viernes, 25 de febrero de 2022
El Ranca en la eternidad
jueves, 24 de febrero de 2022
El NO es la pandemia más dañina que existe
Por Sender Escobar
A propósito de un lamentablemente desencuentro hoy en la mañana:
Vivo en una nación de ideología apuntalada, resido en el país del NO, como diría el maestro Leo Brouwer. Cada NO de la institucionalidad cubana, ante cada necesidad real, ante la petición que ailivirá cualquier cuestión, es otro agujero en el alma de una nación que se fragmenta, es otro argumento para la diáspora espiritual y física que se adueña de Cuba.
¿Por qué tantos NO? Es tan simple analizar que simplemente lo no estipulado, no es necesariamente prohibido, no es crimen, no es mal trabajo, es análisis, es comprensión ante quienes necesitamos diariamente un SI para continuar.
A veces pienso que el NO viene configurado en el contenido de trabajo de seres a punto de ser irracionales. No hay atisbo de humanidad en quien dice NO a secas, sin escuchar, ni permitir explicaciones. No interesen cuantos "Vale la Pena" haga el Profe Calviño, el NO es un fenómeno casi genético, mientras ya NO van quedando jóvenes, mientras NO hay esperanza y la fe se marchita en un cola, mientras el esfuerzo de años y sacrificio se esfuma ante palabrerías tórridas de inconciencia.
No existe cardiocentro que opere el mal que nos consume, el NO es la más dañina pandemia que existe.
martes, 22 de febrero de 2022
La muerte de un funcionario
Por Anton Chéjov
El gallardo alguacil Iván Dmitrievitch Tcherviakof se hallaba en la segunda fila de butacas y veía a través de los gemelos Las Campanas de Corneville. Miraba y se sentía del todo feliz…, cuando, de repente… —en los cuentos ocurre muy a menudo el «de repente»; los autores tienen razón: la vida está llena de imprevistos—, de repente su cara se contrajo, guiñó los ojos, su respiración se detuvo…, apartó los gemelos de los ojos, bajó la cabeza y… ¡pchi!, estornudó. Como usted sabe, todo esto no está vedado a nadie en ningún lugar.
A. Chéjov |
Los aldeanos, los jefes de Policía y hasta los consejeros de Estado estornudan a veces. Todos estornudan…, a consecuencia de lo cual Tcherviakof no hubo de turbarse; secó su cara con el pañuelo y, como persona amable que es, miró en derredor suyo, para enterarse de si había molestado a alguien con su estornudo. Pero entonces no tuvo más remedio que turbarse. Vio que un viejecito, sentado en la primera fila, delante de él, se limpiaba cuidadosamente el cuello y la calva con su guante y murmuraba algo. En aquel viejecito, Tcherviakof reconoció al consejero del Estado Brischalof, que servía en el Ministerio de Comunicaciones.
—Le he salpicado probablemente —pensó Tcherviakof—; no es mi jefe; pero de todos modos resulta un fastidio…; hay que excusarse.
Tcherviakof tosió, se echó hacia delante y cuchicheó en la oreja del consejero:
—Dispénseme, excelencia, le he salpicado…; fue involuntariamente…
—No es nada…, no es nada…
—¡Por amor de Dios! Dispénseme. Es que yo…; yo no me lo esperaba…
—Esté usted quieto. ¡Déjeme escuchar!
Tcherviakof, avergonzado, sonrió ingenuamente y fijó sus miradas en la escena. Miraba; pero no sentía ya la misma felicidad: estaba molesto e intranquilo. En el entreacto se acercó a Brischalof, se paseó un ratito al lado suyo y, por fin, dominando su timidez, murmuró:
—Excelencia, le he salpicado… Hágame el favor de perdonarme… Fue involuntariamente.
—¡No siga usted! Lo he olvidado, y usted siempre vuelve a lo mismo —contestó su excelencia moviendo con impaciencia los hombros.
“Lo ha olvidado; mas en sus ojos se lee la molestia —pensó Tcherviakof mirando al general con desconfianza—; no quiere ni hablarme… Hay que explicarle que fue involuntariamente…, que es la ley de la Naturaleza; si no, pensará que lo hice a propósito, que escupí. ¡Si no lo piensa ahora, lo puede pensar algún día!…”
Al volver a casa, Tcherviakof refirió a su mujer su descortesía. Mas le pareció que su esposa tomó el acontecimiento con demasiada ligereza; desde luego, ella se asustó; pero cuando supo que Brischalof no era su «jefe», se calmó y dijo:
—Lo mejor es que vayas a presentarle tus excusas; si no, puede pensar que no conoces el trato social.
—¡Precisamente! Yo le pedí perdón; pero lo acogió de un modo tan extraño…; no dijo ni una palabra razonable…; es que, en realidad, no había ni tiempo para ello.
Al día siguiente, Tcherviakof vistió su nuevo uniforme, se cortó el pelo y se fue a casa de Brischalof a disculparse de lo ocurrido. Entrando en la sala de espera, vio muchos solicitantes y al propio consejero que personalmente recibía las peticiones. Después de haber interrogado a varios de los visitantes, se acercó a Tcherviakof.
—Usted recordará, excelencia, que ayer en el teatro de la Arcadia… —así empezó su relación el alguacil —yo estornudé y le salpiqué involuntariamente. Dispen…
—¡Qué sandez!… ¡Esto es increíble!… ¿Qué desea usted?
Y dicho esto, el consejero se volvió hacia la persona siguiente.
“¡No quiere hablarme! —pensó Tcherviakof palideciendo—. Es señal de que está enfadado… Esto no puede quedar así…; tengo que explicarle…”
Cuando el general acabó su recepción y pasó a su gabinete, Tcherviakof se adelantó otra vez y balbuceó:
—¡Excelencia! Me atrevo a molestarle otra vez; crea usted que me arrepiento infinito… No lo hice adrede; usted mismo lo comprenderá…
El consejero torció el gesto y con impaciencia añadió:
—¡Me parece que usted se burla de mí, señor mío!
Y con estas palabras desapareció detrás de la puerta.
“Burlarme yo? —pensó Tcherviakof, completamente aturdido—. ¿Dónde está la burla? ¡Con su consejero del Estado; no lo comprende aún! Si lo toma así, no pediré más excusas a este fanfarrón. ¡Que el demonio se lo lleve! ¡Le escribiré una carta, pero yo mismo no iré más! ¡Le juro que no iré a su casa!”
A tales reflexiones se entregaba tornando a su casa. Pero, a pesar de su decisión, no le escribió carta alguna al consejero. Por más que lo pensaba, no lograba redactarla a su satisfacción, y al otro día juzgó que tenía que ir personalmente de nuevo a darle explicaciones.
—Ayer vine a molestarle a vuecencia —balbuceó mientras el consejero dirigía hacia él una mirada interrogativa—; ayer vine, no en son de burla, como lo quiso vuecencia suponer. Me excusé porque estornudando hube de salpicarle… No fue por burla, créame… Y, además, ¿qué derecho tengo yo a burlarme de vuecencia? Si nos vamos a burlar todos, los unos de los otros, no habrá ningún respeto a las personas de consideración… No habrá…
—¡Fuera! ¡Vete ya! —gritó el consejero temblando de ira.
—¿Qué significa eso? —murmuró Tcherviakof inmóvil de terror.
—¡Fuera! ¡Te digo que te vayas! —repitió el consejero, pataleando de ira.
Tcherviakof sintió como si en el vientre algo se le estremeciera. Sin ver ni entender, retrocedió hasta la puerta, salió a la calle y volvió lentamente a su casa… Entrando, pasó maquinalmente a su cuarto, se acostó en el sofá, sin quitarse el uniforme, y… murió.
Fuente: https://www.zendalibros.com/la-muerte-funcionario-cuento-anton-chejov/
jueves, 17 de febrero de 2022
Bloqueo y PIB*
Por Juan M Ferran Oliva
En lugar de palabras superlativas y comparativas, y argumentos intelectuales, yo me expreso en términos de números, pesos o medidas; uso solo argumentos de raciocinio y considero solo las causas que tienen un origen visible en la naturaleza.
William Petty(1623-1687)
E |
n las últimas semanas se ha intensificado la campaña interna y externa contra el bloqueo, eso que Washington denomina embargo económico. Secularmente ha sido condenado unánimemente en la Organización de Naciones Unidas (ONU) y sus únicos valedores son el victimario y dos o tres paniaguados. Califica de prepotente, injusto, cruel e inmoral. No diré más. Es harto combatido y me limito a firmar todo cuanto se argumente en su contra.
Mi intención es cuantificar la afectación que puede haber ocasionado al Producto Interno Bruto (PIB) de Cuba. Este macro indicador comenzó a tomar forma en la década de 1940 y en 1953 la Oficina de Estadísticas de la ONU refrendó su metodología[1]. Se puede obtener sumando el consumo de las familias, el del gobierno, la inversión nueva y los resultados netos del comercio exterior. O bien mediante la agregación de los sueldos, salarios, comisiones, alquileres, derechos de autor, honorarios, intereses y utilidades. Otro enfoque válido es el del valor de mercado menos el de los insumos.
Su per cápita expresa el potencial de la riqueza generada[2], pero no es perfecto. El propio Simon Kuznets, Premio Nobel de Economía y creador del esquema que promovió su empleo, reconoció sus debilidades. Es muy difícil deducir el bienestar de una nación a partir de su renta nacional[3], enunciaba en 1934. Pero, aunque dicho indicador no lo dice, todo resulta muy elocuente y se ha convertido en el más generalizado internacionalmente.
Justamente después de 1940 Julián Alienes Urosa inició en Cuba la elaboración de estudios sobre el ingreso nacional. Confeccionó su estimado desde 1903 a precios corrientes y constantes[4]. Su serie hasta 1948 es una proeza intelectual.
Me permití el atrevimiento de calcular el PIB cubano a precios constantes desde 1903 hasta 2018[5]. Es una serie posiblemente única en la que utilicé los valiosos e inigualados datos de Alienes y los posteriormente suministrados por los organismos estadísticos oficiales. En general, se ajustaron los años pivote para llevarlos a la base de precios constantes de 1997.
El promedio de crecimiento anual para el gran periodo iniciado en 1903 y extendido hasta 2018 –a precios constantes- resultó un 3.2%. Se trata del coeficiente de la tendencia exponencial obtenida mediante el método de los mínimos cuadrados. Es más cierta pues se formula como promedio real sin exponerse a variaciones aleatorias. Vistos por separado, se tendría un 2.7% hasta el año 1958, y un 3,1% desde entonces hasta el año 2018. Esta última es una tasa modesta tomando en cuenta el esfuerzo realizado.
A lo largo del tiempo Cuba mostró números que pretendían revelar el efecto del bloqueo. Dudé de ellos. Finalmente llegó uno de relativa seguridad. Durante el año 2018 y de manera oficial dichos perjuicios ascendieron a US$ 4.320 millones[6]. El cálculo responde a una metodología aprobada internacionalmente. Seguramente incluye afectaciones en costos y fletes, exportaciones dejadas de realizar, imposibilidad de adquirir bienes y servicios para el consumo productivo, social y personal y otros perjuicios medibles en dinero. No incluye, por supuesto, daños invaluables en la salud, la cultura y la población, ni en la consiguiente complicación en las gestiones. No se pierda de vista que hasta fines del año 2020 regia la falacia contable de igualar el peso con el dólar norteamericano. No obstante, tanto el estimado de perjuicios como el PIB están calculados sobre esa base aberrada.
En aquella ocasión, sobre la cifra gubernamental del año 2018, estimé una afectación en el entorno de un 3%[7]. Durante la administración de Obama tendió a suavizarse. Con la de Trump se agudizó y Biden la reafirmó.
Un nuevo informe estatal expresa que durante los 13 meses que median entre marzo de 2019 y abril de 2020 el bloqueo ocasionó pérdidas por US$ 5,570 millones[8]. Cálculos a vuela pluma pueden esbozar una realidad en tal sentido. El PIB a precios corrientes de 2018 fue 100.023 millones de pesos[9]. Si el perjuicio anual (mas 1 mes) provocado por el bloqueo ascendió a los US$ 5.570 millones consignados, representarían un 5.6% de afectación. No todo el estimado es rigurosamente puntual y tales daños pudieran ser levemente inflados por aquello de arrimar la brasa a la sardina. Sin otras precisiones puede barruntarse que la afectación real debe moverse en un entorno del 4%. Es decir, de no existir el bloqueo la economía cubana crecería en dicho porcentaje por encima del incremento (o decremento) por méritos propios. En aquellas condiciones, por supuesto.
El modelo económico cubano se está transformando. La estrategia económica actual se sitúa a 180º de la tradicional seguida hasta 1990. A los cambios realizados desde entonces se agregaron en enero de 2021 los inducidos por la gran transformación implicada en el Reordenamiento Económico.
El gobierno elude las terapias de choque. Por desgracia las condiciones han sido más adversas de lo esperado. Se eliminó la dualidad monetaria mediante una tasa oficial fija de 24 pesos por un dólar, nivel triplicado en el mercado negro. El rebrote de la pandemia afectó seriamente la economía y en particular al turismo que acogió en 2021 menos de un millón de visitantes; antes había llegado a casi 5 millones. La prioritaria lucha por la salud implica gastos, muchos de importación. El bloqueo repuntó a límites de asfixia. La eliminación de la ficción contable interna en las empresas incrementó los costos de producción pues ya el peso no se iguala con el dólar.
En general, la caída de los ingresos en divisas se tradujo en una contracción de las importaciones dirigidas al consumo y a la producción. Algunas medidas del Reordenamiento no han resultado beneficiosas y son objeto de revisión, El empobrecimiento de la oferta acarreó incrementos desorbitados en los precios. Ya con anterioridad, en agosto de 2019, se habían aumentado los salarios del sector presupuestario beneficiando a cerca de 1,5 millones de receptores a un costo presupuestario de 7,050 millones de pesos anuales que, indefectiblemente, se convirtieron en demanda en un mercado que adolece del secular retraso de la oferta. Actualmente las colas han adquirido dimensiones impresionantes y constituyen una causa de enojo adicional a la de los precios.
Según datos oficiales la inflación asciende a un 77,3% obtenido mediante una canasta de 288 productos. La cifra es cuestionada y puede que sea superior. Algunos piensan que alcance los 3 dígitos. Son muchas las propuestas para combatirla pero persistirá mientras no se equilibren la oferta y la demanda cuyo desfase dura más de medio siglo,
La contracción económica iniciada en el segundo semestre de 2019 se agravó con los repuntes de la pandemia y del embargo. El PIB cayó en un entorno de dos dígitos a los que ha seguido un modesto crecimiento que sugiere el inicio de una discreta recuperación.
En consecuencia, cabe hablar de un antes y un después a partir de 2021. Las nuevas condiciones conducen a una economía diferente. Cuando se concrete podrán intentarse nuevos estimados, si es que aún persiste el bloqueo.
Cuba no es la única que padece inflación y pandemia: son dolencias universales, pero el mal de muchos no puede aceptarse como consuelo. Sería de tontos.
[1] Los países socialistas desarrollaron el Sistema de Balances de la Economía Nacional aplicado en el CAME. Con la desaparición de la URSS se esfumó también dicho método.
[2] Otro macro indicador de la familia de la contabilidad nacional es el Producto Nacional Bruto (PNB), también conocido como Ingreso Nacional Bruto (INB). Equivale al Producto Interno Bruto (PIB) más las transferencias de rentas netas al o del resto del mundo. Al deducir del PNB determinados gastos financieros y similares queda el Ingreso Disponible destinado al ahorro (inversión) y al consumo publico y personal.
[3] No refleja el grado de dispersión ni aspectos puntuales relativos a la calidad de vida. En consecuencia se utilizan otros indicadores complementarios como el PIB con paridad del poder adquisitivo (PPA), mediciones de pobreza, el índice de desarrollo humano, el de Gini, el coeficiente de Engel, etc. Wikipedia: Citado por C. Cobb, T. Halstead y J. Rowe, The Atlantic Monthly, Octubre 1995
[4] Alienes Urosa, Dr Julián. Características Fundamentales de la Economía Cubana. Banco Nacional de Cuba. 1950. Pág. 52. En esta publicación ofrece el ingreso entre 1903 y 1948, pero en otras posteriores llega hasta 1959.
[5] Ver Las Ásperas Cifras. SINE DIE número 36 de abril 4 de 2019
[6] Intervención de Bruno Rodríguez Parrilla, Ministro de Relaciones Exteriores, en noviembre en NNUU. Y Alejandro Fernández Gil , Ministro de Economía, en diciembre 22 en su informe a la Asamblea Nacional.
[7] Ver al bloqueo lo que es del bloqueo. SINE DIE 25 de enero 13 de 2019
[8] Discurso de Bruno Rodríguez Padilla, Ministro de Relaciones Exteriores de Cuba, en octubre 22 de 2020. Actualizado en documento presentado a Naciones Unidas en junio de 2021.
[9] En la práctica y según la información oficial fue 100,023 millones de pesos con la deformación de la igualación peso-dólar.
* SINE DIE, tercera serie #12, feb 17 2022
martes, 15 de febrero de 2022
Lo que nos queda es la política social de la Revolución
Cuarta parte de la intervención realizada el 15 de octubre de 2020 en el Centro Memorial Martin Luther King Jr. (Marianao, La Habana), en el marco de un análisis de coyuntura para la actualización estratégica de las proyecciones de trabajo de dicha Asociación y las redes que anima.
Por Juan Valdés Paz
Me quedan dos sistemas que quería comentar. Me queda mucho por comentar. Quería comentar el sistema económico, voy a tratar de abreviarlo por razones obvias. Lo primero que hay que decir es que hemos estado, hasta el coronavirus, en una tendencia cercana a la recesión económica, una tasa de crecimiento muy baja. El propio discurso oficial declara que hay que poner en cuatro y medio de crecimiento el PIB para desarrollarse y, bueno, muchas de las aperturas y políticas que se diseñaron desde el 2011 eran precisamente porque había que enfrentar esa tendencia recesiva. De todas maneras, no hemos pasado del 1.0, el 2.0, el 2.2, esa era la tasa sin coronavirus. Con el coronavirus se dice que vamos a caer al 8.0, menos 8.0. No es que no vayamos a crecer, es que vamos a decrecer en 8.0. Si decrecemos en 8.0 y no logramos una tasa de crecimiento por sobre 4.0 y seguimos creciendo al 2.0, demoraremos los próximos cuatro o cinco años recuperándonos del coronavirus.
No sé si se me entiende lo que acabo de decir. Hemos caído 8.0, al 2.0 de crecimiento no recuperamos el 8.0 de caída en, al menos, cuatro años. Pasamos por el 8vo. Congreso, y llegamos al año 2023, casi al 2024 o al 2025. No empezaríamos a tener un verdadero crecimiento a partir del 2024, o no tenemos. Planteo todo eso porque el coronavirus es un golpe mortal, es un torpedo que nos han tirado en la mitad de la nave, una nave que navegaba con dificultades, pero navegaba. Entonces, el primer problema económico es cómo nos recuperamos y, por supuesto, todas las aperturas de las que se está hablando son necesarias, necesarias económicamente.
Ha sido necesario, una vez más, estar al borde del abismo para que los sectores conservadores acepten las aperturas, porque ese es otro drama nuestro, que las reformas que hemos hecho han sido al borde del abismo. No somos capaces de generar en la reflexión, en la experiencia del transcurso de la propia Revolución, las experiencias que nos lleven a las reformas necesarias.
Por suerte, de todas maneras, las hemos asumido, pero ya al borde del abismo. A los sectores conservadores les torcemos el brazo diciendo, como dijo, tuvo que decir Raúl Castro en 2011: «estamos al borde del abismo, o hacemos cambios, o esto se acabó». Te podrás imaginar. ¿Cómo se puede conducir un proceso histórico en esos términos? Y ahora pasa igual. Si no hay coronavirus llevamos diez años de incumplimiento de los Lineamientos.
Dos ejemplos concretos. Yo le he echado para atrás, y lo que dijo Raúl Castro en el 2014, hace cinco años, en la Asamblea Nacional sobre la unificación monetaria es que había que hacerla, y que está bueno ya… Bueno, estamos discutiendo eso mismo, está Marino Murillo explicándonos cómo es que la va a hacer. Por cierto, quiero hacer un comentario, está bien lo de Marino Murillo, está bien lo del ministro, etcétera. No dan un número, parece que la economía cubana no tiene números.
Te voy a hacer una anécdota: estuve en un evento de la Sociedad Económica de Amigos del País cubana, y ahí fueron Triana y una economista joven que habían estado estudiando el problema, traían los resultados del grupo «X» que estaba dedicado a eso y, bueno, lo traían y empezaron allí a explicar. De la explicación —en la que no me detengo— voy a rescatar tres cosas interesantes. Una: había siete propuestas en la mesa, no una, siete; dos: cómo se hace una unificación monetaria lo saben hasta en Burundi, porque todo el mundo ha hecho unificación monetaria, todo el mundo ha tenido que hacer cambio de moneda, todo el mundo ha tenido que hacer ajustes, etcétera y todos los organismos internacionales tienen experiencia y asesores, es decir, que cómo hacer la unificación monetaria no era realmente el problema que dilataba su aplicación, y había siete propuestas, hechas por expertos cubanos.
Concluyó aquella exposición de la siguiente manera: el problema es que en todas las variantes hay afectaciones a la población, por tanto, la decisión es política, a quiénes vamos a afectar, porque tú puedes decir: vamos a afectar a los que tienen más dinero, y ¿si no es suficiente, y tienes que bajar y detenerte en los ingresos medios? ¿Y si no es suficiente y tienes que meter al conjunto de la población? No me detengo.
Conclusiones: terminamos en lo mismo que decía Papito, ¿por dónde se corta el pescado? Y yo creo que es la explicación real de la dilación y lo cual explica que hay sectores conservadores marcando el freno: «hay que tener cuidado», «perdemos el consenso», «el enemigo…», «en este momento el enemigo arrecia», «la situación económica», «la crisis mundial»… Es decir, tú puedes, conservadoramente, hacer una lista de razones para no hacer nada que no caben en esta sala, pero, al final, es un retraso de la toma de decisiones. Bueno, por suerte parece que han decidido sacarle el tapón y vamos a ver cómo sale.
Pero, cierta preocupación de la población, cierta instintiva no es gratuita. La gente olfatea que donde hay un cambio de moneda va a haber ajustes, porque están diciendo las dos cosas: hay que hacer la unificación monetaria y hay que hacer ajustes en la economía.
La palabra ajuste que, si es socialista, contemplará a todo el mundo, protegerá a los grupos vulnerables… todo eso seguro que es cierto. Pero, la palabra ajuste es del diablo. La palabra ajuste fue acuñada en los infiernos, y la preocupación es natural. Por ejemplo, aquí en Pogolotti en la discusión de los Lineamientos, yo estuve en varias —ustedes lo saben igual que yo— cuando llegabas al punto de la supresión de la Libreta, que es una cosa que está incluida en los Lineamientos desde 2011, cuando llegabas a ese punto, era en el que nadie estaba de acuerdo, la gente decía «¿cómo? ¿Qué me van a quitar, la única garantía que yo tengo?».
Eso mismo que dicen ahora: «vamos a apoyar a las personas», «no vamos a subsidiar las cosas, los productos». Todo eso lo dijeron desde el 2011, el mismo Marino Murillo, pero nadie se lo creyó. Ahora, en medio de la crisis, nos lo tenemos que creer. No vayas a creer tú que no hay preocupación. Y la acción enemiga en las redes sabe eso, y nos tienen al parir, cada vez que el gobierno, un funcionario del gobierno dice algo. Y si es Marino Murillo, que lo dice todo tan enredado, lo que viene en las redes es de truco. Dejo eso como la primera preocupación del sistema económico.
Una segunda preocupación del sistema económico, ya la mencioné, es que nuestra dinámica de recuperación estará inevitablemente atada a Rusia y China. No hay para donde virarse, de manera que empecemos a estudiar chino. Dos, está claro, hay una superchería del discurso oficial. A mí lo que más me molesta del discurso del socialismo real es la fabulación, inventar términos para no hablar de las cosas como son, ser mentiroso inevitablemente. A ver, ¿por qué la palabra reforma nunca aparece en el discurso oficial? Yo mañana digo reforma, esto que hemos hablado con tanta naturalidad aquí, hasta he aplaudido que estemos en un escenario de reformas como una conquista de la Revolución, y resulta que si yo digo reforma me van a mirar como me miran. Ya la omisión es culpable, es culposa.
Después inventamos «actualización del modelo», ya ahora se llama «el ordenamiento», pero la verdad de toda esa jerigonza es que vamos a terminar con un nuevo modelo económico. Esa es la verdad de la verdad, y sería, desde todos los puntos de vista: político, ideológico, cultural, mucho mejor para los intereses de la Revolución que fuéramos francos y que dijéramos que vamos a un nuevo modelo económico, como lo ha dicho todo el mundo. Los chinos lo dijeron, lo dijeron los vietnamitas, y todo el mundo dice: un nuevo modelo económico. El otro no funciona. Que los filósofos discutan si no funciona por razones endógenas o no funciona por razones exógenas: el imperialismo, el capitalismo mundial… Fracasamos, perdimos, lo que tú quieras, pero no funciona en el contexto histórico actual.
Este tema, del que vamos a llegar a un nuevo modelo de una manera vergonzante, es un problema, en mi opinión, que va a tener repercusiones en lo político y en lo ideológico cultural al que me referiré finalmente.
No voy a detenerme en el problema del cambio de la propiedad, en las nuevas formas de propiedad admitidas, los nuevos agentes. Quiero llamar la atención:
la Constitución describe las nuevas formas de propiedad admitidas que son todas, y ahora se suele hablar en términos de «los nuevos propietarios», pero se está obviando que esa no es la realidad. Hay que distinguir entre la estructura de la propiedad y la estructura de tenencia de la propiedad. No quién es el dueño, que ya es un problema, sino quién tiene la propiedad, quién es el tenente del medio de producción.
En la agricultura hay una enorme proporción de tierras, ya más del 33 por ciento de las tierras está en manos de usufructuarios, no son propietarios, son tenentes de un medio de producción, por tanto, hay un desfase ahí entre propiedad y tenencia. Para poner un ejemplo, cuando usted hace una Cooperativa no agropecuaria le entregan un almacén, le dan en arriendo un local, le dan un no sé qué, las guaguas las compra el Estado y se las da en arriendo a la cooperativa, etcétera; pero en la Constitución [de 1976] decía que no se pueden nacionalizar los bienes públicos, la anterior, ya esta lo suprimió. Entonces, es una cooperativa tenente de una cantidad de medios de los cuales no es dueña, y así hacen, si entro en el mundo de la informalidad, del alquiler, tanto en los rurales como en los urbanos, la informalidad existe sobre lo ajeno, sobre propiedades que no poseen.
El término de que la estructura real sobre la cual vamos a hacer la economía y transita la sociedad a todos los fines políticos e ideológicos es la estructura de tenencia, porque tener el medio de producción es ya más importante que ser el dueño del medio.
En el socialismo real ser el propietario es mierda, porque toda la ley está para limitar los derechos del propietario. Por ahí tenemos esa problemática en la que no me voy a detener, la he enunciado, aquí tenía cuadros y eso, pero por razones de tiempo sólo lo voy a enunciar.
Tenemos un problema que se ha mencionado una y otra vez, pero que no es tan fácil resolver, que es el Sistema de Dirección y Planificación de la Economía. Hay una discusión histórica insoluble, que confesó el mismo Murillo, sobre qué cosa es la planificación, cuánta planificación, si es directiva, si es indicativa, si es centralizada, si es descentralizada; pero, lo que acaba de ratificar el ministro es que esta es una economía centralmente planificada. Dicho eso, para hacer un plan central, hay que agregar los planes que hacen los demás, en todos los niveles, en todas las ramas, en todos los sectores, en todos los territorios. Entonces, eso nunca lo hemos podido armar, el efecto centralizador del plan produce un efecto centralizador de las instituciones. El Che no era un defensor de la planificación de la industria sino porque era un fanático del Plan centralizado. No era posible hacer lo uno y no lo otro, y de ahí para acá. Ese es un problema que yo creo que no acabamos de entrar cómo vamos a hacer un plan más democrático, más participativo, todas esas cosas que le han ido agregando, que son como guindas que le ponen al pavo.
Y, asociado al problema de la planificación y del modelo económico centralizado y todo eso, está el viejo problema del mercado que, digámoslo con sinceridad, no lo quieren. La dirección política del país ve al mercado como una concesión que la Revolución le tiene que hacer a las circunstancias, y ponen el mercado, liberan algunos mercados, son mercados libres agrupados de ciertas cosas, altamente regulados, administrados por el Estado. La idea de una economía que tiene un mercado está muy lejos, no solamente de lo que tienen en la cabeza todos los políticos cubanos, sino de las reformas en curso. La idea de un mercado regulado está bien, pero la idea de que el mercado es lo mismo en Pinar del Río que en Oriente… si han tenido que autorizar al hombre para poder comprar fuera de Cuba… El sentido libre y universal del mercado no existe aquí, lo de libre no existirá nunca, porque si es socialismo, hay que regularlo; pero la otra dimensión universal del mercado, de que hay que meter en el mercado todo, todo lo que no funciona es porque no está en el mercado, etcétera.
Entonces, yo creo que ese es otro problema, el problema del mercado, la realidad del papel que va a jugar el mercado y las relaciones mercantiles en el nuevo sistema económico siempre es una incógnita. Cada vez que hablan del mercado es para decir que lo van a limitar, y lo van a regular, y han educado una ideología pública espontánea —instalada en la población— de que el mercado es perverso, es malo. Efectivamente, cada vez que vas al mercado suben los precios, es un mercado dominado por la oferta, se va al mercado nada más que a sufrir, etcétera. Todo eso es cierto. Dejo eso.
Hay problemas financieros obvios. Me voy a detener en el que, obviamente, es el plato fuerte. Está el problema de la esfera empresarial, que hay que reorganizar. Veo dos problemas. El presidente, cuando habla de la esfera empresarial, tiende a concebir la esfera empresarial como un universo donde hay empresas estatales, Pymes, empresas familiares, trabajadores por cuenta propia, cooperativas, etcétera… y todos esos actores, todos esos agentes económicos compiten entre sí. Más o menos, el presidente tiende a trasladar esa imagen. Mala idea. Cuando tú pasas y cruzas los documentos y las leyes, las empresas son, por definición, las empresas estatales; y está acordado, incluso en la Constitución, que se van a crear las Pymes, que se les va a dar personalidad jurídica, etcétera, pero eso es algo que está por hacerse, que veremos cómo se hace, y que yo me temo que llegamos al 2025 y estamos todavía en eso.
Ahora, ¿cuál es mi opinión?
Creo que llegamos a eso inevitablemente. Esa concepción de que el socialismo, de que la economía del socialismo tiene diversidad de actores que compiten entre sí, etcétera, y que todo está regulado en algún nivel, mucho en el caso de las estatales, menos en las otras, en fin, que el socialismo es regulación, no planificación.
La planificación es un instrumento más de la regulación, que hay muchas maneras de regular, muchas maneras indirectas de regular. Si no pasamos a esa concepción más abierta, vamos a tener mayores dificultades de las necesarias. Ahí es donde entran los presupuestos, la cultura acumulada, las concepciones que, en fin, tenemos en la cabeza. Bien, me llama la atención, en esto, la importancia que comienza a dársele al sistema bancario. La única economía universal, la única economía del mundo que fue contra la civilización: suprimió las rentas, suprimió los impuestos, suprimió la banca, lo suprimió todo, todos los instrumentos creados por la civilización para controlar la economía, trajo uno nuevo importado y algunos políticos más que otros. El Che tenía preocupaciones, porque había que sustituir esas ausencias con otros mecanismos, pero el resto de la gente no se detuvieron con nada. Necesitamos sesenta años para volver al presupuesto, para volver a las finanzas, para volver a los impuestos, y ahora estamos llegando al Banco. Acabamos de llegar a lo que el capitalismo cubano ya había descubierto: que la agricultura necesitaba una banca especializada, el Banfaic lo crearon los Auténticos. Todo eso lo vamos aprendiendo, somos así los cubanos y no nos vamos a echar más mierda encima, somos así, pero esos son los instrumentos, las cosas nuevas que hay que echarle aire.
Primero, la recuperación de instrumentos que no son del capitalismo, que son civilizatorios, y, por otro lado, que está el hecho de que eso es lo que nos va a permitir… Llamo la atención sobre que, entre los problemas por los que vamos a transitar, que habíamos comenzado a resolver y que el coronavirus nos ha virado para atrás, está el tema de que hemos vuelto a caer virtualmente en default en el pago de la deuda externa. Como hay tanta gente que están en default por el coronavirus y va a haber tanto impago, y están reclamando los organismos internacionales que se vaya a una política consensuada, en Naciones Unidas, de condonación de la deuda o de parte de ella, como están esas moras, nosotros estamos revueltos en ese río. Pero nosotros tenemos un serio problema: hemos renegociado los acuerdos de pagos del Club de París; nunca hemos terminado las negociaciones con el Club de Londres, que es otra parte de la deuda externa nuestra; hay mucha deuda de cortos y medianos plazos que son los suministradores, que los hemos planchado; es decir que nosotros, esta recuperación, en vez de como estábamos hace un año que estaba por entrar el capital fresco y crédito fresco, en la medida en que estábamos pagando —habíamos pagado 25.000 millones en los últimos 10 años de deuda externa— , ahora no vamos a poder pagar. Entonces, quería agregar a las dificultades económicas que vamos a transitar, que tenemos una enorme deuda externa, que
nos tenemos que volver a meter en una campaña de condonación de la deuda externa y nos tenemos que meter en ese aguaje de nuevo y encabezarlo incluso, si fuera necesario.
Dejo esto como lo más relevante, para decir lo último, que tiene un pie en la economía y un pie en la sociedad:
si uno examina cuál ha sido el principal mecanismo de igualación social, el núcleo duro del consenso político de la Revolución, la expresión suprema del carácter socialista de la Revolución, etcétera — después que le quitamos todo lo malo que tiene: estatismo, burocracia, colusión del partido y el Estado; después que quitamos todo eso que sabemos que acompaña al socialismo real — lo que nos queda es la política social de la Revolución, la inmensa, increíble e imprevisible obra de un país pobre del Tercer Mundo que es la obra social de la Revolución.
Yo, desde que salieron los Lineamientos…, dije —de voz y por escrito— y sigo diciendo que —cosa que con ironía dijo Murillo en algún momento— : «lo que algunos llaman salvaguarda». No, no, no, salvaguarda dije yo, porque la pregunta es ¿dónde están las salvaguardas socialistas de todo esto?
Y como el socialismo cubano termina siendo la educación, salud, cultura, deporte, la seguridad social, la asistencia social, todo ese paquete, la vivienda, que no se ha logrado resolver, el pleno empleo, todo eso es la política social de la Revolución, eso tiene que tener salvaguarda, tenía que haberse comprometido que todo lo que hiciera el nuevo modelo económico iba a salvaguardar eso.
No frases, la teoría, el pueblo, protegeremos a los más vulnerables… no, no, no, la política social de la Revolución. Cuando en la Constitución del 40 se discutía, una de las cosas que logró el Partido Comunista de entonces imponer en la Constitución es que la educación, por ejemplo, tuviera no menos del cinco por ciento del presupuesto asignado a la educación, le aseguró a la educación un porcentaje obligatorio del presupuesto, la ancló, para decirlo en lenguaje técnico. Entonces,
nosotros no hemos anclado la política social, la política social es la que es, y mañana aparecen los liberales aquí y la recortan, y la disminuyen, y siempre hay un argumento de necesidad.
Entonces, una de las cosas que más me preocupa a mí es que la política social no está anclada ni en el modelo, ni en los Lineamientos…; y la Constitución de la República volvió a reconocer que la política social son derechos, pero casi siempre tienen una coletilla «donde es posible» o «según las circunstancias permitan». Una cosa así, es un derecho, pero… Entonces, esa es una gran preocupación y, de hecho, ya estamos percibiendo recortes en la política social que teníamos.
No sé si está claro que la economía nuestra no sostiene la política social que tenemos. O resolvemos lo económico para poder aplicarla o tenemos que recortarla. Ahí hay un drama político económico o económico político, y yo creo que ese drama nos va a acompañar económica y políticamente de aquí al 2025. Sectores y fuerzas presionando para delimitar la política social y sectores luchando por sostener la política social de la Revolución. O yo me he vuelto viejo y loco y me estoy engañando con cosas que no existen ni van a existir, porque la Revolución es invencible, o este es un peligro real que habría que tener en cuenta.
Yo creo que una de las cosas, hablando de valores que tiene que —no en abstracto, sino en concreto— defender este Centro [Martin Luther King], es la política social de la Revolución, en concreto.
Lo dejo ahí. Se me quedaron algunos comentarios para la esfera civil… pero, ya son las dos. Terminamos aquí mi conferencia, almorzamos y regresamos, yo no tengo límites de tiempo o ¿qué hacemos?… Nos queda la esfera del sistema civil, donde entra el tema de las iglesias; tenemos el tema de la esfera ideológico cultural, que no tengo que decir que es lo más cercano a ustedes en lo inmediato y tenemos en el imaginario, cuál sería el escenario del 2025.
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Fuente: https://medium.com/la-tiza/lo-que-nos-queda-es-la-pol%C3%ADtica-social-de-la-revolución-9612fd607d5f
jueves, 10 de febrero de 2022
González Casanova, una militancia por la vida digna
Por Marcos Roitman Rosenman
Ciudad de México. Si algo caracteriza a Pablo González Casanova es la coherencia. Una vida donde el amor y la lucha se entrecruzan. Amor para vivir la vida en plenitud y luchar por hacerlo posible. Sin esa capacidad de amar, su obra no tendría sentido. Pero no hablamos del amor como prédica moralizante: “sólo estamos destacando el hecho de que biológicamente, sin amor, sin aceptación del otro, no hay fenómeno social, y que si aun así se convive, se vive hipócritamente la indiferencia o la activa negación”. Así lo expresan los neurobiólogos Francisco Varela y Humberto Maturana.
Pablo González Casanova no vive en la hipocresía, ni en el engaño, por el contrario, lo denuncia con fuerza. Desentraña las lógicas del poder, explica su funcionamiento, descubre sus debilidades. Llama a las cosas por su nombre. Es la lucha por la libertad, la justicia, la democracia y la igualdad, pero sobre todo la lucha contra la explotación del hombre por el hombre, del hombre hacia la naturaleza, del hombre sobre la mujer, de la sociedad de clases y castas contra los pueblos originarios, lo que guía su trabajo. Son los valores del humanismo lo que da sentido a su praxis teórica y política. Su obra es un alegato contra la violencia estructural del capitalismo en todas sus forma, entre otras el colonialismo interno.
Pablo González Casanova no rehúye el debate, lo alienta, lo desarrolla. Realiza propuestas y las pone sobre la mesa. Abre las ciencias sociales a un conocimiento emancipador. Su reflexión tiene la pausa del sabio, de quien no se deja llevar por las modas académicas. Ante la adversidad responde con ideas, no con insultos. Sus silencios hablan. Une pensar y actuar, en sus análisis no hay dobleces. Así lo subraya en su obra Las Nuevas Ciencias y las Humanidades. De la academia a la política: “la victoria de los seres humanos es posible como lo es luchar por ella con toda la herencia del pensamiento crítico y del pensamiento tecnocientífico, a sabiendas de que no habrá soluciones sin contradicciones, ni contradicciones sin negociaciones, ni luchas que enfrenten a la democracia, la liberación y el socialismo en combinarlas y articularlas con prioridades, énfasis y adaptaciones que los tiempos y las fuerzas exijan. Unos darán más importancia a un objetivo, otros a otro, pero todos en uniones crecientes y no necesariamente lineales, de ciudadanos, trabajadores y pueblos. Las dificultades de concebir y construir una alternativa al mundo actual no se resuelven con categorías simples ni disyuntivas maniqueas”.
No escribe para gustarse, ni gustar. Sus trabajos incomodan al poder, a los gobiernos y dirigentes corruptos, a las plutocracias y los seudointelectuales. Su pensamiento es radical, rupturista. En él no caben los dogmas. A sus enemigos, esta actitud y su compromiso militante con Cuba y el EZLN les irrita, genera descalificaciones, o directamente optan por el recurso fácil del insulto. Pero no se deja amedrentar. En este 2021, cumple 99 años, casi un siglo, y no claudica. Al contrario, se reafirma y persevera, es ejemplo. Decidió que su lucha y su amor van unidos a las luchas por la dignidad. Su compromiso, su militancia, busca crear, fortalecer pensamiento alternativo. Hoy concentra en ello sus esfuerzos. Trata de articular, dirá, un saber para ganar, no sólo para resistir. Un pensamiento que integre todas las corrientes del humanismo. Proporcionar armas para luchar en el campo de la teoría como parte de la lucha política. Este objetivo ha sido su horizonte: unir conocimiento y luchas sociales con una alternativa anticapitalista. Así lo expone en La Democracia en México: “alentar la investigación científica de los problemas nacionales, pues mientras no tengamos una idea clara, bien informada de la vida política en México, ni las ciencias sociales habrán cumplido con una de sus principales misiones, ni la acción política podrá impedir serios e inútiles tropiezos (…) El carácter científico que puede tener el libro no le quita una intención política(…) buscar así una acción política que resuelva a tiempo, cívica, pacíficamente, los grandes problemas nacionales”.
En todas sus responsabilidades, rector de la UNAM, secretario ejecutivo de Flacso, decano de la Facultad de Ciencias Sociales, director del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades, o profesor e investigador emérito, deja su impronta. Honradez, compromiso y dignidad. Su amor y su lucha, es generosa y vital. Luis Hernández Navarro, en artículo titulado “Pablo González Casanova: el amor y la lucha”, destacó estas palabras de don Pablo: “nos toca un periodo sin precedente en la historia de la humanidad. Nuestra lucha ya no es sólo por la libertad, justicia y democracia, es, de hecho, por la vida misma.”
Fuente: https://www.jornada.com.mx/notas/2021/02/14/politica/gonzalez-casanova-una-militancia-por-la-vida-digna-marcos-roitman/
domingo, 6 de febrero de 2022
¿Cómo se asfixia a un pueblo sin tirar un cañonazo?
Por Gabriel García Márquez
Aquella noche, la primera del bloqueo, había en Cuba unos 482,560 automóviles, 343,300 refrigeradores, 549,700 receptores de radio, 303,500 televisores, 352,900 planchas eléctricas, 286,400 ventiladores, 41,800 lavadoras automáticas, 3,500,000 relojes de pulsera, 63 locomotoras y 12 barcos mercantes.
Todo eso, salvo los relojes de pulso, que eran suizos, había sido hecho en los Estados Unidos.
Al parecer, había de pasar un cierto tiempo antes de que la mayoría de los cubanos se dieran cuenta de lo que significaban en su vida aquellos números mortales. Desde el punto de vista de la producción, Cuba se encontró de pronto con que no era un país distinto sino una península comercial de los Estados Unidos. Además de que la industria del azúcar y el tabaco dependían por completo de los consorcios yanquis, todo lo que se consumía en la isla era fabricado por los Estados Unidos, ya fuera en su propio territorio o en el territorio mismo de Cuba.
La Habana y dos o tres ciudades más del interior daban la impresión de la felicidad de la abundancia, pero en realidad no había nada que no fuera ajeno, desde los cepillos de dientes hasta los hoteles de 20 pisos de vidrio del Malecón. Cuba importaba de los Estados Unidos casi 30 mil artículos útiles e inútiles para la vida cotidiana. Inclusive los mejores clientes de aquel mercado de ilusiones eran los mismos turistas que llegaban en el Ferry boat de West Palm Beach y por el Sea Train de Nueva Orléans, pues también ellos preferían comprar sin impuestos los artículos importados de su propia tierra.
Las papayas criollas, que fueron descubiertas en Cuba por Cristóbal Colón desde su primer viaje, se vendían en las tiendas refrigeradas con la etiqueta amarilla de los cultivadores de las Bahamas. Los huevos artificiales que las amas de casa despreciaban por su yema lánguida y su sabor de farmacia tenían impreso en la cáscara el sello de fábrica de los granjeros de Carolina del Norte, pero algunos bodegueros avispados los lavaban con disolvente y los embadurnaban de caca de gallina para venderlos más caros como si fueran criollos.
No había un sector del consumo que no fuera dependiente de los Estados Unidos. Las pocas fábricas de artículos fáciles que habían sido instaladas en Cuba para servirse de la mano de obra barata estaban amontonadas con maquinaria de segunda mano que ya había pasado de moda en su país de origen. Los técnicos mejor calificados eran norteamericanos, y la mayoría de los escasos técnicos cubanos cedieron a las ofertas luminosas de sus patrones extranjeros y se fueron con ellos para los Estados Unidos. Tampoco había depósitos de repuestos, pues la industria ilusoria de Cuba reposaba sobre la base de que sus repuestos estaban sólo a 90 millas, y bastaba con una llamada telefónica para que la pieza más difícil llegara en el próximo avión sin gravámenes ni demoras de aduana.
A pesar de semejante estado de dependencia, los habitantes de las ciudades continuaban gastando sin medida cuando ya el bloqueo era una realidad brutal. Inclusive muchos cubanos que estaban dispuestos a morir por la Revolución, y algunos sin duda que de veras murieron por ella, seguían consumiendo con un alborozo infantil. Más aún: las pioneras medidas de la Revolución habían aumentado de inmediato el poder de compra de las clases más pobres, y estas no tenían entonces otra noción de felicidad que el placer simple de consumir. Muchos sueños aplazados durante media vida y aun durante vidas enteras se realizaban de pronto. Sólo que las cosas que se agotaban en el mercado no eran repuestas de inmediato, y algunas no serían repuestas en muchos años, de modo que los almacenes deslumbrantes del mes anterior se quedaban sin remedio en los puros huesos.
Cuba fue por aquellos años iniciales el reino de la improvisación y el desorden. A falta de una nueva moral –que aún habrá de tardar mucho tiempo para formarse en la conciencia de la población– el machismo Caribe había encontrado una razón de ser en aquel estado general de emergencia.
El sentimiento nacional estaba tan alborotado con aquel ventarrón incontenible de novedad y autonomía, y al mismo tiempo las amenazas de la reacción herida eran tan verdaderas e inminentes, que mucha gente confundía una cosa con la otra y parecía pensar que hasta la escasez de leche podía resolverse a tiros. La impresión de pachanga fenomenal que suscitaba la Cuba de aquella época entre los visitantes extranjeros, tenía un fundamento verídico en la realidad y en el espíritu de los cubanos, pero era una embriaguez inocente al borde del desastre.
En efecto, yo había regresado a La Habana por segunda vez a principios de 1961, en mi condición de corresponsal errátil de Prensa Latina, y lo primero que me llamó la atención fue que el aspecto visible del país había cambiado muy poco, pero que en cambio la tensión social empezaba a ser insostenible.
Había volado desde Santiago hasta La Habana en una espléndida tarde de marzo, observando por la ventanilla los campos milagrosos de aquella patria sin ríos, las aldeas polvorientas, las ensenadas ocultas, y a todo lo largo del trayecto había percibido señales de guerra. Grandes cruces rojas dentro de círculos blancos habían sido pintadas en los techos de los hospitales para ponerlos a salvo de bombardeos previsibles. También en las escuelas, los templos y los asilos de ancianos se habían puesto señales similares. En los aeropuertos civiles de Santiago y Camagüey había cañones antiaéreos de la Segunda Guerra Mundial disimulados con lonas de camiones de carga, y las costas estaban patrulladas por lanchas rápidas que habían sido de recreo y entonces estaban destinadas a impedir desembarcos. Por todas partes se veían estragos de sabotajes recientes: cañaverales calcinados con bombas incendiarias por aviones mandados desde Miami, ruinas de fábricas dinamitadas por la resistencia interna, campamentos militares improvisados en zonas difíciles donde empezaban a operar con armamentos modernos y excelentes recursos logísticos los primeros grupos hostiles de la revolución.
En el aeropuerto de La Habana donde era evidente que se hacían esfuerzos para que no se notara el ambiente de guerra, había un letrero gigantesco de un extremo a otro de la cornisa principal: “Cuba, territorio libre de América”. En lugar de los soldados barbudos de antes, la vigilancia estaba a cargo de milicianos muy jóvenes con uniforme verde olivo, entre ellos algunas mujeres, y sus armas eran todavía las de los viejos arsenales de la dictadura. Hasta entonces no había otras. El primer armamento moderno que logró comprar la Revolución a pesar de las presiones contrarias de los Estados Unidos había llegado de Bélgica el 4 de marzo anterior, a bordo del barco francés Le Coubre, y este voló en el muelle de La Habana con 700 toneladas de armas y municiones en las bodegas por causa de una explosión provocada.
El atentado produjo además 75 muertos y 200 heridos entre los obreros del puerto pero no fue reivindicado por nadie, y el gobierno cubano lo atribuyo a la CIA. Fue en el entierro de las víctimas cuando Fidel Castro proclamó la consigna que habría de convertirse en la divisa máxima de la nueva Cuba: “Patria o Muerte”. Yo la había visto por primera vez en las calles de Santiago, la había visto pintada a brocha gorda sobre los enormes carteles de propaganda de empresas de aviación y pastas dentífricas norteamericanas en la carretera polvorienta del aeropuerto de Camagüey, y la volví a encontrar repetida sin tregua en cartoncitos improvisados en las vitrinas de las tiendas para turistas del aeropuerto de La Habana, en las antesalas y los mostradores, y pintada con albayalde en los espejos de la peluquería y con carmín de labios en los cristales de los taxis. Se había conseguido tal grado de saturación social, que no había ni un lugar ni un instante en que no estuviera escrita aquella consigna de rabia, desde las pailas de los trapiches hasta el calce de los documentos oficiales, y la prensa, la radio, y la televisión la repitieron sin piedad durante días enteros y meses interminables, hasta que se incorporó a la propia esencia de la vida cubana.
En La Habana, la fiesta estaba en su apogeo. Había mujeres espléndidas que cantaban en los balcones, pájaros luminosos en el mar, música por todas partes, pero en el fondo del júbilo se sentía el conflicto creador de un modo de vivir ya condenado para siempre, que pugnaba por prevalecer contra otro modo de vivir distinto, todavía ingenuo, pero inspirado y demoledor. La ciudad seguía siendo un santuario de placer, con máquinas de lotería hasta en las farmacias y automóviles de aluminio demasiado grandes para las esquinas coloniales, pero el aspecto y la conducta de la gente estaba cambiando de un modo brutal. Todos los sedimentos del subsuelo social habían salido a flote, y una erupción de lava humana, densa y humeante, se esparcía sin control por los vericuetos de la ciudad liberada, y contaminaba de un vértigo multitudinario hasta sus últimos resquicios. Lo más notable era la naturalidad con que los pobres se habían sentado en la silla de los ricos en los lugares públicos. Habían invadido los vestíbulos de los hoteles de lujo, comían con los dedos en las terrazas de las cafeterías del Vedado, y se cocinaban al sol en las piscinas de aguas de colores luminosos de los antiguos clubes exclusivos de Siboney.
El cancerbero rubio del hotel Habana Hilton, que empezaba a llamarse Habana Libre, había sido reemplazado por milicianos serviciales que se pasaban el día convenciendo a los campesinos de que podían entrar sin temor, enseñándoles que había una puerta de ingreso y otra de salida, y que no se corría ningún riesgo de tisis aunque se entrara sudando en el vestíbulo refrigerado. Un chévere legítimo del Luyanó, retinto, y esbelto, con una camisa de mariposas pintadas y zapatos de charol con tacones de bailarín andaluz, había tratado de entrar al revés por la puerta de vidrios giratorios del hotel Riviera, justo cuando trataba de salir la esposa suculenta y emperifollada de un diplomático europeo. En una ráfaga de pánico instantáneo, el marido que la seguía trató de forzar la puerta en un sentido mientras los milicianos azorados trataban de forzarla desde el exterior en sentido contrario. La blanca y el negro se quedaron atrapados por una fracción de segundo en la trampa de cristal, comprimidos en el espacio previsto para una sola persona, hasta que la puerta volvió a girar, y la mujer corrió confundida y ruborizada, sin esperar siquiera al marido, y se metió en la limusina que la esperaba con la puerta abierta y que arrancó al instante. El negro, sin saber muy bien lo que había pasado, se quedó abochornado y trémulo.
-¡Coño! –Suspiró– ¡Olía a flores!
Eran tropiezos frecuentes. Y comprensibles, porque el poder de compra de la población urbana y rural había aumentado de un modo considerable en un año. Las tarifas de la electricidad, del teléfono, del transporte y de los servicios públicos en general, habían sufrido reducciones drásticas, y se organizaban excursiones especiales del campo a la ciudad y de la ciudad al campo que en muchos casos eran gratuitos. Por otra parte, el desempleo se estaba reduciendo a grandes pasos, los sueldos subían, y la Reforma Urbana había aliviado la angustia mensual de los alquileres, y la educación y los útiles escolares no costaban nada. Las 20 leguas de harina de marfil de las playas de Varadero, que antes tenían un solo dueño y cuyo disfrute estaba reservado a los ricos demasiado ricos, fueron abiertas sin condiciones para todo el mundo, inclusive para los mismos ricos.
Los cubanos, como la gente del Caribe en general, habían creído desde siempre que el dinero sólo servía para gastárselo, y por primera vez en la historia de su país lo estaban comprobando en la práctica. Creo que muy pocos éramos conscientes de la manera sigilosa pero irreparable en que la escasez se nos iba metiendo en la vida. Aún después del desembarco en Playa Girón los casinos continuaban abiertos, y algunas putitas sin turistas rondaban por los contornos en espera de que un afortunado casual de la ruleta les salvara la noche. Era evidente que a medida que las condiciones cambiaban, aquellas golondrinas solitarias se iban volviendo lúgubres y cada vez más baratas. Pero de todos modos las noches de La Habana y de Guantánamo seguían siendo largas e insomnes, y la música de las fiestas de alquiler se prolongaba hasta el alba.
Esos rezagos de la vida vieja mantenían una ilusión de normalidad y abundancia que ni las explosiones nocturnas, ni los rumores constantes de agresiones infames, ni la inminencia real de la guerra conseguían extinguir, pero que desde hacía mucho tiempo habían dejado de ser verdad. A veces no había carne en los restaurantes después de la media noche, pero no nos importaba, porque tal vez había pollo. A veces no había plátano, pero no nos importaba porque tal vez había boniato. Los músicos de los clubes vecinos y los chulos impávidos que esperaban las cosechas de la noche frente a un vaso de cerveza, parecían tan distraídos como nosotros ante la erosión incontenible de la vida cotidiana.
En el centro comercial habían aparecido las primeras colas y un mercado negro incipiente pero muy activo empezaba a controlar los artículos. Yo tomé conciencia del bloqueo de una manera brutal, pero a la vez un poco lírica, como había tomado conciencia de casi todo en la vida. Después de una noche de trabajo en la oficina de Prensa Latina me fui solo y medio entorpecido en busca de algo para comer. Estaba amaneciendo. El mar tenía un humor tranquilo y una brecha anaranjada lo separaba del cielo en el horizonte. Caminé por el centro de la avenida desierta, contra el viento de salitre del malecón, buscando algún lugar abierto para comer bajo las arcadas de piedras carcomidas y rezumantes de la ciudad vieja. Por fin encontré una fonda con la cortina metálica cerrada pero sin candado, y traté de levantarla para entrar, porque dentro había luz y un hombre estaba lustrando los vasos en el mostrador. Apenas lo había intentado cuando sentí a mis espaldas el ruido inconfundible de un fusil al ser montado, y una voz de mujer muy dulce pero resuelta.
–Quieto compañero –dijo– Levanta las manos. Era una aparición en la bruma del amanecer. Tenía un semblante muy bello, con el pelo amarrado en la nuca como una cola de caballo, y la camisa de miliciana ensopada por el viento del mar. Estaba asustada sin duda, pero tenía los tacones separados y bien establecidos en la tierra, y agarraba el fusil como un soldado.
–Tengo hambre –dije.
Tal vez lo dije con demasiada convicción, porque sólo entonces comprendió que yo no había tratado de entrar a la fonda a la fuerza, y su desconfianza se convirtió en lástima.
–Es muy tarde –dijo.
–Al contrario –le repliqué–: el problema es que es demasiado temprano. Lo que quiero es desayunar.
Entonces hizo señas hacia adentro por el cristal, y convenció al hombre de que me sirviera algo aunque faltaban dos horas para abrir. Pedí huevos fritos con jamón, café con leche y pan con mantequilla, y un jugo fresco de cualquier fruta. El hombre me dijo con una precisión sospechosa que no había huevos ni jamón desde hacía una semana ni leche desde hacía tres días, y que lo único que podía servirme era una taza de café negro y pan sin mantequilla, y si acaso un poco de macarrones recalentados de la noche anterior. Sorprendido le pregunté qué estaba pasando con las cosas de comer, y mi sorpresa era tan inocente que entonces fue él quien se sintió sorprendido.
–No pasa nada –me dijo–. Nada más que a este país se lo llevó el carajo.
No era enemigo de la Revolución como lo imaginé al principio. Al contrario era el último de una familia de 11 personas que se habían fugado en bloque para Miami. Había decidido quedarse, y en efecto se quedó para siempre, pero su oficio le permitía descifrar el porvenir con elementos más reales que los de un periodista trasnochado. Pensaba que antes de tres meses tendría que cerrar la fonda por falta de comida, pero no le importaba mucho porque ya tenía planes muy bien definidos para su futuro personal.
Fue un pronóstico certero. El 12 de marzo de 1962, cuando ya habían transcurrido 322 días desde el principio del bloqueo, se impuso el razonamiento drástico de las cosas de comer. Se asignó a cada adulto una ración mensual de tres libras de carne, una de pollo, seis de arroz, dos de manteca, una y media de frijoles, cuatro onzas de mantequilla y cinco huevos. Era una ración calculada para que cada cubano consumiera una cuota normal de calorías diarias. Había raciones especiales para los niños, según la edad, y todos los menores de 14 años tenían derecho a un litro diario de leche. Más tarde empezaron a faltar los clavos, los detergentes, los focos, y otros muchos artículos de urgencia doméstica, y el problema de las autoridades no era reglamentarlos sino conseguirlos.
Lo más admirable era comprobar hasta qué punto aquella escasez impuesta por el enemigo iba acendrando la moral social. El mismo año en que se estableció el racionamiento ocurrió la llamada Crisis de Octubre, que el historiador inglés Hugh Thomas ha calificado como la más grave de la historia de la humanidad, y la inmensa mayoría del pueblo cubano se mantuvo en estado de alerta durante un mes, inmóviles en sus sitios de combate hasta que el peligro pareció conjurado, y dispuestos a enfrentarse a la bomba atómica con escopetas. En medio de aquella movilización masiva que hubiera bastado para desquiciar a cualquier economía bien asentada, la producción industrial alcanzó cifras insólitas, se terminó el ausentismo en las fábricas y se sortearon obstáculos que en circunstancias menos dramáticas hubieran sido fatales. Una telefonista de Nueva York le dijo en esa ocasión a una colega cubana que en los Estados Unidos estaban muy preocupados por lo que pudiera ocurrir.
–En cambio aquí estamos muy tranquilos –replicó la cubana–. Al fin y al cabo, la bomba atómica no duele.
El país producía entonces suficientes zapatos para que cada habitante de Cuba pudiera comprar un par al año, de modo que la distribución se canalizó a través de los colegios y los centros de trabajo. Sólo en agosto de 1963, cuando ya casi todos los almacenes estaban cerrados porque no había materialmente nada que vender, se reglamentó la distribución de la ropa. Empezaron por raciones de nueve artículos, entre ellos los pantalones de hombre, la ropa interior para ambos sexos y ciertos géneros textiles, pero antes de un año tuvieron que aumentarlos a 15. Aquella Navidad fue la primera de la Revolución que se celebró sin cochinito y turrones, y en que los juguetes fueron racionados.
Sin embargo, y gracias precisamente al racionamiento, fue también la primera Navidad en la historia de Cuba en que todos los niños sin ninguna distinción tuvieron por lo menos un juguete. A pesar de la intensa ayuda soviética y de la ayuda de China Popular que no era menos generosa en aquel tiempo, y a pesar de la asistencia de numerosos técnicos socialistas y de la América Latina, el bloqueo era entonces una realidad ineludible que había de contaminar hasta las grietas más recónditas de la vida cotidiana y a apresurar los nuevos rumbos irreversibles de la historia de Cuba. Las comunicaciones con el resto del mundo se habían reducido al mínimo esencial. Los cinco vuelos diarios a Miami y los dos semanales de Cubana de Aviación a Nueva York fueron interrumpidos desde la Crisis de Octubre.
Las pocas líneas de América Latina que tenías vuelos a Cuba los fueron cancelando a medida que sus países interrumpían las relaciones diplomáticas y comerciales, y sólo quedo un vuelo semanal desde México que durante muchos años sirvió de cordón umbilical con el resto de América, aunque también como canal de infiltración de los servicios de subversión y espionaje de los Estados Unidos. Cubana de Aviación, con su flota reducida a los épicos Bristol Britannia que eran los únicos cuyo mantenimiento podían asegurar mediante acuerdos especiales con los fabricantes ingleses, sostuvo un vuelo casi acrobático a través de la ruta polar hasta Praga. Una carta de Caracas, a menos de mil kilómetros de la costa cubana, tenía que darle la vuelta a medio mundo para llegar a La Habana. La comunicación telefónica con el resto del mundo tenía que hacerse por Miami o Nueva York, bajo el control de los servicios secretos de los Estados Unidos, mediante un prehistórico cable submarino que fue roto en una ocasión por un barco cubano que salió de la bahía de La Habana arrastrando el ancla que había olvidado levar.
La única fuente de energía eran los 5 millones de toneladas de petróleo que los tanqueros soviéticos transportaban cada año desde los puertos del Báltico, a 14 mil kilómetros de distancia, y con una frecuencia de un barco cada 53 horas. El Oxford, un buque de la CIA equipado con toda clase de elementos de espionaje, patrulló las aguas territoriales cubanas durante varios años para vigilar que ningún país capitalista, salvo los muy pocos que se atrevieron, contrariara la voluntad de los Estados Unidos. Era además una provocación calculada a la vista de todo el mundo. Desde el malecón de La Habana o desde los barrios altos de Santiago se veía de noche la silueta luminosa de aquella nave de provocación anclada en aguas territoriales. Tal vez muy pocos cubanos recordaban que del otro lado del mar Caribe, tres siglos antes, los habitantes de Cartagena de Indias habían padecido un drama similar.
Las 120 mejores naves de la armada inglesa, al mando del almirante Vernon, habían sitiado la ciudad con 30 mil combatientes selectos, muchos de ellos reclutados en las colonias americanas que más tarde serían los Estados Unidos. Un hermano de George Washington, el futuro libertador de esas colonias, estaba en el estado mayor de las tropas de asalto. Cartagena de Indias, que era famosa en el mundo de entonces por sus fortificaciones militares y la espantosa cantidad de ratas de sus albañales, resistió el asedio con una ferocidad invencible, a pesar de que sus habitantes terminaron por alimentarse con lo que podían, desde las cortezas de los árboles hasta el cuero de los taburetes. Al cabo de varios meses, aniquilados por la bravura de guerra de los sitiados, y destruidos por la fiebre amarilla, la disentería y el calor, los ingleses se retiraron en derrota. Los habitantes de la ciudad, en cambio, estaban completos y saludables, pero se habían comido hasta la última rata.
Muchos cubanos, por supuesto, conocían este drama. Pero su raro sentido histórico les impedía pensar que pudiera repetirse. Nadie hubiera podido imaginar, en el incierto Año Nuevo de 1964, que aún faltaban los tiempos peores de aquel bloqueo férreo y desalmado, y que había de llegarse a los extremos de que se acabara hasta el agua de beber en muchos hogares y en casi todos los establecimientos públicos.
Publicado en Proceso No. 0090- 01. 24 de julio de 1978.