Por José Estapé
El que dijo que Cuba es un eterno verano es un
mentiroso. Que venga y se pare a mi lado hoy, en esta madrugada de diciembre, a
ver si se atreve a repetirlo. Y como les hice caso a los asesores de que la
mejor forma de entrar encubierto a este país era como un simple turista, solamente traje ropa ligera y estoy aterido. He desandado varias veces desde la
Catedral hasta el Capitolio, y me he tomado varios mojitos y daiquiris en el
Floridita y La Bodeguita del Medio, para no despertar sospechas, pero ya tengo
hambre. Hay pocas personas en la calle a esta hora y se ven felices. Claro, no
tienen por qué saberlo y es mejor así. Se haría mucho más difícil mi trabajo si
el público conociera las desapariciones ocurridas en esta zona. Este misterio es
el caso más difícil que me ha dado el Jefe en todos mis años como oficial de la
CIA. Ya llevo 15 días investigando y todavía no he podido encontrar ni el más
leve indicio. Cada mes algunas personas se pierden sin dejar rastro. Familias
enteras, viajeros, turistas. No importa el color, sexo o religión. Lo único que
los relaciona es su visita a éste bulevar en busca de diversión.
Por otra parte, el índice de desaparecidos, al
compararlo con el de otras ciudades turísticas del mundo no se diferencia
significativamente. Es mas, respecto al año anterior, el aumento de casos fue
alto pero no alarmante. Lo que decidió abrir una investigación fue el alerta
que dieron las autoridades cubanas sobre esta situación y el estudio de las
estadísticas. Hace 5 años el porciento de desaparecidos era 50 veces menor. Ya
se piensa seriamente en una nueva forma de terrorismo, pero por desaparecer
ciudadanos norteamericanos precisamente acá pudiera pensarse en otras
implicaciones políticas. Por eso me mandaron.
Pero debe existir una causa, un por qué.
Además, ¿dónde los meten? Cientos de cadáveres no se pueden evaporar. ¿O acaso
se los llevan vivos?, pero, ¿a dónde?, ¿cómo?...
--¿Desea
cenar el señor? Permítame recomendarle nuestro Paladar.
Es un maître. Y está vestido con smoking.
Su hablar pausado y voz agradable invita a seguir escuchándolo. Voy a
seguirle la corriente para ver que tiene que ofertar.
--Nuestra
política no es salir a la calle a cazar clientes, pues nuestro centro, del cual
me enorgullezco en formar parte, tiene reconocida fama pero, debido a nuestro
interés en brindarle una óptima calidad a nuestros usuarios, empezamos el
servicio solamente cuando están cubiertas todas las mesas y en este momento nos
falta un comensal.
--¿Qué oferta su negocio
que no pueda disfrutarse en tantos lugares parecidos como hay por aquí?
--¡Los
Precios muy Señor mío! En nuestra casa usted podrá deleitarse con la mejor
comida que haya probado en mucho tiempo, preparada íntegramente con alimentos
naturales, frescos, ecológicos, muy nutritivos y elaborados por un chef de reconocida calidad internacional. Nuestras ofertas son mucho más
baratas si las compara con cualquier otro sitio de la ciudad. Además, le
aseguramos que el ambiente y la originalidad los recordará mientras viva.
De todas maneras no he comido y este lugar es
tan bueno como cualquier otro. No es tan llamativo ni fastuoso, más bien se ve
sobrio, con poca iluminación, como si quisiera pasar inadvertido. Pero es
lógico. De esta forma se caracterizan los centros nocturnos de lujo. Y también
el frío me tiene medio congelado. No me vendría nada mal dos buenos whiskys
para entrar en calor.
--¿Y tienen algún
espectáculo que pueda verse?
--Al
final de la cena tenemos un show espectacular en el cual contamos con la
participación del público. Le aseguro que usted nunca ha visto nada igual a lo
que verá en nuestro restaurante y nunca más lo volverá a ver, jamás.
--Está bien, no exageres.
Me has convencido, entremos.
--Por favor, pase por aquí y entrégueme sus zapatos.
¿Qué es esto? En esos
estantes se alinean zapatos de todo tipo. ¿Eso quiere decir que tengo que
entrar descalzo?
--Óyeme
maître. Esto no me lo habías aclarado. ¿Y por qué tengo que hacer lo que tú me
pides?
--Este restaurante se
nombra La Garganta del Diablo. Como
verá, se imitó una cueva y se diseñó el piso donde se encuentran las mesas en
forma de un pequeño estanque de agua tibia. Así, agradablemente, se calientan y
alivian los pies de los consumidores. Esa es la razón por la que le he hecho
esa solicitud.
No me gustan las excentricidades, mejor me voy
a otro lugar. Pero esa sonrisa irónica del maître... ¡Qué diablos! No le voy a
dar ese gusto. Déjame descalzarme y doblarme el bajo de los pantalones, no vaya
a mojarlos. De verdad que está bien logrado el ambiente. El salón donde están
las mesas es semicircular y lo han bordeado con columnas cónicas de mármol o
nácar que bajan del techo. Semejan estalactitas. Y del piso ascienden otras
similares haciendo juego con las primeras. La temperatura, después de haber
estado aterido allá afuera, es agradabilísima. Aunque el sistema de calefacción
es muy raro, pues forma un tiro alterno de aire tibio que en rachas suaves
entra y sale del fondo del salón. El piso suave, esponjoso, junto con el agua
templada, me produce una sensación maravillosa de alivio en mis cansados pies.
Los muebles. ¡Qué interesante! Para no
desentonar con el ambiente son de forma rústica. ¿Y el material? ¡Fantástico!
Están confeccionados con cañas de azúcar. Están jugosas, como si estuvieran
recién cortadas. La comida es variada, y de un gusto delicioso. No me engañó el
Maître cuando me alabó al chef de cocina. El whisky es
exquisito, pero no quiero tomar mucho. Estoy de servicio y aun me quedan varias
horas de recorrido.
Se demoran en traerme la cuenta, como si lo
hicieran ex profeso. Muchas sonrisas y evasivas pero no acaban de presentarme
el cheque. Y tengo sueño.
¿Qué pasa? En las otras mesas la gente está
durmiendo y los camareros los registran. ¡Estamos drogados y nos están robando!
Me siento el cuerpo pesado y me cuesta trabajo moverme. Tengo que pararme. ¡Mi
pistola! Tengo que alcanzarla.
--¿Se
siente mal el señor? Es usted muy fuerte. También por ser el último en
incorporarse a la cena no ha terminado de hacerle efecto el somnífero. Permítame,
por favor, aliviarle del peso de su cartera. Así, gracias. No puede moverse
¿verdad? Bien, tendrá el privilegio de saber qué va a pasarle. Escuche.
Nosotros fuimos escogidos por Él para que le sirviéramos,
y en pago no nos matarán cuando ellos triunfen. En cada ciudad importante hay
uno. Antes eran débiles, pero se han ido fortaleciendo y dentro de poco no
habrá poder sobre la tierra capaz de dominarlos. Comprenda, no tenemos nada en
contra de usted, pero Él es muy exigente, y con un hambre de siglos. Nosotros
luchamos por nuestra supervivencia, espero que sabrá perdonarnos. Adiós.
¿El techo se mueve o son ideas mías? No, el
maître ha tenido que agacharse para pasar entre las columnas. ¿Columnas?... ¿o
colmillos? ¡Oh Dios! El suelo se está moviendo. ¡Es una gigantesca lengua! Me
parece que dentro de poco mi jefe tendrá noticias sobre nuevas desapari...