martes, 29 de marzo de 2022

No queda más remedio que la audacia

 Por Mario Santucho

La de Silvio Rodríguez es una de las voces más universales que gestó la revolución cubana. Sus canciones fueron malditas primero, pero terminaron convirtiéndose en verdaderos himnos capaces de expresar la belleza del proyecto histórico más osado de la segunda mitad del siglo veinte. Cuando el horizonte socialista se ensombreció, arruinado por la torpeza de sus artífices y el encono de los enemigos, el trovador propuso una lúcida necedad de la que hoy se cumplen exactamente treinta años. “Una filosofía que es construcción y defensa a la vez”, dirá en este reportaje realizado hace unos días.

Silvio fue diputado de la Asamblea Nacional del Poder Popular entre 1993 y 2008, aunque su palabra adquirió filo en los febriles intercambios que desde 2010 tienen lugar en el blog Segunda Cita, que él mismo creó y coordina. Ahora que una nueva crisis económica alimenta el malestar en la población y el dogmatismo vuelve a enseñorarse, esa mirada reluce madura en sucesivas intervenciones públicas que son una convocatoria a la audacia y la virtud política.

La frase propuesta por Fidel Castro en su célebre Discurso a los Intelectuales de 1961, ha sido una marca indeleble para la vida cultural de la Cuba reciente: “dentro de la revolución todo, fuera de la revolución nada”. Se trata de una formulación que ha tenido interpretaciones distintas. ¿Qué pensás hoy de ese planteo?

—Las llamadas “Palabras a los intelectuales” fue la intervención de Fidel en unas reuniones que se dieron en la Biblioteca Nacional, a unos meses de la invasión por Playa Girón; o sea, cuando el país estaba siendo agredido incluso militarmente. La frase “dentro de la revolución, todos; contra la revolución ningún derecho” suele sacarse de contexto. No creo que haya sido dicha para establecer una directiz inamovible, como después se interpretó. Así la frase se fue convirtiendo en la justificación de políticas culturales y editoriales que a la larga, pienso yo, han hecho daño a nuestro proyecto socialista. No es ocioso recordar que, años después, el mismo Fidel advirtió que “revolución es tener sentido del momento histórico”. Concepto que abarca muchas cosas y puede ser útil para todos los tiempos.

Desde la editorial Ojalá publicaron hace poco el libro Decirlo todo, de Guillermo Rodríguez Rivera, que analiza el llamado “quinquenio gris”, período que va de 1971 a 1975 y en el que se impuso una mirada extremadamente dogmática en el campo del arte y la cultura, con la consecuente censura de la creación de vanguardia. ¿Existen aún hoy sectores del poder socialista que conservan esa mirada estrecha y sectaria? Y si la respuesta fuera sí, ¿hay riesgo de que vuelvan a tener una influencia importante en el plano de las políticas culturales?

Decirlo todo reúne artículos que Guillermo escribió para mi blog Segunda cita, más otras reflexiones que después agregó pensando ya en convertir parte de aquello en libro. Víctor Casaus se nos adelantó e hizo una compilación muy interesante de esos materiales, desde el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. Cuando estábamos intercambiando ideas sobre el libro, nos sorprendió la muerte y se llevó a este viejo y querido amigo. En síntesis, él plantea que la Revolución cubana no ha tenido una sola política cultural sino varias, en las diversas circunstancias que va exponiendo. Es obvio que las ideologías pueden llegar a extremos muy dogmáticos; ese es un riesgo que pudiera existir siempre. Es absurdo pretender que el arte exista al margen de la política y pasa lo mismo cuando se establece la supremacía de lo político sobre lo artístico. Lo político y lo artístico son sustancias constantemente activas de la cultura humana.

En una entrevista reciente, el cineasta cubano de tu generación Fernando Pérez dijo que sentía nostalgia por los años sesenta, porque en esa época “todo parecía posible”, “se discutía públicamente” y los debates eran más profundos. ¿Vos tenés la misma impresión? 

—En los sesenta hubo incluso discusiones públicas de alto nivel, como aquella memorable entre Blas Roca, dirigente histórico del Partido Socialista Popular (comunista), y Alfredo Guevara, fundador y presidente del Instituto Cubano de Artes e Industrias Cinematográficas (ICAIC). Creo que eso en parte sucedía porque todos los dirigentes de entonces estaban avalados por la lucha a favor de una nueva Cuba, tras el golpe de Estado de Batista el 10 de marzo de 1952. En la lucha insurreccional participaron personas de muy diversas ideas y procedencias. En los sesenta el PCC (Partido Comunista Cubano) se estaba creando, había una idea global de unidad revolucionaria, pero era obvio que existían puntos de vista diferentes sobre muchos asuntos. Era, en definitiva, una lucha entre ideas ortodoxas y concepciones más abiertas, más realistas. La baja por edad o el deceso de muchos de aquellos dirigentes hizo posible la homogeneización partidista. Esto, a mi modo de ver, no debiera signifificar una petrificación. Es inconcebible que las ideas no circulen libremente en una sociedad superior, como se aspira a que sea el socialismo.

Luego de las protestas del 11 de julio del pasado año en Cuba te reuniste con Yunior Aguilera, uno de los voceros de esas movilizaciones, y fue un gesto político importante, en cierto modo un llamado a la escucha y el debate. ¿Qué sensaciones tenés sobre la evolución de esa crisis reciente? ¿Hay señales de una salida que esté a la altura del desafío?

—Me reuní con Yunior porque él, en plena crisis, me convocó públicamente con una carta que incluso mencionaba al unicornio. Confieso que si me lo hubiera pedido en privado también me hubiera reunido con él. Por qué no. A principios de la Revolución había más variedad de pensamiento dirigente que ahora. Aquello facilitó que algunas crisis no se profundizaran. La estructura hegemónica partidaria actual no tendría que ser obstáculo para que la flexibilidad continuara. Por supuesto que, para que esto sea así, los cuadros deben estar acostumbrados a escuchar, a dialogar y a discutir cuando es necesario. De lo menos que se habla es de que en las protestas también hubo dirigentes que escucharon y conversaron con algunos jóvenes. Creo que esos cuadros hicieron lo correcto y creo que la dirigencia de cualquier sociedad debe ser así. Por otra parte, es obvio que no basta el diálogo; también hacen falta acciones, como crear espacios donde expresarse no sea un escándalo y mucho menos un delito. Construir esos espacios y velar por que funcionen sin torpezas no creo que atente contra el gobierno (heredero de la Revolución); más bien podría fortalecerlo.

Tanto Yunior Aguilera como tu hijo Silvito el Libre expresan a una generación de creadores que no vive del mismo modo que la tuya el vínculo con el proyecto revolucionario: ¿qué cosas te generan curiosidad y cuáles no tanto de eso que viene?

—Es obvio que los que somos más viejos, por haber vivido sobre todo las etapas de lucha y de esperanzas iniciales del proceso revolucionario, tenemos un nivel de compromiso que a generaciones posteriores no les toca. Los que nacieron después del triunfo de la Revolución se formaron con ventajas como la salud pública y la educación para todos, pero también con los inconvenientes de un país acorralado por un implacable bloqueo económico, lo que ha implicado muchas penurias y escaseces materiales. Han tenido que crecer en un estado socialista en algunos aspectos semejante a los de la Europa del Este, con abundante burocracia administrativa. En algunos sentidos esto se traduce en un pensamiento muy mecánico y rígido. Tanto Silvio Liam como Yunior nacieron y se educaron en provincia. Y aunque en las provincias las virtudes suelen verse mayores, no dudo que también los defectos. Es obvio que las vivencias sociales, familiares y personales nos marcan, nos van construyendo y nos definen. Una vez leí una entrevista a un músico que había empezado tocando en un grupo que hacía canciones porno. Este muchacho decía que nunca le había interesado la política, pero que lo fastidiaron tanto por sus canciones sobre sexo que acabó cantando contra el gobierno. Por cosas así insisto en que debieran existir espacios donde quepan no solo todas las formas de pensar sino todos los lenguajes, la diversidad de ideas y características que pueden ser expresados a través de las artes.

Esa apuesta por una conversación política sincera y sustancial parece ser en la Cuba de hoy una posición que incomoda. Por eso suelen pisar más fuerte, al menos en el plano institucional, quienes sospechan del debate porque supuestamente pone en riesgo lo conquistado. ¿Podrías describir mejor en qué consisten “esas torpezas” que arruinan los espacios de discusión?

—Para mí la mayor torpeza es no dialogar, pensar que sin el intercambio constructivo se puede crear, sostener y defender una idea. Eso sería un soliloquio, una conjetura, no algo compartido. Las sociedades son justamente espacios donde se comparten y se prueban ideas. Y no solo se trata de libertad en los temas políticos sino de una política de libertad en todos los temas. Por otra parte, ninguna sociedad es homogénea, siempre hay diferencias e incluso desacuerdos. Mucho más una sociedad que pretendió ser una cosa y ha resultado apenas lo que ha podido, en lucha constante contra un ahogo impuesto, lo que genera (podría decirse) contradicciones extras. También por esto son necesarios los consensos, lo que no quiere decir que lo consensuado sea totalmente justo; siempre habrá gente opuesta a la mayoría. Ocurre en todas partes, aunque se mira y se subraya con particular interés cuando sucede en Cuba.

Durante los últimos meses el gobierno cubano lanzó una campaña para la realización de obras y mejoras en los barrios más pobres del país, lo que puede ser interpretado como el reconocimiento de la existencia de un descontento genuino. Ahora bien, vos recorriste durante años esas mismas barriadas ofreciendo conciertos e incluso promoviste un documental donde se muestran las durísimas condiciones de vida de esos pobladores. ¿Sentís que el sistema político de la revolución ha perdido sensibilidad popular?

—En Cuba hubo planes de atención a los barrios y a los sectores más sensibles, pero con la caída del campo socialista perdimos el 80% de nuestro comercio internacional y empezó el llamado “período especial”. Esto echó por tierra muchas cosas buenas que se hacían. Por eso se han ido acumulando problemas y estos problemas se han ido agravando, entre otras razones por no haberse tratado a tiempo y con la debida transparencia. Hablo de transparencia porque esto también pasa por haber estructurado una prensa demasiado controlada y defensiva, más que indagadora y polémica. El lema de “no darle armas al enemigo” siempre tiene dos filos. Lo cierto es que nuestra gira de una década por los barrios nunca fue rechazada sino apoyada, e incluso asistida. Pero de ahí a llevar esa realidad a la luz pública, ha habido distancia. Debiéramos aprender de estos errores y superar los muchos defectos sistémicos que arrastramos. “Nos va la vida en ello”, hubiera dicho Eduardo Aute.

Sospecho que algunos defectos sistémicos tienen que ver con la economía, quizás el problema más acuciante para la gente hoy en Cuba. Me interesa preguntarte sobre tu experiencia en Ojalá. Según leí en el sitio oficial de la productora: “desde sus inicios fue concebido como un proyecto alternativo, independiente de los estudios oficiales y no regido por las exigencias del mercado”. ¿Existe una fuerza productiva capaz de desplegarse con autonomía de la pesada lógica estatal y sin caer presa de la cruel dinámica capitalista? ¿Puede hallar la sociedad cubana en esa experimentación una alternativa a la crisis actual?

—Claro que lo económico es determinante, aunque pienso que también lo es la conciencia. O sea, generar una productividad y después ver en qué la inviertes, y cómo. Ojalá existe por mis conciertos en el exterior de Cuba. Eso es lo que nos sostiene, lo que nos ha permitido tener un estudio de grabación de calidad, cuyo 80% de actividad ha sido en donaciones, y donde han grabado los que no tienen casas de discos, o estudiantes que sueñan con participar en concursos internacionales. Ojalá también generó una modesta editora de libros, con pocos títulos pero todos buenos. También auspiciamos varios concursos, uno de música popular y otro de música de conciertos. Gracias a Ojalá, durante toda una década hemos hecho conciertos en los barrios más vulnerables de La Habana y de algunas ciudades del interior. A esos barrios hemos llevado una representación de nuestra mejor música y en cada barrio hemos aportado libros de diversas editoriales para bibliotecas que existían o por hacer. Esto lo hemos hecho gracias a la respuesta entusiasta de músicos, de artistas de la escena y de intelectuales que nos han acompañado con mucho amor. Cuento todo esto sin pretender convertirlo en receta. Hay muchas maneras de aportar a la vida nacional. Lo que sí creo es que todas tienen que partir de una productividad, de una sostenibilidad; por eso es importante que diversas formas de producción y acción social sean estimuladas.

Hace poco, en un programa de la televisión cubana, dijiste que los verdaderos artistas no se imponen ningún tipo límite en su faena creadora y que toda obra de arte es una provocación. Se trata de una idea muchas veces dicha, pero que hoy retumba con renovada radicalidad. ¿No te da la impresión de que las fuerzas progresistas y de izquierda se han vuelto un poco conservadoras en los últimos tiempos, mientras las derechas se apropian de ese impulso vital que busca transgredir el orden?


—Se ha usado la palabra revolución desde contenidos conservadores, y también desde poderes que no debieran ser inmovilizadores. Me pregunto si será un signo, una suerte de inconveniente de lo que se empodera y establece. No siempre es fácil mantener equilibrio entre lo que hay que defender y lo que hay que cuestionar. Mucho más cuando constantemente hay una mala intención al acecho, como ha sido el caso de Cuba. Eso obliga a crear una filosofía de construcción y defensa a la vez. Pero resulta que una respuesta sostenida puede ser enajenante y llegar a confundir, si se convierte en reflejo condicionado. Lo característico puede acabar en costumbrismo y eso nos puede hacer vulnerables a manipulaciones. En un país acosado y subdesarrollado se hace necesaria una autorreafirmación que pudiera confundirse con vulgar nacionalismo. Ante esto, para mí, no queda más remedio que la audacia. Mucho más en el ámbito artístico y aún más con los jóvenes. A la juventud hay que darle espacio y siempre tenerla cerca para escucharla y decirle, para enseñar y para aprender. Eso fue lo que pusieron en práctica dirigentes revolucionarios de la estatura de Haydée Santamaría y Alfredo Guevara. Esa humanidad la llevaba en el alma el benefactor Eusebio Leal Spengler.


Yendo al terreno de la música, ¿cómo vivís el efecto que ha tenido en la producción musical la emergencia de plataformas como Spotify y YouTube? En ambas has incursionado con canales propios y hoy podemos escuchar tus temas allí: ¿cambia el modo de concebir la creación y la circulación a partir de estas formas de distribución?


—No veo por qué esa nueva forma de circular la música deba cambiar el modo de concebir la creación. Al menos en mi caso, nada que ver. YouTube permite alquilar espacios; pero, en Spotify, son compañías especializadas las que lo gestionan. Es una forma de comercio que generaron las redes, con sus inevitables intermediarios. Los primeros años hubo compañías (del mismo país que nos bloquea) que sin autorización ponían nuestra música, cobraban el “servicio” y uno ni se enteraba. Esas realidades nos abrieron los ojos y nos obligaron a “ponernos las pilas”.


La pandemia pudo haber sido la oportunidad para repensar en serio el estado del mundo actual, pero por el contrario parece consolidarse un status quo muy injusto y la falta de horizontes se torna alarmante. ¿Estás procupado por cómo se avisora el porvenir o sos más bien optimista?


—Es escandaloso que haya áreas del mundo que no se han podido vacunar y que los ricos destruyan cientos de millones de vacunas porque se ponen viejas o porque no tienen a quien venderlas. Es escandaloso que lo único que ha crecido durante la pandemia sea la industria del lujo. Es escandoloso que, después de tantas evidencias, los que deciden el curso del mundo persistan en hacer la guerra y fabricar más armas que curas para tantas enfermedades... Pero hay que ser optimistas; diría que hay que esforzarse en ese sentido, porque si el cinismo y el desánimo nos dominan, ¿a dónde vamos? De alguna forma hay que ir convenciendo que el espíritu de supremacía y confrontación debe ser humanamente superado. Ojalá llegue a ser un signo de lo moderno, en el futuro.


Escucho tus canciones hace cuarenta años y no deja de impactarme lo vigente y activo que se te ve: ¿de dónde sale esa energía que en sí misma es un acto de resistencia? ¿Y cuáles son los planes y proyectos que te animan aquí y ahora?


—Tuve que detener la gira por los barrios por la pandemia. Y como esto es un asunto que todavía no se da por concluido me cuesta convocar a la gente, reunirla, porque pienso en la posibilidad de que se enfermen personas, acaso niños. No me habitúo a la idea de asumir una responsabilidad de convocatoria. Aunque he asistido, como público, a eventos, como el reciente Festival de Jazz de La Habana, por cierto maravilloso. El año pasado hice dos conciertos en Madrid, invitado a asistir al centenario del Partido Comunista de España. No descarto que este año me aparezca por algún sitio, pero por ahora estoy dedicado a redondear algunas ideas discográficas. La pandemia, entre otras cosas, me ha permitido echar una ojeada a mucho trabajo inconcluso. Gracias a eso pude editar Con Diákara, un trabajo que tenía pendiente desde hacía treinta años. Con la ayuda de mis compañeros del proyecto Ojalá, y por supuesto con el apoyo de mi familia, estoy retomando e incluso desarrollando temas que me estaban esperando.


Alguien me dijo que estabas muy entusiasmado con la idea de grabar esas canciones inéditas de tus distintas etapas. ¿Qué potencia encontrás hoy en aquellas creaciones del pasado?


—A mí me pasó algo curioso: grabé mi primer disco después de diez años de estar componiendo y después de ocho años de ser un trabajador profesional de la canción. O sea que cuando hice Días y Flores tenía cientos de obritas compuestas. Por eso en todos mis discos posteriores fueron apareciendo canciones viejas; era algo que les debía a las que consideraba que valían la pena. Hace algún tiempo hice un trabajo discográfico dedicado a ese tipo de rescate: Érase que se era. Ahora mismo tengo entre manos otro proyecto parecido, llamado Pendientes, con más de una docena de temas. En esto no me he guiado solo por mi criterio, también he tomado en cuenta la memoria de amigos y conocidos, que me recuerdan canciones con nostalgia. Me pasa que a veces escucho una cinta donde aparecen sorpresas, canciones que ni recordaba haber compuesto. Impresiona un poco, porque con el descubrimiento te pueden rodear de súbito sensaciones remotas. Aún así, creo que mi próximo disco va a ser de mis composiciones más recientes, acompañadas por los músicos-amigos que han tenido la gentileza de trabajar conmigo en los últimos años. Va a tener incluso una colaboración con Frank Fernández y Alina Neira, cosa que no pasaba desde que grabamos aquella primera versión de “Te amaré”. Ese trabajo discográfico lo voy a titular: Canciones personales (y no tanto).


(Esta entrevista es un adelanto del #51 de la revista crisis, que ya podés conseguir en nuestra tienda. No te la pierdas.)


Fuente: https://revistacrisis.com.ar/notas/no-queda-mas-remedio-que-la-audacia

sábado, 26 de marzo de 2022

Un poema y un cuento de Mercedes Gordillo

                            MUJER ELEMENTAL


                             Criatura  sencilla emocional

                             mujer elemental.

                             Creo en arrullos de palomas

                             plumas sedosas.

                             Sudores,  abanicos en mis manos.

                             Mujer de aromas distantes

                             aires del tiempo                            

                             azahares del Guadalquivir.

                             Mujer  metálica

                             mineral como la arena.

                             Sideral como la pena.

                             Plateada, argentada luna.

 

                            También soy de tierra y agua

                            isla sacrificada...                                               

                            Mujer de gracia y fuego.

                            Llamarada que el agua no apaga.

                            La verdad:

                            Mujer de pasos insolentes.

                            Con tintas y papeles

                            escritos en mi propia piel.

              

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UNA PERFECTA DESCONOCIDA

a Alejandro Aróstegui

Sentada ante el mismo escritorio con su máquina de escribir Remington, donde habían transcurrido sus últimos 12 años de vida trabajando como recepcionista en una empresa comercial, Margarita Luna pasaba cartas en limpio y atendía el teléfono. Con dulce voz contestaba:

–Buenos días, Exportaciones S.A. a sus órdenes... Recibía y enviaba mensajes, operando una pequeña central colocada a su derecha.

La señora Luna residía en el segundo piso de un edificio de tiendas, situado en la popular calle Colón de Managua. Compartía el departamento con una vieja empleada –Juana Loáisiga– a quien conocía desde joven. No la había abandonado nunca, acompañándola en cualquier circunstancia, especialmente después de la desaparición de sus padres y su esposo, muertos en un fatal accidente de tránsito 5 años atrás. Por ese tiempo Margarita padeció de nervios alterados.

A las 11 de la mañana de un jueves, Margarita Luna recordó que debía llamar a Juana, para solicitarle el favor de ir donde la modista del barrio, a recoger el vestido que pensaba lucir el próximo sábado 20 de mayo. Ese día, el jefe obsequiaba anualmente a sus empleados un almuerzo, repartía regalos y premios de acuerdo al trabajo realizado. La comida tendría lugar en un famoso restaurante de carnes, se habían hecho reservaciones, ordenado el menú y algunos ramos de flores.

Ella marcó el número telefónico; al otro lado del alambre contestó una voz conocida que, sin embargo, no era la de Juana; cortó inmediatamente.

–Quizás me equivoqué –pensó, y llamó otra vez. Para su sorpresa respondió la misma persona.

–Quizás esté ligado con otro teléfono –se dijo a sí misma. Sin embargo, preguntó por no dejar:

–¿Quién habla por favor?

La respuesta fue inmediata:

–Margarita Luna –oyó.

–¿Qué número habla? –dijo nerviosa Margarita pues la voz sonaba conocida.

–77-123.

–¡Pero ése es el mío y Margarita Luna soy yo! –aseveró ella agitada.

–No señora, yo soy Margarita Luna; ¿qué desea? –preguntaron al otro lado.

Súbitamente ofuscada la señora Luna se quedó sin habla, estupefacta, sin comprender. Mil pensamientos cruzaron veloces por su mente, mientras el auricular colgaba de su mano.

–¡Qué me está pasando! –se preguntaba confundida con el ceño fruncido y expresión alterada. Súbitamente la asaltó una idea. Exclamó:

–¡Se metieron los ladrones a mi casa! ¡Eso es!

Tiró su silla hacia atrás y salió corriendo a la oficina del jefe; golpeó la puerta, sin esperar respuesta entró intempestivamente y solicitó permiso para abandonar la oficina, e ir a ver qué estaba sucediendo en su vivienda. Lloraba.

Margarita salió rápidamente a la calle, tomó un taxi que pasaba e indicó su dirección al conductor. Afortunadamente, su residencia estaba muy cerca; a sólo diez cuadras de la oficina. Pagó cinco pesos por la carrera con un billete de diez y se bajó del auto sin esperar el cambio.

Subió las gradas de dos en dos pues el edificio no tenía ascensor; mientras sacaba la llave de su bolso, pensó llamar al policía que usualmente permanecía apostado frente al primer piso, pero ya casi llegaba. Decidió enfrentar sola la situación. Sin recurrir a la llave optó por tocar el timbre del departamento. La puerta se abrió; una mujer madura, algo gorda, sonriente y amable en actitud tranquila dijo:
–Buenos días. ¿Qué se le ofrece, señora?

Margarita, viéndola, se sintió mareada; balbuceante logró preguntar:

–Busco a Doña Margarita Luna; ¿ella vive aquí, verdad?

La mujer, sin dejar de sonreír, dijo claramente:

–Sí señora; soy yo misma. ¿En qué puedo servirla?

Espantada, Margarita atinó a preguntar por Juana.

–Ella salió –fue la contestación.

Como sonámbula, la señora Luna musitó:

–Perdón, perdón; me equivoqué.

Comenzó a bajar los escalones. Volvió a ver atrás y miró a la misma mujer aún sonriente. Dándose cuenta que todavía tenía la llave en la mano, se dijo:

–Aquí la tengo y es mía.

Retrocedió. La mujer ya había cerrado la puerta del departamento. Margarita subió suavemente, sin ruido. Con cautela introdujo la llave en la cerradura, pero ésta no daba vuelta, ni a la derecha ni a la izquierda. La señora Luna intentó hacerla girar varias veces sin ningún resultado. Finalmente se decidió a bajar, repitiendo en voz baja, temblorosa, angustiada:

–¡Estoy loca, loca!, y recordó a su abuelita muerta en el manicomio.

Logró salir al fin, respiró hondo, secó el sudor de su frente con el pañuelo; en la acera le pareció ver su imagen reflejada en el vidrio del escaparate de una tienda de ropa. El policía ni siquiera la saludó como tenía por costumbre. Buscó de nuevo su figura en el cristal, solamente pudo ver a una mujer de rasgos extraños; pensó que se trataba de otra persona, pero no había nadie junto a ella. Volteó a ver por tercera vez. Fríamente se dio cuenta que ésa, no era ella. Era otra persona. Una perfecta desconocida.  

                           

jueves, 24 de marzo de 2022

Mensaje de un compañero

Estimado Silvio:
Debajo te envío lo que he expresado a propósito de un muchacho que hizo un comentario crítico y en tono de “perdona vida” acerca de las opiniones que has expresado tu sobre los dictámenes de los recientes juicios, de los que ha habido muy poca información de los detalles de las condenas en cada caso, cuestión esencial para fundamentar los resultados individuales si estos fueran correctos y rectificarlos en caso de que no lo sean.
Como verás el argumento va más allá de esta situación específica.
Debajo lo que expresé:
Un fuerte abrazo
Julio

A propósito de algunas reacciones sobre las consideraciones de Silvio Rodríguez y otros compañeros sobre los recientes dictámenes en los juicios por los acontecimientos del 11 de julio pasado, me parece necesario expresar algunos puntos.

En primer lugar una consideración general acerca del lugar del debate y la crítica en cualquiera de las dimensiones de la vida nacional: No se debe confundir la fidelidad a los principios, a la historia y a los objetivos de la revolución con las consideraciones que se puedan tener con determinadas decisiones en cualquier campo.

Las políticas en curso y las decisiones no son principios; son eso, decisiones y políticas en curso; a veces son acertadas y a veces no (como con creces demuestra la historia) y todas ellas son objeto de debate y consideraciones, derecho que pueden y deben ejercer absolutamente todos los ciudadanos, incluidos en primer término los revolucionarios, o sea aquellos que son fieles en pensamiento y acción, insisto, a los principios, a la historia, a los objetivos de la revolución.

Entonces por qué esa reacción cuando Silvio o cualquier otro revolucionario expresa sus dudas, críticas u opiniones sobre cualquier aspecto de la vida nacional y de las políticas que se decidan. Confundir una cosa con la otra es muy dañino y muy peligroso para la unidad y el consenso nacional, factor esencial para la defensa de la revolución y del proyecto nacional.

Las dudas expresadas en este caso concreto de los juicios, cuando no se ha cuestionado ningún principio, son legítimas y deben ser debatidas, analizadas, rebatidas con argumentos y evidencias, en caso de que no se compartan, pero en ningún caso denostadas o “perdonadas” en un acto “misericordioso”.

Silvio, en este caso, expresó dudas acerca de la magnitud de las penas impuestas en los recientes juicios sobre los acontecimientos del 11 J, no cuestionó la necesidad de sanciones a aquellos que participaron en esto de manera violenta y temeraria, que produjeron daños reales y demostrables sobre edificios, instalaciones vehículos y personas. Tampoco ha negado, todo lo contrario, que más allá de las complejas circunstancias que están en las causas de aquellos hechos y del carácter legítimo de la protesta ciudadana, en los términos que consagra la Constitución, había también un plan subversivo manipulado y financiado por el exterior, en su política de asfixiar económicamente, generar malestares e incentivar protestas para derrocar al gobierno revolucionario y literalmente adueñarse del país, lo cual es una política abierta y pregonada por sus animadores.

Todo esto por supuesto que supone una respuesta legítima de defensa de la seguridad y la soberanía nacional y un rigoroso proceso basado en la ley y en las evidencia, que sancione de manera individual, como es la justicia, a los responsables en actos de esa naturaleza, según la participación específica que tuvieron cuando estos son delitos y por supuesto que, como se conoce, algunos de los participantes incurrieron en esa conductas con mayor o menor grado de gravedad.

Ahora bien, en cada caso la sentencia debe estar basada en el debido proceso y en las evidencias existentes. Si lo que se comunica es solamente una consideración general sobre los hechos y la condena, y estas son largas, es lógico que surja la pregunta de si ha habido proporcionalidad en las decisiones, y esos detalles deben ser informados a la opinión pública, son información pública. 

Hacerlo hace más consensual el dictamen cuando esté es preciso y ayuda a rectificar cuando esté sea erróneo, posibilidad en cualquier proceso legal en cualquier época y en cualquier lugar, razón por la cual existen los procesos de apelación a diferentes niveles, etc.

Entonces, cual es la sorpresa o preocupación porque Silvio y otros compañeros de probada fidelidad a los principios de la Revolución, expresen sus opiniones o dudas al respecto. No han cuestionado estos --otros sí tienen esa intención-- ni la legitimidad de las instituciones de justicia del país ni tampoco la integridad de sus profesionales. Solo han expresado una duda legítima y totalmente comprensible con la que, si se discrepa, se debe debatir con información completa y fundamentada acerca de la precisión de los diferentes dictámenes y con las rectificaciones en caso de que estas fueran necesarias.

El ejercicio de una justicia rigurosa basada en evidencias e información ha sido un principio ejercido desde los tiempos de la Sierra Maestra.

Ese es el camino de la unidad y el consenso. Esto no quiere decir hacer ninguna concesión a los que promueven la violencia y atentan contra la soberanía. Una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa.

Julio Carranza

lunes, 21 de marzo de 2022

Niurka González: un tránsito hacia la belleza

Por Sender Escobar 

Han pasado dos meses, y la arremetida del tornado que estremeció La Habana aún es visible por la ausencia de una cruz sobre la iglesia de la calzada que Eliseo Diego transformara en libro. Es el concierto número 100 de la Gira Interminable de Silvio Rodríguez y el cumpleaños de Santiago Feliú. La multitud aumenta con el atardecer. La conmemoración, entre festiva y nostálgica, tiene como antesala al grupo Rumbatá. Cubanos y extranjeros disfrutan del folclor, unos danzan con la soltura natural de un ritmo pegadizo, otros, contagiados con la alegría, esperan ansiosos.

Ya en lo que va a ser la parte central del concierto, suben al escenario los músicos acompañantes. Silvio viene detrás. Llega a su puesto. Se coloca los audífonos para la referencia. Toma la guitarra e inicia su canto; le acompaña un coro de voces dispersas por toda la amplitud del parque. 

A la derecha del poeta, suena una flauta. El movimiento seguro y delicado de su intérprete hace de la libertad un color armonioso y las notas fugaces privilegian el oído expectante que, a ratos, empuña una maza, asiste a un parto o dibuja con óleo el escape de un amor. Es Niurka González Núñez la encargada de angelizar finales.


Ella es una habanera de 44 años, que disfruta el sonido de la música cuando se toca por primera vez. “Este acto tiene una gran magia, es como ser testigo de los primeros pasos de una criatura”. Hija de un artillero de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y una doctora especialista en Bioquímica, a primera vista la música no parecía ser una opción por la cual se decantaría. Aunque no piensa mucho en su pasado y, a veces, crea que ha olvidado cuándo la inocencia se traduce en sonrisas, tuvo una infancia feliz. “Llegará el momento en que el ritmo de vida me permita asumir una actitud más reflexiva y comience a desempolvar recuerdos”.
Con Leo

Con siete años quiere ser cantante y se une al grupo musical dirigido por María Álvarez Ríos: Meñique, que “se presentaba todos los sábados en una peña en el parque Lenin, en la casa Amelia Peláez”. Como parte del conjunto graba programas televisivos de educación musical y viaja a la Sierra Maestra para cantarle a los integrantes del “Plan Montaña”. La directora aprecia el potencial de la niña y recomienda a su madre presentarla a los exámenes de ingreso en la Escuela Elemental de Música “Manuel Saumell”. Asisten con bajas expectativas al proceso de selección. Para sorpresa de ambas, Niurka obtiene una plaza en la nueva escuela. Primeras opciones: flauta y guitarra. Decide cambiar la guitarra por el clarinete convencida por una profesora y se siente cautivada por este instrumento. Ya como estudiante, no consigue el puntaje suficiente para cursar la especialidad de flauta, que era su mayor aspiración.

En segundo año roban su clarinete, un hecho que la deprime y pone en una situación difícil respecto a sus estudios. Animada por una profesora de flauta, recibe clases del instrumento que no logró aprobar en su ingreso. Se empeña  en continuar como flautista, participa en el concurso Amadeo Roldán y obtiene el primer premio. Excepcionalmente es autorizada a cursar doble carrera y se gradúa en ambos instrumentos. “En esa primera etapa, como no tenía flauta, aprovechaba cuando las alumnas regulares de la escuela estaban ocupadas en otras clases o jugaban, les pedía su instrumento y practicaba un poco. Eso duró hasta que la profesora Luisa Hernández me prestó su flauta y con ella estudié hasta que pude conseguir una propia”Aunque en el trayecto, el clarinete ha quedado más a la saga, no ha renunciado por completo a él. “He grabado mis cosillas pero no lo estudio con el rigor que trabajo la flauta, así que para volver a sentirme clarinetista, debo estudiar mucho más”.

Con 16 años conoce a Leo Brouwer, quien la invita a tocar con la Orquesta Sinfónica Nacional y bajo su dirección debuta como solista. Esa relación es para Niurka,  fundamental en lo profesional y personal. Colaboraciones musicales y vivencias en común matizan una amistad de la que se siente orgullosa.

Tres años más tarde obtiene una beca en el Conservatorio de París para continuar sus estudios de flauta. En la academia francesa construye una nueva manera de tocar e interpretar con seguridad para no cometer errores. “Los franceses han logrado desarrollar una sonoridad especial; como escuela, tienen muy claro cómo se toca la flauta y han sido capaces de sistematizar la enseñanza”. Utilizar lo aprendido en la escuela parisina mediante la libertad creativa, pensar y actuar como músico, más allá de ser flautista, fue para ella un momento determinante a la hora asumir riesgos. Ha pasado tiempo desde su residencia en Francia, pero admite que ha hecho descubrimientos a partir de su trabajo diario en aspectos de técnica y sonido. 

Prefiere tocar obras con las que se identifica al entender sus esencias. Aunque también, como parte del repertorio a ejecutar, puedan existir otras con las que no sienta la misma conexión. “A veces tengo que interpretar algunas obras con las que no me identifico tanto; cuando se da el caso, trato de hacerlo de la mejor forma posible”Como intérprete y oyente disfruta la música bien pensada, “no importa si es barroca, clásica, romántica, del siglo XX o XXI”.

Convertirse en fuente de inspiración de composiciones ideadas expresamente para ella es una de sus mayores alegrías. “Históricamente, en la música hay una relación estrecha entre compositores e intérpretes, una especie de retroalimentación. Cada vez que se crea una obra nueva para flauta se enriquece nuestro patrimonio musical”. Precisamente en la relación colaborativa, es donde ha podido apreciar el trabajo musical de los jóvenes y la continuidad creativa necesaria. “No deben limitarse ante ninguna circunstancia. Deseo que su entorno y realidad particular les proporcione las condiciones para crear. Los jóvenes deben ser sinceros y consecuentes con ellos mismos, hacer lo que deseen, siempre que crean en ello”. 

Superficie, del compositor Daniel Toledo Guillén, es una de las obras interpretadas por la flauta de Niurka. “Cualquier cosa escrita en la partitura es de suma importancia para ella. No existe un virtuosismo vulgar en su ejecución, sino una musicalidad extraordinaria en su capacidad de entender cada detalle de la composición. Enfrenta cada momento de la pieza, sea fácil técnicamente o no, con la misma actitud. Es ahí donde radica la diferencia entre un gran músico a una persona que simplemente ejecuta la música. Es una intérprete centrada más en defender la obra, que en exhibir su abanico de posibilidades técnicas”cuenta Daniel sobre Niurka.

Dúo Ondina
Su carrera musical no ha quedado solo en el panorama de los conciertos y presentaciones; ejerce también como profesora en el Instituto Superior de Arte. Aunque en el mundo artístico sea difícil establecer escalas, Niurka considera su trabajo pedagógico como un aporte tangible. El magisterio es una faceta que disfruta y siente como un proceso creativo enriquecedor: “la clase de flauta se convierte en un aprendizaje mutuo”confiesa. La experiencia, capacidad y sensibilidad personal, junto con el conocimiento acumulado, convergen en los momentos de impartir lecciones. En la práctica de un oficio de luz, las soluciones o modos de hacer son personales para cada estudiante, a quienes Niurka aprecia como seres únicos. 

“La necesidad de explicar cómo lograr determinado resultado, te obliga a verbalizar procesos que a veces se realizan de forma intuitiva y hasta mecánica, hablando en términos más técnicos. Es convertir el acto creativo en un proceso de investigación, autoetnográfico”. 

Yamila Delgado, también flautista y profesora, alumna de Niurka por un breve período, escribe sobre ella: “En aquel momento Niurka estaba con la niña pequeña, tenía mucho trabajo y también comenzaba a dar clases. Éramos cuatro alumnos. Todos los maestros cuando comenzamos, adolecemos de muchas cosas. Pero luego se hizo profesora titular y ha hecho un gran trabajo pedagógico con alumnos de toda Cuba, desarrollando un método de clases presenciales muy satisfactorio, con excelentes resultados. He tratado que todos los que fueron mis alumnos en el Conservatorio de nivel elemental “Alejandro García Caturla” estudiaran con ella después en los niveles siguientes. Nunca ha cerrado la puerta ni al más humilde guajirito. Recuerdo que prestó a uno de sus alumnos para graduarse su flauta, no permitió que hiciera un recital con un instrumento deteriorado. Su experiencia internacional le ha aportado mucho a la enseñanza del nivel superior en Cuba en los últimos 10 años, oxigenando el repertorio del instrumento. Niurka es una maestra rigurosa e inspiradora, muy dulce, con grandes valores humanos. La conocí hace 15 años. Puedo asegurarte que se ha convertido en la referencia de la flauta clásica cubana. Todos los flautistas jóvenes la quieren de profesora, sus movimientos y maneras de interpretar se reflejan en sus alumnos. Es muy simpático, porque  pueden identificarse con mucha facilidad por los que la conocemos bien”.

Aprender a controlar los nervios para disfrutar el momento del concierto ha sido uno de los retos más grandes de Niurka. Es un proceso que ha evolucionado por etapas. Cuando era estudiante, canalizaba la tensión antes de presentarse en escena con disímiles rituales: los aretes de su abuela, un pañuelo específico, un té de tilo, costumbres que iban siendo más frecuentes, con nuevos aditamentos para sentirse relajada. “Hasta que un día dejé los aretes, no había tilo…y me dije: hay que tocar como sea”. Aunque ha dejado atrás supersticiones, continúa con un ritual que define como imprescindible: estudiar su presentación e ir bien preparada.

Su método ideal para salir sin presiones a escena sería: “Según la hora del concierto, hacer una caminata o alguna rutina de ejercicios. Disponer al menos de una hora para hacer un buen calentamiento con la flauta, luego tener tiempo de arreglarme y salir calmadamente para llegar un poco antes al recinto”. 

Pero muchas veces lo cotidiano se impone con otras tareas: llevar a su hija a la escuela, clases, ensayos de otros conciertos donde participará, cocinar, organizar la casa, salir en búsqueda de algo necesario. Entonces aplica fórmulas para lograr que cuando llegue al concierto nadie note lo ajetreado que pudo ser su día: “En fin, hay que conciliar lo ideal con la realidad”.

Inevitablemente ha tenido que lidiar con circunstancias difíciles durante varias presentaciones, entrelazadas con sucesos tristes e incluso meteorológicos: la muerte de una de sus mascotas, o la angustia por el estado de sus instrumentos después de un concierto bajo un aguacero en la escalinata de la Universidad de La Habana. “Una vez en un estadio de Montevideo junto a Silvio había un viento helado y terminé con las manos congeladas porque la flauta era un hielo”.

Consciente de que su panorama de trabajo no cambiaría, decide ser madre y afrontar el reto de combinar la carrera de músico con la maternidad a los 25 años: “Mientras más joven, tendría más energía y fuerza. La verdad es que no me quejo. Aunque hay que ser malabarista para alinear todo lo que requiere ser madre, rectora de una casa, músico, esposa, hija, profesora… Ni siquiera podría afirmar cómo he sido capaz de hacerlo”. 

Pero para Niurka, la gran obra es hacer que la persona traída al mundo se convierta en un ser humano de bien: “Como, por cierto, lo es ella”, dice orgullosa de su hija Malva. A pesar de sortear huracanes vivenciales, disfruta y se siente afortunada con su presente.

Aunque ha participado como jurado en certámenes nacionales e internacionales, afirma, por principio, no creer en concursos, mucho menos donde el arte esté involucrado. Sin embargo, entiende la existencia de estas competiciones y comprende su utilidad en el panorama actual, enumerando las oportunidades que ve para que los jóvenes se den a conocer gracias al “estudio riguroso, montaje de nuevos repertorios, creaciones musicales compuestas expresamente para las competencias. Hoy en día es casi imposible prescindir de ellos, absolutamente todo es por concurso: la entrada en los conservatorios, las oposiciones para las orquestas, etc. Se han convertido en parte de la carrera musical, que personalmente prefiero llamar ʽcamino musical’”. 

Cuando le toca ser jurado, intenta que el resultado de la competencia resulte positivo y estimulante para quienes participan. Las habilidades en la ejecución  son —para ella— las menos complejas para establecer calificaciones. Lo más difícil es, sin dudas, la subjetividad basada en la sensibilidad y los criterios personales de cada jurado sobre quienes pueden conmover o presentar propuestas interpretativas que cumplan las expectativas. 

“También he tenido la suerte de compartir en jurados con colegas , grandes flautistas, muy competentes, que han hecho muy disfrutable la experiencia; aunque para mí el sabor, nunca es completamente dulce porque todos somos humanos y no somos dueños de la verdad, mucho menos en lo que al arte se refiere”.

En septiembre del 2010 inició junto a Silvio, Trovarroco y otros músicos invitados, la Gira Interminable: conciertos en barrios habaneros y de Cuba. “Fue en el barrio La Corbata.  Silvio acababa de regresar de una exitosa gira por Estados Unidos y a los pocos días de llegar hicimos el concierto, que tuvo una carga emotiva muy grande”Experiencia que considera para sí misma fundacional: “Una suerte de prolongación de lo que vivimos en la gira por las prisiones, que emocionalmente fue muy fuerte para todos”. 

Niurka no hace distinciones de público, ni lo subestima nunca; para ella el barrio y la sala de concierto solo se diferencian en la circunstancia de la presentación: el silencio de la sala donde la respiración propia puede ser perceptible y el barrio donde existen otros sonidos ajenos a la música que, sin embargo, aprovecha para explorar matices, que influyen también en la percepción de lo transmitido. “Salvo detalles como esos, todo lo demás es igual”Compartir experiencias, ideas y sentimientos llamados arte con el público que asiste a una sala para disfrutar de la música, o que la música toque puertas en los barrios donde ha sido montado el escenario, generan para ella el mismo compromiso. Confía en el ser humano, más allá de su “nivel cultural”.“En el lugar más insospechado habitan la sensibilidad y la espiritualidad”.

Le pido que escoja tres momentos significativos en su carrera y me responde con una cronología musical: “Cuando conocí a Leo Brouwer y debuté con la Orquesta Sinfónica Nacional; mi encuentro en Barcelona con Alan Marion en 1994, quien me hizo una carta de recomendación para estudiar en Francia y después fue mi profesor en París”. Prefiere reservarse el tercer momento. “Soy optimista y quiero creer que me esperan todavía experiencias maravillosas”. 

Su ritmo de trabajo no disminuye, aun con este presente complejo para todos; solo las presentaciones en vivo se han interrumpido, pero en las redes sociales gana el espacio que la pandemia truncó. Acompañada de su hija, junto a otros músicos o en solitario, comparte con el público presentaciones online, proyectos terminados y en progreso. Niurka no ha cejado en hacer del sonido de la flauta un tránsito hacia la belleza.

https://magazineampm.com/niurka-gonzalez-un-transito-hacia-la-belleza/

viernes, 18 de marzo de 2022

Introducción de otro viajero *

Delegación cubana al Festival de la Canción Política de Berlín, 1972.
De derecha a izq: Augusto Blanca, yo, Zaida García (jefa),
Eduardo Ramos y Quiñones (traductor).


Estaba concluyendo 1971 cuando nos enteramos de que la Unión de Jóvenes Comunistas se proponía enviar una delegación al Festival de la Canción Política de Berlín, evento que cada febrero organizaba la Juventud Libre Alemana. La UJC ya había escogido a uno de los trovadores participantes –Augusto Blanca– y esperaba que el ICAIC, sede del Grupo de Experimentación Sonora, aportara otros dos. Como Noel Nicola estaba haciendo un periplo por una provincia, Alfredo Guevara nos reunió a los trovadores disponibles –Eduardo Ramos, Pablo Milanés y yo– y nos pidió que decidiéramos quiénes irían a Berlín. Después de conversarlo un rato quedamos en ir Eduardo y yo.

El día de la partida llegué al aeropuerto de Boyeros con Estilita Chaviano Planes –que tenía ocho meses de embarazo de mi hija Violeta– y con Tito Márquez, que nos llevó en su Chevrolet del 55. Cuando me bajé del vehículo les dije que no esperaran por mi partida, para evitarles la molestia, pero insistieron en quedarse. Fue una suerte porque, unos minutos después, me vieron regresar y decirles: “Vamos para La Habana que yo no voy a ningún lado”. Era que, al llegar, me habían dicho que después de pasar por Inmigración debíamos entregar los pasaportes a la compañera de la UJC que iba al frente de la delegación. Por entonces había mucha suspicacia con los viajes y sabíamos que se pedían los pasaportes para tratar de evitar las deserciones, así que recibir esa instrucción me pareció de muy mal gusto. Era mi/nuestro primer viaje “oficial” –o sea, mandado por el Estado– fuera de Cuba y, lógicamente, todos estábamos ansiosos. Claro que mi negativa de abordar el avión no mejoró las cosas. Nunca supe si las consultas llegaron al Comité Nacional de la UJC o si allí mismo alguien tomó la decisión de que, al menos yo, portara mi pasaporte todo el tiempo.

El vuelo, más que largo, fue casi interminable. Íbamos en un inmenso IL-62 de fabricación soviética, del que se sabía que sus poderosos motores padecían de un solo defecto: el consumo. Así que la primera parada de abasto fue en Rabat, donde tuve un extraño déjà vu, pues dos años antes había tocado el puerto de Agadir, a bordo del buque-madre Océano Pacífico. La segunda escala fue en la capital de Argelia, cosa que me complació porque mi mamá se llama igual que ese país, y por ser admirador del clásico de Gillo Pontecorvo, La batalla de Argel. Avanzada la noche llegamos a Moscú. En la ventanilla había un revoloteo de lucecitas que no comprendí, hasta que alguien dijo: “Está nevando”. Por supuesto, ya en tierra fue imposible que no tocáramos la nieve. Dormimos un par de horas en un hotelito sin nombre y, cuando amanecía, regresamos al aeropuerto para seguir viaje. Descendiendo a Berlín tuve conciencia, por primera vez, de cómo los inviernos del norte desaparecen los colores.

Conocía a Eduardo Ramos desde noviembre de 1967, cuando él integraba Sonorama-6, el avanzado grupo musical que dirigía Martín Rojas. Eduardo siempre fue serio, desde joven. Cuando Leo Brouwer salía de viaje, él se quedaba al frente del Grupo de Experimentación Sonora porque todos confiábamos en su temprana madurez. Como creador usaba relaciones armónicas muy particulares y compases de métrica irregular. Musicalmente estaba a mil años luz por delante de mí.

A Augusto, de trato, le conocía mucho menos. Un año antes Noel Nicola había ido a Santiago de Cuba, de donde me había traído un casete que todavía conservo. Una cara contenía muy interesantes canciones del camagüeyano Miguel Escalona; la otra estaba llena de asombrosas trovas de Augusto Blanca, nativo de Banes. Escucharle había sido un descubrimiento. Títulos como “El caracol” o “Don Juan de los Palotes”fueron fogonazos de identidad. Por esta y por otras razones vivo convencido de que los que nacemos en pueblos pequeños somos una suerte de especie.

Eran los inicios de 1972 y la Revolución Cubana, después de una primera década de vecinos hostiles y lucha de clases, empezaba a integrarse al sistema del CAME, organismo económico del bloque socialista europeo. Estudiosos identifican aquellos años de nuestra cultura con la corriente extremistoide que Ambrosio Fornet acuñara como “Quinquenio Gris”, sufrida sobre todo por escritores y gente del teatro. Algunos trovadores de mi generación habíamos soportado turbulencias –anteriores al “quinquenio”–, pero gracias a la sensibilidad y a la visión de Haydee Santamaría y de Alfredo Guevara trabajábamos, estudiábamos y nos proyectábamos en los dos guetos de permisibilidad dialogante que por entonces había en Cuba: la Casa de las Américas y el ICAIC. Desde esos ámbitos labrábamos nuestro espacio de creación sustancialmente polémico y comprometido.

Era plena Guerra Fría. Visitar la República Democrática Alemana fue la posibilidad de conocer de primera mano el país menos rígido del mundo socialista –quizá por la constante referencia de libertades de las que solo le separaba un exiguo muro–. Lo primero que se nos dijo, al llegar a Berlín, fue que podíamos visitar el lado oeste, con la advertencia de que a los compañeros de la RDA no les gustaba que se hiciera. El Festival al que asistimos se movía entre ciudades y pudimos comprobar que, en todos los hoteles, al lado del televisor, había un cartelito que apelaba a las conciencias para que no se sintonizaran los canales “del otro lado”.

Hans, un joven alemán que nos pusieron como acompañante –algunos pensaban que para vigilarnos–, me contó que su padre era “obrero ejemplar”. Por la edad de su progenitor comprendí que al menos la mitad de su vida había transcurrido durante la etapa de la Alemania nazi. Cuando indagué al respecto, Hans me confesó que su papá había militado en las Juventudes Hitlerianas.

—¿Y cómo puede ser obrero ejemplar en este sistema tan distinto? –le pregunté.

—Ah, ese es el orgullo alemán –respondió–. Nos satisface hacer bien nuestro trabajo, en cualquier circunstancia.

Creo que en aquel sencillo momento me fue revelada una de las esencias del pueblo germano.

En aquel Berlín conocí algunos cantores y músicos muy buenos. Recuerdo un increíble grupo musical de Hungría y otro, asombroso, de Polonia. En la delegación india había un señor que manejaba una cajita de música y que decía ser amigo de Satyajit Ray, el autor de la legendaria Trilogía de Apú. Por aquellos días conocí al venezolano Alí Primera, con quien discutía mucho pero siempre hermanados. También estaba el portugués Luís Cilia, con quien tuve grandes coincidencias. En Berlín sentí vergüenza por el Museo de Pérgamo, uno de los mayores robos arqueológicos de la Historia. Pero allí mismo también estaba el Berliner Ensemble, que por mi insistencia visitamos un mediodía y, oh sorpresa, ensayaban Galileo Galilei, cuya escenografía inolvidable era solo una luz cenital, envuelta por una negra bóveda de estrellas.

Un día nos llevaron a Jena y a la fábrica Carl Zeiss, donde se dice que se producen las lentes para telescopios y microscopios más perfectas del mundo, y en la que el recorrido se hace rodeado de atentos vigilantes. Otro día estuvimos en la insólita Karl Marx Stadt que, en 1990, volvió a llamarse Chemnitz. Fue una suerte poder visitar la tantas veces bombardeada Dresde, en la que milagrosamente sobrevivió el museo, donde vimos un cuadro inolvidable: “La moneda de cobre”, de Tiziano.

Pero la mañana más especial de todas fue en la que el conductor del ómnibus hizo un desvío para pasar por Leipzig y visitar el austero templo de Santo Tomás donde, frente al altar mayor, bajo una loza de granito, reposan los restos de Johann Sebastian Bach. No sé cuántos ángeles amigos se habrán combinado para que en el momento justo en que traspusimos el umbral de la iglesia empezara a sonar el órgano.

Fue un viaje fascinante. Cierto que en algunos momentos hubo sus tensiones, en cierta medida por mi culpa. El problema es que yo era un guevariano demasiado explícito y siempre hablaba del Che y cantaba “Fusil contra fusil”. Eso no era simpático para los camaradas alemanes, porque la línea política de ellos era parecida a la del PCUS y a la de muchos partidos comunistas de entonces, que no creían en la lucha armada. El último día nos despidió el ministro de Cultura de la RDA, que dio gracias a todos los participantes del Festival. Nos dejó a los cubanos para último y fue notorio que las únicas palabras que sonaron desdeñosas las pronunció mirando a nuestra mesa.

Por esta variedad de sabores conservo aquella travesía como una maravillosa experiencia, llena de enseñanzas.

Ya solo nos quedaba regresar por el mismo camino que habíamos transitado. Aún no sabíamos que dos ciudades de la Rusia soviética también nos esperaban: Leningrado –San Petersburgo–, la ciudad que construyó Pedro el Grande, con sus mil puentes sobre el Neva, el acorazado Potemkim, el Palacio de Invierno convertido en Museo Ermitage por la Revolución de Octubre, el solemne cementerio de la ciudad que no se rindió; y también Moscú y su imponente Plaza Roja, el Mausoleo de Lenin, el Kremlin y su capilla iluminada por Andrei Rubliov, el museo de Pushkin, el Tretiakov, la maqueta de la batalla de Borodinó, el circo como arte, las deslumbrantes estaciones de metro, el cementerio de Novodévich, la tumba de Vladimiro Maiakovsky.

Todo eso y más tenemos la oportunidad de revivir gracias a este insólito diario de viaje –ya lo verán– de mi querido hermano Augusto Blanca.



Silvio Rodríguez Domínguez,
La Habana, marzo de 2019.
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* Prólogo para libro de memorias de Augusto Blanca


martes, 15 de marzo de 2022

Noam Chomsky: "Se puede evitar. Esa es la clave."

                                                   por C. J. Polychroniou / Truthout

Mientras la guerra continúa en Ucrania, la diplomacia sigue manteniéndose en un segundo plano a pesar de la dolorosa devastación que ha provocado la invasión rusa. La estructura global posterior a la Segunda Guerra Mundial sencillamente es incapaz de regular las cuestiones relativas a la guerra y la paz, y Occidente sigue rechazando las argumentaciones de Rusia en materia de seguridad. Además, en algunos círculos se pide que se declare una zona de exclusión aérea sobre Ucrania, a pesar de que la aplicación efectiva de dicha política supondría una rápida escalada de la violencia con posibles consecuencias inefables por espantosas. La idea de una zona de exclusión aérea es tremendamente peligrosa, advierte Noam Chomsky en esta entrevista exclusiva concedida a Truthout.

Casi dos semanas después de la invasión rusa de Ucrania, las fuerzas rusas siguen atacando ciudades y pueblos, mientras que más de 140 países han votado a favor de una resolución no vinculante de la ONU que condena la invasión y pide la retirada de las tropas rusas. En vista del incumplimiento de las normas del derecho internacional por parte de Rusia, ¿no hay algo que decir sobre las instituciones y normas del orden internacional de posguerra en la coyuntura actual? Es bastante obvio que el orden mundial westfaliano centrado en el Estado no puede regular el comportamiento geopolítico de los agentes estatales respecto a cuestiones de guerra/paz e incluso de sostenibilidad. ¿No es, por tanto, una cuestión de supervivencia que desarrollemos una nueva estructura normativa global?

Si realmente es una cuestión de supervivencia, entonces estamos perdidos, porque no puede lograrse en un plazo de tiempo válido. Lo máximo que podemos esperar de momento es consolidar lo que hay, que es muy débil. Y eso ya será bastante difícil.

Las grandes potencias violan constantemente el derecho internacional, al igual que las más pequeñas cuando pueden salirse con la suya, habitualmente bajo el paraguas de una gran potencia protectora, como cuando Israel se anexiona ilegalmente los Altos del Golán sirios y la Gran Jerusalén –consentido por Washington, autorizado por Donald Trump, que también autorizó la anexión ilegal del Sahara Occidental por parte de Marruecos–.

Según el derecho internacional, es responsabilidad del Consejo de Seguridad de la ONU mantener la paz y, si se considera necesario, autorizar el uso de la fuerza. Las agresiones de las superpotencias no llegan al Consejo de Seguridad: las guerras de Estados Unidos en Indochina, la invasión de Irak por parte de Estados Unidos y Reino Unido o la invasión de Ucrania por parte de Putin, por poner tres ejemplos de manual de “crimen internacional supremo” por el que los nazis fueron colgados en Nuremberg. Más exactamente, Estados Unidos es intocable. Los crímenes rusos al menos reciben cierta atención.

El Consejo de Seguridad puede tener en cuenta otras atrocidades, como la invasión franco-británica-israelí de Egipto y la invasión rusa de Hungría en 1956. Pero el veto bloquea medidas adicionales. La primera fue revocada por órdenes de una superpotencia (Estados Unidos), que se opuso al momento y la forma de la agresión. El segundo crimen, llevado a cabo por una superpotencia, solo dio lugar a protestas.

El desprecio de las superpotencias hacia el marco jurídico internacional es tan común que pasa casi desapercibido. En 1986, la Corte Internacional de Justicia condenó a Washington por su guerra terrorista (en la jerga legalista, “uso ilegal de la fuerza”) contra Nicaragua, y le ordenó que desistiera y pagara importantes indemnizaciones. Estados Unidos desestimó la sentencia con desprecio (con el apoyo de la prensa liberal) e intensificó el ataque. El Consejo de Seguridad de la ONU intentó reaccionar con una resolución en la que se pedía a todas las naciones que respetaran el derecho internacional sin mencionar a nadie, pero todo el mundo comprendió la intencionalidad. Estados Unidos la vetó, proclamando alto y claro que es inmune al derecho internacional. Ha desaparecido de la historia.

Rara vez se reconoce que despreciar el derecho internacional implica también despreciar la Constitución de Estados Unidos, a la que se supone que debemos tratar con la reverencia que se concede a la Biblia. El artículo VI de la Constitución establece que la Carta de la ONU es “la ley suprema del país”, vinculante para los cargos electos, lo cual incluye, por ejemplo, a todo presidente que recurra a la amenaza de la fuerza (“todas las opciones están abiertas”), prohibida por la Carta. Hay artículos académicos en la literatura jurídica que argumentan que las palabras no significan lo que dicen. Y sí lo hacen. 

Resulta demasiado fácil continuar. Una de las consecuencias, que ya hemos discutido, es que en el discurso de Estados Unidos, incluido el académico, ahora es de rigor rechazar el orden internacional que se basa en la ONU en favor de un “orden internacional basado en reglas”, con el entendimiento tácito de que Estados Unidos establece efectivamente las reglas.

Incluso si el derecho internacional (y la Constitución de Estados Unidos) se cumpliera, su alcance sería limitado. No llegaría tan lejos como las horrendas guerras de Rusia en Chechenia, cuando arrasaron la capital, Grozny, lo que quizás sea un pronóstico atroz para Kiev a menos que se llegue a un acuerdo de paz; o en esos mismos años, la guerra de Turquía contra los kurdos, cuando mataron a decenas de miles, destruyendo miles de pueblos y aldeas, empujando a cientos de miles a miserables tugurios en Estambul, todo ello con el firme respaldo de la Administración Clinton, que intensificó su inmensa circulación de armas a medida que aumentaban los crímenes. El derecho internacional no prohíbe la especialidad de Estados Unidos de imponer sanciones asesinas para castigar el “desafío efectivo” o robar los fondos de los afganos mientras estos se enfrentan a la inanición generalizada. Tampoco prohíbe torturar a un millón de niños en Gaza o enviar a un millón de uigures a “campos de reeducación”. Y hay muchísimo más.

¿Cómo se puede cambiar esto? No es probable que se consiga mucho estableciendo una nueva “barrera de pergamino”, tomando prestada la frase de James Madison, referida a meras palabras sobre el papel. Un marco de orden internacional más adecuado puede ser útil para fines educativos y organizativos, como lo es el derecho internacional. Pero no basta con proteger a las víctimas. Eso sólo puede lograrse obligando a los poderosos a poner fin a sus crímenes –o, a largo plazo, socavando su poder por completo–. Eso es lo que muchos miles de valientes rusos están haciendo ahora mismo en sus notables esfuerzos por impedir la maquinaria de guerra de Putin. Es lo que han hecho los estadounidenses al protestar contra los numerosos crímenes de su Estado, enfrentándose a una represión mucho menos grave, con buenos resultados aunque insuficientes. 

Se pueden tomar medidas para construir un orden mundial menos peligroso y más humano. Con todos sus defectos, la Unión Europea es un paso adelante respecto a lo que existía antes. Lo mismo ocurre con la Unión Africana, por muy limitada que siga siendo. Y en el hemisferio occidental, lo mismo ocurre con iniciativas como UNASUR [la Unión de Naciones Sudamericanas] y CELAC [la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños], esta última busca una integración latinoamericana-caribeña separada de la Organización de Estados Americanos dominada por Estados Unidos.

De una forma u otra las preguntas surgen constantemente. Hasta prácticamente el día de la invasión rusa de Ucrania, muy posiblemente, el crimen podría haberse evitado si se hubieran estudiado las opciones que estaban claras: neutralidad al estilo austriaco para Ucrania, una versión del federalismo de Minsk II que reflejara los compromisos reales de los ucranianos sobre el terreno. Hubo poca presión para inducir a que Washington promoviera la paz. Los estadounidenses tampoco se unieron al ridículo mundial de las odas a la soberanía por parte de la superpotencia que es una clase en sí misma en su brutal desprecio por la noción. 

Las opciones siguen existiendo, aunque reducidas tras la criminal invasión.

Putin hizo gala del mismo deseo de recurrir a la violencia aunque hubiera opciones pacíficas disponibles. Es cierto que Estados Unidos continuó desestimando lo que incluso altos funcionarios estadounidenses y diplomáticos de alto rango han entendido desde hace tiempo como legítimas preocupaciones rusas en materia de seguridad, pero había otras opciones aparte de la violencia criminal. Los observadores de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) habían informado de un fuerte aumento de la violencia en la región del Donbás, que muchos –no sólo Rusia– acusan de ser, en gran medida, una iniciativa ucraniana. Putin podría haber tratado de demostrar esa acusación, si es que es correcta, y de llamar la atención de la comunidad internacional. Eso habría reforzado su posición.

Y lo que es más importante, Putin podría haber aprovechado las oportunidades, que eran reales, de apelar a Alemania y Francia para llevar adelante la proyección de un “hogar común europeo”, en la línea propuesta por De Gaulle y Gorbachov, un sistema europeo sin alianzas militares desde el Atlántico hasta los Urales, incluso más allá, que sustituya al sistema atlantista basado en la OTAN de subordinación a Washington. Ese ha sido el tema central de fondo durante mucho tiempo, agudizado durante la crisis actual. Un “hogar común europeo” ofrece muchas ventajas a Europa. Una diplomacia inteligente podría haber hecho avanzar dicha proyección. 

En lugar de buscar opciones diplomáticas, Putin echó mano del revólver, un acto reflejo demasiado común del poder. El resultado es devastador para Ucrania, y probablemente lo peor esté por llegar. El resultado es también un regalo muy bien recibido en Washington, ya que Putin ha logrado que el sistema atlantista se imponga de forma aún más sólida que antes. El regalo es tan bien recibido que algunos analistas serios y bien informados han especulado que era el objetivo de Washington todo el tiempo.

Deberíamos reflexionar mucho sobre estas cuestiones. Un ejercicio útil es comparar lo poco que se emplea el diálogo y lo mucho que se recurre a la guerra, tomando prestada la retórica de Churchill. 

Quizá los pacificadores sean realmente los benditos. Si así fuera, el Señor no tendría que hacer horas extras.

Hablando de la necesidad de una nueva estructura global y de una práctica diplomática que se adapte a la dinámica global actual, Putin repitió, en una reciente conversación telefónica que mantuvo con el presidente francés, Emmanuel Macron, la lista de agravios de Rusia contra Occidente e insinuó una salida a la crisis. Sin embargo, de nuevo, hubo un rechazo a las demandas de Putin y, aún más inexplicable, la completa aniquilación de ese rayo de luz ofrecido por Putin. ¿Desea comentar este asunto? 

Lamentablemente no es inexplicable. Por el contrario, es totalmente normal y predecible.

Enterrado en el informe de prensa de la conversación entre Putin y Macron, con el rutinario titular incendiario sobre los objetivos de Putin, había un breve informe de lo que realmente dijo Putin: “En su propia lectura de la llamada, el Kremlin dijo que el Sr. Putin había dicho a su homólogo francés que su principal objetivo era ‘la desmilitarización y el estatus neutral de Ucrania’. Esos objetivos, dijo el Kremlin, ‘se lograrán pase lo que pase’”.

En un mundo racional, este comentario sería titular y los comentaristas estarían pidiendo a Washington que aprovechara lo que puede ser una oportunidad para poner fin a la invasión antes de que se produzca una gran catástrofe que devastará a Ucrania y que puede incluso llevar a una guerra terminal si no se le ofrece a Putin una vía de escape al desastre que ha creado. En lugar de ello, estamos escuchando los habituales pronunciamientos de “guerra-guerra”, prácticamente en todos los ámbitos, empezando por el conocido analista de política exterior Thomas Friedman. Hoy el tipo duro del New York Times amenaza: “Vladimir, aún no has visto ni la mitad”.

El ensayo de Friedman es una celebración de la “cancelación de la Madre Rusia”. Puede ser útil compararlo con su reacción ante atrocidades comparables o peores de las que comparte la responsabilidad. No es el único.

Así son las cosas en una cultura intelectual muy libre pero profundamente conformista.

Una respuesta racional a la reiteración de Putin de su “objetivo principal” sería aceptarlo y ofrecer lo que desde hace tiempo se entiende como el marco básico para una resolución pacífica: repetir “neutralidad al estilo austriaco para Ucrania, alguna versión del federalismo de Minsk II que refleje los compromisos reales de los ucranianos sobre el terreno”. La racionalidad también implicaría hacer esto sin las patéticas posturas sobre los derechos soberanos por los que sentimos un desprecio absoluto –y que no se infringen más de lo que se infringe la soberanía de México por el hecho de que no pueda unirse a una alianza militar con base en China y acoger maniobras militares conjuntas México-China y armas ofensivas chinas dirigidas a Estados Unidos–.

Todo esto es factible, pero presupone algo muy lejano, un mundo racional, y además, un mundo en el que Washington no se regodee en el maravilloso regalo que le acaba de hacer Putin: una Europa totalmente subordinada, sin tonterías sobre escapar del control del Amo. 

El mensaje para nosotros es el mismo de siempre, y como siempre, simple y obvio. Debemos hacer todos los esfuerzos posibles para crear un mundo sostenible.

El presidente ucraniano Volodímir Zelenski condenó la decisión de la OTAN de no cerrar el cielo de Ucrania. Una reacción comprensible dada la catástrofe causada a su país por las fuerzas armadas rusas, pero ¿no sería la declaración de una zona de exclusión aérea un paso más hacia la Tercera Guerra Mundial? 

Como usted dice, la petición de Zelenski es comprensible. Responder a ella llevaría muy probablemente a la obliteración de Ucrania y mucho más allá. El hecho de que incluso se discuta en Estados Unidos es asombroso. La idea es una locura. Una zona de exclusión aérea significa que las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos no sólo atacarían aviones rusos, sino que también bombardearían instalaciones terrestres rusas que proporcionan apoyo antiaéreo a las fuerzas rusas, con los consiguientes “daños colaterales”. ¿Es tan difícil comprender las consecuencias? 

Tal y como están las cosas, China puede ser la única gran potencia con capacidad para detener la guerra en Ucrania. De hecho, Washington parece estar deseando que los chinos se involucren, ya que Xi Jinping podría ser el único líder que obligara a Putin a reconsiderar sus acciones en Ucrania. ¿Ve usted a China desempeñando el papel de mediador de paz entre Rusia y Ucrania, y quizás incluso apareciendo pronto como mediador de la paz mundial?

China podría intentar asumir este papel, pero no parece probable. Los analistas chinos pueden ver con la misma facilidad que nosotros que siempre hubo una forma de evitar la catástrofe, según las líneas que hemos discutido repetidamente en entrevistas anteriores y que reiteramos brevemente aquí. También pueden ver que, aunque las opciones han disminuido, todavía sería posible satisfacer el “objetivo principal” de Putin de un modo beneficioso para todos, sin infringir ningún derecho básico. Y pueden ver que el gobierno de EE. UU. no está interesado, ni tampoco los comentaristas. Puede que vean pocos alicientes para lanzarse.

No está claro que ni siquiera quieran hacerlo. Ya les va bien mantenerse al margen del conflicto. Siguen integrando a gran parte del mundo en el sistema de inversión y desarrollo con base en China, y es muy posible que Turquía –miembro de la OTAN– sea el siguiente país.

China también sabe que al hemisferio sur le gusta poco “cancelar a la Madre Rusia”, prefiere mantener las relaciones. Es posible que el Sur comparta el horror ante la crueldad de la invasión, pero sus experiencias no son las de Europa y Estados Unidos. Al fin y al cabo, son los objetivos tradicionales de la brutalidad europeo-estadounidense, al lado de los cuales el sufrimiento de Ucrania apenas destaca. China comparte las experiencias y los recuerdos desde su “siglo de humillación” y mucho más.

Mientras que Occidente puede optar por no percatarse, China puede sin duda entenderlo. Supongo que mantendrán las distancias y seguirán su camino actual.

Suponiendo que todas las iniciativas diplomáticas fracasen, ¿está Rusia realmente en condiciones de ocupar un país entero del tamaño de Ucrania? ¿No podría Ucrania convertirse en el Afganistán de Putin? De hecho, en diciembre de 2021, el director del Centro de Investigación Ucraniana de la Academia Rusa de Ciencias, Viktor Mironenko, advirtió de que Ucrania podría convertirse en otro Afganistán. ¿Cuál es su opinión al respecto? ¿No ha aprendido Putin ninguna lección de Afganistán? 

Si Rusia ocupa Ucrania, su miserable experiencia en Afganistán parecerá un picnic en el parque.

Debemos tener en cuenta que los casos son muy diferentes. El registro documental revela que Rusia invadió Afganistán de muy mala gana, varios meses después de que el presidente Carter autorizara a la CIA a “proporcionar... apoyo a los insurgentes afganos” que se oponían a un gobierno respaldado por Rusia con el fuerte apoyo, si no la iniciativa, del consejero de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski, como declaró posteriormente con orgullo. Nunca hubo ningún fundamento para hacer esas furibundas declaraciones sobre los planes rusos para apoderarse de Oriente Medio y más allá. De nuevo, la respuesta negativa, bastante aislada, de George Kennan a estas afirmaciones fue astuta y acertada.

Estados Unidos prestó un sólido apoyo a los muyahidines que se resistían a la invasión rusa, no para ayudar a liberar Afganistán, sino para “matar a los soldados soviéticos”, como explicó el jefe de la base de la CIA en Islamabad que dirigía la operación. 

Para Rusia el coste fue terrible, aunque, por supuesto, apenas una parte de lo que sufrió Afganistán, que continuó cuando los fundamentalistas islámicos apoyados por Estados Unidos asolaron el país tras la retirada de los rusos. 

Uno duda incluso de imaginar lo que la ocupación de Ucrania le supondría no solo a su pueblo, sino al mundo.

Se puede evitar. Esa es la clave.

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Fuente: https://ctxt.es/es/20220301/Politica/39058/noam-chomsky-ucrania-rusia-estados-unidos-exclusion-aerea-ocupacion.htm (enviado por cpc)