Mi Madre, Argelia Domínguez León, hoy cumple 100 años. Fue una mujer de noble corazón, trabajadora, sensible a lo artístico pero especialmente musical. Le improvisaba segundas voces a aquellas primeras canciones que le mostré (seguro porque yo le había escuchado cantar desde que estuve en su barriga). Argelia me llevó al cine a los 20 días de nacido. Con muchos sacrificios nos mantuvo a mi hermana María y a mí. Además, dio de comer y peló a todas nuestras amigas y amigos.
Como era peluquera y en la casa siempre había señoras, desde muy pequeño me acostumbré a escuchar conversaciones de mujeres. Romances idílicos, celos acérrimos, buenos y malos tratos, suegras malévolas, esposas amantísimas, novios clandestinos, fugas y persecuciones, secretos y escándalos, procesos judiciales. Yo me escurría por el suelo, siguiendo bichos o jugando a esconderme de algún monstruo y, a la vez, escuchaba cómo se las arreglaba –o no—la gente grande.
Con los años me di cuenta de que, por vivir bajo su amparo, aprendí cosas antes de correr el riesgo –o tener la dicha—de vivirlas. De mi escuela materna creo que sobresalen la fuerza del amor inclaudicable y el respeto al trabajo, además de la música.
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Mi Madre, Argelia Domínguez León, hoy cumple 100 años. Fue una mujer de noble corazón, trabajadora, sensible a lo artístico pero especialmente musical. Le improvisaba segundas voces a aquellas primeras canciones que le mostré (seguro porque yo le había escuchado cantar desde que estuve en su barriga). Argelia me llevó al cine a los 20 días de nacido. Con muchos sacrificios nos mantuvo a mi hermana María y a mí. Además, dio de comer y peló a todas nuestras amigas y amigos.
Como era peluquera y en la casa siempre había señoras, desde muy pequeño me acostumbré a escuchar conversaciones de mujeres. Romances idílicos, celos acérrimos, buenos y malos tratos, suegras malévolas, esposas amantísimas, novios clandestinos, fugas y persecuciones, secretos y escándalos, procesos judiciales. Yo me escurría por el suelo, siguiendo bichos o jugando a esconderme de algún monstruo y, a la vez, escuchaba cómo se las arreglaba –o no—la gente grande.
Con los años me di cuenta de que, por vivir bajo su amparo, aprendí cosas antes de correr el riesgo –o tener la dicha—de vivirlas. De mi escuela materna creo que sobresalen la fuerza del amor inclaudicable y el respeto al trabajo, además de la música.
Felicidades muy entrañables, Mamá.
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