jueves, 28 de agosto de 2014

No pasará el pasado

Un día se para Fidel en la Universidad y dice que quienes pudiéramos acabar con la Revolución somos los revolucionarios. Muchos tenemos la misma percepción: es nuestra incapacidad para aprender de errores propios y ajenos, nuestra comodidad y a veces hasta nuestra desidia las que pueden extinguir el proyecto social más humano y trascendente de nuestra historia. Por eso aplaudimos la amarga honestidad de ese gran hombre y todo el que tiene un poco de vergüenza, desde el mínimo espacio que defiende, promete que por allí no pasará el pasado.

Otro día Fidel define lo que es Revolución:

“…sentido del momento histórico… cambiar todo lo que debe ser cambiado… igualdad y libertad plenas… ser tratado y tratar a los demás como seres humanos… emanciparnos por nosotros mismos y con nuestros propios esfuerzos… desafiar poderosas fuerzas dominantes dentro y fuera del ámbito social y nacional… defender valores en los que se cree al precio de cualquier sacrificio… modestia, desinterés, altruismo, solidaridad y heroísmo… luchar con audacia, inteligencia y realismo… no mentir jamás ni violar principios éticos… convicción profunda de que no existe fuerza en el mundo capaz de aplastar la fuerza de la verdad y las ideas...”

Y constatamos la coherencia con la primera frase suya que cuando niños nos aprendimos de memoria: “Nos casaron con la mentira y nos obligaron a vivir con ella; por eso nos parece que se hunde el mundo cuando oímos la verdad; como si no valiera la pena que el mundo se hundiera, antes que vivir en la mentira”.

Más que razones para volver a decir: por este pedacito mío no pasará el pasado.

Tiempo después Raúl se para en la Asamblea y se atreve a decir que su generación está ante la última oportunidad de enrumbar debidamente el proceso cubano, que hay que acabar con la corrupción, dar la batalla por la productividad, ahorrar y ser conscientes.  No caben dudas de que los pobres tenemos que saber administrar nuestras parcelas de sueños, es lo que una realidad de décadas nos restriega en los ojos. Y es por lo que uno repite en sus adentros: por el punto perdido en el mapa que me corresponde defender, no pasará el pasado.

Pero llevo tantos años defendiendo, cayendo, levantando, teniendo hijos, nietos, viendo al mundo emanciparse por momentos e hipotecándose por otros, y deduzco que quizá alguna parte mía, por muy entrañable que me fuera alguna vez, pudiera ya ser parte del pasado.

Entonces pienso que me faltan canciones como aquellas por las que me pegaban “con una soga y con un palo”, como diría Vallejo. Menos mal que todavía hay jóvenes que cantan nuestras duras realidades. Y me pregunto ¿qué puedo hacer para cantar con ellos?:

Entonces me sorprendo enumerando en voz alta, como un loco:

Seguir la gira interminable, mi Canción de barrio;

seguir Segunda cita (vocecita) en el éter inmenso;

seguir denunciando lo mal hecho, pésele al sietemesino que le pese.

En fin: seguir siguiendo, como dicen Tony Guerrero y Victoriano de las Causas.

Así que por último me digo: por el ínfimo espacio que me toca no pasará el pasado. Y que la parte de mi que sea inservible y yo no vea, que algún hermano nos haga el favor de tampoco dejarla pasar.


cancion del pasado

Se negaba una mujer,
con una mano, a ir a la cama;
con la otra entretenía
su pasión amordazada.
Y las sábanas tenían
el semblante del pasado
que, contento, sonreía.

El vendedor de ventanas
se negó a darme la mía,
porque a cambio no le daba
mis reservas de alegría.
El pasado estaba quieto
sobre el almacén del día.
Lo tenían bien sujeto.

Veo el pasado caminando
por casi toda la ciudad.
Lo veo en la gente
que se queda y que se va.
Lo veo en el rostro de mi hijo,
lo veo en la voz de mi mujer.
Lo veo a pesar de que lo veo
sin querer.

El pasado tiene nombre
de millones de sujetos,
bebe, come, se va al cine
y a veces no es tan viejo.
Tiene un poco de mi nombre
y otro poco del de ustedes,
aunque busquemos el hombre.

Veo el pasado caminando
por casi toda la ciudad.
Lo veo en la gente
que se queda y que se va.
Lo veo en el rostro de mi hijo,
lo veo en la voz de mi mujer,
Lo veo a pesar de que lo veo
sin querer.

El pasado es el espectro
de un bufón con triple cara:
fue de ayer, es de este día
y será de otra mañana.
El pasado es ese insecto
que la música no apaga.
El pasado es insurrecto.

Veo el pasado caminando
por casi toda la ciudad.
Lo veo en la gente
que se queda y que se va.
Lo veo en el rostro de mi hijo,
lo veo en la voz de mi mujer.
Lo veo a pesar de que lo veo
sin querer.


1970

viernes, 22 de agosto de 2014

Abdala de nuevo sin corriente

Los estudios Abdala en estos momentos están sin electricidad. Segunda vez en unos pocos meses.

La Empresa Eléctrica ha decidido suspenderle el servicio por falta de pago.

Abdala no puede pagar porque desde hace ocho meses está en proceso de traslado al Ministerio de Cultura, trámite que no acaba de concretarse por razones ignotas.

Hace unos días un viceministro de cultura dijo que no puede pagar la deuda eléctrica de Abdala porque las empresas deben pagar sus propias deudas.

Los estudios estaban funcionando y han tenido que parar. A partir del próximo lunes hay contratos para servicios que pueden reportarle a nuestro país unos cuantos miles. Abdala no podrá aportarlos por esta situación. Tampoco podrá pagar sus deudas y, por supuesto, seguirá deteriorándose como empresa.

Parece “un plan del enemigo”, pero no es la CIA.

Abdala, que fue un proyecto aprobado y supervisado por el Comandante en Jefe Fidel Castro, agoniza con la complacencia de muchos funcionarios que conocen su situación y no hacen nada.

Algunos de estos funcionarios de Cultura nunca perdonaron la existencia de Abdala. En vez de ver a estos estudios como un aporte a la Cultura, sintieron que se hacían para poner en evidencia su incompetencia. Los que piensan así no son músicos, y si alguno lo fue dejó de razonar como tal.

Llevo mucho tocando puertas que no se abren y hablando a oídos que no escuchan. No crean que no siento vergüenza de confesar esto públicamente. Pero más vergüenza me va a dar cuando vea los estudios en ruinas.

No vayas a cerrar los ojos

No vayas a cerrar los ojos cuando hagamos el amor;
seamos de pan, de pan de harina, harina fina.
Qué verde luce tu silencio que viene de tu pudor;
tu mano buscará mi mano con la vida.

Quiero mirarte en el espacio sonreír.
Quiero tener mil aventuras que decir
y hacerme un traje con tu cuerpo
y sucumbir.

No vayas a cerrar los ojos cuando hagamos el amor.
Cierra ventanas, que no se vaya tu olor.
Desarma el timbre de la puerta, el teléfono, el reloj:
que nada suene más que un beso, por favor.

Sábanas blancas van volando sobre el mar,
niñas y niños se disponen a jugar,
cuerpos oscuros se desvisten
para amar.

No vayas a cerrar los ojos cuando hagamos el amor:
quiero colores de pupilas y emoción.
Suelta tu pelo en abanico sobre el blanco de la tela,
suelta el espíritu a sentir ¡y ve que vuela!

Yo soy capaz de algo especial por verte así,
con tu sonrisa de temblor llegando aquí.
Deja la luz del sol abierta
para mí.

No vayas a cerrar los ojos cuando hagamos el amor.
Piensa que es tarde para vivir del ayer.
No te acostumbres a las mañas tan cristianas del pudor;
entrega el beso y abre brazos(*) al placer.

Van a decir: “qué pornográfico sentir”,
pero ellos mismos nos hicieron ser así.
Mientras discuten, ven, y desabróchate
hasta la vida.

Sí, desabróchate la vida,
no te me dejes nada encima.
Ay, desabróchate la vida,
no te me dejes nada encima.

1968
(*) originalmente decía piernas

lunes, 18 de agosto de 2014

La OTAN y el espejismo del dominio mundial

por Guillermo Rodríguez Rivera

Para quien conozca la historia, la fantasía del dominio mundial no es nueva.

Los imperios que han empezado a crecer a expensas de los demás, han generado muchas veces ese sueño, cuyo fracaso ha anunciado muchas veces, también, el inicio de su decadencia. No voy a ser prolijo en los ejemplos: frescos están, en los dos siglos precedentes, los grandes ejemplos de Napoleón Bonaparte y Adolf Hitler.

El genio corso era un humilde teniente francés al que la Revolución de 1789 le dio la democrática oportunidad de convertirse en jefe militar sin ser aristócrata. Inicialmente, defendió a la revolucionaria Francia y tuvo el honor de que el genio de Beethoven le dedicara su 3ra. Sinfonía, que el propio músico denominó como la Heroica. Después, la ambición del Emperador lo lanzó a la conquista del mundo que le circundaba. Fue en Rusia donde sufrió aquel devastador 1812, que le hizo volver destrozado a sus tierras francesas, pero la ambición no cesó hasta el descalabro de la llanura de Waterloo y el destierro final en Santa Elena.

Hitler no fue un pobre teniente que ascendió a la gloria reservada antes a los nobles, sino un demagogo que arrastró a la venganza a un pueblo derrotado, alimentándole la mítica creencia en  su superioridad sobre todos los demás pueblos de la tierra. Les hizo creer que avasallar desde esa supuesta superioridad era posible. Como Napoleón, pero con mucho más odio, se lanzó sobre sus vecinos y también en la fría Rusia lo detuvo el coraje de un pueblo que combatía por su tierra y por su patria.

Desde la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos han venido alimentando la idea del dominio del mundo: crearon entonces la Organización del Tratado del Atántico Norte (OTAN) con los aliados que debían acompañarlos a la guerra. En un tiempo, la OTAN era la defensa frente a la amenaza del Pacto de Varsovia, pero desde la desaparición del Pacto y del mismo país al que consideraban su único rival --la Unión Soviética--, el sueño de ser el policía del mundo no abandona a los norteamericanos y sus aliados.

Han creado una industria militar que los está obligando a combatir incesantemente para poder alimentar esa gigantesca producción de armas que hoy por hoy es su industria mayor. Pero, a la vez, los que viven en la primera economía del mundo, en el país que consume muchísimo más de lo que produce, no quieren perder la vida en una guerra a la que no puede hallársele justificación moral.

Potencias muy fuertes, también nucleares, pobladas por millones de personas como son Rusia y China, han comprendido que no pueden permitir que las cerquen y, paulatinamente, vayan imponiéndoles una ley que se hace contra ellas.

El sueño del dominio mundial siempre deviene pesadilla. Es hora de que la gran nación que es Estados Unidos despierte de una fantasía que no conduce más que al camino de la perdición.

miércoles, 13 de agosto de 2014

La doble moneda y la población

Por Fidel Vascós González

Cada día se acerca más el inicio de la aplicación para suprimir la doble moneda en las personas jurídicas. Ya está claro que el signo monetario que quedará como moneda única en circulación será el Peso Cubano (CUP), suprimiéndose el Peso Cubano Convertible (CUC) como moneda circulante. Una vez completado este trabajo, se podrá medir con mayor objetividad los indicadores macroeconómicos y tener una visión más clara de la eficiencia con la que trabajan las empresas estatales, entre otros beneficios.

La decisión más importante será la fijación del tipo de cambio entre el CUP y las divisas internacionales, como el dólar USA, el Euro, etc. Hoy, en general, el tipo de cambio utilizado es 1 USD = 1 CUC = 1 CUP. Se presume que el nuevo tipo de cambio en las personas jurídicas devaluará el Peso Cubano, pues hoy su valor está igualado al de 1 USD, con lo que el Peso Cubano está sobreevaluado.

Con la aplicación del nuevo tipo de cambio, las empresas exportadoras saldrían beneficiadas, pues sus ingresos se verían incrementados, ya que, al recibir una cantidad de divisas extranjeras por sus productos exportados y aplicar el nuevo tipo de cambio para convertirlas en CUP, registrarían en su contabilidad un monto mayor en esta última moneda. Así, estas empresas incrementarían sus utilidades y su eficiencia debido, exclusivamente, al nuevo tipo de cambio.

En el caso de las empresas no exportadoras, tendrían que dedicar más CUP a sus compras importadas en divisas extranjeras, lo que las haría menos eficientes o, incluso, registrar pérdidas. Las ventajas o desventajas que generaría la aplicación del nuevo tipo de cambio podrían ser compensadas por las relaciones financieras entre la empresa en cuestión y el Presupuesto del Estado, aplicando mecanismos de impuestos a las empresas exportadoras y de subsidios a las no exportadoras.

Con la experiencia que se vaya acumulando en las personas jurídicas, se podría iniciar la unificación monetaria en lo relacionado con la población. En la Nota Informativa publicada en el periódico Granma el 22 de octubre del 2013 se precisó que ninguna medida que se adopte en el terreno monetario será para perjudicar a las personas que lícitamente obtienen sus ingresos en CUC y CUP. Asimismo, se conservarán intactos el valor de los ahorros de la población en los bancos cubanos en CUC, otras divisas internacionales y CUP.

La unificación monetaria y cambiaria no resuelve por sí sola los problemas actuales de la economía cubana, los cuales deben superarse con el aumento de la producción y la productividad, entre otros factores. Aquí surge la polémica de cuál debe aplicarse primero, si aumentar los salarios convenientemente para que los trabajadores se sientan estimulados y, por ende, incrementen la productividad; o hay que esperar que la productividad aumente para, entonces, elevar el salario. Se reproduce aquí la conocida pregunta de cuál fue primero “¿el huevo o la gallina?”.

El principal objetivo de la unificación de la doble moneda en relación con la población consiste en garantizar el restablecimiento del valor del CUP y de sus funciones como dinero, es decir, de unidad de cuenta, medio de pago y de atesoramiento. Una vía expedita para lograr este propósito sería que en las tiendas que hoy venden en CUC a la población, al convertir los CUC en CUP, se podrían reducir los precios minoristas que resulten en CUP, sobre todo en los artículos de primera necesidad. De esta manera, el CUP se vería fortalecido en su valor con relación al nuevo precio y la población incrementaría su acceso a los productos, elevando el nivel de vida por esta vía. El Presupuesto del Estado pudiera compensar la momentánea reducción de sus ingresos monetarios, con mayores ventas de los productos a los que se les reduzcan los precios.

Esta fórmula inicial podría ser continuada con un aumento de salarios en los sectores priorizados y según los avances en la productividad, así como un incremento de las jubilaciones.

sábado, 9 de agosto de 2014

..."el combatiente"

Nelson Domínguez Morera es miembro de la Union de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) y de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC). Tiene un Master en Investigación Científica; es licenciado en Periodismo y Contador. Además, es coronel retirado del Mininisterio del Interior, por lo que nadie le dice Nelson sino Noel.

Nos conocimos en Nicaragua, creo que en 1980. Aquella noche, en el baúl del carro, llevaba una de esas escopetas de cañón recortado que los pastores sicilianos llaman lupara porque las usan contra los lobos. Como era la primera vez que yo veía una lupara en persona, expresé mi sorpresa, y Noel, amablemente, se brindó a enseñarme a disparar con ella. Para tirar con esta arma hay que plantarse bien en las dos piernas, ya que la fuerza expansiva del alto calibre puede propinarte una fuerte patada. Doy fe de lo que digo porque al primer fogonazo caí sentado. Entre las carcajadas posteriores surgió la amistad.

Ahora Noel me manda parte de una larga conversación que alguna vez tuvimos, y me cuenta que va a salir en Resumen Latinoamericano. Desde Segunda cita se las dedico a tod@s con amor (y con un poco de humor también).  srd
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Por Nelson Domínguez Morera
Trataré de hacer abstracción de mi particular conocimiento y admiración sobre el emblemático compositor, a quien considero un filósofo y poeta de guitarra en mano, que emana de una intensa amistad entrañablemente sostenida, a pesar de disparidades, a lo largo de más de 30 años. Comenzó cuando el galardonado artista habitaba aún en un oscuro apartamento del 3er. piso de la calle 23, esquina a 24, en el Vedado, con el número de acceso (4) al revés. Presento esta entrevista sin rimbombancias, pavoneos ni adulaciones, por demás innecesarias. Iré al grano en ocasiones con incisivas indagaciones que nos conducirán sin dudas, al final, a valorar la estatura revolucionaria y patriótica, de quien es figura paradigmática de la Nueva Trova. Sus canciones, que viajan de la épica del surrealismo a la realidad surgente e impactante, no provienen del acaso, sino de la constancia en el oficio, la fe en el ser humano y en las perfecciones e insuficiencias de nuestro proyecto social, que siempre abrazó y abraza como suyo –no olvidar que fue el primero en lograr, desde 1967, que en nuestro país, lo ideológico y lo político jugaran un papel de primer plano en una canción.
A continuación, podrán leer un segmento del libro que espera su publicación sobre el pensamiento revolucionario del trovador cubano, a través de cuyas líneas se repasa su obra de más de 500 canciones, aspectos desconocidos relevantes de su ideario y de su ir y devenir por una parte fundamental de la vida cultural y revolucionaria cubanas.
                                                                                                                       El autor
Noel: Conocemos que se inicia activamente en la Revolución en 1959, solo con 13 años, en la Juventud Socialista de San Antonio de los Baños, y después, en 1960, integra las filas de la AJR, y alfabetiza en 1961 en Cienfuegos y la Ciénaga de Zapata. ¿Pudiera ampliarnos más sobre estos inicios suyos en la Revolución?
Silvio: Yo tenía un tío panadero, Roberto Domínguez, que fue militante comunista  desde la época de Mella. Sus hijos, o sea mis primos hermanos, eran de la Juventud Socialista y en 1959 o 1960 me dieron una planilla de esa organización para que yo la llenara y perteneciera. Como yo vivía en La Habana, fui con mi planilla primero a San José y Gervasio, donde en los altos de la carnicería había una oficina del Partido Socialista Popular. La persona que me atendió me mandó para otra oficina que quedaba en Carlos III, donde me dijeron que la Juventud se estaba reorganizando, que esperara un poco. Se estaba gestando entonces la Asociación de Jóvenes Rebeldes.
Mientras aquello se definía, entré en las milicias estudiantiles en mi secundaria de J y 17, donde también me inscribí en las brigadas Conrado Benítez. Así me volví parte de aquel ejército de 100 mil alfabetizadores que fuimos adiestrados, vestidos y destinados en la fabulosa playa de Varadero. Primera vez que vi aquella playa y primera vez que vi a Fidel en vivo, haciéndonos el discurso de despedida. Al día siguiente partimos hacia los lugares que habíamos escogido para alfabetizar. Yo había dicho que quería ir al Escambray, por ser una sierra parecida a la Maestra pero no tan lejana, lo que me hacía suponer que facilitaría las visitas a mis padres. Yo tenía 14 años y nunca me había separado de mi familia.
Cuando llegamos a Cienfuegos, me mandaron para un lugar llamado Sierra Gavilán, pero nos detuvieron en Manicaragua, porque toda aquella zona era de operaciones. Por entonces en el Escambray se libraba la “lucha contra bandidos”, o sea las operaciones de la milicia y las FAR contra las bandas contrarrevolucionarias, armadas por la CIA. Luego de dos o tres días de incertidumbre, nos mandaron para la playa Rancho Luna, donde estaba acampado el batallón 339 de Cienfuengos, la primera columna revolucionaria que hizo contacto con los invasores de Playa Girón. Esta tropa, formada por campesinos y obreros agrícolas, fue víctima de una emboscada y sufrió más de 40 bajas. Casi todos habían perdido familiares y se les notaba la tristeza. Nuestro grupo era de unos 20 alfabetizadores, o sea que nos tocaban dos o tres combatientes a cada uno. Dábamos las clases en hogueras, de noche, porque con el sol la tropa daba preparación combativa.
Durante el día los alfabetizadores dedicábamos una media hora a preparar la clase nocturna y el resto del tiempo andábamos como salvajes, nadando en el mar, cazando iguanas por el dienteperro y haciendo exploraciones por territorios cada vez más alejados.
De pronto movilizaron el batallón y dispersaron nuestro grupo. A mí me trasladaron a una casa de carboneros, en la parte oriental de la Ciénaga de Zapata, a mitad de camino entre el Castillo de Jagua y Juraguá.
Aquello no lucía como hoy, limpio y con carreteras. A un paso del Castillo de Jagua empezaban el monte, la ciénaga, los mosquitos y los cangrejos rojos. Después de kilómetros de todo eso quedaba el bohío, donde vivía un matrimonio con cinco o seis hijos, esperando uno más que no demoró en nacer. La única luz que teníamos era mi farol de alfabetizador, así que mientras nacía la criatura me tocó sostener el farol firmemente, para que la partera asistiera el alumbramiento.
En el tiempo que estuve allí, lo único que comí fue arroz humedecido con manteca de puerco, a veces acompañado de un par de viandas que sacaban de un huerto que no alcanzaba ni para la familia. Por el día trataba de ayudarles en la tarea de construir hornos de carbón, para lo que había que caminar varios kilómetros, hasta un claro lo suficientemente seco como para que la humedad no los sofocara. Un día, el hijo mayor y yo, caminamos muy lejos y regresamos de madrugada, con dos sacos repletos de mangos. Estuve años sin comer mangos, después de aquellos días.
Más o menos al mes de llegar, tuve que ser trasladado de urgencia a Cienfuegos, porque me eché leche de guao en un brazo y se me pudrió por completo. La quemadura, a los pocos días, se me había extendido por casi todo el cuerpo, sobre todo a la cara. Me ingresaron en el antiguo edificio de los Hermanos Maristas de Cienfuegos, yo tan desfigurado que cuando mi padre vino a recogerme, no me reconoció.
La única vez que milité en mi vida fue un año después, cuando aprendía a dibujar en el semanario Mella. Fue por poco tiempo. A la semana de tener carné, me fui con Guillermo Rosales en uno de los barquitos palangreros que salían de Cojímar. Nos habíamos puesto de acuerdo para que yo hiciera el reportaje y él lo presentara como propio. La idea era que, cuando lo aprobaran, él confesara que era mío, con lo que quedaría demostrada mi vocación periodística. Pero sucedió que estuvimos como cuarenta y ocho horas en alta mar y yo pesqué una insolación gravísima. Cuando regresábamos a la costa, fuimos tomados por piratas y agujerearon nuestro bote a tiros. Pronto llegó una lancha de milicianos que nos encañonó y trasladó a tierra, mientras yo deliraba de fiebre. Al amanecer del día siguiente, se aclaró todo. Los compañeros de Mella nos sacaron del calabozo.
Estuve más de una semana en cama, curándome la insolación con unos espray americanos que había en todas las farmacias, gracias al canje de mercenarios por compotas y medicinas. Aún lleno de ampollas llegué al Mella, creyéndome un héroe, una especie de sobreviviente. Pero los compañeros, en vez de vitorearme, propusieron que me fuera un mes para una granja, como castigo por haberme ido de aventuras sin permiso. Allí mismo, con 15 años, entregué mi carné de joven comunista, hasta el día de hoy.
Noel: Cuando en marzo de 1964 respondió el primer llamado del SMO, se generó confusión, intencionada o no, sobre esa su primera misión en las FAR. La inició a los 16 años y concluyó el 12 de junio de 1967. Su observancia lo obligó a dejar el piano y coger la guitarra para debutar, con aquella denominada ¿Por qué? en las canciones de contenido social. Hay quien le atribuye  su cumplimiento dentro de las controvertidas, “UMAP” (Unidades Militares de Ayuda a la Producción). ¿Qué es lo realmente cierto?
Silvio: En todos los ejércitos del mundo se le llama recluta al que recién integra filas. Después del curso de instrucción inicial, el recluta se convierte en soldado. En Cuba, los primeros llamados del Servicio Militar Obligatorio (después Servicio Militar Activo) fueron diferentes. Los que integramos aquellas promociones fuimos llamados y tratados como reclutas hasta el día en que nos desmovilizamos, tres años después. Ser recluta era una condición inferior a la de soldado. La tercera sigla de la ley que nos hacía combatientes –la O de Obligatorio― nos marcaba con un signo de inferioridad. Lo de ser menos que un soldado lo sentíamos hasta cuando estábamos en la calle, porque también era obligatorio llevar una franjita de tela azul en la manga, como identificación. A nuestro paso, escuchábamos murmurar: “Ahí va un hombre de 7 pesos”, que era el estipendio que nos daban.
Antes del primer llamado al SMO, hubo otro, de jóvenes escogidos para las tropas coheteriles y el Ministerio del Interior, que integraron las Fuerzas Armadas no con el grado de recluta sino como soldados “normales”. Aquel no fue mi caso. Yo entré al Servicio Militar Obligatorio durante su primer llamado oficial, en abril de 1964. Tenía 17 años cumplidos, el límite más bajo que marcaba la ley. Nos citaron en un estadio que llamaban el Pontón, frente al parque de la antigua Escuela Normal, en El Cerro, y nos llevaron en camiones hasta Colinas de Villarreal, el centro de reclutamiento.
Según certificaron los doctores de la junta que nos revisó (consta en la tarjeta médica que aún conservo), el examen físico me declaraba inepto para tropas. Aún así, me asignaron a una unidad de paracaidismo. Yo ni siquiera había montado en avión, así que me presenté ante un oficial y le expresé que suponía que para semejante especialidad había que estar de acuerdo y que, en consecuencia, jamás esperaran a que me lanzara en paracaídas. Fue la primera vez, de muchas, que escuché decir con voz levemente alterada que el ejército no era una democracia y que las órdenes se daban para ser cumplidas. Supongo que por obra y gracia de mi Ángel de la Guarda revocaron aquella decisión y me asignaron a una unidad de Retaguardia.
Llamaban “la previa” a tres meses de entrenamiento como soldado de infantería, que los aciagos reclutas como yo debían pasar. A nuestro grupo le tocó hacerla en la unidad 3234, ubicada en un bosque cercano a Artemisa. Según se decía, la unidad había sido originalmente de aquellos cohetes de la “Crisis de Octubre”. Las áreas de fumar eran construcciones circulares, rodeadas de metros de arena esparcida, para que ninguna chispa volara hasta el combustible de altísimo octanaje. Claro, cuando nosotros llegamos no había combustible y muchísimo menos cohetes. Sólo una unidad construida con el rigor ejemplar de nuestros hermanos soviéticos. En aquellos áridos terraplenes, bajo el sol inclemente, aprendí las reglas que rigen la vida militar, las jerarquías, los saludos, etc. y durante más de 120 jornadas marché y corrí, lo mismo vestido hasta el cuello que en calzoncillos, a veces con la mochila llena de seborucos.
Las primeras veces que me senté a comer, no alcancé a ingerir ni la mitad del alimento. Cada compañía podía ocupar el recinto del comedor durante cinco estrictos minutos. A la semana, por supuesto, me sobraban dos. Como nadie me ordenaba bañarme, prefería dormir, lo que me trajo broncas con mis vecinos de cama, sobre todo cuando me sacaba las botas.
Llegué al ejército convencido de que estábamos cumpliendo con un deber patriótico y en los primeros días vi mal que los reclutas se fugaran al pueblo y mintieran para no asistir a clases o a los círculos políticos. Con un patriotismo idílico y sin la más mínima picardía callejera, asumí una actitud de afinidad con los sargentos. Aquello me ganó el repudio inmediato de mis compañeros… y de los sargentos. Por eso cuando “la previa” terminó, ya era un “soldado ejemplar”: ostentaba el récord de fugas de toda la unidad y era el que más “embarajaba” a la hora de la instrucción militar -aunque seguí asistiendo a las clases políticas, porque la Historia es una asignatura que siempre me ha gustado.
Sobre los tres años y tres meses que pasé en las FAR, pudiera escribir un libro más ridículo que épico. Plagiando a Raúl Roa García, se pudiera llamar “Aventuras, venturas y desventuras de un recluta”. En infinidad de ocasiones estuve a punto de ser remitido a los tribunales militares. Algunas de mis “hazañas” fueron usar como diana la sinfonía Manfredo, de Tchaikovsky; defender en una corte a un recluta que se hacía pasar por gay, para que le dieran de baja; bañarme en la piscina del Estado mayor de mi unidad; invitar a fajarse a un teniente por discrepancias literarias; decir que no entendía el internacionalismo cuando me preguntaron mi disposición… y muchísimos otros etcéteras. No sé si alguien habrá superado mi proeza de estar medio mes fugado, sin que los superiores se dieran cuenta. Lo logré, porque durante un tiempo serví en dos unidades y acostumbré a ambos mandos a pensar que estaba en el otro. El día que regresaba me iba despidiendo de todo, seguro de que iba directo al calabozo. Pero nadie notó mi ausencia durante dos semanas y, para colmo, cuando llegué me dieron el fin de semana de pase.
Esto revela lo “imprescindible” que era aquel mísero recluta.
Fueron los tiempos en que empecé a escribir canciones. Tenía que usar las noches porque de día no me podían ver con la guitarra. Me salieron ojeras de las madrugadas que pasaba en un bosque alejado, donde podía tocar a gusto. A veces el amanecer me sorprendía allí, rendido junto a un árbol, abrazado a mi lira de 60 pesos. Así adquirí un sueño crónico que me hacía fallar en las clases de telegrafía y que me ganó la justa fama de estar siempre “en Babia”. Otros reclutas, como yo, fueron mi primer auditorio. Y mis primeras presentaciones las hice en los Festivales de Aficionados de las FAR, donde jamás obtuve un premio.
Durante mi estancia en el ejército, varios jefes expresaron sus profundos deseos de enviarme por una temporada a las UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción). Por entonces era la advertencia más amenazante. Gracias a mi suerte prodigiosa y al teniente Oscar Azúa, no lo hicieron. Azúa fue la versión militar de mi Ángel Guardián. Cuando me faltaba un año de servicio, él me recomendó a la revista Verde Olivo, o sea en la ciudad y con mejores perspectivas. Aún allí, por la ley de entonces, sólo me daban pases los fines de semana.
El trato discriminatorio y el encierro típico de una unidad me hicieron odiosa la vida militar. Pero recuerdo que el lunes 12 de junio de 1967, cuando me llamaron a Personal para entregar mis pertenencias y firmar mi desmovilización, se me hizo un nudo en la garganta. Al día siguiente, martes 13, debuté en el programa de televisión Música y Estrellas.
Silvio, el combatiente II
Noel: Usted escribió desde 1968 temas sobre la lucha infatigable del heroico pueblo vietnamita, (…tres mil pájaros negros, dejaron de volar, tres mil descansen, nunca en paz…) hasta en 1974 (…madre en tu día, tus muchachos barren minas en Haiphong…) ¿Qué representó para Ud. la lucha del pueblo vietnamita?
Silvio: Vietnam fue una guerra, pero también un paisaje de la humanidad. Por eso llegó a convertirse en símbolo. Lo que se veía era una acumulación monstruosa de ingenio tecnológico, descargada contra la dignidad humana. Con Vietnam  aprendimos la relatividad de lo frágil. Hubo fotos que resumieron todo, como aquella del invasor inmenso, sometido por la pequeña combatiente.
Vietnam  fue un chorro de verdad, una definición. Recuerdo que uno de los primeros programas de TV “Mientras Tanto” lo dedicamos a su gente. Yo había invitado a Pablo Milanés, que tenía una canción sobre Vietnam que me gustaba mucho, aquella que decía “yo vi la sangre de un niño brotar”. Lo anuncié la semana anterior y, cuando llegó el día, el ICR no nos dejó. Por eso dije en cámara que nuestro invitado no había ido por razones ajenas a nuestra voluntad. Por aquellos tiempos también escribí y canté un par de canciones en una obra de teatro universitario, llamada “Vietnam por ejemplo”, escrita por Víctor Casaus. Nicola estaba componiendo “Por la vida”, Martín Rojas “Cuento para un niño”, y yo “Bajo el arco del sol” y “El rey de las flores”. Los poetas hacían poemas al pueblo vietnamita. La danza imitaba el dolor de Indochina. El cine… Santiago Álvarez fue el gran cantor de Vietnam, si es que hubo uno entre cubanos. Y aquellas, sus obras de defensa, resultaron ser obras maestras.
Vietnam fue el espíritu de una época, parte esencial de la identidad de los que vivimos los años 60. Luego el Che recomendó a la Tricontinental: “Crear dos, tres, muchos Vietnam…”. Y espíritus mayores, como Leo Brouwer y Luigi Nono, hicieron arte de sus palabras.
Noel: Angola, 1976, primera misión internacionalista de muchos meses. Profunda amistad con Arides Estévez (Comandante de la CIM, Contra Inteligencia Militar) quien cayó en combate (…si caigo en el camino, hagan cantar mi fusil, porque él no debe morir…). Hubo otros jefes cubanos que allí mismo en ese escenario, le exigían que sólo se dedicara a tocar la guitarra y Ud. se molestó, y lo incumplió. Háblenos de Arides, ¿cómo surgió esa amistad y qué le dijo a sus hijos, años después en Cuba, cuando el General de División Félix Baranda Columbié le facilitó un encuentro con ellos y usted se negó tozudamente a llevar la guitarra?
Silvio: Conocí a Arides Estévez en el pueblito costero de Landana, en Cabinda, en 1976. Cabinda era una provincia donde había muchas emboscadas. Nadie sabía qué arma iba a tener que usar en cualquier momento. Por eso coincidimos en una práctica combativa múltiple que se hizo un 8 de marzo, en la que se tiraba con pistolas, fusiles, RPG-7, granadas ofensivas y defensivas, y por último había que conducir un enorme camión soviético, Gaz-66, de muy especial manejo por la ubicación de la palanca de cambios y los puntos de las velocidades.
Arides era muy hábil disparando con la Makarov de 20 tiros, el arma corta que siempre llevaba.  Él se ofreció a instruirme en su uso, diciéndome que dominarla no era tan difícil como parecía.
Yo había intentado tirar con esa pistola, pero en ráfaga no pude hacer ni un solo blanco. Sin embargo él los abatía con una destreza asombrosa. Al ver mi frustración me prometió ayuda, para darme ánimos.
No tuve tiempo de continuar con sus lecciones, porque estuvimos allí sólo una semana y luego seguimos rumbo a otras unidades. Aproximadamente un mes después, cuando ya estábamos en otra provincia, el afable y joven Arides Estévez cayó en una mina y murió junto a otros compañeros.
Años más tarde, tuve la oportunidad de conocer a sus hijos y de hablarles de aquel breve encuentro que tuve con su padre, a quien sobre todo recuerdo como una excelente persona.