Por Víctor Casaus
Espero que la cursiva en el segundo maestro no se pierda en los avatares de
la difusión
cibernética de esta crónica urgente escrita al borde del aniversario del nacimiento de Raúl Roa, a quien se le quiere en el Centro Pablo como el padrecito nuestro que fue.
cibernética de esta crónica urgente escrita al borde del aniversario del nacimiento de Raúl Roa, a quien se le quiere en el Centro Pablo como el padrecito nuestro que fue.
Lo podría haber sido solamente por la
impresionante donación de papeles y fotos inéditas del cronista de Majadahonda
que Roa me entregó, en prueba de confianza y cariño que siempre agradeceré, para
que las conservara y las difundiera, como pabliano
probado que yo había demostrado ser.
Roa lo supo desde que lo asalté cuando formaba
parte de una delegación encabezada por Fidel que visitaba la comunidad de
Jibacoa, ahora perteneciente a la provincia de Mayabeque, donde Alquimia Peña y
yo realizamos durante casi dos años un inolvidable trabajo cultural a
principios de los años 70. Allí le dije, aprovechando el paso de un edificio al
otro, que yo quería trabajar en una película y en un libro sobre Pablo de la
Torriente Brau y que necesitaba su ayuda en cuanto a bibliografía, documentos,
fotos y sobre todo vivencias y recuerdos personales. “Llégate por el Ministerio
y vemos esa matraca” fue la respuesta sintética, súbita y alentadora.
Esa acción mía fuera de protocolo (parecida
remotamente a las que él realizó en tantas importantes ocasiones en los foros
internacionales para defender a la Revolución Cubana triunfante, hija de la
revolución “ida bolina” en los años 30 en los que él había sido participante –y
combatiente– de primera fila) tuvo consecuencias muy importantes para mi
trabajo, quiero decir: para mi vida.
Escucharlo durante horas en su oficina de la
vicepresidencia de la Asamblea Nacional, tendido en el chase long desde donde enarbolaba en el aire incansablemente su mano
al compás de la anécdotas que iban y venían, desde la década del 20 del siglo
pasado hasta las últimas peripecias de la aplicación profundamente errática de
la política cultural cubana en aquellos años anti-memorables.
Esa mano incansable quedó inmortalizada, quién
lo duda, en las extraordinarias caricaturas que le hizo su amigo entrañable, el
gran Juan David, y en las fotos que lo recuerdan en la ONU o en la OEA,
defendiendo a talento y espada a la acosada Revolución Cubana.
A esa mano escribió otro gran amigo suyo,
Cintio Vitier, este soneto que vale la pena recordar en este nuevo aniversario
del maestro Roa.
ARDIENDO PURA
Esa mano relámpago, más viva
Todo eso recordaba –y mucho más– mientras
escuchaba en vivo o veía sobre la pantalla el testimonio de Raulito Roa Kourí,
pletórico de dignidad y de humor, palabras que podrían servir para delinear
rápidamente la personalidad de aquel intelectual revolucionario sin orejeras,
francotirador certero, marxista consistente que nos indica, todavía hoy, desde
sus libros, la importantísima función de pensar con cabeza propia los temas de
la realidad que nos circundan. Los de entonces y los de ahora.
Por eso ediciones La Memoria del Centro Pablo
llevó a ese cónclave de gente amiga y cómplice, convocada por nuestra querida
Nisia Agüero en la Sala Martínez Villena
de la UNEAC, ejemplares de algunos de los libros de Roa que hemos publicado en
estos años: su Bufa subversiva y su Viento sur que no habían vuelto a ser
editados desde sus apariciones iniciales, la primera en 1935 y casi
inmediatamente secuestrada por las huestes de Batista.
De ese apasionante manojo de artículos y
crónicas tomo este delicioso fragmento de su prólogo, el “Trago inicial”
escrito por su hermano en tantas lides, el periodista Pablo de la Torriente
Brau, en el que comienza describiendo un collage
fotográfico realizado por Roa, que se conserva hoy, celosamente, en la casa
familiar:
Pero en el cuarto, lo que más se
parece a Raúl es una composición fotográfica: por paradoja, él, que lo
destrozaba todo, le gustaba componer algunas veces.
Es una composición tumultuosa:
Aureliano en pose de arenga; Gabriel Barceló muerto; el Directorio de 1930,
preso; la tumba de Mella, en México; tánganas estudiantiles; Arsenio Ortiz;
Sylvia y Georgina Shelton; la policía frente a la Universidad; Mella de remero;
Mongo Miyar y yo; y Teté Casuso y Ramiro Valdés Daussá y un perro de Isla de
Pinos; tánganas estudiantiles; hombres asesinados en Santiago; heridos en
Emergencias; Trejo herido; Benito Fernández; tánganas estudiantiles… Es una
composición loca y agradable: lo más parecido a su biografía que hay en el
cuarto.
(…)
Algunas veces en este cuarto
ocurrieron cosas tremendas: la composición fotográfica se animó
vertiginosamente en el insomnio: Trejo Y Gabriel resonaron a gritos; la voz de
Mella era un estampido del mar; las manifestaciones de estudiantes se
estremecieron aullando el lema de «Muera Machado»: Raúl Roa se puso a escribir
«Tiene la palabra el camarada máuser»… Pepe Tallet animó su cara de fauno y
recitó «La rumba»: Raúl Roa le dijo mentiras a varias mujeres anteriores y les
dedicó verdades fisiológicas; Rubén Martínez Villena tenía los ojos claros como
su dialéctica maravillosa y en la noche de insomnio Raúl Roa hizo un artículo
de estructura marxista irreprochable…
(…)
Pero el libro no servirá para el
biógrafo: ¡Ah, si yo contara episodios de La Cabaña, del Príncipe, el Presidio
y la Universidad!… Pero en esta época de gases y petardos debo guardar
silencio. ¿Qué museo guardará su lengua? ¿Y su melena?
Y el propio Pablo se encarga de situar en el
sitio que le correspondía a quien se autodefinió, erróneamente, años después: “Ni
escritor ni escribano —respondió Roa a un entrevistador—: simplemente un
soldador flamígero de palabras en puro afán de servicio.”
Ah, carajo, olvidaba decirte que he leído tu libro, que me parece estupendo y que es una lástima que no se pueda leer en Cuba. Lo mejor del libro es que se parece a ti, desordenado, brillante, inquieto. Tiene cosas magníficas y cosas maravillosas. La instantánea campesina, aunque no lo hicieras con ese ánimo, en realidad es un cuento estupendo. Las páginas universitarias, un gran recordatorio. Y Agis el Espartano y la Interviú profética dos de los mejores capítulos. Me gusta todo. Leonardo piensa que tú eres el primer escritor de Cuba. Yo pienso lo mismo.
El propio Roa, coloquial y risueño, le había
adelantado a un poeta amigo su opinión sobre aquel libro que estaba terminando:
“Tiene esta Bufa tremebundos
aspectos y contingencias aladas. Es de culo, viejito.” (Carta a Manuel Navarro
Luna, 1º de agosto de 1934).
Antes de casi terminar esta crónica del día a día, homenajeadora y
querible, para Raúl Roa, quiero volver a regalarle aquel poema que incluía en
su dedicatoria ese maestro en
cursivas que mencioné al principio: así nos llamábamos (es innecesario aclarar
que en broma) la gente de mi generación. No era signo de supuesta estatura
intelectual o alcurnia literaria: era sinónimo de amigo cercano, socio,
hermano. Por eso, además del maestro sin comillas que lleva toda la carga
honrosa que conocemos, llamé, en la dedicatoria de marras, maestro cursivo y querido a ese padrecito después centropabliano y siempre inolvidable.
POÉTICA DE SIEMPRE
Para
Raúl Roa, maestro y maestro
Unos dicen que en estos poemas
se ha abolido la imaginación
y los llaman
extremistas-sectarios-panfleteros
Ah esos pobres enredados en sus
flores de papel
Otros dicen que en estos poemas
se piensa demasiado
y los llaman
liberales-confundidos-libreteros
Ah esos pobres encerrados en su
propia cuadrícula
Menos mal
ningún mal
mucho bien
que ustedes han estado siempre
aquí
alborotando estos papeles
enredadas en los conflictos que
hacen vida la vida
libres del tonto de las
cuadrículas
libres de esas mariposas en sus
flores de papel
y que aquí seguirán
para siempre
poesía
Revolución
Víctor
Casaus