domingo, 30 de mayo de 2021

¿Quienes inflan la inflación?

 Por Liena María Nieves

«Si continúo comprando dólares, ahorita Biden me da la ciudadanía americana». Martes 18 de mayo, en Facebook. El post generó más de 520 reacciones. Comentarios resentidos, sarcásticos, amargos o preocupados; a algunos les divirtió la «ocurrencia», otros hablaron de la boca negra de la inequidad social  —apenas disimulable, como los moretones en un ojo, que se le ocultan al espejo bajo cinco capas de maquillaje pero que, no obstante, continúan doliendo—, y unos pocos, agobiados, dejaron colar su frustración en un espacio donde la empatía es más falaz que Judas.

Veinticuatro horas antes, al amanecer del lunes 17, cientos y cientos de personas habían ocupado varias cuadras de las calles Martí, Villuendas y Juan Bruno Zayas. ¿La misión?,  acceder a Variedades Siboney, el establecimiento más amplio del boulevard santaclareño, reabierto hacía unos pocos días para ¡también! comercializar en MLC. Lo del escaneo previo del carné de identidad —una medida implementada por las fuerzas del orden para intentar acortarles la correa a los revendedores—, le dio cierta seguridad a quienes, simplemente, querían comprar productos para el consumo familiar. Error.

Fue un secreto a gritos que la lista ya había sido organizada, ¡desde el fin de semana!, por la red subterránea de siempre: los omnipresentes de la cabeza de la fila, «padres» de los combos que se proponían en las redes sociales a la media hora de abrir la tienda, y esperanza de los impacientes con bolsillo generoso, dispuestos a abonar 500 pesos por alguno de los primeros 30 números. ¿El control?, solo en teoría y, desafortunadamente, incapaz de trascender más allá de las buenas intenciones .

¿Qué queda entonces para los que no pueden dedicar las noches a aguardar hasta la mañana, en una acera u ocultos tras un poste, con tal de ser el uno en la entrada de la tienda? ¿Qué dejarían las hordas para el cliente 460, que debía comprar el viernes? ¿Y los que dependen únicamente de un salario o una jubilación, y tienen que dividir sus ingresos entre 60, 62, 65, porque nunca se sabe cuál será la tasa informal de cambio? O sea, ¿qué podemos esperar los que no lucramos con la necesidad generalizada?

La apertura de los establecimientos que venden en MLC coincidió con los que, pensábamos, serían los peores meses de la crisis sanitaria y económica, por lo que demonizar el dólar como el causante de una profunda brecha en la capacidad adquisitiva de la población, resultó una suerte de grito de Munch con el que muchos exteriorizaron sus ansiedades. Sin embargo, miles de familias cubanas se han beneficiado durante décadas con el auxilio monetario proporcionado por hijos, padres, hermanos y amigos residentes fuera de la isla, sobre todo, en los Estados Unidos, el país en el que vive más del 90% de los emisores de remesas hacia Cuba, ya sea por vías formales o no. Según los informes anuales del Banco Mundial y de varias consultoras privadas, entre el 2012 y el 2018 el monto en efectivo expedido se mantuvo en un rango ascendente que, al cierre del 2019 —incluyendo mercancías y cash— casi se había triplicado. De hecho, estas ayudas traspasaron el marco de lo estrictamente parental y se constituyeron como la principal fuente de financiamiento de varias de las más de 2000 actividades del trabajo por cuenta propia aprobadas por el Estado cubano. 

Es decir, que el dólar (o su valor al cambio en CUC o CUP) ha campeado entre el Cabo de San Antonio y la Punta de Maisí desde hace mucho tiempo, solo que la economía nacional andaba como mula de seis patas con dos caminos a escoger. Hoy, ya Cuba unificó su moneda, pero entre los gastos e inversiones de toda índole generados por el azote de la pandemia, el cierre casi absoluto de las operaciones turísticas con el mercado foráneo, el colapso productivo, más las restricciones del gobierno de Trump, quien antes de que lo sacaran de la Casa Blanca con un puntapié histórico «amordazó» a la Western Union y dejó en apenas un goteo los vuelos comerciales regulares y chárters —de más de 12 980 operaciones en el 2019 a poco menos de 3000 en 2020—, la liquidez de divisas anda sedienta.

Lo sé, estas no son explicaciones de sobremesa para contentar el ambiente. No todos lo pueden entender, pero es la verdad. Agraviados, muchos hemos accedido a re-re-recomprar las mercancías que únicamente en una de esas tiendas se podrían encontrar. Un gel de baño para un niño con psoriasis no resulta un gasto superfluo, como tampoco lo son los culeros desechables para un anciano senil, la gelatina por la que clama un paciente bajo los efectos de la quimioterapia, el aseo, o una confitura para regalarle a un pequeño que cumple años. Es una cuestión de dignidad.

Y hablando de esos temas, tampoco la moneda nacional en que se nos paga podría tirar la primera piedra. Al ver, a mediados de la pasada semana, la tablilla de productos y precios de la carnicería del mercado La Pelota, en el Sandino de Santa Clara, hice mis cuentas y comprobé que entre un kilogramo de masa para hamburguesa de cerdo (390 pesos), la misma cantidad de chuleta de lomo ahumado (455 pesos) y poco más de dos libras de picadillo mixto condimentado (298 pesos), la abuela jubilada de un amiguito de mi hijo, único sostén económico en una casa con dos menores, dejaría sobre el mostrador el 75% de su pensión mensual. Lo restante tendría que distribuirlo entre el pago de la cuota, la electricidad y el servicio de acueducto. La pandemia, dice, la ha librado al menos de las meriendas diarias para la escuela. «Hija, del lobo, un pelo».

La vida, caray. Fácil, fácil, nunca la hemos tenido, pero ese refrán de los pescadores y el río revuelto se ha hiperbolizado hasta límites insoportables, llegando, incluso, a marginar a demasiados de nuestros conciudadanos. Desde mediados de abril, en la vox populi se ha mantenido el tema del módulo de canastilla que se vendió en la tienda La Muralla, de la cadena Caribe, para las santaclareñas que cumplieron las 26 semanas de embarazo o que dieron a luz después de enero. En las redes sociales, el asunto tuvo sus momentos pico, de furor, estabilidad y depresión. Yo misma llamé a la Oficoda, mientras preparaba este trabajo, con el objetivo de acudir a la fuente primaria de información y evitar así el «trapicheo» de rumores. «Sí, es verdad, preséntate en la tienda con tu tarjeta de embarazada, pero apúrate, que lo “bueno” está volando». 

Volando, sí, alto, altísimo, en grupos de venta en Facebook, Whatsapp y Telegram, bajo perfiles falsos y también con nombres reales. El módulo completo costaba cerca de 7000 pesos, aunque las mujeres podían elegir qué productos adquirir y cuáles no, en dependencia de sus posibilidades y necesidades reales.

Sin embargo, lo que se suponía fuera un beneficio largamente demandado por las gestantes temerosas a enfermar con la COVID-19 en alguna de las colas interminables que suelen acompañar las ventas de cualquier artículo de canastilla —desde enero y hasta el 26 de mayo, se contabilizaban en el país más de 1000 embarazadas positivas al coronavirus, de las cuales tres fallecieron y decenas fueron reportadas de graves—, degeneró, una vez más, en oportunidad para engordar la inflación.  Aparecieron las propuestas de revendedoras dispuestas a pagar ¡10 000 pesos! por el derecho de compra, a las que se unieron muchas de las propias beneficiarias que, sin pizca de consideración o solidaridad hacia las demás mujeres que quedaron fuera de la distribución del módulo, lo revendieron, pieza a pieza, a cuatro o cinco veces su valor original. Coches en 14 000 pesos, bañaderas en 2500, tres pomos en 600, baberos en 125 cada uno… Como lobos, despedazándonos.

No me resigno a la idea de que nos hayamos dejado envilecer hasta el punto de pisotear lo sagrado, ni creo que hagan falta 100 comisiones estatales para, primero, percatarse de lo que está mal y, luego, reunirse, pensar y después generar transformaciones.

Quisiera ver el día en que la abundancia, como receta divina y mil veces preconizada, nos cure la miseria del corazón, aunque sospecho que ese es el tipo de hambre más difícil de saciar.  

«Venceremos en la medida en que el horizonte de cuanto hagamos siempre sea la mayor felicidad posible de las cubanas y los cubanos»: lo dijo un hombre que sueña, en el nombre de Cuba, y con los pies en la tierra.

Fuente: http://www.vanguardia.cu/opinion-de-periodistas/20070-quienes-inflan-la-inflacion?fbclid=IwAR2A7x0eyDvR5O9afbS_jYxdS3ef5kVf2xtS-qhnACx3FgU8WPUamx12f68

viernes, 28 de mayo de 2021

"Chamaquili (no yo) se ha ganado el mejor premio: el corazón y el amor..."*

Por Estrella Díaz

Lucas (Chamaquili) es mi nieto y Muma (Claudia Alvariño) es mi hija… y aquí se cumple lo que afirma el dicho popular: “cualquier referencia, viene de muy cerca”. Entonces prefiero que sea el propio Alexis Díaz Pimienta –responsable del guion- quien valore, reflexione y opine sobre este producto comunicativo que, según ha dicho el doctor Francisco Durán García, Jefe Nacional de Epidemiología del Ministerio Cubano de Salud Pública, “son los mejores mensajes de aliento y educación que están llegando a nuestro pueblo”.

La televisión cubana está transmitiendo -una vez a la semana- mensajes de bien público relacionados con la situación que vive el mundo hoy y que llevan tu crédito: Chamaquili y la pandemia, ¿cómo surge esta idea?, ¿cuánto tiempo te llevó escribir los textos?, ¿satisfecho con los resultados de lo que se pone en pantalla y en las redes sociales?

La televisión cubana ha hecho realidad, accidentalmente, un “proyecto” que hace años tenía en la cabeza: publicar un libro primero en formato audiovisual, un “videobook” real. Lo quería hacer en Sevilla, con un poemario para adultos titulado Carril bici, poesía peatonal, narrativa, muy fílmica; pero era muy costoso. Y mira por dónde, dos o tres años después es un libro de poesía infantil, Chamaquili y la pandemia, el que hace realidad ese proyecto y de manera totalmente imprevista, improvisada.

¿Cómo surge la idea? Te cuento, hace menos de un mes, una noche recibí un mensaje vía Whatsaap de la querida actriz y amiga Muma, co-directora de la compañía infantil de teatro La Colmenita, preguntándome si yo no había escrito ningún poema de Chamaquili en tiempos de pandemia. Y le confesé que no, que la pandemia no me inspiraba mucho, que había escrito poemas muy serios, para adultos, poemas-desahogo (que, por cierto, han acabado formando parte de otro libro, Iphoemas, y se han publicado en revistas digitales de España y Grecia); pero le prometí que escribiría un poema infantil para su pequeño Lucas, que estaba lleno de preguntas sobre el coronavirus, la pandemia, el confinamiento…  Y esa misma noche, en el teléfono, escribí los dos primeros poemas del libro, el que le da título, Chamaquili y la pandemia y Chamaquili y el coronavirus. Pero ya no pude parar, y al día siguiente ya tenía el libro completo, terminado, escrito íntegramente en el teléfono. O sea, el primer borrador del libro.

Fue un arrebato. Luego lo pasé al ordenador, lo corregí a fondo y se lo mandé emocionado. Pero lo que yo no sabía era que Muma se lo iba a mandar a ese loco maravilloso que es Cremata (Carlos Alberto (Tin) Cremata), amigo de tantos años y de tantos espectáculos, ni que Cremata iba a tener también un arrebato creativo e iba a salir corriendo para la sede de La Colmenita –compañía fundada por él hace 25 años- con la cabeza llena de ideas televisivas, y a mandarme un mensaje de Whatsaap, enloquecido, diciendo que aquel librito lo había “devuelto a la vida”, así me dijo, literalmente.

¡Imagínate!, Cremata y yo llevamos años “conspirando” con creaciones para niños. La pandemia ha impedido, por ejemplo, que La Colmenita estrenara dos obras mías en 2020: una obra de teatro en verso, La indignación de las mariposas (un musical) y una novela infanto-juvenil que amenaza con convertirse en película o serie televisiva, El extraño caso del niño al que acusaron de morder la luna. Así que esta sería una colaboración más. Lo que no imaginé nunca es lo rápido que sería todo. Cremata y Muma enloquecieron. ¡Y hasta el pequeño Lucas enloqueció! Qué cómico. El niño es un actor increíble, un actorazo en miniatura, es como si yo hubiera escrito los poemas para él, como cuando un guionista de Hollywood escribe un guion directamente para De Niro o Malcovich. Una delicia. Cuando lo veo actuar siempre me digo: ¡pero si ese es el Chamaquili que imaginé siempre! ¿Y el impacto entre los televidentes y en las redes? Ha sido felizmente abrumador. Increíble. Estamos desbordados de cariño y emociones.

¿Qué utilidad o impacto real consideras puede tener este tipo de trabajo?

Cuando uno escribe desde el corazón no está pensando en los “mensajes”, las “moralejas”, el “impacto”. Eso lo desvirtuaría todo. Se escribe desde la emoción, desde la honestidad estética y ética; sobre todo si se hace para niños. Lo contrario desemboca siempre en obras simplonas, teques edulcorados, “muelas bizcas” como dicen los jóvenes. A mí siempre me ha sorprendido la gran acogida que tienen los libros de Chamaquili no solo entre los niños, a mí y a Oliver, su “padre gráfico”. Pero también entre los padres y los maestros, e incluso entre los adolescentes. Es emocionante. ¿Sabes que algunos poemas de Chamaquili están publicados en los libros de texto de las escuelas de Puerto Rico? Libros de prescolar y de cuarto grado. Y muchos niños de España, de México, hasta de Estados Unidos han hecho suyos estos poemas, que ahora mismo están siendo traducidos al inglés y al italiano, así que imagínate. En fin, uno no sabe o no se propone crear impacto. Ocurre o no. Y cuando ocurre, alegra muchísimo. Este libro sobre la pandemia, concretamente, según me dicen los lectores, les llega como un chorro de aire fresco después de tantos meses de discurso adulto, serio, científico, incluso ríspido, algo deprimente.

En dos ocasiones -2006 y 2007- recibiste el Premio Nacional de Literatura Infantil La Rosa Blanca por Buenos días, Chamaquili y ¡Chamaquili, Chamaquili!, respectivamente y luego llegó Chamaquili en el cuarto de baño. Al ver a un niño cubano encarnando a tu personaje -que saltó del papel al audiovisual-, ¿qué has sentido?

Ha sido tan hermoso, tan emocionante. No puedo resumirlo. Cada video-poema que se hace me lo envían antes de emitirlo, a veces a las tres o cuatro de la mañana, hora de España, y yo lo veo cuatro o cinco veces seguidas antes de dormirme. Disfruto como un niño. Me encanta Lucas. ¡Y me encanta su hermanita como actriz secundaria! Me encanta el colorido, la sencillez, la naturalidad y el buen gusto de la realización. Siempre me da tristeza estar lejos de Cuba, pero cuando pasan estas cosas más. No estuve cuando gané el Casa de las Américas, ni tampoco he estado cuando Chamaquili (no yo) se ha ganado el mayor premio: el corazón y el amor de los cubanos.

Se conoce que el arte del repentismo está en tu ADN: hoy, con 55 años de edad, ¿cómo evocas a tu padre?

Mi padre era un aventurero, un guajiro aventurero, el típico “músico, poeta y loco”, un hombre que vivió a tope exactamente y solamente 55 años. Murió joven, lleno de vida y de versos, pero nos dejó –a mí, a mis hermanos, a mis hijos y sobrinos– una herencia invaluable, la décima, o más que la décima, la improvisación de décimas: una llave maestra que me ha abierto todas las puertas de la creación artística: la literatura, el teatro, el cine, la televisión, la música.

¿Cuál es el misterio que puede tener la llamada poesía improvisada?, ¿con qué herramientas imprescindibles se tiene que asumir esta manera de crear?  

No hay misterio: hay lenguaje. Hay una relación especial con el lenguaje. El improvisador mira la vida a través del idioma y eso le da una visión diferente, única. Para el repentista las palabras antes de tener significados tienen rimas o no tienen rimas; y las frases, todas, tiene música o no tienen música, pero no “música-musical”, sino música métrica. Vamos pescando rimas y octosílabos. Y eso lo cambia todo. Somos palabrófagos. Y cuando alguien come palabras, no importa el grado de formación que tenga, cuando alguien come palabras devuelve poesía. Decía el hispanista canadiense Paul Zumthor que un analfabeto, por ejemplo, tenía menos palabras que un letrado, pero en cambio estaba más cerca de ellas. Y esa cercanía entre hablante y habla lo cambia todo. Repito: no hay misterio, hay una relación de amor con el lenguaje que lo cambia y condiciona todo.

En 1989 -¡hace ya 32 años!- obtuviste un Premio Nacional de Cuento en un concurso convocado aquí, en Cuba: de entonces a la fecha ha sido un alud de reconocimientos nacionales e internacionales tanto en cuento como en poesía, ¿cuáles consideras que han constituido puntos altos en tu camino como escritor?

Cuento, poesía, novela, ensayo, teatro, guiones, literatura para niños y jóvenes… He hecho de todo y seguiré haciendo. ¿Puntos altos? No sé, muchos y a la vez ninguno. Podría decirte que los premios importantes (Alba de novela, en España, 1998; UNAM de novela, en México, 2013; Casa de las Américas, de literatura infantil, en Cuba, 2019; tantos premios de poesía, en España o el Premio de ensayo Margit Frenk, también en México, 2019); pero estaría engañando a todos, a ti, a mí, a los lectores. A mí lo que más me emocionan no son los premios, sino escribir, el mero hecho de escribir, y luego son los lectores, la reacción de los lectores con mis obras, esos libros que se han abierto paso solos y poco a poco, bastante al margen del mundillo literario. Yo he pagado un alto precio por ser repentista, y por eso siempre he sido un outsider. ¡Un repentista que escribe libros!, imagínate. Entonces, si me preguntas: los premios que más me han emocionado han sido el Premio del Lector en la Feria del Libro de La Habana, hace tres años, por El Gran Libro de Chamaquili; y el Premio Puertas de Espejo que otorga la Biblioteca Nacional José Martí, de Cuba, al libro más leído en la red de bibliotecas cubanas, por mi novela Prisionero del agua, en 2010. Son premios de lectura, los mejores. Otra cosa que disfruto es que me escriban desde muchos países del mundo jóvenes que ya no viven en Cuba y me confiesan que al dejar la Isla dejaron casi todo atrás, ¡menos su colección de Chamaquili! Eso sí es un premio. Bueno, y lo que está pasando ahora con Chamaquili y la pandemia, gracias al gran trabajo de La Colmenita. Creo que Jorge Oliver y yo, los padres de Chamaquili, no podemos estar más felices y agradecidos.

Compartes tu vida entre Almería y La Habana, ¿cómo has llevado este tiempo de aislamiento en cuanto a lo personal y a lo laboral?

Entre Andalucía y La Habana, concretamente, porque hace varios años vivo en Sevilla, aunque sigo teniendo parte de mi familia en Almería, mis hijos y una nieta. El confinamiento me encerró en Sevilla, primero y en Almería luego. Pero si soy sincero, no puedo quejarme. Mi vida en los últimos 25 años ha sido un sin parar, y hace tiempo que quería hacer “voto de movimiento”, del mismo modo que algunos religiosos hacen “voto de silencio”, y no hablan, yo quería hacer “voto de movimiento” y no viajar, para poder dedicarle tiempo a la escritura.

Y esta desgracia pandémica me hizo parar en seco. En 2020 tenía más de 20 viajes programados (a México, Argentina, República Checa, Italia, Portugal, Estados Unidos, Cuba… ¡hasta a China iba!), y me quedé en casa, entre mis libros, becado en mi teclado. Y lo he aprovechado al máximo: he terminado muchísimos libros que tenía a medias (novelas, libros de cuentos, poemarios) y he escrito muchísimos nuevos libros también en todos los géneros. En resumen, yo que he sido un resiliente natural toda mi vida, en la pandemia no iba a ser menos. Si la salud no me lo impide –el Covid sigue ahí afuera– voy aprovechar al máximo mi “voto de movimiento” obligatorio.

Yo tengo dos gritos de guerra muy graciosos: “de jodido pa’ lante, no hay más pueblo” (el himno de la resiliencia, una frase muy cubana) y una de bravuconería existencial: “que pare el que tenga frenos”. Y ya ves: me he colado en la televisión cubana sin pisar el aeropuerto ni el ICRT.

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* De la serie Conversando en tiempos de... del Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau

miércoles, 26 de mayo de 2021

El río Lungue-Bungo

Por René Rodríguez Rivera


Los poetas santiagueros Waldo y Joel se acomodaron como pudieron pues en aquel momento no teníamos ni un catre para ellos. Olirio, que en esto era el número uno, enseguida le buscó un sobre nombre a Waldo y le llamaba El Fakir, porque no comía mucho y dormía en cualquier sitio, sin importarle lo duro que fuera.

 

Al siguiente día decidimos bañarnos, pues desde nuestra estancia en el hospital de Luena no lo hacíamos. La región no era muy calurosa y desde hacía unos días había comenzado a hacer frío en las noches; no obstante nuestro olor no era de los mejores.

 

Salimos  hacia el río y caminamos por la orilla, en direccion sureste, a favor de la corriente, porque esta era muy fuerte en el sitio donde teníamos el Puesto Médico. Recuerdo que íbamos Olirio, Lucio el sanitario y yo. Avanzamos unos 300 metros o algo más y nos encontramos con un remanso donde  la corriente era mas lenta y había una especie de pequeña playa con arena oscura. Lucio nos llamó la atención hacia donde continuaba la corriente, y señalando dijo: “Hipopotamos”. Miramos hacia donde apuntaba y unos 100 o 200 metros más abajo vimos varios de estos animales. Había algunos en el agua, a los que solo se les veía la cabeza; en la orilla opuesta se veían otros. Nosotros en aquella época desconocíamos que los hipopótamos son los animales que más personas matan en Africa, pero sí sabíamos que eran agresivos. Lucio nos dijo que no debíamos avanzar más y que nos bañáramos allí mismo. Como es lógico, los tres íbamos con nuestras respectivas AKM, pero solo para protección, porque nunca le disparamos a un animal durante nuestra estancia en África.

 

Me metí en el agua hasta donde daba pie, porque no me distingo como buen nadador y la corriente, aunque lenta, se sentía. Nos bañamos un rato y en la orilla hice uso del jabón. Estuvimos no más de 15 o 20 minutos. Cuando comencé a vestirme con el uniforme que llevaba en la mochila, después de haber lavado el uniforme sucio, me di cuenta de que no tenía en el cuello la chapilla con mi número 2945. Busqué por todos lados y muy disgustado comprendí que la habia perdido, posiblemente en la corriente. Esta chapilla era muy importante porque, además del número de identificación, tenía el grupo sanguíneo (el mío A negativo). Cuando salí de Cuba con la Compañia Especial de 289 hombres, solo 7 teníamos ese grupo sanguíneo y la broma era que siempre debíamos estar localizados, unos con otros, por si herían a alguno y había que hacerle una transfusion. 

 

Regresé al campamento muy disgustado con aquella perdida, aunque mi fusil tenía el número, y entonces con un cuchillo le grabé en la culata el A negativo. A los compañeros caídos en Lumege los enterramos con su correspondiente chapilla. Se las poníamos dentro de la boca para más seguridad de que,  al extraer los restos, como se hizo después, se pudieran encontrar e identificar.

 

Las tropas habían avanzado hasta que encontraron otro río con el puente destruido. Los trabajos de reconstrucción eran lentos, porque el enemigo disparaba esporádicamente con artillería, desde la otra orilla, aunque con muy mala puntería.

 

A nuestro Puesto Médico le fue asignada una ambulancia militar con su chofer. Recuerdo que el chofer era un hombre rubio de unos 30 años, más o menos. Se llamaba Ernesto, pero todos le decian “Banquete”, apodo que le puso Olirio por ser dicharachero y siempre estar riendo. Olirio decía: “Este hombre es un banquete, no sufre nada y siempre esta contento”.

 

Los días continuaban en relativa calma, por la reconstrucción del puente. Robert y  yo nos dedicamos  a practicar,  para aprender a conducir  la ambulancia. Waldo y Joel habían sido autorizados a unirse a las tropas que estaban en el frente, por lo que nuestra estancia se había convertido en un aburrimiento y solo recibíamos algún que otro enfermo con malaria, diarreas, etc.

 

Aproveché para escribir varias cartas a los míos. La inactividad en la guerra te hace sufrir más porque, yo al menos, pensaba mucho en la familia, en mi madre y en especial en mi esposa y mi dos niños: la hembra de 13 y el varoncito de 4 años. Me pasaba los días buscando qué hacer para aliviar los pensamientos. Yo creo que todos estábamos más o menos igual.

 

Varias veces fuimos al río donde estaba el Frente, para ver posibles enfermos. Lo que más nos golpeaba era la malaria. Sin embargo esta enfermedad parece que no quería saber de mí, porque nunca me atacó y hubo hasta compañeros muertos por ella.

 

No recuerdo exactamente cuántos días estuvimos a la orilla de aquel río Lungue Bungo, pero no fue más de una semana. Una tarde nos ordenaron ir recogiendo todo, porque al día siguiente avanzaríamos nuevamente. Ahora teníamos no solo el camión sino también una ambulancia. Ya estábamos totalmente convencidos de que todo aquello iba a durar más tiempo de lo que pensabamos en un inicio.

 

También había llegado la noticia, la cual no todos dominaban, que Savimbi estaba en Lumbalanguimbo, el pueblo al que nos dirigíamos.

 

Sobre la 6 a.m. comenzamos a avanzar hacia donde se encontraban las tropas y se terminaba de reconstruir el puente. Robert y yo íbamos con “Banquete” en la ambulancia; Olirio y Lucio en el camión. Nos acompañaba un pelotón que había quedado con nosotros, en la retaguardia. Avanzamos unos 20 minutos y llegamos al sitio en que se encontraban las tropas. Un pelotón nuestro había cruzado el río unos 500 metros más abajo y expulsado a los restos del enemigo que quedaban en la orilla opuesta. El grueso de las tropas de la UNITA ya se había retirado.

 

Nos dislocamos bajo unos árboles y comenzamos a esperar la terminación del puente. Lucio salió hacia el bosque y una media hora despues regresó con una especie de canasta rústica, colmada de unos gusanos grandes y verdosos, vivos. Olirio preparó una cazuela con aceite y comenzaron a freir aquellos gusanos, los cuales se tostaron cual si fueran chicharrones. Olirio llegó a donde me encontraba con Robert, con un recipiente lleno de gusanos tostados, y dijo: “Prueben esto, caballeros; sólo nos faltan unas cervecitas frias”. Detrás de él venía “Banquete” con más gusanos y una sonrisa de oreja a oreja. 

 

Debo señalar que los gusanos achicharrados estaban riquísimos y que ciertamente solo faltaban las cervezas. Quién me lo iba a decir, pero en el África todo es posible y comible. R3. (Continuará)

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Algunas de las fotos de Armando:










domingo, 23 de mayo de 2021

Rumbo al sureste

Por René Rodríguez Rivera


En el hospital de Luso, pequeño y con solo 50 camas, nos dieron una habitación con tres camas; dormí a pierna suelta. El día 14 me lo pasé leyendo las cartas de mi familia y comprobé la angustia de mi esposa por no saber de mí, aunque trataba de darme animo. Recibí también una de mi madre que pensaba, como le había dicho, que estaba en la Union Soviética pasando un curso militar. En la tarde participamos en una pequeña actividad en que le dieron un estimulo al Dr.Luis Mario, el cual había llegado con las tropas provenientes de la provnicia de Lunda Sur; por ahí tengo una foto.

 

Al día siguiente, a media mañana, vino Daniel Sibori, Oficial de Retaguardia que se encargaba de los abastecimientos de boca; ya había ido con él al lago Dilolo. Nos dijo que era su cumpleaños y que nos invitaba a un almuerzo. Sibori era el típico jodedor cubano, alegre y simpático. Al mediodía fuimos al almuerzo en una pequeña casa, próxima al hospital. El menú consistía en pavo asado al carbón, congrí y tostones; había también ron cubano y whisky. Participamos unas 7 personas. Le pregunte´ a Sibori si Valle Lazo conocía de la “actividad” y sonriendo me dijo: “Claro, ya le llevé un guanajo para el Estado Mayor”. 

 

El Comandante Colas, nuestro Jefe directo, no pudo participar porque se encontraba a unos kilómetros de la ciudad, en la carretera a Gago Coutinho, por la que avanzaríamos al día siguiente. La fiestecita se amenizó con la música de Barry White, que estaba de moda, y del que Sibori era fan. Ese día matamos el hambre antigua de sardinas y tronchos, y además se refrescaron “las gargantas resecas”. Debo decir que el resto de la tropa tambien comió y quizás mejor que nosotros, pues se compraron varias reses a los campesinos con ese fin.

 

En la noche nos ordenaron estar listos para unirnos a las tropas que avanzarían al día siguiente.

 

A las 5am. nos despertamos, y una hora después nos unimos a las tropas en las afueras de la ciudad. Se formo´una gran columna de marcha (caravana), compuesta por mas de 50 vehículos, incluyendo artillería.

 

La columna comenzó a moverse a eso de las 8am. Avanzábamos por una larga carretera que se extendía hacia el sureste y que llegaba hasta un poblado llamado Gago Coutinho (nombre impuesto por los colonialistas  portugueses), a unos kilómetros de la frontera con Zambia. Su nombre actual y autóctono es Lumbalanguimbo. 

 

En ambos lados de la carretera, de tramo en tramo, se observaban pequeñas aldeas quemadas por el enemigo en su retirada. La información, hasta el momento, era que las tropas de la UNITA eran comandadas por Jonas Malheiro Savimbi, su Jefe, y que también se componían de mercenarios. Decían también que en los cientos de kilómetros que había que recorrer existían 12 ríos, con doce puentes de diferentes tamaños, y que algunos habían sido destruidos por el enemigo y los que no, los destruirían en su retirada.

 

La columna se movía lentamente porque a unos 100 metros delante avanzaba la exploracion, con el objetivo de detectar presencia enemiga y minas terrestres. Vimos  pasar varias veces el avion de Modesto. Casi todos estabámos un poco deprimidos porque se conocía que la ofensiva en el sur del país era exitosa y todos ansiábamos el fin de la guerra. No teníamos idea de los años que duraría.

 

Todo el día avanzamos con desesperante lentitud hasta que, al atardecer, la columna se detuvo: habían encontrado un río con el puente semi destruido; por suerte el río no era muy ancho y el puente de madera podía ser reparado, y para eso llevábamos un pelotón especializado en raparaciones. No tuve la curiosidad de anotar el nombre del río ni de la zona en cuestión.

 

Esa noche nos “acomodamos” para “dormir” como pudiéramos, mientras la brigada de reparaciones hacía su trabajo.

 

Más o menos sobre la media mañana del siguiente día se dió la orden de ponernos en marcha. Cruzamos el puente sin dificultad. Habríamos avanzado durante una media hora, más o menos, cuando un intenso tiroteo a la mitad de la columna nos hizo descender de los vehículos y fusil en mano parapetarnos tras ellos. Algunos se lanzaron al suelo en ambas cunetas. Los disparos llegaban desde el extremo derecho de la vía, a unos 50 metros delante de nosotros, precisamente donde se encontraba el Comandante Valle con su estado mayor. El tiroteo duró solo unos minutos; despues llegó la noticia de que Valle Lazo, junto a otros oficiales del Estado Mayor, habían avanzado hacia donde se encontraba el enemigo emboscado y lo habían neutralizado. El resultado fue de un herido nuestro y tres muertos del enemigo. El resto se escapó por el monte sin ofrecer resistencia. A nuestro herido lo evacuamos en helicóptero, pero no era de gravedad. Todos comentaban de que el Comandante había avanzado de pie, disparando, y que milagrosamente no había sido herido.

 

Allí demoramos una media hora, mientras se reorganizaba la marcha. Nos informaron que llegaríamos al primer poblado varios kilometros más delante, donde también había un río con puente destruido. Regresé al camión, aun no había llegado el chofer. En silencio prendí un cigarro y me puse a  recordar a Cuba, a mi familia y amigos, y en medio de mi tristeza comencé a pensar que quizás no regresaría de aquellos parajes. 

 

“¡Despierta!”, me dijo Olirio. “¡Qué cara tienes! ¡Ya nos falta menos, compadre!”. Y me admiró su buen humor y disposicion. 

 

Llegó el chofer y la columna comenzó a avanzar nuevamente. Ya casi era de noche cuando llegamos a otro poblado pequeño, que no recuerdo su nombre ni tuve la curiosidad de anotarlo. Nos dieron la orden de no desmontar nada y dormir en los vehículos, pues posiblemente en la mañana continuaríamos la marcha. Decidi´ acostarme junto a la rueda trasera del vehículo, porque allí había menos calor que dentro. Me dije: “mañana será otro día”, y me dormí enseguida.

 

Desperté a las 4am. y me puse a fumar. Contemplé el cielo estrellado y me volvió Cuba a la mente. Me pregunté si es que yo no sería capaz de continuar y me dije que había estado en peligros peores, y que debía llegar al final. Tambien pensé en que cuántos allí tendrían pensamientos similares, y en esa especie de autoanálisis me sorprendió el amanecer. Tomamos el café que hizo Olirio y un rato después continuamos la marcha.

 

Llegamos a un río ancho y de rápida corriente. El puente, de hierro y hormigón, estaba caído sobre el lecho; no había sido destruido completamente, quizás por falta de explosivos. En la otra ribera había unas barracas, pintadas de blanco, que habían sido un cuartel del ejército portugués, y a la izquierda un pequeño poblado llamado Lucusse. El río, decían, se llamaba Lunge-Bungo y era afluente del Zambeze, que pasaba unos kilometros más al este, por el llamado saliente de Cazombo, en territorio angolano. Pudimos pasar sobre el puente y nos ordenaron poner el puesto médico en una de las barracas. Preparamos todo despues de una limpieza general, y nos acomodamos como pudimos, pues al parecer por el momento, no continuaría el avance. 

 

Almorzamos carne de res por primera vez en semanas, o quizás meses. Era media tarde cuando llegó el Mayor Surita, Jefe de Estado Mayor, a quien acompañaban, según dijo, dos “periodistas” de Santiago de Cuba. Eran Joel James y Waldo Leyva, ambos escritores. Les habían dicho que debían continuar con “los medicos”. 

 

Waldo me dijo: “Soy amigo de tu hermano Guillermo”. Y de ahí en adelante hicimos amistad y conversamos mucho, cada vez que se podía, y... siguieron con nosotros.

 

(Continuará). R3.

viernes, 21 de mayo de 2021

Sandalio: eterno guerrero

Por Isel Chacón

Hoy, temprano, llegó Sandalio al camposanto del pueblo. “…cada muerto es una raíz”, aseguró el Apóstol. Sabias palabras que compensan la pena.

Imposible no evocar momentos vividos, conjuntamente. Momentos inolvidables: alegres y esperanzadores, muchos; difíciles y tristes, otros. Dentro de esa amalgama de recuerdos descuellan el día en que se oficializó la fundación Ariguanabo: acariciado sueño ya tangible; y la mañana veraniega de hace solo diez meses, en la cual se presentó en el patio del Museo su libro “Del vinilo al papel”, poemario que aviva el sentimiento. No es casual que sean esas las recordaciones; en ellas está, como centro, nuestra querida villa. Sí, porque Sandalio Camblor González –profesor de Química, poeta, narrador, periodista, presidente del Comité de la Uneac en el municipio, Secretario de FUNDAR– era/es, ante todo, un ariguanabense cabal, defensor, a ultranza, de su terruño.

Por eso, se equivocan aquellos que piensan que este hombre llegó al camposanto de San Antonio de los Baños para reposar. No hay descanso mientras el río, el bosque, su amado pueblo, íntegramente, no sean los añorados por él, por nosotros. Entonces, sin duda, desde la nueva dimensión en que se encuentra, Sandalio continuará siendo un guerrero, fiel acompañante en cada justa batalla.


Poemas de Sandalio, tomados de su libro Del vinilo al papel

 

PENNY LANE

                      (Las calles de mi pueblo)
 
                      Martí, Maceo, Máximo Gómez,
                      Mal tiempo Cacarajícara, Peralejo.
                      Nombres antiguos de calles numeradas.
                      Los jóvenes apenas saben
                      que sus padres gastaron 
                      los zapatos y las noches
                      entre patriotas y batallas.

 

 

 

BOSQUE

 

                      Llenemos de sillas
                      el bosque del Ariguanabo
                      y así sentar el anhelo de repoblarlo
                      con un sugerente elemento mágico.
                      Las sillas echarán raíces
                      flores, frutos mágicos 
                      servirán al viajero de descanso
                      y evitarán que los depredadores
                      campeen por su respeto.
                      Muchas de ellas al juntarse
                      le cerrarán el paso al abandono,
                      también servirán para dejar
                      que descanse la esperanza
                      para siempre.


DESEO

                           … el enemigo es una niebla espesa…

                                                              Mario Benedetti

 

Mi vida está cansada de llorar los desastres.
Mis pasos se agotan
de sortear el polvo y las piedras
que se juntan en cada esquina.
Las caras palidecen
y se diluyen
con la llegada del agua
que silenciosa
escapa de las nubes.
Con el tiempo
mi pueblo se borra poco a poco.
El río se sumerge
no en La Cueva
sino entre el abandono
y la basura arrojada.
Los errores
no se pueden zanjar con decretos.
Hay que salvar al menos
la sombra en el espejo.
 

                                                                                                                            

ÚLTIMA CENA
 
Cuatro sillas
en medio del Parque Central
banquete de desmorono y desidia
cada uno de los puntos cardinales.
El norte, sin estrella Polar que lo guíe
mirando los libros añejados
nadie los nombra o los compra
por esta silla comienza
el banquete de las desilusiones.
La otra, al sur
resume el destruido palacio gubernamental
que no se recupera del viento desértico.
Las pirámides no existen
en este banquete espectral.
Al este, una silla
da la espalda a la Calle Real,
de los comercios sin vidrieras
ni imaginación ni productos,
esta silla nadie la habita
no queremos compromiso con la migración
devastadora e irreverente,
en este punto no hay sitio
para banquete.
Al oeste, la silla presta
para sembrar el sol sanguinolento
que muere de tristeza,
se sonroja de pena por lo que falta.
No hay luces ni neón para los jóvenes,
apenas saben, antes estaba tan bella
como la calle de Alcalá
más concurrida que la Quinta Avenida.
Cuatro sillas
para el banquete en el Parque Central
el tiempo no regresa
marchó con las palomas para siempre.
 
 
¿CÓMO PODER VIVIR SIN EL AZUL? 
                          Estoy viendo, como quien                                             
                                                 sueña en una noche triste,
                                                    paisaje que ya no existe
                                                 con ojos que ya no ven…
                                                                   Jesús Orta Ruiz
 
  Los fantasmas de Kuinco, Membrillo y Babico
  deambulan en desvarío 
  por el Parque Central.
  Se ponen de hinojos ante el padre mayor
  lanzan una plegaria al Señor
  tratan de luchar contra la desidia acumulada
  observan con horror
  sus entrañas apuntaladas.
   Les tienen prohibido
  siquiera un estornudo gratificante
  solo les permiten un hablar en sordina.
  El Parque es una réplica del Coliseo
  el llanto es inevitable ante el desastre
  lloran con la esperanza incierta de mojarlo todo
  limpiarlo todo
  tal vez para enlodarlo
  para ocultar la impotencia
  del todo.
  
  Los fantasmas
  de Kuinco, Membrillo y Babico
  son los nuevos jinetes apocalípticos
  buscan ayuda de los pobladores
  para edificar un muro
  que contenga el desmorono.
  Los fantasmas están ahí 
  en medio del pueblo
  para recordarnos que la realidad
  es más elocuente que la esperanza…
  entonces,
  ¿cómo poder vivir sin el azul?
 
 
PLEGARIA DEL RECUERDO
 
I
El Alzheimer
nos devora con el paso del tiempo: la indolencia
es Alzheimer
la despreocupación es Alzheimer
el desamor al patrimonio, Alzheimer.
Acaso esta enfermedad no viene encubierta,
cuando se manifiesta, nadie se acuerda
de los hermosos bancos marmóleos del Parque
Central
o los vetustos edificios que le rodean.
No se acuerdan de que ya no existen,
nadie recuerda La Placita
o el Cine Casino
o el Círculo de Artesanos
o el Ayuntamiento vestido de tablas,
 en fin nadie se acuerda
de lo tangible.
 
II
No creo que esta memoria perdida
tenga que ver con la despiadada enfermedad.
Por eso les convoco a apostar fuerte
por el amor, así evitamos el flagelo.
Los invito a luchar fuerte por nuestros valores
así impedimos el desastre.
Nuestros eminentes doctores
no le encuentran cura
tal vez debamos empezar con el alma.
Por lo pronto mujer
espero te acuerdes de mí
cuando el reloj imperturbable
marque mi ausencia
cuando el amanecer te sorprenda
en tu soledad de sábanas desechas.
Espero te acuerdes de mí
si otro hombre intenta 
penetrar tus misterios.
Espero me recuerdes en primavera
cuando tus ojos no puedan estar
pendientes de mi espalda.
Espero me recuerdes aunque no existan
mis versos semanales.
Espero no me olvides
sobre todo cuando sea parte
del polvo del desierto.
El Alzheimer es un mal
que perfora sentidos y nervios
pero jamás podrá
con la fuerza de este corazón
que tanto te ama.