Por Lourdes de
Armas
Los nacidos en
la década del sesenta ya pasamos los cincuenta años y dentro de poco entraremos
en la clasificación de la “tercera edad”. No niego que me crispa los nervios
tal denominación. Sobre todo cuando se trata de mi misma. No tengo la idea de
cuántos quedamos en la isla, entre los que han emigrado y los que perdieron la
vida en África, se redujo notoriamente el número de la explosión generacional
sucedida en esta década con relación al nacimiento y también al envejecimiento.
No soy un genio
en las estadísticas, los números no son mi fuerte. Lo supe porque trabajé en el
Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, precisamente en el área de jubilación
y tuvimos que lidiar con la explosión de envejecimiento de los ochenta, etapa
en que se jubilaban los nacidos en la década del veinte, al notar que el número
de jubilados ascendió vertiginosamente, se realizaron algunas estrategias,
entre las que se previó que en el año 2020 sucedería algo similar.
En aquel
entonces, sacábamos cálculos y nos reíamos de la distancia en años que faltaba
para llegar a ese día. En aquella época los cincuentones de hoy no pasábamos de
los treinta años. Aún no teníamos canas y nuestros cuerpos se mantenían firmes,
y casi todos éramos delgados. Tendríamos entre 6 o 7 años de graduados. O
quizás estudiábamos y trabajamos a la vez, motivados por la superación
profesional, el cumplimiento del deber y ofrecer nuestros servicios a la
sociedad que estábamos construyendo. Pensar de manera colectiva, jamás
individual.
Hacernos profesionales sería alcanzar una meta
que sería compensada con el futuro que estábamos creando para nuestros hijos.
Ellos tendrían el resultado de nuestro esfuerzo. Me encantaba esa idea. No voy
a negarlo.
Algunos ostentábamos
la condición de Jóvenes Comunistas, conquistada a golpe de trabajo,
inhibiciones religiosas y sexuales. Hacíamos 120 horas de trabajo voluntario al
mes, largas jornadas en la agricultura, recogimos papa, tomate, hojas de
tabaco, dimos pico y pala abriendo túneles para estar preparados cuando viniera
el enemigo y más tarde tuvimos que palear más duro para cerrarlos.
Recuerdo que a
pesar de tantos inconvenientes, nos alegraba, formar parte de algo saber que entre todos construíamos
algo bueno que repercutiría en la sociedad y la sociedad involucraba a nuestra
familia. Creo que de ahí viene ese sentido de colectividad que todavía nos
corre por la sangre a muchos de nuestra generación. Estos encauces ideológicos
formaban parte del discurso cotidiano. Dándonos la dimensión de la importancia
de nuestra posición en el momento histórico en que vivíamos. Y por ello dedicábamos
gustosamente una gran parte de nuestro tiempo al arreglo de los murales, la Emulación
Individual y Colectiva, la
asistencia a las Asambleas de Servicios,
y un buen número de actividades que nos mantenía muy ocupados y contentos. Y de
las que nunca recibimos retribución monetaria, sin embargo, sí reconocimiento moral que era en realidad lo
que más nos importaba. Como los
diplomas de Vanguardias y otras
distinciones, medallas otorgadas por las Milicias de Tropas Territoriales por
cumplir con la Defensa de la Patria. Y otros premios y condecoraciones que
avalaban la conducta ejemplar de los jóvenes comunistas. Dieron a nuestro día a
día una intensa jornada de labor, pero también una motivación, una esperanza y
en medio de esta vorágine nos casamos, tuvimos hijos. Que intentamos educar
dentro de estos mismos principios.
Sin embargo, la
ruta de nuestros destinos dio un giro de ciento ochenta grados con la caída del
campo socialista y como resultante, el eufemísticamente denominado Periodo Especial. Exhaustos pero
entusiasmados aún, vimos cómo el “Período Especial” parecía declinar con la
novedad de las empresas mixtas. Las nuevas corporaciones con capital extranjero.
Y muchos de
nosotros encontramos en esta asociación un respiro. Calificados la mayoría,
gracias a nuestra preparación en las universidades, y por supuesto, lo más
importante, incluso más que la calificación, la trayectoria política. Algo que,
a ninguno nos faltó, ni aunque hubiéramos querido. La estructura nos mantenía a
raya, y era imposible un buen empleo sin participación en Comité de Defensa,
Trabajos Voluntarios, Jornadas a la Agricultura. Por solo mencionar algunas, y
con todos esos adornos pudimos formar parte no solo como empleados también de
la dirección de estas corporaciones.
Se optó por un
pago en divisa paralelo al salario. No contado dentro del Snc1-25, documento
que acredita los salarios para el momento de la jubilación. Por lo que queda
fuera del cálculo y como consiguiente, será un pago ignorado que no implica
nada para el futuro jubilado.
El tiempo ha
transcurrido a prisa, como casi siempre suele suceder cuando no queremos
envejecer. La crisis económica de los noventa parece lejana. Nuestros destinos iníciales cambiaron su ruta y jamás volvieron
a reanudarla.
Ahora cansados
no solo del arduo trabajo que no condujo a nada. También de pensar en el futuro
próximo. Sin encontrar vía rentable. Abrumados de tanto buscar un camino hacia un poco del confort
bien merecido en la vejez que se aproxima. Estamos en ascuas. Atorados en la
incertidumbre cuando pensamos en lo que sucederá en los próximos cinco años si
se mantienen los salarios actuales y la legislación vigente. Los galardones y premios obtenidos, tampoco
significan nada en la vida del futuro jubilado. Aquellas medallas, los diplomas
y cuanto reconcomiendo obtuvimos por nuestra conducta ejemplar no llegará a convertirse en un acicate práctico
cuando llegue el momento más vulnerable de nuestras existencias.
Pongamos el
caso de un médico, uno de los profesionales, ante los cuales hay que quitarse
el sombrero, ya que han tenido y aún tienen, una larga trayectoria de
sacrificio.
Teniendo en cuenta que se les incrementó el
salario. Reciben un salario mensual aproximado de 1000 pesos cubanos, si se
jubila con 25 años de servicios, tendría una jubilación de 600 pesos cubanos
más o menos. No voy a hablar de los
profesionales, aunque tengan doctorados y maestrías, perciben 500 cup. Esos
tendrían un retiro de 250 o 300 cup. Y aquellos que
hoy trabajan en las empresas mixtas y reciben un salario 800 mensuales. Su
jubilación ascenderá a 400.00 aproximadamente. Jamás recibirán el pago en
divisa por concepto de almuerzo o por el cumplimiento del plan. Estos
incrementos salariales no son tenidos en cuenta para los cálculos de la
jubilación.
Así que si no
sucede un milagro y nuestra sociedad da un giro favorable, nos quedaremos con los
deseos de disfrutar de aquello que en su momento llamamos aporte a la sociedad. Quedándonos con el desconsuelo de que nuestra
participación en cada una de las tareas mencionadas, o convocadas, como se
solía decir, se extravió por algún sitio y no tuvo repercusión alguna ni en
nuestras familias ni en cada uno de nosotros (fíjense que aun hablo desde una
voz colectiva).
Y aun con mayor
desánimo al pensar en el pasado. Imbuida como estaba en mi rol de madre
trabajadora, militante de conducta ejemplar no podía vislumbrar que me perdía
algo jamás recuperaría.
Recuerdo con
tristeza el impacto provocado por mi hija una tarde, ya casi de noche, hora
habitual en que la recogía en el círculo infantil, cuando llegué coincidí con
un padre que cortésmente me dejó pasar antes que él. Se me saltaron las lágrimas
al verla saltando de alegría y cantando: fui la penúltima, fui la penúltima.
Siempre era la
última en irse y la primera en llegar al círculo. No tenía alternativa,
debía desplazarme de Alamar al Vedado.
Cuando pienso
en la infancia de mis hijos, no puedo evitar ese sentimiento de culpa que brota
no solo por mis largas ausencias, por no haber disfrutado a plenitud su
crecimiento, su compañía. También por la promesa incumplida por no haberles
ofrecido ese futuro mejor que siempre les ofrecí.
Si ahora me preocupa el futuro de los cincuentones de hoy, no es solo por la terrible imagen de los ancianos que vemos a diario vendiendo jabas en los Agromercado, caramelitos o caldos de pollos. Hay también desconsuelo, temor al futuro, vergüenza de no haber sido una madre mejor.
Si ahora me preocupa el futuro de los cincuentones de hoy, no es solo por la terrible imagen de los ancianos que vemos a diario vendiendo jabas en los Agromercado, caramelitos o caldos de pollos. Hay también desconsuelo, temor al futuro, vergüenza de no haber sido una madre mejor.