miércoles, 23 de diciembre de 2015

El Vesak

                     Por Rolando López del Amo

En Sri Lanka existe una tradición budista que llaman Vesak. Se festeja llenando espacios públicos y privados de luces e  imágenes alegórícas a Buda y sus discípulos y los símbolos del budismo. Es un festival de recordación a Buda que se realiza con mucha alegría y devoción.

 En las reuniones de las familias y los amigos para la celebración las cosas para comer que sean servidas deben ser vegetarianas, nada que contenga carne de animal alguno. Tampoco deben consumirse bebidas   alcohólicas.

En las reuniones se recuerdan las enseñanzas principales del Buda y se expresan los mejores deseos para todos los seres vivientes. Ese festejo se celebra durante la luna llena del mes de mayo, de modo que el día del mes puede cambiar. Este año la luna llena fue el día tres de mayo.

Según la tradición, el príncipe Sidarta Gautama, quien sería después conocido como el Buda, que quiere decir el iluminado, vivió en el siglo VI antes de nuestra era y nació un día de luna llena del mes de mayo en Lumbini, en lo que hoy es Nepal, cerca de la frontera con la India actual. 

Después de haberse casado y ser padre de un hijo varón, el acaudalado Sidarta descubrió, fuera de la vida palaciega, los sufrimientos que padecía la gente común. El contacto con la pobreza, la enfermedad, el desamparo y la muerte impactó de tal forma al joven príncipe que decidió cambiar el rumbo de su vida y convertirse en un asceta errante que sometía su cuerpo a severas penalidades en busca de una vía de redención.

Con el paso del tiempo comprendió que ese camino era tan erróneo como el de la abundancia, el deleite y el lujo palaciegos. Frente a los dos extremos, pensó en un tercer camino. Se cuenta que un día de luna llena del mes de mayo, semejante al de su nacimiento, mientras reflexionaba bajo un copioso árbol de una especie que llaman bodi, su mente se iluminó y logró elaborar su doctrina. A partir de entonces recibió el nombre de Buda.

 Para el Buda la clave estaba en comprender las cuatro nobles verdades acerca del sufrimiento humano y cómo darle solución.

Descubrió que el sustento principal del sufrimiento radicaba en el desear, en el afán de poseer cosas y, a partir de ahí, propuso una ética para controlar la mente y apagar el deseo. De esa forma se saldría del ciclo de renacimientos, de reencarnaciones de las que hablaba la religión hinduista ya vigente en el Indostán en tiempos de Buda.  Según esta doctrina los seres vivientes poseen un alma inmortal que,  de acuerdo a como haya actuado el ser en su vida, recibirá recompensa o castigo en la vida siguiente de acuerdo con la ley del karma, que quiere decir según se haya obrado. Los renacimientos pueden ser en forma humana o animal y en este planeta u otros más avanzados.  Para salir de ese ciclo, Buda propuso un camino de ocho puntos, los que incluyen un pensamiento, un discurso y una actuación correctos y la posibilidad de alcanzar, por esfuerzo propio, un estado de no muerte ni reencarnaciones, de felicidad plena, al que llamó Nirvana.

Sus enseñanzas fueron transmitidas verbalmente y sus seguidores fueron los que dejaron el testimonio escrito, tal como ocurriría siglos después con las enseñanzas de Jesús, el nazareno.

Se cuenta también que a la edad de ochenta años, un día de luna llena del mes de mayo, el Buda alcanzó el Nirvana y abandonó este mundo, es decir, falleció. Así, nacimiento, iluminación y entrada al Nirvana, ocurrieron el día de la luna llena del mes de mayo.

El Buda nunca trató de asuntos metafísicos, ni de la creación del universo, ni de Dios, ni del alma humana. Su doctrina es, como ya dije, una ética humanista que aspira a controlar la mente para actuar bien. Es una ética del bien para que el hombre se libere del sufrimiento. Nunca dijo cómo era el Nirvana y si era la mente  la que lo alcanzaba. También dejó dicho que alcanzar el Nirvana era tarea de cada individuo. Cada cual tenía que alcanzar su propia iluminación.

Sus seguidores se agruparon en una orden monacal a la que llaman Sanga y cuya labor es propagar las enseñanzas de Buda. En Sri Lanka hay escuelas especiales dirigidas por los monjes a las que llaman Pirivena.

El budismo llegó a Sri Lanka en tiempos del Emperador Ashoka, de la India, quien se convirtió al budismo y envió al príncipe Vijaya a Sri Lanka, partiendo de lo que hoy es Bengala, para propagar allí el budismo.

El budismo entró a China por la ruta de la seda y de ahí pasó a Mongolia, Corea y luego al Japón. La vía hacia el sudeste asiático llegó, desde Nepal y Tibet, hasta Myanmar, Tailandia, Camboya, Laos, Vietnam, Malaca e Indonesia.

Se supone que algunos  propagadores del budismo llevaron consigo reliquias de Buda tales como alguna parte de lo que fue su cuerpo. En Sri Lanka, en la ciudad de Kandy, al centro de la isla y que fue su última capital antes de consumarse la total colonización inglesa, se conserva una reliquia de Buda en un templo, guardada en un cofre sellado que se protege muy especialmente. Una vez al año, generalmente en agosto, según mis recuerdos, la reliquia es llevada en procesión fuera de su recinto y paseada por la ciudad sobre el lomo de un elefante muy engalanado con mantas con incrustaciones de piedras preciosas y semipreciosas y luces, por una personalidad  que porta y cuida del cofre. Otros elefantes engalanados, hasta el número de cien, desfilan en la procesión que se hace en la noche, entre hombres que portan antorchas encendidas y grupos de danzarines,  todos vestidos uniformemente, al compás de tambores percutidos con baquetas y sonidos de caracolas que eran en la antigüedad, al soplarlas, como una suerte de trompas o trompetas anunciadoras de grandes eventos, incluyendo el anuncio de combates entre carros o soldados de infantería. El que lea el poema épico indio Baghavad Gita, encontrará la mención y descripción de esa práctica.

La Embajada de Sri Lanka en Cuba ha venido celebrando el festival del Vesak, de las luces, desde hace algunos años, y a él son invitados los srilankeses residentes en Cuba, incluyendo los que aquí estudian, numerosos amigos cubanos del fraterno país visitado en 1959 por el Che en ocasión de su viaje asiático en el curso del cual se establecieron nuestras relaciones diplomáticas, autoridades de nuestro gobierno y, por supuesto, miembros del cuerpo diplomático acreditado en Cuba.

Los adornos y farolas para la ocasión en Cuba fueron hechos artesanalmente por los propios trabajadores de la Embajada, incluyendo a la esposa del Embajador.

El encuentro comienza, como todas las actividades oficiales o privadas srilanquesas, encendiendo una curiosa lámpara de aceite  hecha de bronce que contiene varios platos colocados a suficiente distancia el uno del otro, desde el suelo hacia arriba, verticalmente,  que van de mayor a menor hasta culminar en su tope con la figura de un gallo, quizás como símbolo de quien anuncia el amanecer. El plato superior se llena de aceite y tiene siete ranuras en las que se colocan mechas de pabilo que se mojan en el aceite y se encienden para que ardan e iluminen, como ocurre con las velas de cera. Esta lámpara debe ser encendida por siete personas escogidas para que las luces de la lámpara alumbren el buen desarrollo de lo que se va a realizar. El sentido de la iluminación es que la ocasión sea auspiciosa.

Después de dar la bienvenida a los presentes, se leerán o recordarán aspectos de   la vida y enseñanzas de Buda  para promover la compasión hacia los seres vivientes, la paz y el amor para el bien común.

Son tradiciones nobles que no excluyen a personas de otros credos y de un profundo sentido humanista  y fraternal para unir a lo diverso.

Hermosas tradiciones para honrar a figura tan relevante como Sidarta Gautama, el Buda, tan admirado por nuestro José Martí quien en La Edad de Oro, en el artículo Un paseo por la tierra de los anamitas,  escribió:

Buda es su gran dios, que no fue dios cuando vivió de veras, sino un príncipe bueno, tan fuerte de cuerpo que mano a mano echaba por tierra a leones jóvenes, y tan hermoso que lo quería como a su corazón el que lo veía una vez, y de tanto pensamiento que no podían los doctores discutir con él, porque de niño sabía más que los doctores más sabios y viejos. Y luego se casó, y quería mucho a su mujer y a su hijo; pero una tarde que salió en su carro de perlas y plata a pasear, vio a un viejo pobre, vestido de harapos, y volvió del paseo triste: y otra tarde vio a un moribundo, y no quiso pasear más: y otra tarde vio a un muerto, y su tristeza fue ya mucha: y otra vio a un monje que pedía limosnas, y el corazón le dijo que no debía andar en carro de plata y de perlas, sino pensar en la vida, que tenía tantas penas, y vivir solo, donde se pudiera pensar, y pedir limosna para los infelices, como el monje. Tres veces le dio en su palacio la vuelta a la cama de su mujer y de su hijo, como si fuera un altar, y sollozó: y sintió como que el corazón se le moría en el pecho. Pero se fue, en lo oscuro de la noche, al monte, a pensar en la vida, que tenía tanta pena, a vivir sin deseos y sin mancha, a decir sus pensamientos a los que se los querían oír, a pedir limosna para los pobres, como el monje. Y no comía, más que lo que un pájaro: y no bebía, más que para no morirse de sed: y no dormía, sino sobre la tierra de su cabaña: y no andaba, sino con los pies descalzos. Y cuando el demonio Mara le venía a hablar de la hermosura de su mujer y de las gracias de su niño, y de la riqueza de su palacio, y de la arrogancia de mandar en su pueblo como rey, él llamaba a sus discípulos, para consagrarse otra vez ante ellos a la virtud: y el demonio Mara huía espantado. 
Esas son cosas que los hombres sueñan, y llaman demonios a los consejos malos que vienen del lado feo del corazón; solo que como el hombre se ve con cuerpo y nombre, pone nombre y cuerpo, como si fuesen personas, a todos los poderes y fuerzas que imagina: ¡y ese es poder de veras, el que viene de lo feo del corazón, y dice al hombre que viva para sus gustos más que para sus deberes, cuando la verdad es que no hay gusto mayor, no hay delicia más grande, que la vida de un hombre que cumple con su deber, que está lleno alrededor de espinas! ¿Pero qué es más bello, ni da más aroma que una rosa?. 
Del monte volvió Buda, porque pensó, después de mucho pensar, que con vivir sin comer y beber no se hacía bien a los hombres, ni con dormir en el suelo, ni con andar descalzo, sino que estaba la salvación en conocer las cuatro verdades que dicen que la vida es toda de dolor, y que el dolor viene de desear, y que para vivir sin dolor es necesario vivir sin deseo, y que el dulce Nirvana, que es la hermosura como de luz que le da al alma el desinterés, no se logra viviendo como loco o glotón, para los gustos de lo material, y para amontonar a fuerza de odio y humillaciones el mando y la fortuna, sino entendiendo que no se ha de vivir para la vanidad, ni se ha de querer lo de otros y guardar rencor, ni se ha de dudar de la armonía del mundo o ignorar nada de él o mortificarse con la ofensa y la envidia, ni se ha de reposar hasta que el alma sea como una luz de aurora, que llena de claridad y hermosura al mundo, y llore y padezca por todo lo triste que hay en él, y se vea como médico y padre de todos los que tienen razón de dolor: es como vivir en un azul que no se acaba, con un gusto tan puro que debe ser lo que se llama gloria, y con los brazos siempre abiertos. 
Así vivió Buda, con su mujer y con su hijo, luego que volvió del monte. 

viernes, 18 de diciembre de 2015

El dibujo de un espía

                      Por Guillermo Rodríguez Rivera

En diciembre de 2013, Galaxia Gutenberg, de Barcelona, puso en circulación Mapa dibujado por un espía, de Guillermo Cabrera Infante. Se trata de uno de los textos inéditos que Miriam Gómez, la viuda del escritor, encontró a raíz del fallecimiento de GCI, ocurrido en Londres en febrero del año 2005.

Para los intelectuales cubanos de los años sesenta, este libro tiene una especial significación. Se trata del testimonio de la última estancia del autor en Cuba, entre los meses de junio y octubre de 1965, que ha sido contada muchas veces y de muy diferentes maneras. Como hacía con sus críticas cinematográficas, GCI escribe todo el libro en tercera persona de singular.

En ese mes de octubre, Cabrera Infante abandonó Cuba con un permiso de residencia en Europa. Tres años después, el periodista argentino Tomás Eloy Martínez publica, en la revista Primera plana, una entrevista a GCI donde el escritor manifiesta su desacuerdo, su ruptura con la Revolución Cubana. La ausencia de Cabrera de Cuba, se hizo definitiva.

El texto de Mapa… había sido depositado en un sobre por su autor, que ni siquiera había escogido un título para lo que debía ser un libro que, a todas luces, estaba inconcluso.
El editor de Mapa…, Antoni Munné, nos cuenta que Cabrera Infante no llegó a decidirse por ninguno de los dos títulos con los que se refería al texto: Ítaca vuelta a visitar y Mapa dibujado por un espía.

En varias ocasiones, Cabrera Infante ha metaforizado a Cuba en el nombre de Ítaca, la isla de Odiseo, e incluso ha citado el conocido poema de Konstantin Kavafis sobre el asunto. Miriam Gómez le cuenta al editor Munné, que su marido había visto, en los días de esa última estancia en La Habana y colgando en una de las paredes del despacho de Alejo Carpentier, un grabado que era un rústico mapa de la capital cubana. El autor de Los pasos perdidos le dijo que el grabado reproducía el mapa que había dibujado un espía inglés, en los días en que el duque de Albemarle comandó la toma de la ciudad para la corona británica. A pesar de la indecisión que tuvo su autor para titularlo, el libro lleva una cita de Ernest Hemingway que demuestra que, quienes finalmente eligieron el título, quisieron reforzar la adopción: “Tú no eres realmente uno de ellos sino un espía en su país”.

El editor presenta un segundo problema: indagar cuando es el momento en que se escribe el libro. Munné cita a Raymond L. Souza, biógrafo de GCI en Guillermo Cabrera Infante. Two Islands: Many Worlds (1996), a quien el propio autor testimonia que

     escrito en 1973, cuando volvió a trabajar después
     de una grave depresión, el libro le ayudó a reconstruir
     y a exorcizar recuerdos del pasado.[1]

El editor Munné tiene serios reparos para aceptar el testimonio del propio autor. Lo cito:

       Si realmente situamos este exorcismo de la memoria
       en el año 1973, parece poco verosímil el trato que
       reciben algunas personas que aparecen en el texto,
       las mismas que, a partir del caso Padilla, pasaron
       a convertirse en enemigos acérrimos de
       Cabrera Infante, que tacharon de “gusano” o
       de contrarrevolucionario al autor. Gentes que,
       en definitiva, optaron por apoyar al régimen
       que Cabrera Infante criticaba. Entre los más
       notorios,   Lisandro Otero, Edmundo Desnoes,
       Harold Gramatges o Roberto Fernández Retamar,  
       cuya presencia en el libro no denota la fuerte
       enemistad política que trascendió en lo personal
       y que terminó separándoles.
        Nuestra modesta hipótesis es pues que el
        libro probablemente fue escrito, casi de un tirón,
        con anterioridad al año 1968.[2]

Munné olvida que, cuando llega La Habana en junio de 1965, debido a la enfermedad de su madre, Cabrera Infante es el diplomático en funciones que ha tenido especial cuidado en salvar las responsabilidades de su cargo antes de viajar a La Habana.[3] Es, además, el escritor que acaba de ganar el premio Joan Petit Biblioteca Breve, de la Editorial Seix Barral, acaso el más importante en ese momento para una novela inédita en español. El año anterior, lo había obtenido La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa.

Como yo fui miembro del Consejo de Redacción de la primera época de El Caimán Barbudo, este libro revela la verdad de un hecho que fue determinante en nuestra salida de la publicación, a fines de 1967.

Ese propio año, El Caimán… promovió y editó una mínima encuesta en torno a la noveleta Pasión de Urbino, de Lisandro Otero, quien a la sazón se desempeñaba como vicepresidente del Consejo Nacional de Cultura. Era, en verdad, una suerte de “panel escrito” sobre la pieza de Otero, que había sido finalista en el mismo concurso de la Editorial Seix Barral donde obtuvo el premio la novela de Cabrera Infante.

Teníamos en la encuesta la opinión de Oscar Hurtado, que admiraba el libro de Otero; para compensar, solicitamos su parecer al poeta Heberto Padilla, que era muy crítico de la noveleta. Finalmente, Luis Rogelio Nogueras aportó una opinión que mediaba entre las otras dos. Por nuestra permanente voluntad de jugar – de divertirnos  las llamábamos a cada una, el ditirambo, la diatriba y la media tinta, pero la respuesta de Padilla no quiso asumir el juicio literario que se comprometió a dar: junto a una denostación casi sin argumentos de la obra de Otero, exaltaba en su lugar la novela de Cabrera Infante a quien – decía –  un “oscuro policía” había bajado del avión que lo llevaba de regreso a su cargo diplomático en Bélgica. Esa declaración – que publicamos – motivó que los enemigos que El Caimán… tenía, nos acusaran de haberle dado a Padilla una tribuna desde la cual atacar a la Revolución. Por la memoria que hace GCI de aquellos días, ahora sabemos que Padilla no dijo la verdad o no la sabía: fue una llamada de Arnold Rodríguez, el viceministro que en el MINREX atendía Europa Occidental, la que orientó a Cabrera que no viajara, porque al día siguiente debía entrevistarse con el canciller Raúl Roa. GCI observó rigurosamente la orientación de su jefe administrativo porque quería regresar a su cargo en la embajada cubana en Bruselas, pese a que, en algún texto, lo llamara después “blando” destierro y, a Bruselas, la Siberia que encontró La Habana para desterrarlo, argumento que daba risa a varios de sus amigos.

Ocurrió que la pretendida entrevista con el ministro Roa comenzó a posponerse hasta que una llamada de Miriam Gómez le informó a su marido que le habían situado un boleto de avión para que viajara a La Habana, lo que significaba que Guillermo no regresaría a su trabajo diplomático en Bélgica. GCI le dijo a su esposa  que no viajara e, inmediatamente, comenzó a gestionar un permiso de residencia en España, con el pretexto de que debía estar presente en el lanzamiento de su novela premiada.

Habría que decir que, esas personas, que después discreparon del enfrentamiento de GCI con la Revolución, lo habían acogido como al amigo y compañero, como al escritor exitoso, recién premiado por la Editorial Seix Barral.

Yo cursaba ese año uno de los últimos de la licenciatura en literaturas hispánicas que estudié en la Escuela de Letras de la Universidad de la Habana, trabajaba como secretario de redacción de la revista Cuba, que dirigía Lisandro Otero. Narrador, periodista y colaborador en Lunes de Revolución, Lisandro era un viejo amigo de Cabrera Infante: conocí a GCI en la redacción de Cuba, porque Lisandro Otero lo invitó para que Darío Carmona, el jefe de redacción de la revista, le hiciera una larga entrevista que apareció al mes siguiente y, a la vez, presentarle al personal de la publicación. Ya cuando está por marcharse a España, Lisandro y su esposa Marcia Leiseca le organizan a GCI un paseo de despedida por la playa de Varadero. Harold Gramatges y su esposa Manila le llevan al aeropuerto para el viaje a Europa que frustra la llamada de Arnold Rodríguez y, en los días anteriores a su efectivo viaje, en el mes de octubre, le brindan en su casa una fiesta de despedida a la que invitan a los amigos del escritor.

Entre mis profesores de literatura estaba Roberto Fernández Retamar, quien ese año había asumido la dirección de la revista Casa. En varias ocasiones, en ese año, me pidió que actuara como una suerte de secretario de redacción de la revista. Roberto le pidió a GCI un capítulo de su novela, y en la dirección de Casa dejó Cabrera un ejemplar mecanografiado de Vista del amanecer en el trópico, la novela que, sensiblemente modificada, se editaría después con el título de Tres tristes tigres. Finalmente, Casa publicó el capítulo titulado “Seseribó”.

La censura franquista impidió la publicación de Vista… tal y como la había escrito su autor. La novela repetía la estructura de Así en la paz como en la guerra, el libro de cuentos que GCI publicara en 1960: los relatos los intercalaban viñetas que mostraban la violencia de la lucha revolucionaria contra Batista y de la represión del tirano. Los capítulos que mostraban la alegría – y la frivolidad – de La Habana nocturna de 1958, alternaban con viñetas en las que irrumpía toda la violencia que enmarcaba esa misma vida. Ese fue el aspecto que el franquismo censuró en la novela. Cuando rompe sus nexos con la Revolución Cubana, Cabrera Infante elimina del libro las viñetas y Vista… se convierte en Tres tristes tigres – como afirma Antoni Munné – “toda una celebración de La Habana anterior a la Revolución”.[4]

Los padres de Guillermo habían sido de los fundadores del partido Unión Revolucionaria Comunista en Gibara, el pueblo oriental en el que vivían y donde habían nacido sus dos hijos. Perseguidos por la policía, deben prácticamente huir hacia La Habana, donde Guillermo, padre, va a trabajar en el periódico Hoy. La niñez provinciana del futuro escritor, se vuelve  una desdichada adolescencia en la capital cubana.

Casi cincuenta años después, Cabrera Infante no olvida sus vicisitudes de esos años. Escribe:
      
    De vuelta al parque de Albear. La pequeña plaza
    que conocía bien desde sus días adolescentes
    cuando vivía a apenas tres cuadras de allí y tenía
    que venir a buscar agua, temprano en la mañana,
    antes de que llegaran los primeros estudiantes
    al Instituto de la Habana en el  que estudiaba y frente
    al que vivía en una miserable cuartería con  su familia
    y su pobreza.[5]

Hay un personaje que aparece reiteradamente en Mapa: se trata del narrador y periodista Jaime Sarusky, un amigo de Guillermo desde aquellos años de la adolescencia. Conocí a Jaime ese mismo año de 1965, porque Sarusky era un frecuente colaborador de la revista Cuba. Resultó que, además, Jaime y yo éramos casi vecinos y muchas veces me dio lo que se llama en Cuba una “botella”: un aventón en su viejo De Soto y después en su flamante Lada, hasta mi casa, que estaba bien cerca de la suya. En una de las tantas conversaciones que tuvimos, Jaime me contó que Cabrera Infante guardaba un gran rencor a aquellos días miserables de su adolescencia. Pero, curiosamente, esa aversión no se dirigía contra el sistema que lo condenaba a la pobreza: era un resentimiento “a traición”, un blame the victim. Lo que reprochaba era la militancia comunista de sus padres, que veía como la causa de la miseria familiar.

La desaparición de Lunes de Revolución será el origen de un segundo resentimiento: curiosamente, también de signo anticomunista, porque también a los comunistas atribuyó la desaparición del semanario. En 1961, comunistas quería decir los miembros del Partido Socialista Popular, como eran Edith García Buchaca y Mirta Aguirre. Después cambió de opinión, y estimó que la desaparición de Lunes… fue un complot de Alfredo Guevara y Fidel Castro.

El magazine era, en verdad, el suplemento cultural del más oficial de los diarios cubanos, Revolución, órgano del Movimiento 26 de julio. Lunes… desaparece tras la fundación de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba. Igual destino corre Hoy Domingo, suplemento cultural del diario Hoy, el órgano oficial del Partido Socialista Popular. La desaparición de ambas publicaciones da paso a la fundación de otras dos: la revista Unión y el más ligero magazine La Gaceta de Cuba, ambas publicaciones de la recién surgida UNEAC.

En octubre de 1965, los diarios Hoy y Revolución se funden con el nombre de Granma, que pasa a ser el órgano oficial del Comité Central del Partido Comunista de Cuba.
El tercer resentimiento sería el hecho de habérsele retirado el cargo de agregado cultural de la embajada cubana en Bélgica.

GCI se siente atrapado en Cuba y entonces, de pronto, revalora el puesto diplomático que había venido desempeñando porque, le dice a su amigo Alberto Mora, está dispuesto a abandonar Cuba a como dé lugar. Carmela, la madre de su esposa , le pide que hiciera regresar a Miriam Gómez a Cuba porque tenía ganas de ver a su hija menor, después de tres años de ausencia.

        Él luchaba por erradicar ese sentimiento
        de la mentalidad de Carmela explicándole que
        Miriam no podía volver a Cuba, que, aun si él
        quisiera, hacerla volver sería matarla, que Miriam
        Gómez no resistiría un día, una hora del día, un
        minuto, la situación que había en Cuba, pero
        Carmela   no parecía darse cuenta de esto y
        solamente   pedía que  regresara, insistía en
        su regreso, le rogaba que la hiciera regresar.
        Esta conversación duró casi toda la mañana
        y cuando salió llevaba la impresión de que la madre
       de Miriam no estaba bien, que de alguna manera
       Carmela    había perdido toda noción de la realidad, 
       que su petición no resultaba absurda para ella
       porque simplemente Carmela había enloquecido
       un poco.[6]

No voy a detenerme más que un segundo en discurrir en qué medida puede resultar absurda la idea de vivir en Cuba para la madre de una mujer que apenas tres años atrás se ha marchado para acompañar a su marido en una misión diplomática y en qué medida el deseo de una madre de ver a su hija pude significar un síntoma de locura. Obviamente, Cabrera no logró convencer a su suegra – ella vivía en Cuba – de la inviabilidad de vivir en este país. Con el libro quiere convencer a sus lectores de la desaparición de La Habana que conoció: dice con la cita de Lewis Carroll que colocó al inicio de TTT:
    
     y trató de imaginar como se ve la luz de una
     vela cuando    está apagada.                  
                                                                          [
O, para decirlo en los términos de su editor Munné, quiere mostrar

       la decadencia de La Habana y la destrucción de
         todo un país bajo el peso del totalitarismo.[7]

 Creo que es cierta la afirmación de GCI – que Munné no acepta – cuando da a 1973 como la fecha en la que pone punto final al texto que Miriam Gómez hallaría años después de su muerte, pero para cualquiera que conozca Cuba, le es fácil advertir que Mapa dibujado por un espía no es estrictamente el recuerdo de aquellos cuatro meses de 1965 que constituyeron la estancia final de GCI en Cuba sino que, a aquellos recuerdos que constituyen el núcleo dominante del texto, se incorporan observaciones correspondientes a los años que, hasta 1973, siguen a aquel momento, de los que Cabrera Infante ya no es testigo, pero que obviamente conoció por sus numerosos amigos en Cuba.

Una de los tópicos de Mapa… es el de – al decir de Munné – “la decadencia de La Habana” que va desde el gusto a luz brillante que tiene el ron cubano[8], hasta el cierre y desaparición de los nightclubs habaneros. En esos meses, Cabrera tiene una amante cubana, una joven llamada Silvia que había sido expulsada de las Escuelas de Arte y, finalmente, es separada también como recepcionista del hotel Habana Libre, donde se involucra eróticamente con un huésped húngaro. La sorprenden saliendo de su habitación – lo que estaba rigurosamente prohibido a los trabajadores de la entidad – y pierde su plaza. GCI se ve con ella en el apartamento que le presta su amigo Rine Leal. Una noche, él sale con Silvia en el auto de Sarusky, que acompañaba a Elsa, la hermana de la muchacha. Afirma Cabrera:

             Fueron a uno de los pocos night-clubs que
             todavía estaban abiertos y estuvieron bebiendo[9].

En ese año 1965 yo tenía 21 años, hacía cinco que me había mudado a La Habana con mis padres, y había descubierto la noche habanera. Únicamente en El Vedado, estaban abiertos los night-clubs que voy a nombrar:

Sayonara, Olokkú, Turf, Scherezada, El Gato Tuerto, Rocco, Imágenes, Kashba, Karachi, Tikoa, La Red, La Gruta, Hernando’s Hideway, Las Vegas, Club 23, Pico Blanco y Lobby Bar (ambos en el hotel St. John), Las Antillas y cabaret Caribe (los dos en el hotel Habana Libre), Copa Room y Cabaret Riviera (en el hotel Habana Riviera) Salón Rojo y cabaret Capri (en el hotel Capri) cabaret Parisién (en el hotel Nacional), Eloy, Eden Roc, Los Violines. Son veintitantos night-clubs en un ámbito de menos de 2 kilómetros, desde la calle Infanta hasta la calle 12 del Vedado, y no cuento los de Centro Habana ni de las playas de Marianao y del este habanero, ni incluyo al clásico y cainesco cabaret Tropicana, el del show time al que asisten los “tigres”. Que pase a ver a sus mulatas quien lo crea en decadencia.

El cierre de muchos bares – había 880 bares privados en La Habana de 1968 – se produce con la Ofensiva Revolucionaria de marzo de 1968, que estataliza toda la mediana y pequeña propiedad de Cuba, en muchos casos para cerrarla: todo el esfuerzo económico del país debía dirigirse a la monumental Zafra que debía producir 10 millones de toneladas de azúcar y que falló, pero eso fue entre 1969 y 1970. Y toda esa vida nocturna resurgió en los años setenta y sobre todo en los ochenta. Se volvió a apagar la vela carrolliana en los años noventa con el descalabro de la URSS y retornó a encenderse en el 2000.

Cuando GCI pasea por La Habana Vieja considera desaparecida una librería, La Moderna Poesía, que estaba – y está – en su misma esquina de Obispo y Bernaza. O presiente las seguras ruinas de El Floridita, que está con más piedras que nunca en su lugar de siempre.[10]

El otro “desastre” que muestra GCI en su crónica de 1965 es el de la música cubana. Era un viejo asunto en la propaganda contra la Revolución Cubana.

En los primeros años de la década del sesenta, el músico dominicano y emigrado a Venezuela, “Billo” Frómeta, compuso un bolero que tituló “El son se fue de Cuba”. Frómeta había  trabajado en Cuba en los años cincuenta y su  bolero entraba en consonancia con el parecer del naciente exilio contrarrevolucionario: fue la exiliada y notable bolerista cubana Olga Guillot quien grabó el tema de Frómeta. Los compositores cubanos seguían componiendo, pero Cuba había desaparecido del mercado internacional de la música. El bloqueo económico, comercial y financiero que los Estados Unidos establecen contra Cuba, hace que músicos cubanos que deciden permanecer en Cuba y cuya música es reclamada en el continente como la Orquesta Aragón y Benny Moré y su Banda Gigante, artistas exclusivos de la RCA Víctor, la mayor disquera estadounidense, nunca vuelvan a ser grabados por ella.

La disquera estatal cubana, la EGREM, se funda en 1964 y durante unos cuantos años dispone apenas de obsolescentes equipos de grabación y de un pésimo material plástico para imprimir sus discos. Algo semejante ocurre con el dúo sonero Los Compadres, popularísimo en varios países hispanoamericanos, a los que la disquera Velvet tampoco vuelve a grabarles, pues también permanecieron en Cuba. En Perú y en Colombia, Los Compadres se creían muertos.
        
     Cabrera Infante se aproxima al criterio de Frómeta:
      En todo este tiempo desde 1959 no se había creado
     ningún nuevo ritmo en Cuba, tampoco había melodías
     nuevas . […] Esta ausencia de música le parecía tan
     sintomática como la transformación de la garrulería
     criolla en puro laconismo. Había, sí, una nueva orquesta,
     dirigida por Pello, apodado el Afrokán, que trataba de
     introducir un nuevo ritmo llamado, extrañamente,
     Mozambique. Él no había oído la orquesta del Afrokán,
     pero los organismos publicitarios del Estado, trataban de
     promoverla a toda costa, quizás conscientes, como él, de
     la desaparición de la música, que era el arte cubano por    
     excelencia[11]

En lo que respecta a las innovaciones musicales en esos primeros años de la vida revolucionaria en Cuba, la investigadora y musicóloga colombiana, Adriana Orejuela, tiene una opinión bien diferente a la de GCI. Escribe:
 
       El período comprendido entre 1964 y 1966
      se  caracterizó, entre otras cosas, por el
      surgimiento de una serie de ritmos y
      combinaciones   rítmicas,    fenómeno que fue
      reflejado con cierto humor en la composición
      “ Mozampacapilonbique”,  de Luis Santí, pero sin
      duda el retruécano se quedó corto.[12]

Me parece que sus años en Europa le han hecho perder a Cabrera Infante una auténtica percepción de la música cubana. Participa en la fiesta de despedida que le ofrecen en su casa el músico Harold Gramatges y su esposa Manila,  y la describe de este modo:

   Pronto la casa se llenó de gente y hubo un concierto
   de música popular, muy bien cantado, con canciones
   de la época del feeling, muy anteriores a la Revolución:
   era que, exceptuando los himnos, no había una canción
   revolucionaria que valiera la pena musical.[13]

Cabrera Infante se está refiriendo al grupo de autores y las composiciones de lo que podríamos llamar el momento de aparición de la tendencia musical del feeling. Es, en efecto, el grupo que se reúne en el habanero callejón de Hammel, en la casa del trovador Ángel Díaz. Es un grupo de trovadores, casi todos mulatos y nacidos en torno a 1920: Rosendo Ruiz, hijo (1918); Niño Rivera (1919); Tania Castellanos y Luis Yáñez (1920); Ángel Díaz y Ñico Rojas (1921); Portillo de la Luz (1922. El más joven entre los fundadores es José Antonio Méndez, nacido en 1927. José Antonio es el enlace con otra promoción de filinistas, que actúan a fines de los años cincuenta y en los sesenta: Frank Domínguez (1927); Giraldo Piloto y Alberto Vera (1929); Ela O’Farrill (1930) y Marta Valdés (1934), que representa ya la transición a una nueva canción.
      
Hay que decir que en esos últimos años de la década de los años cuarenta, en que aparecen las creaciones del feeling, ellas resultan alteradas por las exigencias del mercado musical. Esas composiciones son canciones, pero deben convertirse al ritmo del bolero para ser grabadas y alimentar las numerosísimas victrolas de la isla. A principios de la década de los sesenta, casi han desaparecido de Cuba las juke box: no se reciben componentes para reparar las que están averiadas y no entran nuevas máquinas de discos.

En los numerosos night-clubs habaneros se hace música viva: actúan los cantautores del feeling y los más legítimos intérpretes de la tendencia: Elena Burke, Omara Portuondo, Doris de la Torre, Moraima Secada, Marta Justiniani, Miguel de Gonzalo, Ela Calvo, Bobby Jiménez, que cantan las viejas y nuevas canciones como han sido concebidas y dan a la tendencia una difusión que no había tenido. GCI olvida que, a lo largo de toda la década del sesenta, además de Los Zafiros – que el menciona – está actuando otro cuarteto de singular importancia, el de Meme Solís. Es cierto que las autoridades cubanas del espectáculo lo discriminaban por gay, pero Meme no abandona Cuba sino en 1969.

En el mismo año de la visita final de Cabrera a la Isla, Pablo Milanés compone “Mis veintidós años”, la pieza que se considera la primera de la Nueva Trova. Ese año la canta ya Elena Burke. Tres importantísimas agrupaciones musicales aparecen antes de que GCI ponga el punto final de Mapa dibujado por un espía: en 1969 Juan Formell (quien ha elaborado combinaciones rítmicas como el songo y changüí-shake)  funda Los Van Van. Entre 1965 y 1966 aparecen los cantautores que formarían la Nueva Trova y son rechazados por la radio y la televisión oficiales. Haydee Santamaría le pide a Alfredo Guevara que ayude a crear un sitio donde estos jóvenes pudieran desenvolverse sin problemas. En 1969, Leo Brouwer, por orientación de Alfredo, organiza y dirige el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, y en 1973, el pianista Chucho Valdés funda y dirige Los Irakere.[14]

El final del libro está dominado por la gestión que Cabrera Infante hace para obtener un permiso de residencia en España, el cual obtiene sin mayores contratiempos. Pero, viejo conocedor y admirador de Alfred Hitchcock, GCI organiza el final de sus memorias de 1965 como una trama de suspense, donde el villano es una Seguridad del Estado que nunca se deja ver pero que pareciera estar detrás de cada paso de nuestro protagonista.

Un momento climático en esa trama es la actuación de Silvia, una joven amante de GCI: en la intimidad, fantaseaban con la posibilidad de que Guillermo fuera su padre. En los días anteriores a su partida, Silvia le dice:

       --- Bueno, te dije una mentira,
       --- ¿Una mentira?
       --- Sí, una mentira grande, de lo que soy.
       De pronto le pasó por la cabeza la advertencia de
       Alberto Mora y una columna fría se estableció entre
        la boca del estómago y el escroto.
        […]
         Y pensó ahora, esa tarde en que Silvia quería contarle
        un secreto, que ese secreto era que ella era una
         agente también, probablemente asignada a vigilarlo a
         él, tal vez dedicada a grabarle sus conversaciones – y
         en un instante pensó en todas las entrevistas que
         habían tenido y en las posibles conversaciones y en
         los secretos desvelados y en los momentos grabados,
        y todo eso se reflejó en su cara, porque ella le dijo,
        con susto en la voz y en la mirada:
        --- ¿Qué te pasa?
        --- Nada. Estoy esperando. ¿Qué tú eres?

 En el desenlace se pasa de Hitchcock a Groucho Marx:

       --- Bueno, no soy tu hija. No puedo ser tu hija, porque
        no tengo dieciocho sino veintinuo. Ya lo sabes, carajo.
        --- ¿Y ese es tu secreto? – preguntó él, inccrédulo.
        --- Sí, ese era mi secreto. Me jode no ser tu hija.
       Y él se rió como no se había reído en mucho tiempo,
       con la alegría con que no se había reído desde la
       muerte de su madre.[15]

Todavía le quedaba a GCI, una curiosa experiencia con su joven amante. Escribe:

      Hay una noche, tal vez la noche en que Rine irrumpió
      en el amor o tal vez otra noche, pero es una de las
      últimas noches que él recuerda, en que se ve
      caminando con Silvia por el parque de Neptuno (no,
      ese no es el nombre del parque, pero en realidad
      nunca lo supo a ciencia cierta)[16]y de pronto se detienen
      porque ella está llorando o llorosa y él piensa que es
      por su partida, pero en realidad al mismo tiempo que
      caminaban oían a Fidel Castro pronunciando un
      discurso desde los altavoces de El Carmelo (el
      restaurante, como todos los sitios públicos de Cuba, se
      dedica a perifonear la propaganda asiduamente). Es el
      discurso en que Fidel Castro develó el espeso misterio
      la desaparición del Che Guevara leyendo su
      carta-testamento-despedida-adiós a Cuba-hola a la
      Revolución mundial. Él oyó las palabras increíbles que
      Silvia pronunció apenas, distintamente oídas que
      decían; “¡Del carajo lo que dice ese hombre!” ella
      admirada, admirando el fervor revolucionario, con algo
      que es más que simpatía, es empatía, acuerdo absoluto
      y él no puede menos que recordar cuando temió que
      ella se le presentara como un agente del servicio
      secreto porque ahora la vio casi llorando, llorando ante
      las palabras dejadas escritas por el Che Guevara, leídas
      por Fidel Castro, y él se pregunta cómo esta muchacha
      que ha recibido del régimen solamente empellones y
      patadas y puertas en la cara, puede todavía sentir algún
      fervor, todo ese fervor por esa causa que para él se
      revela, aun en ese discurso, precisamente por ese
      discurso, como una abominación: él que, comparado con
      ella, ha recibido solamente atenciones.

Esa noche era la del 3 de octubre de 1965, en que Fidel Castro presentó el Comité Central del Partido Comunista de Cuba y leyó la carta del Che para explicar por qué no estaba en el Comité Central del PCC, un hombre con todos los merecimientos para ello.

Cabrera Infante confiesa que no logró comprender la actitud de Silvia. Lo que de veras no supo, no alcanzó a comprender   acaso no podía comprender  en esa muchacha que dice que le devolvió la confianza en el género humano, fue su capacidad de admirar la grandeza por encima del resentimiento personal.   



[1]  Cabera Infante, Guillemo: Mapa dibujado por un espía, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, Barcelona, 2013, p. 8
[2] Idem, pp.8-9.
[3] Ver el testimonio de la conversación telefónica que GCI sostiene con el canciller Roa antes de viajar a Cuba. Idem, p.40 
[4] Munné, Antoni, loc.cit., p. 11.
[5] Cabrera Infante, Guillermo: ob. cit., p. 96.
[6] Idem, p. 326.
[7] Munné, cit., p. 11
[8] Por esos años, en cualquiera de los diversos night-clubs habaneros se vendía el excelente ron  Caney estra seco, que ya ha dejado de producirse.
[9] GCI, ob.cit.,p. 290
[10] Idem, p. 96
[11]  Idem, p. 238
[12]  Orejuela, Adriana: El son no se fue de Cuba, Letras Cubanas, La Habana, 2006, p. 253 La  autora Está aludiendo a los ritmos mozambique, pa’ca y pilón, creados y promovidos por Pello el Akrpkán, Juanito Márquez, Enrique Bonne y Pacho Alonso.
[13]  GCI: ob. ciyt., p.261. Cabrera Infante no tiene en cuenta las canciones de Puebla, Saborit y del Benny Moré de los primeros años de La Revolución hasta su muerte en 1963.
[14] Creo que todas estas carencias acaso expliquen por qué GCI nunca decidió editar Mapa…… o Ítaca, que durmió un sueño de 40 años hasta que otras manos decidieron hacerlo circular. De todos modos ha valido la pena, por lo que tiene y por lo que le falta.
[15] GCI: ob. cit., pp. 322-323.
[16]  Se trata del parque Villalón, que ocupa la manzana entre las calles Calzada, 5ta, C y D, de El Vedado. La esquina de Calzada y D queda frente el restaurante El Carmelo.