martes, 25 de abril de 2017

Para Raúl Roa, Maestro y Maestro

Por Víctor Casaus

Espero que la cursiva en el segundo maestro no se pierda en los avatares de la difusión
cibernética de esta crónica urgente escrita al borde del aniversario del nacimiento de Raúl Roa, a quien se le quiere en el Centro Pablo como el padrecito nuestro que fue.

Lo podría haber sido solamente por la impresionante donación de papeles y fotos inéditas del cronista de Majadahonda que Roa me entregó, en prueba de confianza y cariño que siempre agradeceré, para que las conservara y las difundiera, como pabliano probado que yo había demostrado ser.

Roa lo supo desde que lo asalté cuando formaba parte de una delegación encabezada por Fidel que visitaba la comunidad de Jibacoa, ahora perteneciente a la provincia de Mayabeque, donde Alquimia Peña y yo realizamos durante casi dos años un inolvidable trabajo cultural a principios de los años 70. Allí le dije, aprovechando el paso de un edificio al otro, que yo quería trabajar en una película y en un libro sobre Pablo de la Torriente Brau y que necesitaba su ayuda en cuanto a bibliografía, documentos, fotos y sobre todo vivencias y recuerdos personales. “Llégate por el Ministerio y vemos esa matraca” fue la respuesta sintética, súbita y alentadora.

Esa acción mía fuera de protocolo (parecida remotamente a las que él realizó en tantas importantes ocasiones en los foros internacionales para defender a la Revolución Cubana triunfante, hija de la revolución “ida bolina” en los años 30 en los que él había sido participante –y combatiente– de primera fila) tuvo consecuencias muy importantes para mi trabajo, quiero decir: para mi vida.

Escucharlo durante horas en su oficina de la vicepresidencia de la Asamblea Nacional, tendido en el chase long desde donde enarbolaba en el aire incansablemente su mano al compás de la anécdotas que iban y venían, desde la década del 20 del siglo pasado hasta las últimas peripecias de la aplicación profundamente errática de la política cultural cubana en aquellos años anti-memorables.

Esa mano incansable quedó inmortalizada, quién lo duda, en las extraordinarias caricaturas que le hizo su amigo entrañable, el gran Juan David, y en las fotos que lo recuerdan en la ONU o en la OEA, defendiendo a talento y espada a la acosada Revolución Cubana.

A esa mano escribió otro gran amigo suyo, Cintio Vitier, este soneto que vale la pena recordar en este nuevo aniversario del maestro Roa.

                    ARDIENDO PURA
   
        Esa mano relámpago, más viva
        que la ardiente palabra en que restalla,
        esa mano zig-zag de la batalla
        a pecho limpio de la patria altiva:

        esa mano vibrante, afirmativa,
        disparando el strike que no le falla,
        hipérbole la pólvora en que estalla
        y sale de sí misma, rediviva:

        esa mano de Roa que flamea
        invicto airón sobre la dictadura
        y en la cueva del yanqui centellea:

        esa mano que increpa, rapta, jura,
        garabato de luz, fulmínea idea,
        es la estrella mambí, ardiendo pura.

Todo eso recordaba –y mucho más– mientras escuchaba en vivo o veía sobre la pantalla el testimonio de Raulito Roa Kourí, pletórico de dignidad y de humor, palabras que podrían servir para delinear rápidamente la personalidad de aquel intelectual revolucionario sin orejeras, francotirador certero, marxista consistente que nos indica, todavía hoy, desde sus libros, la importantísima función de pensar con cabeza propia los temas de la realidad que nos circundan. Los de entonces y los de ahora.

Por eso ediciones La Memoria del Centro Pablo llevó a ese cónclave de gente amiga y cómplice, convocada por nuestra querida Nisia Agüero en la Sala Martínez Villena de la UNEAC, ejemplares de algunos de los libros de Roa que hemos publicado en estos años: su Bufa subversiva y su Viento sur que no habían vuelto a ser editados desde sus apariciones iniciales, la primera en 1935 y casi inmediatamente secuestrada por las huestes de Batista.

De ese apasionante manojo de artículos y crónicas tomo este delicioso fragmento de su prólogo, el “Trago inicial” escrito por su hermano en tantas lides, el periodista Pablo de la Torriente Brau, en el que comienza describiendo un collage fotográfico realizado por Roa, que se conserva hoy, celosamente, en la casa familiar:

Pero en el cuarto, lo que más se parece a Raúl es una composición fotográfica: por paradoja, él, que lo destrozaba todo, le gustaba componer algunas veces.

Es una composición tumultuosa: Aureliano en pose de arenga; Gabriel Barceló muerto; el Directorio de 1930, preso; la tumba de Mella, en México; tánganas estudiantiles; Arsenio Ortiz; Sylvia y Georgina Shelton; la policía frente a la Universidad; Mella de remero; Mongo Miyar y yo; y Teté Casuso y Ramiro Valdés Daussá y un perro de Isla de Pinos; tánganas estudiantiles; hombres asesinados en Santiago; heridos en Emergencias; Trejo herido; Benito Fernández; tánganas estudiantiles… Es una composición loca y agradable: lo más parecido a su biografía que hay en el cuarto.

(…)

Algunas veces en este cuarto ocurrieron cosas tremendas: la composición fotográfica se animó vertiginosamente en el insomnio: Trejo Y Gabriel resonaron a gritos; la voz de Mella era un estampido del mar; las manifestaciones de estudiantes se estremecieron aullando el lema de «Muera Machado»: Raúl Roa se puso a escribir «Tiene la palabra el camarada máuser»… Pepe Tallet animó su cara de fauno y recitó «La rumba»: Raúl Roa le dijo mentiras a varias mujeres anteriores y les dedicó verdades fisiológicas; Rubén Martínez Villena tenía los ojos claros como su dialéctica maravillosa y en la noche de insomnio Raúl Roa hizo un artículo de estructura marxista irreprochable…

(…)

Pero el libro no servirá para el biógrafo: ¡Ah, si yo contara episodios de La Cabaña, del Príncipe, el Presidio y la Universidad!… Pero en esta época de gases y petardos debo guardar silencio. ¿Qué museo guardará su lengua? ¿Y su melena?

Y el propio Pablo se encarga de situar en el sitio que le correspondía a quien se autodefinió, erróneamente, años después: “Ni escritor ni escribano —respondió Roa a un entrevistador—: simplemente un soldador flamígero de palabras en puro afán de servicio.” 

Ah, carajo, olvidaba decirte que he leído tu libro, que me parece estupendo y que es una lástima que no se pueda leer en Cuba. Lo mejor del libro es que se parece a ti, desordenado, brillante, inquieto. Tiene cosas magníficas y cosas maravillosas. La instantánea campesina, aunque no lo hicieras con ese ánimo, en realidad es un cuento estupendo. Las páginas universitarias, un gran recordatorio. Y Agis el Espartano y la Interviú profética dos de los mejores capítulos. Me gusta todo. Leonardo piensa que tú eres el primer escritor de Cuba. Yo pienso lo mismo.

El propio Roa, coloquial y risueño, le había adelantado a un poeta amigo su opinión sobre aquel libro que estaba terminando: “Tiene esta Bufa tremebundos aspectos y contingencias aladas. Es de culo, viejito.” (Carta a Manuel Navarro Luna, 1º de agosto de 1934).

Antes de casi terminar esta crónica del día a día, homenajeadora y querible, para Raúl Roa, quiero volver a regalarle aquel poema que incluía en su dedicatoria ese maestro en cursivas que mencioné al principio: así nos llamábamos (es innecesario aclarar que en broma) la gente de mi generación. No era signo de supuesta estatura intelectual o alcurnia literaria: era sinónimo de amigo cercano, socio, hermano. Por eso, además del maestro sin comillas que lleva toda la carga honrosa que conocemos, llamé, en la dedicatoria de marras, maestro cursivo y querido a ese padrecito después centropabliano y siempre inolvidable.

POÉTICA DE SIEMPRE

                       Para Raúl Roa, maestro y maestro

Unos dicen que en estos poemas
se ha abolido la imaginación
y los llaman extremistas-sectarios-panfleteros
Ah esos pobres enredados en sus flores de papel

Otros dicen que en estos poemas
se piensa demasiado
y los llaman liberales-confundidos-libreteros
Ah esos pobres encerrados en su propia cuadrícula

Menos mal
ningún mal
mucho bien
que ustedes han estado siempre aquí
alborotando estos papeles
enredadas en los conflictos que hacen vida la vida
libres del tonto de las cuadrículas
libres de esas mariposas en sus flores de papel
y que aquí seguirán
para siempre
poesía
Revolución


                       Víctor Casaus

viernes, 21 de abril de 2017

Santa y Andrés

Por Guillermo Rodríguez Rivera

Santa y Andrés resulta una poderosa advertencia contra la negación del otro. Una de sus debilidades radica  en la pretensión de ubicar en una fecha y un sitio, intensas peripecias de la vida cubana. Al decir de un joven crítico, el filme realiza una

       objetiva exploración en ciertos momentos de nuestro pasado, no privilegiados 
        por la historiografía oficial;  un interés por repasar algunos pasajes relacionados 
        con actitudes asumidas por el Estado que aún aquejan la existencia de determinados 
       individuos y su mundo de valores.[1]

El filme pretende tener, en apariencia, una muy precisa ubicación en la historia cubana, pero esa historia contada no es capaz de fijarse en el tiempo.

Un texto inicial del filme advierte de la voluntad moralista de los primeros años de la Revolución, en los que se pretendía enmendar cualquier atisbo de lacra social que empañara los logros del socialismo naciente.

El “socialismo naciente no puede ubicarse sino en 1961 pero, de pronto, otro inmediato texto en el filme, coloca la historia en el Oriente cubano, nada menos que en 1983,  22 años después de aquel momento en que Fidel proclama el carácter socialista de la Revolución.

Pero hay todavía otro momento en que la información de Ángel Pérez  -- el joven crítico que valora y exalta la película --, señala:

            Esta inmersión en los desatinos acaecidos en Cuba (con su referente primero 
           en las terribles condiciones a las que fueron sometidos artistas y escritores tras              
           el Congreso de Educación y Cultura del año 1971) está expuesta con 
           excelente precisión cinematográfica.

La precisión será cinematográfica, pero no es, sin embargo una precisión histórica. Creo que el filme no quiere o no sabe tener esa precisión. Los momentos –los del sectarismo de 1962, la aparición de las UMAP de 1965 a 1968, el Quinquenio Gris de 1971 hasta la fundación del Ministerio de Cultura en 1976, los mítines de repudio en los días del éxodo de Mariel, todos esos momentos parecen fundirse y volcarse en la aventura transhistórica de los personajes Santa y Andrés, en un argumento que han elaborado el joven director Carlos Lechuga y el experimentado guionista Eliseo Altunaga: median más de cuarenta años entre las edades de los dos. Las cronologías que acaso pudo ignorar el treintañero Lechuga, no guardaban ningún secreto para el septuagenario Altunaga. Las peripecias de homosexuales y escritores –que claro que no son lo mismo-- en Cuba, atravesaron por diversos momentos. 

La historia que nos cuenta el filme se ubica en la provincia de Oriente y en 1983. La represión intelectual me parece tardía: ha pasado el momento en que a un poeta como Delfín Prats le hacen pulpa de papel un poemario premiado y ya editado, como fue Lenguaje de mudos; ha quedado atrás el represivo Quinquenio Gris y, después del éxodo del Mariel, no recuerdo “mítines de repudio” como el que sufre el escritor homosexual que es Andrés Díaz en la cinta.

Por ello creo que el guión de Santa y Andrés renuncia a una localización histórica, a una precisión que tal vez le parezca secundaria. Nos está diciendo –o, mejor, recordándonos– que eso existió en nuestra vida, no importa dónde, no importa cuándo.

La fuerza del filme se sitúa en la ejemplar relación entre los dos personajes y en la historia que nos cuenta. Santa ha llegado a casa de Andrés porque tiene la misión de  “vigilar al  enemigo”. Es una campesina que ha sufrido diferentes embates de la vida y representa al pueblo revolucionario que aprendió a cumplir lo que la Revolución demandaba. Jesús es el dirigente que le trasmite esas demandas, pero conduce a Santa a comprobar lo torcido del camino que le ha propuesto. Es el oportunista abusivo que ha renunciado a comprender y se ha despojado de toda humanidad para conseguir lo que se propone o para mantener lo que ha conseguido. 

Todos los personajes están perfectamente definidos del principio al fin del filme: son los mismos desde el inicio de la trama.  Santa es el único que cambia, el único que se transforma. Ángel Pérez ve, al final, a una Santa todavía sometida, que es capaz de lanzarle el huevo a Andrés como le ordena Jesús, pero la convicción de antes se ha esfumado del gesto: ha desaparecido. 

No es que descubra que “la Revolución se equivoca”, como afirma el crítico, sino que advierte que Jesús no  es la Revolución. Recuerdo como algunos de los represivos representantes del Quinquenio Gris, optaron por irse a vivir al capitalismo que execraban, cuando su poder desapareció. 

Jesús sabe que Santa jamás volverá a seguirlo: por eso aparecen los letreros insultantes, denigratorios, en la fachada de su casa. Sabemos quién ha mandado a colocarlos.

Se habla de la condición metafórica de Santa y creo que si alguna identidad la engloba es su cercanía a la revolución popular. Santa y Andrés está estéticamente resuelta en el personaje que encarna magistralmente la antiestrella que es Lola Amores, que me recuerda a la Adela Legrá debutante en Manuela. 

Si como dicen es cierto que se ha prohibido la exhibición de Santa y Andrés para el público cubano, esa me parece una decisión profundamente errónea, aunque la película no es en manera alguna una obra perfecta. Si se exhibiera generaría contradicciones y discusiones, pero si algún público está capacitado para valorarla con justicia, ese es el cubano. No le neguemos ese derecho.




[1] López Ángel: “Atisbos desde el borde”, en Altercine, IPS, ¼.

domingo, 16 de abril de 2017

El ángel herido


Hasta ayer no conocía al pintor Hugo Simberg. Y de pronto tuve ante mis ojos "El ángel herido", su obra más sugestiva, o una de las más. Representa a dos niños llevando en una parihuela a un ángel con la cabeza vendada y un ala rota. El primero de los niños, abriendo el paso, parece ensimismado en el camino; el segundo nos mira gravemente, acaso sin propósito, como si llevar un ángel herido no fuera tan extraño.

Cuál es la historia del momento que captura el cuadro, cómo el ángel se hirió o fue herido, son preguntas que asaltan. Acaso porque conozco un poco el tema no me ha sido difícil imaginar que pudiera tratarse de un ángel de la guarda accidentado mientras cumplía su deber. Viéndole, me pregunto si podría ser el que intentaba socorrer a Lorca o el que trataba de impedir que soltaran la bomba en Hiroshima. Quién sabe si incluso fuera el primero de los ángeles que se me ocurrió, y que no puse en la canción, el que intentó detener la hoja que bajaba hacia el cuello de María Antonieta. 

Hugo Simberg nació en Viipuri y vivió entre 1873 y 1917. Viipuri es una ciudad portuaria que primero fue finlandesa, luego sueca, luego rusa, luego otra vez finlandesa y a partir de 1940 ha vuelvo a ser parte de Rusia y lleva por nombre Viborg. 

Simberg pintó "El ángel herido en 1903 y en 2006 la obra de arte fue votada como "pintura nacional".

Han sido tantas las preguntas que me he hecho, mirando este cuadro, que no tuve más remedio que reconocer que jamás llegaré a la verdadera historia de aquella herida, de aquel ángel con unas florecitas silvestres en la mano y de aquellos niños que lo llevaban, supongo que a curar. No dudo que esa fuera la intención de Hugo Simberg, cuando lo pintó.

miércoles, 12 de abril de 2017

Para no irnos así, como en silencio

Cuba es un país de héroes. Algunos hemos tenido el privilegio de conocerles, de ser sus amigos y hasta de cantar con ellos, como me ha pasado con René Rodríguez Rivera (R3) y sus hermanos Alipio y Luis, quienes no sólo fueron combatientes revolucionarios sino además intérpretes y divulgadores del mejor repertorio de la trova tradicional. De los 4 hermanos Rodríguez Rivera, tres fueron médicos, como el padre. Guillermo, el menor, como ya saben, es poeta, ensayista, profesor y miembro dilecto de la Red Abeja.

René tenía esta crónica destinada a sus nietos. Yo, de fresco, se la pedí para Segunda cita. Espero que sus descendientes me comprendan.

Los cubanos conocemos quienes fueron los amigos que René menciona, de aquel Santiago de Cuba de a mediados de los años 50 del pasado siglo. Para los que no lo sepan, José Tey cayó en combate desigual en el alzamiento del 30 de noviembre de 1956, tres días antes de cumplir 24 años. Josué País García fue asesinado por los sicarios de Batista cuando aún no había cumplido los 20.  Su hermano mayor, Frank País García, era jefe de Acción y Sabotaje, y miembro de la Dirección Nacional del Movimiento 26 de Julio. A Frank las fuerzas de la tiranía lo asesinaron en las calles de su ciudad natal, cuando tenía 22 años. Al saber de su muerte, Fidel dijo: “Qué monstruos. No saben la inteligencia, el carácter, la integridad que han asesinado.”

srd

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Por René Rodríguez Rivera

Hoy no voy a quejarme ni a criticar nada, hoy quiero hacer algo distinto y rendir un pequeño homenaje a un amigo. Hace unos días un compañero me dijo que había fallecido el Coronel Wilfredo Colas Coello --“Patifino” para sus compañeros y amigos--, combatiente clandestino, de la Sierra e internacionalista, al cual tuve el privilegio de conocer como médico de la tropa que dirigió en Cabinda y en el Frente del Este, en los años 1975 y 76, en Angola. Duele que se haya marchado sin escribir, o contar a alguien que escribiera sobre su rica historia. Yo creo que todos debemos dejar algo de nuestras vidas escrito para amigos y familiares, y no irnos así, como en silencio.

Hace unos días vi en la tv que condecoraban a varios Comandantes del Ejercito Rebelde, entre ellos a Carlos Iglesias (Nicaragua), y recordé un hecho en relación con el mismo que hoy quiero convertir en una pequeña  anécdota de mi juventud, y que deseo guardar para mis amigos y sobre todo para mis nietos.

Corría el año 1954,  o principios del 55, yo había pasado de la lucha estudiantil a intentar hacer algo mas profundo contra la dictadura. Una de esas tardes calurosas de Santiago me encontraba sentado en un banco del parque conocido como La placita de Crombet, que quedaba próximo a mi casa, y se me acerco José Tey (Pepito) diciéndome que tenia un trabajo para mi, que esperara al atardecer, que me vendrían a buscar.

Comenzaba a anochecer cuando llegaron en un auto Frank País, Nicaragua y un jovencito cuyo nombre no recuerdo pero que era hijo de un profesor del Instituto de Segunda Enseñanza de Santiago, el Pre de entonces. También venia César Perdomo, combatiente ya fallecido que conducía el vehículo. La cuestión era que hacía falta conseguir un mimeógrafo para editar propaganda y para ello Josué País se había quedado escondido en el Instituto, para en la noche, ayudados por un custodio o bedel, llevarnos el mimeógrafo.

Sucedió que el custodio fue cambiado por otro y no fue posible sacar el equipo. Nos encontramos a Josué fuera ya del edificio y se pensó en retirarnos. Entonces alguien dijo que no nos podíamos ir con las manos vacías y se decidió ir al reparto Vista Alegre, que quedaba muy próximo, para quitarle un arma a alguno de los soldados que tenían novias entre las domésticas o criadas que trabajaban en aquel reparto de ricos.

El jovencito hijo del profesor decidió quedarse y no participar; todos lo aceptamos. Apenas habíamos entrado al reparto cuando vimos a un policía que caminaba por la senda de la derecha. Lo sobrepasamos y dimos la vuelta en la esquina. Entonces Frank me dijo: “Vamos tú y yo”.

Nos bajamos del auto y caminamos por detrás del policía, acercándonos a él... Yo llevaba una especie de cabilla y Frank una pistola... Cuando estábamos próximos al policía, el individuo dio la vuelta y llevó su mano al revólver, que llevaba en la cintura; entonces Frank levantó la pistola y le apuntó. El hombre sólo dijo: “No me maten”. Le quitamos el arma y corrimos al auto, que ya regresaba.

El arma era un revólver 38, niquelado, de cañón largo. Dentro de mi nerviosismo me sentí muy feliz, y me sentí fuerte como nunca para seguir adelante. Pero eso, como dice un cómico, es otra historia.

Embúllense y cuenten algo de lo suyo, antes de irse.

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Nota: que a nadie se le ocurra pensar que estoy tratando de competir con el Guille, líbreme el cielo… Ah... y perdonen la sintaxis, ortografía, etc.