domingo, 16 de octubre de 2022

Sobre "nuestro modelo"

Según me contó varias veces Alfredo Guevara, en las primeras semanas de 1959 solía reunirse, en una casa de Tarará, el estado mayor de la Revolución triunfante: Fidel, Raúl, el Che, Celia, si mal no recuerdo también Augusto Martínez Sánchez y Antonio Núñez Jiménez. Alfredo estuvo en muchas de aquellas reuniones donde se discutía cómo se iba desmontar la sociedad que era la Cuba de entonces y cómo se iba a montar una nueva. De discusiones que ocurrieron allí salieron las ideas de muchas leyes y medidas revolucionarias de entonces. 

 

Todavía el enfrentamiento con el norte no tenía las proporciones que alcanzó cuando comenzaron las nacionalizaciones. Por lo mismo, tampoco era tan fuerte la presencia de la URSS entre nosotros.

 

Muchas veces escuché decir que Fidel, aunque comprendió y apreció la ayuda soviética, siempre prefirió no hacer un calco de aquel modelo; también escuché decir que había compañeros de la primera coalición revolucionaria que por su trayectoria y compromisos eran más propensos a parecerse a los soviets.

 

De lo que se infiere que la creación del modelo nuestro oscilaba, entre dos o tres formas de entender lo que debía ser el socialismo: una más fresca y joven, liderada por los que venían del Movimiento 26 de julio y el Directorio Revolucionario, y otra, protagonizada por la antigua militancia del PSP, que tenía viejos vínculos con el Kremlim.

 

Mi idea personal –esto no me lo ha dicho nadie sino que fui llegando a esta conclusión luego de ver situaciones diversas—es que desde hace muchos años la máxima dirigencia de la Revolución tenía total conciencia de lo mal que funcionaba nuestro sistema, de sus torpezas, de su rigidez burocrática y sobre todo de su ineficiencia. 

 

Todo esto cristalizó en mi cabeza hace 30 años, cuando fue aprobada la construcción de los estudios Abdala y Fidel me preguntó que cómo pensaba construirlos.

 

Encogiéndome de hombros –porque yo no sabía nada de aquella materia—me aventuré a mencionar la estructura estatal que por su función pensaba que debía hacerlo. 

 

–¿De esa forma? –me respondió incrédulo-- ¿Tú quieres que se demoren mil años y que al final corran, para hacer en unos días lo que no hicieron en el tiempo que debieron hacerlo, y que por último te entreguen un adefesio? Qué va, Silvio, tenemos que buscar quienes lo hagan bien y en el tiempo debido.

 

Aquella respuesta me ayudo a comprender por qué surgían empresas que respondían directamente a lo más alto del Gobierno, como Cimex, como Gaviota, como después Gaesa.

 

Era obvio que la falta de eficiencia de algunas instituciones estatales aconsejaron a la dirección del país crear empresas alternativas que garantizaran el funcionamiento de temas que posiblemente nos eran vitales. Por eso al cabo de los años Fidel le dijo a aquel periodista norteamericano que nuestro modelo ya no nos servía ni a nosotros.

sábado, 1 de octubre de 2022

De nuevo Sea Señora

 A la manifestación de anoche en la avenida 31 le vi algo positivo: fue custodiada por las fuerzas del orden, pero no reprimida (hasta donde sé). Aunque también me dio tristeza, porque no parecían de clases privilegiadas quienes increpaban a un gobierno heredero de una Revolución que se hizo a sangre y fuego, a favor de los humildes.

 ¿Cómo es posible que se haya llegado a semejante distorsión? ¿Acaso es un espejismo por el recrudecimiento de un bloqueo de 6 décadas, o por lo difícil que se ha vuelto conseguir comida después de la pandemia, o por los estragos que nos ha hecho un huracán?

 

Creo que cabe preguntarse cuánta responsabilidad nos toca a los que hemos apostado, más que nuestra vida nuestra historia, por un proyecto emancipador. En lo esencial, seguro estoy de que no nos equivocamos –y no enumero las virtudes, los rotundos beneficios para el pueblo cubano que significó el proceso revolucionario–.

 

Estoy consciente de que las tensiones actuales no son privilegio de Cuba: el planeta está en crisis. La inflación tampoco es sólo aquí: está haciendo estragos en todas partes. Los diarios del mundo lo reportan. 

 

Los imperios responden más a su naturaleza egoísta que a la conciencia de ser parte importante de un mundo cada vez más poblado; con instinto suicida siguen estimulando el consumo, a pesar de unos recursos universales cada vez más escasos. Se lanzan unos contra otros destruyendo lo que sea, en busca de la supremacía, y arrastran al resto que se defiende como puede. 


Es gigantesco lo que nos diferencia de semejantes ambiciones, no sólo en lo material. La práctica solidaria de Cuba ha sido y es ejemplarísima. Sin embargo, con nosotros mismos, hemos sido morosos en cambiar lo que la experiencia demuestra que debe ser cambiado.

 

Se sigue vacilando. No hay noticias de que los economistas, que llevan años en polémica constructiva, hayan tenido la oportunidad de sentarse a discutir –de tú a tú– con los ideólogos. Todavía, para ocupar una responsabilidad, es más importante ser de cierto tipo de “confianza” que saber de la materia. La prensa a duras penas reporta los matices y las contradicciones que vivimos. Los canales oficiales siguen pintando una realidad que no se reconoce. Lo que se proyectaba como justicia ha ido retrocediendo a simple supervivencia.

 

¿En qué circunstancia, para un pueblo, podrá ser más importante seguir al dedillo una teoría que conseguir su propio bienestar? ¿Quién tuvo que admitir una vez –cierto que dolido–: “Ganado tengo el pan: hágase el verso”?

 

Un buen gobierno puede sostener –o luchar por sostener– conquistas nobles; pero a la defensiva ningún gobierno puede ser revolucionario, y llevamos demasiados años a la defensiva. Por eso a veces la oposición a un gobierno –incluso a uno heredero de una Revolución de los humildes– puede venderse como revolucionaria. Y por eso, como dije en la canción Sea Señora, considero que hay que evolucionar

 

¿Qué no nos deja hacerlo?

 

En nuestro río revuelto, ahora mismo, brillan las muy diversas cuentas de colores de quienes no nos quieren soberanos.

 

Abajo el bloqueo. Viva Cuba libre.

 

 

Sea señora 

 

Sea señora la que fue doncella.

Hágase libre lo que fue deber.

Profundícese el surco de la huella;

reverdézcanse sol, luna y estrellas

en esta tierra que me vio nacer.

 

A desencanto, opóngase deseo.

Superen la erre de revolución.

Restauren lo decrépito que veo,

pero déjenme el brazo de Maceo

y, para conducirlo, su razón.

 

Seguimos aspirantes de lo mismo

que todo niño quiere atesorar:

una mano apretada en el abismo,

la vida como único extremismo

y una pequeña luz para soñar.

 

Las fronteras son ansias sin coraje.

Quiero que conste de una vez aquí.

Cuando las alas se vuelven herrajes,

es hora de volver a hacer el viaje

a la semilla de José Martí.

 

                     (2008)