A un año de su partida
Por Ernesto Padrón
Mi hermano y yo tuvimos una hermosa niñez, porque nos tocaron unos padres amorosos e inteligentes, y con una paciencia a prueba de balas (se imaginarán porqué). Vivimos esa época primero en el central azucarero Carolina, y luego en la ciudad de Cárdenas. Esa mezcla de ambientes y personas, junto a la influencia de la familia y los amigos, indudablemente marcó nuestra manera de percibir la realidad y desarrolló nuestra imaginación.
La relación de nosotros como hermanos fue a veces tensa y siempre intensa. Tensa por la diferencia de temperamentos, e intensa por un cariño y una admiración recíproca, y por compartir los mismos gustos y sueños. Pasábamos horas de juego en juego con los amigos, pero también haciendo dibujos compartidos sobre una cartulina. Y digo “sobre” porque lo hacíamos en el piso, acostados encima de ella; y cada uno dibujaba la mitad de una escena planeada de antemano. Por lo regular indios contra vaqueros; soldados norteamericanos contra los nazis, o guerreros galácticos contra invasores extraterrestres. El problema era escoger qué bando y qué espacio le tocaba a cada uno. Pero si aparecía una disputa, por lo regular se resolvía con el “cara o escudo” de una moneda. Pasarse sin permiso, de la línea que delimitaba el espacio de cada bando, podía ser causa de broncas territoriales. Y a mi hermanito le encantaba provocarlas, con trazos inocentes, al descuído, de una bala o una flecha, hasta una simple nube, que él dibujaba en mi parte de la cartulina mientras yo no estaba mirando.
Mi hermano era extrovertido, burlón, fanático de las bromas, bravucón, aventurero, lector empedernido, y amante de las historietas, el cine y los dibujos animados. También tenía una memoria envidiable. Y yo, hermanito menor, introvertido y mal genioso, compartía todos sus gustos, pero también era el blanco predilecto para sus constantes bromas. Y era muy creativo al maquinarlas y ponerlas en práctica. No tienen ni idea. Ah, pero eso sí; si alguien se metía conmigo, me pegaba o se burlaba, era un león lo que le caía encima.
El compartir nuestro amor por el dibujo y el cine, nos llevó a realizar películas con una cámara Kodak de 8 milímetros. Junto a nuestro primo Jorge hicimos cortometrajes —los rollos duraban cinco minutos— y largometrajes, empatando dos y tres rollos de película. Recuerdo títulos como Domingo sangriento, El Capitán Rayo, Frente de guerra, Trucos only, y muchos otros. Mi hermano llegó a realizar un animado, cuadro a cuadro, con plumones de tinta permanente, dibujando en los diminutos fotogramas de una de las películas de 8 milímetros. Muchos años después, viendo los animados de Norman McLaren, nos asombramos al ver que empleó la misma técnica, pero en fotogramas de 35 milímetros. Por desgracia la mayoría de estas películas que hicimos de niños se perdieron tontamente. No contaré cómo para no hacerlos sufrir.
Son muchas las historias que me vienen a la mente, y mucho el cariño acumulado. Creo que nunca dejamos de ser esos niños enchumbados de fantasías y aventuras, y nos acompañó esa infancia compartida en todo lo que hicimos posteriormente. Esa hermandad fue persistente aun en los desacuerdos, y ahí estuvimos uno para el otro para intercambiar ideas, consultarnos, criticar, querernos y vivir la vida con la misma avidez de esos hermosos años de nuestra niñez.
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Mi hermano fue, sin dudas, el mejor humorista de nuestro país. Lo fue además en su obra tanto dirigida a los adultos como a los niños, lo cual es algo excepcional. Y Elpidio Valdés, una de sus más grandiosas creaciones, logró cautivar a ambos públicos, tanto por las ingeniosas ideas y la narrativas de las historias, como por ese humor tan sorpresivo y criollo.
No voy a repetir lo que tantas veces mi hermano contó sobre el origen y desarrollo del personaje. Lo que a mí siempre me fascinó fue ese afán suyo de investigar la historia de nuestras guerras de independencia, con el fin de lograr una fidelidad en los detalles visuales y literales de las historietas y películas de Elpidio. Tanto investigó que devino en un especialista del tema, sobre todo en la información visual de esa época, en cuanto a los uniformes, las armas, los grados, las costumbres y otros muchos detalles del ejército mambí y del ejército español. De ese riguroso estudio surgió El libro del mambí, del cual se prepara una segunda edición ampliada. Ya la verán.
Elpidio Valdés llegó a competir en Cuba, de tú a tú, con los personajes de Disney. Y varias generaciones crecieron arropadas por las increíbles y simpáticas aventuras de este héroe imaginario. Esas historias tenían el toque mágico que sólo mi hermano sabía dar a los diálogos de los personajes. Y son eternamente célebres frases dichas por los mambises o los españoles de sus películas. Seguro alguna le habrá venido a la mente. Ese increíble don de su talento como humorista ha sido irrepetible.
Es cierto que las películas de Elpidio fueron las que lo hicieron popular. Pero las historietas también son joyas de narración, dibujo y humor. Mi hermano fue igualmente uno de los mejores historietistas de nuestro país. Y no sólo por su más famoso personaje, realizó excelentes obras con otros protagonistas, y escribió guiones para diferentes creadores. Sus trabajos en otros géneros, como el humor negro o costumbrista, son para chuparse los dedos y para realizar muchas investigaciones y ediciones de libros. A mi particularmente me fascinan las páginas de Tapok, historias de la prehistoria, por sólo poner un ejemplo. Si no las han disfrutado se las recomiendo.
Pienso que el mejor regalo para las nuevas generaciones será restaurar sus películas y reditar sus historietas y dibujos. Empezar por restaurar, antes de que el tiempo lo impida, los largometrajes de Elpidio Valdés y Vampiros en La Habana. Y estrenarlas restauradas con todo el bombo y platillo que merecen, como hacen los Estudios de otros países que tienen obras clásicas en su patrimonio. Son pocas las naciones que tienen ese privilegio, y nosotros tenemos la suerte de tener a Juan Padrón.
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Yo recuerdo a mi hermano con un sentimiento de negación que me viene a ratos. Me parece que está para mí como lo estuvo siempre. Sobre todo cuando algo me emociona y pienso enseguida en cómo lo hubiera disfrutado. Y sueño con él a menudo. Y en alguno de esos sueños están también nuestros padres.
Me falta hasta discutir con él, y ponernos bravos, y después llamarnos para reconciliar. Me falta para consultarle mis creaciones y sentir que me admira por ellas. Yo gustaba estar orgulloso-envidioso de sus nuevas genialidades. Y me duele mucho que no pudo terminar sus recientes proyectos, los cuales con tanto entusiasmo compartió conmigo. No tener su jovialidad, sus ocurrencias, y esa mirada suya anticipando una broma, es todavía un enorme vacío. Y es una no pérdida que no quiero perder.
Debemos conservar su memoria y reproducir su legado. Así lo mantendremos vivo en su obra, y podrá hacernos la broma, una y otra vez, de volver risueño cuando pensamos se había marchado para siempre.
24 de marzo de 2021