lunes, 29 de abril de 2013

Biblioteca incompleta


Por David Brooks

Hace unos días, un quinteto presidencial se reunió en Texas para celebrar la inauguración de una biblioteca con el nombre de uno de ellos, y con ello, rehabilitar a uno de los peores presidentes, según la opinión pública, de la era moderna.

La Biblioteca Presidencial George W. Bush fue inaugurada con la presencia de ex presidentes de este país, y el actual, Barack Obama: el de la biblioteca estrenada, Bill Clinton, George H.W. Bush (el padre del festejado) y Jimmy Carter. En el discurso de Obama (quien aseguró que Bush “es un buen hombre”) como en todos los demás de este exclusivo club, lo más notable fue la ausencia de referencias al tema de las guerras de Irak, la respuesta al desastre natural del huracán Katrina y la peor crisis económica desde la Gran Depresión; o sea, los principales “logros” de la gestión de Bush.
Y es que, como todos en el planeta saben, el gran logro de Bush fue llevar a su país a las dos guerras ahora más largas de su historia, con justificaciones falsas, inauguró el campo de concentración de Guantánamo, autorizó el uso de la tortura y la desaparición como instrumentos oficiales de la “guerra contra el terror”, e impulsó una de las mayores ampliaciones del gobierno para administrar esta nueva “guerra” infinita, que incluyo toda una serie de medidas sin precedente para espiar al mundo, incluyendo a su propio pueblo; todo esto denunciado por organizaciones de derechos humanos y de libertades civiles como violaciones a la Constitución y al derecho internacional.
Por si fuera poco, Bush y su gente llevaron al país al “precipicio” del caos económico. Eso con el costo de millones de desempleados y el incremento de la población con hambre, sin casa y sin acceso a servicios de salud. La lista de consecuencias es extensa. Pero también fue parte de una política económica que se ha extendido con Obama, quien, en los hechos, ha resultado en uno de los traslados de riqueza de las mayorías al 1 por ciento más rico y más dramático de la historia contemporánea. La desigualdad económica desde los años de Bush hasta ahora se ha vuelto la más aguda desde justo antes de que estalló la Gran Depresión.
Nada de esto se mencionó en el gran festejo, lo cual lleva a preguntar qué hay dentro de esa biblioteca, o más bien, qué no hay.
Por ejemplo, seguro no está la carta abierta que le envió un veterano de guerra de Irak llamado Tomas Young el mes pasado al celebrarse el décimo aniversario de esa guerra. “En todo los niveles –moral, estratégico, militar y económico– Irak fue un fracaso… Y fueron ustedes, Sr. Bush y Sr. Cheney, quienes iniciaron esta guerra. Son ustedes quienes deberían de pagar las consecuencias”, escribió en lo que llamó “La última carta”, porque Young ha tomado la decisión de suicidarse en las próximas semanas porque ya no aguanta el dolor y deterioro físico de su existencia después de quedar paralizado en esa guerra.
Young escribe que enviaba esta carta a Bush y Cheney “no porque pienso que entienden las terribles consecuencias humanas y morales de sus mentiras, manipulación y sed por riqueza y poder. Escribo esta carta porque, antes de mi propia muerte, quiero dejar claro que yo, y cientos de miles de mis compañeros veteranos, con millones de compañeros ciudadanos, y cientos de millones más en Irak y Medio Oriente, sabemos plenamente quiénes son ustedes y qué han hecho. Ustedes podrán evadir la justicia, pero a nuestros ojos cada uno es culpable de crímenes de guerra severos, de pillaje, y de asesinato, incluyendo el de miles de jóvenes estadunidenses, mis compañeros veteranos cuyo futuro usted robo”. (La carta completa se puede consultar en: truthdig).
Seguro tampoco están en esa biblioteca los detalles de uno de los mayores fraudes en la historia mundial, donde los principales bancos, aseguradoras y casas de inversión engañaron y manipularon a tal grado de avaricia que lograron detonar una crisis gigantesca que puso en riesgo la viabilidad económica del país. Fueron rescatados por el estado, con el tesoro del pueblo, para poco después regresar a una prosperidad récord hoy día.
Y ahora sigue la fiesta para los afortunados: durante los dos primeros años de la recuperación económica, el valor neto de los hogares del 7 por ciento más rico del país se incrementó aproximadamente 28 por ciento; para el restante 93 por ciento se desplomó 4 por ciento, según un análisis difundido la semana pasada por el Centro de Investigación Pew. Con ello se incrementó la desigualdad: el 7 por ciento más rico ahora concentra 63 por ciento de la riqueza de los hogares; dos años antes tenía 56 por ciento.
Bush afirmó en la celebración que las generaciones futuras “se enterarán de que nos mantuvimos fieles a nuestras convicciones”.
Tanto las guerras como la política financiera y económica han sido un gran negocio para unos cuantos. Todo esto producto de un consenso entre las cúpulas políticas y económicas a lo largo de esta última década.
John LeCarre, el gran escritor británico, ha sido un crítico de la creciente interrelación entre las cúpulas políticas y económicas, señalando con alarma hasta la cada vez mayor privatización de las operaciones bélicas y de inteligencia del Estado. Comentó recientemente al New York Times que “Mussolini dijo que la definición del fascismo era cuando uno no podía colocar un papel de cigarro entre el poder empresarial y el poder gubernamental”.
Pero nada de esto está en esa biblioteca, y menos que Bush continúa ocupando el segundo lugar de los presidentes más desaprobados por la opinión pública en la era moderna, a pesar de este tipo de ceremonias y otros esfuerzos para intentar rehabilitar a quien formaba parte de lo que Gore Vidal llamaba la “junta Cheney/Bush” (en ese orden).
Tal vez se debería de abrir una biblioteca sólo con lo que no está en esa.
Tomado de:  http://www.jornada.unam.mx/2013/04/29/opinion/033o1mun 

lunes, 22 de abril de 2013

¿El patio trasero?


por Guillermo Rodríguez Rivera

I

Hace mucho, pero mucho tiempo que los Estados Unidos no tienen una política coherente para América Latina. La política que emplearon muchísimos años era la que se usa para tratar a una pandilla de salvajes, indios, negros y mestizos para los que no se precisa más que un instrumento elemental que los haga buenos servidores de los blancos, porque es para eso para lo que sirven. La burguesía imperialista norteamericana es hija y émula de la gran burguesía colonialista y racista europea.

Con esa coherencia marchaba nada menos que Roosevelt (no Teddy, el hombre del “big stick”), sino el demócrata Franklin Delano, el artífice del “New Deal”.

Roosevelt apoyaba al general Anastasio Somoza, el asesino nicaragüense que se estrenó masacrando a Sandino y a sus compañeros, cuando salían de palacio, después de cenar con el presidente de la república. Alguien le dijo a Roosevelt que Somoza era un hijo de puta. El presidente, sin inmutarse, respondió: “Yes, he’s a son of a bitch, but he’s ours”.

Durante décadas esa fue la única política: valerse de quien fuera, con tal de dominar, que era tener en las manos de las diversas empresas estadounidenses, el caudal de los recursos de nuestras naciones.

Sobre las que Martí llamaba “nuestras tierras de América” habían caído desde que estas emergieron a la independencia. Cuando Martí quería evitar que se apoderaran de las Antillas y sumaran esa fuerza a la carga que ya emprendían contra América Latina, sabía que esa iba a ser la lucha de nuestras naciones para conseguir la que llamó “su segunda independencia”.

Promovieron y aceptaron en nuestras naciones a esos “hijos” de la especie de Somoza que solo compensaban dejándonos muertos, las riquezas que entregaban a los señores del norte y de la que sacaban sus tajadas de sirvientes.

No hubo en esta región, a lo largo de todo el siglo XX,  una sola tiranía militar que no fuera promovida, aupada, aceptada,  tolerada y elogiada por los democráticos Estados Unidos, porque de este lado del mundo jamás tuvieron ética, sino solo intereses. Juan Vicente Gómez, Rafael Leónidas Trujillo, Maximiliano Hernández Martínez, François Duvalier, Marcos Pérez Jiménez, Alfredo Stroessner, Castelo Branco, Garrastazu Médici, Jorge Ubico, Fulgencio Batista,  Anastasio Somoza y sus hijos Luis y Tachito, Tiburcio Carías,  Rafael Videla, Augusto Pinochet, Carlos Castillo Armas, Miguel Ydígoras, Arana Osorio, Peralta Azurdia, Miguel Ovando, René Barrientos, hasta los muy recientes Micheletti y Federico Franco, pasando por el fugaz Pedro Carmona, todos ellos (en verdad son muchos más, pero la lista es demasiado extensa para registrarla en su totalidad) han sido los instrumentos que han usado los grandes intereses norteamericanos para protegerse y crecer, al precio de ensangrentar y desaparecer la democracia de nuestras naciones.

Toda esa partida de bandoleros trasmutados en presidentes, fueron convirtiendo América Latina en una tierra sembrada de pobreza, donde la revolución se volvía una necesidad inevitable. Entre los políticos norteamericanos del siglo XX, creo que quien mejor lo vio fue Robert Kennedy. Tuvo fama de ser el ideólogo de la administración de su hermano John, cuando se desempeñó como Procurador General. A Robert Kennedy se le conoce una afirmación: “la revolución en América Latina es inevitable: hagámosla nosotros”.

La única revolución que los Estados Unidos pudieron haber hecho o ayudado a hacer en América Latina, es la creación de un capitalismo desarrollado: es lo que aparentemente perseguía la Alianza para el Progreso, que patrocina la administración Kennedy en 1961. Pero, para llevar a cabo ese proyecto, eran indispensables las reformas agraria y fiscal que una zona de los grandes intereses norteamericanos no estaban dispuestos a aceptar.

En 1954, el régimen reformista de Árbenz, en Guatemala, fue derrocado por hacer una reforma agraria que afectó los intereses del mayor señor feudal de Centroamérica, la United Fruit Company. John Foster Dulles, el secretario de estado norteamericano que lideró la campaña de descrédito del régimen guatemalteco, era a la vez el abogado de la bananera. Su hermano Allen (todo en familia) hizo que la CIA, que dirigía, organizara el “Ejército Libertador” guatemalteco que invadió el país desde Honduras, para devolverle las tierras a la United.

Siete años después el propio John F, Kennedy  secundó un plan semejante que le organizó Richard Nixon, y que condujo al estrepitoso fracaso norteamericano de Bahía de Cochinos.

Median semanas entre la victoria cubana de Playa Girón y el momento en que los Kennedy ponen en la mesa de la OEA, reunida en Punta del Este en agosto de 1961, el proyecto de la Alianza para el Progreso. Pero además de las previas reformas agraria y fiscal y la inversión de 20. 000 millones de dólares, la Alianza hubiera necesitado una conciencia del problema que, entre los políticos de los Estados Unidos, solo tenían los Kennedy. El presidente es asesinado en Dallas, en 1963 y, casi cuando tenía en sus manos la nominación como candidato demócrata a la presidencia, su hermano Robert es baleado en un hotel de Los Angeles, en 1968. A balazos fue sepultada la Alianza para el Progreso. La revolución latinoamericana vendría por otros caminos.

Desde entonces, los Estados Unidos han carecido de una política para acercarse a las naciones latinoamericanas.

II

La Revolución Cubana, que proclama su carácter socialista en 1961, soportó la agresión millitar derrotada en Playa Girón, el bloqueo comercial y financiero de los Estados Unidos, los numerosos actos terroristas promovidos desde territorio norteamericano, la expulsión de la OEA y la ruptura de relaciones de todos los gobiernos latinoamericanos, a excepción del de México.

La inquebrantable resistencia cubana parecía que tendría que ceder cuando entre los últimos años de la década de los ochenta y los primeros de la de los noventa, se derrumban la Unión Soviética y los gobiernos del socialismo europeo.

Cuba reordena su economía para promover el turismo internacional y empieza, difícilmente, a hallar maneras de subsistir. Desde los años ochenta, la pareja derechista que constituyen Ronald Reagan y Margaret Thatcher, adoptan los postulados neoliberales del economista Milton Friedman, que promueve un regreso al capitalismo puro y duro. Comienza un sistemático bombardeo del llamado “estado de bienestar” que comienza a afectar a Europa, especialmente a las naciones del económicamente menos favorecido sur. Si a Europa la ha sumido en una crisis cuyo final no se vislumbra, la adopción del modelo neoliberal en Latinoamérica fue simplemente devastador.

Carlos Andrés Pérez, en Venezuela; Carlos Saúl Menem, en Argentina; Carlos Salinas de Gortari, en México (cuántos Carlos), fueron apóstoles del desastre neoliberal. Los presidentes duran apenas horas en países económicamente desarbolados. En 1992, una frustrada insurrección militar en Venezuela no apunta en la tradicional dirección del golpe de estado derechista y represor, sino hacia los anhelos de una juventud militar que propone un regreso a los ideales del fundador: el libertador Simón Bolívar.

Sucesivamente van apareciendo nuevos líderes de orientación izquierdista y revolucionaria: Hugo Chávez gana las elecciones venezolanas de 1998 y casi hace desaparecer a los dos partidos tradicionales del ordenamiento burgués en el país. El dirigente sindical cocalero Evo Morales, un indígena, arrasa en las elecciones bolivianas; el obrero metalúrgico Luis Inacio Lula da Silva, gana las presidenciales del gigante Brasil; la pareja de antiguos rebeldes Néstor y Cristina Kirchner, se suceden en una presidencia argentina orientada a la izquierda. Poco después, el joven economista de izquierda Rafael Correa, asciende a la presidencia de Ecuador. Este grupo de dirigentes latinoamericanos destierra el proyecto de una Alianza de Libre Comercio de los Estados Unidos con América Latina, promovida por el presidente George W. Bush, con el apoyo de Vicente Fox y Álvaro Uribe.

Es en este contexto que John Kerry, secretario de estado de los Estados Unidos, acaba de aparecer ante el congreso de su país, reclamando un mayor acercamiento de los Estados Unidos a las naciones latinoamericanas, porque ellas son “el patio trasero de los Estados Unidos”.

Resulta alucinante que el jefe del State Department, una de las cancillerías más importantes del mundo, que puede incidir en bagatelas como la paz mundial, no tenga un asesor político o cultural, o simplemente un colaborador informado que le haga saber las connotaciones que tiene ese frase en el contexto latinoamericano.

Acaso Kerry haya pensado nada más en la posición geográfica de América Latina, al sur de los Estados Unidos de América. Por ese camino, pudo decir también que era la planta baja de su país, o el sótano. Pero esa localización tiene, además de su capacidad para situar en el espacio, la de situar en la valoración, en la jerarquía.

En nuestros países, donde el patio trasero de veras existe, este es lo que se llama el “traspatio”, generalmente una mínima extensión de tierra –porque no tiene piso– donde se pone todo lo que no encuentra lugar en el resto de la casa. Allí se colocan las herramientas e instrumentos que, cuando no se usan, no hacen otra cosa que estorbar, obstruir. Si uno tiene un cerdo, allí estará, como puede situarse allí un corral de gallinas. Ese, en la casa que lo tiene, es también el sitio de la basura.

América Latina ha sido, por demasiado tiempo, el patio trasero de los Estados Unidos. Pero eso ha cambiado. Ahora apuesta por el pleno despliegue de su independencia y su soberanía. Aspira a su propio desarrollo. Ese que no pudo darle la Alianza para el Progreso, pero que ella aspira a conseguir, como aspira a conseguir también su unidad.

El gobierno guatemalteco de Jacobo Árbenz y la Revolución Cubana fueron condenados por la OEA a reclamo del Departamento de Estado norteamericano. Hoy, Estados Unidos no han encontrado un solo país que los acompañe en su desconocimiento a la legitimidad de la presidencia de Nicolás Maduro en Venezuela. Ni la OEA ni los conservadores gobiernos de Chile, Colombia y México, se han decidido a secundarlo.

El poderoso State Department debía tener exigencias más serias a la hora de elegir a su jefe. O, si no se tienen, habría que enseñarle, una vez escogido, ciertas normas elementales que rigen las relaciones internacionales. O, si tampoco las puede aprender, al menos enseñarle a callarse.

viernes, 19 de abril de 2013

Alfredo


Lo conocí personalmente en 1968, después del primer concierto que hicimos en Casa de las Américas. Por entonces empezó a visitar nuestra vivienda de la calle Gervasio, donde nos apretábamos mi madre y su marido, mis hermanas y yo. Sobre la estrecha sala del mínimo apartamento había una ventana grande que sólo se abría unas pulgadas, porque topaba con el edificio de al lado. Cuando descubrió el detalle lo vi desbarrar furioso sobre la falta de humanidad capitalista, capaz de vender la ilusión de un ventanal que daba a un muro.

A partir de aquel día me empecé a acostumbrar a sus observaciones y también a sus manías, como la de andar con un saco sobre los hombros (decía que para protegerse los pulmones), o aquella otra de solamente comer pollo. Desde el principio coincidimos en una cosa: el verdadero helado es el de chocolate; todos los demás son pretensiones.

Nuestras primeras pláticas, en su despacho del 7mo piso, casi siempre giraban en torno a temas culturales. Qué leía, qué cine o qué pintura me gustaba, si asistía al teatro. Cuando algo me hacía explotar también entraba allí y le soltaba mis demonios. Haydee Santamaría y él fueron los primeros padres revolucionarios con quienes pude conversar “a calzón quitao”.

Cierta vez estuvo en Brasil, en plena dictadura militar, donde pudo ver las manifestaciones estudiantiles y la complicidad de la canción naciente con la rebeldía. Cuando llegó a La Habana nos invitó a Leo Brouwer y a mi a la conferencia en la que iba a contar su viaje. Nos pidió que al final no nos fuéramos y luego nos llevó a su despacho, para hablarnos de un posible proyecto de investigación musical, de un taller experimental donde nuestras raíces se fusionaran a expresiones afines. Fue la primera vez que se habló sobre lo que después sería el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC.

Cuando Maurice Bejart fue a La Habana con su Ballet del Siglo XX, me hizo ir con él al Gran Teatro. La tarde inolvidable empezó con un Raga en el que una pareja, en un mínimo espacio, recorría de principio a fin el Kama Sutra. En otro de los actos la actriz española María Casares decía unos versos a la noche. El último ballet era el Bolero de Ravel: una flama dorada bailando sobre una mesa enorme, asaltada por un sinfín de cuerpos. Al final sólo uno lograba la fusión, para empezar la vida.

El 30 de diciembre de 1970, cerca de las 12 de la noche,  bajé las escaleras de mi edificio y caminé hasta la esquina para llamarle por teléfono y felicitarle por su cumpleaños 45. Me dijo que se sentía muy mal, precisamente por cumplir aquella edad, ya que cuando joven se había prometido no ir más allá de los cuarenta. Desde aquella vez, siempre que coincidíamos en Cuba, no dejé de llamarle los 30 de diciembre a las 12 de la noche.

Inexplicablemente, el último diciembre olvidé llamarle. Unos días después sonó el teléfono y era él, diciéndome que se había quedado esperando. 

Desde la adolescencia fue un apasionado del cine y junto a otros entusiastas tuvo experiencias iniciáticas. Estudió Filosofía y Letras. En la década del 50, por sus actividades revolucionarias, fue preso y torturado brutalmente. Se exilió en México, donde fue asistente de dirección de Luís Buñuel, en su película Nazarín.

Después del triunfo de la Revolución fundó el Instituto Cubano de Artes e Industria Cinematográficos y el Festival de Cine de La Habana, que dirigió hasta el mediodía de hoy, en que un infarto nos lo llevó.

Alfredo Guevara.

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Ha muerto Alfredo Guevara, un grande de la cultura cubana.

Desde 1959 cuando me habló para fundar el ICAIC -del cual fue creador- mi admiración por él creció proporcionalmente a su enorme capacidad en el trabajo cultural y a su devoción inquebrantable por Fidel y la Revolución.

En cualquier aspecto de la cultura donde detectaba un error, una debilidad estética, una vía “equivocada”, Alfredo señalaba posibles caminos, desde la sugerencia hasta la discusión más demoledora.

La Revolución y -por ende- la cultura cubana, se han quedado sin uno de sus patriarcas mas sólidos. Ya va siendo hora de decirte lo que muchos nunca expresamos por tu austeridad: Te queremos Alfredo.


Leo Brouwer
La Habana, 19 de abril de 2013, 17:30 h.

Leo Brouwer, yo, Alfredo Guevara y Nelson Domínguez

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ALFREDO
Ricardo Alarcón de Quesada

Antes de conocerlo personalmente descubrí su fama en 1954 al ingresar a la Facultad de Filosofía y Letras en la que Alfredo se había graduado unos cuantos años antes. Pese al tiempo transcurrido profesores y alumnos hablaban de él con respeto y admiración en aquella singular Escuela que contaba con algunos de los mejores maestros de la Universidad y en cuyas aulas abundaban muchachas de la burguesía. Su influencia era palpable en la Asociación de estudiantes que dirigía Amparo Chaple, una bien conocida - y olvidada hoy- militante de la Juventud Socialista, la única comunista que integró el Ejecutivo de la FEU de José Antonio y Fructuoso. La JS era entonces una organización con muy escasa representación en la Colina pero siempre prevaleció en la Escuela de Alfredo Guevara.
Sólo lo vi una vez antes del triunfo de la Revolución, en la clandestinidad. Guardo el suceso como una imagen cinematográfica. Caminaba yo con Graziela Pogolotti por las calles del Vedado. De pronto apareció él. Iba apurado, saludó a Graziela sin acercarse, con un gesto rápido y siguió la marcha. “Es Alfredo” dijo ella y aún recuerdo el inmenso cariño que puso en dos palabras.
Desde 1959 me reuní con él tantas veces que no tengo ni idea. Hablamos mucho, mantuvimos una comunicación sin tropiezos por más de medio siglo, diálogo siempre enriquecedor que deja en mi una deuda que nunca podré saldar. Lo escuché y me escuchó, compartimos preocupaciones y alegrías, discutimos incansablemente, meditábamos a dúo sobre lo humano y lo divino para volver una y otra vez sobre el largo, complejo y hermoso proceso del que ambos siempre fuimos parte, con sus aciertos y falencias, con sus desgarraduras,  sus luces y sus sombras. Por encima de todo, Alfredo, mantuvo en todo momento una lealtad irreductible a la Revolución, a Fidel y a los ideales que abrazó desde la adolescencia.
A veces debatíamos acerca de algunos recodos de nuestra historia que apreciábamos de modo diferente, consecuencia inevitable de no haber transitado antes los mismos caminos. Pero en las cuestiones raigales, decisivas, pensábamos igual. Más aún muchas veces “conspiramos”, nos prestamos un libro, nos dimos un dato que pudiera ser útil para enfrentar emboscadas y zancadillas. Entre él y yo siempre hubo hermandad, confianza absoluta.
Acudí al hospital cuando supe de su gravedad el pasado viernes 19 de abril. Era ya muy avanzada la mañana. Dormía, con la respiración agitada, angustiosa. Esa vez no hablamos. Nos limitamos a escuchar, como en los viejos tiempos, “el sonido del silencio”.
 Me fui sin despedirnos, Poco después circulaba la noticia. Decían que Alfredo había muerto.
Pero, por favor, no se confundan. No sería la primera vez que los medios se equivoquen. Alfredo vive y vivirá mientras Ustedes, los jóvenes, quieran que viva.
Ustedes fueron el tema recurrente en nuestro diálogo de años al que regresaba con obstinación como queriendo siempre volver a la Escalinata, a la clandestinidad, a los días del peligro y la esperanza.
Aunque algunos no fueron capaces de entenderlo la gloriosa victoria de enero había sido alimento principal de los jóvenes que en los Sesenta, la década más larga y fructuosa, intentaron en todas partes conquistar el cielo. Así fue y así será nuestra Revolución, la de Alfredo y la mía, que perdurará mientras sea de Ustedes los jóvenes de hoy y de mañana.
Una Revolución que es y habrá de ser “creación heroica” y por tanto irrepetible, auténtica, multicolor, obra de hombres libres capaces de pensar y actuar por sí mismos, recordando siempre con Alfredo que “no hay creación donde hay moldes estrechos”.
A esa obra nos llama el hermano querido quien resumió su existencia con estas palabras:
“El ideal libertario como sustancia esencial de la vida no ha perdido nunca la importancia decisiva que tiene en mi persona y pensamiento, en mi conciencia, en mis actos. No ha cesado de ser; es el fuego que calienta, alimenta y da, dará energía a mi alma hasta el último día. Me considero un socialista libertario y como tal he actuado, y ha sido por eso como ha sido la vida vivida.”
Que ese fuego vaya siempre con ustedes, con nosotros.

La Habana, 23 de abril de 2013
Palabras en el homenaje póstumo organizado por la Asociación Hermanos Saíz y
 la Casa del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano