Aurelio Alonso
Aclaro
que mis apreciaciones no son las de un testigo ni observador participante en las
jornadas periféricas de la VII Cumbre. Yo solo me mantuve amarrado en esos días
al televisor, la prensa escrita y la información que podía obtener por vía
digital. Y en estos últimos días, los que han seguido a la Cumbre, al debate
que se ha producido en Cuba en torno al escenario y el modo irregular (por usar
un calificativo cortés) en que se preparó y se desarrolló la actividad
periférica a la misma.
Como
siempre que se prescinde del debate público previo, no se da oportunidad a la
opinión pública para que juegue papel alguno en el diseño de nuestras
estrategias, y la población tiene que limitarse a la aprobación, a posteriori, de lo que sucedió.
De
manera que hasta ahora no me había sentido en condiciones de dar criterios en
público, y ni siquiera en privado, cuando amigos a quienes aprecio, que sí participaron,
me contaron lo sucedido y me aseguraron que el único choque que se produjo fue
el que tuvo lugar ante el busto de Martí frente a la Embajada, en el cual
algunos panameños solidarios reaccionaron cuando un disidente propinó una
patada a un diplomático cubano. Reacción que, en esas condiciones, no es
posible objetar. Consta a todo el mundo, sin embargo, que se conocía, en esta
ocasión, en la que Cuba iba a concurrir por primera vez a la Cumbre de jefes de
Estado de las Américas, la prefabricación provocadora e inescrupulosa de los
foros periféricos (o de algunos de ellos), y que se acordó antes de la partida
de la delegación cubana una estrategia reactiva, de confrontación abierta (no
sé si será la palabra adecuada).
Me
pregunto ahora si se pudo estudiar por los participantes cubanos todo lo
referente a los foros periféricos en las cumbres anteriores, porque todo lo que
he visto se refiere a la descripción de los convocados en Panamá: cumbre de los
pueblos, y foros de la sociedad civil, de empresarios, de universidades, de la
juventud, de gobernabilidad y democracia. Los cubanos carecemos de la
experiencia de las cumbres anteriores, pero no creo que nos tenga que faltar
esa información. ¿Intentamos, al prepararnos, la disección de los dispositivos
de organización de los foros? ¿Qué
nos explica que unos resultaran diáfanos y exitosos, como se ha dicho de los de
universidades, de empresarios, y de juventud, en tanto se concentraba la
provocación en el foro de la sociedad civil? La respuesta a esta pregunta se
intuía, al menos, si no era total, e incluso se confeccionó por ello el
tabloide Mercenarios en Cuba, que
hubiera bastado con distribuirlo junto con la denuncia de la organización
fementida de estos foros, y el rechazo a compartir cualquier espacio en que
estuvieran presentes los más connotados (con nombre y apellido) opositores. Y
digo «los más» con toda intención, por motivos que intentaré aclarar en algún
momento.
Tengo
la impresión de que debiéramos comenzar a diferenciar –si no estamos haciendo
ya– la incidencia de la operación opositora implementada por iniciativa de la
Administración estadunidense, o de sus órganos, y la emanada de la presión de
la mafia de Miami. Esta puede estar resistiéndose incluso a la actuación y las
proyecciones oficiales, las cuales es
imposible que crean poder beneficiarse en medida alguna de la impudicia de
exhibir como estandarte al asesino del Che junto a su víctima y al amigo del
terrorista confeso. Percibo el encumbramiento financiero de la mafia miamense de
manera análoga al del narcotráfico, que
le hace tan poderoso como para imponer tareas, comportamientos y políticas a
las instancias de poder. O tal vez sea más exacto decir que han devenido ya
instancias de poder en sí mismas.
He
escuchado en algunas intervenciones en la televisión –y también creo haber leído– la justificación
de moderaciones adoptadas «por respeto al presidente de Panamá». Tal vez tengan
razón, pues su proyección en la Cumbre me pareció intachable, y no pierdo de
vista sus limitaciones para impedir la presencia indeseable de los provocadores
en foros cuyo manejo se le escapaba, que hubiera sido lo más deseable.
Creo
que pudimos renunciar, desde el comienzo, a concurrir a esos foros que sabíamos
contaminados, en especial en las condiciones de una sede donde han campeado
influencias y libertades inauditas, con una fuerte denuncia, haciendo evidente
que no se aceptaría dar respuesta al reto en el terreno de los provocadores. Los
organizadores legitimaron lo ilegitimable, para que el presidente Obama, el paladín
del rescate panamericanista (que no tuvo reparo en ausentarse de la Cumbre en
señal de intolerancia hacia mandatarios que le criticarían) pudiera lanzar, en
aquel foro periférico tendenciosamente llamado «de la sociedad civil», su discurso con un regaño presuntamente parejo:
«todos nos podemos beneficiar de tener un diálogo abierto, o tolerante e
inclusivo, y debemos rechazar la violencia o la intimidación, que está enfocada
en silenciar las voces de las personas». Acaso era su plan consagrarse en
Panamá, para los tiempos que se avecinan, como profeta de la reconciliación.
Comparto
la opinión de que, una vez allí, los representantes cubanos que viajaban para
asistir a ese foro específico no tenían otra opción que pronunciarse del modo en
que se pronunciaron, y para mí está fuera de duda que, en cualquier caso, la
oportunidad de defender la revolución es la opción honorable. Pero trato ahora de
saber hasta qué punto lo que se hizo, además de un honor, fue también un
acierto.
Un
compañero recordaba que había sido entrevistado en varias ocasiones por la
prensa allí, sin que nunca apareciera una palabra de lo que dijo para la
pantalla o los diarios. En definitiva borraron lo que dijo; no existe para el
público. Mejor sería concentrarse en estos casos en Tele-Sur. Me limito aquí a
anotar que también en este plano la experiencia de la participación debe
aportarnos enseñanzas. La batalla de los medios merece una discusión que rebasa este comentario,
pero no cabe duda que la expansión globalizada de las comunicaciones es algo que
debemos desarrollar una estrategia más sofisticada y no exclusivamente de
defensa.
Considero,
ante todo, que lo importante de la Cumbre de Panamá era la cumbre misma: la
reunión de los mandatarios donde estaría Cuba por vez primera, la cual salió por
lo alto, sin dejar espacio para nada que enturbiara el éxito de un programa sin
elementos que fueran inaceptables o condenables. No obstante, el cambio
deseable en el rumbo de las cumbres que queremos ver en ésta victoria, tiene
que asegurarse en un nuevo campo de batalla, en el cual algunos foros
periféricos van a ser manejados, como ya se demostró, en términos de «tierra de
nadie», y allí los intereses de restauración de la hegemonía imperial van a
hacerse más activos. Me parece que lo más importante es reconocer la nueva
complejidad del desafío y prepararse con tiempo, estudio y ejercicio de la
imaginación para el escenario periférico del octavo encuentro. A la altura,
diría yo, que ha mostrado el país en la preparación para la Cumbre de
mandatarios, en la cual brilló el regreso cubano de manera impecable.
Estas
victorias nunca son definitivas por sí mismas y la necesidad de explorar al día
y al máximo los espacios y los giros vulnerables, de tratar de compensarlos, de
completar el éxito político consolidando avances en el terreno de las ideas, me
parece lo esencial.
Tal
vez no falte quien piense que me sumo a la nómina de los que quieren «estar
bien con Dios y con el Diablo»; es un riesgo que voy a correr a conciencia. En
mi mirada distante no he visto nada que pueda asegurar que yo mismo no hubiera
hecho o dicho en la actuación de nuestra delegación periférica (por
diferenciarla de algún modo, también impropio), en la cual figuran muchos de
los intelectuales por los que siento mayor admiración y afecto). Por lo tanto
no me sumo a crítica alguna, porque volverse a sentar y reflexionar sobre lo
realizado, y criticar lo que entiendan criticable, solo compete a ellos, y yo
lo respeto.
Al
mismo tiempo, considero que Ravsberg, o quien quiera que lo vea con similares matices críticos, también tiene derecho a
expresarlo. Y en el caso de citado no olvido que se trata de alguien que
prefirió romper con su employer
británico a doblegarse a transmitir una imagen deformada de la realidad cubana.
Sin asumir necesariamente todas sus observaciones –tal vez marcadas, como las
mías, por un insuficiente manejo de antecedentes– creo que podrían contribuir
también al autoanálisis de quien no caiga en la tentación de recibirlas como
las de un opositor.
¿«Opositor»
dije? Pero ¿de qué estoy hablando: del enemigo, del que se vende, del que
aspira a la restauración pura y dura del reino del capital, del que se plantea
opciones, del que disiente, del qué polemiza, etc.? Los conceptos pueden abrir
un arco donde no solamente habría que distinguir los matices sino las grandes
disyuntivas. La realidad social no se produce en blanco y negro sino cargada de
matices, pero existen los matices precisamente porque tras ellos hay blanco y
negro. No es un galimatías, sino el dilema que se le plantea a veces a los
amantes de las frases consagradas, tan susceptibles a la contradicción: «los
árboles no dejan ver el bosque» vs. «a veces se está tan dentro del bosque que
no se ven los árboles». Yo no quiero estar con Dios y Mr. Diablo, pero no
quisiera perder de vista el bosque ni los árboles.
Hago
este apunte para decir que un serio problema
que creo que hemos comenzado a encarar en los últimos diez o doce años,
pero en el que nos falta mucha discusión y veo muy distante aun de ser resuelto,
es el de encontrar el umbral de tolerancia plausible para el disenso. Puede
definirse, con Rosa Luxemburgo como la pertinencia del espacio de quien disiente.
Hasta
los diseñadores de la dramaturgia del imperio se percatan de que para extremar
la marca de lo intolerable no basta con sentar en el lugar al asesino del Che
sino que llega a exhibirse su foto con el cadáver; y para destacar al
«opositor», lo retratan con el terrorista. ¿Alguien puede tener la ingenuidad
de creer que se buscan reconciliaciones?
Esto
no debe convertirse en un obstáculo insalvable para que se depure entre
nosotros, con ese refinamiento de que somos capaces en la política, una
perspectiva más sutil y balanceada en la confrontación ideológica, la cual
queda demostrado que exige de nosotros una gran inversión.
Puedo
equivocarme, y no sería la primera vez, pero lo digo como lo veo, y tampoco es
la primera vez que lo hago así. Quedo agradecido a quienes me lean, y piensen
sobre todo esto, estén o no de acuerdo conmigo.
La
Habana, 20 de abril de 2015