Por Guillermo Rodríguez Rivera
Nuestras autoridades afirman que los
salarios de los trabajadores no pueden aumentar mientras no aumente la
producción, pero nuestra cotidianidad parece diseñada para que esa producción
no aumente nunca.
Lo que nuestras tiendas clasificaban como
un colchón ortopédico –el mejor que puede adquirirse en nuestras tiendas en
divisas–, empezó por costarle 100 cuc. a su comprador pero, un tiempo después,
ese precio se había duplicado: eran 200 cuc. los que había que pagar por un
colchón de muelles recubiertos por unas finas capas de espuma de goma. Ya el
precio anda por 250 cuc., sin que la calidad del objeto mejorara. Pero si uno
consulta las páginas de Internet va a encontrar personas que venden un colchón
semejante por 180 o 150 cuc. Esto es, un ahorro para el comprador de 100 cuc.,
que son 2500 cup., porque mientras más suben los precios las tiendas estatales,
mucho más abundante y lucrativo se hacen la producción y el comercio privado.
Ese colchón que produce una naciente
empresa privada se hace con los mismos muelles y la misma espuma de goma que el que venden las tiendas estatales por
70 ó 100 cuc. más. ¿Existe alguna tienda que legalmente le venda esas materias
primas a nuestros productores privados? No, esos muelles y esa espuma de goma
deben ser sustraídos de sus sitios de producción. Quien compra ese colchón fabricado
con esos materiales –usemos el eufemismo que oficialmente se ha puesto de moda–
“desviados”, contribuye al robo pero,
por un colchón igual, el estado despoja al ciudadano de 2000 o 2500 pesos. En
su vida cotidiana, el cubano va comprobando la veracidad de un proverbio de la
disidencia checa: “el que no le roba al estado, le roba a su familia”.
El general de ejército Raúl Castro, ha
proclamado su criterio de que cada cubano tiene derecho a beber cada día un
vaso de leche, pero me parece que esa posibilidad se vuelve cada día más
lejana. Me interesa indagar de qué modo el propio Estado ha contribuido y
contribuye todos los días a esa frustración.
Al triunfar la Revolución, Cuba tenía una
población de 6 millones de habitantes y el mismo número de cabezas de ganado
vacuno. Hoy tenemos el doble de habitantes y la mitad de cabezas de ganado: 12
millones de pobladores y unos 3 millones de reses.
Frente al despoblamiento vacuno, el Estado
estableció una muy represiva legislación: se volvió muy fuerte la pena de
prisión para quien sacrificara una res o colaborara a ello. Tenía un vecino
cerca de mi antigua casa que había comprado una buen cantidad de carne, pero la
policía lo detuvo cerca del lugar donde se había hecho el sacrificio y lo acusó
de participar en él. Estaba a la espera del juicio cuando formó parte de los
balseros que abandonaron Cuba en 1994, para no enfrentar la condena.
Para evitar la creciente desaparición del
ganado vacuno se establecieron leyes. La primera, establecer una fortísima
condena a quien sacrifique una res: son casi diez años de prisión. Si a un
campesino le roban una res, las autoridades no hacen nada por descubrir al
ladrón, sino que su dueño es fuertemente multado, porque la certeza de la ley
es que se trata de un “auto robo”, porque el dueño del ganado no puede
sacrificarlo. Para eso, no es su dueño. No puede sacrificarlo ni aunque sufra
un accidente. Si a la res la atropella un camión o la mata un rayo, el dueño
tampoco puede disponer de su carne: tiene que entregarla en el sitio estatal
establecido. En verdad, nadie que críe ganado vacuno sacrifica una vaca
lechera, pero la cría macho, el ternero, no puede ser sacrificado sino por el
estado, que paga un precio ridículo por el animal. La carne de res se vende en
divisas o se destina a algunos hospitales, a los consumidores del turismo
internacional y a centros de
distribución especiales. La mayor parte de los terneritos muere de hambre,
porque la leche que tendrían que consumir es mucho más valiosa que el precio
que el Estado establece para pagar por el animal crecido.
El campesino claro que prefiere criar
cerdos y no vacas. Del ganado porcino dispone libremente: lo vende al precio
que libremente acuerde con su comprador y puede sacrificarlo cuando quiera.
Estas son frustraciones que está en nuestras manos resolver, siempre que se tenga la voluntad de conseguirlo.
Estas son frustraciones que está en nuestras manos resolver, siempre que se tenga la voluntad de conseguirlo.