Por Jesús Ortega
En cierto lugar de la Habana, en el barrio conocido como Santos Suarez, en calle que lleva el nombre del General Mambí Juan Delgado y muy cerca del modesto parque de La Floresta, habitaba hacia 1952 una familia compuesta por la abuela Lupe, la dueña de casa Cachita, el cabeza de familia Manolo, la hermosa jovencita Iris y el adolescente Juan Leovigildo… Disculpen, me olvidaba de Cuca, representante del género caprino en la casa.
El cabeza de familia, Manuel Acosta, Viajante de Comercio, jinete cotidiano de un heroico aunque modesto automóvil por toda la antigua provincia de la Habana, ofreciendo frijoles, jamones y quesos, entre otros productos alimenticios, a sus clientes. Nacido en Islas Canarias pero tan cubano como el que más. La dueña de casa, Caridad Mesquida, profesora de piano, ex directora de una célebre orquesta femenina de música popular, aprovechando cada minuto del día en alguna tarea doméstica, cuando no estaba tomándole la clase a algún discípulo; Lupe, la abuela amorosa que cuidaba y sobreprotegía celosamente al nieto adorado, lamentablemente ya huérfano de madre, Mercy Mesquida, que había sido cantante, saxofonista y estrella principal de la mencionada orquesta femenina. Iris, la hermosa niña, hija de Cachita y Manolo, estudiaba el piano, pero sin exceso de entusiasmo, y el jovencito, a quien todos llamaban ya Leo, distribuía sus intereses entre la guitarra, el dibujo, buscar las hojas de un álamo apócrifo que crecía en recios árboles y de cuyas hojas se alimentaba Cuca (la chiva, claro está), y la bicicleta de su prima, de la que se apoderaba cada vez que tenía oportunidad. Contaba entonces con trece años de edad.
Justo en esos días nació nuestra amistad que, afortunadamente, aun mantenemos fuerte y siempre renovada. Muchas aventuras hemos compartido. Construimos algunas cosas, también ayudamos a construir otras acompañando a jóvenes de aquellos días, tan inquietos como nosotros en el campo de la cultura.
El joven Juan Leovigildo Brouwer y Mesquida con el tiempo se convertiría en el Leo Brouwer universalmente admirado, actualmente considerado como uno de los compositores vivos más importantes del mundo.
Fui su primer alumno de guitarra, a pesar de que le aventajaba en edad y él tenía muy escasos conocimientos todavía. Me transmitía los que su padre le había impartido, de oído. Con frecuencia se trataba de piezas más o menos famosas del repertorio de los aficionados a la guitarra. Fue su padre el eminente médico e investigador de la biología Juan Brouwer Lecuona, hijo de Ernestina Lecuona y Juan Brouwer Legañoa, estupendo aficionado a la guitarra en cuyo conocimiento lo habían iniciado los eminentes maestros Severino López (clásica) y Vicente González Rubiera, más conocido como Guyún (popular). También me transmitía lo que aprendía cuando tomaba las clases de guitarra flamenca con Chucho Vidal, notable cultivador del género en Cuba quien había sido discípulo del gran Agustín Castellón, más conocido como ”el niño Sabicas”.
Muchas anécdotas pudiera contar de aquellos años, iniciales para nosotros, en el cultivo de la música. Tengo muy presente nuestro fervor por el estudio de la técnica; era tan intenso que le hacíamos la vida imposible a todos los que nos rodeaban con nuestra cantaleta de escalas y arpegios, por lo que fuimos siendo excluidos de los lugares de uso colectivo, encontrando la paz en la vivienda de nuestra ya conocida Cuca. Dedicábamos algún tiempo para librar la pequeña caseta donde ella moraba, de las simpáticas aunque molestas bolitas que producía dicho animalito después de procesar, aprovechar y desechar lo que no le servía de aquellas hojas de álamo que le proporcionaba con diligencia Leo. Una vez higienizado adecuadamente el local, lo utilizábamos durante horas en el estudio, a veces acompañados de la dueña del recinto, no estoy seguro si con su aprobación y beneplácito.
Nos sobraban el entusiasmo y las ganas de tocar la guitarra pero también teníamos otras preocupaciones con respecto a la música y la cultura en general. Buscábamos conocimientos y caminos en diversas disciplinas. En ocasiones encontramos en el teatro muy fuertes intereses, lo que nos llevó a integrarnos a la compañía teatral “LOS JUGLARES”, que dirigía nuestro amigo Carlos Suarez Radillo. Con dicho grupo hicimos una gira con obras de Federico García Lorca que nos llevó a conocer Santiago de Cuba. En el Cine Club VISION, del que fuimos fundadores, participamos muy activamente en los grupos de Interés del Cine, Teatro, Literatura y, como era natural, en los de Música.
Por intermedio de un amigo guitarrista conoció el Dr. Juan Brouwer al Maestro Isaac Nicola, quien nos llevó a conocerlo. Pronto Leo se convirtió en su alumno; yo unos meses después. Este gran maestro influyó definitivamente en nosotros, particularmente estimuló a Leo a componer, tan pronto descubrió sus enormes dotes para hacerlo. Los estudios académicos de Brouwer fueron meteóricos, no más de cuatro años, más bien menos, y los hizo siendo un adolescente. Sus estudios posteriores en Nueva York y Hartford fueron simples constataciones de que lo que estaba haciendo era lo correcto. Ha sido siempre Leo un autodidacta, en todas las esferas del conocimiento en que se ha interesado y creo que, si como discípulo de si mismo es muy aplicado, como su maestro es implacable.
Debo contar también que Leo tenía grandes dotes para el dibujo y la pintura. Mi madre conservaba algunas hermosas plumillas de su etapa de estudiante de artes plásticas. Lamentablemente no era posible mantener con absoluta intensidad ambas artes y él muy temprano se decidió por la música, en la que ha explotado diversas facetas: compositor, guitarrista, percusionista, director de orquesta, promotor, docente y también incursionó en la ejecución de otros instrumentos musicales. Todas ejercidas con el mayor rigor y rotundo éxito.
Me parece una fantasía onírica estar inmersos en el año en que se arribó nada menos que a los 85 años de vida nuestro querido hermano Leo.
No es posible que el tiempo haya pasado tan raudo. Yo lo sigo viendo tan joven y lleno de fuerza creadora para transformar al mundo, a pesar de esa barba casi blanca que adorna su rostro, igual que cuando tratábamos de realizar cualquiera de los proyectos en que nos involucramos siendo muy jóvenes. Me dirán que han transcurrido más de setenta años desde el comienzo de esta aventura y eso puede ser exacto o no, según el ángulo desde el que lo asimilemos.
Si hace tan solo algún tiempito desandábamos las calles de Santos Suarez “desfaciendo entuertos” y proyectando el nuevo mundo donde deseábamos vivir, la valija llena de sueños y proyectos pero aun carente de resultados. Un rato después se fue a New York y Hartford, dicen que a estudiar. Realmente su presencia allí solo sirvió para que los maestros constataran que él ya sabía casi todo lo necesario y que lo que faltaba tendría que inventarlo por sí mismo.
Tan solo un “tincito” más de tiempo y ya figuraba Leo entre los guitarristas más famosos del mundo. Algunos dicen que tocaba la guitarra española, pero yo sé muy bien que nunca traicionó su guitarra: mulata y rotundamente cubana. Con ella tocó y maravilló al público en las más importantes salas de concierto de Europa, Asia y América y grabó discos excelentes, algunos con innovadores programas que sirvieron de guía a los guitarristas profesionales que en el mundo ejercen. Son antológicas sus grabaciones de las “Sonatas” de Scarlatti, las obras de la “avangard” o sus propias composiciones.
Desde muy temprano tenía muy arraigada la manía de gastar papel pautado en grandes cantidades, escribiendo parte de la música que le pasaba por la cabeza –y digo parte porque por rápido que marchara la mano siempre fue mucho más veloz su pensamiento creador--. Eso ha dado como resultado un impresionante catálogo que comprende música de casi todos los géneros conocidos y algunos que él mismo se inventó, por ejemplo uno en que sustituye por simples papeles los instrumentos musicales (no queda alternativa, hay que perdonarle semejantes deslices).
En este mismo instante, o en cualquier otro, en las grandes ciudades del mundo, en las pequeñas o en cualquier claro u oscuro rincón, hay infinidad de guitarristas tocando su música; lo mismo en algún concierto que en la privacidad del trabajo diario. Es excepcional el centro de estudios musicales donde sus obras no aparezcan en lugar privilegiado de los programas de estudio de la guitarra. Son realmente incontables los discos en que se incluye su música para guitarra y no pasan muchos días sin que conozcamos de la aparición de alguno nuevo. Muchos importantes guitarristas se encuentran enfrascados en la grabación de sus obras completas para el instrumento, tarea prácticamente imposible porque cada día añade alguna obra a su catálogo.
Como director orquestal ha dejado una brillante labor. Fundó y estuvo por más de diez años al frente de la Orquesta de Córdoba, allí sentó cátedra de programación y de uso social de una institución de esas características, ejemplo que marcó pautas al resto de las orquestas de España. También lo hizo con la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba. Algunas de las más importantes orquestas del mundo han contado con él para dirigir conciertos llenos de excelencias musicales y de audacias de programación; se incluye entre ellas la famosísima y exclusiva Orquesta Filarmónica de Berlín. Su catálogo de grabaciones como director de orquesta es impresionante e igualmente se destaca por la singular elección del repertorio, siempre con la mayor creatividad.
Los guitarristas más importantes del mundo le acosan para encargarle la composición de alguna nueva obra para su repertorio, con demasiada frecuencia conciertos para guitarra y orquesta que, después de largas y complicadas negociaciones donde no faltan las rotundas negativas, protestas por falta de tiempo y otras razones reales o imaginarias, cumple con estoicismo y crea nuevas maravillas, cual si fuera una condena de por vida. Por esas causas en su catálogo aparecen más de una veintena de obras para guitarra y orquesta y este año ha terminado su décima sonata para guitarra.
Por si todo esto no fuera suficiente, convocado por Alfredo Guevara creó y encabezó el indispensable Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC donde tuvo la oportunidad única de estimular y contribuir sólidamente a la formación y desarrollo inicial de un apreciable número de creadores jóvenes que pronto se convirtieron en referentes de la cultura cubana. No puedo imaginar ese valioso grupo de artistas creadores con otro guía.
Leo Brouwer es uno de los grandes, de los gigantes de la cultura cubana contemporánea. Alguien que como Carpentier, Lam, Lezama, Amelia, Guillén y algunos otros, que ha logrado reconocimiento universal a su obra y con ello que se valore y prestigie el poderoso arte de nuestra patria. Representa la música cubana en su perfil más ancho, sin estériles omisiones, tal como lo hiciera su ilustre antepasado Ernesto Lecuona, ahora con un objetivo mucho más profundo y abarcador.
Leo Brouwer es hoy uno de los mitos vivientes de la cultura americana, de los grandes compositores de estos tiempos, ya reconocido en todos los confines del mundo. Con su naturalidad en el trato hacia todos, la escasez, por no decir inexistente preocupación por mostrar el éxito universal de su obra, sus grabaciones discográficas y actuaciones, los reconocimientos que en todas partes le otorgan, parece esconder deliberadamente su excepcionalidad, ocultándose entre sus amigos y fundiéndose en el pueblo del que surgió.
Creo que ha sabido sacar buen provecho de sus primeros 85 años ¿Qué obras impresionantes nos regalará en los próximos?