Por Víctor Casaus
Los dos conciertos más recientes realizados por Silvio y sus músicos en barrios populares y complejos de La Habana –Miraflores, en Boyeros, el viernes 8 de junio y Colón, en Centro Habana, el domingo 10– incluyeron la primera presentación de una muy joven intérprete, Malva Rodríguez González, que interpretó dos piezas al piano al inicio de la tarde, antes de que subiera al escenario el dúo Ondina, compuesto por la flautista Niurka González y la pianista María del Henar Navarro.
Niurka incorporó también un elemento nuevo en estos conciertos de los barrios, que ya superan la treintena, cuando ofreció una breve explicación sobre el instrumento que iba a utilizar.
Las piezas interpretadas por el dúo y por la jovencísima pianista inicial –y también, sin dudas, esos comentarios didácticos de Niurka– reiteraron esa vocación integradora que han tenido estos conciertos donde ha habido espacio y tiempo para la canción trovadoresca como eje central seguramente, pero también para la mal llamada música culta (con la propia Niurka y otras/os intérpretes), el rock, la rumba, la canción en general… Entre los muchos artistas invitados por Silvio para realizar el inicio de cada concierto han estado creadores como Omara Portuondo, Santiago Feliú, Frank Fernández, Polito Ibáñez, Los papines, conformando ya una lista extensa e intensa que es, a su vez, un inventario de maravillas diversas. Un conjunto formidable de talentos y saberes que llegaron hasta estos barrios para confirmar que la música, en ese sentido, es una, y que los criterios sobre su receptividad no debieran estar lastrados por concepciones cerradas y empobrecedoras. Mozart en la periferia, cellos y violines sonando desde las tarimas improvisadas y las complejas metáforas de “Ojalá” cantadas por estos públicos únicos y diversos reafirman esas verdades. Y si fueran todavía necesarias otras evidencias ahí estarían los aplausos del público de Miraflores a los solos de tres de Maykel Elizarde y de flauta de Niurka González.
En estos conciertos recientes también fueron entregadas colecciones de libros y publicaciones del sello editorial Ojalá, el Instituto Cubano del Libro y el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau a las respectivas comunidades. En estas ocasiones las destinatarias directas fueron dos escuelas primarias, la Fructuoso Rodríguez de Miraflores y la Torres Canals de Centro Habana. Participar en esas entregas en casi todos los conciertos realizados me ha permitido algo que agradezco mucho: ser uno de los testigos/cómplices de esta iniciativa cultural creada por Silvio, apoyada por otros artistas que ha invitado y concretada en la práctica por el equipo de Ojalá, esos “invisibles, gente imprescindible la llamamos nosotros”, como comentó el trovador el domingo pasado en la calle Virtudes.
He visto –he vivido– la relación estrecha, particular, perteneciente que se establece en el proceso de llevar la cultura viva a estos territorios. Lo he escuchado, como muestra de escepticismo (sin duda con raíces en la experiencia vivida), a través de un vecino que se preguntaba en uno de estos barrios: ¿un artista de la talla de Silvio Rodríguez, venir aquí, a este lugar? Y he tenido la suerte de vivirlo, como experiencia personal y compartida, en los rostros de las gentes que cantan sus canciones a la caída de la tarde, frente a la tarima improvisada.
Esa relación es, sin dudas, un camino de doble circulación: también está seguramente lo que cada concierto/lugar aporta, como vivencia, a Silvio y a los artistas que lo acompañan. Ese diálogo tan cercano –incluso físicamente cercano por las características de los sitios escogidos para realizar los conciertos: un terreno, la intersección de dos calles o callejuelas del barrio– propicia y alimenta un desarrollo dramatúrgico diferente, por así decirlo, para cada ocasión. He podido confirmar eso recientemente, por ejemplo, en lo relacionado con las canciones interpretadas y el orden que las mismas ocupan dentro del concierto. Probablemente los cambios en ese orden de las interpretaciones sean posibles en cualquier tipo de presentación. Pero he visto cómo, en estas, esos cambios forman parte de una especie de diálogo íntimo entre el trovador y esos públicos.
De igual forma, las características de cada localidad han propiciado comentarios de Silvio. Recuerdo ahora sus evocaciones cuando cantó en los territorios a los que pertenece directamente la calle Gervasio, donde vivió durante años. Y ahora, en Colón, además de hacer referencia a esa calle iniciática de su vida, también mencionó (y homenajeó de alguna manera) otros lugares del entorno inmediato: el edificio del antiguo Teatro Musical (lamentablemente en ruinas), a donde su tío lo llevaba; la casa de don José Lezama Lima, en la calle Trocadero y los estudios del ICAIC en la calle Prado, donde grabó la música para muchas películas del cine cubano –entre ellas, me tocó recordar en ese momento, la que compuso para el largometraje dedicado a Pablo de la Torriente Brau, incluida la formidable canción creada a partir del poema “Elegía segunda” de Miguel Hernández. “Por todo eso, me siento muy bien aquí”, dijo para finalizar la presentación de las primeras artistas de la tarde.
Esa relación, ese diálogo entre este proyecto cultural que Silvio realiza y los barrios a los que está dirigido ha tocado también, en estos meses, otros aspectos –sin duda esenciales para las personas que viven allí: las dificultades o carencias materiales, las condiciones físicas (y espirituales) de esos lugares, la atención (o desatención) de las instituciones correspondientes a temas tan urgentes como el agua, por ejemplo.
Silvio lo ha aclarado al inicio de muchas de esas presentaciones: “venimos a traer nuestra música aquí, no nos manda nadie; es una iniciativa que un grupo de músicos comenzamos a desarrollar para ofrecer nuestro trabajo a las gentes en sus propios barrios”. Esa voluntad le ha dado también, desde el principio, un importante carácter social, participativo, a este proyecto. Creo que eso potencia, aún más, el alcance y la significación de esta iniciativa, que se complementa con la entrega de las publicaciones a bibliotecas en las bases y con la repercusión que este ejemplo alcanza en la vivencia de sus beneficiarios directos (y de lo que compartimos la experiencia) y de sus ecos en los medios de comunicación, aunque estos sean casi inexistentes, con la (honrosa) excepción de los que se difunden digitalmente.
Ese carácter de herramienta social mostrado por el proyecto y su iniciador se ha revelado también a lo largo de estos meses. Recuerdo como ejemplo de ello en este momento la situación que existía en uno de los barrios a los que han llegado estos conciertos. En Lugardita nunca se había vuelto a instalar el tanque imprescindible para que existiera agua corriente y potable, después que un ciclón se llevó el anterior. Con la mención del tema, se pensó (y se dijo) que ese problema –que no era muy complejo– iba a ser resuelto. Meses después conocimos por un comentario del trovador en su blog Segunda Cita (www.segundacita.blogspot.com) que aquello continuaba siendo una asignatura pendiente de los encargados de resolverlo.
La semana pasada, en el concierto realizado en Miraflores se produjeron otros acontecimientos que mueven nuevas interrogantes sobre esos temas. El elemento detonante fue lo ocurrido en un área cercana al escenario, en los primeros minutos del concierto. Para resumir la información en esta crónica que debo terminar dentro de un rato, voy a citar algunos fragmentos del trabajo publicado por la joven periodista Mónica Rivero en el sitio de Cubadebate (www.cubadebate.cu). Lo hago para ganar tiempo en la terminación de este texto, pero aprovecho para saludar y felicitar la decisión de la autora de incluir este asunto en su crónica y la óptica con que lo hizo:
Esta es una crónica difícil de hacer para mí. Se anunciaba así desde que puse un pie en Miraflores, y percibí el ambiente, advertí el panorama. (…) Tal vez por eso me cuesta abordarla como tema, pero no podía ceder a la crisis que implica silenciar algo ante la dificultad o la contradicción que entraña. No puedo de ninguna manera evocar el concierto de Miraflores y, de un plumazo, deshacerme del hecho real, triste, doloroso, de que un muchacho resultara malherido en el rostro, a unos veinte metros detrás del escenario donde hacía apenas minutos un trovador interpretaba música para él y para quien lo atacaba con filo.
En su crónica la autora propone ver el hecho ocurrido en el marco de la complejidad imprescindible. No se trata, nos dice, de anatematizar el lugar donde ocurrió –esos barrios–, sino de verlos en su justa dimensión contradictoria, con sus luces y sus sombras (como ocurre con casi todo en la vida). Por ello su crónica concluye recordando otros personajes que la autora encontró en el mismo lugar, como Yaneisy, que anoche se sintió “de 16 años, super realizada, o como Enrique, plomero: “Estoy muy complacido: él me llenó. Silvio ha llegado hasta nosotros, lo que ha hecho es traer la música a nosotros, la gente del pueblo, que no podemos pagar la entrada a muchos lugares”.
La autora de la crónica nos propone tener en cuenta también el valor humano, social, de esos testimonios (de “la gente que trabaja, en la vida real”, en palabras de Yaneisy) y acercarnos a un criterio desprejuiciado, justo sobre lo ocurrido y sobre el lugar donde ocurrió (ese barrio), en lugar de mirar para otro lado a la hora de redactar su versión periodística de ese nuevo concierto de Silvio. Para mí es doblemente alentador que esa visión venga de una periodista joven –aunque muchos colegas mayores (en edad, digo) también pudieran traer su mirada, desde el silencio o el estrabismo, hacia este lado: el del riesgo y la responsabilidad.
La crónica de Mónica Rivero también aborda otro elemento esencial: el entorno, el hábitat de los muchachos del incidente:
El concierto se celebró entre una escuela devenida edificio de apartamentos (…) que conforman una pequeña comunidad de tránsito (…) donde la gente “sabe cuándo llega, pero no cuándo se va”. También aquí hay problemas con el agua potable. Los vecinos se quejan de las filtraciones en sus casas, y de no tener establecimientos de comercio ni rutas de transporte público cerca. La explanada donde se colocó el escenario está siempre llena de basura. “Pero la recogieron porque venía Silvio. ¡Si Silvio llega a venir aquí como estaba esto! Ojalá todo se quedara así, pero eso es un sueño. En unos días va a estar igual”, dice Mercedes.(…) No entienden que se haya asfaltado finalmente ese terreno, cuando hace más de diez años estaban pidiendo que se hiciera una calle que llegara hasta allí. De pronto, un día antes del concierto, todo el mecanismo se destraba.
Ese extraño método de soluciones urgentes recuerda aquella formidable historia, cargada de enseñanzas metafóricas, de la película Bienvenido Mr. Marshall, del maestro José Luis Berlanga. En esa aguda comedia un pueblo español se prepara, en plena posguerra, para crear una imagen (falsa), que convenza a los funcionarios estadounidenses que deben llegar allí y otorgar eventualmente la ayuda económica para el desarrollo proveniente del Plan Marshall.
Por supuesto que los objetivos del proyecto cultural de los barrios no tienen nada que ver con esa curiosa filosofía que, por otra parte, hemos visto –y vemos– en ocasiones en el país. Pero también es cierto que un proyecto de estas características, impulsado por un artista como Silvio, llama la atención sobre dificultades, carencias e irresponsabilidades. Sería muy deseable que los problemas de esos barrios –que la presencia del proyecto revela, muestra o difunde– fueran atendidos con responsabilidad, sentido de la justicia y eficacia por las instancias de dirección o de gobierno encargadas de resolverlos.
Entre los comentarios sobre la crónica publicados en el sitio Cubadebate aparece, sin embargo, uno que no resulta alentador en ese sentido. Un mirafloreño escribió allí:
Como noticia les cuento que lo que asfaltaron para la ocasión ya está de nuevo con los baches porque se hizo solamente para la ocasión, como si se estuviera pintando de negro un terraplén (Mal hecho y corriendo) la basura ya está de nuevo allí, el agua nunca llegó ni llegará y el concierto en la memoria de pocos junto con los problemas cotidianos de ese barrio, se los cuenta uno que vive allí.
Esas crudas realidades –y otras que el mirafloreño describe gravemente, sin escandalito ni rabia, en su comentario de Cubadebate– forman parte de una realidad ante la que no se puede mirar hacia otro lado. La periodista de la crónica no lo hizo así, los músicos que participan en el proyecto tampoco lo hicieron así. Los funcionarios encargados de asumir la responsabilidad ante lo mal hecho (o lo sencillamente no hecho) debieran mirar hacia este lado.
Casi al terminar el concierto, alguien se me acercó y me preguntó quién era la asesora de Silvio. “Es que, antes de que acabe esto, queremos que den los agradecimientos a los factores”, me dijo. Le expliqué que según sabía, en la concepción de estos conciertos no estaban incluidos esos momentos formales.
Cuando terminó la segunda canción extra con que Silvio culminó la presentación de aquella tarde en Miraflores, le comenté a la “asesora” de Silvio por la que preguntaban –que es en realidad una de las organizadoras del equipo que realiza el concierto– y ella me habló de los contactos iniciales en el barrio y de la fuerte impresión que les había causado la atmósfera que encontraron allí. “Le dije a Silvio: creo que este es el barrio más complicado al que hemos ido. Y Silvio me respondió: Ahí es a donde tenemos que ir”.
Y para terminar esta crónica urgente: en el comentario del mirafloreño, aparece esta post data que comparto ahora con ustedes, como resumen de lo que hemos conversado aquí:
PD: Felicito a la autora y les doy mil veces las gracias a Silvio por acordarse de la parte olvidada del pueblo, ojalá todos los artistas y los que no son artistas se acordaran de nosotros de vez en vez….