la sociedad reaccione contra ello y los jóvenes tengan que exiliarse para no ser reclutados. Ahora, a la guerra van los pobres, los negros, que aspiran como “contratistas” a ganar un dinero que los alce en la sociedad a la que pertenecen; los latinos, los inmigrantes indocumentados que esperan sobrevivir y, sobre todo, convertirse en ciudadanos.
Pero a pesar de que los Estados Unidos han minimizado las bajas entre sus militares, el capitalismo neoliberal que tiene que dominar para que los costos de las guerra estén altamente priorizados y los gastos sociales convenientemente reducidos, ha comenzado a hartar a una porción de la sociedad –en especial los jóvenes–, que ven disiparse los fondos públicos para una educación que se privatiza y se encarece, como para que sólo se eduquen los muchachos de las familias ricas, y la información y la cultura no se salgan de la clase que ejerce el poder y porque el aumento del desempleo perjudica más que a nadie a los jóvenes que no pueden conseguir su primer trabajo.
Los millones de ciudadanos que trabajan y sostienen la nación han descubierto que hay 400 norteamericanos que tienen más dinero que todos ellos juntos y, encima, quieren más.
Estados Unidos es una democracia donde al presidente lo elige la mitad de los ciudadanos, que son los que van a votar. El 50 % de abstención que es propio de sus elecciones –¿a cuanto llegará en las de 2012?– importaría si cierto grado de abstención invalidara la elección, pero no es así.
Los Indignados han decidido ir al centro del poder real en los Estados Unidos. “Ocupar Wall Street” es, por ahora, un símbolo. Los Indignados han descubierto que los senadores y los representantes y el presidente que ellos eligen, no responden a sus demandas, sino a las del gran capital, que rige los destinos de la nación por encima de la voluntad de sus ciudadanos. Por ello, allí, en España y en todas partes, piden una democracia real.
Lo que está ocurriendo se parece muchísimo a lo que pasó en la Argentina de Carlos Saúl Menem y sus continuadores neoliberales. Los argentinos “se indignaron” entonces y salieron a la calle con el grito de “¡Que se vayan todos!”.
Pero no se podían, no se tenían que ir todos. Los que se fueron eran los neoliberales que habían gobernado hasta entonces. Desde la Patagonia llegó Néstor Kirchner, un exmontonero en el que nadie había reparado y que sacó a la nación sudamericana de la crisis en que la había sumido el neoliberalismo de Menem, que había privatizado a precio de saldo lo mejor de los recursos naturales del país, para beneficio propio y de sus amigos.
El exmontonero Kirchner y el viejo líder sindical Luis Inacio Lula da Silva, devenido presidente de Brasil, le dieron el portazo a George W. Bush en Mar del Plata, en una Cumbre de las Américas en la que el norteamericano había ido a imponer la que bautizó como Alianza de Libre Comercio para las Américas, mediante la cual América Latina permitiría la libre entrada de los productos de la industria estadounidense mientras que Estados Unidos usaría, como ahora, medidas proteccionistas para defender sus productos agrícolas de la competencia ruinosa que le harían los latinoamericanos.
América Latina inició la conformación del “tercer partido”, vulnerando la fórmula bipartidista que los Estados Unidos exportaron al resto del mundo.
En Venezuela, los “demócratas” de Acción Democrática, tenían como adversarios a los “republicanos” de COPEI. Por cuatro décadas se alternaron en el poder y así, a partir de las reservas petroleras venezolanas, se hicieron multimillonarios casi una decena de presidentes. El “tercer partido” lo constituyó desde la nada, el comandante Hugo Chávez: adecos y copeyanos se aliaron para enfrentar juntos la avalancha popular que se les vino encima en las elecciones de 1999. Las perdieron estrepitosamente. De la nada política emergió el indio y líder sindical cocalero Evo Morales para obligar, mediante las urnas, a doblegarse a la cavernaria oligarquía boliviana, que ha tenido que aceptar la refundación de una nación en la que son absoluta mayoría los indígenas. Muy semejante es la historia del joven economista Rafael Correa, en el Ecuador.
Cuando apareció lo que se llamó el movimiento modernista en Hispanoamérica y Rubén Darío se convirtió en el principal poeta de la lengua, maestro incluso de escritores de la España que había sido la metrópoli colonial de nuestros países, el ensayista dominicano Max Henríquez Ureña acuñó una frase: “Retornan los galeones”. .
Pareciera que está ocurriendo, en el orden político, otro retorno de los galeones. Europa le enseñó el socialismo a América, pero el socialismo europeo –signado por el estalinismo tras la muy temprana muerte de Lenin– fracasó. La derecha quiere presentar ese fracaso como el del socialismo en su totalidad, y es sólo el fracaso de una “lectura” del socialismo.
La derecha se ha quedado como único poder. Los Estados Unidos son hoy la única superpotencia, y los multimillonarios que la gobiernan, están mostrando cada vez más descarnadamente la insalvable oposición que se va creando entre el capitalismo y la democracia.
En los Estados Unidos parece haber llegado la hora del tercer partido, porque esos ciudadanos que integran la clara mayoría, cuyos anhelos desconocen los mismos políticos que ellos han elevado a las posiciones que ostentan, van entendiendo que nada se parece más a un republicano que un demócrata y que todos los presidentes, senadores, representantes y gobernadores, responden a los intereses millonarios que costean sus campañas electorales.
Si quieren que sus demostraciones no se conviertan en una suerte de picnic radical que se recuerda a los diez años con una mezcla de nostalgia y de desilusión, los Indignados tendrán que buscar la manera de hacer valer políticamente sus opiniones. ¿Será que ha llegado la hora del tercer partido? Estadounidenses, españoles, griegos, italianos, franceses, alemanes lo decidirán en los años que vienen, mucho más rápidamente de lo que todos piensan.