sábado, 27 de abril de 2019

Jesús Díaz: Sueños de cristal y otros recuerdos de la época

Con motivo de una inesperada "Pupila Asombrada".
                                           
La literatura nunca coincide con la vida. Es una realidad en sí misma. J.D.

Por Ricardo Jorge Machado 

Un familiar cercano me avisó de un muy singular programa de la Pupila Asombrada, trasmitido el jueves 14 de marzo. Esperé la retrasmisión del sábado. En efecto, fue algo insólito: el programa se dedicó casi por entero a un escritor "maldito": Jesús Díaz, calificado como traidor en una carta del entonces ministro de cultura Armando Hart, y expulsado de la UNEAC hace casi 30 años. Consecuentemente, sus textos y su nombre fueron sepultados en el olvido.

La edición fue muy cuidadosa. Los presentadores manejaron con tacto y discreción contenidos espinosos. Dijeron lo que tenían que decir claro y directo. Transmitieron amplios segmentos del documental realzado por el autor en 1978 titulado "55 HERMANOS". Trata del primer viaje a Cuba de un grupo de jóvenes cubano-americanos (entre ellos la artista Ana Mendieta, y el dirigente de la revista Areíto Andrés Gómez) sacados del país 20 años antes por sus padres en la llamada OPERACIÓN PETER PAN. 

Tiene escenas estremecedoras: como los encuentros con sus familiares, amigos y vecinos después de décadas de separación. Y termina con una conversación entre los jóvenes y el comandante Fidel Castro, quien mostró en ella su reconocida agudeza y su talento para la comunicación interpersonal.

La visión del filme despertó mis recuerdos de casi 40 años, los bellos y los amargos. Para hablar de Jesús debo mencionar a un grupo de sus amigos o conocidos de entonces, a fin de dar una idea más completa del personaje. "El hombre y su circunstancia" diría Ortega. Me apena tener que hablar de mí mismo, pero no pude evadirlo .

Los bellos recuerdos

Uso el conocido lema de la Kodak con que define su negocio para describir  momentos del pasado, que surgen de mi memoria como viejas fotos en blanco y negro guardadas en el álbum de una familia.

No pocas de ellas  tienen como protagonista a Jesús. Fuimos muy cercanos hasta su sorpresiva deserción a finales de los 90. Lo conocí en 1959 junto con un grupo de estudiantes universitarios que frecuentábamos las bibliotecas del Capitolio denominadas Máximo Gomez y Antonio Maceo.

Todos teníamos vínculos políticos, principalmente con la Juventud socialista unos (JS era la agrupación del partido comunista cubano) y otros con el 26 de julio. De los del 26 de julio, Jesús era el de mayor participación insurreccional. Realizó numerosas actividades en la sección de acción y sabotaje en La Habana. Trabajaba como viajante de farmacia y vestía casi siempre un traje azul desteñido que le quedaba corto y que mostraba las medias. A veces usaba una corbata medio raída  de un color difuso. Así lo recuerdo de esos años.

Por iniciativa de los comunistas se creó en el Capitolio una especie de club de debates -llamado por ellos con el rimbombante nombre de Asociación de Proyecciones Intelectuales. El administrador revolucionario del Capitolio era Manolo Suzarte -muy temprano desaparecido- que tan alocado como nosotros nos dió un local fijo para nuestras reuniones: el de la mayoría del senado. Salones y muebles como aquellos se veían en las películas dedicadas a los palacios de la aristocracia europea. Sentados en aquellos amplios butacones con ribetes dorados, nos sentíamos importantes.

Jesús y yo entablamos enredadas disputas con nuestros amigos del Partido Comunista. Yo, católico entonces, había estado muy relacionado con los jesuitas porque atendía una catequesis en Mantilla, en las afueras de La Habana. En los sábados por la mañana le daba clases a los pobres del barrio, pero ya me había leído el manifiesto de Marx y Engels y otras revistas soviéticas antes de la revolución, gracias a unos vecinos comunistas de mi cuadra. Me   gustaban todas aquellas ideas.

Discutíamos apasionadamente sobre cosas que ninguno de nosotros entendía a derechas. Aquello tenía algo de surrealista: una muchachada mal vestida, sentados junto a una larga mesa como si fuéramos senadores de la república. Siempre tuve tendencia a discutir, y llevarme bien con personas de concepciones diferentes.

Jesús y yo con frecuencia coincidíamos en nuestras posiciones. Más tarde, él transformó su actitud de tolerancia a las ideas diferentes a las suyas.

Poco tiempo después, y por diferentes caminos nos encontramos de nuevo en el departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana. Coincidimos en el mismo batallón de milicias, fuimos movilizados varias veces y cavamos trincheras en diferentes lugares de las costas de Pinar del Rio y La Habana, en espera de un desembarco de marines que nunca llegó.

Caminamos los 62 kilómetros de 8 de la noche a 7 de la mañana, como parte del proceso de formación en la milicia, y cortamos caña juntos durante varias zafras. Recuerdo también en esas peripecias entre otros a Rolando Rodríguez, hoy destacado historiador y a Aurelio Alonso, después diplomático y prolífico escritor. Esas vivencias nos unieron.

Recuerdo también nuestros seminarios de historia de la filosofía que nos tomábamos muy en serio. A Jesús le tocó discutir la obra casi completa de Kant, a mí la de Hegel. (después, me quedaría con Sócrates y Platón). Cuando terminó  las sesiones dedicadas a Kant expresó: “Ésto hay que ponérmelo en mi epitafio”.

Durante los años 65 y 66, Fidel visitaba con frecuencia el departamento de Filosofía, siempre por la noche. Hacíamos guardia y cuando llegaba, telefoneamos al resto de los compañeros que llegaban en poco tiempo. ( todavía no aparecían las crisis cíclicas de transporte público de la capital). Fidel casi siempre hablaba de libros que estaba leyendo, pero tocaba cualquier tema.

Una noche casi junto con Fidel, recibimos la noticia que Jesús había ganado el premio de cuento de Casa de las Américas. Fidel se enteró y a los pocos días o quizás más tarde, le propuso a Jesús la dirección de la Imprenta Nacional y un poderoso grupo de editoriales. Así enfrentó un difícil dilema: proseguir su carrera como escritor o convertirse en directivo de cultura. No aceptó y  afortunadamente Rolando asumió la tarea.

Se acercaron al departamento otros dirigentes interesados en buscar cuadros, como Llanusa y también el ocurrente y simpático comandante Piñeiro, a la sazón jefe de la Contrainteligencia cubana. Algunos grupos fueron enviados a países de América Latina para realizar análisis sociopolíticos, que después eran discutidos con él. En estas lides, algunos participaron en eventos especializados, haciéndose pasar por ejemplo como expertos en nutrición infantil. 

Creo que fue Llanusa, a la sazón ministro de deportes, quien invitó a Jesús a los Juegos Panamericanos de Puerto Rico, y se integró a la delegación que fue enviada en el barco Cerro Pelado que fondeó en a costa de la isla. El gobierno estadounidense no autorizó la entrada de los cubanos por avión. Fidel fue a recibir el barco en alta mar y Jesús salió retratado en primera plana de los periódicos junto al comandante.

Cuando lo nombraron director de El Caimán Barbudo, órgano cultural de la Juventud Comunista, me invitó a formar parte de su Consejo de dirección para que me ocupara de los temas filosóficos y sociológicos. A Wichy Nogueras, a Guillermo Rodríguez Rivera y creo que también a Victor Casaus le solicitó que se dedicaran al tema de la poesía. Nos reuníamos en el mezzanine del entonces diario Juventud Rebelde (antiguo Diario de la Marina), que dirigía Miguelito Rodriguez, que nos abandonó muy pronto. Un día teníamos una reunión del Caimán con él, y habíamos invitado al poeta Fayad Jamis, que no apareció. Miguelito sentenció: ”Fayad falló”.

Entre otras inmadureces izquierdistas, el CAIMAN declaró la guerra a la editorial El Puente (Wichy publicó  una nota criticando las corbatas de los miembros de ese grupo, entre otras cosas). Jesús también atacó al Indio Naborí ( que publicaba un “poema” todos los días en el periódico HOY del PSP, lo mismo sobre albañilería que sobre el corte de caña) y Naborí le ripostó en Bohemia: “Oh Jesús desde tus azules años me desprecias”. Después criticaría a Alicia Alonso y el Ballet Nacional de Cuba, calificándolo como  “un arte de la aristocracia decadente”.

Cuando Jesús estrenó su  primera obra de teatro: “Unos Hombres y Otros”, (sobre la lucha contra-bandidos),  Alicia Alonso apareció en el teatro El Sótano muerta de risa; Jesús no supo dónde meterse. Lo recuerdo saludando a la bailarina en la escalerita del teatro, un poco apenado, casi “apencado”. Ella era aún muy joven  y atractiva, y una mujer de armas tomar.

Toda esa guerrita contra personas e instituciones la hacía Jesús por su cuenta, sin consultar al consejo de dirección. Nunca participé en ellas, porque en realidad  me parecían inconvenientes.

Algunos, nos reuníamos casi todas las noches en la recién inaugurada heladería Coppelia. Hasta altas horas discutíamos de poesía, política y filosofía, Nazim  Hihmet, Ortega y Gasset, Sartre, la poesía conversacional chilena, Maiakovski: todo mezclado con los 64 sabores que se ofrecían. En la medida que la economía se complicaba, el tamaño de las bolas disminuyó. Wichy y Guillermo fueron los primeros en darse cuenta, y le echaban la culpa a las limitaciones culturales de los proletarios en el poder. 

Esa cercanía entre poetas y filósofos fue muy provechosa para todos. Guillermo me confesó un día que la mayoría de los poetas cubanos solo sabían de poesía, los plásticos de plástica y los novelistas solo de novelas. Mencionó también algunos nombres,  incluyendo los de nuestra generación y de la anterior. No entendían de Ciencias Sociales, no se interesaban por la política, la filosofía y la historia. Es el subdesarrollo- concluía Guillermo.

Jesús no participaba en las reuniones de Coppelia y nos criticaba porque “perdíamos el tiempo en esa conversadera”. Ninguno del grupo le hizo caso. Nos divertíamos mucho y creamos vivencias inolvidables entre los Parfait de almendras y las canoas de mantecado- tenían dos platanitos- que al igual que Miguelito- no están ya con nosotros.

Wichy y Guillermo eran los más ocurrentes. Un día, Guillermo trajo unos versos que tituló El poeta y el Ministro. El ministro era José Llanusa, un dirigente que jugaba basket con Fidel y la gente lo quería. Guillermo descubrió que le decían “Pepe cabecita” y nos cantó una canción con ese estribillo. El poema lo publicaría en El Libro Rojo, donde nos hizo dedicatorias a todos. Ese poema hizo mucho ruido. Más allá de la obvia sátira al libro de Mao. 

Dejo un espacio aquí para Guillermo y Wichy; los recuerdo con mucho cariño. Cuando Guillermo se divorció de su primera mujer, me lo encontré en la calle con su nueva pareja y me dijo riéndose “Machado, me separé de fulana y tuve que acudir a mi reserva de cuadros“. Otro día, al doblar una esquina en la Habana Vieja, me encontré a Wichy saliendo de un almacén: empujaba una carretilla. Hacía un tiempo que no lo veía, me dijo que estaba sancionado por algo que había dicho o hecho. A muchos de nosotros nos sancionaron por algo que hicimos o criticamos, casi siempre con razón.

Tras el cierre de Pensamiento Crítico, en 1971, fuì a parar a Pinar del Rio donde dirigí un plan de café de 42 caballerías al mismo tiempo siendo secretario del comité de base la Juventud. Le hice unos cuentos de esa experiencia a Guillermo, que luego reflejó en un poema: Caimanes, en un verso donde decía “Machado anda desorganizando la agricultura”.

En aquellos años, cuando un revolucionario cometía “un error” no era como ahora que te meten “una cautelar” como si uno fuera un delincuente, aunque no haya robado nada. Entonces te llamaban y te decían “¿para dónde quieres ir”? No es que uno pudiera escoger mucho, pero se sabía lo que había que decir. Te daban la oportunidad de hablar, había respeto por el cuadro. Eso ha cambiado…y para mal.

Cuando a uno le daban un “tarrayazo” –así se denominaba en argot popular—alguna gente dejaba de saludarte. Si se encontraban contigo en una guagua, hacían como que no te veían. Jesús siempre me llamaba por teléfono y preguntaba por mi familia. Fue el único que yo recuerde. Guillermo me dijo una vez “Un tarrayazo no le viene mal a nadie“. Él también pasó sus malos ratos en la universidad, por poco lo dan los dichosos “tarrayazos”. 

A algunos, las sanciones no nos importaban demasiado. Circulaban por la ciudad anécdotas de las formas de sancionar a los oficiales del Ejército Rebelde. Una de ellas narraba la historia de un conocido comandante de la sierra llamado “Pilón”. Fidel había criticado públicamente a un grupo que integrado por Pilón hacían una vida intensa de cabaret detrás de las coristas. En su discurso televisado, los acusó públicamente de llevar “una dulce vida junto a prostitutas de medias de seda”.

El mencionado “Pilón” se apareció una noche en el cabaret del Habana Libre, donde un grupo de capitanes bebía y comía junto a las muchachas del coro y les gritó: “Todos ustedes están presos”. Ellos se echaron a reir “que con que moral los iba a meter presos“. Pilón les respondió “Yo también estoy preso” y le enseñó las llaves del calabozo. “Raúl me dió permiso pare venirlos a buscar” sentenció cabizbajo. Junto a Pilón, ellos mismos entraron al calabozo, “hasta que el comandante se acordara”. Hechos como este reflejaban el ambiente de la época.   

Por su manera de caminar, yo le decía a Guillermo “la gacela Rivera”, Jesús también. Años después cuando estuvo ingresado en el hospital Julito Díaz -por su problema de los huesos- fui a verlo varias veces. Un día llegué y no estaba: una enfermera me dijo que se había escapado sin permiso. Lo llamé para criticarlo y me dijo irritado, que se “trataba de una calumnia” y que no le hiciera caso.
Nunca supe la verdad. 

Cuando salió el primer número del Caimán, en la portada se publicó un manifiesto de los poetas del grupo cuyo título era Nos Pronunciamos. Creo que lo redactaron Wichy, Guillermo y Víctor, contenía ideas provocadoras. Jesús me pidió que escribiera algo sobre Pablo de la Torriente Brau, me oía con frecuencia hablar de él. La idea de Pablo de irse a España, y morir combatiendo allí  me había impresionado mucho. Hizo lo mismo con Fernando Martinez Heredia, quien escribió sobre Mella, y Guillermo sobre Rubén Martínez Villena. Conocíamos muy bien a los tres  revolucionarios de la década del treinta. Fue un ejemplo de lo que ahora llaman continuidad. El manifiesto de los poetas y nuestros artículos creo que fue idea de Jesús.

En El Caimán publiqué mi primer ensayo: Generaciones y Juventud.  Para mi sorpresa, Jesús le dijo a la cajera que me dieran cincuenta pesos, en aquella época era un suma a respetar. En ensayo provocó variadas resonancias. El comandante Piñeiro –hombre culto-lo leyó y me hizo varios comentarios. Hace poco, en un lanzamiento de la Revista TEMAS, un conocido cineasta cubano me habló de ese texto, que fue publicado en el extranjero. Retamar y José Antonio Portuondo lo mencionaron en algunos de sus libros. Es la fuerza de la letra impresa. Después Guillermo me repetiría: “Machado, ese es tu clásico”. Lo leo ahora y parece escrito para hoy. Pero si explico por qué me voy a meter en camisa de once varas. Mejor me callo.

Los amargos recuerdos

 Conversando en su departamento de Miramar, a mediados del noventa Jesús me dijo que se iba para Alemania a una beca. Allí lo visité varias veces, con mi mujer que lo quería y criticaba por sus cosas, y le recordaba el traje azul desteñido de los 60. Me informó de la enfermedad de Wichy. Él lo trasladaba al Hospital a hacerse los tratamientos, y meconfesó que al “Rojo” le dolía todo cuando lo llevaba al Oncológico. Lo visitamos juntos en su casa de la Víbora,  su mujer nos hizo una tortilla con arroz.

La  última conversación en Cuba con Jesús fue premonitoria. Nos dijo adolorido que el gobierno cubano no promovía a sus escritores, y mencionò un importante premio que había recibido el escritor mejicano Carlos Fuentes, en parte se debía al apoyo de su gobierno. 
Se necesitaba publicidad, viajes al extranjero, reediciones y el gobierno cubano no lo hacía. Él pensaba que ya su obra merecía un premio grande. Tenía muchas pretensiones por encima del nivel, solo que no veía su situación real. Me dió la impresión que se veía como el Victor Hugo de la Revolución francesa, o el Maiakovski de la rusa. Mi mujer, excelente observadora, me dijo que tenía el ego desbordado. Vivía ensoñaciones en varios planos.

Entre mis malos recuerdos debo mencionar la muerte de Wichy. Debía viajar a México, y pasé por el hospital para una posible despedida final. Era entonces un hospital penumbroso y desvencijado, no el cinco estrellas de ahora. Cuando regresé, el “Rojo” había muerto. Tenía 42 años, y no pude estar en su entierro.

Cuando iban a editar su primer libro Cabeza de Zanahoria (Premio David 1967), una noche – en la cafetería del Capri- nos enseñó la versión mecanografiada. Llevaba una dedicatoria extravagante en la que incluía el nombre de sus amigos del Caimán. Afortunadamente, el editor la eliminó.

No puedo obviar esa amargura de los últimos encuentros con el “Rojo”. Conservo todos sus libros, como los de Guillermo. Ahora Granma publica artículos de Wichy y me alegra mucho cuando los leo. En ese periódico hay alguna gente con sensibilidad. 

La noticia de la deserción de Jesús y la publicación de su conferencia Los Anillos de La Serpiente nos amargó la vida. Estaba dirigido contra nosotros y comenzó su militancia activa contra su patria. Fue cuando Hart  hizo la carta, y creo recordar que Fernando Martínez le contestò.

Jesús había comenzado a vivir dentro de sueños múltiples. Como narrador escribió su libro de cuentos Los Años Duros, premiado por Casa de las Américas. Como teatrista, estrenó la obra de teatro que mencioné. Como pensador escribió un largo ensayo sobre Lenin,  como cineasta realizó filmes como Polvo Rojo, y Lejanía, ambos más que aceptables, y el mencionado documental. Pero lo que mejor se le daba era la novela, como demostró en la poderosa e inolvidable Las Iniciales de la Tierra. 

Es conocido que hay buenos escritores que son malos novelistas. Él fue bueno en ambos frentes, al menos durante algún tiempo. Tenía instinto para la novela, era su sueño principal. Ese sueño sobrevivió en La Piel y las Máscaras y estalló en ese libro frío, sin sangre que tituló Dime algo sobre Cuba (le puso el nombre en inglés). Ese texto era ya como un vidrio que mostraba sus primeras fisuras: el sueño se desvanecía. 

Cuando un buen ingeniero o científico abandona su país, puede en tierra extraña mantener altos niveles de eficiencia. Pero un novelista no. La buena novela se nutre de la savia de la propia cultura, de su gente y las cosas que le suceden en su vida diaria.
  
Fui el primero del grupo en encontrarme con él. En el avión de Cubana que me llevaba a un evento en los países nórdicos, descubrí en el asiento contiguo un amigo común que me ofreció su teléfono en Madrid. Sentí la necesidad de hacerle saber lo que pensábamos. Lo llamé desde el aeropuerto y le dije que regresaba dentro de quince días.

A mi regreso por Barajas, me lo encontré al apearme del avión. Conversamos durante tres días. Era un hombre triste y sombrío. Trabajaba como profesor en una universidad de pacotilla explicando literatura hispanoamericana.

Comprobé que se había aficionado a la bebida. Entre él y un amigo escritor que me presentó, habían hecho una lista de los grandes escritores aficionados a la bebida, comenzando por Juan Rulfo. El español decía un nombre y Jesús decía “alcohólico también” y a la inversa. Me confirmó que su mujer estaba en eso. Vivía en un pequeño apartamento en el tercer piso de un edificio antiguo, al que había que subir en un elevador que parecía de películas de principio de siglo. 

Me dijo que cuando llegó a España se leyó todas las novelas de los autores de su propia generación: “cada uno tiene 7 u 8 novelas mejores que las mías y yo solo tengo una” (aún no había publicado La Piel y las Máscaras). Había tomado conciencia de su tamaño como escritor. Como decimos en Cuba: “tuvo tamaño de bola”. Pensé que era la causa de su estado de ánimo y la afición a la bebida (claro que esto no es tan simple). Nuestra última conversación transcurrió una noche, en un banco junto a una estación del metro cerca de la Puerta del Sol.

Le expuse una selección de los calificativos que sus antiguos compañeros habíamos utilizado con relación a su actitud, incluso los mío. Todos eran duros, y no omití ninguno. Fue una conversación desagradable. Lo vino a buscar un amigo argentino que había ganado un premio en Casa de las Américas. La despedida fue gélida. Echó  a caminar junto al argentino por Calle Mayor hacia arriba. Fue la última vez que lo ví.

Poco tiempo después, Granma dió la noticia en un artículo de Pedro de la Hoz titulado Un copiloto Inesperado. Jesús se había subido en una avioneta de la organización contrarrevolucionaria Hermanos al rescate junto a un Basulto, conocido agente de la CIA. Tiempo después, Valdés Paz y Aurelio Alonso lo encontraron en un evento en Miami. Le hablaron fuerte y claro. Mostró aires de triunfador-me dice Valdés Paz. Ya dirigía un libelo contra Cuba que se llamaba Encuentros  de la Cultura Cubana.

La verdad estaba –sin embargo- en la conversación de aquella noche en Madrid, junto a la estación del metro de Atocha. Me reconoció implícitamente que se había convertido en un novelista del montón y un borrachín. El periodista que le hace la entrevista en Cambio 16 menciona que vivía en un buen apartamento con mucha luz, en el centro de Madrid. 

En ese apartamento murió solo, una mañana en que debía viajar a Barcelona. Lo encontraron al día siguiente cuando la persona que lo esperaba en el aeropuerto llamó a sus conocidos porque no había llegado. Le falló el corazón. Hoy los médicos saben que la tristeza disimulada y la frustación sostenida también matan. 

Parece que estaba avisado, le advirtió a su hijo que si le pasaba algo lo cremaran y echaran sus cenizas detrás del hotel Neptuno –Tritón, donde se bañaba con su familia en los veranos de La Habana.

No fue el Victor Hugo de la Revolución cubana. Quizás pudo serlo. Tampoco recibió el epitafio que había leído a Kant. Como persona, Jesús fue un sueño roto, un cristal que se va rajando poco a poco hasta que se rompe. Pero los  libros que escribió cuando estaba comprometido con la revolución son otra cosa, enviaron un mensaje que aún vive y nos pertenece. Ojalá los reediten. Gracias a La Pupilas Asombrada por esa muestra de madurez y sabiduría.

Aclaro que puedo haber escrito aquí cosas algo inexactas. Ha pasado mucho tiempo, a veces me falla la memoria. Pero en esencia he sido fiel a la verdad.

jueves, 25 de abril de 2019

Dos sabios del Ariguanabo

Texto: Giraldo Alayón García

Dibujos : Ángel Boligán

La villa de San Antonio de los Baños ha sido afortunada por la presencia, en sus predios, de personas ilustres en el campo de la cultura. En particular las ciencias se han visto favorecidas por toda una suerte de profesionales y aficionados de las más disímiles ramas. Además, se ha contado, casi desde la fundación de la villa, con la visita de los más ilustres viajeros: Humboldt, Bonpland, Arango y Parreño, Poey, Gundlach, Carlos de la Torre, Thomas Barbour, el Hermano León, etc. Muchos de sus hijos naturales y adoptivos brillaron por su sapiencia y dedicación a las ciencias: Noda, Pazos, Hernández, Cueto. Hoy quisiera escribir algunas apreciaciones sobre dos de sus hijos adoptivos, el primero y el último de la relación anterior.


Tranquilino Sandalio de Noda nació el 3 de septiembre de 1808 en una finca cercana a Puerto de la Güira en la antigua provincia de Pinar del Río (hoy ese lugar pertenece a la provincia de Artemisa). No muy lejos de la recién inaugurada (1794) villa de San Antonio de los Baños. Desde niño demostró un inusitado interés por aprender, fue su mamá quien le enseñó a leer y pronto buscaron un maestro-preceptor para que iniciara su aprendizaje, José María Dau, médico de profesión pero con una amplia cultura.

El Dr. Dau pronto comprendió la facilidad con que aprendía el niño y en pocos años, asimiló todo lo que aquel maestro podía enseñarle. A partir de ahí comienza su preparación autodidacta, pues Tranquilino nunca asistió a escuela alguna.


Noda es uno de los casos de versatilidad y maestría en disciplinas tan disímiles, que sin dudas pudiera ser reconocido como un verdadero enciclopedista; incursionó en la pintura, escultura, ebanistería, lingüística, arqueología, paleontología, espeleología, geografía, estadísticas, economía, agrimensura, periodismo, poesía, literatura, historia. Fue tal su sapiencia y excelencia en todos estos temas que nuestro apóstol José Martí lo llamó “el pasmoso Noda” en uno de los escritos que a él dedicó.

Lamentablemente, gran parte de la extensa obra de Tranquilino Sandalio se ha perdido o extraviado. Sus más recientes biógrafos Hernández, Ortega y Ramírez (2009) afirman que pudieron rastrear 200 títulos y que la Biblioteca Nacional de Cuba posee seis manuscritos, el Archivo Nacional 16 expedientes originales y la Colección José Augusto Escoto de la Biblioteca Houghton de la Universidad de Harvard en Estados Unidos 16 legajos. Peor aún fue que algunos de sus trabajos lingüísticos parece ser que han sido plagiados.


En 1839 Noda se mudó a nuestra villa de San Antonio de los Baños, quizás buscando cercanía de la Capital o por el creciente desarrollo agrícola de esa región; el hecho es que a partir de esa fecha fijó su residencia principal acá, y aunque viajó por todo el país y siempre volvía a su terruño pinareño, sus principales acciones y escritos fueron ejecutados desde este lugar. Tal es así que, ya enfermo y casi inválido por el asma y la gota, fallece en esta villa un 27 de mayo de 1866.


Es sumamente difícil analizar la obra de este polígrafo, pero quisiera comentar dos aspectos de su amplia ejecutoria: sus aportes en la agricultura y digámoslo de esta forma en la “hidráulica”. 


Tranquilino se interesó mucho y escribió extensamente sobre el cultivo del café y del trigo; además, por el control integral de las plagas más notorias (como la Bibijagua, Atta insularis). Sus conceptos agrícolas apuntan a que fue uno de los precursores de la denominada Agricultura Ecológica o Sostenible (la palabra Ecología fue introducida en el vocabulario científico por el biólogo alemán Ernst Haeckel en su obra “Morfología general de los organismos” en 1869), ya que sus planteamientos y análisis buscaban aumentar la productividad y la eficiencia sobre la base de acciones naturales de compensación y equilibrio. El concepto de “sostenibilidad” (satisfacer las necesidades de la actual generación sin comprometer las de las generaciones futuras) fue esbozado, por primera vez, en el Informe Brundtland en 1987. Por lo que Noda fue un precursor de conceptos hoy vigentes y que se desarrollaron mucho después de su fallecimiento.


En los años 1844 y 1846 dos grandes huracanes azotaron las inmediaciones de San Antonio de los Baños provocando copiosas lluvias que propiciaron severas inundaciones en el poblado de Ceiba del Agua por la crecida del caudal de las aguas de la laguna del Ariguanabo. Tranquilino, ya residente por algunos años en la región, se interesó en conocer las causas de aquel fenómeno e inició un estudio del subsuelo, manantiales, río y laguna Ariguanabo, escribiendo el primer estudio que se conozca de la hoy denominada cuenca del Ariguanabo (“Un estudio sobre el subsuelo del Hato del Ariguanabo”) trabajo extraviado o perdido, cuya fecha de terminación es entre 1848-50.



César Ismael David Hugo Cueto Robaina nació en Arroyo Naranjo, Ciudad de La Habana, el 9 de abril de 1919*. Su padre (Ismael Cueto Rozas) era hijo del excéntrico millonario Indalecio Cueto Alonso, radicado en San Antonio de los Baños. Según Pérez (2006) y Delgado (2010), desde muy pequeño sus padres vinieron a San Antonio de los Baños e “Ismaelín”, (así le llamaban sus allegados), cursó los estudios primarios en una escuelita rural ubicada al NW de la villa y cercana a la Laguna Ariguanabo; su tía, Aurora Robaina, era la maestra de esa escuela. Aquel ambiente bucólico y próximo a cultivos y fincas influyó en su futura formación. Más tarde se trasladó al poblado y terminó sus estudios primarios en la Escuela Pública Nº 2. Al enfermarse su mamá, se muda a La Habana y cursa la enseñanza secundaria en el Colegio Hermanos Maristas. A los 18 años se presenta a exámenes para el ingreso en la carrera de ingeniería agronómica y obtiene, gracias a sus resultados, la matrícula gratis, estudios que culminan en 1941.

Siendo aún estudiante universitario comenzó a visitar la Estación Experimental Agronómica de Santiago de las Vegas, fundada en 1903 (en la actualidad es el Instituto de Investigaciones Fundamentales en la Agricultura Tropical “Alejandro de Humboldt”, INIFAT), interesándose por el mejoramiento de las plantas cultivables mediante combinaciones genéticas. Después de su graduación como ingeniero agrónomo, comienza a trabajar en esa institución y sus primeras investigaciones se relacionaron con la variedad de maíz Francisco, reconocido como “Francisco Mejorado”, y con el mejoramiento del tomate placero, que incluía el llamado tomate cimarrón.


Durante sus más de 50 años de investigaciones genéticas, Ismaelín realizó notables aportes y resultados significativos en muchos cultivos, variedades híbridas de tomate, maíz, frijol, calabaza, plátano, tabaco, arroz, sorgo de grano, sorgo de escoba, millo perla, soya, girasol y trigo. Entre 1947 y 1981 registró 18 patentes e invenciones, entre éstas el control fitosanitario de la plaga Moho Azul. Participó en congresos y eventos científicos como ponente, realizó actividades docentes, conferencias, y publicó en varias revistas de temas agrícolas.


El Ing. Rafael Martínez afirma en el libro: “Cien años de historia al servicio de la agricultura cubana (1904-2004)” que se refiere a las actividades del INIFAT: “El Ing. Cueto se encuentra entre las figuras más importantes de la institución desde su fundación. La etapa más productiva de su larga carrera de 55 años corresponde al período revolucionario”.

Ismaelín falleció , en su casa, el 7 de Diciembre del 2000, producto de complicaciones post-operatorias. 


Estas dos figuras de la ciencia y la investigación las he tratado juntas, en este artículo, por estar ligadas a dos serios problemas ambientales: el estado precario de nuestro Río Ariguanabo y las investigaciones agrícolas.


El Río Ariguanabo, es la expresión superficial de la llamada cuenca Ariguanabo, que hasta hace 25 años, aproximadamente, contaba, además, con la Laguna Ariguanabo hoy desaparecida por diversas causas. Esto ha traído como resultado la desaparición de un cuerpo de agua natural, refugio y fuente de alimentación para muchas especies de aves migratorias, más las consecuencias sociales de su propia desaparición, ya que fue un lugar de pesca, caza y recreación muy popular.

La otra cuestión ambiental es el debatido tema del uso de organismos transgénicos, con vistas a mejorar rendimientos agrícolas y pecuarios, con el riesgo de introducir sistemas genéticos alienígenas en los ambientes naturales, cuyas consecuencias no se conocen del todo. Cuando disponemos del acervo de este brillante genetista que, con métodos menos agresivos y más convencionales, logró resultados extraordinarios.

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*Este año es el centenario de Ismaelín Cueto
Textos citados:
Delgado, José Miguel. (2010). Taller de la UNHIC. Decimo aniversario del fallecimiento de Cesar Ismael Cueto Robaina.

Hernández, Pedro L.; Gerardo Ortega y Jorge E. Ramírez. (2009). Tranquilino Sandalio de Noda. El sabio vueltabajero. Editorial cient’ifico t’ecnica. 230 pp.

 Perez, Parmenia (2006). Un hombre excepcional.

viernes, 19 de abril de 2019

NOTAS SOBRE AMÉRICA En vísperas de los sesenta años de la Revolución Cubana

El sigiuiente ensayo aparecerá en el próximo número de la revista Casa de las Américas. Pero como dicho número está demoradísimo, y el ensayo aborda cuestiones de actualidad, me satisfaría que fuera difundido por cuantos medios sea posible.

Por Roberto Fernández Retamar

A Ambrosio y Jorge Fornet, a quienes tanto debe el destino de estas palabras
Los más elementales libros de lógica enseñan que en un silogismo, si la premisa mayor es falsa, la conclusión no puede sino serlo también. Pienso en ello a propósito de algún que otro texto reciente en el que la premisa mayor es el deplorable libro (primero fue un artículo)  del racista y reaccionario Samuel Huntington, quien, intentando robarles el trueno y aguar a autores como Oswald Spengler y Arnold Toynbee (y dando por sentado que los lectores superficiales a quienes se dirigía los ignoraban), se apareció con el presunto choque de civilizaciones, que no es más que el intento de cohonestar con lenguaje universitario (como corresponde a lo que  Pierre Bourdieu llamara «la nueva Vulgata planetaria») las  guerras coloniales en que Occidente, y en particular su país,  llevan tiempo entregados. No es otra la razón por la cual centenares de miles de emigrantes asiáticos y africanos arriesgan morir (y mueren masivamente) en el Mediterráneo, con el fin de abandonar sus países de origen, devastados por los horrores que las naciones metropolitanas, y muy en especial los Estados Unidos, han implicado y continúan implicando allí.  Similar es el caso de cuantiosos latinoamericanos y caribeños en sus patéticos esfuerzos por ingresar en los Estados Unidos, huyendo de la miseria y los crímenes que en sus países provoca el imperialismo estadunidense, que hace un tiempo los lacayos de siempre daban por inexistente, y en consecuencia no empleaban el vocablo, lo que mucho disgustaba a antimperialistas cabales como Harry  Magdoff, y nunca fue aceptado por alguien tan independiente como Edward W. Said, quien tituló su notable libro de 1993 Culture and Imperialism.No es extrañoque Said haya impugnado, con erudición e ironía, la tesis de Huntington, en «The Clash of Ignorance» (The Nation, 4 de octubre de 2001), que pude leer gracias a Fernando Luis Rojas.
 El libro de Huntington había sido antecedido por el historicida (también fue primero un artículo) de Francis Fukuyama (ya impugnado avant la lettre, como dije hace años, por  Althusser, al limitarse aquel a repetir tesis de Kojève), cuya obvia finalidad era asegurar, con la burrada del fin de la historia, y por tanto del fin de la lucha de clases, el triunfo definitivo del capitalismo depredador (especialmente, claro, el de los Estados Unidos).
La América que fue colonia española nunca constituyó una unidad, y en cambio iba a ser más fragmentada: así ocurrió, por ejemplo, en el Río de La Plata y Centroamérica. A pesar de esfuerzos como los de Simón Bolívar, debido a razones muy concretas, espaciales y otras, no llegó a convertirse en una sola entidad, lo que a fines del siglo XVIII sí lograron  las pequeñas y poco pobladas Trece Colonias del Norte. A propósito de ello, según información que debo a María Luisa Laviana, el agudo Conde de Aranda (Pedro Abarca), Embajador de España en Francia, hizo llegar en 1783 al rey Carlos III su Memoria secreta sobre América, donde planteó que la República que eran los Estados Unidos había «nacido pigmea», requirió la ayuda de Francia y España para obtener su independencia, pero, añadió, «mañana será un gigante» y «después un coloso irresistible en aquellas regiones». Aproximadamente un siglo después, corroborando tales palabras visionarias, José Martí llamaría a aquella República, ya abultada por compras y robos, «cesárea e invasora».

Sobre la guerra que llevó al nacimiento de los Estados Unidos es necesario añadir algo. Durante mucho tiempo se dijo (yo también lo dije) que tal guerra para separarse de Inglaterra fue una noble hazaña, ejemplo para toda la humanidad. Pero recientes historiadores estadunidenses (encarnaciones de la valiosa y valiente intelectualidad de lo mejor de su país), así como el infaltable Noam Chomsky, han conjeturado que la causa de tal separación fue garantizar que los amos norteamericanos conservaran sus esclavos (a lo que no hace mucho se refirió nadie menos que Trump al pedir, para defender a supremacistas blancos, que se recordara que Wáshington y Jefferson tenían esclavos), pues en la Inglaterra de la época crecían vigorosamente  proyectos abolicionistas que de triunfar dañarían obviamente los  intereses de los colonos norteamericanos blancos. De hecho, el inicio de la famosa Declaración de independencia (1776),en la que se proclamó enfáticamente que todos los hombres «han sido creados iguales», etcétera, fue contradicho desde el primer momento. A los aborígenes, que ya estaban allí cuando llegaron los europeos, se los exterminó como a alimañas, según habían venido haciendo sus antepasados desde que desembarcaron del Mayflower,y lo que combatió con energía y coraje Helen Hunt Jackson en su libro de 1881 Un siglo de infamia, cuyo subtítulo es Un boceto de los tratos del gobierno de los Estados Unidos con algunas tribus indias,libro muy estimado por Martí, pero del que supongo que nadie se acuerda hoy en los Estados Unidos, aunque me gustaría no tener razón en este punto, así como en otros.
Y a los descendientes de africanos se los mantuvo en el país como esclavos durante casi un siglo, hasta que tras la revolución industrial, que requirió nuevos esclavos que serían los obreros y no esclavos de tipo tradicional, «el leñador de ojos piadosos», como  Martí llamó a Lincoln, decretó, en medio de una intensa Guerra Civil, el fin de la esclavitud de los negros. En cuanto a Lincoln, aunque no ignoro que es discutido, me gusta evocar que llevó su nombre la  inolvidable Brigada estadunidense que combatió con las armas, precozmente, al nazifascismo en defensa de la agredida República Española, traicionada por los países  occidentales «democráticos» de la época, que con excusa de neutralidad se negaron a venderle armas o a auxiliarla en cualquier forma. Ernest Hemingway escribiría, para una revista de izquierda estadunidense, el conmovedor epitafio de aquella Brigada, que traduje al español. Tampoco puedo dejar de recordar que, en acuerdo con la conducta hacia la República Española de aquellos países occidentales «democráticos», los Estados Unidos, en la llamada Segunda Guerra Mundial (es decir, el segundo período de la Gran Guerra), dejaron intocado el régimen de Franco, hermano gemelo de Hitler y Mussolini gracias a quienes ganó la guerra «civil», y en consecuencia tan hostil al comunismo como aquellos (Franco envió la Legión Azul española a combatir junto a los nazis contra la Unión Soviética), y como iban a serlo los propios Estados Unidos, de lo que el macartismo resultó ejemplo mayor, pero no único. No fue el macartismo el que acuñó la expresión «Imperio del mal» para referirse al país que, no obstante sus aspectos negativos, fue el que en medida incomparablemente mayor contribuyó a vencer al nazismo al precio de la muerte de muchos millones de sus hijos e hijas, en contra de lo que está de moda decir, sobre todo en los Estados Unidos. Añado que desde mi niñez (debido a que mis padres fueron fervientes partidarios de los que eran llamados entonces «los leales», como luego lo serían del Partido Ortodoxo al que perteneció Fidel y del Movimiento 26 de Julio) la causa de la República Española me ha sido muy importante, al punto de que en 1949, a mis diecinueve años, por contribuir a boicotear una farsa de poetas españoles franquistas, fui encarcelado junto con otros compañeros, y yo solía proclamar con orgullo que era de los últimos presos en América por defender la República Española, como lo habían hecho entre 1936 y 1939 más de un millar de cubanos y cubanas que fueron a combatir en España, no pocos de los cuales dejaron allí sus huesos.
Volviendo a lo anterior,  la condición de los negros sigue siendo deplorable en los Estados Unidos, como tuve el bochorno de contemplar, sobre todo en el Sur, cuando siendo adolescente los visité por primera vez (el macartismo me impidió regresar a ellos durante casi diez años), y como hoy mismo son víctimas preferidas de la policía, y proporcionalmente el mayor conjunto humano de prisioneros en ese país, campeón mundial de las prisiones que a menudo son empresas privadas. Por eso no me extrañó el libro Hitler’s American Model. The United States and the Making of Nazi Race Law (Princeton Universty Press, 2017), de James Q. Whitman, nuevo ejemplo, por cierto, de lo mejor de la intelectualidad del país. Y a propósito de esto último, no puedo sino recordar con admiración y respeto a quienes, como Emerson y Thoreau, se opusieron a la agresión a México; William Dean Howells, William James, Charles Eliot Norton. Ambrose Bierce y otros objetaron la intervención en Cuba en 1898; y los que han defendido y explicado la Revolución Cubana, de C. Wright Mills y  Leo Huberman y Paul Sweezy en 1960 hasta nuestros días.
Establecimiento de centenares de bases militares en el mundo entero, invención de hechos falsos que justificarían agresiones, invasiones de todo tipo, autorizadas y sobre todo no autorizadas por la Onu, destrucción de países como Yugoslavia, Iraq y Libia (se recuerdan todavía las carcajadas ante las cámaras de televisión con que Hillary Clinton, no Trump, saludó el asesinato del líder libio Gadafi, y su expresión robada de Julio César: «Llegamos, vencimos y matamos»), asesinatos a mansalva de la CIA (preferentemente de líderes populares: en el caso de Fidel trataron de hacerlo más de seiscientas veces) y con aviones no tripulados, golpes de Estado duros y blandos, cárceles para torturar (como ocurre en la base naval de Guantánamo ilegalmente impuesta en mi país, y en muchos otros países) y numerosas lindezas similares hacen de los actuales Estados Unidos, sin comparación posible, el país más mortífero del planeta. 
Para que en nuestro Continente tuviera lugar una verdadera revolución social, como no ocurrió nunca en los Estados Unidos (pues si su guerra de independencia fue una revolución política,  se está tentado de llamarla una contrarrevolución social), hubo que esperar a la guerra de lo que fue el Saint Domingue francés, al cual los independentistas del país donde a finales del siglo xviii, por primera vez en la historia, fue abolida la esclavitud de los negros (quienes, por cierto, vencieron a tropas napoleónicas antes que en España y Rusia, lo que no se suele decir) llamaron a raíz de su triunfo, el primero de enero (fecha que iba a sernos familiar) de 1804, Haití, nombre indígena original. Dicho país, castigado de modo implacable por Occidente (en especial por la Francia napoleónica y posnapolénica, pero también por los Estados Unidos, a los que Napoleón les puso esa condición para venderles la Luisiana), le han hecho pagar un precio monstruoso, que ha convertido al pequeño gran país pionero en el más pobre del Continente y uno de los más pobres del mundo.
Recordemos un par de criterios emitidos en el siglo xixsobre la nación nacida de las Trece Colonias por figuras esenciales de nuestra historia. En 1829 Simón Bolívar escribió que «los Estados Unidos […] parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias a nombre de la libertad». (Retengamos esta última palabra.) Y a finales de ese siglo, Martí, quien radiografió al país como no hizo ni hubiera podido hacer Tocqueville, llamó «imperialistas» a quienes empezaban a serlo. Y, a propósito: todo hace pensar que el cubano fue el primer antimperialista de la historia, lo que sin duda es una de las razones por las cuales, de Fidel en adelante, se lo ha considerado autor intelectual de la Revolución Cubana.
En cuanto a acontecimientos estadunidenses del siglo xix, el ilustre  Jefferson, autor de la famosa (y falaz) Declaración, proyectó para su país y alguno de los nuestros, en 1809, lo que llamó con el oxímoron «un imperio para la libertad» (he ahí el destino de la palabra); la Doctrina Monroe, de 1823, fue reivindicada por el actual gobierno del país explicablemente: «América para los [norte]americanos» y «Hacer a América [los Estados Unidos] grande de nuevo» son consignas emparentadas; según denominación aportada por el oscuro John Louis O’Sullivan en 1845,  el país iba a regirse desde entonces hasta hoy por la política del Destino Manifiesto(algunos mexicanos, ay, han considerado a Whitman poeta del Destino Manifiesto, porque aprobó la agresión contra México y, añado, más tarde escribió que Cuba debía pertenecer a los Estados Unidos, mientras la agresión contra México, nuevamente ay, fue aprobada también por Marx y Engels); entre 1846 y 1848 ocurrió el robo a mano armada de la mitad de México (ya los Estados Unidos habían engullido  Texas en 1837), y en 1898, azuzados por la naciente prensa amarillade William R. Hearst y Joseph Pulitzer (este último ha dado nombre en los Estados Unidos a un destacado premio que de milagro no se llama como el auténtico ciudadano Kane),la intromisión en la que era guerra por la independencia de Cuba para birlarnos (con la excusa de la explosión del acorazado Maine en la bahía de La Habana: «el incidente del Golfo de Tonkín» de la época) tal independencia, por la que habíamos peleado durante  treinta años, y convertir al país  primero en territorio ocupado militarmente, y a partir de 1902 en su primera neocolonia hasta 1959. (Volveré sobre este punto.)
Ya en el siglo xx, los Estados Unidos consideraron (y siguen considerando) al Caribe su mare nostrum,y lo hicieron víctima de la que con razón ha sido llamada Política del Garrote y las Cañoneras. Al principio de ese siglo, desgajándolo de Colombia para viabilizar su futura construcción del canal, se apoderaron de Panamá («I took Panama!» exclamó cínicamente Teddy Roosevelt), y poco después invadieron México, la República Dominicana (donde depusieron al presidente legal, que era el padre de Pedro Henríquez Ureña, lo que este no olvidó nunca y lo hizo hombre de izquierda), Haití, Nicaragua (en la cual encontraron la heroica resistencia de Sandino, defendido no solo por políticos de izquierda, sino por humanistas del calibre de Gabriela Mistral: Sandino, como se sabe, fue asesinado por el primer Somoza, a quien Franklin Delano Roosevelt reconocería como «hijo de puta», pero añadiendo que era «nuestrohijo de puta», y tras cuya ejecución, deplorándola, Ike Eisenhower llamaría gran amigo de la democracia y en particular de los Estados Unidos), Guatemala (donde una invasión urdida por la CIA, con el acicate de los hermanos Dulles, depondría al gobierno constitucional de Arbenz, cuyo pecado fue proponerse una modesta reforma agraria), Cuba de nuevo (a la que intentaron aplicarle la fórmula guatemalteca que había vivido en carne propia el joven médico argentino Ernesto Guevara, todavía no llamado Che,  pero en la nueva ocasión fueron inolvidablemente vencidos en lo que los contrarrevolucionarios y sus amos llaman de Bahía de Cochinos, nombre de una derrota, y el pueblo cubano llama de Playa Girón, nombre de la victoria), otra vez la República Dominicana, a fin de impedir que regresara al gobierno para el cual había sido electo el valioso intelectual Juan Bosch: sin duda esa experiencia lo radicalizó, y lo llevó a escribir su espléndido libro De Cristóbal Colón a Fidel Castro. El Caribe, frontera imperial (1970), de lectura imprescindible para entender, entre otras muchas cosas, desde la Revolución Haitiana hasta su heredera la Revolución Cubana.
Desbordando el Caribe, en la década de los setenta del siglo pasado, cuando ocurrieron en nuestra América tantas cosas horribles, una de las peores, o la peor sin más, fue el sangriento derrocamiento del gobierno chileno de la Unidad Popular encabezado por el gran compañero Salvador Allende, quien, como el guatemalteco Arbenz y el dominicano Bosch, había accedido al poder tras elecciones convencionales. Debido a su audaz meta de arribar al socialismo por vías inéditas, lo que era salvajemente atacado por una prensa cavernaria que tuve el disgusto de leer en el país. y que hoy, desde luego, campea por sus respetos, Allende fue llevado a la muerte en nuestro 11 de septiembre, de 1973. Aún no se ha aclarado el papel de los gobiernos de los Estados Unidos y la Arabia Saudita de entonces en el crimen, otro11 de septiembre, de 2001, de las Torres Gemelas en Nueva York, que sirvió de excusa para terribles agresiones ya programadas, y tal vez no se aclare nunca, como el asesinato de Kennedy, en relación con el cual todo hace pensar que estuvieron involucrados elementos del establishment  junto a la mafia y la contrarrevolución anticubana. El espanto chileno fue llevado a cabo siguiendo orientaciones de Richard Nixon (volveré a mencionarlo) y Henry Kissinger (el guerrerista que, para escarnio de quienes se lo otorgaron, recibió el Premio Nobel de la Paz) por la deletérea CIA, con la colaboración de la derecha y militares locales fascistas. Después de lo cual el país fue entregado a los Chicago boys, quienes implantaron allí, sobre incontables asesinatos, torturados y encarcelados, el primer proyecto neoliberal del área, que hay quienes siguen presentando como modelo exitoso. No insistiré, por razones obvias, en las espantosas dictaduras militares del cono Sur americano,  como tampoco en el no menos espantoso Plan Cóndor, unas y otro auspiciados por el Imperio.
Las fechorías de los Estados Unidos prosiguieron, y algunas eran, además de asesinas, ridículas, como la invasión con bombos y platillos a la minúscula Granada. Una realidad particularmente grave fue la de Nicaragua, cuya experiencia seguí de cerca (llegué al país por primera vez a menos de un mes de la victoria del Frente Sandinista de Liberación Nacional, y volví a visitarlo incontables veces). Su revolución estaba lejos de ser socialista. Pero ni eso, ni la existencia en el país de partidos y medios de oposición, ni la presencia en cargos importantes del gobierno de socialdemócratas tibios y mil hechos más evitaron que el Imperio hostigara a  la revolución que nació tras la derrota militar de otro Somoza, hijo del anterior y también hijo predilecto de Wáshington. Los Estados Unidos le declararon al país una violenta guerra sucia. Para llevarla a cabo, además de hostigarlo y calumniarlo sin cesar, hicieron de la vecina Honduras una base de operaciones para contrarrevolucionarios  (era corriente la expresión «la Contra»), se valieron de fondos procedentes de maniobras delincuenciales como el escándalo Irán-Contra, minaron el puerto de Corinto, y cuando Nicaragua llevó al Tribunal Internacional de La Haya este asunto y ganó su reclamación, el gobierno estadunidense no hizo el menor caso a la decisión de aquel Tribunal. Además quisieron amedrentar al pueblo nicaragüense sobrevolándolo con aviones que hacían un ruido infernal y escuché más de una vez. Pero hay que aceptar que el gobierno sandinista cometió dos errores graves (desoyendo opiniones, que llegué a conocer, de dirigentes de otros países que simpatizaban en lo hondo con el Frente): envió a pelear a muchachos que cumplían el servicio militar obligatorio, no pocos de los cuales se contaron entre los millares de muertos en combate, lo que distanció a sus familiares; y organizó unas elecciones que no podía sino perder: el pueblo nicaragüense no votó en esas elecciones contra el Frente, votó por la paz y el respiro económico que solo podían garantizar los agresores Estados Unidos, triunfantes verdaderos en la contienda.
Al pasar debo mencionar otra invasión estadunidense al área: esta vez a Panamá, con la excusa de encarcelar al presidente de turno, que al parecer había colaborado con la CIA, a cuyo frente estuvo quien a la sazón presidía al país invasor, Bush el viejo. Todavía no se conoce el número de los millares de panameños asesinados durante la nueva agresión, en ejercicio de una sarcástica concepción de los derechos humanos.
Naturalmente, se está más familiarizado con lo ocurrido en la América Latina y el Caribe durante este siglo. A la radicalización del extraordinario Hugo Chávez en Venezuela siguió el establecimiento en otros países latinoamericanos de gobiernos antineoliberales muy esperanzadores, y la creación de organismos supranacionales de notable valor, como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (Alba-Tcp) y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac). Pero en los años inmediatos varios de aquellos gobiernos fueron suplantados, de diversas maneras, por otros anuentes al Imperio que son bien conocidos. A su frente se hallan ejemplos de los que Martí, con su verbo pintoresco, llamara hombres tallados en una rodilla, mientras ¿judicialmente? se encarcela o persigue a exgobernantes antineoliberales, así sean tan inocentes y populares como el gran dirigente brasileño Lula. Una institución en particular lamentable es la Organización de Estados Americanos (Oea), cuya sede está naturalmente en Wáshington, no se sabe quién la llamó por primera vez, con acierto, ministerio de colonias yanquis, y  surgió en la estela de las dos conferencias panamericanas celebradas en Wáshington a finales del siglo xix, cuando alboreó el imperialismo estadunidense y Martí las combatió y analizó minuciosa y memorablemente. La tal Oea, que no ha dicho una palabra sobre ninguna de las frecuentes invasiones estadunidenses a países de nuestra América, expulsó a la Cuba revolucionaria de su lenocinio, y está ahora sirviendo al amo yanqui en propósitos como el derrocamiento del gobierno legítimo de Venezuela, para lo cual el Imperio está buscando afanosa y vanamente un Pinochet venezolano, y no ha descartado la agresión militar directa. En el momento en que escribo, se ha dado a conocer que el secretario general de la Oea, el genuflexo uruguayo Luis Almagro, acaba de ser expulsado unánimemente del Frente Amplio, el cual gobierna en su país. Una buena noticia.
 Voy a detenerme un momento, como anuncié, en el caso de la Cuba de 1959 en adelante. El primero de enero de ese año ocurrieron aquí dos cosas: el inicio de una profunda transformación política, social y económica a la que se llama Revolución Cubana, la cual asumiría carácter socialista y está a punto de cumplir sesenta años de compleja vida polémica, heroica y creadora, y la obtención de nuestra independencia, la cual, por insuficiente que fuera, había sido conquistada ya por la gran mayoría de los demás países latinoamericanos en el primer cuarto del siglo xix. Con la relativa excepción del de Jimmy Carter, sin duda una persona honrada (como se puso de manifiesto a propósito del canal de Panamá y la  conducta patriótica del general Omar Torrijos), todos los gobiernos de los Estados Unidos, graciosamente llamados demócratas y republicanos, desde 1959 hasta hoy han combatido contra Cuba a través de calumnias, campañas de prensa, agresiones múltiples, creación de grupos contrarrevolucionarios y la abierta invasión, hechos que nos han significado millares de muertos y mutilados, guerra bacteriológica, sabotajes, una estación radial y otra de televisión, ambas ilegales, que enfangan el nombre de Martí, un criminal bloqueo comercial, económico y financiero hipócritamente llamado por el Imperio «embargo», que dura bastante más de medio siglo, provoca carencias de medicinas e incontables productos, nos ha costado muchísimos millones de dólares, implica multas gigantescas para entidades extranjeras que han osado mantener transacciones mercantiles con nosotros, y es tan escandaloso que año tras año es rechazado en la Asamblea General de la ONU por todos los países del mundo, con la vergonzosa excepción de los Estados Unidos y su compinche Israel, heredero de los nazis en relación con los palestinos dueños de su tierra. Esa suma de horrores solo se explica porque a los Estados Unidos se les iba de las manos su primera neocolonia, lo cual, a los ojos de muchos pueblos, era un ejemplo fatal para el Imperio. Ello fue sintetizado por el extraordinario pensador brasileño Darcy Ribeiro al escribir: «Ninguna de las dos guerras mundiales, ningún acontecimiento internacional tuvo […] mayor impacto sobre Estados Unidos que la revolución cubana.» Esa es la realidad. Ahora bien: ¿era la única realidad posible?
Quiero recordar el enigmático viaje de Fidel a los Estados Unidos en abril de 1959, a menos de cuatro meses de la victoria el primero de enero, y muchos  años antes de ir a la Unión Soviética. ¿Qué se proponía Fidel con ese viaje, que tanta sorpresa causó incluso entre revolucionarios? Muerto él, nunca lo sabremos. En todo caso, quien era entonces presidente de los Estados Unidos, Eisenhower, no lo recibió: prefirió irse a jugar golf, que es también el deporte favorito de Trump. Le correspondió recibirlo a quien era el vicepresidente, Richard Nixon. La historia de este caballero es bien conocida, pero vale la pena evocar algunas de sus virtudes: se inició como inquisidor cuando el macartismo, era llamado en su país Dirty Dick (por algo sería), fue el responsable mayor del crimen chileno y al cabo, tras el incidente de Watergate, sería vergonzosamente defenestrado. No cuesta trabajo imaginar cuál fue la naturaleza del informe que Ricardito el Sucio elaboró a propósito de su encuentro con Fidel. En todo caso, desde hace tiempo es conocido que a partir del propio 1959, cuando la Revolución Cubana ni se había proclamado ni era socialista, los gobernantes estadunidenses la condenaron a muerte, y se conocen también muchas otras cosas, aunque quedan algunas por saber. 
Por hechos así es tan útil, tan necesaria una verdaderahistoria de los Estados Unidos, como la ofrecida por Howard Zinn en A People’s History of the United States: 1492 to Present. Pero debo confesar que cuando, entre 1957 y 1958, fui profesor en la Universidad de Yale, compré un ejemplar usado de la sexta edición (1952) del libro  AmericanPolitical and Social History,de Harold Underwood Faulkner, y lo que el  autor escribió allí sobre su país y el mío lo consideré bien ajustado a la verdad. Para este otro Faulkner, Cuba prácticamente pertenecía a los Estados Unidos, lo que había sido dicho ya con todas sus letras por Leland Hamilton Jenks en su libro de 1928 Our Cuban Colony. Vale la pena recordar que antes de que en 1902 los Estados Unidos inauguraran con el caso de Cuba su proyecto neocolonial, habían considerado otras variantes, como la condición cruda de colonia, que es la que hasta hoy impusieron a la hermana Puerto Rico, la anexión, como hicieron con Hawai, o  el establecimiento de un imperio de tipo tradicional a la manera del británico, según estaba implícito en la obra en dos vastos tomos implacablemente racistas Our Islands and their Peoplesas Seen with Camera and Pencil (introducida por el mayor general Joseph Wheeler), que apareció en 1899, a solo un año del atroz 1898, cuyo conocimiento debo a John Beverley y está ahora en la Biblioteca de la Casa de las Américas. 
Para los pueblos de la América Latina y el Caribe, que han hecho suya la queja de origen mexicano según la cual estamos tan lejos de Dios –lo que no comparte la Teología de la Liberación– y tan cerca de los Estados Unidos, esa cercanía es fuente de enormes desgracias. Si bien en la segunda mitad del siglo XX  la inexistencia de tal vecindad no impidió la bárbara agresión estadunidense a Vietnam, el cual ya había derrotado tropas de la humillada Francia colonialista como, para gloria de la humanidad, derrotaría también a tropas de los humillados Estados Unidos colonialistas. No es posible olvidar que  se llegó al extremo de que un político yanqui que tenía  mi nombre propusiera que se bombardease al país asiático hasta hacerlo regresar a la edad de piedra, lo que, en carta famosa que me enviara, escandalizó a Julio Cortázar y contribuyó a radicalizarlo. Pero los integrantes más sanos del pueblo estadunidense, y señaladamente no pocos de sus intelectuales y estudiantes,  rechazaron abierta y valientemente aquella guerra. En gentes así pensaba Martí cuando habló de la patria de Lincoln que amamos, como ciertamente la amo yo. Permítanme añadir que tuve la ocasión de conocer de cerca aquella guerra atroz, porque en 1970 estuve en Vietnam colaborando en la realización de un filme sobre tal guerra. Allí, además, escribí, mientras escuchaba bombardeos y cañoneos, mi poemario Cuaderno paralelo.
Debo mencionar los casos singulares de dos países no americanos. Uno es Rusia, que tras el caos que crearon Gorbachov por un lado y Yeltsin por otro, así como la sorprendente inacción de los pretensos revolucionarios en el que fuera integrante mayor de la hoy disuelta Unión Soviética, logró estabilizarse como país capitalista, pero fuera de la órbita de los Estados Unidos, que lo han hostigado insistentemente hasta hoy; y el otro es China, la cual sigue proclamándose socialista,  en una evolución espectacular se  ha convertido en la segunda economía del mundo, y también es hostigada por los Estados Unidos. Rusia y China estrecharían cada vez más vínculos entre sí, y han establecido relaciones, sobre todo comerciales, con países de la América Latina y el Caribe, para desolación de Wáshington.
En vez de apoyarse en obras endebles, cuando no además plagiarias, de voceros letrados o semiletrados del establishmentcomo Allan Bloom, Francis Fukuyama o Samuel Huntington, o dar por buenas calumnias como la existencia de racismo institucional en Cuba, calumnias propaladas astutamente desde uno de los países más racistas de la Tierra, es aconsejable leer a autores como, por ejemplo, Eric Hobsbawm, marxista heterodoxo: lo que, paradójicamente, también fueron los propios Marx, quien confesó no ser marxista, y Engels. Pienso, por ejemplo, en dos obras suyas de 1994: el libro Age of  Extremes. The Short Twentieth Century 1914-1991 y el ensayo «Barbarism: A User’s Guide» (New Left Review, 206). Me limitaré a citar algo sobre lo que anuncia el título del ensayo: la barbarie. Para Hobsbawn (quien, curiosamente, no tomó en consideración a las colonias, paraíso eterno de la barbarie, como observó Marx en uno de sus textos sobre la India que a diferencia de otros se menciona poco), la barbarie empezó a regresar con lo que consideró el inicio en 1914 del siglo xx, la llamada Primera Guerra Mundial: la cual, entre paréntesis, fue el primer período de una Guerra Mundial que conocería un segundo período y no es seguro que haya terminado, como ocurrió con la llamada Guerra de los Cien Años, que tuvo varios períodos, y por cierto duró más tiempo. Según Hobsbawn, «la barbarie ha ido en aumento durante la mayor parte del siglo xx, y no hay ninguna señal de que este aumento haya terminado». La observación es completamente válida avanzado el siglo xxi.
Aunque apenas citada por Hobsbawm (solo en el ensayo, al pasar y dentro de un conjunto),  se impone recordar a la gran Rosa Luxemburgo, a sus temibles palabras según las cuales si el capitalismo no era sucedido por el socialismo, lo sería por la barbarie. Significativamente, para Hobsbawn, lo que llamó «el corto siglo xx» concluyó en 1991 con la implosión de la que había sido la Unión Soviética. Es decir, con el fracaso completo en Europa de lo que se había presentado como el socialismo real.
¿Cuál es el presente político de la humanidad? Al país más poderoso que nunca haya existido, los Estados Unidos, lo desgobierna, junto con un equipo de similar calaña (formado en gran parte por generales guerreristas y por multimillonarios como el propio presidente), un ser racista, xenófobo, sexista, mendaz, profascista, a quien he llamado «Calígula atómico», mientras el politólogo mexicano John Saxe Fernández ha hablado del  «nacional trumpismo». Las cosas no son mejores en un número creciente de países europeos, y quien por supuesto es gran admirador de Trump, el también fascista Jair Bolsonaro, no esperó a tomar posesión como presidente de Brasil para recibir instrucciones de nadie menos que John Bolton, a quien puede ocurrírsele cualquier cosa siempre que sea negativa o, mejor aún, espantosa.
Tiempos malos para todos los pueblos, no solo para algunos. Imaginemos lo que habría ocurrido si Hitler hubiera tenido armas atómicas. Pues bien: Trump las tiene. ¿Qué destino es dable esperar, para un mundo sumido de modo creciente en la barbarie, de quienes, mientras consideran inferiores a etnias que no son la suya y como tales las tratan (así habían actuado los nazis), niegan cosas tan obvias y tan peligrosas para todos, incluso desde luego para los Estados Unidos, como el calentamiento global?
Concluyo con esa pregunta, y a pesar de la respuesta que al parecer se impone, volvamos  a confiar en la Esperanza, que según Hesíodo fue la única que quedó en el vaso, detenida en los bordes, cuando todas las demás criaturas habían salido de él. En otros tiempos convulsos, tanto Romain Rolland como Antonio Gramsci mencionaron el escepticismo de la inteligencia, al que propusieron oponer el optimismo de la voluntad. Hace años conjeturé añadir a este último la confianza en la imaginación, esa fuerza esencialmente poética: la historia, dijo Marx, tiene más imaginación que nosotros. Atendamos a criterios de esa naturaleza, y tengamos en cuenta hechos concretos que mucho entusiasman, como el reciente triunfo electoral, en país tan importante como México, de Andrés Manuel López Obrador. Que una vez más avance, así sea en la sombra, lo que Marx llamó el  viejo topo de la historia, y en algún sitio que quizá ahora no podemos prever está al salir a la luz. 

La Habana, 21 de diciembre de 2018.
Año 60 de la Revolución