La Peña de Sirique

Por el Maestro Jesús Ortega

El lugar era asombroso, digno de lo real maravilloso de Carpentier o el realismo mágico de García Márquez. Un taller de mecánica donde fabricaban piezas de hierro y otros metales para los más diversos mecanismos y se troquelaban las clásicas bandejas de aluminio para distribuir la comida en escuelas y centros de trabajo. El local era muy grande, lleno de tornos, fresadoras, prensas y otras máquinas-herramienta. Destacaba la limpieza de todo, los trabajadores del taller tenían la obligación de dejar todo recogido e impecable al finalizar las labores de la semana. No se podría encontrar una gota de grasa en el piso, tampoco se veía la habitual pila de desechos de la producción acumulados.

El personaje no era menos original: buen pelotero de la Liga Cubana de Base Ball Profesional en su juventud, más tarde y por muchos años umpire bien respetado, excelente Mecánico Tornero y lo que llamaríamos ahora un gran innovador- racionalizador. Cuando conoció al Che Guevara, entonces Ministro de Industrias, se estableció entre ellos una buena amistad. Su taller fue nacionalizado en los primeros años de la Revolución y el Che se lo devolvió, ahora en calidad de administrador, porque solo él podía hacer que aquello funcionara adecuadamente. Además era un apasionado cultor de la canción trovadoresca y amigo de cuanto músico existía en nuestro país. Cuando lo conocí pasaba de los setenta años pero mantenía el vigor y entusiasmo de un hombre mucho más joven.

Para animar a los asistentes ilustres, en ocasiones muy especiales, entraba en juego un fabuloso elixir, elaborado por alquimistas de la cofradía, y que tenía entre sus componentes el más puro alcohol, frutas secas, fundamentalmente ciruelas pasas y jugos de frutas frescas. Todo ello se maceraba por largo tiempo, guardado en algún sitio secreto en las profundidades de la tierra. Le daban, entre otros, el nombre de “Ciruelón”. De compuestos semejantes escuche hablar también a nuestro Poeta Nacional Nicolás Guillen, experto como pocos en semejantes licores y otros “preparados” autóctonos del Camagüey.

Fueron oficiantes, junto a Sirique, de aquel original Templo de la Música, entre otros: Sindo Garay y sus hijos Guarionex y Hatuey; Ciro, Cueto y Miguel, los integrantes del mítico Trío Matamoros; Francisco Repilado, “Compay segundo”; Luis “El albino”; “Neneito” el tresero; Rosendo Ruiz (padre); Lorenzo Hierrezuelo; María Teresa Vera; Oscar Alfonso, notable constructor de guitarras que se desdoblaba en excelente acompañante de la canción; ”El Niño Rivera” y tantos otros famosísimos trovadores, soneros y músicos que cultivaban la más pura música cubana y que harían interminable la relación. También amigos de la peña que asistían para disfrutar de la música y el estupendo ambiente. No faltaron alguna que otra vez turistas atraídos por la fama que había adquirido y por supuesto algo despistados acerca de lo que allí ocurría.

Otras personalidades de la cultura y la sociedad cubana como Nicolás Guillen, Wifredo Lam, Eulogio Sardiñas, el famoso “Kid Chocolate”; Portuondo, el famoso pelotero y después umpire, padre de nuestra maravillosa Omara Portuondo; Ignacio Villa, “Bola de Nieve”; y otras descollantes personalidades solían aparecerse cuando sus obligaciones se lo permitían.

El milagro se producía siempre los sábados la hora de comienzo era algo imprecisa los iniciados comenzaban a llegar entre las dos y las tres de la tarde y de inmediato se desenfundaban las guitarras y comenzaban las canciones. Poco a poco, con bien estudiada parsimonia se incorporaban los principales habituales que presidían junto a Sirique la celebración. Las puertas de tan especial “centro cultural” no se cerraban jamás y se permitía la entrada a todo el que quisiera participar, particularmente a aquellos que portaran una guitarra o tuvieran la intención de cantar.

Se cantaba según la más pura tradición trovadoresca, casi siempre a dos voces con acompañamiento de guitarra (una o varias) y ocasionalmente algún instrumento de percusión menor, (claves maracas, güiro) Se formaban los dúos con quien estuviera presente, sin importar si anteriormente hubieran cantado
juntos, tocaba la guitarra quien se supiera la canción y estuviera dispuesto y capacitado para hacerlo.

De la misma forma en que llegaban se marchaban los que tenían otras obligaciones, no importaba, de inmediato otros los sustituían. ¿Cuánto duraba la fiesta?.... Quien podría saberlo; lo mismo se terminaba a altas horas de la madrugada que seguía hasta bien entrada la mañana del día siguiente. Sirique siempre estaba presidiendo todo aquello con su increíble vitalidad y su pasión por la música.

No faltaron a esa peña concertistas de guitarra que ofrecieron sus mini-recitales de música clásica en tan singular sala de conciertos; puedo dar fe de ello.