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Como parte de la lucha por un mayor control de armas en Estados Unidos, Yoko Ono subió a las redes sociales una imagen de los lentes manchados de sangre de John Lennon, quien fue baleado en 1980Foto Reuters |
Por David Brooks
Hay semanas en las que uno no puede
reportar desde Estados Unidos de manera racional lo que con frecuencia es,
objetivamente, un mosaico de locuras. Si uno logra hacerlo, cabe sospechar que
fue posible porque uno acabó convirtiéndose en un interno más del manicomio.
Desde adentro, insisten,
todo tiene una explicación lógica. Pero eso a veces sólo comprueba que están
locos.
Por ejemplo, entre las
principales noticias de los últimos días destaca el anuncio de líderes del
Congreso de que ya no contemplan prohibir las “armas de asalto”, lo que no es
nada menos que un arma de guerra, en el proyecto de ley para imponer un mayor
control de armas de fuego. La razón: no hay suficiente apoyo entre los
legisladores. De hecho, según una encuesta de CNN, el apoyo público a controles
más estrictos sobre las armas se ha desplomado de 52 a 43 por ciento desde la
matanza de Newtown.
El derecho de los
ciudadanos a tener armas, se argumenta aquí, está garantizado por la
Constitución. Desde la lógica dentro del manicomio, algunos alegan algo que
suena casi revolucionario: que los ciudadanos tienen el derecho de armarse no
sólo para protegerse de los “malos” que andan por ahí, sino del propio gobierno
y sus posibles abusos de los derechos de los ciudadanos, como, por ejemplo, se
constata en los intentos por quitarles las armas.
Súplicas de los padres
de 20 niños asesinados en Newtown tan sólo hace tres meses, así como las de una
representante federal cuya carrera fue anulada por una bala en la cabeza
disparada por un loco armado; el envío por redes sociales de una de las
imágenes más impactantes de esta semana –los lentes de John Lennon aún
manchados de sangre– con el mensaje de su viuda Yoko Ono de que “más de un
millón 57 mil personas han muerto por armas de fuego en Estados Unidos desde
que John Lennon fue baleado y muerto el 8 de diciembre de 1980”, o las
estadísticas cotidianas de balaceras en Chicago con saldos de jóvenes muertos,
o el hecho de que estas armas de asalto son las favoritas del crimen organizado
en México y Estados Unidos: todos estos mensajes racionales y hechos a favor de
imponer controles severos sobre las armas se estrellan contra la dinámica del
manicomio oficial.
“Me avergüenza que el
Congreso no tenga la valentía para promover esto”, comentó un padre de uno de
los niños asesinados en la escuela primaria en Newtown hace sólo tres meses.
Pero la vergüenza no
parece molestar a un Congreso que cuenta con una tasa de aprobación publica de
sólo 12 por ciento. Aunque la nota principal en Washington durante los últimos
años es que hay un estancamiento del proceso político, donde todo se atora
–desde reformas de control de armas e inmigración hasta el presupuesto federal
y más– por una supuesta polarización ideológica, otro fenómeno sugiere
exactamente lo opuesto.
En los hechos es
incuestionable la existencia de un consenso bipartidista sobre políticas
neoliberales que han generado el mayor nivel de desigualdad económica desde la
gran depresión y han acabado con el tan vitoreado sueño americano y, por
otra parte, la construcción de un estado de seguridad nacional sin precedente
que amenaza las libertades y garantías que el gobierno pretende defender,
incluida la fundamental de libertad de expresión.
James Goodale, el
abogado del New York Times en 1971, cuando ese rotativo tomó la decisión
histórica de publicar los “Papeles del Pentágono”, la mayor filtración de
documentos secretos oficiales antes del caso de Bradley Manning y Wikileaks
en la historia del país, y enfrentó al gobierno obsesionado con secretos
oficiales y manipulación pública del presidente Richard Nixon, recientemente
calificó el manejo de información clasificada y libertad de prensa del
presidente Barack Obama de “antediluviano, conservador, retrógrada; peor que
Nixon”, en una entrevista con la Columbia Journalism Review.
En otras partes del
manicomio también había noticias esta semana. Nada más por mencionar unas
cuantas: según el Financial Times, la empresa Halliburton que encabezaba
el ex vicepresidente Dick Cheney antes de la guerra contra Irak obtuvo
contratos por 39 mil 500 millones de dólares para servicios a la invasión
estadunidense; el negocio de la sangre paga bien. Por otra parte, Obama, quien
dice estar comprometido con enfrentar el cambio climático, nombró como próximo
secretario de Energía a Ernest Moniz, científico nuclear del Tecnológico de
Massachusetts, quien encabezó un programa de investigación financiado por las
grandes empresas energéticas y también fue asesor o integrante de juntas
directivas de varias de éstas, incluida BP, la responsable de uno de los peores
desastres ecológicos en el Golfo de México.
A la vez, el alcalde de
Chicago, Rahm Emanuel, acaba de anunciar que cerrará aproximadamente 80
escuelas públicas para enfrentar un déficit presupuestal. Lo mismo ocurre en
otras ciudades como Nueva York, Filadelfia, Washington, Baltimore y Detroit.
Sin embargo, en esas mismas ciudades sí hay fondos para abrir decenas de nuevas
escuelas charter que son públicamente subsidiadas pero administradas de
manera privada, o sea, un esfuerzo por privatizar el sistema publico y destruir
los sindicatos del magisterio.
En este clima de
austeridad también hay fondos para construir más prisiones. El gobierno federal
y los estatales gastan unos 70 mil millones de dólares anuales en el sistema
penitenciario, los estados gastan casi lo mismo en cárceles que en
universidades. Esto en el país más encarcelado del mundo, tanto en números
absolutos como en porcentaje de su población. La Unión Estadunidense por las
Libertades Civiles reporta que eso se traduce en que uno de cada 99 habitantes
está encarcelado. Con 5 por ciento de la población mundial, Estados Unidos
cuenta con 25 por ciento de la población encarcelada del planeta.
Todo esto, y mucho más,
se reporta como si fuera más o menos normal. La locura se ha vuelto algo
normal. Pero seguramente esa información está clasificada como secreta, para
bien de todos los que estamos dentro del manicomio.
Tomado de: http://www.jornada.unam.mx/2013/03/25/mundo/029o1mun