Hace unos días se
nos fue Fernando Martínez Heredia, hombre que se jugó la vida en la acción
revolucionaria antes de 1959, y después se jugó la suerte dándole sentido y
coherencia a un pensamiento científico-revolucionario. No he tenido palabras,
como tantos otros compañeros, para expresar lo que lamento su desaparición
física que, en mi caso, significa también la ausencia de un amigo. Fue el obituario
que le hizo Aurelio Alonso el que me hizo buscar este artículo, aparecido
originalmente hace 50 años, en la primera época del Caimán Barbudo. Todavía el
Che vivía (en algún lugar del mundo) y Cuba era un hervidero de batallas y metas.
Pero en este texto de Fernando hay muchas cosas que todavía resuenan. Algunas siguen
inspirándome, otras me entristecen, pero todas para mi son verdades.
srd
------------------------------------------------
Por Fernando Martínez Heredia
Saber
dudar... nada más contrario al ejercicio normal de nuestras actividades
mentales; gustamos de lo categórico, y nada nos enamora
como un dogma.
Enrique José Varona
Los planteamientos del comandante Fidel Castro --en
cuanto a la necesidad de pensar con cabeza propia, desarrollar la
conciencia socialista, asumir las implicaciones de la solidaridad
internacional--, expresan la creciente profundización de nuestra Revolución
y sitúan a los trabajadores intelectuales cubanos ante tareas importantísimas. La actividad
intelectual tiene sus funciones propias --y
sus insuficiencias propias--, lo que es necesario tener en cuenta para aumentar su efectividad. Este artículo
intenta contribuir a esa tarea desde un
campo específico: la filosofía marxista.
- Teoría, ideología,
espíritu de partido
Entre la producción teórica misma y sus funciones
emerge la necesidad de que exista un orden de relaciones, que en
la práctica marxista se denomina genéricamente “espíritu de
partido”. Examinar las raíces de la cuestión puede ser el primer paso
para comprender mejor su significación concreta actual.
El marxismo originario fue resultante de una
conjunción de factores: el despliegue económico del capitalismo europeo
occidental; su triunfo político, principalmente en Inglaterra y Francia,
que implicó la implantación de la democracia burguesa y la difusión del
individualismo; el desarrollo de ciencias sociales como la
economía y la historia; la bancarrota de la metafísica ordenadora de los
sistemas filosóficos, a la vez que el desarrollo y profundización
de la investigación del proceso de conocimiento con una alta
consideración del papel del sujeto, por los filósofos clásicos alemanes; sin
olvidar, naturalmente, la genialidad personal de Marx y Engels. Pero, sobre
todo, la concepción del marxismo originario se integró a partir de la posibilidad más
profundamente revolucionaria de la época: la
de la clase proletaria. Esto les permitió a sus
creadores basar el desenvolvimiento de su actividad teórico-práctica en
el ideal de la liquidación de toda explotación de clase y el desarrollo
de la persona a través de la toma revolucionaria del poder político y
de la transformación ulterior de todos los aspectos de la vida
social.
La situación concreta en que vivieron Marx y Engels adecuó
su actividad organizativa y, hasta cierto punto, el objeto de su investigación;
por tanto, influyó también en los resultados. Esto nos indica también la
importancia que tienen, en el examen de actitudes individuales,
las relaciones entre los ideales y la teoría. Con ayuda de una
rigurosa actitud científica, Marx consiguió superar a las utopías
comunistas y las formas reformistas de organización obrera que ya entonces
existían. Lenin escribió sobre las limitaciones de los productos espontáneos
del movimiento obrero y la “importación” que el marxismo significó para aquél. Esto
no debe oscurecer, sin embargo, una realidad: la identificación con los
intereses de clase proletarios, actitud práctica revolucionaria que deviene
intuición apasionada e hipótesis del trabajo teórico, es el elemento subjetivo
que impulsa a Marx al encuentro de sus propias tesis, y que condiciona
después el desarrollo mismo de su teoría. Por ejemplo, la afirmación de que el
proletariado es la clase más revolucionaria, que puede liberar a toda la
sociedad, es
anterior a la profundización de los estudios de Marx sobre economía
política.
El descubrimiento científico
de la naturaleza y las funciones de las ideologías en la formación social
capitalista no elimina la existencia (por tanto, la naturaleza y
las funciones) de la ideología proletaria, aunque es cierto que la afecta
grandemente. El rechazo de toda posición iluminista, cientificista, es, a mi
juicio, imprescindible para intentar una comprensión marxista del marxismo,
y para que el marxismo sea un instrumento teórico útil en cualquier
situación concreta.
No es la ocasión para tratar extensamente el tema.
Sin embargo, considero necesario señalar dos aspectos:
1) Con el marxismo aparece la
posibilidad de comprender científicamente las ideologías, como el
aspecto de la realidad a través del cual los hombres se representan
y entienden la sociedad en que viven, y a partir de sus ideologías la
sostienen o transforman. Esto
implica --por lo menos para el ideólogo en posesión de la teoría-- la
reducción de su “falsa conciencia”, la posibilidad de llegar a comprender las manifestaciones
y la naturaleza de una forma ideológica dada, con la cual --o contra la cual--
trabaja; y aun más, la de programar su acción en
el campo ideológico, para hacer confluir hacia su fin político determinadas manifestaciones existentes, combatir
unas, convivir con otras y, en fin,
fundamentar su actitud en cada caso. Aparece, por tanto, una comprensión tal del fundamento y del condicionamiento social de la ideología, que podemos
calificarla como científica; y con ella, la posibilidad de trabajar
científicamente en el campo de la
política y de las transformaciones sociales necesarias para llegar al comunismo.
Lo anterior contiene limitaciones
implícitas: en toda ciencia, el investigador opera a partir de concepciones preexistentes que él
acepta (o en cuya problemática se
mueve, aunque las niegue), y de los pasos anteriores del conocimiento
del fenómeno que estudia; en la ciencia social, esa incidencia es
muchísimo más marcada, ya que incluye más
fuertemente la noción de interés de
clase, aunque el investigador no tenga conciencia clara de ello. Se comprende que
en el uso de la ideología como objeto
de ciencia habría que encontrar la forma de describir y conceptualizar sin excluirse
del juego –lo que no es posible-- ni incluirse hasta el punto de ser
meramente un factor ideológico más.
2) El que se expresa
corrientemente al decir que la “teoría” de Marx tiene
la función “práctica” de ser la ideología del proletariado. En un sentido estricto, el conocimiento científico
puede pasar o no a tener una función ideológica, ser esta de órdenes diferentes, y aun constituir un elemento negativo o
positivo para los que lo han puesto
en circulación. Ejemplos: El Capital es una tesis científica sobre el nivel económico de la formación social capitalista, que cumple una función ideológica
revolucionaria como una especie de
hermano mayor del militante, el cual generalmente no puede explicarlo, pero
puede invocarlo. La teoría de la plusvalía
significa que uno es personalmente robado, explotado, que se pertenece a una
clase que es solidaria en su enemistad contra los burgueses. La teoría
de la agudización de las crisis capitalistas y del eventual derrumbe de ese régimen ha tenido interpretaciones revolucionarias y no revolucionarias, y a
la negación de su validez se le han dado también interpretaciones
ideológicamente opuestas.
La teoría brinda certeza a las
aseveraciones de la ideología, da fe de que el interés se
corresponde con la “verdad”, con la ciencia o con el “determinismo”; y
todo esto refuerza el valor de los programas, unifica la orientación
de las acciones tácticas, ofrece guías de principios a las organizaciones y
aumenta la convicción, o la simple fe, en el militante. En determinadas
condiciones, puede ayudar a desalojar la ideología religiosa y otras
concepciones del mundo, e incluso llega a participar en la
formación de nuevas formas y normas de conducta. Por otro lado, el objetivo ideológico
organiza y dicta precedencias en los objetos de la investigación científica,
hace más claras las exposiciones, establece proporciones entre
el rigor de la teoría y su capacidad de hacerse comprensible a las masas, etcétera.
Por su papel en la lucha
revolucionaria, y principalmente en la época de la dictadura del
proletariado, el partido comunista se constituye como la organización
política marxista que dirige y guía a la sociedad hacia el
comunismo. El partido debe ser, por tanto, vehículo de la acción
revolucionaria para convertir la teoría en realidad y, en un sentido político e
ideológico, vínculo entre la concepción marxista y la vida del pueblo. Dada la
necesidad de transformar todos los aspectos de la sociedad para
alcanzar ese fin, la actividad del partido se extiende también al trabajo
intelectual, en la significación más restringida del término. Es
en esta situación específica que el espíritu de partido --noción que expresa,
en todo caso, la vinculación de la elaboración teórica con
las posiciones clasistas-- puede ser considerado como una válvula
de relación entre la producción teórica (o, más exactamente, intelectual)
y la necesidad política (o más bien, a veces, sus enunciados).
La misma generalidad de los enunciados anteriores
exige, naturalmente, su conversión en instrumentos de trabajo teórico en
cada investigación concreta. La prueba de la situación concreta
para todo principio es una garantía metodológica básica para el marxismo; sin
ella se retorna sin remedio al pensamiento especulativo, del cual
no salvan --como del infierno-- ni las mejores intenciones.
2- Marxismo y revolución en América Latina
El mundo que desarrolló el capitalismo produjo
también las corrientes fundamentales del pensamiento contemporáneo. Recordar que es necesario
ser cauto en materia de correlaciones
económico-filosóficas no resta validez a ese aserto: las corrientes liberales,
la democracia cristiana, el socialismo reformista,
el comunismo, nacieron en Europa. El tercer mundo ha tomado --o le han servido-- estos productos para
enriquecer teóricamente sus ejercicios
políticos. Sin embargo, esta
transferencia cultural presenta sus requisitos.
Una
teoría social se arraiga y da frutos sólo si el país receptor presenta, aunque sea en un estado mucho más primitivo,
elementos de las realidades que condicionaron
el origen o desarrollo de aquella. Por otra parte, la recepción cultural
es, a la vez, un acto de transformación del cual sale la teoría adecuada no sólo a la especificidad estructural del
medio en que se ha insertado, sino también a su complejo ideológico, a
la sucesión cultural propia del país receptor y a elementos como la idiosincrasia nacional. De acuerdo con esos
requisitos entendemos, por ejemplo, el
arraigo del marxismo en Cuba en la tercera década del siglo, como radicalización del movimiento antimperialista
que encuentra la dirección de la
liberación definitiva sin perder su pupila nacional. Y vemos a Julio Antonio Mella como expresión sobresaliente de este encuentro.
Hemos
descrito --de la forma más simple-- los elementos más salientes de la
transferencia cultural. Pero en la realidad del subdesarrollo no se deforma solamente la estructura económica: las
formas políticas e ideológicas son también “subdesarrolladas”, y tienden a
integrarse en una totalidad
colonizada.
La democracia política y su ideología, en América
Latina, son un
ejemplo de lo anterior: en tanto carecen de una base social real,
constituyen
un aparato desnaturalizado e inoperante; en tanto cumplen la función social
de adecuar y adormecer a los explotados políticamente activos --aquí
la
vanguardia es la democracia cristiana-- son un factor hegemónico
eficaz
para sostener un régimen de explotación que es mucho más anticuado que
el correspondiente al orden democrático burgués. En este, como en
muchos
casos, la resultante de la transferencia ideológica es deforme, el
fruto es
estéril, o hasta monstruoso. Y es que la colonización cultural penetra
fuertemente en todos los órdenes de la vida, hasta influir
en el pensamiento (y en la acción) de los propios luchadores
contra el colonialismo, sea directa o indirectamente, por sí misma, o bien como
una negación de ella que se produce en su
mismo terreno; como un molde mental de castración, de incapacidad para representarse un destino alcanzable
con fuerzas propias.
En América Latina, el marxismo no se ha salvado
totalmente de producir resultantes deformes, estériles, o aun
monstruosas.
El
traslado al escenario americano de la posición revolucionaria marxista correspondiente a un proletariado
desarrollado al que se le señala su
papel histórico, ha significado muchas veces la formación de una secta que
pugna dramáticamente por representar a una “clase principal, polo de la contradicción antagónica” entre burgueses y
obreros; secta inoperante para aglutinar consigo una fuerza popular que realice la tarea histórica
inevitable para estas sociedades: la
liberación nacional antimperialista. Comprender la necesidad de realizar esa
tarea no impediría, por cierto, poseer una comprensión del papel de las luchas de clases y del proletariado como
agente histórico del comunismo, pues sólo teniendo acceso revolucionario al poder político --y, por tanto, al poder económico y
militar-- es posible generar relaciones
que proletaricen a la mayoría de la nación, proletarización que es la
premisa para intentar alcanzar el comunismo.
Ya en este camino equivocado, nos encontraremos
resultados paradójicos respecto al aparente sueño de futuro de aquella utopía. La lucha por
reformas económicas, necesarias por la situación
precaria de la mayoría de los proletarios,
engendra actitudes políticas reformistas, forma de adecuación práctica a la hegemonía de los
explotadores. La concepción estratégica
de la “lucha de masas” como factor revolucionario determinante, que parte de la creencia en que es factible la
incorporación masiva de la población a la actividad política sindical y partidista a un grado tal de profundidad y
permanencia que lleguen a hacer
posible un cambio social, es sólo concebible --al menos teóricamente-- en aquellos países capitalistas desarrollados
en los que una historia de lucha de
clases contra la burguesía pueda materializar la polarización de intereses
burguesía-proletariado, unida esa posibilidad a la existencia de instituciones
y de hábitos políticos arraigados que la favorezcan.
Sin embargo, hay un “marxismo” que
ofrece la estrategia de “lucha de masas” como la alternativa para “ganar la
democracia”, frente a la alternativa revolucionaria de la lucha armada. Democracia
que no es “ganable” ni siquiera por los
tibios portadores de reformas que, asistidos también por los votos marxistas, acceden al poder en
circunstancias determinadas en que le
es conveniente o necesario a los que dominan que eso suceda, para a la larga
restablecer en su pureza el régimen neocolonial, ellos mismos o sus peludos
sucesores, representantes de la única
institución latinoamericana estable: el ejército. La
democracia se convierte así en una utopía “marxista” reaccionaria.
No hago más que describir sucintamente algunos
elementos –atinentes, eso sí, a lo fundamental de la actividad marxista, que es
hacer la revolución-- que caracterizan a un estado determinado de deformación y abandono del marxismo,
cuya crítica principal se hace mediante la propia lucha armada revolucionaria. Por otra parte, no pretendo ignorar ingenuamente
la importancia de otros factores, entre los cuales ocupa lugar destacado la
existencia de desaciertos e imposiciones en la historia del movimiento comunista internacional. Naturalmente, no
intento pasar balance en esta nota a la actividad marxista en América Latina. Ni siquiera me asomo a
otras manifestaciones, como las trotskistas, o al producto “indígena” del viejo
aprismo. Cuando eso se haga, habrá que consignar la heroica lucha
antimperialista de muchos militantes y dirigentes comunistas, el papel de la teoría marxista en la profundización del
antimperialismo, los aciertos y errores de la IlI Internacional, la estructura
organizativa de los partidos comunistas.
¿Y las relaciones entre teoría e ideología? En la
etapa escolástica del pensamiento marxista la teoría, considerada “la
única científica”, jugó el triste papel de cobertura de las declaraciones y
posiciones políticas, con escasas excepciones. Al florecer violento del
año 30 --Mariátegui, Mella, Rubén--, sucedió un decaimiento general.
Se ha explicado, a partir del XX Congreso del PCUS, lo que fue esa etapa
de dogmatismo. Pero, cabría preguntarse, ¿por qué en estos diez años
transcurridos desde aquel congreso no se han hecho profundos análisis, cuyos
resultados renovadores ayudaran a las organizaciones marxistas
a su labor de transformación del mundo? ¿Dónde está la fructífera
comunidad de la teoría y la ideología?
Durante demasiado tiempo, el espíritu de partido ha
consistido en alegar cualquier cosa, y cosas opuestas sucesivamente, con la
misma pedantesca afirmación de que aquello es lo único científico. Se ha
condenado política y moralmente toda opinión no marxista, se ha llegado a
imponer criterios científicos y artísticos sin otra base que una decisión política;
la “ciencia” marxista ha partido de conclusiones para arribar a conclusiones,
siempre enfática e inapelable. Lo que se piensa pertenece a la “línea”
o a las “desviaciones”, y hasta el simple error se ha explicado por la estructura
de clases de la sociedad. En pocas palabras, la militancia ha implicado
la existencia de un preconcepto ideológico opuesto en general al desarrollo
creador del marxismo.
El acontecimiento contemporáneo más importante en
América Latina, la Revolución cubana, ha tenido trascendencia
internacional en múltiples aspectos, inclusive el teórico marxista. Ella
realizó la liberación nacional, la revolución agraria, la
alfabetización, nacionalizó a los yanquis y sus socios indígenas, después
de destruir el ejército tradicional y crear un nuevo ejército
popular. Y proclamó
que era marxista y socialista. En estos últimos años
se ha recrudecido la acción popular antimperialista, al extremo de emprenderse
la lucha armada, que en varios países se mantiene y progresa; el imperialismo
también ha incrementado su acción represiva, por sí mismo y a
través de sus lacayos, así como mediante otras formas de acción política e ideológica
(reformismo, cuerpos de paz, penetración entre los intelectuales, etcétera).
Esta lucha va llevando, en mayor o menor grado, a
las organizaciones marxistas del continente a la prueba decisiva: la
capacidad o no para hacer la revolución. Ya algún partido ha
salido triunfante, pero más de una directiva comunista ha
demostrado que no podía. Otros hacen grandes esfuerzos
por encontrar el camino; alguno por no encontrarlo.
Hay que convenir en que ese efecto revolucionario es
posible porque el conjunto de la situación latinoamericana está
marcado por una explotación creciente, combinada con la impotencia
del propio régimen imperialista para resolver las crisis mediante reformas. Las vanguardias revolucionarias actúan para hacer real esa
posibilidad. Creo que para derivar enseñanza del desvalimiento teórico y
organizativo en que la coyuntura revolucionaria encuentra a muchos partidos
comunistas, es necesario también convenir en que
estos no se planteaban la actualidad de la revolución.
En el plano estrictamente teórico se
introdujo el antidogmatismo, el antiestalisnismo, el humanismo,
la enajenación; pero no se produjo una investigación de los factores
estructurales, del papel del partido en la revolución antimperialista latinoamericana,
de la correlación de los factores subjetivos y objetivos, de las
relaciones entre clase y nación, etc., porque no estaban a la orden del día de
la necesidad política. Y es que la posición ideológica
revolucionaria es un elemento
interno a
la elaboración creadora en la teoría marxista
de la sociedad. El libro ¿Qué hacer?, de Lenin, no es la fría elaboración “imparcial”
de un teórico, sino la obra apasionada de un revolucionario; su
preconcepción --que la teoría se aproxime a la realidad, y la realidad
a la teoría-- se trasmuta en logro teórico de valor actual por la conjunción
de la actividad científica con el interés ideológico revolucionario.
Mariátegui, que no temió ser llamado europeizante por llevar a
Perú el marxismo revolucionario, nos advierte al comienzo de su obra
principal:
Otra vez repito que no soy un crítico imparcial y objetivo. Mis juicios se nutren de mis ideales, de mis
sentimientos, de mis pasiones. Tengo una declarada y enérgica ambición: la de concurrir a la creación del
socialismo peruano. Estoy lo más lejos posible de la técnica profesoral y del espíritu universitario.
3.
Problemas y perspectivas
La revolución ha abierto un enorme cauce al
desarrollo del marxismo en nuestro país, ante todo incorporando a la
convicción marxista a cientos de miles de personas que la desconocían y que
eran afectadas, en mayor o menor grado, por la tremenda campaña
anticomunista, desplegada sin descanso por los explotadores.
Pero aquella incorporación masiva y permanente ha sido
posible sólo porque:
1) Una vanguardia revolucionaria llevó audazmente al
pueblo, cada vez en mayor número y
organización, a obtener la libertad nacional,
liquidar la maquinaria militar de los explotadores, expropiar a los terratenientes y burgueses
extranjeros y nativos y aprender a dirigir y sostener los procesos productivos, participar en el funcionamiento de la compleja y deficiente
máquina del Estado, sobrecargada de
inicio al tomar gran número de atribuciones
nuevas; a desempeñar, en fin, nuevas tareas sociales, como la alfabetización, que jamás habían sido siquiera
soñadas.
2) Todo lo
anterior ha producido la modificación radical de las estructuras
del país --esto es, una revolución social--, que convierte a los
trabajadores, a los que se unen los pequeños agricultores, en la clase determinante
en la vida económica y política nacional. La propiedad social
sobre los medios de producción, una nueva disciplina del trabajo
en que la utilización de estímulos se propone contribuir a la
formación de un individuo que viva cada vez más su bienestar en el
bienestar social, una democracia de trabajadores que realmente
trata de ir incorporando a las mayorías al ejercicio del poder
(elección de ejemplares, poder local, tribunales populares, etcétera),
la extensión del trabajo a toda la población capaz, y de la
protección social a niños, ancianos y desvalidos. Estos son algunos
rasgos de la formación de una nueva sociedad, que encuentra
en el marxismo la ideología más apropiada para vivir sus
transformaciones y fijar sus ideales, para comprender su destino y
su lugar en el ámbito mundial de luchas de liberación, de clases
y de sistemas sociales.
Con la declaración del socialismo, nuestro pueblo se
abalanzó al estudio del marxismo, con un fervor sólo comparable al de su
actividad práctica revolucionaria. Todo lo que se declarase marxista
era consumido inmediatamente. Después hemos vivido un proceso más
lento de decantación. Nuestra posición marxista se ha
afilado en la lucha contra el sectarismo, la necesidad de
combatir al marxista-burócrata, al marxista-oportunista, etc.,
las debilidades del marxismo de algunos comunistas latinoamericanos –a las que
nos hemos referido--, la necesidad de encontrar soluciones a nuestros problemas
reales, y la de sostener una posición revolucionaria comunista ligada
a la lucha tricontinental antimperialista, en medio de una
compleja situación internacional agravada por la división del movimiento
comunista.
La versión deformada y teologizante del marxismo que
contenía gran parte de la literatura a nuestro alcance resultó
ineficaz para contribuir a formar revolucionarios capaces de analizar y
resolver nuestras situaciones concretas. Al contrario,
amenazó agudizar la pereza y “manquedad” mental típicas del individuo
colonizado, en una etapa en que el atraso económico y las
dificultades de todo orden exigen el desarrollo rápido del espíritu creador.
En realidad esto ha sido, parcialmente, una forma de pervivencia del “marxismo”
subdesarrollado, que une la pretensión de ortodoxia a un abstractismo
totalmente ajeno a Marx y Lenin. El sectarismo, la incapacidad
de salir de la prisión de un determinado esquema económico, político, organizativo,
o de comprender la necesidad de ser radicales en la formación de la
conciencia socialista, han sido combatidos por nuestro máximo dirigente,
y se trata de extender cada vez más esta actitud, a través de la actividad
del partido, el Estado y las demás organizaciones revolucionarias.
La realidad de nuestra “herejía” revolucionaria
frente al seudomarxismo no puede traducirse en un
desprecio a la teoría. Pero si esta prevención no quiere verse reducida a una
simple frase de intelectual es necesario recordar algunos factores:
a) la historia de la revolución
ofrece numerosos ejemplos de soluciones prácticas opuestas a presupuestos teóricos o,
en otros casos, al margen de ellos; esa
realidad, absolutizada, no inclinaría a valorar las posibilidades de utilidad del trabajo teórico;
b)
lo anterior está ligado al
cuadro de detención del
desarrollo de la teoría marxista y de deformación
de sus funciones ideológicas, antes mencionado;
c)
el intelectual, separado del trabajo manual por una tradición de milenios, y, por otra parte, menospreciado
habitualmente por la mayor parte de la
propia clase dirigente, que no aprecia claramente el papel que desempeña en la integración de su hegemonía sobre
la sociedad, es depositario de un
individualismo y una marcada tendencia a la incomprensión de la necesidad
social, que el marxismo teorizante no elimina: su formación ha de sufrir profundos cambios para
integrarse plenamente a la sociedad
socialista;
d)
la reducción de la mayoría de los trabajadores al lindero de la animalidad, producida por la explotación, no
genera, naturalmente, aprecio por los teóricos e intelectuales en
general. En las ideologías proletarias esto ha
conducido a extremos absurdos --como el de la supuesta prioridad de la mano sobre el cerebro--, que conducen a considerar
pecaminosa toda actividad intelectual;
e)
la necesidad de trabajar cada vez mejor en el
terreno ideológico, teniendo en cuenta que la simple abundancia material
no traerá el comunismo, y que la voluntad
organizada se puede constituir en fuerza invencible. Los ideales de Marx, un siglo después, siguen apuntando a la posibilidad más revolucionaria de nuestro tiempo: el
comunismo;
f)
es un deber internacionalista realizar
estudios acerca de la estructura
social, la vida política, la historia, etc., de los países dominados aún por el imperialismo, así como ofrecerles las
experiencias de nuestra lucha por la
liberación y el socialismo; todo ello desde un ángulo marxista revolucionario; y
g)
la teoría marxista no sólo “se convierte en
fuerza material al encarnar en las masas”, como escribió el joven Marx.
También sigue teniendo un gran valor metodológico para la actividad científica e ideológica; algunos de sus principios
pueden ser puestos en la base de la
comprensión de las ciencias sociales; y expresa, en categorías como “modo de producción” o “dictadura del proletariado”, logros teóricos de valor permanente.
Si tenemos en cuenta, entre otros, esos factores --para
combatir lo negativo y auspiciar lo necesario--, puede resultar
más rápido y profundo el desarrollo del marxismo entre nosotros. Creo que estamos en
condiciones óptimas para lograrlo, a pesar
de las deficiencias de nuestra formación. La necesidad, que puede más que las
universidades, lo exige.
Quizás sea conveniente señalar algunas
características de los trabajos que se emprendan. Ante todo, tener
como objeto problemas concretos de Cuba, o de nuestros deberes internacionalistas.
Esto no significa, naturalmente, que toda la actividad intelectual esté
dirigida a ellos. La creencia en la inmediatez entre los objetos y el
conocimiento más general, por una parte, y la reducción de los objetos de investigación
a lo inmediatamente necesario, por otra, son dos errores que hay
que prevenir. Existe el trabajo estrictamente formativo, que también es necesario.
Todo lo anterior denota la especificidad del trabajo
científico: “ligar la teoría a la práctica” sólo es realmente posible
si la teoría tiene objetivos “prácticos”, y si a la vez la teoría es
reconocida como una práctica determinada. Esto se expresa
en la exigencia de un control
partidista del trabajo y sus resultados, que
garantice el oportuno uso ideológico de estos últimos, y que,
en gran medida, establezca las necesidades de investigación y la prelación
de los temas. Por otra parte, se expresa en la necesidad de libertad de investigación
científica, que incluye la existencia de una atmósfera favorable a la
actitud indagadora que no parte de conclusiones, sino que intenta llegar a
ellas, y que no teme equivocarse y volver a buscar, ni reducir, ampliar o
derribar lo que parecía verdad inconmovible.
La formación como militante revolucionario --trabajador
productivo y
combatiente dispuesto-- es indispensable para teñir las hipótesis de trabajo marxistas. Ella se completa con el ejercicio
indeclinable de pensar con cabeza
propia. De este conjunto emergerá un nuevo espíritu de partido, cuya extensión será un paso más hacia el comunismo.
Diciembre de 1966
Sobre
este y otros aspectos tratados
aquí, ver el interesante artículo de Louis Althusser:
“Teoría,
práctica teórica y formación teórica. Ideología y lucha ideológica”, Casa de
las Américas n. 34, La Habana,
enero-febrero de 1966, ps. 5-31.
En la Introducción a la
crítica de la filosofía del derecho público de Hegel (1843).
Carlos Marx: Prólogo de Contribución
a la crítica de la economía política, Editora
Política, La Habana, 1966, ps.
12-13.
Un serio intento por
demostrar lo contrario hace Henri Edme en su “amistoso” artículo “¿Revolución en América Latina?” (Les Temps
Modernes n. 240, París, mayo de 1966). El citado artículo de Osvaldo Barreto también responde a Edme y, en
mucho, a una corriente ideológica
seudorrevolucionaria que está siendo difundida por América Latina.
Siete ensayos de
interpretación de la realidad peruana, Editorial Casa de las
Américas, La Habana, 1963, p. XIV.