sábado, 14 de septiembre de 2024

Gaza: genocidio, colonialismo y geopolítica

Por Maciek Wiśniewski

Durante el debate presidencial esta semana, la candidata demócrata y vicepresidenta Kamala Harris, respecto a sus planes para Medio Oriente –repitiendo de paso los habituales talking points pro israelíes compartidos por todo el mainstream político–, hizo mención de Irán, declarando que “siempre dará a Israel la capacidad de defenderse, en particular en lo que se refiere a Irán y cualquier amenaza que represente él y sus representantes [léase, Hezbolá en el Líbano o los grupos palestinos en los territorios ocupados]”. Si bien algunas fuentes iraníes no vieron en estas declaraciones, contrastadas con los ataques de su contrincante Donald Trump que a Harris, junto con Biden, “han sido blandos con Irán”, nada alarmante y destacaban dos estrategias diferentes: una, trumpista, que supone el regreso a la línea dura de su primer mandato, centrada en la máxima presión y en las sanciones y otra, de Biden-Harris, que podría “equilibrar la presión con el compromiso diplomático” (t.ly/ZRcW9) −todo a pesar de que los demócratas siguieron bastante la línea dura negándose a renovar el acuerdo nuclear con Teherán, el principal logro de la diplomacia de Obama cancelado por su sucesor y algo que la propia Harris confirmó que no va a reactivar−, puede que se trate de un giro preocupante.

Sus declaraciones indican el afán de alinearse aún más con la agenda genocida de Israel en Gaza, al suscribir la propia narrativa israelí −compartida igualmente por Trump− de presentar a Irán como el “cerebro detrás” y/o el principal patrocinador del ataque del 7 de octubre. Si bien ciertas conexiones existen, el afán de pintar a Hamas y otros grupos de resistencia palestina en Cisjordania como meros “títeres de Irán” −yendo más allá de la tradicional rivalidad geopolítica Washington-Teherán− se inscribe más bien en los viejos objetivos israelíes respecto a Palestina en los que “el fantasma de Irán” es instrumental. No sólo reformular el conflicto por los territorios ocupados como parte de la “lucha geopolítica más amplia” en la que los palestinos son “peones sin agencia” le permite rebajar su lucha por la autodeterminación a una “mala calculación en el altar las ambiciones regionales de Irán”, sino pintar a Gaza y Cisjordania −territorios que Israel busca anexar expulsando y/o exterminando su población−, como “piezas en el gran tablero geopolítico” busca neutralizar el carácter indígena de su resistencia. Posicionar a Irán como “el principal adversario en la lucha contra el terrorismo palestino”, le permite también avivar la amenaza de la “fuerza externa” que peligra su “propia existencia”.

He aquí donde el colonialismo hace la mancuerna con el genocidio y donde el afán de “defenderse de Irán” y la perspectiva de una guerra regional, empiezan a formar parte de un posible plan más siniestro. El afán de “internacionalizar el conflicto” por parte de Israel, lejos de ser una “vieja obsesión de Netanyahu”, que efectivamente desde hace décadas empuja por la guerra con Irán, es más bien un afán de justificar su agresión colonial como una “guerra legítima” y justificar el deshacerse de los palestinos (ya a finales de los 80, Netanyahu aseguraba “que si lo hacemos bien, en la próxima guerra podremos deshacernos finalmente de todos los ‘árabes’”) con la excusa del “derecho a defenderse”.  No sólo ya no queda ninguna duda de que el objetivo de la operación en Gaza es −tal como lo indicó al principio la propia Corte Internacional de Justicia acorde con la retórica genocida de los propios dirigentes israelíes−, hacer inhabitable la Franja y actuando con la intención “de destruir total o parcialmente” a la población allí, debilitarla hasta el punto que se extinguiría o buscaría todas las opciones para huir “matando, causando daños graves o infligiendo condiciones de vida destinadas a provocar la destrucción del grupo” (tal como reza la Convención de la ONU sobre el Genocidio de 1948), sino que la guerra con Irán le permitiría, en nombre de la “autodefensa”, deshacerse también de la “quinta columna”: “los proxys palestinos de Irán”, tal como, en la mismas circunstancias de “una guerra legítima”, durante la Primera Guerra Mundial, los dirigentes turcos, perpetuando un genocidio se deshicieron de sus poblaciones armenias y asirias vistas como “los proxys de Rusia”.

Como bien ha demostrado Yoav Litvin, la narrativa de “autodefensa” de Israel evolucionó desde sus inicios “modestos” hacia una agresiva expansión colonial que acabó justificando la violencia, la apropiación de las tierras palestinas y el genocidio con ella (t.ly/ywm5v). El punto de inflexión fue el 7 de octubre cuando la “defensa” se trasformó en una aventura militar con objetivos abiertamente ofensivos, incluyendo la posible anexión de Gaza y otros lugares como el Líbano mediante el conflicto con Irán (el objetivo señalado no sólo por Netanyahu y sus aliados extremistas, sino también por la “oposición moderada”) y la expansión colonial en Medio Oriente en el marco del “Gran Israel” (t.ly/C7unp) “desde el arroyo de Egipto hasta el Éufrates” y bajo la amenaza de una guerra nuclear. Mientras tanto, como bien señala Litvin, el concepto de la “autodefensa” tiene significados muy diferentes para el colonizador −algo presentado siempre como “legítimo” por Israel− y para el colonizado, a quien esta, como en el caso de los palestinos, siempre es negada, a pesar de que según la ONU, son los colonizados que tienen el derecho a defenderse y luchar por su liberación “por todos los medios necesarios”. De allí se ve claramente como la introducción de “Irán” y el “factor geopolítico” en la ecuación −la narrativa avalada ahora por Harris−, busca revertir estos polos, borrando de paso la ocupación y el carácter colonial y genocida de la “autodefensa israelí”.

https://www.jornada.com.mx/noticia/2024/09/14/opinion/gaza-genocidio-colonialismo-y-geopolitica-3541

1 comentario:

silvio dijo...

España: petróleo y nostalgia imperial

La casi totalidad de la clase política española se ha lanzado de lleno a un ataque contra Venezuela que incluye acciones y palabras inaceptables en los vínculos entre estados soberanos, así como el enésimo intento de imponer en Caracas un gobierno títere al servicio de los intereses económicos y geopolíticos de Occidente.
Sólo dos días después de que aterrizara en Madrid el ex candidato presidencial derrotado Edmundo González Urrutia, el Congreso de los Diputados aprobó con el voto de las derechas una proposición no vinculante en la cual se insta al Ejecutivo encabezado por Pedro Sánchez a reconocerlo como mandatario electo y legítimo de Venezuela.

Así, en apenas 48 horas el líder golpista reveló las verdaderas intrigas que lo llevaron a Europa y la desvergüenza con que miente a la opinión pública de su país y del mundo: tras expresar su deseo de cambio y de que se abra una nueva etapa, afirmar que tiende la mano a todos, que busca un rencuentro de sus compatriotas mediante el diálogo y que el futuro venezolano sólo puede transitar por el camino de la realización de la voluntad popular; tras todas esas manifestaciones de buena voluntad, azuzó o cuando menos permitió a poderes foráneos emprender acciones hostiles contra Venezuela e impulsar que sea un grupo de piratas ibéricos quien designe al gobierno venezolano.

Aunque –con la excepción del Partido Nacionalista Vasco– el bloque parlamentario gobernante se opuso a esta medida y el canciller José Manuel Albares ha intentado rebajar las tensiones, los hechos muestran que la postura de la administración centroizquierdista es más cercana al injerencismo que al respeto a la autodeterminación de los pueblos y los principios de no intervención.

El propio Sánchez cometió una imprudencia injustificable al recibir a González en la sede del Gobierno, mientras su ministra de Defensa transgredió cualquier límite al llamar dictadura a las autoridades constitucionales venezolanas.

La insolencia, el paternalismo y la persistencia de una mentalidad colonialista hacia una región que se sacudió su dominio hace dos siglos siguen dominando el tratamiento de la mayor parte de los políticos (y, tristemente, de la ciudadanía) hispanos hacia América Latina, y la ultraderecha fascista que ha recobrado carta de naturalidad en años recientes ha hecho de la nostalgia imperial una de sus principales banderas.

Para no ir más lejos, ayer un organismo del partido franquista Vox lanzó una serie de acusaciones inadmisibles en torno a la reforma al Poder Judicial mexicano, en las cuales se manejan unos conceptos tan desfasados que mueven a la risa tanto como a la indignación. De acuerdo con este delirio macartista, la reforma fue ideada por agentes cubanos y venezolanos con el objetivo final de convertir México en una dictadura idéntica a las de Cuba, Nicaragua y Venezuela e instaurar un Estado socialista. Llegan incluso a llamar a los ciudadanos a rebelarse, pues de lo contrario serán sometidos a una tiranía castro-comunista.

El ejemplo anterior deja claro tanto la pérdida de contacto con la realidad por parte de las derechas españolas como la ligereza con que ignoran la soberanía latinoamericana. Sin embargo, la fijación con el caso venezolano revela que se trata de una cuestión aparte, en la que los reflejos neocoloniales se mezclan con el verdadero objeto de las disputas entre el chavismo y los golpistas financiados y capacitados en Estados Unidos y Europa: la lucha por determinar si las reservas de petróleo más grandes del planeta serán controladas por el pueblo venezolano o por trasnacionales foráneas.

https://www.jornada.com.mx/noticia/2024/09/13/editorial/espana-petroleo-y-nostalgia-imperial-8150