Aquí les comparto las
primeras 12 horas vividas por mi hijo (médico, joven de 25 años), recién
llegado de su Servicio Social en el Zapotal – Chiapas-, donde el primer
terremoto de hace unos días, partió su consultorio en ese pueblito por la
mitad. Ya él estaba aquí, en la Capital. No podía imaginarse, ni nadie, que
vendría otro justo en un aniversario más del terremoto del 85.
Lo que sigue
es un correo que les escribió ayer a mis padres, en medio de una noche larga de
guardia. Un abrazo a todos, seguimos en pie.
Rubén Pérez
(hijo de Manuel Pérez Paredes)
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Humanamente devastador
Les escribo rápido pues
ahora estoy en una guardia que está muy complicada, pues la paciente perdió
mucha sangre y bueno, hay que estar al pendiente.
Les escribo primero la
parte humana del asunto:
Jamás pensé ver a un México
(una Ciudad de México) tan unida, tan solidaria, tan conectada. Para ser una
ciudad tan grande es increíble la comunicación no verbal que hay con todos y el
despliegue de ayuda desinteresada de todos. Una energía en el ambiente, una
unión. Desmond Morris algo menciona sobre la facilidad de unir a las
masas cuando hay una catástrofe. En este caso el terremoto. De verdad, después
de esto, me arraigué más a la ciudad. Se nota en la memoria colectiva el suceso
del 85.
Me metí a los lugares con
derrumbes para ofrecer ayuda que en realidad fue poca, pues había miles de
personas en todos lados, muchísimos médicos en guardia, ingenieros,
arquitectos, de todo. Uno de ellos era Alejandro Springall, pues a dos cuadras
de su casa murieron 30 personas entre dos edificios de departamentos.
Coincidimos en el mismo lugar pero nunca lo supe en su momento. Me enteré en la
noche por mi papá, que a su vez lo supo por Bertha. Además no lo conozco personalmente.
Les cuento cómo fue mi
experiencia personal del temblor. Estaba en la sala de espera de mi
consultorio, jugando con el celular dos horas después de que había ocurrido un
mega simulacro en conmemoración al terremoto del 85, que fue un día como hoy.
Sentí la silla vibrar y pensé en un segundo "imposible que sea un temblor,
tembló hace 10 días y es imposible que esté temblando ahora, además, el mismo
día que en el 85, jamás. Seguro está pasando un camión gigante por la calle que
hace vibrar la tierra", así que con ese pensamiento me levanté y fui a la
calle para corroborar mi teoría, pero dos segundos después me caí encima de un
carro estacionado y ahí me di cuenta que estaba temblando. Se escucharon gritos
de mujeres y se vieron caras de pánico. Me adentré en la calle pensando en mi
seguridad y al mirar al cielo vi árboles, postes de luz y carteles que me
podían caer encima, así que me fui debajo de una columna de 2 x 2 metros y ahí
me quedé observando todo.
El temblor se intensificó y
comencé a asustarme. Más me asusté cuando a dos cuadras sonó un estruendo que
parecía un techo de lámina caerse (después me enteré que fue un edifico de 4
pisos) y desde la dirección del sonido ver correr a gente hacia mi, con una
sensación de muerte inminente en los rostros. Una mujer con polvo y sangre en
la cara como si fuera en Siria. Otra mujer desmayándose a mitad de la calle y
yo quieto en mi columna pues no me atrevía a salir a donde me cayera algo en la
cabeza. Se escucharon edificios tronar y haciéndome ver que nosotros los
humanos somos insignificantes y pasajeros.
Terminó el temblor y corrí
hacia la mujer desmayada a mitad de la calle con un carro en frente pitándole y
su hijo angustiado porque su mamá no se movía. Fui a verla y le tomé el pulso.
Cuando hay pulso se puede uno calmar. Pero yo no estaba tan calmado y se me
olvidó hacer lo primero, que es poner a la paciente y a mí en una zona segura y
definitivamente la mitad de la calle no lo era.
Poco a poco me calmé y les
dije "muévanla a la esquina, va a estar bien, confíen en mí, soy
médico" y fui al consultorio por más aparatos y revisé la presión de la
paciente ya una vez que estaba en la esquina de la acera. Estaba recuperándose.
Solo fueron los nervios. Tenía ya una niña con la cara cortada en el consultorio
así que regresé, le curé la herida y me dispuse a revisar quien de la gente que
quiero estaba bien. Mamá bien y papá no contestaba, pero me aliviaba saber que
en el Cinvestav es difícil que algo le hubiera pasado. De todas maneras seguía
algo preocupado.
Decidí irme a casa de mi
mamá y primero pasé por mi casa en la Nápoles para ver posibles daños. Salí
hacia el metrobus pero el sonido de ambulancias y helicópteros por toda la
ciudad me hicieron perder la fe en que podía usar el transporte público. Me
tenía que ir caminando prácticamente de norte a sur de la ciudad y ver 10 km de
problemas. Eso me puso de alguna manera algo feliz, pues podría ayudar en algo.
El trayecto hacia mi casa
de la colonia Nápoles era un zigzag entre escombros de edificios que si bien no
estaban derrumbados totalmente, partes se habían caído. Vidrios por todos lados
y lo más peligroso, las fugas de gas. Trabajo yo al lado de la zona más poblada
laboralmente que es Reforma Centro. Serán más de 200 000 mil personas que de un
minuto a otro, estaban todos en las calles. Los carros no podían pasar y ahí vi
que los motociclistas eran quienes les abrían paso a las ambulancias. Personas
organizaban el tráfico por su cuenta. El metrobus detenido y todos en choque
mental. Caminé mientras miraba qué edificio se podía caer y cual no. Cuando
olía a gas apuraba el paso. Si veía a alguien jodido en la calle me acercaba a
ofrecer ayuda pero la movilización primera fue alta pues ya había paramédicos y
algunos médicos también, así que no necesitaban tanta ayuda. Para ese momento
ya había logrado hablar con mi papá. Seguí caminando, lo cual me costó ampollas
en ambos pies y llegué a mi casa a ver daños (mi cuarto parecía revuelto por
una batidora) el librero estaba en un ángulo de 45 grados recostado en mi cama,
la tele a punto de caerse, pero ninguna pared rajada ni nada peligroso en la
estructura. Limpié la cocina que tenía el piso lleno de vidrios rotos pues todo
se vino abajo. Cerré la llave del gas y abrí el refrigerador sin luz y tomé un litro
de helado de chocolate que me había comprado días antes. Me senté en un sillón
con todo el piso de la sala lleno de papeles que se cayeron y me lo
terminé junto con un litro de agua después de la caminada intensa. Me dirigí a
ver a mi mamá. Honestamente, quería ver una cara familiar para relajarme un
poco pues el impacto de todo me tenía poco relajado.
Llegué con mi mamá, comí,
me relajé y me coordiné con amigos para ir a los lugares con derrumbes a ayudar
en labores de rescate, así que fuimos primero a la zona de Alejandro Springall
(Colonia del Valle, muy cerca del Metro Eugenia, donde mi papá vivió los
primeros dos años a su llegada). Dos edificios derrumbados y montones de
personas ayudando. Un despliegue épico de personas civiles ayudando. Clasifiqué
medicinas y ayudé a completar la lista de desaparecidos. Miré lo que pude y me
fui hacia otro derrumbe cerca donde vi lo mismo.
Lo más impactante es que
cuando algún rescatista levanta la mano como si fuera uno de Los Panteras
Negras, todos lo tenemos que imitar y posteriormente tenemos que callarnos.
Todo ese protocolo, porque sólo en el silencio absoluto se escuchan los gritos
de auxilio de personas entre los escombros. Eso es fuerte. Más fuerte que verlo
en la televisión. He tenido tanto trabajo, que no he tenido tiempo de ver la
TV, pero a ratos veo gente siendo rescatada y me pongo a llorar.
Todo esto ha sido la cara
humana del asunto, pero no puedo dejarlo ahí. El protocolo de rescate y de
manejo de desastres es un desastre en sí mismo. Todo es organización civil y el
Ejército, si bien está presente no hace suficiente. Nadie coordina y todo es
una pesadilla logística. Una imagen que mi papá vio en la TV y que describe
mucho eso es la de un joven sin equipo de protección levantando escombros y al lado
de él, varios bomberos y militares hablando. Todo ha sido con donaciones. ¡¡¡
Pinga !!!, el agua que toman los rescatados es donada. Las putas palas son
donadas por otras personas. Los cascos, las linternas, ¡¡¡ todo !!!. El Estado
está desaparecido, viendo como la gente se organiza, pero eso es ineficiente.
Por más bello que sea ver a todos ayudar, lo más importante es la eficiencia
del rescate y el manejo general del desastre. Un Estado organizado que coordine
todo y que parezca que tenga un plan medianamente bueno es de lo que se carece.
No me paso la ayuda solidaria por lo cojones, pero es triste también, cuando
los que tienen que estar metiendo palas son los militares y los capacitados, no
los héroes anónimos. Un gobierno cínico que lucra con la tragedia. La gente
millonaria pidiendo donaciones en dinero... la Cruz roja vuelta loca con un
tercio de los hospitales con daños. Migración de pacientes de hospital a
hospital por daños estructurales. Caos.
En fin, al final el correo
no fue tan corto como pensaba. Lo he escrito a ratos desde la 1:00 am. Ahora
son las 3:30 am. La paciente está estable y recibiendo sangre. Me espera una
guardia larga.
Un beso, los quiero.
Rubén