Estas son tres opiniones que me llegaron por correo electrónico, a partir del intercambio de ideas que abrió la entrada "Materialmente pobres", de este blog.
Joel Suárez es ingeniero, actualmente coordinador general del Centro Martin Luther King. Héctor Arturo es poeta y periodista. Carlos Luque Zayas Bazán trabaja en la Empresa de Investigaciones y Proyectos Hidráulicos de Camagüey.
Los trabajos aparecen en el orden que los recibí.
srd
Materialmente humildes, sobreabundantes por los dones del espíritu
Por Joel Suárez Rodés
de aquellos tiempos duramente humanos.
aunque la cruda economía ha dado luz a otra verdad.
Silvio
La “pobreza irradiante y sobreabundante por
los dones del espíritu” que une “los espejuelos modestos de
Varela”; “la levita de las oraciones
solemnes de Martí” ; las raídas ropas de negros, mulatos y blancos humildes de los
anónimos insurrectos de nuestras guerras
de independencia; la desgastada Biblia del socialista y pastor metodista Deulofeu; el agua con azúcar prieta, aprieta y dale, de los hogares de Pogolotti, el primer barrio
obrero de La Habana; el lecho sin pan de Tina y Mella; el estómago pegado al
espinazo de los descamisados de las columnas de Camilo y Che hacia occidente; la harina con boniato de mis abuelos de
Aguacate; los parches almidonados de los pantalones pobres pero decentes de la
infancia de mi padre; el caqui y las botas rusas de la Columna Juvenil del
Centenario y las escuelas al campo como única indumentaria para conquistas en
fiestas de Deep Purple, Santana, José Feliciano y Almas Vertiginosas; el papel gaceta
de Ediciones Huracán; las cuerdas de cables de teléfono de Experimentación
Sonora; las tres gracias –arroz, chícharo y huevo-- sobre una bandeja de aluminio
en el comedor de una beca; los guaraches de suelas de goma de camión de Carlos
Téllez, artesano; el tizne de las ollas
a fuerza de leña y luz brillante; el bolero desentonado en las noches de
apagón, la lavadora rusa, el televisor Caribe, el perro sin tripa, la pasta de
oca, los pollitos vivos, el picadillo de gofio, las forever bycicle…. la vivimos las cubanas --sobre todo las
cubanas-- y los cubanos, a lo largo de nuestra historia como angustia apostólica
y virtud sacrificial. Es el testimonio más significativo en los últimos 50 años
de la capacidad de hombres y mujeres de remontar las adversas circunstancias
cotidianas que imponía por un lado la “desigualdad engendrada por el
colonialismo, (…) formas abismales de subdesarrollo y la acción perenne de nuestro
gran enemigo” y por otro, errores y desaciertos por cuenta propia. Y no predico
porque la contracción que pudo significar en nuestras circunstancias la gran
redistribución de pan y de belleza que debe suponer cualquier proyecto emancipador signifique que el
socialismo por ley sea siempre un proyecto carencial. La materialidad de la
felicidad junto con la redistribución del poder, la soberanía popular, el
acceso a la cultura y la información, la libertad, la dignidad de mujeres y hombres y el respeto
a los derechos de la naturaleza deben ser conquistas y derechos a garantizar en las concreciones
de los proyectos de quienes lo intenten ahora y siempre.
Pero en nuestro caso, esa virtud consagrada en
el sacrificio, en el apostolado de la causa revolucionaria, en las esperanzas
de un futuro promisorio y en el chiste irreverente con angustias, desaciertos y
dirigentes, fue posible gracias a que el hecho revolucionario transformó la
vida de las personas y sus relaciones, y la transformación cultural fue tal que
las cubanas y cubanos que borraron el sinsabor de la epopeya frustrada de la
zafra con cerveza en perga de cartón en los famosos carnavales del 70 eran
radicalmente distintos a los que alcanzaron y vitorearon el triunfo del primero
de enero. Pero sobre todas las cosas, porque las botas rusas, el pitusa de caqui
y la melena reprimida estaban llenos de revolución, y con ellos asistimos a fiestas
y conflictos desgarradores, a trabajos voluntarios y enfrentamientos
ideológicos, a victorias celebradas y
mezquindades, a la irrupción de los Van
Van y a los santos en el closet. Silvio, Pablo, Noel y “tantos muchachos hijos
de esta fiesta” ponían la banda sonora mientras fumábamos tupamaros, desembarcábamos en la Patricio
Lumumba, gritábamos libertad pa´ los pescadores, jugábamos a los Comandos del
Silencio. El speddrun, Black Power, Power to the People, free Angela Davis los sentíamos como nuestros, y sobre las mismas
botas y el camuflaje cambiamos las manos del timón de un taxi chevy por el de una rastra en caravana
en la guerra de Angola.
“El futuro se hizo mucho más dilatado en el
tiempo pensable y fue convertido en proyecto”, y sus objetivos retaban a lo
imposible, porque de lo posible se sabía demasiado; esa
“audacia se convirtió en confianza y costumbre” y fue el sustento de
tanta resistencia. La epopeya de la Revolución Cubana era la principal fuente
de producción de sentido de vida de la inmensa mayoría de los cubanos y las cubanas.
Pero a principios de los 70 y en los años subsiguientes le cargaron mataduras
al proyecto y los bolos contaminaron tanta obra del espíritu, la que tanto
había ayudado “a crear firmeza de
convicciones, capacidad de sacrificio, disciplina, entre otras virtudes”; por
el contrario, se censuró la rebeldía, el criterio propio, el pensamiento
crítico y la crítica al pensamiento, lo que provocó, cierto, “extraordinarias
combinaciones de avances muy notables que cambiaron decisivamente al país, y
desviaciones y retrocesos también notables, que hicieron mucho daño y han
dejado hondas huellas”.
Comenzó a alejarse de entre nosotros una
inédita posibilidad cultural (espiritual) para las revoluciones socialistas de
liberación nacional: aquella que tenía
su sustrato en la “pobreza irradiante y sobreabundante por los dones del
espíritu”, aquella en que se subvertía la ética del tener por la ética del ser;
aquella que ayudaba a que la Revolución nuestra fuese un valladar y una alternativa
frente a las lógicas del desarrollo y el
bienestar de la modernidad; aquella que
pudo parir una nueva subjetividad para la otra relación con las cosas, un
consumo modesto y el goce sano que nos
ayudara a administrar personal y socialmente la necesidad y el deseo dentro de límites éticos, estéticos,
espirituales y ecológicos y que la plenitud, la vida digna a que aspirásemos fuese
un testimonio de humildad y de solidaridad
con los otros y las otras.
Es cierto que a partir de 1986 el proceso de
rectificación volvió a poner la mirada en el proyecto nuestro y la mano en el
arado cubano que labra el surco de esta epopeya. Pero el óvulo fecundado de
nuestros hijos e hijas abrió sus ojos cuando la resistencia de sus padres fue
puesta a prueba y, para casi todos, la
vida cotidiana fue duras carencias y proezas por poner un plato en la mesa. La
pobreza y el sacrificio dolían; la virtud y el decoro recibieron golpes
abrumadores y la promesa de la “tierra sin males” perdió asidero en cabezas y
corazones. Pacotilla y consumismo atraparon a no pocos de los que fueron
“saliendo de uno en uno del Período Especial”. Los padres sintieron en el alma la
cercanía del fin del tiempo que fue futuro, con sentimientos muy encontrados que no pocos
llevaban como “la espina de la promesa incumplida”. ¿Y nuestros hijos e hijas, los jóvenes? Esa
factura se la cobran al proyecto, y su relación con el proceso ha sido muy
compleja y diversa. No es desestimable la anomia social.
Si de lo que se trata es, como dice Aurelio, de
reinventar el socialismo, y el
socialismo por sobre todas las cosas es una obra cultural y del espíritu, seriamos
irresponsables si no reconocemos que hoy
son disimiles las motivaciones y los proyectos personales y grupales de muchas
y muchos en esta isla, y que muchos de ellos, por su naturaleza, son un desafío
si queremos recolocar la promesa, el proyecto y sus valores entre las fuentes
de producción de sentido de vida, si queremos fortalecer y garantizar la continuidad del
proyecto socialista. A esta tarea inmensa le son imprescindibles
condiciones materiales dignas para la
reproducción de la vida, entre ellas la dignificación del trabajo y su
retribución, pero en lo que esto sucede
para las mayorías, como antaño, los cubanos y las cubanas tenemos reservas para
ir más allá de las circunstancias. Lo muestran en estos días los habitantes de la
región oriental, brutalmente dañada por el huracán Sandy, y los que nos movemos
en solidaridad con ellos. Fernando afirma que hay más de una solución
posible. Para desplegar en toda su intensidad las soluciones en curso y todas
aquellas que se pudieran emprender, la gente necesita sentirse motivada, y la
mejor manera de lograrlo es cuando uno se siente que forma parte, que lo que se
va a hacer contó con su contribución —y el debate en torno a los lineamientos
fue un buen prólogo— y que mantiene el control y disfruta de sus resultados.
Los cubanos y las
cubanas viviremos, de ahora en adelante, con una buena contribución del
esfuerzo propio, y como ha sido ratificado, pensando con cabeza propia. Así
como se precisa, nos dice Aurelio, de
“mecanismos que hagan innecesarias (o suplementarias al menos) las
exhortaciones” para elevar la producción y la eficiencia y un funcionamiento de
estos que armonice la contribución de
los sectores estatal y no estatal de la economía, es imprescindible que el
pensamiento con cabeza propia de nuestros conciudadanos y conciudadanas encuentre cauces institucionales, hoy
deficitarios, para incrementar su papel, de manera orgánica, en las decisiones
políticas. En un tiempo
en que el liderazgo histórico de la
Revolución no estará más entre nosotros y nosotras, debemos innovar y
fortalecer la soberanía popular. Por un
lado, el poder de los trabajadores en las organizaciones económicas para el ejercicio
del control popular y obrero de la gestión empresarial estatal y privada, su
responsabilidad social y ambiental. Por otro lado, la
participación popular consciente, organizada y crítica en el ejercicio
institucionalizado de la opinión pública y en mecanismos efectivos de control
popular sobre las instituciones, dirigentes y los estamentos burocráticos; y sobre todo, la participación en la planificación y en
la implementación de políticas sociales y
en la rendición de cuentas como mecanismo de seguimiento y evaluación de la
gestión en los territorios. Estas son tareas pendientes para que el socialismo
sea entre nosotros expresión de un poder de la gente al servicio de la gente.
Empeñémonos en arraigar el ideal, la promesa,
el proyecto socialista en los diferentes sectores del pueblo cubano. Solo así podremos
mantener un proyecto de nación independiente,
justa, solidaria y fraterna, próspera para todos y todas, con respeto a la
naturaleza, inclusiva de la diversidad
nacional, que rechace cualquier forma de discriminación, que es el
horizonte que la Revolución, por su raíz popular, situó como deseado y posible.
En sus viajes por los países socialistas e
intentando comprender la crisis que dio al traste con esos regímenes, Frei
Betto habló de hambre de pan y de belleza, y mi padre en su tribuna
parlamentaria y sus sermones dominicales reclamaba que este pueblo merece un refrigerio.
Merecemos un refrigerio de pan y de
belleza. Raúl Castro nos dijo sin tapujos que esta era la última oportunidad: la
última oportunidad para la Revolución cubana de desplegar aquella posibilidad
infinita que no lograron los socialismos históricamente existentes, que
acompaña desde siempre entre nosotros José Martí, de reinventar el proyecto como toda la
felicidad posible para todos y todas, de no dejarnos bloquear por la dificultad
que significa imaginar cómo hacer las cosas más allá de la lógica del mercado y
del dinero y vivir intensamente el imaginario del fin del capitalismo. Otro
modo de ser entre los seres humanos y otro modo de estar con la naturaleza.
Y “bendito sea el paraíso algo infernal que me
parió”.
Noviembre 11 y 2012
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Hermano Silvio:
Acabo de leer tu texto titulado “Materialmente
pobres”, en tu blog “Segunda Cita”. Magnífico. Al igual que magníficos, por
sinceros y valientes, son los comentarios que te hicieron llegar y publicaste
de los compañeros Víctor Casaus, Guillermo Rodríguez Rivera, Aurelio Alonso y
Fernando Martínez Heredia, con quien tuve el honor de compartir la mañana en
que a ambos y a otros nos entregaron la Réplica del Machete del Generalísimo
Máximo Gómez, por nuestros ya largos años haciendo algo por la Revolución y el
futuro, en el terreno de la cultura.
Estoy absolutamente de acuerdo con tus
planteamientos y con los de los ya mencionados intelectuales, y como me encanta
opinar, no puedo menos que hacerte llegar mis criterios. Si los añades a los
tuyos y a los de ellos, me sentiría halagado. De decidir tú lo contrario, al
menos tendré la satisfacción, una vez más, como siempre, de haber escrito o
dicho lo que pienso, siento. Y padezco.
Lamentablemente nos habíamos convertido en
soñadores, mucho más ingenuos que los socialistas utópicos y hasta llegamos a
plantearnos la imposibilidad de edificar el socialismo y el comunismo al
unísono, sin saber lo que eran uno y el otro, y mucho más: sin las condiciones
objetivas y subjetivas para emprender tamaña quimera, loable en sus objetivos,
pero desastrosa en resultados.
No sé quién escribió una vez que los errores
económicos se pagan a largo plazo y bastante caros. Y es esa la realidad que
estamos viviendo ahora, con la salvedad exclusiva en este mundo convulso de que
no vamos a arriar las banderas, ni a colgar los fusiles, ni a convertirnos en
genuflexos de los amos del Planeta, ni a pedir perdón, ni a aceptar recetas
foráneas, ni a vendernos por las cochinas monedas de los Judas que abundan por
doquier. Muchos olvidan una verdad: fuimos hasta 1959 un país prácticamente
ocupado por los yanquis. Y desde esas fecha, y hasta nadie sabe cuándo, somos
el mismo país, ya no ocupado, pero sí asediado, amenazado, calumniado, y lo que
es peor aún: agredido.
Para enfrentar y vencer ese asedio, inventamos
fórmulas económicas y productivas erróneas. Y ahora es que andamos en camino de
enmendarlas, pero en mi criterio, demasiado lentamente. La paradoja es que nos
apresuramos para nuestros disparates, y avanzamos a paso de tortuga para
erradicarlos, tarea harto difícil, porque estos mismos disparates fueron
cambiando mentalidades, estableciendo premisas y creando unas élites
burocráticas e ineficientes, que ahora defienden a capa y espada sus
privilegios y prebendas.
Jamás teníamos que haber “nacionalizado” los
puestos de frita, las guaraperas, las peluquerías y barberías, las fondas de
chinos, los trenes de lavado y los sillones o cajones de limpiabotas. Entrecomillo
“nacionalizado”, que fue el término que se utilizó, para aclarar que era
incierto, pues casi todos esos timbiriches de poca monta y mucha resolución de
problemas cotidianos a la población, eran propiedad de cubanos, salvo algunos
chinos o españoles. Recuerdo que a los
dos o tres días de iniciarse aquella ofensiva revolucionaria, el maestro de
periodistas que fue Guido García Inclán, en uno de sus editoriales por la COCO,
exclamaba a voz en cuello que Fidel no puede administrar ninguna guarapera. A
partir de ahí Liborio se convirtió, de la noche a la mañana, no solo en médico,
transportista, educador y bodeguero de millones de personas de todas las
edades, razas y sexos, sino también pasó a ser fritero, barbero, peluquero,
guarapero y limpiabotas. Y no hay ni ha existido jamás un Estado o Gobierno que
pueda asumir tales funciones, que por demás, no les corresponden.
Ya antes habían entrado en vigor las dos leyes
de Reforma Agraria, que efectivamente, acabaron con el latifundio y las
propiedades extranjeras en la agricultura, enormes en extensión y en su mayoría
improductivas. Pero al subordinarlas a empresas estatales, trabar sus
producciones con el diabólico sistema de acopio, la falta de insumos y aperos,
lejos de resolver los problemas de la alimentación del pueblo, lo que hicimos
fue crear otros. Ningún director de empresa agropecuaria era en verdad dueño de
sus tierras. Devengaba un salario igual si producía 100 quintales que 1000. Y
por supuesto, salvo casos excepcionales, todos producían 100. ¡O menos de 100,
porque Liborio les pagaba igual, para no dejar a nadie desamparado!
Mis tíos fueron albañiles y cuando fui
creciendo conocí que cobraban por contratas, es decir, por lo que edificaban o
construían, y jamás un salario fijo.
Otros muchos trabajadores que conocí,
devengaban sus salarios a destajos: cobraban lo que producían o los servicios
que ofertaban. Inventamos el salario fijo. Y la inmensa mayoría de la población
en edad laboral, fue perdiendo el interés por aumentar la producción y la
productividad. Siempre pienso que si al menos hubiéramos aplicado durante un
semestre la fórmula socialista de “a cada quien según su trabajo”, esos habrían
sido los seis meses más felices y productivos de nuestra Historia.
Ahora estamos en la época del famoso cuento
del majá mordiéndose el rabo: no se le ven la punta ni la cola. Es imperioso
aumentar la producción y la productividad, sobre todo en las esferas de la
alimentación y en la sustitución de importaciones, pero no hay dinero para
aumentar los salarios. Y con discursos, exhortaciones, vallas, carteles y spots
televisivos y radiales jamás vamos a resol ver dicha esencial contradicción.
No soy economista. Pero sí soy un cubano que
anda en la calle, escucha a los demás. Y pienso y hablo. Y en las asambleas de
todo tipo se ha puesto de moda la frase hermosa de “sentido de pertenencia”,
cuando la realidad concreta es que nadie siente que pertenezca a su fábrica,
porque la fábrica, en definitiva, no es de él ni del colectivo laboral que la
hace funcionar.
Al director, administrador o gerente, lo traen
de afuera, en una desacertada política de cuadros, cuando lo más sencillo,
práctico, y hasta político-ideológico sería que ese colectivo obrero eligiera a
sus dirigentes, democráticamente, de sus propias filas, pues en todos los
centros laborales hay Partido, Sindicato y otras organizaciones sociales y de
masas, y la democracia participativa nuestra ha dado muestras más que
fehacientes de que es, sino la mejor, una de las mejores del mundo, por su
limpieza, honestidad y aciertos. Pero ese mismo colectivo obrero, en la inmensa
mayoría, no puede disfrutar de las ganancias que produce, porque hay leyes que
se lo impiden. Es decir, no pueden adquirir un tornillo para una máquina
defectuosa y deben esperar por el empedrado camino de la burocracia que es peor
que el del infierno, y menos recibir parte de las ganancias que han elaborado,
salvo en contadas excepciones.
Hace unos días, en Tribuna de La Habana,
apareció una fotografía de la entrada de la Antillana de Acero, por cierto, en
la página donde se critica a los centros en los cuales se encuentran focos de
aedes aegypti. Pues bien, al letrero de la entrada, al parecer elaborado con
mezcla y alambrón, le faltan las E de las palabras “de” y “acero”.
Allí hay comités del PCC y sindicales, núcleos
del Partido y secciones sindicales, comités de la UJC, y hasta realizan
anualmente un magnífico torneo de béisbol, previo al inicio de las Series
Nacionales. ¿Y Antillana de Acero no dispone de recursos para arreglar ese
letrero que está a las puertas de su fábrica? ¿O es que allí nadie tiene
sentido de pertenencia, y le importa poco al colectivo laboral si hay dos
letras que faltan en su portón de entrada y focos de mosquitos?
Reinventamos el trabajo por cuenta propia, y
como le tememos a las individualidades de las cuales se conforman todas las
sociedades, le llamamos “trabajo no estatal” o algo parecido. Y le seguimos
poniendo trabas: los locales arrendados para gastronomía serán aquellos en que
laboren hasta cinco personas. ¿Y por qué no 100 o 300? De todas formas, hay que
pagar impuestos, alquiler, electricidad, agua, teléfono y todo lo demás.
¿Por qué un restaurante particular o “paladar”
tiene que tener solamente tantas mesas y sillas? Siempre y cuando cumpla con
todos los requerimientos laborales, higiénico-sanitarios, tributarios y otros
establecidos, que tenga el tamaño que tenga. Y no hay que temerle al resurgir
del capitalismo ni a la propiedad privada, porque nuestro Estado revolucionario
va a seguir al frente de la Nación, siempre y cuando, como alertó el Comandante
en Jefe, no lo destruyamos nosotros mismos.
Como dice el añejo refrán: no podemos comprar
pescado y cogerle miedo a los ojos. Y si acaso nos volvemos a equivocar, eso no
es nada nuevo para nosotros: volvemos a rectificar y punto. Pero peor es la
inercia y la falta de valor.
Me quedan otros aspectos, entre ellos el de
nuestros deportistas, al cual quizás me refiera en otro comentario. Estas, por
ahora, son mis ideas, dichas así, crudamente, pues siempre me ha gustado llamar
al pan, pan, y al vino, vino, y no creo que vaya a cambiar después de viejo.
Un abrazo grande como siempre,
Héctor Arturo.
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Estimado Silvio:
Soy uno de los
muchos seguidores de su obra poética y de su actitud cívica, y lector
esporádico de su blog, aunque nunca he participado en los comentarios. Motivado
por los últimos post que he conocido vía el boletín de Cubadebate, donde en mi
opinión de una manera efectiva y valiente se abordan con espíritu polémico pero
constructivo diversos aspectos de nuestra problemática nacional, le remito el
texto que sigue a continuación para que Ud. considere o no su publicación. Es
una manera de hacer un pequeño aporte al intercambio de ideas. No lo remito a
su blog pues no tengo por ahora posibilidad de acceder a Internet en la empresa
donde trabajo por reparaciones en los servidores. Queda de Ud. con todo respeto
y admiración.
Carlos Luque Zayas
Bazán
¿Será siempre
cierto que el hombre piensa como vive?
La cuestión
crucial de nuestro tiempo –del escenario socioeconómico cubano de ahora mismo–
es cómo llevar a buen puerto los cambios necesarios en medio del torbellino
impune y genocida con que los ricos azotan a su antojo varias coordenadas del planeta,
con entera conciencia –hoy más lúcida que nunca– de que algunos países de
nuestra región, señaladamente Venezuela y Cuba, están entre los próximos
objetivos de su arremetida guerrerista. Así, nos vemos obligados a avanzar por
un estrecho desfiladero que, cual el Escila y el Caribdis del cuento mítico,
por una ribera nos amenazan con debilitarnos nuestras propias manquedades, –y
el imperativo de recrear constantemente el proyecto socialista con un mínimo de
errores–, y por la otra, el ojo vigilante de la fiera que no perdonará el más
nimio descuido para asestar su zarpazo, al estilo “inteligente” de los tiempos
que corren.
Porque si bien es
cierto que la vieja sabiduría de la plaza sitiada aconseja precaución y ritmo
cuidadoso, el cambio demasiado cauteloso puede virarse contra nuestros
objetivos, haciendo trabajar el tiempo a favor de los que internamente se
resisten a oír la voz mayoritaria que emana del mismo centro político del
gobierno, vale decir, por ejemplo, la burocracia entronizada en sus
privilegios, o las mentalidades que ya no pueden responder al llamado de la
transformación. Por añadidura, allí donde se frene el riesgo y la arremetida
necesarios para lograrlos cambios, también encontrará el enemigo elementos a su
favor, o dicho de otro modo: precipitar las cosas pueden favorecerlos, y
ralentizarlas, también.
La única
respuesta capaz de deshacer el nudo gordiano de esta encrucijada es que ahora
más que nunca es necesaria la revolución. Si aquel puñado de hombres del 53 se
detenía, sólo por un segundo, a pensar en la locura temeraria que podía parecer
atacar una fortaleza de la tiranía con unos pocos fusiles, la acción del
Moncada nunca hubiera ocurrido. Ahora, en cambio, nos parecería que el enemigo
aprendió demasiado bien de la época de las revoluciones guerrilleras; que hasta
el último entramado de los organismos políticos y financieros internacionales
de explotación se mueven por los hilos de que ellos tiran con total desparpajo,
a saber, la organización de las naciones, que hace de títere de las
oligarquías; que el armamento de destrucciones cada vez más poderoso e impune
en su cobardía teledirigida; que no existe un bloque opuesto que disuada con un
poder de destrucción similar al cinismo y la mentira. Todo ello es cierto, pero
detenerse es morir con más rapidez.
Nadie tiene a
mano las respuestas infalibles, pero, como en otros muchos casos, se puede
vislumbrar con más claridad qué es lo que no debemos hacer.
1) No descuidar
jamás la defensa. Apenas vislumbren algún signo de debilidad, nos caerán
encima. No es una imagen literaria, está reconocido por brillantes pensadores
contemporáneos: ellos atacan a los débiles, como hacen algunas fieras de las
selvas.
2) No descuidar
jamás la fortaleza de la espina dorsal política de nuestro proyecto socialista,
que se puede enunciar con la sencilla frase del Che: al enemigo, ni tantico
así. Somos antiimperialistas, que es lo mismo que anticapitalistas, que es lo
mismo que anticolonialistas, que es lo mismo que internacionalistas. Ninguna
veleidad será perdonada, ningún giro vacilante será inadvertido. Los ejemplos
del mundo de hoy ya sobran.
3) No desoír
jamás la voz del pueblo. Eso sería suicida. Pero teniendo en cuenta que el de
hoy es un pueblo mucho más heterogéneo que el del 59 y que la mayoría ya ha
nacido después de los tiempos heroicos de la Revolución. Que nos hemos forjado
en un espíritu de resistencia pero que, a la vez, hay signos evidentes de
cansancio y confusión en algunos ciudadanos, exceptuando a los traidores y
asalariados de siempre de esta consideración, porque ese es y será unos de los
objetivos del largo bloqueo que hemos sufrido hasta hoy: mellar la heroicidad y
la unidad, sembrándonos en el imaginario la ilusión de que una vida material
más próspera es posible bajo otro régimen que el socialista.
Pero el cansancio
puede sacudirse con participación, el burocratismo, con control. Control de
parte de los que no están en el poder. No podemos desoír ya jamás una vieja
enseñanza: el hombre que recibe y acepta privilegios, tarde o temprano se
acomoda y prostituye: se transmuta en un contrarrevolucionario, más efectivo
aún que el capitalista, para desarmar y desalmar a las revoluciones. Esa fue la
razón –y una decencia intrínseca en su base– por la que el Che rechazó un día
ciertos distintos manjares que aparecieron sobre su mesa familiar en virtud de
una tarjeta de racionamiento que no era la común de todos: ordenó devolverla.
Hasta que no logremos que ese gesto sea nuevamente la ética de todo el que
tenga una responsabilidad estatal, no seremos capaces de construir lo que
anhelamos. No pueden pedirse peras al olmo. No puede pedirse que hagamos una
cosa y veamos lo contrario. No se trata de aspirar a ser un pueblo de ascetas,
ni mortificarnos la carne con laceraciones de pobreza. Todo lo contrario. Pero mientras los panes y los peces no puedan
estar a la mesa de todos, no debemos hablar de socialismo. Eso es lo que
significa desoír al pueblo.
4) Sin embargo,
no podemos ser igualitaristas. Cómo resolver esta aparente contradicción?
Para ayudar a
esta reflexión colectiva, me remito a Julio César Guanche, parafraseando ideas
suyas expuestas en “Alrededor de la celebración del VI Congreso del Partido.
Una pasión política.”
El igualitarismo
no es la corrupción de la igualdad. No es lo que debemos evitar. La corrupción
de la igualdad es la desigualdad: eso es lo que debemos evitar. La corrupción
del igualitarismo es la uniformidad, porque significa la restricción de la
diversidad. Porque si la Revolución nos ha garantizado una elevada cuota de
iguales oportunidades para acceder al conocimiento, a la cultura, a la salud, y
por lo tanto, al crecimiento individual, hay que evitar “dar a todos lo mismo”
sin velar cuidadosamente cuánto aporta cada cual a la causa económica común.
Eso, en cuanto a la redistribución de la riqueza creada.
5) Debemos ser
capaces de destronar a la burocracia política. Declararnos otra vez impotentes
de hacerlo es admitir nuestra derrota.
En cuanto a lo
político, para luchar con éxito contra el burocratismo, para evitar que el
gobierno de todos y para todos se convierta imperceptiblemente en el gobierno
efectivo de unos pocos sobre la mayoría, a través del argumento de la
representación elegida, hay que garantizar el gobierno de la contraparte a
través de instrumentos de control popular, elegibles y rotatorios, con marco
jurídico y posibilidad política de realizarse, de manera tal que los mismos que
ejercen el poder no sean los mismos que fiscalizan y juzgan los resultados y
las consecuencias de los actos de gobierno.
En política, “el
trato igualitario es condición del pluralismo.” Pluralismo en Cuba no debe
entenderse como existencia de varios partidos, sino cuando, en otra
circunstancia histórica muy distinta que no se avizora todavía, eso se juzgase
necesario. Pluralismo es evitar el monótono y letal predominio incontestable de
la opinión de unos pocos, las decisiones opacas al conocimiento de las
mayorías, la falta de transparencia de las decisiones a los ojos de los que no
ejercen, de modo efectivo, ningún poder real, sino a través de una
representación. Que todo acto burócrata sea sometido a vigilancia e impugnación
popular, que exista la posibilidad de discutir y debatir ideas distintas de
resolver un problema o encaminar una solución. En fin, que cada ciudadano haga
valer en el parlamento su cuota de poder. Y en resumen: hacer más dependiente
el ejercicio del poder estatal de las demandas y el control de la ciudadanía.
Eso, en buen romance, significa que deben existir mecanismos de control
jurídicos para permitir que se vaya mucho más allá del slogan y la declaratoria
de deseos, para hacer tambalear de modo efectivo y real la impunidad cuando las
decisiones y los actos de gobierno comienzan a velar más por los intereses
particulares que por los sociales, cuando la falta de acometividad, creatividad
y talento entorpece el avance, cuando el acomodamiento engendra el amiguismo y
la corrupción.
6) A la imagen
cultural que hoy predomina en el mundo como la única posible o la más
apetecible, es decir, a la capitalista, hay que oponer, construyéndola con
efectividad, una cultura otra donde el SER no se diluya en el TENER, donde
VIVIR no se confunda con CONSUMIR, donde VALER no se reduzca a COMPRAR. Si eso
fuera fácil ya se hubiera construido una gran parte del socialismo. En la frase
del Che: “El desarrollo económico sin la desalienación del hombre no nos
interesa”. Es la tarea más difícil que
tenemos por delante, porque el capital parece tenerlo todo para imponer su
visión del mundo: los dineros y los medios de comunicación, la mentirosa
promesa de que todos pueden gozar del confort que muestran sus vitrinas y la
persistente invitación a sentarse en las cómodas sillas de la satisfacción de
los más bajos apetitos. Una ola de indignación recorre hoy el mundo: pero
muchas de sus más hondas motivaciones sigue siendo la pérdida del bienestar de
que gozaban a costa de la explotación de los pueblos de la periferia mundial.
El capital parece tenerlo todo, menos que un mayoritario por ciento de la
población. Somos mayoría, pero aún debemos encontrar el camino efectivo de
destronarlos.
7) Hacer lo que
debemos hacer, declararnos siempre insatisfechos, pero vigilar con el otro ojo
al enemigo. Sobre todo al enemigo interno, pero no ese que se sitúa claramente
en la otra ribera, sino el que aparentemente a nuestro lado, simula mientras
medra.
Y permítaseme una
tonta utopía, que, al fin y al cabo, tantas se han escrito sin permiso. Este
será siempre un ejercicio difícil, mientras no se elija al que gobierna y a su
contestatario. Debieran existir dos parlamentos, coexistiendo en la misma sala:
mientras uno debate, propone, legisla y
gobierna, el otro le contradice y revisa, con el único compromiso de ser
juzgado por la mayoría que escucha y valora. O dividir el parlamento elegido en
dos sesiones intercambiables en esos papeles. Y hacer que sus miembros sean
sometidos más frecuentemente a la discusión popular, de manera que no creen
compromisos de bombos mutuos. Todo eso se podría lograr sin menoscabar el poder
de los elegidos y fortaleciendo el poder de los electores.
Carlos Luque
Zayas Bazán