Por: Mons. Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal
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Introducción de Camilo Pérez Casal
Este 16 de julio de 2016 monseñor Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal
cumpliría 80 años. Era por ambas ramas familiares de la estirpe de patricios y
él se esmeró por estar a la altura de ese legado. Los que tuvimos el privilegio
de frecuentarlo sabemos calibrar la hondura de su “ausencia”. Junto a la
exquisitez sencilla y portentosa de su trato –de criollo auténtico– y su bien
amueblada cabeza, se estaba en presencia de quien sabía exponer con firme
ecuanimidad sus criterios y respetar los del otro, incluso en la diferencia,
sin menoscabo de la concordia y la amistad. Actuaba con transparencia. “Con la
verdad entera, siempre que se pueda. Silencio, con frecuencia. Mentir, nunca.
Calumniar, ¡jamás!” [“¿Simplemente discrepancia?”, Palabra Nueva, mayo de 2012.]
Fue un ávido lector, con disímiles intereses. Estudioso de la vida y la obra de
Félix Varela, creía en la actualidad de sus enseñanzas. [“Legado del Padre Félix Varela para la Cuba de hoy: Las cartas aElpidio”, Espacio Laical, diciembre de 2013.] Proclamaba
dos pasiones: por Cuba y por la Iglesia. Sabemos que también las tenía por la
ópera y el ballet; se decía “un consumidor informado”. Era un avezado crítico
de arte, que instruía y orientaba de teatro, música, literatura, sin caer en
didactismos ni veleidades; su sección Apostillas en la revista Palabra Nueva
da fe de ello. Amado por unos, denostado por otros –no siempre del mismo
bando–, su vida y su obra son un ejemplo irradiador para los que creen en lo
que llamaba la Casa Cuba, donde “el ideal sería alcanzar una democracia real
participativa”. [“Un grano de chícharo perdido en una olla”, entrevista concedida a LucíaLópez Coll para Enfoques, IPS, julio de 2007.] En consonancia
con su misión sacerdotal, ejerció el magisterio en el Seminario San Carlos y
San Ambrosio de La Habana, escribió la columna Mundo Católico en el periódico El
Mundo y fue artífice de proyectos como el Centro Arquidiocesano de Estudios
y la revista Vivarium, e inspirador de los más lúcidos momentos de Espacio
Laical. Fue miembro de número de la Academia Cubana de la Lengua. Los
coordinadores del Laboratorio de Ideas Cuba Posible, fieles a su
memoria, crearon el Premio por el servicio a la nación Monseñor Carlos Manuel
de Céspedes –para honrar “una ejecutoria de gran calado intelectual y sentida
honestidad política, la pasión por Cuba y su pueblo, la capacidad de diálogo y
el patriotismo como virtud nacional”–, que otorgaron el 16 de julio de 2015,
por vez primera y por unanimidad, al proyecto “Gira del colectivo Ojalá por los
Barrios”, que lidera Silvio.
Segunda Cita hace público el artículo inédito de mons. Carlos Manuel “África Nuestra:
en el espíritu, en el entendimiento, y de corazón”, fechado significativamente,
en su primera versión, el 14 de junio de 2013, día del cumpleaños 85 del Che.
Su lectura no dejará dudas de la intención y contribuye a evitar que se
reduzca, tuerza o desvirtúe el diapasón de sus pensamientos de cubano de su
tiempo. Él dejó constancia de que lo revisó en diciembre del mismo año y me lo
mandó con un “quiero juicio crítico” –supe después que se lo habían rechazado
donde habitualmente publicaba sus escritos. A raíz de su muerte, el 3 de enero
de 2014, se lo envié a sus muy queridos amigos Eusebio Leal y Raida Mara
Suárez, para que fuera incorporado a la edición de sus Obras, previstas
en siete u ocho tomos –en enero de 2013 ya fueron presentados tres volúmenes–
que realiza con celo Ediciones Boloña, de la Oficina del Historiador de la
Ciudad, con la activa participación de Fray Manuel Uña, de la Orden los Frailes
Predicadores, el Convento San Juan de Letrán y el Centro Fray Bartolomé de las
Casas.
Esta nota es mi personal homenaje a su memoria y un intento por que no se
silencie su palabra.
Camilo Pérez Casal
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Nota previa: Todas las personas humanas
descendemos de “la Eva original”, natural del cuerno africano. Esto significa
que la especie humana es monogénica. Hoy es la opinión más común entre los
científicos que se ocupan de estos asuntos. En otros tiempos, muchos hombres de
ciencia afirmaban la posibilidad del poligenismo original, lo cual creaba
dificultades para la recta interpretación de los textos bíblicos acerca de la
creación (sobre todo los incluidos en los primeros capítulos del Libro del
Génesis). Empero, ahora parecen imponerse las pruebas científicas en favor del
monogenismo, a partir de la mujer, existente hace cientos de miles de años, que
ha sido llamada, simbólicamente, aludiendo al texto bíblico, como la “Eva
original”. Después de ella, vino todo lo demás: migraciones, evoluciones,
adaptaciones a los distintos marcos geográficos, etcétera. Esto lo supe en mi
primera juventud, entonces como hipótesis probable, en mis tiempos de
estudiante universitario, hace aproximadamente sesenta años. He vuelto con
frecuencia sobre el tema, en relación con mis estudios bíblicos y con el
estudio de las diferencias raciales y las especulaciones sociopolíticas al
respecto. Hoy contemplamos toda la cuestión no como una simple hipótesis, con
un rango limitado de probabilidades, sino como teoría casi universalmente
aceptada. Es una parcela —muy definitoria, por cierto— de la Verdad acerca de
la persona humana. Lo cual nos produce un gozoso henchimiento que abarca mucho
más que la dimensión puramente intelectual… Nosotros, los cubanos, somos, por
consiguiente, África, como todos los grupos humanos, pero —en nuestro caso— con
una ponderación todavía más significativa y definitoria de identidades. El
tráfico esclavista, prolongado durante más de dos siglos, está en la raíz de
nuestra peculiar identidad etnográfica y de nuestra historia real, la que no
siempre se cuenta en nuestros libros de texto, pero que es la que está en los
cimientos de nuestra cultura singular, llena de luces y de sombras. Ya desde el
siglo XIX, la totalidad de cubanos negros y mestizos, directamente africanos o
con raíces africanas, era mayor que la de cubanos blancos. Los censos de
población eran y son explícitos al respecto.
ALGUNOS ANTECEDENTES PERSONALES QUE PUEDEN AYUDAR A
COMPRENDER MI ACTITUD, DE HOY Y DE SIEMPRE, CON RELACIÓN A ÁFRICA Y FRENTE AL
TEMA RACIAL EN CUBA
1. Nací y crecí en el seno de una familia cristiana de
verdad, no de apariencias. En su ámbito no cabía la discriminación racial
consciente. Los criterios de la fe cristiano-católica eran siempre los
definitorios, tanto en las pequeñas cuestiones cotidianas, como en las de mayor
importancia. Cuando yo vivía esos años, en los que empezamos a dejar de ser
adolescentes y empezamos a ser jóvenes, a rondar muchachas simpáticas, a
invitarlas a salir juntos, a bailar, etcétera, tuve una amiga, sumamente simpática
y buena. No era la única a la que le pintaba fiestas, pero era una de ellas. De
ella podría haberse dicho lo que nos dice Cirilo Villaverde acerca de Cecilia
Valdés: “Parece blanca.”
2. Un día en que me estaba preparando para salir
con ella a un “bailecito” en un club habanero —ya mi padre había fallecido—, mi
madre se me acercó y me preguntó muy directamente: “¿Te estás enamorando de…?”
“¡No! —le contesté inmediatamente—. Me cae muy bien, es buena y nos llevamos
muy bien bailando cualquier cosa. No hay más nada que eso: una buena amistad.
¿A qué viene esa pregunta ahora?” Comentó mi madre: “¿No te has dado cuenta de
que… tiene algo de color? El tono de su piel no es el de una blanca
trigueña, tiene además una cierta sombra en sus ojos… y los labios… ¿Acaso
conocemos a sus abuelos?” Ciertamente, no los conocíamos. “Tú sabes que yo soy
cristiana y de ninguna manera podría oponerme, por las falsas razones de
pseudoprincipios que contradicen la fe cristiana, a que tú te casaras con una
negra o una mulata. Negros y blancos somos iguales, todos somos imágenes de
Dios, pero… vivimos en una sociedad sumamente discriminatoria por sinrazones
raciales.”
3. Y me recordó dos situaciones de amigos de la familia,
que yo conocía muy bien; eran matrimonios racialmente mixtos, que llevaban una
vida casi insoportable, para ellos y para sus hijos, a causa de los desprecios
y aislamientos, ante el hecho del mestizaje. La tranquilicé y me fui al baile
con mi estupenda amiga, que parecía blanca y era hermosa, buena y simpática.
Salí algunas veces más con ella, hasta que apareció una rubita preciosa, de
ojos azules, que “la tumbó del caballo”. ¡Éramos tan jóvenes! Amor de niño,
agua en cestiño, oí decir en España, en más de una ocasión… Y así pasaron
algunos años, con sucesivas amigas y buenas compañeras de saraos habaneros,
hasta que, a los veinte años, y ya en la Facultad de Derecho de nuestra
Universidad, en época de muchas complejidades sociopolíticas en Cuba, el Señor
fue Quien me tumbó a mí del caballo y me iluminó el camino, con la complicidad
de la sombra, para mí ya muy fuerte y estimulante, del Padre Félix Varela.
Comencé mi formación sacerdotal en el Seminario de La Habana, fui ordenado
sacerdote en Roma en 1961, regresé a Cuba en 1963, apenas terminé la Licencia en
Teología en la Pontificia Universidad Gregoriana, y heme aquí hoy, con más de
50 años de vida sacerdotal serena, henchida siempre por el gozo de servir en
diversas formas del ministerio presbiteral, en el ámbito que me ha sido propio.
4. A más de ese episodio, singular, no viví ninguna otra
situación personal en la que se hiciese presente algún modo sutil de
discriminación. Tuve amigos negros y mulatos; mi padre y mi madre también los
tuvieron. No muy abundantes porque no abundaban en los ambientes en los que
ellos se movían. Pero los que eran amigos, lo eran de verdad y no faltaban las
visitas recíprocas. Amén de los términos con los que se expresaban, mis padres
y toda mi familia, contra situaciones de discriminación racial en los Estados
Unidos, país que todos conocían bien. Algunos habían nacido allí, durante
alguna de las “deportaciones” políticas; muchos habían vivido y hasta cursado
estudios en el “Norte”, como se decía entonces. Yo mismo pude comprobar las
situaciones discriminatorias, absolutamente reprobables, abominables y
estúpidas, en edad tan temprana como los quince años (en la calle, en los
autobuses y trenes, en los hoteles, restaurantes y teatros, etcétera), desde mi
primera visita a Norteamérica.
5. Además, como antídoto casi ontológico contra la
discriminación racial en nuestra sociedad cubana racista de entonces —anterior
a 1959—, estaba el apellido De Céspedes, de mi tatarabuelo, el que como Primer
Presidente de la República en Armas y de manera coherente con su pensamiento
cristiano y liberal, había decretado la abolición de la esclavitud, después de
haber dado la libertad a sus propios esclavos, en aquella madrugada única, en
la Demajagua, el 10 de octubre de 1868. Les dijo entonces: Ya yo no soy
vuestro amo, sino vuestro hermano. Los invitó a participar en la Guerra
Grande, que entonces comenzaba. Todos se sumaron, como se siguieron sumando
numerosos negros y mestizos en aquella Guerra y en la de Independencia, en
1895. Durante casi todas estas contiendas, la mayor parte de los mambises eran
cubanos mestizos o negros, y una porción muy significativa estaba integrada por
antiguos esclavos. Nuestro Antonio Maceo y su familia fueron mestizos. Nunca
deberíamos olvidar estos datos. Yo los tengo imbricados, infartados, en lo más
íntimo de mi yo más íntimo, desde la infancia.
6. La nota introductoria y el título de este texto
me lo ha sugerido —por no decir “casi impuesto”—, desde mi mundo interior —el
regido por el espíritu, el corazón, y el entendimiento—, por la conmemoración
celebrativa, en los días en los que lo pensé y escribí, del quincuagésimo
aniversario de la liberación del sistema colonial de la mayoría de los países
de África subsahariana, y de la fundación de la Unión Africana, sustituta de la
Organización por la Unidad Africana. Celebraciones que han tenido lugar en
la reunión de Addis Abeba, capital de Etiopía, situada en el mismísimo cuerno
africano, ya mencionado por su relación con el origen de la especie humana.
Supongo que la selección del lugar no ha sido fruto de la casualidad, sino del
discernimiento inteligente de sabios africanos. Ellos saben, con su sabiduría
propia.
ENTRAMOS “EN EL CORAZÓN DEL ASUNTO” (como nos diría
Graham Greene: in the heart of the matter)
7. Conocíamos la precariedad en que las potencias colonialistas
dejaban a casi toda la región; carente de créditos y de dinero contante y
sonante que les permitiera empezar como repúblicas independientes, carencia
también de personal cualificado y de instituciones civiles y militares capaces
de sostener y desarrollar los nuevos países que surgían formalmente como tales.
Además, sabíamos también del artificio de las fronteras, establecidas, sin
tener en cuenta las diversas identidades étnicas. Recuerdo una conversación, al
respecto, en Alemania —en Arolsen, cerca de Kassel— con un amigo y compañero de
estudios de alemán (que también estudiaba en Roma durante el invierno),
proveniente del Congo exbelga: Entre las tribus más cercanas a la mía,
y la nuestra —afirmaba él—, hay más diferencias y enemistades ancestrales
que las que puede haber entre Francia y Alemania. Ahora somos un solo país por
el solo hecho de que fuimos poseídos por el mismo país, Bélgica. Sin embargo,
hay tribus vecinas, en otra dirección, que comparten su identidad cultural,
religiosa y lingüística con nosotros, pero somos parte de países
distintos, porque fuimos colonizados por diversas potencias. Lo que tuvieron en
cuenta para establecer las fronteras de cada país nuevo, fue el hecho
coyuntural de que los territorios hubiesen sido explotados por la misma
potencia colonialista; en nuestro caso, Bélgica… La nueva situación va a ser
muy difícil... ¿Lograremos integrarnos como una sola nación?... Para ustedes,
los blancos, somos todos negros y eso les basta para pensar que todos somos
iguales, que compartimos los proyectos nacionales, los criterios vitales, la
cultura… ¡que comemos en el mismo plato! Y no es así.
8. Todo eso y mucho más me decía y se preguntaba mi amigo
Mpendawato, al inicio de la década de los sesenta… Mpendawato, uno de los amigos
más serios, nobles y cultos que tuve en mis años europeos. Ignoro si vive
todavía, pero lo que sí sé es que él nunca sospechó hasta dónde me habían
calado sus palabras proféticas. Sin embargo, a pesar de las dificultades
reconocidas, la independencia fue un gozo y una esperanza: para ellos, los
africanos, y para nosotros, los que ya a esas alturas de la juventud, nos
sentíamos también, parcial pero significativamente, africanos. Y ya
cargábamos con la conciencia de esa culpa colectiva que fue el hecho de la
esclavitud. Yo sabía que dos padres capuchinos, uno español y otro francés,
habían sido abolicionistas, lúcidos y activos, en el siglo XVII, en Cuba, y que
eso les costó un calvario de juicios eclesiásticos y civiles y de prisiones;
calvario que acabó con la muerte. Sus nombres constan en una placa sencilla
puesta en el Cementerio del Potosí, en Guanabacoa, lugar en el que en el siglo
XVII —creo— se levantaba un convento capuchino, en el que ellos vivieron. No
ignorábamos que, un siglo después, en el XVIII, el Padre José Agustín
Caballero, habanero integral, en el Papel Periódico, también en La
Habana, calificaba la esclavitud como la lepra de nuestra sociedad;
y que José Martí, en sus Versos Sencillos, en el
número XXXIV, había incluido aquella estrofa estremecedora, que habíamos
aprendido de memoria, desde los años de la enseñanza primaria: Yo sé de
un pesar profundo/ entre las penas sin nombres:/ ¡La esclavitud de los hombres/
es la gran pena del mundo.
9. Los que ya no somos jóvenes, recordamos muy bien
nuestros estudios colegiales de Geografía Política, en los años cuarenta y
cincuenta: África subsahariana era un tablero imperialista, en el que Gran
Bretaña, Francia, Bélgica, Portugal… o sea, las potencias colonialistas
europeas, se habían repartido, irracionalmente, sus tajadas de poder y zonas de
influencia. Y escribo irracionalmente con todo propósito, por tres
razones fundamentales: - a)irracional es el fenómeno colonial, tal y
como de hecho se “creó” y existió: irracional y antihumano y carente de la más
mínima conjunción de carácter ético; hombres explotados por otros hombres; - b)
irracional, porque las fronteras divisorias entre uno y otro territorio
colonial, como me lo había advertido Mpendawato (cf. No.6), hoy países
independientes, se establecieron a capricho —llamemos las cosas por su nombre—,
a partir, simple y llanamente, de las sinrazones del poder político y militar
de la potencias colonizadoras, sin tener en cuenta las fronteras reales, entre
etnias y países culturalmente diversos, con el agravante de que, algunos entre
ellos, habían sido violentos enemigos ancestrales; - c) irracional y
éticamente injustificable, porque —salvo contadísimos matices— los sistemas
de gobierno colonial funcionaron como empresas de explotación, mondas y
lirondas; en América las conocimos muy bien, pero me parece que en África las
cuestiones coloniales funcionaron de forma mucho más desvergonzada. Los afanes
“civilizadores” y hasta “evangelizadores”, que solían esgrimirse por las
potencias coloniales, como razones válidas para ocupar esas regiones habitadas
por “africanos salvajes”, eran pequeñas hojas de parra, incapaces de disimular
las vergüenzas, las partes pudendas, que pretendían ocultar y
ocultárselas a sí mismos. Aprovecho para expresar que yo entiendo que, a pesar
de los pesares que no es el caso enumerar ahora, esas razones evangelizadoras y
culturales tuvieron un peso mucho mayor en la colonización española de América,
entre el siglo XVI y el XIX. En África, fueron simplemente la nueva forma
politizada del antiguo refrán de nuestros abuelos: ¡esas pseudorazones no eran
más que los viejos escrúpulos de Juana la cocinera, que lava los huevos y
escupe la manteca! No juzgo la generosidad de muchos misioneros en
África, que fueron la simiente de la vitalidad de las Iglesia en África hoy.
Simplemente condeno a los gobiernos coloniales y a las grandes empresas
explotadoras.
10. De sobra sabemos que la “cuestión
imperialista” es tan antigua como la historia humana. Acerca de lo que
sucedía, en la prehistoria, en esta dimensión de las relaciones sociales, no
podemos precisar con muchas evidencias, pero nos basta lo que sabemos por la
Historia para conocer la antigüedad del problema. Si hacemos un rastreo
histórico y geográfico nos topamos, sin gran esfuerzo, con imperios muy
diversos étnicamente, pero coincidentes en lo que a explotación se refiere,
al modo de entonces: hititas, sumerios, acadios, persas, egipcios, griegos
(de Macedonia), romanos, otomanos… etcétera. El transcurso del tiempo no ha
agregado razones éticas, sino —por el contrario— ha acumulado astucias para
perfeccionar los controles imperiales, sea en el ámbito económico, sea en
el político, y hasta en el cultural y religioso. El mayor poder imperialista
del momento, o sea, los Estados Unidos de Norteamérica, es mucho más ubicuo
y eficaz explotador que lo que pudieron haber sido, en su tiempo, Alejandro de
Macedonia o cualquier Emperador Romano… o las potencias coloniales de América,
de África y de Asia. Pero también sus aventuras antihumanas del nuevo poder
imperial cambiarán de signo: dejemos correr el tiempo, seamos inteligentes y
pacientes activos… y ya veremos. Yo no, desde esta orilla de la existencia,
porque soy anciano y la muerte me hace sus inevitables guiños con mayor
frecuencia, pero ya percibo los prolegómenos de lo que creo que será una
hecatombe salvífica y un derrumbe apocalíptico estrepitoso, pero auroral.
11. Aquellas liberaciones africanas del poder colonial,
hace medio siglo, y las que han venido después, no han alcanzado las metas de
desarrollo integral y armónico de las naciones respectivas. Pero reiniciaron
su camino: el que la colonización había cortado y empujado hacia una recesión,
hacia una involución hasta en el ser de la persona humana colonizada, como
consecuencia prácticamente inevitable bajo un régimen de explotación
colonial. Amílcar Cabral, Sekou Touré, Julius Nyerere, Patricio Lumumba,
Laurent Desiré Kabila, Kwuame Nkruma, Agostinho Neto, Samora Machel, Seretse
Khama, Modibo Keita, etcétera… y tantos otros, coronados por el hoy venerado Nelson
Mandela, al estilo —este último— de lo que fue, en su momento, y sigue
siendo post mortem, para la India, el Mahatma Ghandi, a quien
todos debemos respeto y veneración. La lista no es de puros nombres. Son
personas. Estoy casi seguro de que ninguno fue San Francisco de Asís, pero a
muchos de ellos podríamos calificar como héroes y hombres de pensamiento integral,
en cuyo interior y en sus acciones, estarían amalgamadas las luces y las
sombras, las lagunas y los hechos acertados, como en todas las personas
humanas. Pero ellos, con todos sus defectos y limitaciones, colaboraron, de
manera definitiva, a poner el problema colonial africano en la primera plana de
los diarios y en las pantallas de la televisión. No usemos dobles o triples
raseros éticos para juzgarlos. Me parece que no debería ser considerado como un
mero fruto de la casualidad, el hecho de la simultaneidad del proceso africano,
con el desarrollo de los movimientos por los derechos humanos en los Estados
Unidos y, tras la Revolución Cubana, la expansión de las utopías
revolucionarias en América Latina. A estas alturas de la Historia, sabemos muy bien
que, en la concatenación de los asuntos humanos, la casualidad no existe y que
hoy, la comunicación planetariza todos los acontecimientos. El “clima
revolucionario” de los años sesenta, que de algún modo nutrió y fue nutrido por
el fenómeno de The Beatles y el Mayo de París de 1968 —seguido por el fenómeno
Tlatelolco de México—, son eslabones del mismo proceso de África: todos se
imbrican, todos son causas y efectos los unos de los otros. Desde el escenario
especialísimo que era La Habana y en mis vueltas de aquellos años por Europa y
América, así percibí lo que estaban ocurriendo, como concatenación. Los
animadores y protagonistas principales eran hombres de nuestra tierra, no
ángeles del cielo. Como fueron para nosotros, en América, Simón Bolívar, Antonio
José de Sucre, Bernardo O’Higgins, Carlos Manuel de Céspedes, José Martí,
Antonio Maceo… etcétera. Ellos no fueron clonaciones de santos celestiales. A
los nuestros los consideramos hoy, en singular medida, héroes del pensamiento y
la acción política y económica coherente, en ruta de búsqueda y de
experimentos, para lograr nuestra verdadera independencia, a partir de la
unidad que, lamentablemente, había sido solo un sueño y nunca tuvimos,
efectivamente, con anterioridad. El camino de África no será totalmente igual
al nuestro, pero sí análogo. ¡Y ya lo está siendo!
12. La historia personal y el pensamiento liberador de
los padres fundadores de las hoy naciones de África subsahariana, deberían ser
de obligatorio conocimiento, no solo para los ciudadanos de su nación o etnia
de origen, sino para todos los africanos y también para los que, no siendo
africanos, contemplamos a África como una de nuestras madres comunes y
precisamente como la determinante de nuestra identidad humana original, y como
reserva no solo de inmensas riquezas materiales, sino también, y sobre todo, de
un caudal humano incalculable; de una sabiduría ancestral que,
asimilada y globalizada en nuestro mundo —el considerado como ya civilizado…
¡vaya civilización tan poco civil!—, nos enriquecerá a quienes padecemos hoy la
dolorosa crisis, a primera vista, insoluble, de la cultura occidental, de
raíces grecorromanas y judeocristianas.
13. A ellos, a los africanos del sur del desierto
de Sahara, deberíamos siempre añadir los hombres que, desde el norte
africano, y desde su cultura mayoritariamente musulmana y parcialmente
cristiana (en un sincretismo sui generis), casi siempre, desde sus
opciones socialistas, no siempre bien definidas o no bien
comprendidas, fueron uno de los sostenes irrenunciables de esos movimientos
liberadores africanos subsaharianos. Los agentes de la liberación fueron los
propios pueblos, pero pienso en los apoyos de diversa índole, provenientes del
norte del continente, conducidos por hombres como Gamal Abdel Nasser, Ben Bella
y demás líderes argelinos… y repito también, con relación a esos hombres, un
etcétera merecido. Unos cuantos más han sido ejemplares de la mejor cultura
solidaria de origen islámico. ¡Basta ya, por favor, de generalizar, de
identificar al Islam con las peores acciones terroristas del mundo
contemporáneo! Muchas han dependido de musulmanes, es cierto, pero muchas han
dependido de no musulmanes, de otras identidades religiosas… incluyendo
cristianos.
14. Y, gústenos o no, estemos de acuerdo o no, con
nuestra presencia cubana en África, de hecho, allí estuvimos también los
cubanos. Las cosas, en la historia, resultan ser como son, no siempre como nos
hubiera gustado que fueran y, al menos en este caso, no por puro azar
concurrente —tomando prestada la expresión a Lezama—, sino por mandato de
la conciencia de muchos. Algunos deben haber ido a África por simulación
oportunista, pero no generalicemos. Los médicos en Argelia (creo que esto fue
lo primero; por ahí empezó nuestra presencia efectiva, hasta donde llegan mis
informaciones, que no son especiales), las relaciones diplomáticas y de todo
tipo, según iban surgiendo estas naciones a la vida internacional, la
cooperación militar en los conflictos de liberación, etcétera. Ernesto
Guevara de la Serna, el Che, y su pequeña tropa en el Congo (quizás un
“fracaso” militar —no del Che—, pero aldabonazo político indiscutible); luego, Angola,
su independencia, y el derrumbe de la política de apartheid
en África del Sur, después del audaz batallar cabal de los cubanos, en la zona
sur del continente y gracias, en muy buena medida, a ese batallar.
15. Nelson Mandela, que no es cualquier persona,
ha llegado a afirmar que “ningún país ha hecho por África lo que ha hecho
Cuba”. Pensaba Mandela en las guerras independentistas y en los movimientos
de liberación, pero también en la incalculable ayuda sostenida en materia de
educación, de administración pública y de salud. Muchos dirigentes africanos
actuales llegaron a obtener niveles intelectuales internacionalmente
respetables, gracias a las facilidades de estudio dadas por Cuba. Nadie debería
sorprenderse de que, ellos y sus conciudadanos, tengan buenas relaciones con
dirigentes políticos y con profesionales cubanos, que van más allá del puro
protocolo, para llegar a los niveles de amistad personal. Esto no se improvisa:
tiene su razón de ser en una historia de solidaridad de, al menos, cinco
decenios. No le tengamos miedo a palabra tan hermosa como es “solidaridad”, por
el hecho de que se haya abusado de ella. Y repito lo que ya he recordado en más
de una ocasión en este texto: no estamos entre ángeles, ni los cubanos ni los
africanos a los que me refiero ahora son duplicados de Francisco de Asís o de
la Madre Teresa de Calcuta; lo escribo una vez más: en estos asuntos estamos
siempre entre criaturas humanas y sabemos de sobra todo lo que eso quiere decir
con relación a la bondad y a lo que no es tan bueno.
16. ¿Y por qué Cuba ha llegado hasta dónde ha
llegado por África sin excluir el derramamiento de sangre? Estimo que tal
actitud es fruto de una conciencia de solidaridad ética; más aún, de
solidaridad con quienes estamos en deuda. Y las deudas se deben pagar. El
pago puede llegar a ser sumamente sacrificial. ¿Qué se piensa también en
otros intereses, políticos o económicos o de ambos ámbitos? Es muy probable,
pero de nuevo, inter homines sumus, quid mirandum. Si incluye “guerra”,
esto quiere decir que incluye violencia, incontables sacrificios y riesgos de
muerte. Por consiguiente, en cualquier opción ética, religiosa o filosófica, la
guerra, la violencia en cualquiera de sus formas reales, debe ser el último
recurso para alcanzar una realidad que se considera justa. No el primero,
ni siquiera el penúltimo: es el último. Solamente esto la justifica: ser el
último recurso. Pero, realmente agotados los recursos de la política pacífica
de concertación de voluntades, ante una causa justa de gran envergadura, no se
debe rehusar la guerra como posibilidad. En este caso, se trataría de una
guerra defensiva. No solo debemos defendernos de los ataques armados, sino
también de otros ataques, a veces más destructores y catastróficos. Así
pensaron nuestros libertadores en América. En Cuba lo dijeron explícitamente, y
en más de una ocasión, Carlos Manuel de Céspedes (Guerra de los Diez Años,
1868) y José Martí (Guerra de Independencia, 1895). Ambos murieron como
consecuencia de las guerras que ellos mismos organizaron.
17. Así pensaron y dijeron también los libertadores del
coloniaje en África y muchos murieron en el proceso que promovieron. Aprovecho
la ocasión para hacer presente, de nuevo, en este texto, que así lo dijo
también Ernesto Guevara de la Serna, el Che, con relación a las
luchas africanas —en las que fue fermento pionero para los cubanos—, y cuando
marchó a Bolivia, a la guerrilla, en la que fue asesinado. Lamentablemente, de
este condicionante ético del Che no se escribe, ni se habla mucho entre
nosotros.
18. Me parece que, a estas alturas de nuestra historia, a
casi cincuenta años de la muerte del Che, deberíamos reaccionar de manera más
objetiva, frente a las imágenes reductoras e injustas del mismo, que nos lo
entregan, simplonamente, como un guerrillero medio fanático e inconsistente,
sin los matices de su personalidad, fundamentada en su sensibilidad, en sus
varias capacidades intelectuales y un humanismo marxista, que lo llevó siempre
y en todo lugar, a sostener la necesidad de salvaguardar la individualidad de
la persona, sin diluirla en “lo social”. Una cosa es contar con la dimensión
social, con el bien común, y otra es aplastar la individualidad de la persona.
19. Bien podríamos esforzarnos por tratar de ver al Che
entero, al que incluye no solo las guerras y las guerrillas y los fusilamientos
en La Cabaña, sino también todo lo demás. No soy especialista ni en el
pensamiento del Che, ni en cuestiones sociopolíticas y económicas, ni tengo
informaciones que no sean de dominio público, pero me atrevo a sospechar que
las diferencias y tensiones que vivió el Che con la política de la Unión
Soviética, que todavía olía demasiado a Stalin en los años del parto de la
Revolución Cubana, dependían precisamente de esa valoración de la dimensión
individual de la persona. Esa era una de las semillas irrenunciables de su
socialismo marxista y él lo refería al propio Karl Marx, no a sus exégetas
posteriores. La motivación ética, su interés fundamental, básico, no residía en
la guerrilla en sí —eso sería un aventurerismo inaceptable—, sino en la
guerrilla o guerra, como recurso último, después de ensayar todos los medios
pacíficos posibles, para lograr lo que creía más justo en asuntos de la mayor
trascendencia. Los puentes no se deben despreciar: se construyen para ser
recorridos. Esa concepción completa del Che, a mi entender, es un puente que no
hemos recorrido completamente todavía. Casi siempre o damos saltos,
prescindiendo de algunos tramos, o nos solemos quedar en la mitad del camino.
20. “Lo demás”, lo que mantiene vivo su icono, su imagen,
incluye las riquezas de su personalidad integral, las que explican la juvenil
reverencia universal, desde su misma muerte. Recordemos el Mayo del 68, en
París —apenas a los ocho meses de su asesinato—, que enseguida se convirtió en
el mayo del mundo entero, en el que el icono congregante fue la conocida foto
del Che, realizada por Korda, sin prever lo que estaba grabando en el lente
para la historia. Discrepo en tantas cosas del Che: no era ni un manso cordero,
ni San Ignacio de Loyola; reconozco que tuvo criterios y frases muy poco
felices, aunque tenía talento literario y era un lector voraz, pero trato de no
empantanarme dentro de esos límites, para ubicarlo, me parece que con mayor
transparencia, en un humanismo marxista, distante del humanismo de inspiración
cristiana (de Jacques Maritain, por ejemplo), pero más distante del marxismo
stalinista, al uso en los manuales de la época y en el andar de muchos partidos
socialistas, tanto en los europeos fronterizos de la Unión Soviética, como en
algunos partidos comunistas latinoamericanos. No en los que se movían bajo la influencia,
confesada o no, del peruano José Carlos Mariátegui, que era otra cosa. La
concepción stalinista también estuvo presente en algunos partidos comunistas
europeos, occidentales, no fronterizos con relación a la Unión Soviética. Por
ejemplo, en el quehacer del Partido Comunista Francés de aquellos años.
Preguntémosle, si tenemos dudas, al fantasma de León Trotsky, que continúa
recorriendo el mundo. Al Partido Comunista Italiano le ha ido un poco mejor
ante el juicio de la historia, debido —probablemente— al pensamiento del sardo
Antonio Gramsci.
21. Las quiebras antropológicas de esos marxismos
de inspiración leninista-stalinista, exportada por los manuales y los ucases de
la Unión Soviética stalinista, me resultan más profundas que en el caso del pensamiento
del Che (al menos en El socialismo y el hombre en Cuba, o en el Diario).
Evidentemente, todos sabemos ya que la propia Unión Soviética y esos partidos y
gobiernos que se malnutrieron de tal ideología exportada, se desembarazaron de
ella hace ya algunos años. Pero entonces —en los años del Che, de la
descolonización de África y de los otros fenómenos sociopolíticos concatenados
a los que me he referido—, estábamos en el inicio de la segunda mitad del siglo
XX, no en los albores del siglo XXI.
22. Por consiguiente —vuelvo a mi hilo conductor de hoy—,
dejo sentado que tanto personalmente, cuanto por tradición americana y
africana, es imprescindible agotar todos los demás recursos, antes de convocar
a guerra y violencia, si deseamos proceder éticamente. Hechas estas
clarificaciones, nosotros sabemos —y repetimos hasta la saciedad, con gusto y
hasta con un cierto orgullo nacional—, que la cultura cubana es un ajiaco (cf.
Don Fernando Ortiz, passim) o sancocho de varios ingredientes, pero que los
definitorios son el componente español y el africano; no desconocemos el componente
aborigen —mejor conocido y valorado en los últimos años— ni el pequeño pero
visible componente chino. Y todo ello, aquí condimentado y cocinado, es
la causa del fenómeno de la transculturación o inculturación —según la
terminología científica que se prefiera— a la cubana, que
espontáneamente conduce al sincretismo religioso, del que he hablado y escrito
en varias ocasiones, pero hoy no voy a extenderme en él. Es otra la dimensión que
me ocupa en este momento: la relación África-Cuba, Cuba-África, no en términos
religiosos, sino sociopolíticos y, en general, “humanos”.
23. El africano que, en relativamente pequeñas cantidades
(comparadas con las cifras posteriores), llegó a Cuba, inicialmente, como
“hombre libre” (casi siempre sometido a servidumbre), o ya como esclavo
procedente de la península ibérica, pues España y Portugal, en el siglo XV,
estaban cundidas de negros esclavos y de negros libres… hasta cierto punto;
solamente hasta cierto punto. Por lo tanto, el negro que llegó bajo este primer
acápite, estaba ya, de algún modo, habituado a la convivencia con la cultura
occidental que, al menos en principio, era cristiana. Hubo negros y negras
libres en la naciente ciudad de La Habana del siglo XVI, que se movían con gran
presteza, sin excluir el ámbito de sus negocios propios y hasta la posesión de
esclavos. Un siglo después y, a partir de entonces, hasta fines del siglo XIX,
llegaron los negros y negras desgarrados, en cantidades enormes —procedentes de
toda la Nigricia, principal pero no exclusivamente— de las amplias zonas
colindantes con el Golfo de Guinea. Por consiguiente, llegaron los negros
africanos durante cuatro siglos, como esclavos del colonizador europeo y, en
número reducido, como esclavo de negros libertos, ya establecido en América
previamente.
24. Su número fue literalmente incalculable; la
proporción de los negros importados varió de modo considerable de una región a
otra. En Cuba y en el resto del Caribe, en el siglo XIX los negros llegaron
a ser más numerosos que los blancos (y que los aborígenes, no muy numerosos
en la región). Los censos de población, cubanos, del siglo XIX, dan fe de ello.
Los negros, procedieran de donde procedieran y fueran destinados a un sitio
o a otro, llevaban consigo una cultura propia y, por ende, también una religión
que les era propia, imbricada en su cultura.
25. Además, espero que no olvidemos que habían sido
arrancados, desarraigados, literalmente desgarrados, de su tierra, de su hogar.
En el tránsito hacia América, eran echados al mar, si se avistaba un barco
inglés, en fechas posteriores a 1817, cuando España se comprometió a cumplir
con las reglamentaciones internacionales, y a suprimir el tráfico de negros
africanos. En Cuba, empero, continuó y llegó a incrementarse,
“clandestinamente”, pero ahora bajo el padrinazgo de las autoridades coloniales
españolas y de los terratenientes criollos. Y cuando llegaban a su destino —en
nuestro caso, a Cuba—, eran conducidos inmediatamente al mercado de esclavos y
mal lavados, para ser vendidos como bestias y, luego, ser destinados a trabajos
nada halagüeños.
26. Si en Cuba, el sector terrateniente de la
población llegó a levantar capitales, a veces enormes, y a vivir en condiciones
de refinamiento casi increíbles, si no tuviéramos testimonios fehacientes de
los mismos actores, la causa de ello estuvo en el régimen de explotación
esclavista. Tengamos en cuenta: - a)que esos capitales se levantaron
sobre la agricultura y la industria incipiente, armadas u organizadas sobre la
base del sistema esclavista, inaceptable para la más elemental mirada
cristiana; además, - b) que las primeras manifestaciones de independentismo,
con relación a España, tuvieron su origen en ambientes de negros y mestizos,
incluyendo las rebeliones de esclavos y, por supuesto, el cimarronaje; - c)
que llegado el momento de organizar los ejércitos de liberación, nuestros mambises,
en ambas guerras, la del 68 y la del 95, las que finalmente obtuvieron la
independencia de España (¡para caer en manos norteamericanas!, pero eso es otro
problema, que no estoy contemplando hoy), la mayoría de los miembros de esos
ejércitos independentistas eran negros, o esclavos hasta el alzamiento, o
libertos; - d) que en esas guerras independentistas, en ambas, peleó
bravía y sabiamente el General Antonio Maceo Grajales, mestizo santiaguero, el
más admirado de los militares cubanos del movimiento; murió, como bien sabemos
los cubanos, ya casi en las puertas de La Habana, el 7 de diciembre de 1896;
que en la organización de la Guerra de Independencia por José Martí, desde los
Estado Unidos de Norteamérica, otro mestizo notable era su mano derecha dentro
de Cuba. ¡Y a todo riesgo! Por supuesto que me estoy refiriendo a Juan
Gualberto Gómez...
¿ESTÁBAMOS O NO EN DEUDA CON ÁFRICA? ¿LA HEMOS PAGADO YA
O LOS AFRICANOS GENEROSOS NOS HAN CONDONADO EL RESTO INCALCULABLE?
27. Probablemente, ellos dirían que sí, que en Cuba ya
hemos hecho mucho por ellos. Pero nosotros, los cubanos, nos diríamos que
todavía no, que nos queda mucho por hacer, lo más importante, más importante
que las noticias acerca del arrancamiento violento de África, que el barco
negrero, que el mercado de esclavos, que los maltratos… Ya todo eso es pasado,
aunque deje cicatrices. Lo de ahora es el acompañamiento fraterno para la
edificación del Renacimiento africano, del que estamos siendo testigos y
también colaboradores, sabiendo muy bien que los actores son ellos, los
africanos. Nos queda mucho por compensar, también en la misma Cuba nuestra,
con relación a los descendientes de africanos, como deber ético:
reparar —si esto fuera posible—, el desgarramiento, las familias divididas, los
malos tratos, el sudor y la sangre derramados… y construir juntos. Queda mucho
por hacer en África y en nuestra Cuba. Sin dudas, día llegará en que los
africanos hagan mucho más por nosotros, si es que ya no lo están haciendo y no
tenemos la sensibilidad necesaria para percibirlo.
28. Por lo pronto, esta reflexión sobre África-Cuba y
Cuba-África debe motivar, muy seriamente, en los que los guardan, todavía, los
rezagos dediscriminación: no oficial, pero sí real, en el mundo interior de
muchos compatriotas nuestros. En menor grado que cuando yo era joven, pero
todavía quedan. Una sanación ética radical se impone.
29. Afortunadamente, gracias a Dios y a la libre voluntad
de muchos jóvenes, se multiplican las parejas interraciales, que generan hijos
mestizos. Yo no lo veré, pues ya soy un anciano, pero desde junto a Dios, en
ese ámbito de plenitud que el que confío que me acoja, me henchiré con el mayor
gozo, al constatar que ya mi pueblo es, todo él, mestizo, consciente y
físicamente mestizo. Y este mestizaje generalizado será, eso espero, el final
de toda discriminación. Entonces se podrá repetir en Cuba, con toda verdad,
pero con un tono distinto, de gozo y orgullo, el viejo dictum: Aquí,
el que no tiene de congo, tiene de carabalí.
30. Subrayo, para terminar, que, en todas las relaciones
Cuba-África, África-Cuba, que podrían establecerse e incrementarse en el
futuro, no nos dejemos seducir por la imagen facilona del “negro salvaje”.
Me expreso con datos válidos también para el pasado, desde el siglo XVI. No me
refiero en particular ni a los de ahora, ni a los de antes: me refiero a la
cultura africana integral. Muchos de esos esclavos provenían de etnias que
habían llegado ya al uso del hierro en la agricultura antes del siglo XVI, y
que entre los siglos X y XIII, en el período clásico de Ifé (o Ifá), habían
desarrollado un arte escultórico que todavía deslumbra; habían logrado eficaces
organizaciones sociopolíticas, mucho antes de que los portugueses plantaran sus
pies por primera vez en Benin en 1472, ciudad descrita en el siglo XVII por el
holandés Olfert Dapper (Description of Africa, 1668) con los siguientes
términos: No hay ciudad tan grande en todas estas regiones. Solo el
palacio de la Reina tiene tres leguas de perímetro... y la ciudad tiene
cinco. La ciudad está rodeada por una muralla de seis pies de alto... Tiene
varias puertas con unos ocho y nueve pies de alto y cinco de ancho; son de
madera de una sola pieza. La ciudad está compuesta de treinta calles
principales, rectas y de ciento veinte pies de ancho, entre una
infinidad de calles menores que las cortan... La gente lava y friega sus casas
de tal modo que relucen como espejos (citado por Natalia Bolívar, en
Los orishas en Cuba, p. 21, La Habana, 1ª edición, 1990).
31. Conocían la moneda, los mercados internos, el
comercio forastero, usaban esclavos de “otras” poblaciones negras, sometidas en
guerras intracontinentales. Sin embargo, al parecer, desconocían la escritura
(aunque este dato no es universalmente aceptado). Un dato curioso, importante
como “base material” para comprender mejor el sincretismo que tendría lugar en
América como consecuencia de la transculturación: casi todos los pueblos
africanos habían logrado un aceptable desarrollo del arte culinario. Las negras
y negros esclavos en América fueron excelentes cocineros en las casas urbanas y
en las plantaciones de nuestros antepasados blancos. Fueron los creadores de
una espléndida cocina, sincrética o mestiza, en la que se mezclan los productos
americanos, europeos y africanos, en recetas y alquimias deliciosas, que
todavía disfrutamos.
32. Esto los convertía, entre otras razones, en
sirvientes apreciados en las casas de nuestros antepasados blancos en las
regiones —como es el caso de Cuba— en las que la población aborigen era escasa
y las mujeres europeas, al menos durante los primeros siglos de la conquista y
colonización, no abundaron. Los sirvientes domésticos negros: cocineros,
cocheros, mozos de limpieza, nodrizas y “tatas” —tuvieron una influencia, cuyo
peso es difícil de calcular y de valorar, en la educación y en la “maduración”
de las generaciones de blancos (y mestizos) ya nacidos en América.
33. Serían inexplicables muchas de las diferencias
generacionales, desde el siglo XVI hasta el XIX, y de los distanciamientos
definitivos entre los blanco-europeos y los blanco-americanos-criollos,
y mestizos y negros también ya americanos, si no se tiene en cuenta la cercanía
y la influencia de lo africano en el asentamiento de esas nuevas generaciones.
Y esta influencia puede relacionarse (y verificarse) en realidades tan
disímiles como pueden ser la gestualidad corporal, el lenguaje y el modo de
hablar, por una parte, y la interiorización de la sexualidad, de la afectividad
y de la religiosidad por otra. Una situación análoga ocurrió en las regiones de
abundante población aborigen y, consecuentemente, escasa población negra; en
ese caso, fueron los aborígenes y su cultura los que influyeron en las nuevas
generaciones de blancos y de mestizos. Esto es de tal modo cierto que hoy, los
blanco-americanos, de países de mestizaje cultural diverso —negro/blanco o
aborigen/blanco—, tienen también características psicológicas, religiosidad,
usos, costumbres, etcétera, individuales y sociales, también diversos y
fácilmente identificables.
34. Por supuesto —ya lo señalé—, las etnias de las que
procedían nuestros negros, tenían su religión, imbricada en su cultura propia.
En algunos casos puede reducirse a un animismo muy elemental, pero en otros —la
mayoría—, incluía un sistema, bastante complejo y elaborado, de datos de fe y
de normas éticas, así como una liturgia. Está aún por esclarecer el influjo de
las religiones griega, egipcia, hebrea y hasta paleocristiana, en los hombres y
mujeres que habitaban en las costas del Golfo de Guinea, en el siglo XV y posteriormente.
Sabemos, por sus tradiciones orales —revestidas de lenguaje mítico en sus pataquíes—
y por los rastreos de los investigadores contemporáneos, que hubo movimientos
migratorios muy consistentes, en períodos que se corresponden con la “Edad
Antigua” y con los primeros siglos de la “Edad Media” europea, desde el Alto
Egipto, Etiopía y Sudán hacia el oeste, o sea, hacia las regiones de las que
vinieron mayoritariamente nuestros ancestros africanos a partir del siglo XVI.
No me parece aventurado afirmar la existencia de interrelaciones entre lo
helénico, lo romano, lo judío, lo egipcio y la Nigricia africana, no
suficientemente exploradas.
35. En el caso de que estas interrelaciones
hubieran tenido lugar efectivamente, la cultura negra-africana de la zona,
podría ser considerada más emparentada con la europea que la aborigen
americana, y las religiones africanas serían menos “paganas” o “gentiles” que
las aborígenes. Las cocciones de nuestro “ajiaco”, o sea, el fenómeno de
nuestras transculturaciones, ha durado, probablemente, más siglos de lo que
habíamos calculado. Empezaron en sus cazuelas africanas y europeas, para
continuar, henchidas por nuevas sazones, en nuestras ollas americanas.
CONCLUSIÓN
36. GRACIAS A DIOS PORQUE ÁFRICA ES Y EXISTE REALMENTE Y
SE CRECE, POCO A POCO, PASO A PASO, EN TODAS LAS DIMENSIONES DE LA EXISTENCIA
HUMANA. NO EXIJAMOS A LOS AFRICANOS NI LA MADUREZ SOCIOPOLÍTICA, NI LAS
EXQUISITECES CULTURALES QUE NO PUEDEN TENER, ENTRE OTRAS CAUSAS, PORQUE
NOSOTROS, LOS BLANCOS, LES INTERRUMPIMOS SU CICLO, SU ANDAR. DESVIAMOS EL CURSO
DE SU FLECHA, DESBARATAMOS SUS REALIDADES Y SUS REGIONALIDADES PREHISTÓRICAS. CONSERVAN,
SIN EMBARGO, SU SABIDURÍA ESPECÍFICA. ADEMÁS, DE ÁFRICA, NUNCA
LOOLVIDEMOS, POR CREACIÓN DE DIOS Y EVOLUCIÓN POSTERIOR DE NUESTRA ESPECIE,
VENIMOS TODOS LOS HUMANOS. HASTA DONDE SABEMOS, POR VOLUNTAD DEL DIOS
CREADOR, LA EVA ORIGINAL, EL “homínido” QUE, FUE “persona humana”
PRIMERO QUE TODOS LOS DEMÁS, VIVÍA EN EL CUERNO AFRICANO Y, SIGLOS DESPUÉS,
MUCHOS SIGLOS DESPUÉS, COMENZÓ LA HISTORIA HUMANA, LA DE LAS DIFERENCIAS Y DE
LOS ENFRENTAMIENTOS. NACIDOS DEL PECADO Y DE NUESTRAS LIMITACIONES. NO NEGUEMOS
A LOS AFRICANOS LA MANO CUANDO LA NECESITEN Y QUE LA NUESTRA SEA SIEMPRE MANO
AMIGA, MANO HERMANA PORQUE HERMANOS SOMOS. NO MANO CONDESCENDIENTE DE MATRERO
ASTUTO NI DE RANCHEADOR O MAYORAL, YA DE ESO TUVIMOS DEMASIADO EN EL PASADO QUE
DESEAMOS LIMPIAR, YA QUE NO PODEMOS OLVIDARLO… NI LO DEBEMOS OLVIDAR: PORQUE
LO RECORDAMOS, NOS OBLIGA EN CONCIENCIA.
Mons. Carlos Manuel de Céspedes García-Menocal
La Habana, 14 de junio de 2013; revisado en diciembre el
mismo año.