martes, 30 de septiembre de 2025

Mercado y socialismo

Por Joaquín Benavides Rodríguez

 En un excelente artículo con el título, ASPECTOS CLAVES PARA REPENSAR LA ECONOMIA SOCIALISTA DE LA TRANSICION, el compañero Luis Marcelo Yera, expresa tres afirmaciones que son claves para entender a la luz del pensamiento de Marx y Engels, la relación no contradictoria entre Mercado, Planificación y el Socialismo. Estas son:

 

1.    Hay una idea errónea en que el mercado se contrapone a la planificación. El mercado está asociado en realidad a la competencia, y, por ende, a la existencia del dinero.

2.     Mientras exista el dinero habrá compraventa y, por derivación, mercado.

3.    Lo que se opondría a la planificación es la competencia y la producción anárquicas, pero no el mercado que es el ambiente de compraventa donde se justifica la producción.

 

Mientras países como China y Vietnam, gobernados por Partidos Comunistas, organizan su creciente economía utilizando la planificación, pero sin renunciar al mercado en las relaciones entre las empresas, nosotros en Cuba, continuamos negando el papel objetivo del mercado en las relaciones entre las empresas estatales y con la población. No acabamos de convencernos, a pesar de las evidencias objetivas, que la Ley del Valor funciona en todo el periodo de tránsito hacia el Comunismo, al que según Carlos Marx llegara la humanidad, cuando ¨el trabajo no sea solamente un medio de vida, sino la primera necesidad vital; cuando con el desarrollo de los individuos en todos los aspectos, crezcan también las fuerzas productivas y corran a chorro lleno los manantiales de la riqueza colectiva, solo entonces podrá rebasarse totalmente el estrecho horizonte del derecho burgués, y la sociedad podrá escribir en sus banderas: ! De cada cual, según su capacidad; a cada cual, según sus necesidades! ¨.

 

¿Alguién en su sano juicio puede pensar que nuestra sociedad, y la economía que la sustenta, que hoy tiene dificultades para garantizar la alimentación y la salud de todos sus hijos e hijas, debe continuar negándose a aplicar consecuentemente la Ley del Valor, o sea el mercado, al menos, en las relaciones entre las empresas propiedad del Estado, los trabajadores y la población? ¿Quién debe decidirlo?

 

En mi opinión, el Consejo de Estado tiene facultades más que suficientes para decidirlo, dándole facultades al Presidente de la Republica para que comience a actuar en consecuencia e informe al IX Congreso del Partido a celebrarse en el Primer trimestre del 2026. Al menos en la actividad agropecuaria y la industria alimentaria las relaciones económicas basadas en el mercado, deberían de iniciarse a la mayor brevedad posible. No se debería continuar solicitándole a las municipios y provincias que tomen decisiones y hagan propuestas. Se les debería entregar por la Dirección del País, la decisión de como actuar, al menos como primer paso, para introducir los principios del mercado en las relaciones entre las empresas estatales, privadas, los productores agrícolas, el banco y la población.

 

Estamos comenzando a conmemorar el Centenario de Fidel. Estoy convencido que Fidel actuaria. Ya estaría realizando experiencias que le permitieran profundizar en el método de como llevar a cabo la introducción del mercado en la economía comenzando por la agricultura y la industria alimentaria.

 

¿Por qué no actuamos como lo haria Fidel en las presentes circunstancias?

 

 29/09/2025


El derecho internacional y la ley del más fuerte

Por Ramón Soriano 

Maquiavelo, depurado y desterrado por los Médici de Florencia, se retiró a una pequeña propiedad en San Casciano in Val de Pesa y escribió durante varias noches su experiencia y opiniones políticas en su obra,  El Príncipe, que tiene hoy la misma vigencia que cuando fue escrita en 1513. Es una monografía que debiera leerse en los institutos, porque cuenta cómo son las cosas de la política y no cómo deberían de ser. La falta de entendimiento de que Maquiavelo escribía como sociólogo y no como ético,  desde la sociología y no desde la moral, fue causa de la quema de sus escritos por la Iglesia católica. Lo que expongo a continuación tiene la misma finalidad: describir los asuntos políticos, no cómo deberían ser, sino cómo realmente son. Y espero tener mejor suerte que Maquiavelo y que ningún Gobierno queme mis escritos. Que la cancelación escrituraria está a la orden del día otra vez en nuestro país.  

Creo que el mejor método de ver y comprobar la fortaleza del derecho internacional es hacer un repaso de la situación y competencias reales de los tres poderes internacionales: legislativo, ejecutivo y judicial. 

Poder legislativo internacional

El Poder legislativo aprueba normas jurídicas, pero sus normas no son respetadas. La causa es el enorme desequilibrio de poder en la estructura de Naciones Unidas entre un Consejo de Seguridad, una especia de poder supremo intocable, y una Asamblea General carente de decisiones vinculantes. Estamos asistiendo al espectáculo de una Asamblea General  clamando por el alto el fuego de Israel contra Gaza y sin embargo el veto de Estados Unidos, miembro del Consejo de Seguridad,  impide que el fuego acabe. Es un hecho reiterado que las normas jurídicas de Naciones Unidas se comportan como las normas programáticas y orientativas de los Estados en materia de derechos sociales. Son norma jurídicamente válidas, pero carentes de eficacia

Muchas normas vigentes no se aplican en la esfera internacional, porque son normas impotentes con pérdida de eficacia desde su promulgación o en desuso, porque ya no se aplican, a pesar de su vigencia. Sucede lo mismo con los derechos de los Estados, donde no faltan normas impotentes y en desuso, pero no llegan a ser tan numerosas como este tipo de normas en la esfera supraestatal. Por otro lado, los Estados se muestran tibios tanto al reconocimiento de las normas supraestatales como, sobre todo, a su práctica, a pesar de que algunos Estados declaran como derecho interno los tratados internacionales, como es el caso de España.

 La falta de eficacia de las normas supone un problema de falta de confianza de la ciudadanía en el derecho. ¿Por qué va a sentirse uno obligado, si otros no respetan las normas que debe cumplir? Últimamente lo vemos en el genocidio de Palestina. Naciones Unidas ha exigido a Israel el cumplimiento de sus resoluciones desde el nacimiento del Estado de Israel. Entre ellas la creación de un Estado palestino. Pero Israel no cumple las resoluciones y Naciones Unidas se desacredita. En la actualidad todas las resoluciones de Naciones Unidas para  detener el genocidio palestino han sido desobedecidas por Israel, que es miembro de Naciones Unidas, con la complicidad de Estados Unidos, también miembro de Naciones Unidas.

Son numerosos los campos del derecho internacional que son constantemente vulnerados. Tenemos en la mente la foto fija del derecho humanitario internacional, quebrantado constantemente por el Gobierno israelí, pero ahí tienen los casos -ya van tres- de destrucción de embarcaciones venezolanas por Estados Unidos sin respeto a los procedimientos jurídicos internacionales. Estados Unidos no detiene e investiga, sino que directamente destruye ¿Pruebas? Ninguna. La que el hegemón quiera inventarse. ¿Derecho internacional? No. La ley del más fuerte.

Poder judicial internacional

El Poder judicial internacional también tiene serios problemas para que sus normas sean respetadas. Con ocasión del genocidio palestino se ha puesto de manifiesto la ineficacia de uno de los más importantes órganos de justicia de Naciones Unidas, la Corte Penal Internacional, creada en 2002 por el Estatuto de Roma. Nos sirve de ejemplo paradigmático. No es que no se haga caso a la Corte Penal Internacional, que sirva para poco; es que es perseguida por realizar su tarea. El presidente estadounidense Trump ha sancionado a algunos miembros de la Corte por involucrar en sus decisiones a soldados de su país. La Corte ha dictado órdenes de detención de Netanyahu, primer ministro israelí,  y éste se desplaza sin problemas por Bielorrusia, Hungría o Estados Unidos  y nadie le detiene. El descrédito de la Corte no puede ser mayor. Únicamente ha condenado a seis personas y todas de países del Sur Global, no del poderoso Occidente.  ¿Tantos recursos humanos y materiales, tantos costes, para que en 22 años la Corte Penal Internacional  haya condenado a seis personas?.

La Corte nace ya herida de muerte por su dependencia respecto al Consejo de Seguridad y porque únicamente este Consejo, la Fiscalía y los Estados pueden presentar una denuncia. Es una inmensa laguna, porque los Estados giran alrededor de intereses creados y mutuas obligaciones les impiden actuar con libertad e imparcialidad. El Estatuto de Roma debió de abrir la legitimidad procesal activa a organizaciones no estatales, que no presentan las rémoras inmovilizantes de los Estados.

Poder ejecutivo internacional

El secretario general de Naciones Unidas es un político mendicante por los Estados, para que se cumplan las resoluciones de la organización mundial a la que representa, que muchas veces colisionan con los intereses de las poderosas potencias reunidas en el Consejo de Seguridad. Lo estamos viendo con frecuencia en los telediarios: el suplicante secretario general, António  Guterres, llamando sin éxito al cumplimiento de las decisiones de  Naciones Unidas. El secretario general es un moderador de las relaciones internacionales; influye, aconseja, pero no manda. Nada que ver con las decisiones del jefe del Gobierno de un Estado.

El Poder ejecutivo internacional no pasa de ser un convidado de piedra, al que se le hace caso o no según le convengan a los Estados de primer nivel. Su incapacidad se manifiesta en los conflictos en los que se practica la destrucción de los derechos humanos y se ejecuta el genocidio de un pueblo, porque por encima del secretario general y sus comisarios está la zona de influencia que controla cada una de las pocas potencias poderosas del mundo. La primera potencia, Estados Unidos, incluso se desentiende de Naciones Unidas, y practica su internacionalismo distintivamente estadounidense (expresión creada por la influyente escuela  neoconservadora), actuando unilateralmente, sin hacer caso a Naciones Unidas ni a sus aliados. Lo vimos en la guerra del presidente G. Bush, acompañado por Aznar y Blair, contra Irak en marzo de 2003.  Y en varias campañas bélicas del presidente Obama. También Obama, premiado con el Nobel de la Paz, practicó el internacionalismo estadounidense a su aire, unilateralmente, al margen del dictado de Naciones Unidas.

Conclusión

Ha desaparecido en gran parte el derecho internacional como lo hemos conocido, sobre todo el derecho internacional humanitario, que comenzó con las Convenciones de Ginebra regulando la  guerra a finales del siglo XIX, a las que ha hecho añicos la complicidad de Israel y Estados Unidos y la cobardía de la Unión Europea. Estamos ante otro derecho internacional en gestación, cuyo norte y formas son todavía imprecisas, y es complicado aventurar ya un pronóstico. Lo único fiable es asegurar que se tratará de un nuevo derecho internacional vigilado y controlado por las grandes potencias, que no se fían unas de otras. Probablemente un derecho internacional fundamentalmente convencional con escasas normas jurídicas, que tendrá como objeto acotar las zonas de influencia de los Estados hegemónicos.  

Hemos vuelto en la esfera internacional al estado de naturaleza, que predicaba la teoría contractualista del derecho -desde los iusnaturalistas hispanos de los siglos  XVI-XVII a los liberales franceses del XVIII-. Esta teoría diseña  el paso del estado de naturaleza, donde imperaba la ley de la fuerza, a la sociedad civil, la cual crea mediante un contrato social un Estado protector de los derechos de las personas. Hemos vuelto hacia atrás. Estamos en los comienzos de un recorrido en sentido contrario: del Estado democrático al Estado absoluto. El desmantelamiento de un edificio jurídico que tanto tiempo y esfuerzos ha costado construir.  

 https://www.publico.es/opinion/columnas/derecho-internacional-ley-fuerte.html#google_vignette

viernes, 26 de septiembre de 2025

El desafío actual y la mirada culpable

Por Aurelio Alonso

                                                                                 Para Cary Cruz, por la complicidad 

Trataré, en primer lugar, de exponer sintéticamente la complejidad actual del mapa mundial, sobre todo por considerar necesario poner en claro mi visión del “gran panorama”. Subrayo “la mía”, porque no ignoro que existen otras visiones, y no solo las opuestas, proclamadas incluso por los enemigos, sino entre las que coinciden en lo esencial.

Baste recordar ahora que, después de perder la “guerra fría”[2], el Este tardaría más de una década en reponer un bloque con propuesta alternativa al proyecto hegemónico de acumulación neoliberal adoptado en Occidente. Reposición en la cual juega un papel decisivo el avance impetuoso del proyecto socialista chino.

Hago un paréntesis para aclarar que la idea de la “frialdad” bélica conecta con la bipolaridad de una posguerra marcada militarmente por la diabólica novedad del poder de destrucción nuclear. Poder al menos competido entre los polos, solo cuatro años después de que los Estados Unidos aterrara al planeta con su utilización en Japón –barriendo a dos ciudades completas– para poner punto final al conflicto. Fue una acción despiadada e innecesaria, aunque la Historia estadunidense lo narre como un final heroico. Tergiversación consecuente con la de atribuirse la victoria sobre el nazismo. Al menos en mentir son coherentes, hay que reconocer.

Un simple vistazo al “mapabellun”[3] muestra más de un centenar de guerras después de 1945, en tanto la primera mitad del siglo solo registra una veintena. La “guerra fría” dejó una suma de muertes muy superior a la Primera Guerra Mundial. Así que no luce muy respetuoso que la llamemos “fría”.

Pero justo ahora se hace del todo evidente que la pirámide de poder liderada por Washington no podría sostenerse si no es al costo de programas de exterminio masivo. Es algo que está demostrándose día a día. La impunidad alcanzada no debe perdurar, porque amenaza a la subsistencia humana.

El servilismo de Israel al proyecto dominante exhibe, con desvergüenza, junto al propósito de barrer con Palestina, el de crear una potencia hebrea regional, en Oriente Medio, asociada a Washington.

La nueva alternativa

La alianza entre Pekín y Moscú, que no se logró bajo el modelo socialista dominante en el siglo XX, se produjo ahora con una Rusia escarmentada de retrocesos en su aventura “occidentalizadora”, y urgida de rescatar el protagonismo perdido. La incorporación de la India, necesitada de consolidación independiente, completaría el núcleo duro de la novedosa propuesta.

Nótese que no es un trío que se caracterice por un denominador como sistema, lo cual vale para los países que se sumen a la asociación. La alternativa ahora se nos presenta entre multilateralismo y unilateralismo, y no entre socialismo y capitalismo. Importante es no perderlo de vista, porque no estamos ante una simple diferencia de lenguaje. No apunta a una confrontación de hegemonías. Es esto lo que hemos visto surgir, desde la segunda década de este siglo, con definición diferenciada, bajo ese neologismo formado simplemente con las letras iniciales de los nombres de los estados fundadores: BRICS. Sin atenerse –insisto-- a una denotación sistémica, ya que hacerlo sería un equívoco en más de un sentido

Llamo la atención de la rapidez con que parecen haberse zanjado los diferendos fronterizos entre Rusia y China y entre China y la india, que por tantos años enturbiaron las relaciones de estos gigantes. Se pretende ahora un acercamiento de los países de la segunda fila en el mapa socioeconómico global, en un frente independiente de la hegemonía atlantista que lideran los Estados Unidos. Sin buscar para ello otra cosa que una complementación efectiva.

Podría decirse, en pocas palabras, el concierto de naciones soberanas con iguales derechos, hasta ahora nunca alcanzado.

Nuestra América ha estado presente desde el comienzo en este cumbite plurinacional con Brasil, por razones obvias, pero la presencia latinoamericana y caribeña aquí se encuentra aún en pleno despegue. Su desarrollo, a pesar de la evidencia de los beneficios para los países de la región, presenta la complejidad de darse en el territorio que los Estados Unidos consideran, todavía, su patio trasero. Y que no van a escatimar recursos, ingenio y maldad, para perpetuar su dominio regional. Va a ser así a pesar de la movilidad apreciable en el panorama americano de los últimos sesenta años.

La integración de la República Surafricana completa la sigla fundacional con la presencia indispensable del África.

En Kazán, en 2024, la XVI Cumbre de los BRICS aprobó un crecimiento de su membresía a diez países, y creó el status de países socios, para permitir otras incorporaciones, incluida Cuba. Este año la XVII Cumbre, en Río de Janeiro, mostró un avance organizativo importante, y también las primeras señales de las debilidades con las que tendrá que lidiar el proyecto BRICS.

También la primera reacción de agresividad de la Casa Blanca, que anunció enseguida la inclusión de los BRICS en el expediente de su “guerra de aranceles”. Política de extorsión arancelaria que, de resultarles exitosa más allá del corto plazo, caracterizará al orden internacional actual, contra el auge multilateral.  

De lo que no cabe duda es de que el mundo vuelve a contar con un escenario alternativo al de la hegemonía estadunidense. 

El reto del entendimiento

Me he permitido este preámbulo para subrayar la naturaleza del reto que representa el cambio en el paradigma de izquierda, para comprender nuestras realidades presentes y futuras. 

Las problemáticas centrales a nivel global no han perdido vigencia ni pueden ser relegadas. Se articularán mejor –es de esperar– en el contorno de la nueva alternativa.

Pienso en la catástrofe en que hemos sumido a la Tierra: cambio climático, calentamiento global, deforestación y sus consecuencias fatales Situación que, dentro de las coordenadas actuales de poder, no tendrá una respuesta global.  Se ha demostrado que la solución no es posible. Matemáticas elementales: crecimiento incontrolado del capital y restauración del ambiente no son compatibles.

Otro problema global es el de las discriminaciones (principalmente la de la mujer, la étnica y la religiosa, a menudo ligadas entre sí), que hasta en los casos de avance, como el cubano, está lejos de poder considerarse un problema resuelto.

En tercer lugar, pienso en el tema de las migraciones, al cual el crecimiento de la población mundial, las desigualdades y la pobreza han dado una complejidad para la que los países del “norte global” no estaban preparados. 

Estos temas centrales se cruzan ahora, a un mismo nivel con el tratamiento de otro que se ha hecho prioritario para el conocimiento científico. Me refiero a la urgencia de despejar la perversión conceptual –la cual he tocado por los bordes en líneas anteriores—vinculada a intereses políticos elitarios, que se esconden tras las ambigüedades de las ideologías. Esta confrontación no es otra que la “batalla de ideas”. Palabras que trascienden con mucho a la designación de un plan de acción por el que hayamos pasado, aunque también se ha asomado en los últimos años en el pensamiento crítico. Gracias a esos aportes podemos hablar hoy, con suficiente argumentación, del “Sur global”.

La ciencia social encara el reto de descubrir los vasos comunicantes que reclaman los movimientos, las relaciones y las acciones a emprender en este cambio de época. El cambio decisivo –revolucionario, diría yo, irrespetando ortodoxias-- en el plano global.

Nuestra aventura americana del siglo XXI supone no conformarnos con dar respuesta a nuestros dilemas respectivos. Rebasar juntos las estrechas fronteras propias al buscar respuestas y soluciones.

Las últimas décadas revelan caminos que probaron ser efectivos, aun habiendo tenido que transitarlos en guerra ¿“fría”? No siempre con balas, pero guerra económica, comercial, política, informativa, cultural, guerra siempre sucia, pues la guerra solo puede considerarse legítima cuando se hace en defensa de la propia soberanía. La caracterizo así, cuando responde a razones justificadas, pues el término de “defensa” tampoco escapa a ese deterioro conceptual que el ideario occidental ha llevado a extremos inauditos. ¿En qué cabeza cabe pensar, por ejemplo, que Cuba o cualquier pequeño país de su entorno represente un peligro para la seguridad de los Estados Unidos”? Ningún pensamiento que se respete lo creería.

“De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace, y hay que ganarla a pensamiento”, afirmó José Martí, y sigue siendo así. Porque lo es objetivamente, no se crea que es mera cuestión de doctrina.

Socialismo y democracia

El estudio de la sacudida de los noventa generó en mí –como en cualquier estudioso comprometido, creo yo-- obvias incertidumbres, más allá de la sorpresa. Y también algunas conclusiones, de las cuales no tengo por qué renegar. En lo que se refiere al replanteo de alternativas, la principal de estas conclusiones sería que no podrá existir socialismo sin democracia ni democracia sin socialismo. No es una consigna y a estas alturas ni siquiera una hipótesis, sino una tesis fundamentada por la Historia, que no ven solamente quienes no lo quieren ver.

Se sostiene, de una parte, en las frustraciones en la consumación de la transición socialista emprendida. Al menos en la principal. La reconozco principal porque pienso que lo fue, al margen de los desvíos y del fracaso Basta repasar en un párrafo el estruendo socioeconómico, político y cultural que generó la revolución rusa de octubre de 1917 y aquel sistema socialista que se volvió modélico en el siglo XX.

En Rusia el bolchevismo en el poder, liderado por Lenin los cinco primeros años, y por Stalin los treinta siguientes, hasta 1953, realizó una proeza histórica sin precedente. Desarrollado bajo constante asedio, en el más retrasado de los países capitalistas del conjunto europeo, en algo más de dos décadas había logrado levantar la potencia capaz de revertir, sin ayuda de nadie, la ofensiva militar nazi, que se creía invencible.

En la década siguiente al fin de la guerra, que había librado al costo de más de veinticinco millones de vidas, con una apreciable devastación y sin un “Plan Marshall” que propiciara su recuperación, la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) rebasaba con creces sus índices precedentes de crecimiento. Al punto de volverse segunda potencia mundial y de poner en jaque a la arrogancia estadunidense, con la ventaja momentánea en el cosmos y la paridad nuclear.  

A pesar de sus excesos, no cabe duda de que Stalin sabía cómo “liberar las fuerzas productivas”, sin tener que propiciar fortunas oligárquicas. Sin embargo, no dejó una institucionalidad sociopolítica capaz de perpetuar esos logros. Sus sucesores analizaron sus   errores solamente como defectos personales. Y ninguno de los dirigentes que ocuparon después de 1953 los poderes del país supo hallar la ruta de la continuidad del sistema.

Hay motivos para pensar que el Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) no rectificó con acierto en su XX Congreso (1956). Por defecto al centrarse en la cuestión del “culto a la personalidad”; por exceso al tratar de borrar a Stalin de la Historia, restando valor a las glorias logradas. Considero que cuando se le cambió el nombre a Stalingrado se olvidaba la gloria vivida por la ciudad, que no por gusto quedó inmortalizada en la Historia con ese nombre.

Pienso que el déficit de liderazgo lastró aquella crítica. Fue una debilidad que acabó por erosionar el sistema. Además, todo esto bajo un asedio exterior combatido con poca efectividad. 

    

 ¿Cómo cerrar la página, del expediente socialista, aceptando resignados, tras el derrumbe del sistema soviético, a que “no había alternativa”?

Recuerdo a veces a un presidente de México de los años setenta que hablaba de los dos grandes sistemas. Decía que en uno se privilegiaba la libertad en detrimento de la justicia, en tanto que en el otro el énfasis en la justicia llevaba a descuidar las libertades. Juicio discutible pero revelador del dilema sistémico.

En fin, que los fracasos sufridos nos obligan a despejar las causas y no repetirlas, si aspiramos a encontrar el camino de la democracia socialista. No es un tema resuelto, a pesar de experiencias e incluso de avances incuestionables. Es por eso que insisto en “reinventar” el socialismo como necesidad.

Además cuando hablo (hablamos todos) de “socialismo” para identificar lo existente, nos estamos refiriendo en realidad a “transiciones”[4], y no a sistemas que hayan probado irreversibilidad en sus estructuras. Nunca escuché mayor disparate que cuando se afirmó (como “verdad oficial”) que la URSS ya había cumplido los límites del socialismo y comenzaba a construir el comunismo.

En su Historia del corto siglo XX, Eric Hobsbawn llama la atención de que aquel partido (el PCUS) que ya contaba con más de un millón de miembros y la más impresionante tradición de lucha; no fue capaz de impedir el derrumbe. Tremendo golpe descubrir que el sistema no era irreversible.

“Irreversibilidad” se ha vuelto un concepto clave para el socialismo, en la teoría y en la práctica.

Fingir la democracia 

De manera análoga a mis reparos sobre el “socialismo real” (como le llamábamos), vivido y pensado, me atengo a un criterio histórico para criticar ambigüedad, imprecisión, deformaciones en el concepto de “democracia”. Manejado con poco rigor –y oscuras intenciones-- por la ideología hegemónica, como antípoda del socialismo. De todas las tergiversaciones, posiblemente sea esta la que más daño haya hecho, puesto que induce a la búsqueda de valores democráticos dentro de la secuela de deformaciones creada por una institucionalidad torcida. Una miopía aferrada al dogma de que democracia y socialismo son incompatibles. Especialmente cuando no hace falta escarbar para percatarse de que lo que se ha hecho incompatible con la democracia, es el poder incontrolado del que el papa Pablo VI llamara “capitalismo salvaje”.

Aquel ideal democrático burgués que llevó al pensador francés Alexis de Tocqueville[5] a expresar, a la altura de 1835, su deslumbramiento por la institucionalidad de la joven república norteamericana, se perdió, anegado en sangre, en la violencia de las dos décadas que siguieron. Desde la rapiña genocida en la conquista del Oeste hasta la guerra civil más cruenta de la historia, en la que cerca de un millón de ciudadanos se mataron entre ellos, para construir la república que los franceses sublimaran tan prematuramente.

Pero para un latinoamericano de hoy no debiera hacer falta teorizar mucho sobre lo que acabo de afirmar, si lo que quiere es colocarse en el carril crítico correcto. El que no supone el rechazo de la democracia, pero tampoco incorporar los paradigmas que nos tratan de legitimar con vistas a apuntalar la dominación. Dominación que ha comenzado a tambalearse, pero que sigue vigente.

Para no quedarme en esa generalidad, puedo aludir a algo tan sencillo como el hecho de que la limitación temporal y la alternancia en el mandato presidencial, pretendidos para limitar los perjuicios de una mala administración, se convierten en su contrario –antidemocráticos—cuando se utilizan para impedir la prolongación de gobiernos con programas populares. En cambio, también puede servir a grupos de poder para perpetuarse. El sistema político norteamericano limitó la presidencia después que Franklin D. Roosvelt, electo para un cuarto mandato consecutivo, falleció en 1945. Ahora se agita contra aquella limitación para para dar continuidad a Trump.

El aura democrática burguesa sirve por igual para condenar como dictatoriales, tiránicos, autoritarios, totalitarios a regímenes que intentan blindar su democracia con la continuidad, y busca su verdad frente al hegemón. Y al mismo tiempo encubre --y legitima, en el cuadro hegemónico— a anacrónicas monarquías parásitas que consumen presupuestos billonarios y pueden incluso corromperse a discreción   

En nuestro tiempo americano miro al principio político de la “elección popular”, manejada desde las oligarquías (el poder del dinero), tan evidente en la elección de Bolsonaro, en Brasil, de Milei en Argentina, y en la más reciente y escandalosa, la de Noboa Jr. en Ecuador. Más novedoso ha sido el abuso de la división de poderes del Estado contra la democracia, como se hizo sentir en Paraguay, cuando el Congreso obligó a renunciar al Presidente electo con argumentos netamente burocráticos. En Brasil se inauguró el uso torcido del poder judicial (“lawfare”) contra Dilma Rousseff, e incluso se implementó una corrupción judicial para encarcelar sin razón a Lula, con vistas a impedirle volver a ser electo para la Presidencia del país. Al lector no le sería difícil rellenar estas páginas con ejemplos. Hasta se pudiera ingeniar crucigramas a partir de tales maniobras. La democracia en la división de poderes del Estado “se fue a bolina”, hubiera apostillado Raúl Roa.

Me parece innecesario aclarar con más ejemplos que la descomposición actual del ideal democrático no responde a una casuística, sino que se origina en la evolución del centro hegemónico mundial. Que allí se genera el uso torcido de las instituciones legitimadas contra los mismos principios democráticos, en los cuales nos hace creer que se sustenta. La muestra más visible es quizás la impunidad con que Donald Trump recuperó la Presidencia a pesar de admitir su rol de instigador en la toma del Capitolio por sus seguidores tras la victoria electoral de su opositor. Eso se llama “putch”, y no “expresión popular de descontento”, como él afirmó.   

El “principio” goebbeliano de convertir la mentira en verdad, es hoy realmente centro de la ideología con la cual domina y pretende expandir su dominio ese “Occidente global”. 

 “La casa de los trucos”, apostillaría un amigo sociólogo, difunto ya.     

Por tal motivo estamos obligados a distinguir entre practicar la democracia y fingirla. Fingir la democracia ha devenido modus vivendi del liberalismo burgués, pero el contagio de esas prácticas en el socialismo ha mostrado que puede llegar a ser letal para el sistema. Evitar el peligro de este contagio debiera ser la primera precaución dentro de la democracia socialista, porque depender de las ideas del enemigo puede ser –es, a mi juicio—la peor forma de dependencia. La más difícil de combatir.

En conclusión, que nos debatimos entre los riesgos de un socialismo nonato y la democracia fingida, descompuesta por siglos de deformación en el dogma de servir a la acumulación y concentración de las riquezas. Por tal motivo pienso que la democracia, como el socialismo, también hay que reinventarla. Que buscando eficiencia no incorpore vicios que puedan erosionarla e incluso deformar el sistema.

Pero esto sería ya otro capítulo del debate inconcluso que aquí solamente podíamos sugerir.

La tragedia de la libertad

Llegado al punto de haber confesado tantas inquietudes que han de chocar con criterios establecidos, ninguna irreverencia debe quedar en el tintero, por absurdo que parezca mi atrevimiento.

Nada nuevo hay en recordar que el ideal democrático nace tarado de falta de libertad en la antigüedad griega, y se transfiere a la romana con este mal. Y que, en Atenas como en Roma, degeneró en solución imperial. Nació fementido: el “demos” no era el “demos”, era la clase esclavista. Es la democracia griega, que atraviesa un proceso de estructuración de la sociedad esclavista, el cual degenera en el imperio macedónico, que ha sido y es, la referencia como modelo original de la república. ¿El pecado original? No lo sé.

El rescate del ideal democrático se puso al día desde el final del siglo XVII, y especialmente del iluminismo francés del XVIII, en el marco del pensamiento liberal. Ligado estrechamente a la connotación adquirida por el concepto de libertad, devenido eje del nuevo paradigma social. En él se basaba la ideología de la nueva dominación, la burguesa, porque se sostenía al fin en explotados libres, que podían negarse o aceptar las condiciones de venta de su fuerza de trabajo. Carlos Marx lo revelaría con rigor de demostración en su obra económica.

En 1844 Federico Engels publicaba La situación de la clase obrera en Inglaterra, resultado de una acuciosa investigación de terreno, en la cual mostraba con claridad que la crueldad a que la revolución industrial inglesa llevaba a su población obrera, agravaba todas las condiciones precedentes de explotación. Engels aportaba, sin saberlo, probación sociológica a la demostración teórica a que había arribado Marx. El aporte liberal se traducía en libertad en beneficio del comprador de la fuerza de trabajo, mientras que para el vendedor (el proletario) significaba la incertidumbre de la subsistencia misma. Fue, como se sabe, el origen de aquella estrecha relación entre Marx y Engels, lo que dio paso a la propuesta de una libertad efectiva para los explotados.

La dictadura jacobina hizo suya la consigna de “Libertad, igualdad y fraternidad, o la muerte”, para Robespierre y el liberalismo radical, con la muerte como disyuntiva. Para el liberalismo digerible que quedó en el ideario burgués, sin luctuosos extremos de sacrificio, salvo el que corresponde a las clases subalternas.

Para el pensamiento socialista, en la mayoría de sus variantes, aquellos conceptos del pensamiento liberal constituyen, o deben constituir, un legado –así lo pienso yo—aunque de manera distinta.

Se trata de que, a diferencia de la suma algébrica, en la ciencia social el orden de los factores SÍ cambia el producto. Y a veces de manera radical. Planteada en aquel orden conceptual, el objetivo esencial resulta, de manera visible, la libertad, al cual los otros dos conceptos quedan subordinados. En principio, no de manera expresa, pero conectados artificialmente, sin prestar atención a un factor contradictorio (en un plano rigurosamente lógico, subrayo).

La Declaración de derechos del hombre y el ciudadano, redactada por Benjamin Franklin, John Adams y Thomas Jefferson, para iluminar el ideal de la nueva república, revela esta confusión desde su primer artículo. Allí se afirma que “Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos; las distinciones sociales no tienen más fundamento que la utilidad común”, sobre cuyas incongruencias creo que puedo ahorrarme la crítica.  Los propios autores parecerían tratar de desfacer este entuerto en el punto cuarto de la declaración: “La libertad consiste en la facultad de hacer todo aquello que no perjudique a otros”, Lamentablemente ni con esta imprecisión entre libertad e igualdad los ideales que proclamaba aquel documento fundador fueron respetados, salvo en los párrafos que santifican la propiedad como derecho inalienable.

He preferido tomar la proclamación norteamericana como referencia no solo por anteceder a la dictadura jacobina en Francia, sino por apuntar a la república burguesa que los franceses admiraron, tras fracasar en una revolución que terminó en imperio, como en la antigüedad griega y romana. Tardó Francia casi un siglo en estabilizar un sistema republicano.  ¡Qué pereza!

Lo que quiero afirmar aquí es una apreciación tan sencilla como que nuestro paradigma no puede ser el liberal, si es que aspiramos a una sociedad superior. Tendrá que ser un paradigma SOLIDARIO, en esencia. Un paradigma en que la libertad quede expresamente regulada por la igualdad y la fraternidad. Que no permita que un país o un grupo de países poderosos se crean libre de imponer su arbitrio para violar soberanías de quienes no se le someten, en lo económico, político e ideológico

Que incorpore en cuerda crítica el legado liberal, sin abjurar siquiera de sus valores, pero llevando a primer plano el principio que los iluministas conceptuaron en términos de “fraternidad”. Tomando así en cuenta el orden de los factores en el conocimiento social. Solo así podemos vincular seriamente los conceptos de libertad y democracia. Solo así podrá llegar a ellos la luz de la verdad, si se me permite cerrar con una aserción filosófica.

De estar de acuerdo en este punto, podemos decir que se trata de escoger entre alternativa solidaria y alternativa liberal, Y de atenerse a las consecuencias.

Falta decir que la primera es una alternativa que solo podrá lograrse en condiciones de paz, en tanto la otra requiere de la guerra como medio natural, a pesar de esconderse en farsas retóricas pacifistas.  

Cuba en el escenario 

Sería imposible cerrar estas líneas sin preguntarnos sobre el papel de Cuba en el escenario descrito. Ante todo, porque se podría decir que, de cierta manera, Cuba está en ese escenario antes de que el mismo existiera.

La revolución de 1959 dio lugar al desgajamiento de la Isla del lazo neocolonial, y su condena a la devastación, en una historia de más de seis décadas de hostigamiento sin tregua que no necesito relatar aquí. El lector no me lo perdonaría, pues a pesar del barraje propagandístico en contra nuestra, la verdad de Cuba es tan conocida como para que las Naciones Unidas vote casi unánime, en Asamblea, todos los años, contra la política de asfixia que le impone Washington.

Cuba no es un BRICS por sus dimensiones --territorial y demográfica-- poco significativas. Ni por recursos naturales estratégicos, como podrían ser el petróleo o el litio. Ni por su desarrollo económico, obstaculizado por el bloqueo desde los años sesenta y, desde los noventa, al garete dentro de las turbulencias globales, desconectada tras la desintegración del “bloque socialista” soviético, que la sostuvo hasta entonces.

Cuba es un BRICS por haber sido capaz de defenderse en solitario, contra el dictado y las acciones del imperio, estando tan cerca de sus costas. Lo es por demostrarle a Nuestra América y al Mundo que la libertad para nuestros pueblos nace de la resistencia, como expone con acierto Cintio Vitier en su ensayo Libertad y resistencia. Lo es porque desde su comienzo el socialismo cubano daba respuesta a las necesidades básicas de salud, educación, empleo y vivienda, sin esperar siquiera a contar con una economía que lo costeara. Lo es porque Cuba buscaba ya otra alternativa antes de que el fracaso de la zafra de 1970 la obligara a ingresar formalmente al bloque del Este. Lo es porque Cuba revolucionaria es un BRICS por naturaleza propia, figure o no en la nómina de sus miembros.

Somos una sociedad dispuesta a no claudicar en la elección de su paradigma, ni siquiera en uno de los rincones más complicados del escenario global

Sobre el potencial de la participación política en la sociedad cubana, sería una pedantería especular aquí. Prefiero valorar un episodio local reciente.

Cuba experimentó a mediados de 2025 un singular ejercicio democrático, cuando una decisión, en apariencia imprescindible para salvar la economía de un organismo clave, laceraba a gran parte de la población. Esta actuación provocó una reacción espontánea por parte de instituciones revolucionarias de la juventud y la academia, que obligó al poder estatal a propiciar una revisión y rectificación de la medida. Tuvo que acaecer, como es habitual, en medio de tergiversaciones y provocaciones mediáticas enemigas neutralizadas por los propios hechos.

Aunque está por probarse la efectividad de los ajustes adoptados, es ya un revés que observamos con optimismo a la impunidad administrativa.

Esto que parece haber pasado inadvertido en el camino de la solución del diferendo, es para mí más relevante, como práctica, que lograr votos unánimes en las discusiones parlamentarias donde la democracia debiera reflejar mayor confrontación de posturas.

Las ciencias sociales tendrían también que reparar en la importancia de hechos como este, si aspiramos a contribuir a perfeccionar realmente nuestra democracia. Hacer que la participación no quede en el plano retórico. Lo considero un componente esencial del proceso de transición que ha intentado dos actualizaciones relevantes. La  primera, la Reforma Constitucional de 1992[6]. La otra, de mayor importancia aun, fue la Constitución de 2019 hoy vigente, aprobada tras un largo proceso de consulta popular, el cual posibilitó la incorporación de numerosos aportes al texto de la propuesta original.

No obstante, el horizonte democrático de la transición socialista cubana tiene por delante un desafío de perfeccionamiento institucional tan complejo como el de su aseguramiento económico, e igualmente afectado por el bloqueo norteamericano

El balance entre posibilidades y dificultades para Cuba debe mejorar en el escenario a la vista, siempre que nuestra capacidad de resistencia no disminuya. Y es todo el optimismo que puedo mostrar, con las debidas excusas para el lector que pudiera esperar más.

En suma, son dos los grandes desafíos cubanos: salir del estancamiento socialista, y sortear el peligro de fingir la democracia.

Debo aclarar, antes de poner punto final a estas líneas, que me he detenido sobre el tema de Cuba porque no creí posible dejar de tocarlo. No obstante, es evidente que nuestra realidad requiere un tratamiento especial, al que espero contribuir también.

La Habana, 31 de agosto de 2025

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[1] Revista Casa de las Américas, No. 319., ed. digital

[2] Aún si la   llamamos “fría” las guerras se ganan o se pierden, nunca basta con afirmar que terminaron.

[3] Graficación de un siglo de guerras, elaborado por Jean Paul Hébert para el Atlas de la Historia crítica del siglo XX, publicado por Le Monde Diplomatique en 2010.

[4] i.e. socialismo chino, socialismo cubano

[5] Su obra La democracia en América sigue siendo un clásico para la Academia estadunidense. 

[6] en 1991el comité central del Partido Comunista de Cuba dio a la luz un Llamamiento al IV Congreso del PCC. en más de doscientas páginas, con un abanico de cambios que solo fue considerado parcialmente

https://temas.cult.cu/catalejo/campo/88

jueves, 25 de septiembre de 2025

Sociedad e ideales. Divagaciones después de un concierto


 
Por Rafael Hernández

Hace unos días, sentado en la escalinata de la Universidad de La Habana, en espera del concierto de Silvio, me vino a la mente lo mucho que ha llovido desde que supe de él por primera vez. 

Una amiga que enseñaba en el viejo Departamento de Filosofía de la UH, y colaboraba con la televisión, me había recomendado un programa que ponían los domingos por las tardes titulado “Mientras tanto”, y que conducía un joven trovador muy original y ajeno a los cantautores de moda. 

Aunque me pareció entonces que carecía de lo que llaman “una buena voz”, sus letras tenían un raro élan poético; y decían cosas, más allá de penas y alegría. En un modo distinto al que se asociaba (y se asocia todavía) con “el gusto de los jóvenes”. 

Versos como “hay un grupo que dice que lo haga reír/dicen que mi canción no es así, juvenil/que yo no me debiera poner a cantar/porque siempre estoy triste, muy triste”. O como “El insecto agonizaba/yo empezaba a canturrear/la canción más solitaria/que haya escrito sin llorar.” O con una actitud resuelta: “pero mientras tanto, yo tengo que hablar, tengo que vivir, tengo que decir lo que he de pensar…yo tengo que hablar, cantar y gritar/la vida, el amor, la guerra, el dolor”. 

Además de estas letras a contracorriente, las melodías tenían una cierta magia, igual que su manera de entonarlas. 

Un día, por allá por 1973 o 1974, siendo profesor de Literatura y jefe de Relaciones Internacionales en la Escuela de Lenguas Extranjeras, me tocó organizar una “actividad cultural” para conmemorar un aniversario de la Revolución de Octubre, o algo parecido. Recuerdo que estaban todos los profesores soviéticos, a quienes la directora quería agasajar especialmente. Lo que se me ocurrió fue invitar a Silvio, que ya era muy conocido, a cantar para nosotros. 

A los jóvenes profesores nos encantaron sus interpretaciones esa noche. No estoy muy seguro de que lo fueran para todos los extranjeros, por la complejidad de sus letras y estilo peculiar, incluido lo que hoy llamaríamos su look

Para nadie es un secreto que, en las universidades cubanas de la época, las melenas y las barbas no eran políticamente correctas, y más bien se asociaban con los hippies. Y aunque Silvio no tenía una cabellera o unas patillas frondosas, sus jeans desgastados y sus sandalias sin medias no les gustaron a la directora ni probablemente a los profes soviéticos. 

Tampoco ese estilo suyo, y algunos de sus gustos musicales, se avenían con la imagen que por entonces promovían los medios. Su programa en la TV se había cancelado por desavenencias como esas. De ahí que hubiera decidido alejarse un tiempo, como tripulante del buque pesquero Playa Girón, a un largo viaje trasatlántico, donde siguió escribiendo y cantando para la marinería. Después de cuatro meses, regresó con un montón de canciones, entre las que quedaron “Ojalá”, “Resumen de noticias”, “Cuando digo futuro” y “Playa Girón”, dedicada a aquellos marinos del buque.

Un dirigente amigo mío dice que eso de “caer en desgracia” no se aplica aquí en Cuba. Y que los llamados “tronados” en realidad son sancionados o demovidos, término de la jerga política nuestra que ya reconoce como cubanismo la Real Academia. 

A mí apenas me han “trasladado a otras funciones”, pero sí tengo una noción de lo que significa “caer en desgracia”, así que me vinieron a la mente, sentado en la escalinata de la UH la otra noche, aquellos años de ostracismo mediático que Silvio vivió, cuando solo Haydée Santamaría y Alfredo Guevara le ofrecieron amparo.  

Luego de que Silvio leyera el fragmento de Martí donde dice que para ser libre hay que ser no solo culto, sino próspero; y sobre todo luego de haber declarado de entrada que había retornado a la Universidad de La Habana (tengo entendido que después de 20 años de ausencia) como un gesto hacia los estudiantes de la FEU, quienes hace poco protestaron contra el alza de las tarifas de Etecsa para datos móviles, compartiendo con la multitud literalmente apretujada en la escalinata coreando su nombre, ante un público que incluía a la plana mayor del gobierno, se me ocurrió que para Silvio haber “caído en desgracia” había contribuido a su integridad política y artística. 

Y que en lugar de destilarla en resentimiento o ruptura, había acendrado en él sus convicciones personales, transformadas en canciones que han podido compartir las más diversas generaciones, clases sociales, culturas, gustos, posturas políticas, dentro y fuera de esta isla, como quienes las coreaban aquella noche. 

Regresando a mi casa junto con mi hija, venía pensando en el significado de aquel encuentro entre un creador que se ha mantenido fiel a su estilo artístico renovador y a su identidad política, en medio de una sociedad cubana en crisis no solo económica, sino ideológica. Una sociedad que suele pintarse en una especie de derrumbe a cámara lenta, despedazada por polaridades y desgarramientos irremediables, carente de ideales y sumida en una especie de apagón espiritual. 

Lo que vivimos esa noche no borró esa crisis y esas tensiones, naturalmente. Pero sí reveló que un estímulo genuino podía sacar a flote lo que tanta gente diferente, dentro y fuera de aquella compacta escalinata, comparte hoy como legado del cual enorgullecerse, valores que defender e ideales que reivindicar. 

Separar lo estético en esas canciones y su contenido, como si en ellas se pudiera sentir solo la emoción de la melodía y no lo que dicen, es tan forzado como separar al artista de sus ideas y su ejemplo como cubano. Sería ignorar que parte de la admiración que aún despierta aquí y ahora tiene que ver con su ejemplo cívico, su coraje y, para decirlo con una frase muy controvertida, su continuidad renovada.  

Por contraste, también este encuentro representaba un paréntesis de lucidez colectiva en torno a lo que nos une, en medio de una situación caracterizada por la confusión ideológica y el descreimiento. Un momento de claridad en medio de esa neblina, cuya desorientación tiene consecuencias más profundas que la crisis económica y los malestares cotidianos, porque no nos deja vernos. 

En efecto, ahora que la cubanía se confunde con cubanidad, la identidad con la adhesión a ciertos hábitos de vida y consumo, el rostro de la nación se minimaliza en los amigos de la escuela y los seguidores de las redes, el futuro con un grupo demográfico indiferenciado llamado “los jóvenes”, las utopías individuales se aprecian por encima de las colectivas, la reflexión sobre la circunstancia desciende a telenovela, memes o realismo sucio, y la sociedad cubana se expande como una infusión de miseria y de silencio… En esta circunstancia, la recuperación del sentido de lo real y la vuelta a los ideales cobran un sentido particular.

Claro que siempre ha habido una brecha entre el concepto de república con todos y para el bien de todos y su ejercicio político y social en cada lugar y momento, entre el orden institucional de un Estado de derecho y el impulso vivo de una democracia radical, entre el estandarte de la igualdad y el acceso palpable al bienestar y la prosperidad de todos, entre el sentido de la patria y el arraigo adonde uno vive. Y a veces esa brecha rebasa la de la fosa de Bartlet. Aquí en esta ínsula y más para allá. 

De esas brechas hablaba el Martí maduro, poniéndonos delante de un espejo, cuando en “Nuestra América” empezó precisamente por criticar al “aldeano vanidoso”, ese que “cree que su aldea es el mundo”. Da lo mismo si es el Vedado o Hialeah, Mantilla o Coral Gables. 

Si uno mira al mundo circundante, tan globalizado como se dice, donde la patria se tiene por una idea anacrónica o evanescente, según algunos profetas, una especie de licuado transnacional, la nación a la que se pertenece sigue siendo un vínculo de fondo, que rebasa las fronteras, y resurge donde quiera. 

En vez de imaginarnos como los nuevos judíos errantes, el pueblo de la maldita circunstancia del agua por todas partes, el elegido para pruebas supremas, podríamos empezar por ubicarnos en ese mundo del que somos parte, no excepción. 

Si lo intentáramos, sería más probable que nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos aprendieran que vivir en ese mundo no equivale a dejar atrás quiénes somos, donde quiera que “fijemos residencia”, porque esa patria sigue siendo una palpitación que nos vincula.  

Por experiencia propia y por la de otros, he aprendido que no hay educación política y cívica como la de viajar. Entrar en contacto con otras culturas, no tan afines a la nuestra, o en absoluto afines. Lo saben quienes han ejercido como diplomáticos, marineros, corresponsales o cronistas de viajes, cooperantes civiles o militares, o han ido a estudiar y sobre todo a trabajar en alguna parte. 

Lo que definitivamente transforma esa visión, lo que la dota de un ancla, es compartir la cotidianidad de quienes residen en otra parte, trabajar, entrando en relación con “los nativos”, y con los otros que llegan como nosotros, mirándose en esa multitud diversa y diferenciada donde uno intenta arraigarse, y donde la patria de origen, la que cada cual lleva (o no lleva) adentro, sigue siendo la única raíz y el tronco común, no importa dónde se esté. 

Quiero terminar estas divagaciones suscitadas por Silvio, recordando que la patria de sus canciones no se reduce a un acta donde consta el amor que nos une, ni a una utopía colectiva que se intenta revivir, o a una sesión de sueños rotos que se reparan. Es también, y sobre todo, un espejo de nosotros mismos.     

Una de las canciones que cantó en la escalinata dice precisamente que todos los nacidos en Cuba pueden llamarse cubanos, “aunque les guste la uva/más que el plátano manzano”. Aunque entre ellos haya que diferenciar al “cubano falsificado/y el cubano original/ el cubano insubordinado/y el cubano editorial”. Así como al “cubano de las sardinas” y el “cubano tiburón”.

La cubanía no consiste nada más en haber nacido aquí; ni compartir ideales requiere tampoco idealizarnos, parece decirnos Silvio.

No estaría mal recordarlo cada vez que tarareemos esos versos.

https://oncubanews.com/opinion/columnas/con-todas-sus-letras/sociedad-e-ideales-divagaciones-despues-de-un-concierto/