Por Jesús Ortega
Mi base familiar no es muy numerosa: Mi madre, mis abuelos maternos, cuatro tíos y una tía, todos hermanos de mi madre. cinco primos segundos y sus madres hijas de hermanos de mis abuelos. De mi padre sé muy poco: que era gallego, creo que de Orense; se llamaba Constantino Prieto y jamás se interesó por saber de mí. Supongo que tendré medios hermanos; primos; tíos y abuelos por esa parte, pero ni los conozco ni es tiempo ya, a esta altura de mi vida de tenerlos en cuenta. Como es obvio mi crianza y educación fueron obra de mi madre y llevo, con mucho orgullo, sus apellidos. Sí reconozco como parte de mi familia a un muy querido y siempre presente hermano, aunque no de sangre: Leo Brouwer con quien llevamos más de 70 años compartiendo ideales y sueños.
Mi abuelo Agapito Ortega era español, de Castilla la vieja y vino a Cuba para “hacer la América” y a casarse, junto a un hermano que lo hizo con la hermana de su novia. Los cuatro viajaron juntos en el mismo barco, lo que era bastante inusual entonces, quizás fuera en el muy famoso “Marqués de Comillas”, que periódicamente cubría la ruta hacia Cuba. De inmediato se instalaron, como pudieron, en la Habana, donde celebraron sus bodas, imagino que con bastante pobreza y muchas ilusiones. Eso ocurrió en fecha, para mi desconocida de la primera década del siglo XX. Abuelo fue un hombre despierto, educado y de muy buen humor, que sabía hacer de todo, o casi todo, como muchos otros de esa época. Nunca supe si estudió alguna carrera u oficio, pero era un experto albañil; carpintero; muy hábil estucador; plomero; electricista; artista del mosaico romano y un largo etcétera. En mi casa natal teníamos una mesa, muy hermosa, cuya parte superior fue elaborada en la técnica del mosaico romano con diseño y ejecución suya. Siempre fue procurado por muchos constructores de casas para hacer el masillado y estucado de sus obras, pagándole muy bien por ello, me contaban mis mayores de su importante participación en los estucados del Capitolio Nacional. Su principal ocupación era, después de comprar un terreno que le parecía adecuado, fabricar una casa, con sus propias manos y con muy poca ayuda externa, en su momento con la colaboración de sus hijos mayores, cuando tuvieron edad para ello. Esa casa estaba destinada a su familia, después de terminada casi siempre le convencían para venderla a alguien que la pretendía desde que estaba en proyecto. Se repetía una y otra vez la historia hasta que finalmente llegó el turno a la que constituyó su hogar definitivo y a la que adicionó cinco pequeños apartamentos para alquilarlos y tener una entrada económica fija en efectivo. En esa original casa vivía la familia cuando yo nací. Lo curioso era la forma de procurarse los materiales necesarios para sus obras, pocos de ellos eran de primer uso. Compraba la demolición de alguna casa o edificio y lo aprovechaba todo: puertas, ventanas, vigas de techo, rejas metálicas, mosaicos de piso, ladrillos y hasta el polvo del derrumbe. Era un negocio redondo para el vendedor porque se ahorraba la limpieza del terreno para la nueva construcción. Limpiaba y acondicionaba todos los materiales, poniéndolos a su gusto y dejándolos listos para su nuevo uso. Eso le abarataba mucho el costo y le garantizaba la óptima calidad de lo que usaba en su nueva obra. Además del habitual cemento Portland (cemento gris) sabía servirse e incluso elaborar otros aglutinantes, entre ellos el no tan conocido cemento romano que era de sus preferidos. A veces diseñaba y construía sus propias losas de piso, en lo que lo ayudaban sus hijos e hijas desde muy temprana edad, también ellos colaboraban en la limpieza y puesta a punto de los ladrillos y otros materiales reciclables. Los diseños de esas casas siempre fueron hechos por él mismo, así como los de sus estucados, a menos que algún cliente le indicara otros. Todavía hoy (2024) se conservan algunas casas con sus estucados y también de las que el construyó. Siempre tenía algo que hacer, era muy raro verle inactivo. Algo bastante curioso es que muchas de sus herramientas las fabricó él mismo, celosamente las conservaba como nuevas y las guardaba como su mayor tesoro. Tenía dos animales preferidos, una vaca de raza (creo que Holstein) nombrada Managua que, siempre que la dejaran, lo seguía a todas partes como un fiel perrito y también lo acompañaba algunas veces en sus labores. Además, él le ordeñaba cada día alrededor de diez litros de leche. El otro era un simpático perrito faldero, sato (sin raza definida) al que llamaba Musolini que le divertía con sus saltos y el eterno gruñido a pesar de estar muy feliz con su dueño. Le gustaba la música, tenía una gran victrola, de aquellas que había que darle cuerda para que funcionaran, y usaban espinas de determinados árboles como agujas reproductoras, donde escuchaba los primitivos discos de Caruso y otros cantantes de ópera y también los primeros discos de música cubana, sobre todo danzones y trova. En momentos muy específicos le encantaba bailar la jota con mi madre y eran frecuentes en su casa las reuniones con sus amigos habituales para jugar al dominó o a las cartas, con estas casi siempre al tute o la brisca. En esas ocasiones no era extraño encontrar allí algún gaitero con su instrumento, incluso el más famoso de todos en aquellos días el Gaitero de Libardón muy amigo suyo. No faltaron guitarristas y cantores de música española y cubana, tampoco el buen ron escarchao, que preparaba mi abuela con receta secreta cuidadosamente guardada, la cerveza de barril y el vino tinto, también de barril. Todo esto tuvo su final a su prematura muerte en 1942, había nacido en 1880. Para mí su partida fue dura, aunque no había cumplido aún 7 años la sentí con mucha fuerza y hasta hoy lo tengo presente como alguien inolvidable y excepcional.
Mi abuela Clotilde Irusta, también española, de Bilbao, en el país vasco, vino a Cuba acompañada de su hermana, huyendo de su familia que había decidido ingresarlas al convento como monjas, ellas no aceptaron ese destino y con sus novios vinieron a América, aquí en la Habana formaron sus familias y desarrollaron sus vidas sin regresar nunca a su país natal. Al contrario de su marido mi abuela no era de fácil trato y carecía de su buen humor y don de gentes. Es cierto que tenía muchas responsabilidades, en primer lugar, que todo marchara bien en su familia, algo numerosa y diversa. Mi abuelo descansaba en ella el mando de la casa y el control de los hijos, era extraordinario que él regañara o castigara a cualquiera de ellos. Después de la muerte de su compañero de vida todo se le complicó bastante. Como era frecuente en esos años, su falta de malicia y las trampas de los abogados y las autoridades corruptas, esquilmaron la no muy grande herencia que le quedó para hacer frente, con muy escasa ayuda, a todas las necesidades de la familia. Perdió terrenos, una pequeña finca en Quivicán, adeudos de clientes por trabajos realizados y no pagados a su esposo y otros asuntos poco claros de intereses e inversiones que no le fueron reconocidos. En general en los negocios de mi abuelo no mediaban contratos, su palabra y la de la otra parte eran suficientes y cuando faltaba uno de ellos podía pasar cualquier cosa. Abuela tuvo que ir vendiendo parte de lo que le quedó porque también necesitó honrar algunas deudas dejadas por el fallecido. Sus hijos mayores no pudieron intervenir en los interminables trámites que hubo de realizar, su carácter y orgullo no le permitieron compartir esas responsabilidades con nadie. Había logrado que mi abuelo le hiciera a la casa una cocina grande y cómoda, tenía esta una batería de cuatro hornillas de carbón que se encendían temprano en la mañana y solo se apagaban después de la cena. Allí reinaba ella, elaborando guisos maravillosos para toda la familia y en vida de mi abuelo, casi siempre para varios invitados adicionales. Mantuvo su autoridad durante mucho tiempo y ya anciana en 1963 viajó a New Jersey con su hija Aurora y su esposo donde falleció en 1978.
Mis tíos mayores Vicente y Gabino se establecieron en Panamá en fecha desconocida por mí, bastante antes de yo nacer y es muy poco lo que sé de sus vidas, el mayor, Vicente, fue un hombre muy alto, seis pies y cinco pulgadas, muy hábil en los oficios de construcción, era capaz de hacer muchas otras cosas, volvió a Cuba en dos ocasiones, durante su segunda estancia intentó insertarse nuevamente en nuestro país, pero la falta de trabajo lo obligó a regresar a Panamá donde lo tenía seguro, falleciendo algunos años después. Gabino por contraste era de baja estatura como su padre, vino solo una vez, para ver a su madre sobre todo, estuvo con nosotros dos o tres semanas y regresó definitivamente a su hogar en Chiriquí. Él era quien más se parecía a Agapito, no solo físicamente, también en sus habilidades y simpatía personal. Ambos tíos fueron a buscar fortuna a Panamá en los años de construcción del famoso canal y como muchos otros no la encontraron, pagaron el alto precio del desarraigo por un objetivo fallido.
El cuarto hijo de mis abuelos recibió el nombre de Juan y fue un hombre muy serio y trabajador desde muy joven. Siempre buscó objetivos bastante simples para su vida. Buen albañil y masillero, durante bastante tiempo se ganó la vida con esos oficios, se casó temprano con una joven de gran belleza y estuvieron juntos hasta el final de sus vidas, sin hijos porque una enfermedad mal atendida lo esterilizó. Incursionó en el área gastronómica con un pequeñísimo lugar donde vendía alimentos ligeros, refrescos, tabacos y cigarros y algunas otras “chucherías”, mantuvo ese negocio hasta que marchó a New Jersey en 1962, En esa ciudad se estableció trabajando siempre en la misma empresa, un enorme almacén donde ejerció casi todas las funciones, desde estibador hasta jefe del mismo. Se jubiló ya con bastante edad, con gran disgusto del dueño que quería que continuara todavía más. Logró un moderado éxito económico que le permitió una vejez tranquila y feliz. Falleció en la década de los 90 del pasado siglo. Él fue mi padrino de bautismo, acción obligada por aquellos años para los hijos de toda familia “decente”, sin tomar en cuenta si después la criatura sería creyente católica o de cualquier otra confesión, incluso si resultase ateo.
El más joven de mis tíos fue Mario, solo tenía 13 años cuando yo nací. Rebelde y al decir de mis mayores “de mala cabeza” dió muchos tumbos por toda clase de actividades, por lo general poco productivas. Trabajó en una florería, en la construcción, intentó ser pelotero profesional, importó de Bayamo y Camagüey barras de dulces en conserva que comercializaba con relativo éxito, todo esto y mucho más hasta que conoció a una mujer, Ana Barrabia, que lo “enderezó”, según se decía en la familia. De algún modo consiguió dinero para comprar un auto de uso y se dedicó a “botear” con aceptables resultados. Pronto le ofrecieron la oportunidad de tener piquera fija en el hotel Capri. Los dueños (mafiosos) de dicho hotel compraron muy barato un lote de autos nuevos de muy buena factura que vendieron a precio de costo y con generosas facilidades de pago a los choferes de su piquera, que se convirtió de pronto en una de las mejores de la Habana. Allí estuvo desde la fundación del hotel hasta el año 1963 o 1964. Su compañera trabajaba como camarera en el mismo lugar. Un hijo de ella, de un matrimonio anterior, Wilson Guilarte Barrabia murió enfrentándose a las bandas de alzados en la provincia de Matanzas y su madre quedó devastada, se mudaron al Cotorro a una casa que le otorgaron a ella y allí se dedicó a cuidarla, también a sus dos hijas y a labrar la tierra y producir alimentos y flores en un terreno bastante grande que pertenecía a la casa, comercializando los productos en esa zona, además de utilizarlos como auto consumo. Esporádicamente seguía trabajando como taxista. Fumador compulsivo e irredento el cáncer se lo llevó demasiado temprano a finales de los años 80.
Aurora se llamó mi tía preferida, era muy jovencita cuando yo aparecí a la vida, la quinta hija de la familia me “adoptó” de inmediato y me convirtió en su muñeco predilecto. Se parecía bastante a mi abuela en lo físico, pero como contraste, siempre estaba contenta y era muy dulce en su trato con todos, muy especialmente conmigo. Apenas comencé a balbucear le llamé “Tota” y así le seguí diciendo durante toda la vida. Desde niña era muy delgada, padecía de algo que le decían “colon caído”, no estoy seguro que ese fuera realmente un diagnóstico médico serio o una creencia popular. Lo seguro es que durante mucho tiempo, a pesar de comer bien, no engordaba. Finalmente comenzó a “llenar la ropa” y no se habló más del asunto. Fue una muy hábil costurera. En esa época a quienes hacían lo que ella las llamaban “modistas”. Era capaz de ver una sola vez por un rato un vestido de mujer y reproducirlo con suficiente precisión para cualquiera de sus clientas. Era usual que visitara frecuentemente las vitrinas de las más encumbradas tiendas de la Habana para “fusilar” (copiar) sus “modelos exclusivos” y reproducirlos con tolerable fidelidad. A veces le encargaban específicamente la copia de algún modelo, y ella sin dificultad complacía el pedido. Usaba para trabajar una viejísima máquina de coser de pedal marca Singer, heredada de mi abuela, de la que decía que tenía: una puntada hermosa ?.... Con esa misma máquina bordaba. Conocía también muy bien el bordado a mano e igualmente era hábil tejiendo, tanto a una (crochet) como a dos agujas, pero estas otras cosas las hacía mucho menos. Algo tarde apareció quien sería su esposo, un isleño (nativo de las Islas Canarias) Beremundo Delgado venido a Cuba desde joven y muy parecido en sus habilidades a mi abuelo, al que todos llamábamos Yeyo quién la cortejó con los tradicionales métodos “rompe sillones” con chaperona incluída, (mi abuela) a pesar de contar ella más de 30 años de edad. Finalmente se efectuó la boda con gran satisfacción de todos. En 1963, Yeyo, quién siempre mantuvo su nacionalidad española decidió emigrar a New Jersey donde fundó una pequeña empresa de construcciones y reparación de casas que resultó muy exitosa, lo acompañaron en la aventura su esposa y la suegra. En los primeros años de vivir en esa ciudad, mi tía continuó con sus labores de costura para lo cual obtuvo las mejores máquinas que le ayudaran en su labor y pronto consiguió que gran cantidad de mujeres le encargaran sus confecciones. Por los años 90 del pasado siglo Yeyo vendió la empresa, varios edificios de apartamentos que había adquirido y su extensa clientela por una muy importante cifra económica. Previamente había comprado una hectárea de tierra cerca de la ciudad de Miami y construido cuatro casas, con amplios y hermosos jardines, habitaron una de ellas y alquilaron las otras tres. Todo esto les permitió una vejez acomodada y tranquila. Falleció primero Yeyo, a pesar de ser más joven, a inicios de este siglo y después, Aurora en 2010. Nunca tuvieron hijos. Siempre recuerdo con nostalgia la visita que tuve oportunidad de hacerle a New Jersey cuando estuve en New York con el Ballet Nacional de Cuba para actuar en el Metropolitan Opera House. Nos hospedaron en el hotel Mayflower, frente al famoso Parque Central y durante alrededor de quince días, cuando yo no tenía función, Yeyo iba temprano a buscarme para llevarme a pasar el día con ella y a veces con otros parientes que vivían relativamente cerca. Ambos asistieron a una de las funciones que presentamos, para lo cual Yeyo y ella se estrenaron ropas muy elegantes, como ameritaba el palco en que los ubicaron. Estaban muy orgullosos. Creo que esa fue la única vez que estuvieron en un teatro de ese nivel.
Mi madre Sofía fue la tercera de los seis hermanos, quizás de todos la más parecida en el carácter a su padre. La única de los hermanos que dejó descendencia (yo). Alegre, resuelta, imaginativa, valiente, luchadora, no la amilanaba nada. Como se decía por entonces daba el pecho a cualquier situación. Supo afrontar su condición de madre soltera y salir adelante en el empeño sin tragedias ni sufrimientos. Aunque se dedicó, como su hermana menor (con menos éxito) a “coser para la calle”, también trabajó en los más disímiles oficios, confeccionaba y vendía flores artificiales de papel, fabricaba collares, aretes y rosarios utilizando principalmente semillas duras y alambre de plata, todo ello por encargo de una tienda especializada que le mal pagaba su trabajo, fue cocinera en una escuela de niñas y no tenía reparos de asumir determinadas funciones en la construcción, con cemento, masilla y yeso, como cualquier hombre. Le encantaba confeccionarme disfraces, en complicidad con su hermana, de cualquier personaje, y después maquillarme y fotografiarme para conservar pruebas tangibles de “la hazaña”, así fui chino manila, guajiro, pelotero, torero y varias otras cosas, casi que me da vergüenza que se vean esas fotos. En cierta forma yo fui también un juguete para ella y Tota. Le encantaba la repostería y sus cakes eran famosos en la familia y mucho más allá, tenía gran vocación por la medicina y logró convertirse en una enfermera empírica pero eficaz. Desde que mostré mi intención de ser guitarrista su apoyo fue total, consiguió los materiales en la carpintería de un pariente y mandó a hacer una guitarra, desgraciadamente resultó un verdadero esperpento totalmente inútil, a pesar de que el constructor supuestamente era considerado bueno. No cejó en el empeño hasta que consiguió una guitarra utilizable para que yo pudiese estudiar. Arañaba la tierra, como se solía decir, para mantenerme vestido y calzado ya que crecí muy rápido hasta alcanzar los seis pies y tres pulgadas de estatura, ropa y calzado dejaban de servirme con demasiada rapidez. Hizo todo lo que pudo porque yo tuviera la mejor vida posible siempre. Nunca se casó ni mantuvo una relación con persona alguna que implicara convivir para no imponerme un padrastro, posibilidades tuvo porque fue una mujer realmente hermosa y no faltaron pretendientes, hoy nos parecerá tonta esa actitud pero entonces era bastante común. Quizás yo no supe ayudarla a superar la situación o con mi natural egoísmo juvenil y a lo mejor también machismo lo impedí. Cuando comencé a ganar un sueldo y pude mantenerla dejó de luchar y se acomodó a la nueva situación dejando poco a poco de trabajar, pudo entonces disfrutar cada cierto tiempo de breves estancias en diversos balnearios de aguas medicinales para mejorar dolencias, reales o imaginarias, (mi madre era hipocondriaca aguda). También visitó algunas localidades, entre ellas Santiago de Cuba cuando yo fungía allí como Jefe y Director de la Banda de Música del Ejército de Oriente que fundamos en mayo de 1959. En un accidente tonto mientras chequeaban su salud en un hospital se fracturó la cadera, no tuvo voluntad para realizar los ejercicios de rehabilitación y a causa de ello fue deteriorándose hasta fallecer en el año 2000. Había nacido en 1915.
Esos son mis familiares más cercanos, los que de algún modo influyeron en mi formación inicial, los que con virtudes y defectos me mostraron, consciente o inconscientemente, los caminos de mi educación y desarrollo. De unos más que de otros tengo rasgos, quizás buenos, a lo mejor no tanto. Como ninguno de ellos realizó estudios académicos se sorprendieron bastante que yo llegara a titularme como músico de academia y posteriormente profesor universitario. Creo que lo más importante que aprendí de ellos, por afirmación u omisión al mirarme en el espejo que para mí representaban, fue amar a mi país, sin teques sin patrioterismo, confirmar que mis raíces están y siempre estarán en Cuba y que si me desprendo de ellas dejaré de ser, así de simple.
(9 / 9 / 2024)
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