miércoles, 28 de noviembre de 2012

Gaza


Eduardo Galeano

Para justificarse, el terrorismo de Estado fabrica terroristas: siembra odio y cosecha coartadas. Todo indica que esta carnicería de Gaza, que según sus autores quiere acabar con los terroristas, logrará multiplicarlos.

Desde 1948, los palestinos viven condenados a humillación perpetua. No pueden ni respirar sin permiso. Han perdido su patria, sus tierras, su agua, su libertad, su todo. Ni siquiera tienen derecho a elegir sus gobernantes. Cuando votan a quien no deben votar, son castigados. Gaza está siendo castigada. Se convirtió en una ratonera sin salida, desde que Hamas ganó limpiamente las elecciones en el año 2006. Algo parecido había ocurrido en 1932, cuando el Partido Comunista triunfó en las elecciones de El Salvador. Bañados en sangre, los salvadoreños expiaron su mala conducta y desde entonces vivieron sometidos a dictaduras militares. La democracia es un lujo que no todos merecen.
Son hijos de la impotencia los cohetes caseros que los militantes de Hamas, acorralados en Gaza, disparan con chambona puntería sobre las tierras que habían sido palestinas y que la ocupación israelí usurpó. Y la desesperación, a la orilla de la locura suicida, es la madre de las bravatas que niegan el derecho a la existencia de Israel, gritos sin ninguna eficacia, mientras la muy eficaz guerra de exterminio está negando, desde hace años, el derecho a la existencia de Palestina. Ya poca Palestina queda. Paso a paso, Israel la está borrando del mapa.
Los colonos invaden, y tras ellos los soldados van corrigiendo la frontera. Las balas sacralizan el despojo, en legítima defensa. No hay guerra agresiva que no diga ser guerra defensiva. Hitler invadió Polonia para evitar que Polonia invadiera Alemania. Bush invadió Irak para evitar que Irak invadiera el mundo. En cada una de sus guerras defensivas, Israel se ha tragado otro pedazo de Palestina, y los almuerzos siguen. La devoración se justifica por los títulos de propiedad que la Biblia otorgó, por los dos mil años de persecución que el pueblo judío sufrió, y por el pánico que generan los palestinos al acecho.
Israel es el país que jamás cumple las recomendaciones ni las resoluciones de las Naciones Unidas, el que nunca acata las sentencias de los tribunales internacionales, el que se burla de las leyes internacionales, y es también el único país que ha legalizado la tortura de prisioneros. ¿Quién le regaló el derecho de negar todos los derechos? ¿De dónde viene la impunidad con que Israel está ejecutando la matanza de Gaza? El gobierno español no hubiera podido bombardear impunemente al País Vasco para acabar con ETA, ni el gobierno británico hubiera podido arrasar Irlanda para liquidar a IRA. ¿Acaso la tragedia del Holocausto implica una póliza de eterna impunidad? ¿O esa luz verde proviene de la potencia mandamás que tiene en Israel al más incondicional de sus vasallos?
El ejército israelí, el más moderno y sofisticado del mundo, sabe a quién mata. No mata por error. Mata por horror. Las víctimas civiles se llaman daños colaterales, según el diccionario de otras guerras imperiales. En Gaza, de cada diez daños colaterales, tres son niños. Y suman miles los mutilados, víctimas de la tecnología del descuartizamiento humano, que la industria militar está ensayando exitosamente en esta operación de limpieza étnica.
Y como siempre, siempre lo mismo: en Gaza, cien a uno. Por cada cien palestinos muertos, un israelí.
Gente peligrosa, advierte el otro bombardeo, a cargo de los medios masivos de manipulación, que nos invitan a creer que una vida israelí vale tanto como cien vidas palestinas. Y esos medios también nos invitan a creer que son humanitarias las doscientas bombas atómicas de Israel, y que una potencia nuclear llamada Irán fue la que aniquiló Hiroshima y Nagasaki.
La llamada comunidad internacional, ¿existe?
¿Es algo más que un club de mercaderes, banqueros y guerreros? ¿Es algo más que el nombre artístico que los Estados Unidos se ponen cuando hacen teatro?
Ante la tragedia de Gaza, la hipocresía mundial se luce una vez más. Como siempre, la indiferencia, los discursos vacíos, las declaraciones huecas, las declamaciones altisonantes, las posturas ambiguas, rinden tributo a la sagrada impunidad.
Ante la tragedia de Gaza, los países árabes se lavan las manos. Como siempre. Y como siempre, los países europeos se frotan las manos.
La vieja Europa, tan capaz de belleza y de perversidad, derrama alguna que otra lágrima mientras secretamente celebra esta jugada maestra. Porque la cacería de judíos fue siempre una costumbre europea, pero desde hace medio siglo esa deuda histórica está siendo cobrada a los palestinos, que también son semitas y que nunca fueron, ni son, antisemitas. Ellos están pagando, en sangre contante y sonante, una cuenta ajena.

Tomado de "La Jornada": http://www.jornada.unam.mx/2012/11/28/opinion/034a1mun

sábado, 24 de noviembre de 2012

cono sur

Luna Park, viernes 23 de noviembre

Con Abdulwadud y su familia, en una calle de Santa Fé, 26 de noviembre



Con José Mujica, Montevideo, 28 de noviembre


Con Isabel Parra y Gastón Barril y su familia, Santiago de Chile, 7 de diciembre

domingo, 18 de noviembre de 2012

Resonancias


Estas son tres opiniones que me llegaron por correo electrónico, a partir del intercambio de ideas que abrió la entrada "Materialmente pobres", de este blog. 
Joel Suárez es ingeniero, actualmente coordinador general del Centro Martin Luther King. Héctor Arturo es poeta y periodista. Carlos Luque Zayas Bazán trabaja en la Empresa de Investigaciones y Proyectos Hidráulicos de Camagüey.
Los trabajos aparecen en el orden que los recibí.
srd


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Materialmente humildes, sobreabundantes por  los dones del espíritu

Por Joel Suárez Rodés

de aquellos tiempos duramente humanos.
aunque la cruda economía ha dado luz a otra verdad.
Silvio

La “pobreza irradiante y sobreabundante por los dones del espíritu”   que une “los espejuelos modestos de Varela”;  “la levita de las oraciones solemnes de Martí” ; las raídas ropas de negros, mulatos y blancos humildes de los anónimos insurrectos  de nuestras guerras de independencia; la desgastada Biblia del socialista y pastor metodista Deulofeu;  el agua con azúcar prieta, aprieta y dale,  de los hogares de Pogolotti, el primer barrio obrero de La Habana; el lecho sin pan de Tina y Mella; el estómago pegado al espinazo de los descamisados de las columnas de Camilo y Che  hacia occidente;   la harina con boniato de mis abuelos de Aguacate; los parches almidonados de los pantalones pobres pero decentes de la infancia de mi padre; el caqui y las botas rusas de la Columna Juvenil del Centenario y las escuelas al campo como única indumentaria para conquistas en fiestas de Deep Purple, Santana, José Feliciano y Almas Vertiginosas; el papel gaceta de Ediciones Huracán; las cuerdas de cables de teléfono de Experimentación Sonora; las tres gracias –arroz, chícharo y huevo-- sobre una bandeja de aluminio en el comedor de una beca; los guaraches de suelas de goma de camión de Carlos Téllez, artesano;  el tizne de las ollas a fuerza de leña y luz brillante; el bolero desentonado en las noches de apagón, la lavadora rusa, el televisor Caribe, el perro sin tripa, la pasta de oca, los pollitos vivos, el picadillo de gofio, las forever bycicle….  la vivimos las cubanas --sobre todo las cubanas-- y los cubanos, a lo largo de nuestra historia como angustia apostólica y virtud sacrificial. Es el testimonio más significativo en los últimos 50 años de la capacidad de hombres y mujeres de remontar las adversas circunstancias cotidianas que imponía por un lado la “desigualdad engendrada por el colonialismo, (…) formas abismales de subdesarrollo y la acción perenne de nuestro gran enemigo” y por otro, errores y desaciertos por cuenta propia. Y no predico porque la contracción que pudo significar en nuestras circunstancias la gran redistribución de pan y de belleza que debe suponer cualquier  proyecto emancipador signifique que el socialismo por ley sea siempre un proyecto carencial. La materialidad de la felicidad junto con la redistribución del poder, la soberanía popular, el acceso a la cultura y la información, la libertad,  la dignidad de mujeres y hombres y el respeto a los derechos de la naturaleza deben ser conquistas  y derechos a garantizar en las concreciones de los proyectos de quienes lo intenten ahora y siempre.

Pero en nuestro caso, esa virtud consagrada en el sacrificio, en el apostolado de la causa revolucionaria, en las esperanzas de un futuro promisorio y en el chiste irreverente con angustias, desaciertos y dirigentes, fue posible gracias a que el hecho revolucionario transformó la vida de las personas y sus relaciones, y la transformación cultural fue tal que las cubanas y cubanos que borraron el sinsabor de la epopeya frustrada de la zafra con cerveza en perga de cartón en los famosos carnavales del 70 eran radicalmente distintos a los que alcanzaron y vitorearon el triunfo del primero de enero. Pero sobre todas las cosas, porque las botas rusas, el pitusa de caqui y la melena reprimida estaban llenos de revolución, y con ellos asistimos a fiestas y conflictos desgarradores, a trabajos voluntarios y enfrentamientos ideológicos,  a victorias celebradas y mezquindades,  a la irrupción de los Van Van y a los santos en el closet. Silvio, Pablo, Noel y “tantos muchachos hijos de esta fiesta” ponían la banda sonora mientras  fumábamos tupamaros, desembarcábamos en la Patricio Lumumba, gritábamos libertad pa´ los pescadores, jugábamos a los Comandos del Silencio. El speddrun, Black Power, Power to the People, free Angela Davis los sentíamos como nuestros, y sobre las mismas botas y el camuflaje cambiamos las manos del timón de un taxi chevy por el de una rastra en caravana en la guerra de Angola.

“El futuro se hizo mucho más dilatado en el tiempo pensable y fue convertido en proyecto”, y sus objetivos retaban a lo imposible, porque de lo posible se sabía demasiado;  esa  “audacia se convirtió en confianza y costumbre” y fue el sustento de tanta resistencia. La epopeya de la Revolución Cubana era la principal fuente de producción de sentido de vida de la inmensa mayoría de los cubanos y las cubanas. Pero a principios de los 70 y en los años subsiguientes le cargaron mataduras al proyecto y los bolos contaminaron tanta obra del espíritu, la que tanto había ayudado  “a crear firmeza de convicciones, capacidad de sacrificio, disciplina, entre otras virtudes”; por el contrario, se censuró la rebeldía, el criterio propio, el pensamiento crítico y la crítica al pensamiento, lo que provocó, cierto, “extraordinarias combinaciones de avances muy notables que cambiaron decisivamente al país, y desviaciones y retrocesos también notables, que hicieron mucho daño y han dejado hondas huellas”.
Comenzó a alejarse de entre nosotros una inédita posibilidad cultural (espiritual) para las revoluciones socialistas de liberación nacional:  aquella que tenía su sustrato en la “pobreza irradiante y sobreabundante por los dones del espíritu”, aquella en que se subvertía la ética del tener por la ética del ser; aquella que ayudaba a que la Revolución nuestra fuese un valladar y una alternativa frente a  las lógicas del desarrollo y el bienestar de la modernidad;  aquella que pudo  parir una nueva subjetividad  para la otra relación con las cosas, un consumo modesto y el goce sano  que nos ayudara a administrar personal y socialmente la  necesidad y el deseo  dentro de límites éticos, estéticos, espirituales y ecológicos y que la plenitud, la vida digna a que aspirásemos fuese un testimonio de humildad  y de solidaridad con los otros y las otras.

Es cierto que a partir de 1986 el proceso de rectificación volvió a poner la mirada en el proyecto nuestro y la mano en el arado cubano que labra el surco de esta epopeya. Pero el óvulo fecundado de nuestros hijos e hijas abrió sus ojos cuando la resistencia de sus padres fue puesta a prueba y, para casi todos,  la vida cotidiana fue duras carencias y proezas por poner un plato en la mesa. La pobreza y el sacrificio dolían; la virtud y el decoro recibieron golpes abrumadores y la promesa de la “tierra sin males” perdió asidero en cabezas y corazones. Pacotilla y consumismo atraparon a no pocos de los que fueron “saliendo de uno en uno del Período Especial”. Los padres sintieron en el alma la cercanía del fin del tiempo que fue futuro,  con sentimientos muy encontrados que no pocos llevaban como “la espina de la promesa incumplida”.  ¿Y nuestros hijos e hijas, los jóvenes? Esa factura se la cobran al proyecto, y su relación con el proceso ha sido muy compleja y diversa. No es desestimable la anomia social.
Si de lo que se trata es, como dice Aurelio, de  reinventar el socialismo, y el socialismo por sobre todas las cosas es una obra cultural y del espíritu, seriamos irresponsables si no reconocemos  que hoy son disimiles las motivaciones y los proyectos personales y grupales de muchas y muchos en esta isla, y que muchos de ellos, por su naturaleza, son un desafío si queremos recolocar la promesa, el proyecto y sus valores entre las fuentes de producción de sentido de vida, si queremos fortalecer y garantizar la continuidad del proyecto socialista. A esta tarea inmensa le son imprescindibles  condiciones materiales dignas para la reproducción de la vida, entre ellas la dignificación del trabajo y su retribución,  pero en lo que esto sucede para las mayorías, como antaño, los cubanos y las cubanas tenemos reservas para ir más allá de las circunstancias. Lo muestran en estos días los habitantes de la región oriental, brutalmente dañada por el huracán Sandy, y los que nos movemos en solidaridad con ellos.   Fernando afirma que hay más de una solución posible. Para desplegar en toda su intensidad las soluciones en curso y todas aquellas que se pudieran emprender, la gente necesita sentirse motivada, y la mejor manera de lograrlo es cuando uno se siente que forma parte, que lo que se va a hacer contó con su contribución —y el debate en torno a los lineamientos fue un buen prólogo— y que mantiene el control y disfruta de sus resultados.
Los cubanos y las cubanas viviremos, de ahora en adelante, con una buena contribución del esfuerzo propio, y como ha sido ratificado, pensando con cabeza propia. Así como se precisa, nos dice Aurelio,  de “mecanismos que hagan innecesarias (o suplementarias al menos) las exhortaciones” para elevar la producción y la eficiencia y un funcionamiento de estos  que armonice la contribución de los sectores estatal y no estatal de la economía, es imprescindible que el pensamiento con cabeza propia de nuestros conciudadanos y conciudadanas  encuentre cauces institucionales, hoy deficitarios, para incrementar su papel,  de manera orgánica, en las decisiones políticas. En un tiempo en que  el liderazgo histórico de la Revolución no estará más entre nosotros y nosotras, debemos innovar y fortalecer  la soberanía popular. Por un lado, el poder de los trabajadores en las organizaciones económicas para el ejercicio del control popular y obrero de la gestión empresarial estatal y privada, su responsabilidad social y ambiental. Por otro lado, la participación popular consciente, organizada y crítica en el ejercicio institucionalizado de la opinión pública y en mecanismos efectivos de control popular sobre las instituciones, dirigentes  y los estamentos burocráticos;  y sobre todo, la participación en la planificación y en la implementación  de políticas sociales y en la rendición de cuentas como mecanismo de seguimiento y evaluación de la gestión en los territorios. Estas son tareas pendientes para que el socialismo sea entre nosotros expresión de un poder de la gente al servicio de la gente.

Empeñémonos en arraigar el ideal, la promesa, el proyecto socialista en los diferentes sectores del pueblo cubano. Solo así podremos mantener  un proyecto de nación independiente, justa, solidaria y fraterna, próspera para todos y todas, con respeto a la naturaleza, inclusiva de la diversidad  nacional, que rechace cualquier forma de discriminación, que es el horizonte que la Revolución, por su raíz popular,  situó como deseado y posible.

En sus viajes por los países socialistas e intentando comprender la crisis que dio al traste con esos regímenes, Frei Betto habló de hambre de pan y de belleza, y mi padre en su tribuna parlamentaria y sus sermones dominicales reclamaba que este pueblo merece un refrigerio. Merecemos  un refrigerio de pan y de belleza. Raúl Castro nos dijo sin tapujos que esta era la última oportunidad: la última oportunidad para la Revolución cubana de desplegar aquella posibilidad infinita que no lograron los socialismos históricamente existentes, que acompaña desde siempre entre nosotros José Martí,  de reinventar el proyecto como toda la felicidad posible para todos y todas, de no dejarnos bloquear por la dificultad que significa imaginar cómo hacer las cosas más allá de la lógica del mercado y del dinero y vivir intensamente el imaginario del fin del capitalismo. Otro modo de ser entre los seres humanos y otro modo de estar con la naturaleza. 

Y “bendito sea el paraíso algo infernal que me parió”.

Noviembre 11 y 2012


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Hermano Silvio:

Acabo de leer tu texto titulado “Materialmente pobres”, en tu blog “Segunda Cita”. Magnífico. Al igual que magníficos, por sinceros y valientes, son los comentarios que te hicieron llegar y publicaste de los compañeros Víctor Casaus, Guillermo Rodríguez Rivera, Aurelio Alonso y Fernando Martínez Heredia, con quien tuve el honor de compartir la mañana en que a ambos y a otros nos entregaron la Réplica del Machete del Generalísimo Máximo Gómez, por nuestros ya largos años haciendo algo por la Revolución y el futuro, en el terreno de la cultura.

Estoy absolutamente de acuerdo con tus planteamientos y con los de los ya mencionados intelectuales, y como me encanta opinar, no puedo menos que hacerte llegar mis criterios. Si los añades a los tuyos y a los de ellos, me sentiría halagado. De decidir tú lo contrario, al menos tendré la satisfacción, una vez más, como siempre, de haber escrito o dicho lo que pienso, siento. Y padezco.

Lamentablemente nos habíamos convertido en soñadores, mucho más ingenuos que los socialistas utópicos y hasta llegamos a plantearnos la imposibilidad de edificar el socialismo y el comunismo al unísono, sin saber lo que eran uno y el otro, y mucho más: sin las condiciones objetivas y subjetivas para emprender tamaña quimera, loable en sus objetivos, pero desastrosa en resultados.

No sé quién escribió una vez que los errores económicos se pagan a largo plazo y bastante caros. Y es esa la realidad que estamos viviendo ahora, con la salvedad exclusiva en este mundo convulso de que no vamos a arriar las banderas, ni a colgar los fusiles, ni a convertirnos en genuflexos de los amos del Planeta, ni a pedir perdón, ni a aceptar recetas foráneas, ni a vendernos por las cochinas monedas de los Judas que abundan por doquier. Muchos olvidan una verdad: fuimos hasta 1959 un país prácticamente ocupado por los yanquis. Y desde esas fecha, y hasta nadie sabe cuándo, somos el mismo país, ya no ocupado, pero sí asediado, amenazado, calumniado, y lo que es peor aún: agredido.

Para enfrentar y vencer ese asedio, inventamos fórmulas económicas y productivas erróneas. Y ahora es que andamos en camino de enmendarlas, pero en mi criterio, demasiado lentamente. La paradoja es que nos apresuramos para nuestros disparates, y avanzamos a paso de tortuga para erradicarlos, tarea harto difícil, porque estos mismos disparates fueron cambiando mentalidades, estableciendo premisas y creando unas élites burocráticas e ineficientes, que ahora defienden a capa y espada sus privilegios y prebendas.

Jamás teníamos que haber “nacionalizado” los puestos de frita, las guaraperas, las peluquerías y barberías, las fondas de chinos, los trenes de lavado y los sillones o cajones de limpiabotas. Entrecomillo “nacionalizado”, que fue el término que se utilizó, para aclarar que era incierto, pues casi todos esos timbiriches de poca monta y mucha resolución de problemas cotidianos a la población, eran propiedad de cubanos, salvo algunos chinos o españoles.  Recuerdo que a los dos o tres días de iniciarse aquella ofensiva revolucionaria, el maestro de periodistas que fue Guido García Inclán, en uno de sus editoriales por la COCO, exclamaba a voz en cuello que Fidel no puede administrar ninguna guarapera. A partir de ahí Liborio se convirtió, de la noche a la mañana, no solo en médico, transportista, educador y bodeguero de millones de personas de todas las edades, razas y sexos, sino también pasó a ser fritero, barbero, peluquero, guarapero y limpiabotas. Y no hay ni ha existido jamás un Estado o Gobierno que pueda asumir tales funciones, que por demás, no les corresponden.

Ya antes habían entrado en vigor las dos leyes de Reforma Agraria, que efectivamente, acabaron con el latifundio y las propiedades extranjeras en la agricultura, enormes en extensión y en su mayoría improductivas. Pero al subordinarlas a empresas estatales, trabar sus producciones con el diabólico sistema de acopio, la falta de insumos y aperos, lejos de resolver los problemas de la alimentación del pueblo, lo que hicimos fue crear otros. Ningún director de empresa agropecuaria era en verdad dueño de sus tierras. Devengaba un salario igual si producía 100 quintales que 1000. Y por supuesto, salvo casos excepcionales, todos producían 100. ¡O menos de 100, porque Liborio les pagaba igual, para no dejar a nadie desamparado!

Mis tíos fueron albañiles y cuando fui creciendo conocí que cobraban por contratas, es decir, por lo que edificaban o construían, y jamás un salario fijo.
Otros muchos trabajadores que conocí, devengaban sus salarios a destajos: cobraban lo que producían o los servicios que ofertaban. Inventamos el salario fijo. Y la inmensa mayoría de la población en edad laboral, fue perdiendo el interés por aumentar la producción y la productividad. Siempre pienso que si al menos hubiéramos aplicado durante un semestre la fórmula socialista de “a cada quien según su trabajo”, esos habrían sido los seis meses más felices y productivos de nuestra Historia.

Ahora estamos en la época del famoso cuento del majá mordiéndose el rabo: no se le ven la punta ni la cola. Es imperioso aumentar la producción y la productividad, sobre todo en las esferas de la alimentación y en la sustitución de importaciones, pero no hay dinero para aumentar los salarios. Y con discursos, exhortaciones, vallas, carteles y spots televisivos y radiales jamás vamos a resol ver dicha esencial contradicción.
No soy economista. Pero sí soy un cubano que anda en la calle, escucha a los demás. Y pienso y hablo. Y en las asambleas de todo tipo se ha puesto de moda la frase hermosa de “sentido de pertenencia”, cuando la realidad concreta es que nadie siente que pertenezca a su fábrica, porque la fábrica, en definitiva, no es de él ni del colectivo laboral que la hace funcionar.

Al director, administrador o gerente, lo traen de afuera, en una desacertada política de cuadros, cuando lo más sencillo, práctico, y hasta político-ideológico sería que ese colectivo obrero eligiera a sus dirigentes, democráticamente, de sus propias filas, pues en todos los centros laborales hay Partido, Sindicato y otras organizaciones sociales y de masas, y la democracia participativa nuestra ha dado muestras más que fehacientes de que es, sino la mejor, una de las mejores del mundo, por su limpieza, honestidad y aciertos. Pero ese mismo colectivo obrero, en la inmensa mayoría, no puede disfrutar de las ganancias que produce, porque hay leyes que se lo impiden. Es decir, no pueden adquirir un tornillo para una máquina defectuosa y deben esperar por el empedrado camino de la burocracia que es peor que el del infierno, y menos recibir parte de las ganancias que han elaborado, salvo en contadas excepciones.

Hace unos días, en Tribuna de La Habana, apareció una fotografía de la entrada de la Antillana de Acero, por cierto, en la página donde se critica a los centros en los cuales se encuentran focos de aedes aegypti. Pues bien, al letrero de la entrada, al parecer elaborado con mezcla y alambrón, le faltan las E de las palabras “de” y “acero”.
Allí hay comités del PCC y sindicales, núcleos del Partido y secciones sindicales, comités de la UJC, y hasta realizan anualmente un magnífico torneo de béisbol, previo al inicio de las Series Nacionales. ¿Y Antillana de Acero no dispone de recursos para arreglar ese letrero que está a las puertas de su fábrica? ¿O es que allí nadie tiene sentido de pertenencia, y le importa poco al colectivo laboral si hay dos letras que faltan en su portón de entrada y focos de mosquitos?

Reinventamos el trabajo por cuenta propia, y como le tememos a las individualidades de las cuales se conforman todas las sociedades, le llamamos “trabajo no estatal” o algo parecido. Y le seguimos poniendo trabas: los locales arrendados para gastronomía serán aquellos en que laboren hasta cinco personas. ¿Y por qué no 100 o 300? De todas formas, hay que pagar impuestos, alquiler, electricidad, agua, teléfono y todo lo demás.
¿Por qué un restaurante particular o “paladar” tiene que tener solamente tantas mesas y sillas? Siempre y cuando cumpla con todos los requerimientos laborales, higiénico-sanitarios, tributarios y otros establecidos, que tenga el tamaño que tenga. Y no hay que temerle al resurgir del capitalismo ni a la propiedad privada, porque nuestro Estado revolucionario va a seguir al frente de la Nación, siempre y cuando, como alertó el Comandante en Jefe, no lo destruyamos nosotros mismos.

Como dice el añejo refrán: no podemos comprar pescado y cogerle miedo a los ojos. Y si acaso nos volvemos a equivocar, eso no es nada nuevo para nosotros: volvemos a rectificar y punto. Pero peor es la inercia y la falta de valor.

Me quedan otros aspectos, entre ellos el de nuestros deportistas, al cual quizás me refiera en otro comentario. Estas, por ahora, son mis ideas, dichas así, crudamente, pues siempre me ha gustado llamar al pan, pan, y al vino, vino, y no creo que vaya a cambiar después de viejo.

Un abrazo grande como siempre,
Héctor Arturo.


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Estimado Silvio:

Soy uno de los muchos seguidores de su obra poética y de su actitud cívica, y lector esporádico de su blog, aunque nunca he participado en los comentarios. Motivado por los últimos post que he conocido vía el boletín de Cubadebate, donde en mi opinión de una manera efectiva y valiente se abordan con espíritu polémico pero constructivo diversos aspectos de nuestra problemática nacional, le remito el texto que sigue a continuación para que Ud. considere o no su publicación. Es una manera de hacer un pequeño aporte al intercambio de ideas. No lo remito a su blog pues no tengo por ahora posibilidad de acceder a Internet en la empresa donde trabajo por reparaciones en los servidores. Queda de Ud. con todo respeto y admiración.

Carlos Luque Zayas Bazán


¿Será siempre cierto que el hombre piensa como vive?


La cuestión crucial de nuestro tiempo –del escenario socioeconómico cubano de ahora mismo– es cómo llevar a buen puerto los cambios necesarios en medio del torbellino impune y genocida con que los ricos azotan a su antojo varias coordenadas del planeta, con entera conciencia –hoy más lúcida que nunca– de que algunos países de nuestra región, señaladamente Venezuela y Cuba, están entre los próximos objetivos de su arremetida guerrerista. Así, nos vemos obligados a avanzar por un estrecho desfiladero que, cual el Escila y el Caribdis del cuento mítico, por una ribera nos amenazan con debilitarnos nuestras propias manquedades, –y el imperativo de recrear constantemente el proyecto socialista con un mínimo de errores–, y por la otra, el ojo vigilante de la fiera que no perdonará el más nimio descuido para asestar su zarpazo, al estilo “inteligente” de los tiempos que corren.

Porque si bien es cierto que la vieja sabiduría de la plaza sitiada aconseja precaución y ritmo cuidadoso, el cambio demasiado cauteloso puede virarse contra nuestros objetivos, haciendo trabajar el tiempo a favor de los que internamente se resisten a oír la voz mayoritaria que emana del mismo centro político del gobierno, vale decir, por ejemplo, la burocracia entronizada en sus privilegios, o las mentalidades que ya no pueden responder al llamado de la transformación. Por añadidura, allí donde se frene el riesgo y la arremetida necesarios para lograrlos cambios, también encontrará el enemigo elementos a su favor, o dicho de otro modo: precipitar las cosas pueden favorecerlos, y ralentizarlas, también.

La única respuesta capaz de deshacer el nudo gordiano de esta encrucijada es que ahora más que nunca es necesaria la revolución. Si aquel puñado de hombres del 53 se detenía, sólo por un segundo, a pensar en la locura temeraria que podía parecer atacar una fortaleza de la tiranía con unos pocos fusiles, la acción del Moncada nunca hubiera ocurrido. Ahora, en cambio, nos parecería que el enemigo aprendió demasiado bien de la época de las revoluciones guerrilleras; que hasta el último entramado de los organismos políticos y financieros internacionales de explotación se mueven por los hilos de que ellos tiran con total desparpajo, a saber, la organización de las naciones, que hace de títere de las oligarquías; que el armamento de destrucciones cada vez más poderoso e impune en su cobardía teledirigida; que no existe un bloque opuesto que disuada con un poder de destrucción similar al cinismo y la mentira. Todo ello es cierto, pero detenerse es morir con más rapidez.

Nadie tiene a mano las respuestas infalibles, pero, como en otros muchos casos, se puede vislumbrar con más claridad qué es lo que no debemos hacer.

1) No descuidar jamás la defensa. Apenas vislumbren algún signo de debilidad, nos caerán encima. No es una imagen literaria, está reconocido por brillantes pensadores contemporáneos: ellos atacan a los débiles, como hacen algunas fieras de las selvas.

2) No descuidar jamás la fortaleza de la espina dorsal política de nuestro proyecto socialista, que se puede enunciar con la sencilla frase del Che: al enemigo, ni tantico así. Somos antiimperialistas, que es lo mismo que anticapitalistas, que es lo mismo que anticolonialistas, que es lo mismo que internacionalistas. Ninguna veleidad será perdonada, ningún giro vacilante será inadvertido. Los ejemplos del mundo de hoy ya sobran.

3) No desoír jamás la voz del pueblo. Eso sería suicida. Pero teniendo en cuenta que el de hoy es un pueblo mucho más heterogéneo que el del 59 y que la mayoría ya ha nacido después de los tiempos heroicos de la Revolución. Que nos hemos forjado en un espíritu de resistencia pero que, a la vez, hay signos evidentes de cansancio y confusión en algunos ciudadanos, exceptuando a los traidores y asalariados de siempre de esta consideración, porque ese es y será unos de los objetivos del largo bloqueo que hemos sufrido hasta hoy: mellar la heroicidad y la unidad, sembrándonos en el imaginario la ilusión de que una vida material más próspera es posible bajo otro régimen que el socialista.

Pero el cansancio puede sacudirse con participación, el burocratismo, con control. Control de parte de los que no están en el poder. No podemos desoír ya jamás una vieja enseñanza: el hombre que recibe y acepta privilegios, tarde o temprano se acomoda y prostituye: se transmuta en un contrarrevolucionario, más efectivo aún que el capitalista, para desarmar y desalmar a las revoluciones. Esa fue la razón –y una decencia intrínseca en su base– por la que el Che rechazó un día ciertos distintos manjares que aparecieron sobre su mesa familiar en virtud de una tarjeta de racionamiento que no era la común de todos: ordenó devolverla. Hasta que no logremos que ese gesto sea nuevamente la ética de todo el que tenga una responsabilidad estatal, no seremos capaces de construir lo que anhelamos. No pueden pedirse peras al olmo. No puede pedirse que hagamos una cosa y veamos lo contrario. No se trata de aspirar a ser un pueblo de ascetas, ni mortificarnos la carne con laceraciones de pobreza. Todo lo contrario.  Pero mientras los panes y los peces no puedan estar a la mesa de todos, no debemos hablar de socialismo. Eso es lo que significa desoír al pueblo.

4) Sin embargo, no podemos ser igualitaristas. Cómo resolver esta aparente contradicción?

Para ayudar a esta reflexión colectiva, me remito a Julio César Guanche, parafraseando ideas suyas expuestas en “Alrededor de la celebración del VI Congreso del Partido. Una pasión política.”

El igualitarismo no es la corrupción de la igualdad. No es lo que debemos evitar. La corrupción de la igualdad es la desigualdad: eso es lo que debemos evitar. La corrupción del igualitarismo es la uniformidad, porque significa la restricción de la diversidad. Porque si la Revolución nos ha garantizado una elevada cuota de iguales oportunidades para acceder al conocimiento, a la cultura, a la salud, y por lo tanto, al crecimiento individual, hay que evitar “dar a todos lo mismo” sin velar cuidadosamente cuánto aporta cada cual a la causa económica común. Eso, en cuanto a la redistribución de la riqueza creada.

5) Debemos ser capaces de destronar a la burocracia política. Declararnos otra vez impotentes de hacerlo es admitir nuestra derrota.

En cuanto a lo político, para luchar con éxito contra el burocratismo, para evitar que el gobierno de todos y para todos se convierta imperceptiblemente en el gobierno efectivo de unos pocos sobre la mayoría, a través del argumento de la representación elegida, hay que garantizar el gobierno de la contraparte a través de instrumentos de control popular, elegibles y rotatorios, con marco jurídico y posibilidad política de realizarse, de manera tal que los mismos que ejercen el poder no sean los mismos que fiscalizan y juzgan los resultados y las consecuencias de los actos de gobierno.

En política, “el trato igualitario es condición del pluralismo.” Pluralismo en Cuba no debe entenderse como existencia de varios partidos, sino cuando, en otra circunstancia histórica muy distinta que no se avizora todavía, eso se juzgase necesario. Pluralismo es evitar el monótono y letal predominio incontestable de la opinión de unos pocos, las decisiones opacas al conocimiento de las mayorías, la falta de transparencia de las decisiones a los ojos de los que no ejercen, de modo efectivo, ningún poder real, sino a través de una representación. Que todo acto burócrata sea sometido a vigilancia e impugnación popular, que exista la posibilidad de discutir y debatir ideas distintas de resolver un problema o encaminar una solución. En fin, que cada ciudadano haga valer en el parlamento su cuota de poder. Y en resumen: hacer más dependiente el ejercicio del poder estatal de las demandas y el control de la ciudadanía. Eso, en buen romance, significa que deben existir mecanismos de control jurídicos para permitir que se vaya mucho más allá del slogan y la declaratoria de deseos, para hacer tambalear de modo efectivo y real la impunidad cuando las decisiones y los actos de gobierno comienzan a velar más por los intereses particulares que por los sociales, cuando la falta de acometividad, creatividad y talento entorpece el avance, cuando el acomodamiento engendra el amiguismo y la corrupción.

6) A la imagen cultural que hoy predomina en el mundo como la única posible o la más apetecible, es decir, a la capitalista, hay que oponer, construyéndola con efectividad, una cultura otra donde el SER no se diluya en el TENER, donde VIVIR no se confunda con CONSUMIR, donde VALER no se reduzca a COMPRAR. Si eso fuera fácil ya se hubiera construido una gran parte del socialismo. En la frase del Che: “El desarrollo económico sin la desalienación del hombre no nos interesa”.  Es la tarea más difícil que tenemos por delante, porque el capital parece tenerlo todo para imponer su visión del mundo: los dineros y los medios de comunicación, la mentirosa promesa de que todos pueden gozar del confort que muestran sus vitrinas y la persistente invitación a sentarse en las cómodas sillas de la satisfacción de los más bajos apetitos. Una ola de indignación recorre hoy el mundo: pero muchas de sus más hondas motivaciones sigue siendo la pérdida del bienestar de que gozaban a costa de la explotación de los pueblos de la periferia mundial. El capital parece tenerlo todo, menos que un mayoritario por ciento de la población. Somos mayoría, pero aún debemos encontrar el camino efectivo de destronarlos.

7) Hacer lo que debemos hacer, declararnos siempre insatisfechos, pero vigilar con el otro ojo al enemigo. Sobre todo al enemigo interno, pero no ese que se sitúa claramente en la otra ribera, sino el que aparentemente a nuestro lado, simula mientras medra.

Y permítaseme una tonta utopía, que, al fin y al cabo, tantas se han escrito sin permiso. Este será siempre un ejercicio difícil, mientras no se elija al que gobierna y a su contestatario. Debieran existir dos parlamentos, coexistiendo en la misma sala: mientras uno debate,  propone, legisla y gobierna, el otro le contradice y revisa, con el único compromiso de ser juzgado por la mayoría que escucha y valora. O dividir el parlamento elegido en dos sesiones intercambiables en esos papeles. Y hacer que sus miembros sean sometidos más frecuentemente a la discusión popular, de manera que no creen compromisos de bombos mutuos. Todo eso se podría lograr sin menoscabar el poder de los elegidos y fortaleciendo el poder de los electores.

Carlos Luque Zayas Bazán