Por Rolando
López del Amo
Sin
una economía eficiente no hay prosperidad social posible. La tarea principal de
Cuba hoy es lograr esa economía eficiente capaz de satisfacer las necesidades
materiales fundamentales de nuestra población en alimento, vestido, vivienda,
transporte, salud, educación, cultura, recreación, descanso, atención a
jubilados y minusválidos, por citar algunas. Y hacerlo con esfuerzo propio,
básicamente.
El
modelo económico que aplicamos a partir del modelo soviético legado por Stalin,
demostró que ese no era el camino. Nuestra ineficiencia en los años previos a
la desaparición de la URSS se encubría con un elevado financiamiento externo
que alcanzó la cifra de 32, 000 millones
de dólares de deuda que sólo ahora, durante la reciente visita del Presidente
Putin a Cuba, fue condonada en un 90%. No contamos las deudas con otros
antiguos países socialistas europeos, con el Club de París, con la R.P. China y
otros.
Nuestro
comercio exterior ha padecido de un balance
desfavorable alto que engrosaba las cifras de nuestra deuda externa. Nuestro
modelo, para decirlo en síntesis, ha resultado insostenible. Sumémosle
las cargas del bloqueo yanqui, pero no justifiquemos nuestra ineficiencia con
el bloqueo, criminal y despiadado como es conocido.
El
país no tiene otra alternativa que reformar su sistema económico, racionalizar
sus gastos, evitar derroches, ahorrar de manera sensata y producir suficientes
bienes y servicios para el consumo interno y para la exportación, incluyendo el
pago de nuestras deudas renegociadas. Y para eso se necesitan objetividad y
decisión. Cuando Lenin reconoció que lo que él llamó “comunismo de guerra”
significaba la muerte de la Revolución de Octubre, planteó y defendió, contra
viento y marea, la Nueva Política Económica. Cuando Deng Xiaoping ratificó el fracaso económico del “gran salto
adelante” primero y de la “gran revolución cultural proletaria” después, planteó
su idea del socialismo de mercado o socialismo con características chinas. Nosotros no tenemos otra alternativa que
modificar nuestro sistema. No podemos pasarnos la viada dependiendo de la
solidaridad externa, llámese URSS y CAME, o China o Venezuela.
No se
trata de ir de regreso al capitalismo, ni aplicar recetas neoliberales, sino de
rescatar ideas marxistas como la de que el socialismo ha de buscar un
equilibrio entre los intereses del individuo y de la sociedad; la de que sin
desarrollo económico no hay socialismo moderno, que no es la comunidad
primitiva; la de que la experiencia de las cooperativas industriales de Owen en
Inglaterra, según Marx, fueron las
únicas capaces de resistir la crisis capitalista en el siglo XIX. Se trata de
entender que la sociedad socialista es todavía una sociedad mercantil, en la
que existe esa mercancía que mide el valor de todas las demás y se cambia por
cualquiera de ellas, el dinero, y que la distribución individual del producto
social, después de garantizar las necesidades de reproducción, etc. se debe hacer según la cantidad y calidad del
trabajo aportado. Aceptar que la planificación no puede ser una camisa de
hierro, sino una aspiración con la necesaria flexibilidad para ser reajustada y
que también el capitalismo emplea la planificación. Entender que la justicia
social a la que aspira el socialismo puede, en el camino hacia el desarrollo
económico, transitar por diversas formas de propiedad y que una propiedad
estatal no es sinónimo de socialismo, si no tiene la participación y el poder
de decisión de los trabajadores en la misma.
Cada
pueblo tiene que encontrar su propia vía, pero tiene que hacerlo en contacto
con el mundo que lo rodea y del que es parte. Cuba necesita hoy financiamiento
interno y externo, incluyendo, en ambos casos, la inversión privada. Nuestro
régimen económico excesivamente centralizado asfixia iniciativas, retarda o
reprime posibilidades diversas, no libera las fuerzas productivas.
El
Estado controla mediante leyes e impuestos y solamente debe poseer y
administrar aquellas empresas excepcionales que constituyen los medios
fundamentales de producción.
Claro
que a esa base económica hay que darle espíritu, inteligencia, sensibilidad, lineamiento
humanista de solidaridad y fraternidad. Y ese es el gran papel de los
dirigentes políticos y de los medios de comunicación de masas, de la familia y
de la escuela, de las organizaciones sociales. Recordar lo que ya descubrió en
su tiempo el griego Aristóteles: el hombre es un ser social. Fuera de la
sociedad nadie es.
Trato
siempre de ir a ese manantial de buen pensamiento cubano que se llamó José
Martí. El sigue siendo nuestro contemporáneo, con la mente en los sueños de hoy
que serán realidades mañana, y con los pies en la tierra para andar por los
caminos posibles.
Adjunto
el final de un artículo que publiqué hace unos días:
Y ¿qué patria es la que defendemos? La que
nuestro José Martí, autor intelectual del asalto al Moncada, como lo llamó
Fidel, nos explicó: “La patria es dicha de todos, y dolor de todos, y cielo
para todos, y no feudo ni capellanía de nadie” (4-239) “Patria es comunidad de
intereses, unidad de tradiciones, unidad de fines, fusión dulcísima y
consoladora de amores y esperanzas” (1-93)
Y para esa patria la política a seguir,
Martí la definía así: “La política, o modo de hacer felices a los pueblos, es
el deber y el interés primero de quien aspira a ser feliz, y entiende que no lo
puede ni merece ser quien no contribuya a la felicidad de los demás” (4-303)
“La política científica no está en aplicar
a un pueblo, siquiera sea con buena voluntad, instituciones nacidas de otros
antecedentes y naturaleza, y desacreditadas por ineficaces donde parecían más
salvadoras; sino en dirigir hacia lo posible el país con sus elementos reales”
(4-248) Y no olvidar que “la única manera de concebir el bien general es
halagar y proteger el trabajo y el interés de cada uno” (6-271)
Por ese camino se defenderá la existencia
de la república martiana, “justa y abierta, una en el territorio, en el
derecho, en el trabajo y en la cordialidad, levantada con todos y para el bien
de todos” (1-272)