martes, 30 de julio de 2019

La ciudad de la vida

Por Raúl Roa Kourí
                                                                                                              A Eusebio Leal 
     Segundos antes un fino rayo de sol levantó las penumbras que arropaban la espesura húmeda de la sierra pinareña. Nuestra embarcación braveaba la marejada matutina sin mucho esfuerzo, navegando hacia el oriente a unas millas de la costa, sobre el canto del beríl, remontando la corriente como a ahorcajadas de las olas. Íbamos en pos de un gran castero, de una aguja poderosa, de un peto argentado, de un serrucho precursor de escabeches y, en última instancia, de algún peje perro con hambre que mordiera el anzuelo. A la derecha, entre rosa y nívea, comenzaba a dibujarse la ciudad.
     Vista en la semineblina que el viento no lograba aún difuminar, La Habana desperezaba su modorra, abanicándose morosa con la espuma tenue que rítmicamente brincaba por encima de los muros del malecón; penetrando por abiertos balcones carcomidos y ventanas; algunas luces anunciaban la inminente partida de los moradores y, de hallarnos más cerca, hubiéramos podido apreciar el aroma del café recién colado, porque no abunda ese otro de la crema para rasurarse y mucho menos el de las lociones que usualmente acompañan tales menesteres.
     Recordé la descripción que de La Habana hacían viajeros llegados por mar a nuestra capital, la asombrosa albura que irradiaba su conjunto, alegres colores como manchas de una rica paleta en lienzo algo cargado en el que sobresalen eclesiales cúpulas, alturas de betón y domos capitolinos o palaciegos, el verde de antiguos álamos y vieja piedra grisácea, corroída por la sal y el escape de gas de fantasmagóricas guaguas, destartalados camiones y vetustos autos de paseo.
     Los grabados antiguos, no obstante la ausencia de la avenida junto al mar y sus edificios, mostraban un tejido urbano que a muchos recordaba a Cádiz y que para mí guarda cierta semejanza con el viejo Burdeos, tanto por el color de la piedra como por el barroco de las fachadas, los balcones con balaustres de hierro forjado y el puerto. Tal vez llegaran a nuestra ciudad barcos negreros desde el estuario de La Gironda y, por supuesto, otros, cargados con barricas de vino, finos cognacs,sederías de Lyon y artículos suntuarios para la naciente sacarocracia habanera, amén de viajeros ilustres y, más tarde, pintores, arquitectos y cortesanas.
     Entonces era más arbolada la villa y más evidentes las ondulaciones donde se alzan las fortalezas de El Morro, La Cabaña y Atarés; ceibas, flamboyanes y palmas cubrían las aturas en torno de la bahía, cuyas aguas claras escondían tiburones y otros peces. Saltaba la majúa o sardinilla en la atarraya de los pescadores para hacer boca en las tabernas o servir de carnada, y el río agregaba su feble caudal, aún no contaminado, al tranquilo y amplio estanque que determinó en su momento, y puesto que se trataba de magnífico abrigo para las naves y estratégico punto donde recalar las flotas que iban o venían de la metrópoli hacia Cuba y tierra firme, el establecimiento en este sitio de la muy ilustre San Cristóbal de La Habana. 
      Frente a la fortaleza de La Punta pudimos ver el Paseo del Prado, su alameda umbría poblada de insaciables gorriones y palomas cagonas, de broncíneos leones yacentes. Casas principales se alzan a ambos lados de la avenida, evocadoras de “ilustres” apellidos de la república neocolonial, mandantes de la época, ricos hacendados y propietarios.
     En el Hotel Sevilla, remozado, sigue ofreciendo el remanso del patio y el roof garden, donde se podía tomar té todas las tardes a las cinco en punto en los años veinte y divisar el Capitolio, el Hotel Inglaterra, el Centro Gallego y el Asturiano, las palmas reales del Parque Central y, recorriendo el Prado, los fotingos descapotables con su carga de señores trajeados y elegantes damiselas trés à la mode; ahora, pueden verse jóvenes desaliñados en bermudas, pulóvers y zapatillas Adidas, acompañados de atléticas muchachas de idéntico talante, dispuestos a disfrutar de la proverbial acogida de los pobladores, el amable mojito con yerba buena y el son inigualable de Compay Segundo, redescubierto por un gringo avispado (y gran músico), Ry Cooder.
      A veces nos pasa esto a los cubanos, porque fue Pete Seeger quien dio fama mundial a La Guantanamera de Joseíto Fernández, a mediados de los sesenta, y Xavier Cougat (que, por cierto, interpretaba catalanamente nuestros ritmos), quien popularizó en Estados Unidos numerosas versiones de nuestra música para cantar y bailar, incluyendo la rumba. (Sin olvidar que Miguelito Valdés, Mr. Babalú, Beny Moré, Pérez Prado, Chano Pozo, Mongo Santamaría, los hermanos Barreto, la orquesta Casino de la Playa y tantos otros intérpretes y agrupaciones difundieron el ritmo cubano urbi et orbi sin que nadie viniera a “descubrirlos”).
     Digresiones aparte, insisto en que esa luz que irradia La Habana y que a veces me hace pensar en Casablanca o Argel y hasta en ciertos barrios de Túnez y, por supuesto, en otras villas mediterráneas (de Grecia, Chipre, Italia y el sur de Francia, amén de España), si no fuera porque su intensidad es mayor en nuestras latitudes, modifica el color del entorno, suprime los matices, nos devuelve lo mirado sin esa suave transparencia que poseen los atardeceres otoñales del Parque Saint Cloud, luz de climas templados, propicios al claroscuro de Rembrandt y a las impresiones sucesivas de la catedral de Rouen, vista por Monet. 
     “Aquí achicharra el sol todas las cosas”, achatándolas, unimismándolas, infundiéndoles un calor específico, de respiración entrecortada, músculo tenso, faena de amor fructuosa y transpiración abundante. Paisaje y paisanaje indistinguibles uno del otro, piedra de cantería para levantar edificios y esculpir mujeres, altas palmas de penacho oscuro como cabellera donde enredar los sueños, plazas amables como sus gentes y aquellas gacelas de moroso andar y lánguido ademán, que se desplazan con levedad increíble a borde de la mar, sorbiendo, sensuales, el yodo en el aire húmedo, reminiscente de conchas bivalvas y sexo de mujer.
     En la explanada vecina al monumento que recuerda el fusilamiento de los Estudiantes de Medicina, falsamente acusados de haber rayado la losa de Gonzalo de Castañón, pasé muchas tardes mataperreando con mis primos Kourí cuando tenía 12 años. Jugábamos a Cuba y España (nos peleábamos por ser del bando cubano), al escondite, a los agarrados; alguna vez me tocó agazaparme tras los arbustos que rodeaban los restos de la cárcel donde guardó prisión José Martí; imaginaba al Apóstol caminar penosamente con el grillete que dejo indeleble huella, más en el alma que en su misma carne y arrancar la piedra a golpe de pico en las canteras de San Lázaro, a pocos kilómetros de distancia.
     Sólo 43 años habían transcurrido desde su caída en combate, y la República, que soñó independiente y soberana, “con todos y para el bien de todos”, padecía el nuevo coloniaje que quiso impedir, al convocar a los cubanos para la Guerra Necesaria, con la libertad de la Patria, evitando así que los Estados Unidos se apoderasen de la Isla y “cayeran con esa fuerza más sobre las tierras de América”. Pasarían algo más de dos lustros y darían su vida 20 mil patriotas, antes que viéramos cumplido su anhelo.
     La ciudad se aprestaba, en 1948, al cambio de poderes: Ramón Grau San Martín, tal vez el mayor defraudador de las esperanzas populares durante la neocolonia, entregaría la Presidencia a Carlos Prío Socarrás, participante en la contienda contra el tirano Gerardo Machado, desorejado tunante, que entró a saco al tesoro público, superando con creces --con la excepción de Fulgencio Batista--a cuanto bandido desgobernó el país después del probo, aunque vendepatria y pro yanqui, Tomás Estrada Palma, quien, al no lograr reelegirse llamó al avieso vecino a hollar nuevamente con su pata intervencionista nuestro suelo.
     El Parque Central, fue escenario, en los cincuenta, de memorables tánganas organizadas por la Federación Estudiantil Universitaria (FEU).  El 28 de enero de 1956, una tarde fresca y soleada, desembarcó José Antonio, junto a Fructuoso, Nuiry, Machadito y otros compañeros, para depositar una corona de flores y denunciar al dictador Batista ante la efigie del Apóstol.  Javier Pazos, Germán y Raúl Amado Blanco, Carlitos García el Carapálida, y otros compañeros entramos por otro costado. La zona estaba ocupada por esbirros de la tiranía, vestidos de paisano; llegaban al monumento columnas de Shriners (masones estadounidenses invitados a la farsa organizada por los batistianos), tocados con estrafalarios gorros.  Se oyó gritar a Echevarría, todos coreamos, ¡Muera Batista! ¡Abajo la dictadura!.
El aire se llenó de ruidos violentos y sirenas policiales. Energúmenos de azúl agitaban “bichos de buey” por fuera de las ventanillas de los patrulleros, golpeando a cuando joven se tropezaban en su veloz carrera hacia los manifestantes; apresaron a los dirigente de la FEU, que se defendían a puñetazo limpio y les metieron a la “jaula”.  Otros logramos escabullirnos y regresar a la Colina Universitaria.
Subí por la calle Ronda con el “chino” José Venegas; entró a un pasillo (que resultó no tener salida) donde fue apresado, salvajemente golpeado con la culata de un fusil y conducido luego al Castillo del Príncipe.  Penetré al recinto universitario por la entrada que da al fondo del Aula Magna y corrí hacia el local de la FEU, desde cuyos micrófonos nos turnamos para condenar la brutalidad policial y el encarcelamiento de José Antonio y demás compañeros.
     Lanzamos bidones de 55 galones Colina abajo; otros volcaron un carro con placas oficiales frente a la Escalinata; la jauría del obeso Salas Cañizares se desplegó frente a nosotros y, entre disparos y palabrotas subió hacia el Rectorado y la Plaza Cadenas (hoy Agramonte). Nos replegamos en diversas direcciones; con Raúl Amado Blanco ingresamos al local del Teatro Universitario, donde estaba el profesor Ramonín Valenzuela.   Le dijimos que los guardias habían irrumpido en la Universidad, violado su autonomía, y perseguían a los estudiantes.  Consideró que debíamos salir enseguida.
     Al hacerlo, vimos llegar, en zafarrancho de combate, al comandante Ponce y varios esbirros por la entrada de Ronda. Divisé a Willy Barrientos (hijo) y otros compañeros que se refugiaban tras el busto de Manolo Castro, frente a nosotros. Ponce nos apuntó con la Thompson y nos echamos al suelo; las balas arrancaban pedazos a las columnas del balaústre que rodea al Aula Magna, encima de mi cabeza. Decidí emprender una carrera “a cuatro patas” hacia el otro extremo y salir a la Escuela de Derecho; al doblar rumbo a la Plaza Cadenas, me hallé frente a los jenízaros de Salas Cañizares y  tuve que correr hasta el muro que da a la Calle 27 y brincarlo olímpicamente, a riesgo de quebrarme un hueso (siempre mejor que ser molido a palos y además detenido).
     El propietario de la quincalla ubicada en J y 27, donde adquiría mis Bock “especiales”, me aconsejó caminar (no correr) hacia 23. Seguía su recomendación cuando oí que me llamaban desde un taxi que subía por J en dirección a la Colina: era René Anillo, que allá se dirigía. Monté y le expliqué que la Universidad estaba tomada. Decidimos ir a casa de Javier, en 15 entre 6 y 8, en el Vedado,. Éramos varios los compañeros allí reunidos. Ese día se discutió la necesidad de crear el Directorio Revolucionario.
     Todas las tardes, en Galiano y San Rafael, andaba, perfumando el aire, la habanera; no una singular, toda La Habana. Blancas faldas de hilo, géneros ligerísimos que se aferraban al cuerpo voluptuosamente, insinuando sus montes y sus valles, venusinos promontorios que el viento juguetón impúdico esbozaba. Detenidos entre el oleaje de féminas, señores de dril cien, leontina de oro, panamá y coco macaco, semejaban colosos de rodas, faros de Alejandría, contemplando el incitante desfile. Tanto en verano como en “invierno”, protegidos a veces por sombríos paraguas del Bazar Inglés o por los portalones de la ancha vía: “gente buena y del comercio”, solía decirse. Vejetes pintones o verdes, irremediablemente erotizados por Eva, “que triunfante pasa”, dejando en los espíritus un ansia irrefrenable de joder…
     Cuando era niño trepaba al mango del traspatio en busca de frutos suculentos, tentaba las gallinas de mi tío Julio, como le veía hacer a él; gallinas llamadas por los nombres de sus hermanas: Fina, Beba, Silvia…Esto ocurrió en L y 25, donde ahora se alza el Hotel Habana Libre. El gallo Piro daba su merecido a las gordas pollas, que ponían huevos diariamente en los rincones más protegidos. Un día terminaron todos los pobladores del corral en la olla, pero Julio se negó a comerlos. Petronila, la vieja cocinera fumadora de habanos, les torció el pescuezo con su destreza habitual y elaboró fricasés, arroz con pollo y pollo frito hasta que no quedaron más aves por asar. 
     El barrio de Kohly era un remanso silencioso y tranquilo en los años 40. Morábamos en Tropical No. 1, esquina am la Avenida de la Paz, una casona hecha con piedra de cantería, balcones de madera techados con tejas color de terracota. Un pequeño jardín rodeaba la casa, circundando por espinoso seto; a un costado se empinaba, galana, una imponente ceiba de tronco gris y amplia melena. En la calle jugábamos a la pelota con Mula Ciega, Sagüita, Romeo, Enrique y Colín; durante largo tiempo fuimos “enemigos” de los Peláez y Albertico Luzárraga y nos liábamos a golpes o pedradas cada vez que nos veíamos. Hicimos las paces después que lancé a la fachada de la residencia de Albertico  un pomo de peste diabólica, menjunje preparado por Mula Ciega y por mí, a partir de medicinas del botiquín de mi abuelo; éter anestésico, sobras de frijoles negros, lagartijas despanzurradas, arañas peludas y mierda de gato, todo fermentado al sol durante varios días. 
     Aliados a Luzárraga, continuamos a enfrentarnos con  los Peláez hasta que una noche, mientras cenaban, quitamos la masilla recién puesta a los cristales de las ventanas que cerraban el portal delantero, provocando su caída y estrepitosa quebradura. Alzaron bandera blanca y el sosiego retornó a la cuadra, pero enfilamos nuestras incursiones en otra dirección: el guayabo de los Parajón, en la Avenida de Almendares, que sistemáticamente desvalijábamos, y las grosellas de la italiana princesa Ruspoli, exiliada en Cuba durante la Segunda Guerra Mundial.. Preadolescentes ya, brincábamos la verja de la Tropical para, esquivando al guardabosque y su perro “policía”, regalarnos con espléndidas chirimoyas y lujuriantes guanábanas. Y, en otras ocasiones, para ver la pelota gratis en el estadio homónimo (hoy llamado Pedro Marrero). 
     La barrera coralina frente a la zona del Biltmore era, en aquella época, una fuente no negligible de langostas y pulpos (aunque estos pululaban en los arrecifes costaneros de Miramar); salíamos en bote desde el club, con cajuelas con fondo de vidrio y fijas, para pescarlos. Siempre me gustó el crudo de langosta recién salida del mar; luego aprendimos a preparar ceviche de cobo y pulpo a la marinera. Fui de los primeros en el colegio en practicar la pesca submarina, a pulmón (entonces ya comenzaba a utilizarse el aqualung) con flecha y “fusil” accionado por ligas de caucho. Me “retiré” a finales de los ’60; mi última inmersión deportiva fue con el general Raulito Díaz Argüelles, el capitán Benítez, Brazo Fuerte Ali Khan, al norte de Varadero.
     El centro histórico encierra las joyas más preciadas de la ciudad. Lo he andado en todas direcciones, toda mi vida; con mi padre, desde niño, estudiante de bachillerato y universitario; recorríamos librerías, conversábamos con el colorao, Alberto, en La Económica, con Gelpi en La moderna Poesía, el gallego González en la Librería Martí y Andrés Belmonte en Selecta; prestigiábamos con nuestro incógnito humildes fondas chinas; surcábamos la bahía hasta la carbonera de Pelleyá, visitábamos Regla y Casablanca deambulando por sus calles “ultramarinas”; nos acercamos al paquebote Nieuw Amsterdam, holandésy al hispanoMarqués de Comillas, cuyo vivero traía sardinas y merluzas frescas del Cantábrico, que constituían nuestro deleite en las tascas del puerto, con helados vinillos de las Bodegas Bilbaínas y música de un “gaito” acordeonista, acompañado por su hija, la mismísima virgen de la Macarena, que cantaba aires regocijados y apenas nos rozaba con su mirar. 
      La noche siempre se “pone íntima” en la pequeña Plaza de la Catedral, donde habitaba, en un cuartico con gran ventana a la calle, Víctor Manuel. Llegué con Denise, pied noire voluptuosa atraída a nuestra tierra por el milagro de la Revolución. El poeta que era Víctor trasladó a cartulina, en delicado trazo, el hechizo acuciante de su cuerpo joven, de sus cabellos brunos descendiendo en barroco desorden sobre los hombros. Subí unas cervezas, recordamos París, nos mostró óleos inacabados, dibujos que aparecían entre colillas y botellas vacías. Víctor Manuel se consumía en el desaliño y el abandono, nada podían sus amigos, porque ya no tenía voluntad. Mi náyade regresó al Sena plasmada, para siempre, por su pincel impar.
     Martínez, ceremoniosamente campechano, recibía en su Bodeguita del Medio, con chicharrones y mojitos, al compás de los “tristeros” de Carlos Puebla. Puede que Aurora lo hubiera echado al abandono, pero Armenia cocía con esmero ambrosianos tasajos de la llana Camagüey, dormía (con notas de La tarde) gustosos frijoles negros, mientras el horno hacía crujir pellejos de chancho en adobo criollo (naranja agria, ajos, orégano, sal, una pizca de cominos molidos en manteca bien caliente) y los tostones se freían, alegres, en inmensas sartenes de hierro.
     La Calle del Empedrado, a medianía entre la Catedral y la calle Cuba, despertaba el apetito de los transeúntes, asombrados de que tales aromas surgieran de las entrañas de una pequeña tienda, no diferente en su aspecto de tantas otras que sólo expendían víveres y bebidas. Ese invento notable se debió a Felito Ayón, el impresor del local adyacente, a quien no resultó difícil convencer al propietario de La Bodeguita para que diera cabida a algunos amigos en las mesas de la trastienda, donde almorzaba Martínez con su esposa y dos empleados y, poco a poco, convertirla en el sitio preferido de poetas, pintores y escritores golosos, amantes de la cocina criolla, del ánima estimulante de la caña de azúcar y de los viejos trovadores, que cantaban y bebían  la par de los comensales.
     Así nació La Bodeguita del Medio que pronto fue “bodegona” y acogió a figuras cimeras del cine, el teatro, la radio, la prensa, la cultura y la política, y a simples amadores de la vida, que mucho tiene también de melodía, bebercio y manducatoria.
En la esquina del salón, al fondo, patas arriba, cuelga la silla de Leandro García, recuerdo del amigo que partió para siempre; versos de Guillén y lemas (“Cargue con su pesao”) cuelgan de las paredes y Salvador Allende recuerda a nuestro bardo desde su propia bodega santiaguina. 
     Hubo, por cierto, una caricatura de mi padre hecha por mi (que Martínez llevó a su casa y hoy está en el Centro Pablo) y otra, reproducida en hierro forjado, del ingenioso Juan David, asiduo bebedor de cervezas bodegueriles en el bochorno del mediodía. En su bar, Mario Kuchilán era “señor” chinito, “porque no hay clases—me dijo--, pero hay jerarquías” y Carlos Lechuga, Enrique Núñez Rodríguez, y Eduardo Robreño expresaban otra manera de ser, la buena, de los supervivientes de la República que era “aquella”. (Así decía Varilla, desgarbado y ocurrente cajero, siempre dispuesto a difundir la coñas sin errar en sus cuentas.)
     Andando las calles, tras los pasos de Leal, visitamos la casona que fue la de El siglo de las luces, donde radica ahora el Centro Alejo Carpentier que alentaba Lilia, su esposa y compañera (y ahora lo hace con sobrada brillantez Graziella Pogolotti); la Casa de la Obra Pía, en la vía que lleva su nombre, frente a la de Äfrica: mis amigos africanos, representantes de varios Estados ante la ONU, patentizaron su satisfacción al recorrerla. Años después asistí en la primera, con el ministro de Ultramar francés y Eusebio, a la inauguración del taller donado por su gobierno, donde se restauraban históricas telas de El Templete habanero, factura de Jean-Baptiste Vermay, discípulo de David y fundador de nuestra Academia de San Alejandro.
     No olvidar la loma del Ángel ni su iglesia: en derredor se escuchan los reclamos de Cecilia Valdés, lejanos pregones, trote de caballos, chirrín de volantas, ni el templo del Espíritu Santo, donde oficiaba monseñor Ángel Gaztelu misas poéticas, después de magnificar la iglesia de Bauta con la obra de nuestros maestros.  Ni los restos de la muralla, que deslindaba la villa original de terrenos inhabitados o poco poblados, expuestos a devastaciones de los piratas, en dirección al Almendares.
     Porque en el fondo de todo lo que perdura en la ciudad hay unos ojos tristes, los de un niño que reía y amaba los colores, corre-que.te-corre tras un balón, sin hacerse preguntas, llenando sus pulmones de oxígeno, atravesando el prado de las margaritas silvestres y punzantes guizazos, sin reconocer las yerbas que los galos llaman pisse-en-lit y tienen flores redondas, como de pelusa, que se deshacen al más leve soplo, y se comen con o sin lechuga, rociadas de aceite de oliva y vinagre añejo; o quizá, haciéndose elementales interrogaciones sobre la redondez de la tierra, la inalcanzabilidad del infinito, la persistencia del sol, invariable, año tras año, como la seca y la lluvia, punteadas por ciclones tremebundos, inundaciones y desplomes de viejas casas, arrasadas por el agua y la incuria. 
    Ese niño aprendió a deshojar las margaritas y conoció extraños sabores, porque la vida se hace también de hollín y hiel y desengaños. A pesar del mar inmenso, la ilusión de la nube, la gaviota que pasa y deja en el viento un aroma de almizcle y presentimiento, de bueno por conocer, amor impuro, las horas mantienen su ritmo, ni lentas ni veloces, acompasadas. Y tanto va el cántaro a la fuente que aprende de memoria la música del agua; la vida se derrama por las marismas y cañaverales, desciende por las calles, hace arroyos, hoyuelos en las mejillas de Atenea, de Alina Sánchez/Cecilia, cuesta del Ángel abajo, al hondón de la villa que andamos.
     Se arremolinan las columnas, las redondas y lisas, tímidas de tanta sencillez; las coruscantes, barrocas, como volutas de habano, cantatas de Vivaldi; y aquellas coronadas, corintias, pequeñas dóricas que soportan los años, imitativas cariátides frente a las olas, embebidas de sal y yodo, de terrales; otras, se mueven como las palmas azotadas por el vendaval del norte, hitos en los portales, mojones que deslindan antiguas puertas; y las rejas, serpenteando en el Prado, trasunto de viejas columnas españolas, de templos meridanos y templetes, teatros, coliseos; columnas de los atrios y claustros tropicales, conventuales columnas de los maitines, que recuerdan el paso bisbiseante de las monjas en el airecillo vespertino, impregnado del olor del chocolate de los inviernos casi inexistentes, ávidos de churros o, al menos, de bizcocho fresco. 
     Oh, ciudad de las columnas, ¿quién te vio y no te recuerda? Ciudad de calor insomne y de pupilas ardientes. ¿Acaso no pudo decirlo así Federico en sus días habaneros, asaltado por fantasmas de Córdoba en la Plaza Vieja, azuzado por aquellos mozuelos lánguidos, baldíos que cruzaban por los sueños de Porfirio Barba-Jacob, su contertulio en las noches de la casona vedadense de los Loynaz, donde salían a recoger estrellas caídas entre el follaje del jardín al filo de la madrugada?
     El pulso late con brío en esta ciudad entrañable, venida a menos, pero no agotada; dormilona, pero siempre alerta, como sus noches milicianas, el haz de luz recorriendo el espacio desde la farola de El Morro. Amables piedras, enérgicos jinetes de sus parques en caballos de bronce, clarín que toca a degüello; titanes, nombres diversos de la patria. Tus hijos te guardan las espaldas, cuidan tu sueño, rehacen tus arterias, levantan tus escombros. Aquí es el hontanar, la voluntad inquebrantable de vivir dignos y libres de cualquier tutela, junto a Martí y al héroe de la Sierra, junto al hermano de los años duros que aún no acaban. En nuestra Habana, la urbe sin veneno, la ciudad de la vida.

domingo, 28 de julio de 2019

Haydee*

Haydee fue una muchacha que no temió acercarse 
a aquello que rebasa la medida del hombre.
Aquello que rebasa la medida del hombre es el amor a los otros, 
no a otro –sea él, sea ella, según seamos ella o él– cuya 
presencia y figura nos completa y perfecciona, 
sino a los otros que vemos o no vemos pasar hambre de pan 
y de justicia, 
sufriendo su soledad a solas en el páramo de su desamparo,
los inocentes que no van a darnos nada en cambio de nuestro amor 
porque nada tienen que darnos, no poseyendo nada. 
Derramar la sangre ajena debió ser para ella un desgarramiento 
que no podemos siquiera imaginarnos,
pero Haydee no temió enfrentarse al terror de la sangre vertida 
por su propia mano
porque sólo así se aliviaría el hambre de los pequeños. 
Nosotros celebramos la jornada del 26 de Julio como un símbolo 
de gloria, fulgor de los mártires y los héroes, 
pero el 26 de julio los verdugos le trajeron a Haydee 
los ojos de Abel en un cacharro de lata.
Nosotros decimos con orgullo que siempre es 26 de Julio en Cuba, 
pero Haydee vivió de veras aquel solo día durante años y años. 
Mientras trabajaba, construía, hacía feliz a todo aquel 
a quien miraba con sus ojos risueños y remotos,
el estruendo del Cuartel Moncada silenciosamente tronaba 
en lo más oculto de sí misma, muy adentro de su corazón 
herido. 
Una sola batalla fue su vida, una sola, y ella combatió, 
muchachita frágil, en la soledad de su desamparo 
durante todo aquel día que duraba años y años. 
Nos la mató una bala de sombra, cayó en el Moncada con todos 
sus hermanos, 
nos la mataron, allá adentro en el Moncada, aquel día 
nos la mataron, allá adentro.

Eliseo Diego

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*Nota en el Nº 249 de la revista Casa de las Américas de octubre-diciembre de 2007,  donde salió publicado este poema: 
En cuanto al poema de Eliseo Diego «Haydee», había permanecido inédito hasta el presente, y nos fue dado a conocer por la hija del poeta, la querida escritora Fefé, quien conserva amorosamente los materiales de su padre.

viernes, 26 de julio de 2019

El 26 de julio: imagen y posibilidad

Por José Lezama Lima

La imagen es la causa secreta de la historia. El hombre es siempre un prodigio, de ahí que la imagen lo penetre y lo impulse. La hipótesis de la imagen es la posibilidad. Llevamos un tesoro en un vaso de barro, dicen los Evangelios, y ese tesoro es captado por la imagen, su fuerza operante es la posibilidad. Pero la imagen tiene que estar al lado de la muerte, sufriendo la abertura del arco en su mayor enigma y fascinación, es decir, en la plenitud de la encarnación, para que la posibilidad adquiera un sentido y se precipite en lo temporal histórico. Ese tesoro que lleva escondido un ser prodigioso como el hombre, puede ser tan solo penetrado y esclarecido por la imagen. La imagen apegada a la muerte, al renunciamiento, al sufrimiento, para que descienda y tripule la posibilidad. La historia en ese rumor de la posibilidad actuando en lo temporal, penetrando en esa vigilancia audicional del hombre. Estar despierto en lo histórico, es testar en acecho para que ese zumbido de la posibilidad, no nos encuentre paseando intocados por las moradas subterráneas, por lo intrahistórico caprichoso y errante.

En el maravilloso capítulo de la Odisea, donde Ulises desciende a las profundidades para contemplar a su madre muerta, ve como la sombra de su madre lo esquiva, a pesar de su patético esfuerzo por acercársele. Pero al fin oye la voz más querida que le dice: hijo, no permanezcas más en este sombrío valle, asciende pronto hacia la luz. La fuerza del acarreo y del encuentro le viene a decir la conseja eterna, asciende hacia lo temporal, ocupa el espacio donde la luz bate a sus enemigos y desaloja a la medusa en sus lineamientos infinitos. Y ese ascender hacia la luz es el acierto de la posibilidad, mientras la imagen errante como una luciérnaga, se apoya en una sustantividad poética, en ese campo magnético germinativo, para engendrar esa imagen que lo temporal necesita para formar esas inmensas masas corales, donde una poesía sin poeta penetra en el misterio de lo unánime. Es el cántico de la imagen, cuando logra verle la cara al develamiento de lo histórico porque ya anteriormente lo germinativo en el hombre, se nutrió de una imagen demesurada que rebasaba al hombre y le comunicaba los prodigios de la sobrenaturaleza.

Se decía que el cubano era un ser desabusé, que estaba desilusionado, que era un ensimismado pesimista, que había perdido el sentido profundo de sus símbolos. Como una piedra de frustración, el cubano contemplaba a Martí muerto, expuesto a la entrada de Santiago de Cuba, o a Calixto García obligado a quedarse contemplando las montañas, sin poder entrar en la ciudad. Pero el 26 de Julio rompió los hechizos infernales, trajo una alegría, pues hizo ascender como un poliedro en la luz, el tiempo de la imagen, los citareros y los flautistas pudieron encender sus fogatas en la medianoche impenetrable.

Decía José Martí: tengo miedo de morirme sin haber sufrido bastante. Sufrió lo indecible en vida, pero después de muerto siguió sufriendo. Ascendió purificado por la escala del dolor, decía Rubén Darío cuando lo recordaba. Ya era hora de que descansara en la pureza de sus símbolos, siendo un dios fecundante, un preñador de la imagen de lo cubano. Llegó por la imagen a crear una realidad, en nuestra fundamentación está esa imagen como sustentáculo del contrapunto de nuestro pueblo. Esa fue la interpretación de las huestes bisoñas lanzadas al asalto de la fortaleza maldita. La posibilidad extendiéndose como una pólvora de platino, fue interpretada y expresada. No fue un fracaso, fue una prueba decisiva de la posibilidad y de la imagen de nuestro contrapunto histórico, al lado de la muerte, prueba mayor, como tenía que ser. Son las trágicas experiencias de lo histórico creador. «La mar, color de cobre, dice el trágico griego, contempla impasible la muerte del hombre de guerra.» Pero la tierra, que devuelve lo que devora, convierte al héroe muerto en legión alegre que trepa por lo estelar, para apoderarse del nuevo reto del fuego.

La posibilidad actuando sobre la imagen, al apoderarse de la lejanía, de lo perdido, de la isla en el desembocar de los ríos, crea el hoc age, el hazlo, el apodérate. Es necesario que el cubano penetre en la universalidad de sus símbolos. Saber que la piña, con sus escudetes de oro quemado y el ondular de su corona de algas, es lo barroco, lo español de ultramar, como la palma, en el centro de la poesía de Heredia, significa soledad y destino espantoso, de la misma manera que el símbolo del 26 de Julio, entraña una resistencia o un bastión opuesto a la jabalina de oro de la posibilidad, que al fin cede y se querella en el misterio del fracaso.

El fracaso es, en realidad, otra prueba, la del laberinto, intentada por el centauro o por el toro inmediato. La prueba del laberinto tiene dos etapas, expresada con singular poderío por el ex libris de uno de los grandes prosistas del idioma. En la primera viñeta, el centauro se cruza los labios con el índice, apuntando silencio y el laberinto permanece dispuesto y temerario. Exorna la lámina una sentencia latina, in spe, en espera. En la otra viñeta, el centauro grita y las curvas del laberinto están abolidas, otra sentencia latina, dunque ad huc, ese hasta aquí, descifra y regala una chispa esclarecida. El 26 de Julio significa para mí, como para muchísimos cubanos tentados por la posibilidad, la imagen y el laberinto, una disposición para llevar la imposibilidad a la asimilación histórica, para traer la imagen como un potencial frente a la irascibilidad del fuego, y un laberinto que vuelve a oír al nuevo Anfión y se derrumba.

martes, 23 de julio de 2019

La lealtad a la verdad

(Entrevista con Roberto Fernández Retamar*)


Por Julio César Guanche

Roberto Fernández Retamar, uno de los mayores pensadores cubanos y latinoamericanos,
Foto: Daniel Mordzinski
encarna la tipología del intelectual orgánico en la extensión de ese concepto. 
Desde la poesía, el ensayo, la docencia y la promoción cultural, ha habilitado un espacio intelectual —ideológico— para interpretar la Revolución cubana en su autenticidad, en su ámbito latinoamericano, a partir del debate con la tradición y el permanente diálogo con las ideas producidas en cualquier latitud.
A sus setenta y seis años, el poeta de «Nosotros, los sobrevivientes» sabe que el futuro es tan largo como puede serlo un instante. Quien es un reconocido exponente de la tradición intelectual descolonizadora, presenta batalla en estas respuestas contra las estrecheces del dogma, afirma que debe «dársele voz» a nuevas generaciones para responder a los problemas del intelectual en la Cuba de hoy, defiende la compleja diversidad de la tradición socialista cubana como la fuente de donde surgieron las ideas de 1959, y asegura que la crítica revolucionaria es nada menos que la salud de la Revolución.
  
En un horizonte de intelección dialéctica, ¿qué idea le merece la posibilidad de que un sistema político sea «reversible»? ¿Qué antecedentes del tipo de formulación contenida en el «Discurso de la Universidad» (Fidel Castro, 17 de noviembre de 2005) encuentra en el discurso ideológico de la Revolución cubana? ¿Qué causas determinan, según su criterio, que haya sido enunciado en este momento?

La idea de que un sistema político sea reversible está corroborada por la historia, aunque el «etapismo» dogmático pretendió hacer creer que se pasa de un sistema a otro de modo inexorable y definitivo. El capitalismo, pongamos por caso, no se instauró de una vez para siempre sobre las ruinas del feudalismo, sino que forcejeó a lo largo de siglos, desde finales del Medioevo, avanzando y retrocediendo. En Europa, el corte se hizo visible, sucesivamente, en los Países Bajos, en Inglaterra, en la Francia de 1789. En esta última ocurrió la revolución burguesa por excelencia, mucho después de haber brotado en Italia los gérmenes del capitalismo. Pero, desde luego, un ejemplo espectacular de regresión lo hemos tenido ante los ojos con la involución del socialismo europeo entre finales de la década del ochenta y principios de la del noventa del siglo pasado. Y el desmerengamiento (como lo llamó Fidel) del experimento socialista iniciado heroicamente en la Rusia de 1917 ocurrió, en las fechas mencionadas, por errores internos, sin minimizar la labor de erosión realizada por gobiernos de los países de capitalismo desarrollado (prefiero nombrarlo subdesarrollante), en especial los Estados Unidos. No hay que olvidar que muchos de esos gobiernos agredieron militarmente a la recién nacida Revolución de Octubre. Se suele atribuir a la perestroika el final inglorioso de los proyectos socialistas de la Unión Soviética y los países europeos vecinos. Pero en la carta a Fidel de abril de 1965 que este año ha sido publicada como prólogo a los Apuntes críticos sobre la Economía Política que el Che redactara entre 1965 y 1966 (es decir, entre sus combates en el Congo y sus combates en Bolivia), él escribió: «los cambios producidos a raíz de la Nueva Política Económica (NEP) han calado tan hondo en la vida de la URSS que han marcado con su signo toda esta etapa». Y luego, de modo tajante: «los conflictos provocados por la hibridación que significó la NEP se están resolviendo hoy a favor de la superestructura; se está regresando al capitalismo».[1]Insisto en estas últimas palabras: se está regresando al capitalismo. Es decir, que más de dos décadas antes de la caída del muro de Berlín, el Che previó que el socialismo era reversible no ya en países de la Europa central y oriental donde aquel entró en la punta de las bayonetas soviéticas (suelo repetir la observación de Lezama Lima según la cual a esos países el socialismo les cayó encima como una carpa de circo), sino en la propia URSS. La previsión del Che, en cierta forma anticipada en su «Discurso en Argel» de febrero de 1965, fue sancionada por la historia, como sabemos de sobra.
Me parece que pueden considerarse como antecedentes del tipo de formulación a que usted se refiere, aunque el tema no haya sido el mismo, numerosos discursos, en especial de Fidel. Pienso, por ejemplo, en el que pronunciara en el campamento de Columbia (que pasaría a ser llamado Ciudad Libertad) el 8 de enero de 1959, fresca todavía la victoria. En tal discurso, entre otras cuestiones, Fidel anunció, a una audiencia en su mayor parte sorprendida, que la Revolución, lejos de haber concluido, estaba prácticamente empezando, y que las tareas que tenía por delante eran más arduas que las ya realizadas. Cito de memoria, así que no se busque literalidad en lo anterior.[2]Lo que me interesa subrayar es que en esas palabras aurorales Fidel decía verdades con la finalidad no de halagar, sino de enseñar. Por algo Sartre calificó de pedagógicos tales discursos. Numerosos ejemplos más podrían ser aducidos. «Nos casaron con la mentira», dijo una vez Fidel, «y nos obligaron a vivir con ella.» Frente a esa realidad ominosa, es imprescindible acudir a la verdad, que es revolucionaria, como postuló Lenin. Y esa lealtad a la verdad es lo que se muestra en el discurso del 17 de noviembre de 2005 que usted ha evocado. El tema era otro, pero similar el propósito: afrontar una cuestión candente y plantearla con crudeza al pueblo.
El que se abordara en ese discurso la posible reversibilidad del socialismo en Cuba y la también posible derrota de la Revolución a manos de «errores propios» está relacionado con la intervención del compañero Felipe Pérez Roque un mes después, el 23 de diciembre de 2005, ante la Asamblea Nacional del Poder Popular. En ambos casos, el telón de fondo era similar. Muchos de los dirigentes históricos de la Revolución Cubana no viven ya: piénsese en Camilo, el Che, Celia o Haydée, para solo mencionar a unos pocos. Y los que sobreviven, pertenecen a la tercera edad, son adultos mayores, como se dice ahora para eludir el término vejez. Representan un momento cenital de nuestra historia, pues hay en ellos heroísmo probado, un enorme caudal de experiencias y un prestigio ampliamente reconocido. Pero no pasará mucho tiempo sin que ellos desaparezcan también. Ante esa realidad innegable, es imprescindible plantearse si, con la desaparición de aquellos, también se extinguirá el proceso revolucionario que han encabezado brillantemente, con muchos más aciertos que errores, durante medio siglo. La involución experimentada por los países europeos que se decían socialistas implica la fuerte lección de que las revoluciones son reversibles. Pueden ser aplastadas por las armas, como la Comuna de París o la España agredida por el fascismo hace ahora setenta años. Pero también pueden serlo por errores internos, como ocurrió en el llamado campo socialista europeo. Fidel dijo que en Cuba contamos ya, o estamos a punto de contar, con la invulnerabilidad económica y la militar. Pero cuestiones internas, como la corrupción, pueden dar al traste con las conquistas alcanzadas. De ahí la urgencia de plantearse el problema, nada conjetural.
Poco antes de recibir yo este cuestionario, habían ocurrido la enfermedad de Fidel y la temporal delegación de sus cargos. Los enemigos se frotaron las manos desvergonzadamente. Pero el pueblo cubano dio y está dando una magnífica prueba de orden, serenidad y esperanza. Creo que, sin proponérselo, tuvo lugar un ensayo general de lo que ocurrirá un día. Y la respuesta no pudo haber sido más estimulante. Por mucho que duela, inexorablemente Fidel desaparecerá, pero la Revolución que él contribuyó como nadie a hacer nacer, a crecer y a alcanzar un horizonte mundial, pervivirá, y ello será el mejor homenaje que se rinda a su centelleante memoria.

La reversión al capitalismo del llamado «socialismo real» provocó una discusión en varios planos. Es un criterio aceptado que el «socialismo real» no resultó una alternativa cultural al capitalismo, o acaso sí una alternativa pero no una antípoda ―si entendemos que es precisamente eso: una antípoda, lo que debe ser el socialismo con respecto a la «lógica cultural» del capitalismo―. Ese tipo de socialismo compartió con el capitalismo sus presupuestos culturales ―civilizatorios― básicos, al punto de que la derrota del «socialismo real», más que una victoria del capitalismo, implicó, para diversos autores, una crisis de la civilización occidental. Según su criterio, observando aquella derrota y esta «victoria» del actual capitalismo, ¿cómo queda «parado» en ese escenario el proyecto de la modernidad?

El concepto de modernidad es harto polisémico. O dicho de otra manera: no significa lo mismo para diferentes observadores. Me cuento entre aquellos para quienes las bases de la modernidad fueron echadas a raíz de 1492, con la segunda llegada azarosa de europeos al continente que iba a ser llamado América. La primera vez, la de los vikingos, fue intrascendente; pero la segunda, la que empezó a finales del siglo xv, llevaba en sí las semillas del capitalismo, que se desarrollaría a partir de entonces, en detrimento de numerosas comunidades humanas extinguidas o gravemente dañadas. Desde esta perspectiva, modernidad es sinónimo de capitalismo. Y también de civilización occidental, que se proclamó la sola civilización posible, por lo que sus portavoces han considerado que el resto de la humanidad constituye la barbarie, aunque ahora se valgan también de otras denominaciones. Quiero recordar que, en el siglo xx, pensadores de nuestra América como José Carlos Mariátegui y Leopoldo Zea sostuvieron que el mundo occidental es el capitalismo desarrollado (al que ya dije que he propuesto llamar subdesarrollante). Por su parte, en 1884, Martí había rechazado «el pretexto de que la civilización, que es el nombre vulgar con que corre el estado actual del hombre europeo, tiene derecho natural de apoderarse de la tierra ajena, perteneciente a la barbarie, que es el nombre que los que desean la tierra ajena dan al estado actual de todo hombre que no es de Europa o de la América europea». Siendo así las cosas, un auténtico socialismo tiene que plantearse una modernidad otra, distinta de la que encarna el capitalismo. Sin duda el llamado «socialismo real», para usar palabras de usted, «no resultó una alternativa cultural al capitalismo». Es algo que, entre otros, postuló Fredric Jameson. Pensando en nuestra América, pero la observación es válida más allá de nuestras fronteras, Mariátegui planteó que nuestro socialismo no debía ser calco ni copia, sino creación heroica. Observación tanto más válida por cuanto lo que se estuvo calcando o copiando en el seno del llamado «socialismo real» era el capitalismo, como dijo con toda claridad el Che.

Edmund Burke, padre-fundador del pensamiento conservador, afirmó que 1789 solo sería capaz de convocar la barbarie y, con ella, la destrucción del orden moral y las tradiciones civiles y políticas de Francia. A la luz de hoy y, en este caso, sobre la Revolución cubana, ¿qué opone usted a los actuales seguidores del autor de Reflexiones sobre la Revolución francesa? ¿Qué balance hace usted de la experiencia revolucionaria de Cuba en relación con este país, con nuestra América y con respecto al capitalismo como sistema?

Es significativo que la vindicación del libro de Edmund Burke haya sido hecha, entre otros lugares, en la importante revista de derecha que fue Vuelta. Las opiniones contrarrevolucionarias de Burke en aquel libro venían como anillo al dedo a quienes objetaban no ya la añosa Revolución francesa, sino la vigente Revolución cubana. Un ingenioso amigo mexicano me dijo en una ocasión que cuando una entrega de Vuelta no traía un artículo contra Cuba es porque traía dos. A los actuales seguidores del autor de Reflexiones sobre la Revolución Francesase le oponen las contundentes realidades de la Revolución cubana. El balance de la experiencia revolucionaria de Cuba en relación con nuestro país es altamente positivo. Se conocen de sobra realidades suyas como la independencia del país, la completa alfabetización del pueblo, su pleno empleo, sus niveles de educación, salud, su horizonte científico y cultural en el más amplio sentido de la palabra. En cuanto a nuestra América, hubiera sido impensable la nueva situación que vive sin la existencia y la solidaridad de la Revolución cubana. Naturalmente, ello le ha acarreado a esta la más feroz hostilidad del gobierno de los Estados Unidos y de aquellos otros países capitalistas que se le someten. Cuba demuestra que es viable una alternativa no capitalista, socialista, a noventa millas del imperio más prepotente de la historia. Esa es su gloria y su riesgo.

Usted ha afirmado que Cuba nunca fue un satélite de la ex URSS y que menos podría serlo una vez desaparecida esta, en respuesta a criterios que buscaban paralelos «normativos» entre la experiencia soviética y la cubana. La viabilidad del socialismo hacia el futuro debe suponer la necesidad de constituirse en una alternativa explícita, declarada, tanto al capitalismo como a lo que resultó ser el socialismo soviético. Siendo usted un socialista, formado en su juventud en las páginas de Bernard Shaw y que luego ha continuado con un largo y erudito tránsito por la historia y la filosofía ―aunque se declare no más que «un poeta metido en camisa de once varas»―, de los «socialismos» que conoce, ¿qué dejaría usted atrás, y con qué continuaría hacia delante?

Si en otra entrevista me declaré un poeta metido en camisa de once varas,[3]fue por respeto a los auténticos historiadores y filósofos, de los que necesitamos tener más. Y en ejercicio de aquella condición, he escrito ensayos y respondido cuestionarios como el que usted me hizo llegar: cuestionarios que obligan a producir ensayos intermitentes. Añado que no conozco sino unos cuantos «socialismos», lo que no me permite generalizar. Pero, a partir de lo que sé, dejaría atrás la pobreza intelectual encarnada en dogmatismos y burocratismos, y, por supuesto, las violaciones de toda naturaleza, crímenes incluidos, que se conocen con el nombre de estalinismo. Aprovecho para decirle que el sintagma «culto a la personalidad» oculta más de lo que aclara. No es propio del materialismo histórico limitarse a decir que Stalin era un hombre muy malo que obligó a que se le rindiera culto. Es menester explicar cómo fue posible que, tras la muerte relativamente temprana de Lenin, se llegara a las monstruosas deformaciones que se hicieron pasar por propias del socialismo. En este sentido, me siguen pareciendo atendibles las explicaciones que aportara Isaac Deutscher.[4]Así se lo dije en una ocasión al Che (tras preguntarme él a qué atribuía yo que la URSS se hubiera ido a la mierda), pero él no estuvo de acuerdo, pues pensaba, como ya he mencionado, que el origen de las deformaciones estaba en la NEP y en el hecho de que la muerte de Lenin impidió tomar medidas que hubieran hecho posible una rectificación del rumbo asumido por la URSS a partir de la NEP.
Por otra parte, continuaría hacia adelante con el arrojo de las auténticas revoluciones socialistas, con su desafiante esfuerzo por oponerse a una historia milenaria (mejor es llamarla, como propuso Marx, prehistoria) y abrirse a un porvenir en que sea posible la plena hominización del ser humano. Esto, según sabemos, no ha resultado nada fácil. El socialismo no surgió, como habían pensado Marx y Engels, en países de capitalismo avanzado, sino que, por la realidad del imperialismo, que ellos no llegaron a conocer, pero sí Lenin, surgió en la atrasada Rusia zarista. Y aunque, a raíz de la terminación del segundo período de la Guerra Mundial, se expandió por naciones colindantes con la Unión Soviética, varias de las cuales habían conocido desarrollo capitalista (Alemania oriental, Checoslovaquia), tanto en la URSS como en aquellas se extinguió unas décadas después. Pero se mantuvo (se mantiene) en países que eran también atrasados, como China, Corea, Viet Nam y Cuba. Ese atraso nos ha obligado a acometer tareas que hubiera debido realizar el capitalismo maduro, además de las propias del socialismo.
Continuaría adelante, también, con el heroísmo desplegado, en defensa de sus respectivas revoluciones socialistas, por tales países, y desde luego por la URSS, a la cual se debió en inmensa parte la derrota del nazismo. Y siendo, como soy, un escritor, un artista, permítame mencionarle que continuaría adelante, igualmente, con el hermoso florecimiento que conocieron las artes de vanguardia en la flamante Revolución rusa, hasta que fueron sofocadas por la creciente osificación que sufrió el país. Para decirlo con una expresión que fue frecuente hace años, continuaría adelante con una revolución, esta vez socialista, sin Termidor.

En Cuba hay una intensa tradición de polémicas culturales e ideológicas. Para no recurrir a una larga historia, podemos recordar cómo a partir de la década del veinte del siglo pasado muchos intelectuales, algunos de los cuales se encuentran muy cerca de usted en sensibilidad poética y en idea revolucionaria, protagonizaron polémicas en diversos campos que todavía hoy son de gran valor no solo para la historia de las ideas en Cuba, sino para el debate sobre temas que, formulados desde entonces, alcanzan este presente. Después de la Revolución fue también significativo el espacio cultural y político abierto a polémicas de variado signo. Dentro de ellas hay una en particular que, según entiendo, no ha sido retomada en toda su hondura: la tradición ideológica y cultural del socialismo en Cuba configurada antes del triunfo de 1959. ¿Qué encuentra usted en esa tradición que, con sus diferencias, abarca nombres notorios como los de Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Raúl Roa, Blas Roca, Carlos Rafael Rodríguez, así como los nombres menos estudiados y menos «reconocidos» de Jorge Vivó, Sandalio Junco, Aureliano Sánchez Arango o Juan Ramón Brea? Dando un salto en el tiempo, ¿cómo valora usted el pensamiento que hoy se produce en Cuba, en cuanto a sus alcances y sus límites?

Aunque conozco bastante bien los aportes de la mayor parte de las figuras que usted menciona (y de otras que les están emparentadas, como Juan Marinello, Antonio Guiteras, Pablo de la Torriente, Leonardo Fernández Sánchez o José Antonio Portuondo), ignoro, y ello querrá decir algo, los que se deben a Jorge Vivó y Sandalio Junco.[5]Supe de Aureliano Sánchez Arango cuando era ministro de Carlos Prío, y había dejado atrás su valiosa insurgencia juvenil.[6]En cuanto a Juan Ramón Brea (a quien, según me habló de él Portuondo, que lo conoció, llamaban Neneno), estoy algo familiarizado con su poesía, que habrá que rescatar, así como a la labor del santiaguero Grupo H sobre el cual escribió Mary Low en Orígenes, pero no con sus aportes políticos.[7]Con tanta ignorancia a cuestas, creo que carezco de autoridad suficiente para responder de modo adecuado su pregunta. Pero para no dejarla en blanco, diré que esa compleja tradición nos ha sido vital. En ella se formaron los conductores de la actual Revolución cubana (y, como es bien sabido, en la prédica moral del rebelde Eddy Chibás,[8]prédica sintetizada en la fórmula «Vergüenza contra dinero»). Un aspecto muy importante de tal tradición fue la actualización del pensamiento martiano, que inició Julio Antonio Mella en 1926 y fue seguida por muchos, dando lugar a lo que Cintio Vitier ha llamado un marxismo martiano: el que desembocó en la actual Revolución Cubana.
En cuanto a la otra pregunta, me parece que seguimos contando con un pensamiento valioso en varios dirigentes políticos (en primer lugar, desde luego, Fidel); y en lo que toca a otros, según espero, se está saliendo de la etapa infeliz en que coincidieron, en lo mundial, el desprestigio de buena parte de la izquierda por la decadencia de la URSS y sobre todo a raíz de la caída del campo socialista europeo; y en lo interno, el manualismo primitivo que tanto daño hizo al ofrecer una versión caricaturesca del materialismo dialéctico e histórico, y las consecuencias en la vida intelectual del Período Especial. Admiro a quienes, como Fernando Martínez Heredia y varios de sus cercanos compañeros,[9]prosiguieron elaborando un pensamiento revolucionario genuino, y a quienes, por lo general agrupados en torno a revistas (como Temas Marx Ahora, para solo nombrar un par de ellas) o a centros de investigación, hacen aportes serios en este campo. Los alcances de ese pensamiento en elaboración son enormes, y sus límites están impuestos solo por la necesidad de no hacerse eco de un enemigo que nos ha hostigado bárbaramente durante casi medio siglo. Pero sin olvidar que sobre esto último hay más de un criterio, pues los dogmatismos tienden a estrechar hasta el ahogo esos límites. Es una de las consecuencias laterales del bloqueo. Confío en que generaciones más jóvenes, a una de las cuales pertenece usted mismo, enriquezcan nuestro pensamiento en forma que en muchos casos no podemos prever.

En su ensayo «Hacia una intelectualidad revolucionaria en Cuba» usted escribió: «Hace poco me preguntaba en México Víctor Flores Olea por qué los intelectuales cubanos no participaban sino excepcionalmente en las discusiones sobre problemas de tanto interés como las referidas al estímulo material, a la ley del valor, etcétera.» Usted aseguraba que aquella pregunta «rozaba» el siguiente punto: «los intelectuales cubanos, que han debatido lúcidamente sobre cuestiones estéticas, deben considerar otros aspectos, so pena de quedar confinados en límites gremiales.» Respecto a la participación de los intelectuales cubanos en el debate sobre el «Discurso de la Universidad», ¿hasta dónde se parece aquella situación a la actual? Siguiendo su línea de análisis de entonces, ¿cuáles serían hoy los «problemas de un intelectual revolucionario» en Cuba?

El ensayo que usted menciona lo escribí y publiqué en 1966.[10]Es decir, que está cumpliendo cuarenta años. Sería imposible que en tan dilatado lapso no se hubieran producido cambios a menudo gigantescos. Pienso en el asesinato del Che y la postergación del proyecto que encarnaba, en el angostamiento intelectual durante el llamado por Ambrosio Fornet «quinquenio gris», en la voluntad de rectificar errores desde mediados de los ochenta del siglo pasado, en la mentada caída del campo socialista europeo que tanto afectó a la izquierda en todo el mundo, en el Período Especial... Además, los cubanos que viven hoy nacieron, en su mayoría, después de enero de 1959, o eran niños entonces. Nuestro pueblo es el mismo y es otro. La situación en 2006 no es, no puede ser igual a la que existía en 1966. Por añadidura, escribí tal ensayo desde la perspectiva de mi generación, que entonces andaba por los treinta y tantos años, y ahora tengo setenta y seis. Para hablar hoy de los «problemas del intelectual revolucionario», debe dársele la palabra, sobre todo, a una generación joven.

¿Cómo entiende usted la crítica revolucionaria hacia la Revolución?

En su fundamental, inagotable texto «Nuestra América», Martí dijo con toda claridad: «Los pueblos han de vivir criticándose, porque la crítica es la salud; pero con un solo pecho y una sola mente.» Y el Che, de regreso en Cuba, donde se preparaba para ir a pelear a Bolivia, añadió que «si se negara el derecho a disentir en los métodos de construcción (lucha ideológica) a los propios revolucionarios se crearían las condiciones para el dogmatismo más cerril. Debemos convenir en que los criterios opuestos sobre métodos de construcción son el reflejo de actitudes mentales que pueden ser muy divergentes en ese punto, pero planteándose honestamente el mismo fin».[11]La Revolución necesita la crítica, porque la crítica es la salud. Tal crítica supone señalar los que se consideren errores cometidos en nombre de la Revolución, y también disentir en los métodos de construcción. En el muy citado discurso de Fidel que se publicó con el título «Palabras a los intelectuales», él pronunció la famosa frase «dentro de la Revolución, todo; contra la Revolución, nada». Entiendo que dentro de la Revolución se incluye la crítica hecha a medidas o aspectos que no parezcan positivos si tal crítica es ejercida por los propios revolucionarios. Es lo que Martí se adelantó a decir cuando postuló que la crítica que es la salud implica un solo pecho y una sola mente. Sería absurdo confundir la crítica dentro de la Revolución con la que se hace contra la Revolución.

¿Cuándo entrará a imprenta aquel ensayo prometido en «Cuba defendida», que versaba sobre un país imaginario llamado «Haipacu»? ¿Cómo lo escribiría ahora en relación con el nuevo mapa político existente en América Latina?

Me temo que ese ensayo no irá nunca a imprenta, y no pasará de ser, como es, un breve capítulo de mi ensayo «Cuba defendida». Al escribir este último y abordar el tema en cuestión, procedí según el criterio de Borges de acuerdo con el cual no era necesario producir un grueso volumen cuando se le podía dar por existente y sintetizar su idea central en unas cuantas líneas. Ahora bien, en el nuevo y esperanzador mapa político de nuestra América, hemos visto cómo, más allá del acrónimo «Haipacu»,[12]les han sido descerrajadas por el imperialismo sendas leyendas negras a la Venezuela de Chávez y a la Bolivia de Evo mientras en otros países del área existen gobiernos, digamos, decorosos. Nuevas leyendas negras les son y les serán propinadas a cuantos gobiernos latinoamericanos y caribeños se opongan frontalmente al imperialismo y a su arma del momento, el neoliberalismo. Y esos gobiernos han venido y otros vendrán. Hacía tiempo que la situación de nuestra América no era tan promisoria. No coincidieron en el tiempo el gobierno chileno de la Unidad Popular y el sandinista nicaragüense. Hoy la situación es bien distinta. Con la resistencia y la solidaridad de la Revolución Cubana, y con el ALBA, amanece un mundo mejor para nuestros sufridos países. Que el imperialismo y sus secuaces intenten escarnecer a quienes se les opongan hace recordar el viejo decir castellano «Ladran, luego cabalgamos».

En su momento, usted encontró en Diálogos sobre el destino, de Gustavo Pittaluga, «una voz de confianza, asentada en nobles sabidurías» que «alimentaba una esperanza». Aquel «pueblo con poca ilusión» fue luego actor y testigo de una gran Revolución. A casi cincuenta años de 1959, y después de haber vivido estos años, e interpretado la experiencia cubana del modo tan hermoso y lúcido como lo ha hecho a lo largo de varias décadas, ¿cuál es hoy su esperanza sobre el «destino» de Cuba y de los cubanos?

Es incomparable la Cuba de hoy con la de 1954, fecha en que Pittaluga publicó su notable libro. En cuanto a la esperanza, le recordaré que cuando en 1959 publiqué un cuaderno de poemas escritos en su mayoría en los meses finales de 1958, y dos de ellos en el propio 1959, titulé a ese cuaderno, creo que el primero de su género en abordar la naciente revolución, Vuelta de la antigua esperanza. Esa esperanza era antigua porque remitía a los treinta años de lucha por la independencia y ciertamente a Martí, a la revolución del treinta, y en general a los intentos hechos durante la República mediatizada por convertirla en una República libre y soberana. Cuba es hoy esa República libre, soberana, justa y solidaria. (Por lo cual, dicho sea entre paréntesis, me extraña leer a veces que solo se llame República de Cuba a la mediatizada.) El destino de Cuba y los cubanos es amenazado pero grandioso. No obstante los errores que hayamos cometido en la forja de una nueva República, los aciertos son inmensamente mayores, e incluyen colaboraciones esenciales con otros países, en especial de nuestra América y África. Más que nunca antes tenemos el derecho y el deber de alimentar la esperanza.

(Esta entrevista forma parte del libro En el borde de todo. El hoy y el mañana de la revolución en Cuba, Ocean Sur, 2007.)


*Roberto Fernández Retamar (La Habana, 1930). Poeta, crítico y ensayista. Premio Nacional de Literatura en 1989. Presidente de Casa de las Américas. Miembro del Consejo de Estado de la República de Cuba. Profesor Titular de la Universidad de La Habana. Profesor honorario de la Universidad de San Marcos en Lima, Perú, y doctor Honoris Causa de las Universidades de Sofía y Buenos Aires. Colaboró con la revista Orígenes(1951-1956). Fue director de Nueva Revista Cubana(1959-1960), y fundador y director de la revista Unión (1962-1964). Es director de la revista Casa de las Américasdesde 1965.
[1]Ernesto Che Guevara, Apuntes críticos a la economía política, Ocean Sur-Centro de Estudios Che Guevara, 2006, p. 31 (edición cubana: Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 2005).
[2]Este discurso puede consultarse de modo íntegro en 
http://www.cuba.cu/gobierno/discursos/1959/esp/f080159e.html(fecha de descarga en la web: 27 de diciembre de 2006).
[3]Se refiere a la entrevista que concedió a Goffredo Diana y John Beverley, aparecida en español con el título «Un poeta metido en camisa de once varas», en Cuba defendida, Ediciones Unión, La Habana, 1996, pp. 9-52.
[4]Historiador, escritor y político polaco (1907-1967). A los 19 años se afilió al Partido Comunista polaco, del que fue expulsado en 1932 por sus críticas al estalinismo. Alcanzó justo renombre como uno de los más autorizados especialistas en sovietología. Su amplísima obra biográfica e histórica comprende, entre otras, las biografías de León Trotsky, José Stalin, y una inconclusa sobre Vladimir I. Lenin. Sus muy acertados análisis sobre el régimen estalinista, y sobre lo que este significó con respecto al proyecto bolchevique, conservan vigencia para comprender la experiencia soviética.
[5]Más allá de la significación de un nombre u otro, el objetivo de la pregunta apunta a la necesidad de recuperar la complejidad y diversidad de la tradición socialista cubana. (A este respecto, ver la entrevista con Ana Cairo Ballester en el presente libro). Jorge Vivó ocupó la secretaría general del primer Partido Comunista, fue uno de los corredactores del ensayo Cuba: factoría yanqui, escrito junto a Rubén Martínez Villena; a partir de 1936 emigró a México, allí «perteneció al claustro de la Universidad Nacional Autónoma de México donde desarrolló una brillante carrera hasta el punto de que una biblioteca lleva su nombre». Sandalio Junco, dirigente obrero comunista, «compartió el exilio con Mella en México. Fue enviado a estudiar a Moscú. A su regreso, fundó el Partido Bolchevique Leninista Cubano (septiembre de 1933), filial cubana de las agrupaciones trotskistas». Las citas están tomadas de Ana Cairo, «Los otros marxistas y socialistas cubanos. 1902-1958», en Mariátegui, Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2002, p. 246.
[6]Aureliano Sánchez Arango, militante comunista del Directorio Estudiantil de 1927. Integró el claustro universitario, se especializó en Derecho Laboral y escribió Legislación Obrera. Fue Ministro de Educación en el gobierno de Carlos Prío Socarrás, gobierno este sacudido por continuos escándalos de corrupción. En 1949 Eduardo Chibás acusó públicamente de corrupción a Aureliano, en un debate muy sonado que llevó a Chibás al suicidio, al no poder documentar con pruebas su denuncia.
[7]Juan Ramón Brea, dirigente estudiantil, poeta surrealista y militante revolucionario trotskista.
[8]Eduardo Chibás fue miembro del Directorio Estudiantil Universitario de 1927. Elegido diputado en 1939 y senador en 1944, fundó el Partido del Pueblo Cubano, llamado «partido ortodoxo» (1946). Luchó contra la corrupción política, atacando especialmente la administración de Carlos Prío Socarrás. Captó el fervor popular con su programa de adecentamiento cívico de la política cubana en medio de una corrupción generalizada.
[9]Se refiere a la obra intelectual y a la posición de quienes se iniciaron en el Departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana (1963-1971). Fernando Martínez Heredia fue director de dicho Departamento a partir de 1966. En su seno se gestó un cuerpo de pensamiento de inspiración descolonizadora y abierto en temáticas y enfoques, que desde una perspectiva marxista, tercermundista y latinoamericana se hizo crecientemente crítico del «doctrinalismo marxista» proveniente de la URSS. La revista Pensamiento Crítico (1967-1971), editada por el Departamento, representó el órgano teórico de esa posición. El Departamento y la revista fueron cerrados en 1971, pero la inmensa mayoría de sus miembros permanece en Cuba y se mantiene consecuente con aquella perspectiva, como son los casos de Juan Valdés Paz y Aurelio Alonso, participantes del debate que conforma el segundo capítulo de este libro.
[10]El texto fue incluido por su autor en Ensayo de otro mundo, Instituto del Libro, La Habana, 1967, y ha sido reeditado en numerosas ocasiones, la más reciente de ellas en Cuba defendida, Letras Cubanas, La Habana, 2004.
[11]Orlando Borrego, El camino del fuego, Imagen Contemporánea, La Habana, 2001, p. 371.
[12]En el ensayo Cuba defendida, Haipacu es un país imaginario, pero su nombre está formado por las sílabas iniciales de Haití, Paraguay y Cuba, países que, en diversos momentos y en diferentes condiciones, han sostenido procesos de independencia nacional de gran significado para la historia latinoamericana.