Por José A. Castro Urioste y Manuel Liendo
‒¿Cómo podría describir la función del escritor dentro de la revolución?
‒Bueno, en realidad, yo llegué a la revolución con una gran carga porque a pesar de que no había escrito nada antes de la revolución, sí me había movido en medios culturales. Por eso conocí a algunos poetas y narradores, y supe de sus destinos que eran bastante desagarrados. Al menos en Cuba fue así antes de la revolución. A mí eso me ha parecido muy dramático y es muy importante resaltarlo.
Recuerdo a escritores, cuando era joven, que eran quince años mayores que yo, que pasaban un trabajo terrible para publicar sus libros. El único premio que existía, y estaba a veces un poco contaminado de fuerzas oscuras, era el Premio Alfonso Hernández Catá. Y los escritores que ganaban ese premio iban con ese dinero a una imprenta pobre a editar sus libros y después distribuirlos en la calle. Y recuerdo claramente a esos escritores distribuyendo sus libros en La Habana, y eso en los casos cuando podían utilizar ese dinero para publicar porque en otras ocasiones lo usaban para alimentarse. Ese medio, esa situación, dejó una marca en mí.
Luego pasaron los años y vino la revolución y esos mismos escritores han publicado sus libros gracias a la editorial que existe en Cuba. Ya la situación es completamente diferente.
Ahora bien, esta es una cuestión técnica, práctica, material. También debemos tener en cuenta la parte ética y el cambio es drástico. Por ejemplo Alejo Carpentier, que se formó en el capitalismo y que era consagrado en 1959, hizo una intervención pública en nuestros sábados del libro, y dijo que por primera vez se sentía escritor, se sentía útil y necesario, porque la revolución le había dado la verdadera voz pues se completaba con la lectura.
Como sabemos, la literatura se completa cuando se lee, pero no cuando se lee por una élite, sino cuando se lee por las multitudes. Y la literatura de Carpentier, que no se lee tan fácil por lo barroco, hoy en día es leída en Cuba por el pueblo. Eso tiene una gran significación. Por eso, la voz de un escritor en Cuba se toma en cuenta. Y cuando un escritor hace una crítica o hace una postura llamémosla disidente, pues, se toma en cuenta y tiene también una significación. Porque para la revolución la voz de un escritor es real, no es ficticia, no es algo que se diluye, no es una entelequia.
Para mí, el estado puro de la literatura no existe. Incluso toda mi poesía tiene un contenido. No creo para nada en la literatura pura. Me parece que todo el arte es impuro y proteico y yo soy un ejemplo de eso. Mi formación universitaria no fue en literatura, por eso me deleito al oír las clases que estoy recibiendo aquí en Lima y las recibo también de otros escritores cubanos que saben mucho más que yo de literatura.
Tengo la aspiración de convertirme en un resonador del pueblo de Cuba y por ende de Latinoamérica. Es una ambición muy grande de mi parte. Por eso he hecho esos libros que son literatura impura, literatura ancilar, literatura que se usa, porque quiero que la gente se sienta identificada con esos personajes que son ellos mismos.
En la Revolución Cubana se ha creado una ética que le ha dado sentido y valor al escritor. Y eso se logra por esa compenetración con el pueblo que antes no leía y que hoy en Cuba lee. Ayer nos decía un sociólogo por qué no hay literatura de Ciencias Sociales en Cuba, y lo que sucede es que esa literatura se agota debido a que existe una demanda. ¿Y a qué se debe esa demanda? A ese mundo de valores que se ha despertado en el pueblo por el conocimiento. Entonces el escritor en Cuba tiene que vivir como el pez en el agua. Uno está en medio, porque si hace una obra, va a ser leída. Y si es mala esa obra, ¡cuidado, que cae la luz! Mientras antes no pasaba nada e incluso escritores prominentes eran desconocidos por el pueblo.
Mira el caso de Fernando Ortiz. Era conocido por un grupo y reconocido en el mundo entero como uno de los pioneros de la ciencia etnográfica en América. Sin embargo, el pueblo cubano no sabía de él. Hoy su obra es publicada y divulgada y sus ideas y el rescate que hizo de la cultura popular y sobre todo africana. La revolución retomó el pensamiento de Fernando Ortiz, y también la obra de Lezama y de Nicolás Guillén. Yo creo que Nicolás Guillén adquiere verdadera resonancia con la revolución. No por nada escribió su poema “Tengo”. Creo por eso que el escritor sin una revolución siempre va a ser un individuo aislado. Lo he visto en Europa, lo he visto en América. En cambio la revolución permite que la obra de ese escritor corra y fluya como un río.
‒¿Cuál es su metodología de trabajo?
‒Te voy a decir la verdad. Hay poetas que tienen un método de trabajo y otros que no tienen ninguno. Yo creo que no tengo ninguno. Escribo la poesía no con un sentido sistemático de hacer un libro de poemas. Voy escribiendo los poemas según van ocurriendo. Escribo sólo cuando es imprescindible. No hago un libro de poesía deliberadamente, sino que voy haciendo los poemas y a veces no soy yo quien los organiza, quien les da estructura. Entonces es un método muy arbitrario.
Definitivamente no tengo nada contra con la palabra inspiración. Es cierto que la palabra inspiración está llena de todo un lastre. Pero yo creo que en nuestra época está imbuida en muchas teorías en torno a la creación literaria, y le han dado una connotación al término mucho más exacta. Después que llega esa llamada inspiración, viene el trabajo. El trabajo de pulir, el trabajo de revisar ese poema y quizá ese momento es tan cargado de hechizo o encantamiento como el instante en el que se te ocurre el poema. Yo a veces hago un poema de un tirón, y a veces guardo el poema y está un mes, dos o tres archivado y a lo mejor queda siempre guardado y se evapora. Entonces no tengo un momento concreto de trabajar la poesía.
‒¿Y sobre tu trabajo en narrativa?
‒Bueno, esas son otras palabras. Yo quiero mucho a la poesía y creo que fundamentalmente me expreso a través de la poesía, pero trabajo más para hacer estos libros que he llamado novelas testimoniales. Ahí sí uno puede distanciarse, ahí sí puede haber una objetividad, una retirada mayor, porque uno tiene que realizar una investigación muy rigurosa de la época que va a estudiar, de las coordenadas de esa época. Luego viene la parte de las entrevistas de los personajes y la decantación de esas entrevistas, hasta que finalmente escojo a un personaje principal y sobre eso se hace el estudio de vida, el testimonio en sí. Todo esto requiere una elaboración técnica no mayor, pero sí mucho más continuada, más prolongada.
‒Canción de Rachel es un texto que tiene música. Es una obra muy poética.
‒Creo que sí. Creo que todos mis libros tienen esa característica. No sólo porque soy poeta y mi aproximación a la realidad es poética, sino porque he querido rescatar la poesía que hay en la sociedad y que se encuentra en Rachel, en gallego, en cimarrón. He querido rescatar esas voces, ese timbre. En cierto modo, sería la poesía de la historia. A mi juicio, es importante rescatar esa música, esa vibración, esa incandescencia que hay en la historia, sobre todo porque la historia ha sido a veces vilipendiada. En definitiva, esa música es lo que queda.
‒¿Te parece que Rachel es un personaje con mucha vitalidad?
‒Es un personaje muy contradictorio porque es la belleza de lo imperfecto, de lo inacabado. Rachel es un personaje abierto, cosmopolita, desenfadado, diferente a Montejo en Biografía de un cimarrón, que es hermético, cerrado, con una visión filosófica, con una mística, con una cosmogonía. Rachel es un personaje que está hecho así porque se bambolea como una marioneta, porque fue una marioneta, ya que fue parte de una república en que vivimos así, una república sujeta al ardid y los caprichos de un poder mayor.
Cuando uno va a plasmar a un personaje femenino, entra en un terreno peligroso que no sucede con los personajes masculinos. Esto no tiene que ver con el machismo de nuestras culturas, pero los personajes masculinos son más hechos, mientras que los personajes femeninos están más cerca de la locura, a pesar de que tengan muchos mecanismos de defensa que los hacen más resistentes. Los personajes femeninos han sido para mí una fascinación. He trabajado con personajes masculinos y fue extraordinario trabajar con el personaje de Rachel, que fue real en Cuba.
‒Muchos críticos han comparado su trabajo con el de Oscar Lewis y con Ricardo Pozas.
‒Agradezco muchísimo esas comparaciones. En definitiva le debo mucho a Ricardo Pozas, quien fue mi maestro durante seis meses y cuyo libro Juan Pérez Jolote, biografía de un tzotzil, un poco olvidado, para mí fue un modelo a seguir al escribir mis libros en prosa. Con Oscar Lewis también trabajé. Pero creo que yo voy por otra dirección. Ni más allá, ni más acá. Simplemente en otra búsqueda que se emparienta más con la búsqueda del novelista. Y eso no creo que le reste verosimilitud ni a los personajes ni a los contextos que trato de apresar ●
LA JORNADA SEMANAL
25 de mayo de 2025 // Número 15775
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