martes, 30 de mayo de 2023

Acerca de la democracia directa en Cuba socialista*

Por Fidel Vascós González** 

No existe la democracia absoluta y para todos los tiempos. A través de la historia se reconocen varios tipos de democracia. La “democracia representativa” fue implantada por las revoluciones burguesas de finales del siglo XVIII que sustituyeron a las monarquías feudales, donde el soberano era el Rey designado por inspiración divina y perpetuado en el poder por herencia de padres a hijos. La principal característica de la nueva democracia, revolucionaria para su época, era la declaración de que el soberano ya no era el Rey, sino el pueblo, y que éste ejerce sus poderes mediante representantes electos. 

En poco tiempo dichos “representantes”, en general, se fueron transformando en burócratas vinculados a partidos políticos específicos, los que también surgieron al calor de la “democracia representativa”. En la realidad, el pueblo dejó de ser el soberano y los “representantes” se convirtieron en los nuevos soberanos.

Sobre la base de la experiencia histórica acumulada, las fuerzas políticas y sociales progresistas han promovido variantes institucionales para alcanzar la democracia para toda la ciudadanía. En rechazo a la democracia representativa, se formulan nuevos conceptos, entre ellos, la “democracia participativa” y la “democracia deliberativa”. 

En la “democracia participativa” los ciudadanos no solo ejercen el voto electoral delegando en los representantes las decisiones estatales, sino también se considera la voz de los afectados por esas decisiones, antes de hacerlas firmes. La “democracia deliberativa” da un paso más a favor del interés popular y no solo plantea que se oigan a los afectados, sino que se delibere con ellos los asuntos que van a ser aprobados por los órganos estatales. Su forma más desarrollada la constituye un debate nacional, incluyendo los medios masivos, en el que participan funcionarios estatales, expertos y la ciudadanía, de manera que permita difundir los distintos criterios sobre el tema en discusión, antes de la toma final de decisiones.

Mi criterio es que el socialismo está llamado a crear una nueva forma de democracia superior a la “democracia representativa”, a la “democracia participativa” y a la “democracia deliberativa”. Me refiero a la “democracia directa” donde se reconozca definitivamente y en la práctica que el pueblo es el soberano y que no lo son sus representantes electos. No basta que la ciudadanía sea consultada por sus representantes para que luego sean éstos los que tomen las decisiones finales. La nueva democracia socialista debe caracterizarse porque sea el pueblo quien decida directamente los asuntos públicos sobre temas de la política interna y externa, así como de la administración nacional y local, y que sus acuerdos sean vinculantes para toda la sociedad, incluyendo a sus representantes, quienes deben rendir cuenta individual y transparente de su actuación ante los ciudadanos. 

También opino que la democracia socialista debe eliminar la independencia de los poderes legislativo, ejecutivo y judicial, y establecer el poder supremo y único del Estado en el parlamento, al que se le subordinen los demás. Estos llamados “poderes independientes” son “funciones del Estado socialista” subordinados, aunque con cierta autonomía, a la Asamblea Nacional. De esta forma, la Asamblea Nacional asumiría el poder supremo del Estado y ante decisiones controversiales del gobierno, la fiscalía o los tribunales, actuaría como órgano de última instancia con decisiones inapelables en materia legislativa, ejecutiva y judicial. 

La teoría y la práctica de la Democracia Directa aún están en ciernes. No hay consenso entre las diferentes legislaciones y autores acerca del contenido y las formas que puede adoptar. En apretada síntesis, entre sus modalidades pueden identificarse las siguientes: el referendo, el plebiscito, la consulta popular, la revocatoria de mandatos, la rendición de cuentas; la iniciativa legislativa, popular o ciudadana; el derecho de petición; la consulta previa; la asamblea de vecinos; el cabildo abierto; la audiencia pública; la auditoría ciudadana; el consejo deliberante; la gobernanza; la planificación participativa; el consejo de seguridad ciudadano; la entrevista individual o grupal “cara a cara”; el contacto telefónico; el Defensor del Pueblo; la democracia directa electoral; el veto; y las acciones pacíficas de calle autorizadas por las autoridades competentes. Las modernas tecnologías de información facilitan la realización de estas modalidades. 

La característica principal de la Democracia Directa consiste en que las decisiones adoptadas por los votantes son vinculantes, o sea, de obligatorio cumplimiento por el Estado y la sociedad. 

Ya en Cuba se aplican varias modalidades de la Democracia Directa. Se destaca el Referendo popular mediante el cual el pueblo aprobó las Constituciones de 1976 y de 2019, así como el Código de las Familias. También es un aporte cubano la Democracia Directa Electoral el caso de los delegados municipales del Poder Popular, donde los propios electores postulan directamente los candidatos a incluir en la boleta de votación, sin interferencia de otras instancias. 

Al respecto, en el IV Congreso del PCC realizado en octubre de 1991, Fidel Castro se refirió a la Democracia Directa Electoral con las palabras siguientes:

“En nuestro concepto el Partido no debe postular a nadie…”

“Nuestro sistema electoral es el mas democrático de los existentes… porque es el pueblo el que postula”.

“Ningún país del mundo tiene aquello de que el pueblo postula. En el capitalismo postulan las maquinarias políticas de los partidos, le imponen sus candidatos al pueblo, les imponen sus diputados.”

Y refiriéndose a Cuba, expresó: “…va a quedar como el único sistema del mundo donde el pueblo es el que postula. Volvemos a las elecciones directas de la democracia griega, pero sin esclavos, sin gente privada de derechos.”

En mi opinión, lo que hoy corresponde hacer en nuestro país es el perfeccionamiento de todas las modalidades de la Democracia Directa que ya se aplican, pues no todas cumplen plenamente sus objetivos ni son expeditas en sus procedimientos, así como avanzar en la aplicación de otras modalidades a nivel nacional y local mediante un proceso paulatino a mediano y largo plazo con decisiones parciales por etapas.

Hay quienes formulan argumentos para rechazar la Democracia Directa. Mencionan la incompetencia y la falta de responsabilidad cívica de los electores, que no superan los conocimientos y responsabilidades de sus representantes; la influencia de demagogos y populistas que pueden desviar negativamente la acción electoral de los votantes; la compra del voto mediante dinero; sobrecarga y fatiga de los electores por la cantidad de veces que deben acudir a las urnas; la redacción de las preguntas puede ser manipulada y engañosa. Estas y otras desviaciones pueden ser evitadas con una estricta vigilancia sobre ellas y una labor de preparación y formación política para elevar la conducta cívica de la ciudadanía, especialmente con la acción práctica de los propios votantes en el proceso de aplicación de la Democracia Directa. 

Hay que ir observando los resultados de su aplicación para rectificar los problemas que surjan, pero defiendo que es un camino para empoderar a la sociedad civil en los asuntos públicos, objetivo aun no alcanzado plenamente en el socialismo. 

Los métodos de la Democracia Directa no pueden limitarse al ámbito del Estado y tienen que abarcar también a los partidos políticos y a las organizaciones sociales. En el caso de Cuba, ratifico la necesidad de la existencia de un partido político único y rechazo el multipartidismo, de pésimos antecedentes en el país durante el siglo XX antes de 1959. El PCC puede ajustar su organización y funcionamiento a la Democracia Directa, al igual que las organizaciones sociales y de masas. 

Estoy convencido de que la inmensa mayoría del pueblo cubano, protagonista de una profunda revolución social verdadera y, a su vez, formado por ella, está en condiciones de avanzar hacia una Democracia Directa en nuestro país.

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* Intervención en el evento “Che Guevara, el socialismo y la democracia en la experiencia cubana”, realizado en el Centro de Estudios Che Guevara el 11 de mayo de 2023.

** (La Habana, 1939) Dr. en Ciencias Económicas, Profesor Titular, Miembro de Número y Miembro de Mérito de la Sociedad Económica de Amigos del País de La Habana.

lunes, 29 de mayo de 2023

Y después de la Asamblea Nacional, ¿qué?

 Por Joaquín Benavides Rodríguez 

La Segunda sesión extraordinaria de la 10ª legislatura de la Asamblea Nacional concluyó, en sólo un día de debates. Dos días antes se había celebrado un Pleno del Comité Central del Partido, fuerza dirigente de la sociedad y el estado, en el que, además de aspectos internos concernientes a la organización, se examinó un informe sobre las opiniones que 48 mil núcleos del Partido expresaron en reuniones convocadas al efecto sobre la situación del cumplimiento de los lineamientos, aprobados por 3 Congresos sucesivos, el VI, VII y VIII. La televisión reflejó intervenciones de no pocos participantes en el Pleno partidista, manifestando inconformidad y fuertes críticas a la conducción de la economía y su manifestación en la inflación; el desamparo económico de los núcleos familiares de bajos ingresos y la insuficiente producción nacional de alimentos.

 

Ello creó una expectativa en la Asamblea Nacional, convocada dos días después al Pleno partidista, que tenía como primer punto del Orden del Día un informe del viceprimer ministro y ministro de economía sobre la situación de la economía nacional; se debatirían propuestas del Gobierno para enfrentar la grave crisis económica y de producción de alimentos que enfrenta el País.

 

Nos quedamos con las ganas de oír las propuestas del gobierno y el debate de los diputados. 

 

El vice premier y ministro de economía, responsable de conducir la economía cubana y por tanto de sus fracasos, con independencia de la responsabilidad innegable que le cabe al bloqueo sobre todo financiero de Estados Unidos, se limitó a exponer el desastre pormenorizadamente, sin asumir ante la asamblea su responsabilidad personal en decisiones que han enredado extraordinariamente la salida de la crisis, y de su  zigzagueo en aspectos cardinales como la dolarización de la economía y el establecimiento de una tasa de cambio que ha puesto la economía del país, y no solo del sector privado, en manos del mercado informal. En su intervención reconoció, sin ningún énfasis ni explicación, errores cometidos, pero no asumió la autocrítica que le correspondía como principal responsable de conducir la economía cubana. Terminó su exposición de los problemas y dejó a todo el pueblo de Cuba sin escuchar sus propuestas, a la Asamblea Nacional, de cómo enfrentar el problema que no solo él sino todo el Pueblo de Cuba tendrá que asumir.

 

Es inaudito. El vice premier terminó su exposición de una economía en crisis, se retiró a su asiento y el Presidente de la Asamblea le entregó la palabra, sin que la hubiera solicitado, al Ministro de Relaciones Exteriores. Este hizo también una pormenorizada explicación de las consecuencias nefastas que para la economía cubana ha tenido el bloqueo desde que, después de la derrota en Girón, el enemigo imperialista se dedicó a aplicarlo y recrudecerlo en las sucesivas administraciones norteamericanas. Trump fue el que apostó mas a fondo para acabar con la Revolución con sus sanciones. No pudo y ahora Biden, a pesar de haber sido el vice de Obama, continúa con ellas. Bruno Rodríguez, al final de su exposición, manifestó su acuerdo de que era posible superar el bloqueo, a partir de un extraordinario esfuerzo productivo nacional. Terminó el Canciller su exposición y el Presidente comenzó a dar la palabra a los diputados. 

 

Como ante el cuadro desastroso de la economía, expuesto por el Ministro de Economía, no hubo una propuesta de acciones a tomar, el Presidente Lazo comenzó a dar la palabra. Cada uno de los diputados y diputadas que la solicitaron e intervinieron plantearon cuestiones interesantes y también importantes, pero sin mucha relación de causa y efecto con el informe del ministro. En un momento determinado el Presidente Lazo tomo la palabra para señalar críticamente, utilizando ejemplos concretos, la situación de nuestro campo en que se trabaja poco, se produce poco por esa causa y no se pueden importar más alimentos para alimentar al pueblo. Cuando terminó su intervención, sin propuestas concretas, salvo de que hay que trabajar y poner a producir cada patio de tierra del país, los diputados que habían solicitado la palabra la declinaron y concluyó ese punto de la Asamblea. 

 

El siguiente punto fue la importante Ley de la Comunicación Social, por fin aprobada. Después cuestiones administrativas y concluyó la Sesión extraordinaria. El Presidente Lazo, ante varios planteamientos de diputados, expresó que sus inquietudes se verían en la sesión de julio de la Asamblea. Pero ¿habrá tiempo, en caso de esperar para entonces? Estoy seguro de que no. Ni la cuestión del combustible, que tiene paralizado no solamente el movimiento de la población sino la producción, incluída la agropecuaria. Ni la cuestión cambiaria, sin cuya solución no sería posible abordar a fondo el problema de la inflación. Ni la reforma de la empresa estatal, imprescindible que resurja situándose al frente de la producción del país. Ni el despegue de la producción azucarera, por mucho margen la principal fuente de alimento del País, a través de los recursos que genera su exportación. Sin hablar de cuestiones que salen en la prensa sin una explicación, como la de la introducción de empresas comerciales rusas al País,  lo que yo personalmente veo muy bien y estaría de acuerdo, pero acerca de las cuales el Gobierno tiene que informar y explicar coherentemente al Pueblo. 


Ahora es más importante que nunca conservar la unidad de todos y no solo de una parte, y eso se logra solo con información para todos. Los medios no amigos son los que están dando información profusa y confusa. El lenguaje críptico no funciona en política, y menos en condiciones complicadas y difíciles. 

 

29/05/2023

sábado, 27 de mayo de 2023

Contribución a la historia de K 507

Por Aurelio Alonso

La aparición en los últimos tiempos, en la red, de textos que aluden a la experiencia del Departamento de Filosofía, que existió de 1963 a 1972 en la Universidad de La Habana (UH) con la misión de introducir sistemáticamente allí la enseñanza del pensamiento marxista, plantea a los protagonistas que quedamos en pie, el reto de dejar en blanco y negro nuestro testimonio de aquella aventura revolucionaria. Fue una década que marcó definitivamente la vida de quienes la vivimos. Sería materialmente imposible cubrir en un solo artículo la masa de información y de reflexiones que acumula mi memoria, la cual he filtrado a cuentagotas, alguna que otra vez, en publicaciones o conferencias. Ahora intentaré abrir, con estas líneas, la caja de mis recuerdos y valoraciones, por la utilidad que puedan representar estos testimonios y la polémica que pueda suscitar a quienes interese acercarse a ese pasado, recordando como yo, o sin haberlo vivido. Aspiro, por lo tanto, a que mi ejercicio sea a la vez una provocación.

Ante realidades como la que intentaré reconstruir no caben imparcialidades, por lo que aclaro desde ahora que me encuentro entre los que consideran que la existencia de aquella experiencia, la forma en que fue interrumpida y la estela que dejó, tienen una incidencia que no se puede pasar por alto en el conocimiento de la realidad social creada por nuestra revolución, incluido el modo que afecta a la configuración de unas ciencias sociales y humanísticas cubanas. En nuestros días y supongo que en los venideros.

La Reforma Universitaria de 1962 (R62)[1] aprobó la enseñanza elemental de la Filosofía marxista en todas las carreras universitarias y, con tal propósito, el gobierno concertó la asesoría de especialistas soviéticos de origen español. La Universidad de La Habana (UH) realizó una selección de alumnos de carreras de Humanidades y Economía, y se organizó un internado intensivo en el segundo semestre de ese año, con el propósito de iniciar la formación docente del grupo. En esencia, esos pasos dan cuenta del comienzo, aunque ya cuatro pioneros (Juan Guevara, Isabel Monal, Jesús Díaz y Bolney Ortega) con alguna preparación, o con más audacia, se probaban en la docencia de la Filosofía marxista desde principios del 62.

En la carrera que yo estudiaba le escuché con mucho interés a Jesús un semestre de su primer curso. En ese mismo periodo un profesor de Economía Política marxista que creo que se estrenaba, como Jesús, se esforzaba en explicarnos la mercancía mediante los ejemplos del «lienzo» y la «levita», que Marx utilizó en El Capital. Un alumno le sugirió explicarlo con el «corte de tela» y la «guayabera» para entenderlo mejor, y la respuesta que recibió fue «¡Cuidado, que así se empieza y se termina en el revisionismo!»

La escuela-internado que cursamos la bautizamos nosotros mismos con el nombre del ministro Raúl Cepero Bonilla, historiador revolucionario que pereciera días antes en un accidente aéreo. Era parte del sistema de las Escuelas de Instrucción Revolucionaria (EIR), en funciones desde 1960[2]. Nuestra escuela se creó a propósito para formar dos grupos que iniciarían la docencia del marxismo-leninismo en la UH ―las asignaturas de Materialismo Dialéctico e Histórico, y Economía Política respectivamente― y a la vez a los profesores de las EIR provinciales. No era un experimento original, pues reproducía una experiencia de centros de instrucción política bolchevique que funcionó con resultados cuando necesitaron enseñar marxismo en sus sistemas de educación. Recuerdo que los hispano-soviéticos referían este episodio como la «profesura roja», cuya consigna era hacerse «rojos y expertos» con la rapidez posible.

Sobre el contexto político-social

Del contexto político-social en que nace el grupo creo indispensable repasar que vivíamos el cuarto año de un proceso de radicalización revolucionaria, tan intenso y original que no cabría resumir aquí en su totalidad. Me limito a destacar que Cuba había propinado una fulminante derrota a la invasión mercenaria respaldada por los Estados Unidos, que comenzaron desde entonces a escalar la estrategia de bloqueo contra la primera economía nacional que se resistía, en América, a mantener una dependencia que en Washington creían consolidada en su periferia tras la Segunda Guerra Mundial[3]. Cuba realizaba exitosamente la campaña de alfabetización cuando se declaró socialista, antes de marchar a defender su soberanía en Girón. El camino cubano, marcado por las victorias más que por las dificultades, quedaba bien definido ―aunque no despejado― históricamente como nación independiente dentro de su entorno geopolítico. No obstante, anoto, sin menoscabo de las muestras de simpatía, que el discurso oficial soviético no nos trataba como otra cosa que «la isla de la libertad»; a pesar de que esa libertad la defendimos desde 1961 como socialismo. Creo que no fue hasta que ingresamos al CAME en 1972 que nos aceptaron completamente vestidos de socialistas.

Con una probada proyección unitaria, en 1960, el liderazgo revolucionario reconocía a los viejos comunistas un lógico primado en el dominio del marxismo-leninismo, al poner en manos de una de las figuras más destacadas del socialismo histórico cubano la importante tarea de la integración de las tres organizaciones revolucionarias en un solo partido. En el mismo año encargaba a uno de los intelectuales comunistas más cultivados de la generación de Fidel, la creación de un sistema de escuelas (EIR) para la educación ideológica de los trabajadores, a todo lo largo y ancho del país.

Sin embargo, aquellos primeros pasos en la integración del partido derivaron en una conducción sectaria, que perseguía apuntalar una presencia del Partido Socialista Popular en detrimento de las otras organizaciones revolucionarias, requiriéndose un cambio de métodos y de actores. Las EIR se mantuvieron al margen del sectarismo en su tarea de educación ideológica, la cual se regía, de todos modos, por los esquemas consagrados del marxismo-leninismo soviético. Por lo tanto, es obvio que nuestra formación se inició plenamente dentro de aquella interpretación ortodoxa, aprendida además como doctrina oficial del partido comunista. Así era en Moscú y así se estableció en La Habana.

No obstante, el principal acontecimiento que dio un carácter de singularísima importancia al contexto de aquellos inicios fue la crisis de octubre de 1962, en la cual, de nuestro grupo, pudieron incorporarse a la defensa de la patria solo dos o tres movilizados por sus unidades militares, y otros pocos que se escurrieron de la orientación de las EIR de permanecer en clases. Muchos de los que obedecimos disciplinados percibíamos como una mala decisión que no se priorizara, también para nuestro colectivo, el llamado a la defensa.

Por lo general, los historiadores caracterizan aquel episodio como el momento en el cual el mundo estuvo más cercano a una guerra nuclear. Seguramente lo fue. Nunca se dice, sin embargo, que posiblemente nada contribuyó, como aquella coyuntura de crisis, a evitar un conflicto nuclear en las seis décadas que han seguido. Pero lo que me interesa destacar ahora es el impacto que tuvieron las peripecias de la negociación de aquella crisis en nuestro grupo. Me permito copiar aquí algo que hace algunos años escribí:

Sin acabar de entender del todo la teoría del comunismo, topamos con la sorpresa, tras el escándalo de los procedimientos de conducción rechazados por sectarismo en 1962, de que la razón y el poder se debatían también dentro de una militancia que se nos enseñaba como si fuera uniforme. Y parejamente vivimos el desafío de aparecer de pronto como nación, en la crisis de octubre, en el eje del conflicto nuclear, con una razón que ninguna de las potencias contendientes ―para las cuales no teníamos derecho a voto ni a voz en aquella pugna― se interesó en entender.[4]

Fidel sentaba la pauta obligada de solución de aquella crisis para nuestra soberanía, al ostentar con insistencia los cinco puntos del reclamo cubano, que no fue bien defendido por Moscú, al ignorársenos en la negociación. «Nunca brilló tan alto un estadista», recordaría con justicia y admiración el Che en su carta de despedida de 1965.[5]

No estábamos todavía en condiciones de problematizar, en el plano teórico, la profundidad del significado de aquellos eventos para la conciencia nacional, pero nos hacían sumamente sensibles en la definición de nuestra identidad como nación. De algún modo tendrían que incidir en nuestra comprensión del socialismo. Nunca concebimos nuestro quehacer como otra cosa que un complemento del pensamiento oficial, es decir el de nuestros líderes, especialmente de Fidel, el Che y Dorticós, de su inteligencia de la soberanía verdadera, ni entonces ni después.

Creo que no sería posible entender nacimiento, historia, desafíos, proyecciones, apoyo político, debates, críticas, aciertos y errores presentes en la vida y el pensamiento de aquel grupo si pasamos por alto la complejidad de la realidad que lo contextualizó.

Dejo para otra ocasión ―o para otros testimonios― una valoración más detallada del primer curso de la EIR Cepero Bonilla, como otros muchos aspectos que tendré ahora que pasar por alto. Al final del curso se realizaron las evaluaciones y se seleccionó un grupo de 21 egresados para la Universidad, a partir de la capacidad demostrada de preparar e impartir con rigor y coherencia uno o más temas del programa en una clase de una hora, y de responder dudas y preguntas. Muy pocos de los que ingresamos llegaban a 25 años de edad. Todos debíamos pasar más de una vez por la experiencia de las exposiciones y vencerla satisfactoriamente.

En fin, que en enero de 1963 arribamos a la fundación del Departamento de Filosofía de la UH, subordinado formalmente a la Facultad de Humanidades, aunque su tarea de servicio debía extenderse a la totalidad del alumnado universitario, en cumplimiento a la R62.[6] Este estatus sin antecedente le daba a la vez una conexión directa con la Rectoría, creando una ambigüedad que podía responder a algunos problemas, pero creaba otros.

La casa de K 507 y el despegue

Habían quedado estructuradas por la R62, con carreras diferenciadas dentro de la Facultad de Humanidades, la Escuela de Derecho, la de Letras y Arte, la de Historia, la de Ciencias Políticas, la de Lenguas Extranjeras y la de Información Científica y Técnica, si bien recuerdo. Se suspendía la carrera de Filosofía y Letras. En su desarrollo, el nuevo Departamento debía dar lugar también a una nueva carrera de Filosofía, con sus especialidades propias. Para poner en marcha su tarea de enseñanza contaba, al momento de su creación, con una dotación de 25 docentes, de entrada, un claustro de igual tamaño que el de algunas escuelas de la Facultad. Aun así, insuficiente para la vasta misión que justificaba su creación.

Hubo un segundo curso, que sumó solamente cinco profesores más, después del cual la escuela fue disuelta y las EIR fundaron otra, para sus propios cuadros, que llamaron Marx, Engels, Lenin. Creamos entonces, junto con un intenso plan de continuidad en nuestros estudios, un sistema de exposiciones para graduados o estudiantes aventajados con vocación filosófica, que proporcionó ingresos de mucha calidad, aunque con lentitud: egresados algunos del último curso de Filosofía y Letras que venían con una experiencia en el aula y se destacarían con posterioridad en el Departamento, como Marta Pérez Rolo, Elena Díaz y Josefina Meza. Luciano García, que había cursado estudios de posgrado en Leipzig, participó junto a Justo Nicola en el desarrollo del grupo de Lógica y hoy forma parte con Marta Blaquier del claustro de la Facultad de Matemáticas. Por esta vía ingresó también Thalía Fung, de indiscutible erudición y destacada ulteriormente en defensa de la ortodoxia, y que también fue miembro del Consejo de Dirección de Pensamiento Crítico en sus primeros números.[7]

Hasta que, en 1966, con casi cuatro años de trabajo de saldo positivo, la Universidad nos autorizó el primer curso de instructores, que fue desde entonces la vía de ingreso regular. El Departamento llegó a contar con más de 70 miembros. No pasamos por alto errores, que tratábamos de corregir dentro del colectivo cuando los considerábamos de inmadurez, y en algunas ocasiones creímos inevitable prescindir de algún miembro por incompetencia, por irresponsabilidad o por indisciplina. Debo reconocer que no estuvimos a salvo de pecados de intransigencia, y hasta de sectarismo y discriminación en algunas decisiones relacionadas con la incorporación o con las sanciones a aplicar. Pero de ningún modo fue lo que prevaleció en el trayecto histórico que marcó para nosotros aquella década.

Como sede nos entregaron un inmueble fuera del recinto universitario, a sólo cien metros de sus muros: Una residencia de dos plantas en la calle K, amplia y en sólido estado constructivo. Allí se asentó el Departamento y trabajó desde enero de 1963 hasta 1971,[8] en que fue disuelto el grupo.

Cuando los últimos salimos en 1972 el Departamento de Filosofía se eliminó formalmente, y hasta fue demolido aquel inmueble poco tiempo después, sin que se construyera, hasta hoy, nada en su lugar.

En 1963 habíamos comenzado a impartir las clases de Materialismo Dialéctico e Histórico dentro del esquema ortodoxo soviético, en la lógica de los manuales consagrados.[9] Éramos estrictos en el esquema aprendido en el comienzo. A medida que nos empeñábamos en la docencia y en el estudio, y ayudados por el intercambio en el aula, se nos planteaban nuevas preguntas y reflexionábamos más las respuestas. No eran problemas de los que nos hubiéramos dado cuenta desde el principio, sino que fuimos conociendo paso a paso, profundizándolos en las lecturas, discutiéndolos en seminarios, y fueron creándose también disensos dentro del grupo, como era lógico que sucediera. Reitero que reservo un tratamiento más detallado de esta historia, por razones de espacio, para otros relatos.

Lo que sí supimos todos desde el principio es que no éramos profesores formados sino unos estudiantes revolucionarios a quienes tocó el desafío de enseñar la filosofía del marxismo a sus condiscípulos, mientras completábamos debidamente nuestra formación teórica.

Desde el comienzo nos fijamos dos objetivos centrales: responder a la altura posible con nuestros servicios docentes a las solicitudes que nos formulaban las carreras, y seguir un plan interno de superación muy riguroso. Nunca olvidaré las emociones, la alegría después de la clase bien lograda, las preguntas inteligentes y cuestionadoras de mis alumnos, los sudores cuando me faltaba la seguridad para la respuesta. El alumnado de los sesenta era bastante heterogéneo porque se incorporaban al mismo compañero(a)s que, a causa de la lucha revolucionaria, habían tenido que aplazar sus estudios, latinoamericanos que huían de la represión en sus países, etc. En mi primer curso tuve entre mis alumnos a Onaney Muñiz, director del Jardín Botánico de La Habana, dado a la lectura de la historia del pensamiento filosófico. Los de K éramos ya bastante «rojos» pero muy poco «expertos» aún, y nos organizamos internamente con la prioridad de compensar aquel déficit. No obstante, debo subrayar que nuestra primera regla, además de la preparación meticulosa de cada clase, fue la de la humildad ante el alumnado, la sinceridad de reconocer cuándo teníamos que posponer una respuesta.

Mucho después, cuando teníamos ya algunos años de madurez en el Departamento, logramos elaborar un plan de estudios para la carrera; pero nuestra maduración parece que aun no era aceptada y el Consejo Universitario no lo llegó a aprobar (me parece que ni siquiera llegó a discutirlo).

Nuestro debut en el aula universitaria tuvo lugar bajo el rectorado de Juan Marinello, y con Elías Entralgo como Decano de Humanidades. Colaboré muy de cerca con Arana en su breve periodo de dirección y recuerdo que ambos, decano y rector ―dos relevantes figuras de la cultura nacional―, acogieron al grupo con todas las consideraciones y nos dieron el apoyo a su alcance. Pero no solo nos llegaban sonrisas desde la colina. Los agravios no siempre tuvieron que esperar por disensos heréticos, en especial en algunos claustros de nuestra propia Facultad donde el profesorado solía ostentar más formación que aquella manada de principiantes. La percepción de la acogida no podía ser uniforme, y nos veíamos obligados a demostrar nuestra competencia para lo que estábamos destinados a hacer. No recuerdo que en otras Facultades se produjeran tensiones, salvo entre algunos colegas de Economía y, como caso único, en la Facultad de Educación, en la cual la decana, una prestigiosa pedagoga comunista, decidió asumir aquella tarea docente con su propio claustro, a pesar de los intentos de persuadirla que vi desplegar al decano Entralgo para que no nos rechazara. Recuerdo ―entre otras anécdotas― a un viejo profesor de Psicología, culto, también comunista de años, cuya clase antecedía a la de Filosofía, que cuando su salida coincidía con la llegada de nuestro compañero, decía con ironía a los alumnos «Me marcho, pues ya espera el profesor de materialismo vulgar para su clase». No había otro remedio que atravesar la «novatada» con sentido del humor.

De nuestros viejos filósofos, creo que fueron Justo Nicola Romero y quizá Mariano Rodríguez Solveira los únicos que permanecieron en Cuba. Nicola, al dejar la rectoría de la Universidad de Oriente, quiso trabajar con nosotros.[10]Entralgo, que lo apreciaba, no tuvo éxito en disuadirlo, precaviendo que fuera a ser víctima de alguna intransigencia ideológica de nuestra parte. Nicola nos confesó, a su llegada a K 507: «No soy marxista y a estas alturas de mi vida no voy a convertirme. Pero conozco bien la Historia de la Filosofía y puedo ayudarles. También me he dedicado a la Lógica formal moderna y les puedo transmitir lo que sé». Nicola se volvió uno más del Departamento, sin tener para ello que «convertirse». Creó un grupo de Lógica que publicó un libro colectivo, pionero en nuestra academia, de Teoría de Conjuntos, Proposiciones y Funciones ―uno de los primeros textos publicados por el Departamento― además de acercarnos a las profundidades de la historia del pensamiento filosófico.

Nos decía que había que partir de los pensadores mismos, en lugar de llegar a ellos por los historiadores.

No asustarse de sentirse platónico con Platón y aristotélico con Aristóteles; y acudir a los historiadores ―a los buenos historiadores― solo para confrontar nuestro propio entendimiento. Si no nos acercamos desprejuiciadamente a los filósofos jamás los comprenderemos, nos decía. Hacerlo condicionados a una clasificación previa no es un método saludable. Pienso que esto nos enseñó Nicola, cuando nos enseñaba a los filósofos. Eran, a través de nuestras lecturas, brisas heterodoxas que tocaban más a unos y menos a otros, pero que indudablemente dejaban sedimento.

No pocos especialistas extranjeros nos visitaron. Ya a finales de 1963, a la delegación soviética que viajó a un congreso internacional de Filosofía en México, atendida en su escala en Cuba por Antonio Núñez Jiménez, que presidía nuestra Academia de Ciencias, recién fundada, le organizamos conferencias en el teatro Sanguily. Abrió el ciclo el académico Fedoseev,[11] que encabezaba la delegación, aunque en realidad quien más nos interesó fue Mijail Meliujin, filósofo de la Física, el más joven, famoso por su obra Problemas de lo finito y lo infinito, que ya había aparecido también en México. Paz Espejo, una chilena profesora marxista de Historia de la Filosofía se acopló en 1964 al Departamento y estuvo con nosotros, unida estrechamente, hasta el final. No podría citarlos a todos, pero no voy a dejar de mentar a algunos de los que recuerdo, como Leo Huberman y Paul Sweezy, Adolfo Sánchez Vázquez, Gerard Pierre Charles y Suzy Castor, Alfonso Sastre, Paul Estrade, Regis Debray, André Görz, Pablo González Casanova, Emir Sader, André Gunder Frank, Perry Anderson, Robin Blackburn, Leo Panitch y Michael Löwy. Podría seguir citando si doy rienda suelta a mi memoria. Con el poeta salvadoreño Roque Dalton algunos tuvimos una afectuosa amistad que continuó con su familia cuando él partió a combatir en la guerrilla de su país. Es obvio que esos contactos aumentaron desde que se fundó Pensamiento Crítico, también con muchas figuras vinculadas en su mayor parte a los movimientos revolucionarios y a las izquierdas latinoamericanas, como César Augusto Turcios Lima, Carlos Marighela, Shafik Handal y otros.

Juan Valdés Paz, en la época jefe de Despacho del ministro Raúl Curbelo, a quien su amigo Jesús Díaz vinculó al grupo por conocer su definida inclinación a las lecturas filosóficas, asistía como invitado a las clases de Historia de la Filosofía de Nicola, y a algunos de nuestros seminarios, cuando sus responsabilidades en el Instituto Nacional de la Reforma Agraria (INRA) se lo permitían. Nunca olvido la brillantez de sus intervenciones sobre la filosofía de Kant, de vuelta de un dilatado recorrido por los centrales azucareros de la provincia de Oriente, en plena zafra. Juan se volvió un miembro honorario hasta que pudo ingresar oficialmente al Departamento en 1968, cuando el INRA se desarticuló, como otros ministerios. Regresaría, en consecuencia, a su lugar de origen en la reorganización de los organismos centrales cuando nuestro grupo fue disuelto en 1971.

Al término de su vida Juan deja constancia tanto del servicio de su inteligencia en la producción agraria, como en el conocimiento riguroso de la sociedad y el pensamiento revolucionario.

En otras carreras universitarias, fuera de la facultad de Humanidades, en las cuales tal vez era más difícil que se nos viera con reservas competitivas, nos abrían las puertas con interés y respeto. Mi debut en el aula fue en Estomatología, seguidas de Agronomía, Medicina Veterinaria, Ciencias Médicas y Ciencias Biológicas. En esta última Escuela, donde impartí la docencia varios años,[12] cursé a la vez asignaturas cercanas a la problemática filosófica y se me solía invitar a los Consejos de Dirección. Recuerdo además las buenas relaciones de la mayoría de los decanos y decanas con el Departamento, el cual visitaban.

El grupo de K y el germen de una herejía

Repito que llegamos a K dos meses después de «la crisis de octubre», con la percepción de aquella realidad consumada y la evidencia de un clima de discrepancias con Moscú que, de todos modos, se subordinaba al reconocimiento de una solidaridad decisiva para la subsistencia del proyecto socialista cubano. Con gestos de la URSS que merecen nuestra eterna gratitud. Sin embargo, la evidencia de que la desigualdad del país pequeño implicaba dependencia también en el campo socialista, era real. Nos dábamos cuenta de que existían límites, y que no todos había por qué aceptarlos. Percibíamos también que la crítica a Stalin del XX Congreso del PCUS no tocó a una institucionalidad deformada, unos métodos torcidos de conducción, ni una dogmatización doctrinal manejable para justificar cualquier decisión, sino que reducía las deformaciones criticadas a los defectos personales del dirigente ―el «culto a la personalidad»― a quien se le pasaba una cuenta que arrasaba también, peligrosamente, con sus indiscutibles realizaciones como estadista. Creo que la historiografía está aún en deuda con Stalin.

Nosotros buscamos desde temprano acercarnos más a Martí, Félix Varela, Varona y el pensamiento cubano. Avanzábamos así descubriendo hitos que integrábamos a nuestras inquietudes teóricas.

Hasta Carlos Loveira, que escribió sobre el «socialismo en Yucatán», fue objeto de estudio por uno de nuestros compañeros.

En 1964 fue sustituido el Rector Marinello por Juan Mier Febles, viejo comunista también, pero menos significativo como intelectual y como político, quien traía en cartera a su vez la sustitución de Arana (hospitalizado en Moscú) por el que fue nuestro primer director cubano, Gaspar Jorge García Galló. Otra vieja figura del PSP como Mier, educador como él, villaclareño como él. Era un pedagogo de prestigio, dirigente sindical, tenía el orgullo de haber sido torcedor de tabaquería y todavía era capaz de lograr un torcido perfecto. Por desgracia su llegada inesperada no cuadraba con nuestras perspectivas. De cierto modo nosotros habíamos logrado autogobernarnos, porque Arana tenía mucho más de Quijote que de Stalin (Mier, que no lo conocía como nosotros, solía decir que era un híbrido de los dos). Aunque parezca paradójico que defendiéramos al soviético frente al cubano, temíamos que el espacio de reflexión y debate que habíamos alcanzado se bloqueara con la designación de alguien que ni siquiera nos conocía y llegaba impuesto, con las credenciales de la vieja escuela partidaria socialista cubana, calcada en definitiva de la soviética. De todos modos, es justo reconocer que en el año en que fungió en el cargo, Gaspar Jorge no puso obstáculos a nuestra evolución. Además, quiso el azar que, desde la Rectoría, Rodríguez Solveira se fijara en uno de nosotros, Rolando Rodríguez, para designarlo como subdirector, cargo que hasta el momento no había existido en K 507.

Ante nuestra resistencia a la designación de García Galló, el rector Mier había optado por pedirle al ministro Hart que lo acompañara a la toma de posesión formal del nuevo director, e invitara también al entonces Presidente de la República, Osvaldo Dorticós Torrado. Apuntalar persuasivamente, ante la renuencia del grupo, el cambio de Director, se evidenciaba como objetivo. Hart hizo un reconocimiento de nuestro despegue docente y auguró al grupo un futuro positivo. Dorticós ―una figura política e intelectual de muchos quilates, por desgracia insuficientemente valorada hasta ahora por la historiografía revolucionaria― nos premió con una exposición excepcional, que sintonizaba plenamente con inquietudes que percibió en nuestras intervenciones. Nos retaba a salir de los esquemas en nuestra labor docente. Vale la pena glosar aquí algunas afirmaciones de aquella intervención que se fijaron desde entonces en la conciencia del grupo:

«Ha habido, sin lugar a dudas, un estancamiento del desarrollo del marxismo durante muchos años en el mundo (…). Nosotros debemos conformar la enseñanza del marxismo-leninismo fundamentalmente — sin perder de vista, desde luego, la realidad universal — , por nuestra realidad histórico-social concreta, a la cubana. Y para eso no existe ningún manual (…) Es un deber fundamental de ustedes procurar dar una enseñanza muy viva, muy vinculada a la realidad cubana, a la historia cubana (…) Lo más importante es que ustedes enseñen a pensar a los alumnos, a crear en los alumnos la capacidad de pensar y de razonar por sí mismos, con un sentido crítico (…) [y a la pregunta de cómo hacerlo, respondió] Yo les digo que hay que incendiar el Atlántico, ¡y ustedes miren a ver cómo lo incendian!»[13]

Fue una obvia confirmación de que las búsquedas que ya nos tentaban sintonizaban con la necesidad que transmitió de acercar nuestras perspectivas a Cuba y a la Revolución, a la historia verdadera, la actualidad del pensamiento de Martí, a la coyuntura vivida y a la posición revolucionaria. En fin, nuestro filosofar tenía que desbordar el marxismo abstracto y hacerse más actual y más cubano.

Cargados como estábamos ya de replanteos, fue como una revelación que nos inducía a ordenar ideas, añadir lecturas y relecturas, experimentar, llevando nuestras inquietudes a los programas, a intensificar aún más el estudio y el debate en nuestros grupos de trabajo. Ensayamos cursos cuyo diseño se salía de los esquemas del manual, aunque al principio conservaban mucho de la sistematización soviética. No obstante, introducían también algo del marxismo non sactum, e incluso estudios valiosos realizados fuera del marxismo. A buscar la verdad en el pensamiento universal y en nuestra realidad concreta nos proyectamos. Marx y Engels lo habían hecho así, y ese era precisamente el eje de su legado. La herejía de K 507 empezaba a cocinarse.

Allí donde ya nos veían con aprecio, nuestros intentos eran bien recibidos. Entre el 1964 y el 1966 el arco de la diversidad se manifestó con diferentes programas, respetando parejamente a los compañeros que optaban por mantener el canon soviético. Sin entrar en detalles aquí voy a señalar dos constantes de aquel proceso. La primera es que las variantes llevadas al aula eran discutidas colectivamente, antes y después, con vistas a evitar superficialidades o falta de rigor y evaluar resultados. Lo otro es que poco a poco se fue imponiendo entre todos, la proyección de Fernando Martínez sobre la pertinencia de enfocar la enseñanza del marxismo desde una perspectiva histórica. Lo cual culminó en la aprobación formal por la UH del cambio de la asignatura «Filosofía marxista» por «Historia del pensamiento marxista», con todas las implicaciones inherentes.

La aparición en 1965 de la carta-ensayo del Che, El socialismo y el hombre en Cuba, con una premonición pesimista del destino del socialismo soviético, armonizaba con nuestras variaciones en la herejía marxista. El regreso del Che a las armas liberadoras en otras tierras ―su partida temprana tras aquel anhelo, tan compartido entonces por los cubanos de mi generación― no nos permitió un intercambio con su pensamiento. No más allá que el mantenido por todos los cubanos que le leíamos y le admirábamos. Cuando el horizonte de su inquietud filosófica nos fue revelado en aquel texto, ya nuestros disensos principales tenían la fundamentación que requiere la confianza en los juicios hipotéticos. En aquel año 1966 Orlando Borrego nos invitó a Fernando y a mí a participar en un seminario sobre El Capital que organizó en el Minaz con Luis Álvarez Ron, Alberto Mora, Enrique Oltuski y algunos de sus viceministros y funcionarios.

Es curioso que en una de las primeras visitas de Fidel Castro a la casa de K, le recuerdo elogiando la biografía de Carlos Marx de Franz Mehring, y expresar que él estaba seguro de que se aprendía mejor el marxismo en esa obra que en un manual de los que circulaban entonces.[14] Tenía muchísima razón. Sentíamos que eran reflexiones que apuntalaban el curso del horizonte académico en que nos orientábamos.

Rolando Rodríguez había finalizado la carrera de Derecho en 1963, junto a Fernando, y se inclinaba a los estudios históricos, por lo que desde sus inicios como profesor enseñaba en esa carrera con aceptación. Y lo más importante, era uno de nosotros. Su designación como subdirector fue providencial, porque aceleraría el desarrollo de los procesos cuando asumió la dirección unos meses después. García Galló dejó la colina con Mier, su viejo compañero de luchas, y la ley de la gravedad hizo a Rolando director del Departamento hasta ser designado oficialmente por el Rector Salvador Vilaseca en 1965. Por fortuna en esta ocasión la gravitación funcionó, pues no siempre sucede. El paso de Vilaseca por el Rectorado no se prolongó, pues en 1966 sería sustituido por Miyar Barruecos.

Fidel y el grupo de K

Llevábamos casi dos años tirándole fósforos al océano y dando forma a nuestra mirada heterodoxa, en una época en que Fidel solía visitar por las noches la Plaza Cadenas (hoy Agramonte) para intercambiar con los estudiantes que encontrara allí sobre los temas nacionales e internacionales. Siempre del modo más informal. Nosotros, que teníamos a veces clases de noche o seminarios en K, cazábamos su llegada cuando podíamos para no perder la espontaneidad de esos encuentros. Parece que él se había percatado de nuestra constancia allí. Una noche, Ricardo Jorge Machado hace un comentario que lo motiva, y Fidel nos pregunta: «¿Ustedes qué estudian?». A lo que Machado respondió: «Comandante, nosotros estamos enseñando filosofía marxista». Él retomó con normalidad el hilo de la conversación que había interrumpido, y cuando terminó la idea exclamó «¡Ah, así que ustedes son esos sabios profesores de marxismo que andan diciendo por ahí que yo no conozco El Capital y que a los dirigentes de la Revolución tienen que darles clases de marxismo!». Fue como un corrientazo.

Al parecer hubo algún compañero (no de K) que, sin malas intenciones, había comentado acerca de un curso sobre El Capital que Mansilla, el profesor hispano-soviético de Economía Política, estaba impartiendo al Consejo de Ministros. El dominio de Mansilla de la obra económica de Marx era muy reputado y no había motivo para no aprovecharlo. Pero el comentario circuló deformado. Machado intentó explicar: «Comandante, nosotros no somos sabios ni profesores, somos estudiantes a los que nos tocó enseñar porque no había especialistas, y estamos tratando de formarnos…». Le costó articularlo en el forcejeo verbal porque Fidel, que nunca se dejó poner el pie delante, le interrumpía: «¡No me digas que no ahora…, sí son sabios profesores…, se creen sabios profesores…!». Machado se impulsó para terminar diciendo: «¡Es que a usted le han informado mal, Comandante!».[15] En conclusión, que el intercambio no nos permitió dormir tranquilos aquella noche. Tanto los que lo presenciamos como el resto del grupo que escuchó el relato pensamos en un desenlace fatal, pues desde el principio tuvimos censores en la Colina universitaria, y el incidente se mostraba propicio para un pase de cuentas.

Recuerdo que dos o tres noches después escuchamos en K las puertas de autos que se cerraban frente al portal. Era Fidel. Creo que fue pasados unos días de esa primera visita informal en la cual nos preguntó, nos escuchó, nos habló de lo humano y lo divino, que Fidel nos invitó, a través de Pepe Rebellón, quien presidía la FEU, a asistir a la primera graduación de Medicina, en el Pico Turquino. Con posterioridad Fidel nos visitó de tiempo en tiempo, siempre de noche, durante más de un año, bajo la mirada del Martí, creo que de Arche, que colgaba en el salón de estar de K 507. Pienso que lo hizo hasta que sintió que había dejado en nuestras manos lo que tenía intención de dejar. Aclaro desde ahora que siempre vimos el privilegio de aquella relación, al cual nos esforzamos en corresponder, vinculado a nuestro trabajo y nuestro compromiso revolucionario, sin presumir de ello, ni buscar beneficio de tipo alguno.

Creo que fue en la segunda visita en que, tarde ya, invitó al cine a los que estábamos allí; llamó a Alfredo Guevara y nos fuimos a ver un par de películas de cinemateca. A los años me comentaría Alfredo que él pensaba que la intención de Fidel con esa invitación era facilitar su contacto con aquel grupo, y lo hizo llevándonos a compartir una sesión de cine. Pienso que Alfredo tenía razón porque escuché cuando Fidel le sugería esa relación al presentarnos, cuando llegamos a la sala de proyecciones. Corrían los meses finales de 1965.

En otra de aquellas visitas apareció con La primavera silenciosa, de Rachel Carson, un libro decisivo entonces en el debate en torno a la discutible «revolución verde». Nos expuso la posibilidad de crear un sello editorial para reproducir libros de texto actualizados imprescindibles en la enseñanza superior, a cuyas ediciones, desde entonces, el bloqueo de los Estados Unidos nos impedía acceder. Barrenar la regla de los derechos de edición a nombre del derecho universal de acceso al conocimiento. Venía a poner la tarea en nuestras manos y la propuso a Jesús Díaz, quien ya había publicado sus primeros cuentos y concursaba para el Premio Casa de las Américas en el género. Jesús declinó por no sentirse preparado (y porque la tarea no cuadraba con su plan de vida, pienso yo), pero por suerte Rolando reaccionó con su disposición a asumirla desde la dirección del grupo, dadas las posibilidades que su cargo le daba de comprometer al Departamento en realizarla exitosamente. Era cierto, su argumento no encerraba aspiración personal alguna, y reflejaba además el criterio de nosotros. Y Fidel aceptó.

Todos estuvimos de acuerdo en colaborar. Felices del privilegio de participar en aquella excepcional operación cultural que resultaba clave para la formación de las primeras generaciones de los nuevos profesionales que la Revolución había comenzado a graduar. A las manos del estudiantado llegaron la Física de Linus Pauling, la Zoología de Storer, la Botánica de Gola, Negri y Capelletti, y un texto muy actual de Biología general, los cuales recuerdo por mi inclinación de entonces hacia la perspectiva filosófica de los enigmas de la biosfera. Y muchísimos títulos más de todas las áreas de las ciencias y la tecnología, los más actuales de entonces, lo cual suponía un rastreo con los especialistas de todas las áreas de la UH. K 507 fue el primer centro de aquel experimento editorial, que creció y se independizó con rapidez. Y con él creció Rolando, que desplegó un talento y una laboriosidad que lo consagraron en la primera etapa del Instituto Cubano del Libro (ICL), más allá de la historia de nuestro Departamento.

De la publicación de títulos de Filosofía y de Ciencias Sociales, clásicos y actuales, dentro y fuera del marxismo, nos ocupábamos desde la calle K. Platón, Aristóteles, Spinoza, Rousseau, Montesquieu, Kant y Hegel, y otros clásicos del pensamiento llegaron a las manos de profesores y estudiantes para que las nuevas generaciones tuvieran acceso a las fuentes de la sabiduría universal. Prologados en su mayoría por nosotros.

Max Weber contó con un riguroso ensayo introductorio de Germán Sánchez, su primer trabajo de aliento. Una selección de las obras de Sigmund Freud fue publicada. Escogimos a Nicola Abagnano ante la necesidad de contar con un diccionario filosófico y con una Historia de la Filosofía. Los estudios marxistas contaron, entre otras, con la edición de la Ideología Alemana, imprescindible para comprender la ruptura de Marx y Engels con el materialismo de la izquierda hegeliana, los Grundrisse de Marx, que eran novedad editorial en la época, La situación de la clase obrera en Inglaterra y La guerra campesina en Alemania de Federico Engels, las actas de las secretarias del primer año de los bolcheviques en el poder, La nueva económica de Bujarin y Preobrachenski, El materialismo histórico y la filosofía de Benedetto Croce de Gramsci, Historia y conciencia de clases de Lukács, y muchos, muchos otros. De obras que habían sido fuentes para los padres del marxismo, como la Fenomenología del espíritu de Hegel, La sociedad antigua de Henry Lewis Morgan o El capital financiero de Rudolf Hilferding. De estudiosos contemporáneos relevantes del marxismo como Galvano della Volpe, Lucio Colleti, Louis Althusser y Auguste Cornú. Ediciones más mortificantes a la ortodoxia ―a la cubana y a la soviética, que no nos quitaba el ojo de encima― tienen que haber sido la del Stalin de Isaac Deutscher, las de Eros y civilización y El hombre unidimensional de Herbert Marcuse, y el Tratado de Economía marxista, del trotskista Ernest Mandel. El Departamento se mantuvo fiel a esta colaboración editorial con Rolando en el ICL, quien participaba personalmente de aquella proyección heterodoxa, de la que él se consideró parte, al menos hasta el choc de 1970. Aún está por reconocerse el papel que jugó nuestro esfuerzo editorial, desde la casa de K 507, incluso para beneficio de quienes criticaban nuestra herejía.

La revista cultural El Caimán Barbudo, suplemento de Juventud Rebelde, fundada a mediados de 1966 bajo la dirección de Jesús Díaz, publicó en su número inicial nuestros primeros ejercicios de reflexión, dedicados a Julio Antonio Mella, Raúl Martínez Villena, Antonio Guiteras y Pablo de la Torriente Brau, salidos respectivamente de la pluma de Fernando Martínez, Hugo Azcuy, Machado y Rolando.[16] Particular referencia merece la aparición en El Caimánde artículos más personales ya, en números posteriores, como El ejercicio de pensar de Fernando Martínez y Generaciones y revolución de Ricardo J. Machado, que debieran ser referencia bibliográfica en las carreras universitarias. Nuestra ruptura con los manuales de filosofía tuvo su primera expresión pública en mi respuesta al artículo en que Félix de la Uz y Humberto Pérez censuraban nuestra labor, con el apoyo explícito de Lionel Soto, en la revista Teoría y práctica,[17] órgano de las EIR.

Fue una polémica que hoy lamento no haber continuado, pues la contra-riposta de Humberto y Félix, en el número 31 de su revista, merecía una nueva respuesta. Lo afirmo sin dejar de reconocer que, recibido con entusiasmo o con recelo,[18] este debate se volvía de algún modo en una demarcación que nos trascendía. No obstante, me dejé convencer por compañeros que respetaba, de que prolongar esa discusión entre revolucionarios podía resultar lesivo en el plano ideológico. Y me limité a hacer constar mis principales objeciones al nuevo artículo en una carta que también publicaron.

Me equivoqué. Una vez aceptado el reto del debate, no hay que abandonarlo mientras se tenga convicción de lo que se defiende.

En la segunda plenaria nacional de profesores de Filosofía,[19] que se celebró en 1966 en el teatro Manuel Sanguily de nuestra Facultad, prevaleció el espíritu innovador que habíamos desarrollado. El corresponsal de Rinascitta, semanario cultural del diario del Partido Comunista de Italia, Saverio Tutino, que se interesó en asistir, dedicó una página entera de aquel tabloide al debate que allí se produjo, bajo el título «El Caimán barbudo habla de Filosofía». El boletín informativo diario que el partido cubano circulaba en las esferas políticas tradujo y publicó (1967) fragmentos de aquel reportaje, dando lugar a una confrontación entre dos miembros del Comité Central, al protestar Lionel Soto, quien estimó que se trataba de apreciaciones que distorsionaban nuestra realidad. Más que al periodista italiano, criticaba en términos despectivos («tutinos y tutinescos» decía) a un órgano del Partido, editado por su Comité Central.

Nos preocupaba sentirnos de algún modo incidiendo en desacuerdos dentro de las esferas de dirección, pero no era nuestra intención, y tratábamos que no afectara las tareas que nos proponíamos desarrollar.

Para concretar, me planteo la presencia histórico-social del Departamento de Filosofía en tres dimensiones. La primera y más problemática la considero la de la docencia, pues, aunque formalmente quedaba en los límites de las carreras universitarias, constituía el núcleo de un pensamiento en evolución. Para nosotros se reveló como principal el conocimiento del marxismo despejado de prejuicios, y el de nuestra realidad política, social y económica. Quisimos conformar, de cierto modo, una escuela de pensamiento propia, heterodoxa quizá, capaz de innovar y dejar una huella metodológica desde nuestro socialismo; pero esta aspiración, que creímos justa para nuestra generación, aunque ambiciosa, se frustró al no poder subsistir. No todos los que nos criticaban pensaban que era una idea equivocada. Recuerdo haberlo escuchado de Carlos Rafael Rodríguez. Sus desacuerdos con nuestros disensos de ningún modo apuntaban a la eliminación del grupo, el cual debía existir ―afirmaba― como uno más, pero sin que nos pretendiéramos los intelectuales orgánicos de la Revolución. Algo que pienso que de alguna manera creímos ser. Hipótesis disprobada ―dirían los sociólogos― cuando fuimos barridos desde la cúpula política misma de la Revolución.

La segunda dimensión sustantiva de la presencia histórica del grupo, la cual rebasaba el perímetro universitario, fue la creación de la revista Pensamiento Crítico, (PC), (1967–1971). Nos la propusimos porque entendíamos insuficientemente conocidas la realidad del mundo y de nuestra América, al tiempo que la desinformación nacional se mostraba apreciable. La revista sería también, eventualmente, un medio para dar a conocer nuestros puntos de vista revolucionarios, pero no empezó por ahí. Una vez aceptado el proyecto, recibimos los recursos y el apoyo necesario. Es innegable que tuvo la bendición de las alturas, pues en poco tiempo llegamos a una tirada de 15 000 ejemplares, y sin un fuerte respaldo no hubiera sido posible hacerlo. La Universidad le cedió a PC un local independiente en la planta baja del edificio de J 556, a 100 metros del Departamento. Cuadra de la calle 25, entre J y K, que un bromista bautizó como «camino del Cátaro» por aquello de la herejía.

El Consejo de Dirección tenía un papel efectivo junto a Fernando,[20] que dirigía el Departamento, donde había sucedido en el cargo a Rolando a finales de 1966. Fernando mantuvo esas dos responsabilidades hasta 1969, año en que fue sustituido en K 507, quedando a cargo solo de la revista. Los del Consejo debíamos leer, sugerir, aprobar o desechar trabajos, discutirlos, proponer y responsabilizarnos personalmente con números, siempre monográficos, sobre temas específicos. Funcionaba bien la articulación de la responsabilidad colegiada con la personal. No nos reconocimos «órgano oficial» de instancia alguna. Fuimos los únicos responsables de lo bueno y de lo malo que publicamos. Empezamos a colaborar con trabajos nuestros y de colegas dentro y fuera de la UH a medida que avanzamos, dando espacio a los resultados de nuestros estudios. Me atrevo a decir que no fuimos sectarios en la revista, porque fueron tan frecuentes las colaboraciones cubanas de fuera del Departamento como las de adentro. Con Armando Hart, con quien nos habíamos vinculado como ministro de Educación hasta 1965, se mantuvo este contacto después, como secretario de Organización del PCC, para la consulta de cualquier duda que lo ameritara, pero editábamos nuestra revista con total autonomía. Nunca nos sentimos presionados y sólo una vez extrajimos un artículo de un número, el último, atendiendo a una sugerencia del Presidente Dorticós, a lo cual me referiré más adelante.

Desde el principio consideramos a PC como revista de pensamiento, pero no queríamos ponerle fronteras al abanico de problemas que nos abría la realidad. Los de la América Latina estuvieron, desde el primer número, en el centro de nuestra atención.

Incluimos en él un extenso artículo sobre Perú, con el cual no coincidíamos, pero creímos que debíamos poner, y lo advertimos en una nota introductoria. Fiel a sus declarados objetivos PC publicaba mayormente reproducciones, aunque en el caso de autores cubanos sí exigía originales. Un inventario de lo publicado arroja una clara mayoría de textos sobre temas latinoamericanos. PC no pagaba las colaboraciones, ni sueldos, más que los del reducido equipo auxiliar o servicios de transcripción. Traducción, diseño gráfico y edición. Hacíamos incluso tareas de revisión de galeras y de planas cuando se hacía necesario. Volveré a la revista con posterioridad, por lo cual prefiero detenerme ahora en estas informaciones generales.

Una tercera dimensión de lo que llamo presencia histórico-social del grupo de K, está dada por la intensa contribución con el ICL de 1966 a 1971, en la publicación de obras en el campo del pensamiento filosófico y social, a la cual ya me referí por formar parte de la tarea específica que nos había asignado Fidel. Él no nos dijo cómo detectar los dogmas ni cómo encauzar nuestras reflexiones, ni nos orientó a crear nuestra revista, ni cómo hacerla, aunque no fuera ajeno a lo que hacíamos. Pero nos dio una tarea concreta y nos impregnó sus ideas en una intimidad revolucionaria. Y luego partió ―dejándonos con ese inapreciable capital espiritual de su cercanía― para centrar su atención en otras urgencias, tal vez desde entonces ante el dramático desafío de la zafra de los diez millones.

La tres dimensiones que he diferenciado aquí para exponer el espacio histórico-social que cubrió el Departamento de Filosofía no son procesos aislados, sino que responden de manera integral al proyecto cultural revolucionario inspirado en las Palabras a los intelectuales de Fidel en 1961, cuyo alcance no se limita al quehacer de poetas, narradores, artistas y cineastas.

Visto desde la perspectiva global que permite el paso de los años, no puedo pensarlo de otro modo.

K 507 en la batalla de ideas

En el plano académico interno, desde las EIR y de parte de algunas instancias políticas, se nos consideraba aventureros, revisionistas, trotskistas, antisoviéticos, pues el estilo doctrinal del llamado «socialismo real» nos resultaba un cliché ajeno a la Revolución cubana, y no lo disimulábamos. Es obvio que nunca podríamos vernos identificados por-con ninguno de esos calificativos, que siempre rechazamos con argumentos. «Son unos jodedores», decían quienes no querían llegar a objetarnos sin ponerse tampoco a mal con quienes nos objetaban. De la embajada de la URSS se quejaban cada vez que salía un número de PC a la luz, pero en especial llegó a mortificar el №10, dedicado al cincuentenario de la Revolución de Octubre. Más que por lo que en él se dijera, por no incluir trabajos de autores soviéticos ortodoxos. Me imagino que los cubanos también nos hubiéramos molestado en una situación similar. Hay que reconocer que a veces se nos puede haber «ido la zapatilla», aunque sigo pensando que, ya que no era producto de un «órgano oficial», fue un buen número, que comenzaba con un discurso de Lenin, continuaba con un inédito en español de Antonov-Ovseenko, quien estuvo al mando de la insurrección de Petrogrado, y otros artículos inobjetables por su contenido.[21] Poco antes, el Che había sido vilmente asesinado en Bolivia, y su guerrilla arrasada, por lo que el número anterior recogía una selección de trabajos suyos, excelentemente cuidada por José Bell Lara.[22] No tuvimos noticia de que los hermanos le encontraran defectos, pero tampoco recuerdo que lo elogiaran.

Armando Hart, que nos comunicaba sin falta los reproches que recibía, les transmitió que carecíamos de versiones de trabajos de autores soviéticos en español. La agencia de prensa Novosti, a partir de entonces, nos enviaba textos traducidos, que revisábamos con ánimo positivo, pero creo que solo logramos seleccionar reseñas de libros y cosas por el estilo. Pensamos que actuar de otro modo no hubiera sido coherente con el carácter de nuestra revista, sino una concesión oportunista. No creo que nos equivocáramos al respecto.

Analizado en retrospectiva, es imposible interpretar que se trataba de un desencuentro secundario, que no debía preocupar, cuando sabíamos que, desde los tiempos de Stalin, Moscú jamás permitió heterodoxia doctrinal en su entorno político, y para evitarla vigilaba celosamente su periferia, e incluso castigaba cuando podía. Y aunque Cuba se empeñaba en la creencia en un socialismo sin dependencia, la preocupación que los de K y su revista transmitían a los hermanos mayores se hacía sentir. Lejanos quedaban ya los jóvenes cubanos formados en la ortodoxia en 1962. Hasta el grupo de siete compañeros que escogimos para las becas de especialización que nos ofreció la Universidad Lomonosov en 1963 decidió retornar casi[23] completo al año siguiente, trayéndose además con ellos a Ramón de Armas, que finalizaba sus estudios allí, porque concluyeron que mejor continuaban su formación dentro del Departamento en La Habana.

Algo después de la salida de Luis Arana de K, recibimos en 1965 al hispano-soviético Damián Pretel, quien no había estado disponible con anterioridad, que sí tenía una sólida formación filosófica, pero que llegaba muy tarde para influir en el grupo, lo que no impidió que se ganara el respeto y la estimación de todos. También recibimos en aquel tiempo la visita del veterano decano de Filosofía de la Universidad de Leningrado, el profesor Rozhin, que tenía el prestigio de haber defendido la existencia de cuatro leyes generales de la dialéctica en lugar de tres, como rezaba el legado hegeliano.[24] Era un debate que nos parecía medieval, y Pretel, que ya sabía cómo pensábamos, se percató. Nunca se lo dejamos saber al anciano, que regresó feliz a su ciudad. A Pretel volví a encontrarle en Madrid en 1977 y me confesó, agradecido, que para él habían sido fundamentales las discusiones sostenidas con nosotros en el Departamento. La última vez que supe de él, a mediados de los 80, se desempeñaba como secretario general del Partido Comunista de España en la provincia de Granada.

La revista había crecido en profundidad y en presencia.

Hicimos números memorables como el dedicado a la Revolución del 30, el más largo de su historia, con 404 páginas, al cuidado de Fernando y de Ilia Villar, una fuente obligada sobre el tema para historiadores. También el 49/50 en el cual Ramón de Armas y Pedro Pablo Rodríguez publicaron los primeros resultados de sus respectivas investigaciones martianas. El dedicado a la marea revolucionaria de mayo de 1968 en Francia, al cual se acudiría después en los aniversarios redondos, por solo citar algunos. Y no podría olvidar aquí el No 41, de junio de 1970, sobre el marxismo. Lo armó Fernando, que abría con su artículo «El marxismo de Marx», seguido de Jorge Gómez Barranco con «Los conceptos del marxismo determinista», los cuales sumaban 75 páginas. El grueso del número, 155 páginas, las cubría la reproducción de dos ensayos de principios de siglo XX, importantes para entender la historia contemporánea del marxismo: «La conciencia de clase» de Lukács, y «Marxismo y Filosofía» de Karl Korsh, antes de volverse un renegado.[25]

El artículo de Jorge Gómez provocó una enjundiosa respuesta de Humberto Pérez que debimos publicar, dejando abierto el debate. Lamentablemente, en lugar de ver la luz, quedó entrampado en una discusión a puerta cerrada entre el autor, el director de la revista, el Rector José Miyar y dos o tres personas más, con ese criterio erróneo, que logra imponerse con tanta frecuencia entre los cubanos, o entre las izquierdas ―no sabría con exactitud― de que evitar el debate es un modo de contribuir a la unidad revolucionaria.

La constitución y el funcionamiento del PCC desde 1965 incentivó el interés en que el grupo participara en iniciativas emprendidas por otros organismos, y a la vez acrecentó los contactos con personalidades políticas extranjeras que nos visitaban.

El grupo de K contribuyó también a la formación del claustro del Departamento de Sociología. Ello en su primera etapa, pues ese departamento fue barrido sin ruido algo después por la resaca de la ola que se había llevado a Filosofía; en su caso, sin críticas puntuales. Tal vez porque bastaba el argumento de que las categorías del Materialismo Histórico contenían el saber esencial sobre la estructura y el funcionamiento de la sociedad y la Sociología, como tal, era una disciplina burguesa. A pesar de que en la misma academia soviética se bombardeaba ya semejante atavismo.[26] Por fortuna fue este un error que pudo corregirse sin ruidos.

En 1967 fui designado director de la Biblioteca Nacional, y después que salí del cargo me fui a trabajar al Cordón Lechero de La Habana, de modo que, al cabo, entre los libros y las vacas, estuve más de tres años fuera del Departamento de Filosofía, aunque me mantenía vinculado al grupo, sobre todo a través de la revista, cuyo Consejo de Dirección se reunía casi todas las semanas. También, en los frecuentes trabajos voluntarios dominicales en que mis compañeros venían a sembrar pangola en los pastoreos del Cordón, cargando incluso con visitantes extranjeros (recuerdo allí a Gunder Frank, a Novelino y a otros). Una vez surgió la emergencia, un sábado en la noche, de movilizar para dejar sembrada un área que había quedado con semilla en el campo. Le lancé un S.O.S. telefónico a Marta Pérez-Rolo, que en 1969 dirigía ya el Departamento, y desperté en el puesto de mando a un chofer que prefería subirse a su camión y seguir durmiendo en el parqueo de K 507, para volver temprano con 20 ó 30 voluntarios. Tratábamos de mantenernos «rojos» en cualquier circunstancia.

Me consta que el final de los 60 estuvo signado en el Departamento por el crecimiento de su membrecía y la madurez de su claustro. Me perdí aquella plenitud, en que tuvo lugar la constitución del PCC en la UH, la dirección asentada y capaz de Marta Pérez-Rolo, cuyos aciertos organizativos pude percibir tan pronto me volví a incorporar, al encontrar una estructura que prefiguraba ya la concepción de una carrera. Aquel desarrollo tuvo lugar bajo la rectoría de José (Chomi) Miyar Barruecos, que hizo del quinquenio 1966–1971 un período de luz y frescura en nuestra alta casa de estudios.

Nunca la Universidad había estado tan vinculada a Fidel, ni Fidel más presente en la Universidad que en tiempos de Chomi.

Sin embargo, para él no fue la Rectoría miel sobre hojuelas, pues como advirtió un clásico del liberalismo, siglo y medio atrás, el acierto y la gloria atraen los sentimientos más bajos en su contra. Alcancé a presenciar, en un anfiteatro repleto de profesores y estudiantes, a un prestigioso profesor de Medicina sabotear groseramente en un claustro universitario una presentación que su colega Rector hacía sobre su programa para la «universalización de la universidad». Lo anoto antes de añadir que muchos de los bastiones de rechazo a los «aprendices de brujo» que se asomaron desde principios de los sesenta, habían reforzado su posición ante la consolidación del impulso teórico alcanzado por el grupo de K 507.

Del quehacer del grupo entre 1967 y 1970, Pérez-Rolo, directora hasta la desintegración, y otros compañeros y compañeras que vivieron la aventura junto a nosotros y siguen en pie, escribirán seguramente sus testimonios. Antes de que queden solo las inevitables valoraciones de las generaciones que no lo vivieron, que por fortuna ya han comenzado a ver la luz.

A medida que la herejía del grupo se había afianzando, los miembros del Departamento que no la compartían ―compañeras y compañeros valiosos en su mayoría―[27] se fueron trasladando a otras áreas de la UH o a otras instituciones. Probablemente dejen también sus propios testimonios. En sus últimos tiempos, el Departamento había crecido en número de integrantes, en cobertura de áreas de enseñanza y en tareas de apoyo dentro y fuera de la UH. Para quienes desaprobaban el perfil adquirido por su realización, la herejía de K 507 desbordaba fronteras.

La condenación de los herejes: el nuevo contexto

A los efectos del rompecabezas geopolítico, el contexto había cambiado con elementos que resultaban desfavorables para nosotros, y creo que no nos percatamos de esta incidencia. Quizá era imposible. En 1962 los aciertos indiscutibles del genio político, junto a la inexperiencia en las dinámicas de la socialización, daban motivos para confiar en la posibilidad de enrumbar una economía socialista independiente en Cuba. A pesar del bloqueo, que nos comprimía en el plano bilateral, y de una diplomacia perversa de aislamiento de la Isla en el continente, prevalecía esa esperanza. La mal llamada «Alianza para el Progreso» (ALPRO) no calificaba como un plan de apoyo al desarrollo sino como un incentivo a desistir de buscar solución a la desigualdad y la pobreza en el ejemplo cubano. De tal modo, antes del final de la década, la hostilidad imperial había mostrado tener el poder para hacer incosteables los intentos de desarrollo de la Isla, sostenidos en grandes políticas sociales, llevando a la economía cubana a ver obstruida su capacidad de reproducirse. En la segunda mitad de la década no nos podíamos mover ya en un escenario optimista.[28]«La economía es implacablemente matemática y eso es algo que el genio político no puede modificar», escuchamos comentar con acierto a Dorticós cuando nos explicaba en 1971 la gravedad de la coyuntura y la falta de opciones de salida.

Este giro se producía en un clima de tensiones con Moscú. En 1967, al cincuentenario de la Revolución de Octubre, la delegación cubana no fue presidida por un miembro del Buró Político del PCC ni por un viejo dirigente comunista cubano y, aunque viajó uno de los ministros más prestigiosos,[29]miembro del Comité Central del PCC, fue reflejado por la prensa en varios países resaltando ese detalle. Anoto además que un hereje de K, Jesús Díaz, figuraba también en la delegación cubana.

En enero de 1968 Fidel clausuró el Congreso Cultural de La Habana, con un discurso que criticaba la pasividad política de los partidos comunistas latinoamericanos. Su tono herético compensó el malestar provocado por un ejercicio de revisión y censura de ponencias que se impuso a última hora en aquel Congreso ante los presagios que levantaba el puntapié recibido en público por el pintor David Alfaro Siqueiros. Era el reproche que le guardaba otra invitada por su participación en aquel primer atentado fallido contra la vida de León Trotsky. Y posiblemente algún que otro gesto menos llamativo, pero que apuntaban al riesgo de una manifestación antisoviética que no casaba con el estilo discreto con que Cuba manejaba sus diferencias, lo que no convenía al país.

El liderazgo revolucionario reaccionó a la coyuntura económica adversa buscando dar un vuelco a la economía con la preparación de una zafra de 10 millones de toneladas de azúcar. Por su parte, la corriente sectaria criticada en 1962 volvió a dar muestras de vida en 1968 tratando de colocarse políticamente en el vértice de la situación, con probado apoyo desde la embajada soviética, pero se anotó un segundo fracaso. Los «microfraccionarios»[30] habían sido sensibles a la coyuntura de crisis, pero sobrevaloraron su propuesta, salieron al escenario antes de tiempo, por un camino equivocado y sin el vestuario adecuado.

En agosto de ese año, la URSS no vaciló para apagar la llamada «primavera de Praga» con una escandalosa invasión y Fidel, que sentía que no podía dejar de objetarlo, optó por intentar un difícil balance de su apoyo con una crítica desde la izquierda, tratando que los desencuentros precedentes con Moscú no se agravaran. Aquel ejercicio de equilibrio se pagó con una pérdida de apoyo en parte de la izquierda de Occidente, que no lo pudo comprender. No era posible entender aquella postura de Fidel sin pensar primero en Cuba, y en el mundo occidental esa prioridad se hace muy difícil de ver.

Hasta para expresar su apoyo, Europa piensa primero en sí misma.

Todo eso sucedía en el umbral de la aventura de la zafra salvadora que no llegaría a salvarnos.

El fracaso de la zafra marcó el clímax de lo que podríamos llamar la crisis de los sesenta, aunque tampoco estoy seguro de que los 10 millones hubieran servido por sí solos para remontarla.

Lo expuesto hasta aquí me parece indispensable para completar la historia de K.

Para lograr restablecer una dinámica de reproducción de su economía tras el fracaso de la gran zafra, parecía rubricado que Cuba no tenía otra opción que integrarse al bloque soviético y eso suponía adecuarse al canon cuya doctrina objetábamos críticamente desde K. Para decirlo en pocas palabras.

Confieso que no nos dimos cuenta con antelación de tales implicaciones, al menos no con suficiente visión política y económica, pues estoy convencido de que no nos ocupamos de buscarle algún blindaje a nuestros logros, que tanto significaban. Probablemente no lo hubiéramos conseguido de ninguna manera, pero debimos intentarlo con más iniciativa. Nos faltó previsión, así que tampoco éramos tan agudos como creíamos.

La condenación de los herejes: el choc y el proceso

Me reincorporé al Departamento el 7 de septiembre de 1970, solo 13 días antes de que Raúl Castro hiciera el discurso que dio al traste con aquella década de afanosa dedicación. Regresé justo a tiempo para asimilar lo que me tocaba y me alegro de ello. Si se trataba de encausar por herejía a K 507, yo no podía faltar entre los encausados. Por la crítica de los manuales, por PC, por mis prólogos a Sartre y a Marcuse, y por otros desencuentros.

La misma tarde del 20 de septiembre de 1970, Chomi y Méndez Vila (secretario general del PCC en la UH) nos llamaron a la Rectoría para comunicarnos que hacía unas horas Raúl Castro había pronunciado un discurso severamente crítico del Departamento y de PC, y nos leyó el texto de la parte que nos afectaba. Fue en la clausura de una reunión de organizadores del partido en las Fuerzas Armadas Revolucionarias, y no iría a la prensa.[31]

Considero que no se trataba de deslices o indisciplinas docentes, que es difícil que no se dieran en un colectivo que había crecido tanto, pero que normalmente se enfrentan de otra manera. Ni resultaba aceptable admitir que lo que se nos censuraba respondía a la influencia de otras ideologías, cuando ninguno de los autores que manejábamos escapaba a un crítico escrutinio de nuestra parte. Lo que estaba en el centro del rechazo era ―a juicio mío― la proyección crítica que nos había llevado a distanciarnos de los esquemas soviéticos y a sustituir el programa que trataba el marxismo como sistema,[32] por una visión histórica. De experimentar y transmitir al alumnado una perspectiva crítica como método. De no rechazar la verdad donde la encontráramos, dentro o fuera de la tradición marxista. Y de tratar de armar un corpus de pensamiento autóctono. Habíamos intentado incendiar el océano y las llamas no nos perdonaron.

Aquel discurso nos hacía objeto, con calificativos en los que no nos podíamos reconocer, de una desaprobación política inesperada, que censuraba a la revista de conjunto, aludía a quejas de alumnos que los profesores desconocían y nadie se presentó a precisar, y caracterizaba una proyección hacia los fundadores de nuestra ideología que validaba el valor de la duda (de ómnibus dubitandi) con una postura irrespetuosa. Sin embargo, por la instancia de la cual provenía, entendimos desde el principio que se trataba de una posición de gobierno y partido, es decir, de poder, y teníamos que verlo así y reaccionar como nos dictaba nuestra conciencia política militante ―sin que se pusiera en juego nuestra lealtad a la Revolución― y no como una cuestión de discrepancias a debatir.

Tras algunos días de pausa, el rector Miyar nos comunicó que la dirección de la Revolución había designado una comisión ad hoc, integrada por el Presidente Osvaldo Dorticós, Belarmino Castilla, que había sustituido a Llanusa como ministro de Educación, Jesús Montané, asistente del Comandante en Jefe, y el propio rector Miyar. La comisión convocó dos reuniones de discusión y se disolvió de repente sin una conclusión explícita. Montané recibió la misión de informarnos, ya en 1971, que la revista no saldría más; y la Rectoría universitaria, la de dispersar a los miembros del Departamento sin liquidarlo de una vez. Ahorro detalles, pero era claro que el procedimiento fue lo orientado a los ejecutores. Una anulación del Consejo de Dirección y la dispersión del grupo, sin otras sanciones personales que la lápida de aquella descalificación que nos bloqueaba el camino que habíamos emprendido y que nos acompañaría, cuando menos, como una proscripción profesional, la cual podía alcanzar un tinte de excomunión.

En los días que antecedieron a la primera sesión con el Presidente, habíamos reflexionado mucho sobre los problemas del contexto político, económico y social, metiendo el bisturí en la posible insuficiencia de nuestra apreciación. Sin ponernos de acuerdo al respecto, antes de que Dorticós comenzara a hablar al Consejo de Dirección, Jesús Díaz se adelantó: «Compañero Presidente, nosotros somos revolucionarios ante todo y si, convencidos de que hacíamos lo que se esperaba de nosotros, le hemos hecho daño a la Revolución, no hace falta esta reunión. Simplemente dígannos qué tarea nos toca en la agricultura o donde ustedes consideren».[33] Dorticós reaccionó enseguida aclarando que no era así, que esa comisión se creaba para conocer los hechos que habían motivado las críticas de Raúl. Marta Pérez-Rolo, Valdés Paz, Hugo Azcuy, Fernando y el propio Jesús llevaron el peso de nuestro relato; yo había pasado los tres últimos años fuera del Departamento y solo podía pronunciarme en lo que tocaba a mi participación. Nos escuchó con atención, haciendo preguntas clave e intercalando sus apreciaciones, que nos impresionaron por su rigor, su sinceridad y su respetuosa conducción del intercambio. No era cuestión de que «rodaran cabezas». Después de cuatro horas de intercambio nos percatamos, ellos y nosotros, que estábamos solo comenzando y que de allí no podían sacarse todavía propuestas de solución. Habían quedado claros algunos criterios básicos, como la necesidad de diferenciar con más precisión lo que se llevaba al aula de lo que se manejaba en la investigación. No obstante, la decisión más importante ―estimaba el Presidente― era fijar una nueva sesión.

Ante esa atmósfera esperanzadora fue convocada, semanas después, la segunda reunión. Ya nos habían llegado señales de frustración entre miembros de la dirección política que habían esperado, de la primera reunión, medidas que apuntaran a una solución, que unos querían radical y otros preferían correctiva. En la segunda reunión, Dorticós hizo un preámbulo con el consejo de dirección de PC para comunicarnos sus criterios sobre un ensayo que Regis Debray nos entregó para que fuera publicado en español en original en PC, y que normalmente no hubiéramos consultado, pero que tenía algunos pasajes que ahora podrían resultar poco oportunos. En especial un elogio a la buena pluma de León Trotsky. Dorticós nos aconsejó no publicarlo, al destacar ―sin que se lo hubiéramos advertido― los mismos pasajes que nos preocupaban, aunque también subrayó que era una decisión que nos correspondía a nosotros y él la respetaba, ya que le pareció un texto valioso. Lo extrajimos del conjunto, lo que explica que el último número de PC, el 53, no tenga la extensión habitual de la revista.[34]

Comenzó Dorticós la segunda reunión contándonos que cuando Fidel le preguntó por resultados de la primera, él le comunicó que se había hecho necesario convocar una segunda sesión, y le preocupaba que llegar a una propuesta adecuada podría tomar un año. Creyó que Fidel protestaría, pero nos confió que el Comandante le respondió «Y si se toma dos, mejor».

Si hubieran podido tomar el pulso a la situación de intolerancia ambiental, se habrían percatado de que aquello no sería viable. El avance en esta segunda reunión lo recuerdo más vinculado al relato del Presidente sobre la intelectualidad occidental que nos visitaba con prestigio de izquierda y se les daba opiniones que después aprovechaban en sus obras de manera tergiversada, o al menos inconveniente, cuando se habían comprometido a no manejarlas públicamente. Subrayó en esta segunda reunión la necesidad ―ya manifiesta en la anterior― de diferenciar la amplitud de criterio indispensable en la investigación teórica del discurso del aula, que no debía sostenerse en elaboraciones no verificadas. Introdujo a propósito el tema de las diferencias que hacíamos observar en el tratamiento de Carlos Marx y Federico Engels, y el riesgo de coincidir con posturas que en Europa negaban el peso de los aportes engelsianos, aunque fue receptivo a la explicación de la distinción que, por motivos de rigor, hacíamos. La segunda sesión se desarrolló con más esclarecimientos y sin la ansiedad de procurar propuestas urgentes, y quedamos a la espera de ser convocados para una tercera.

De estas dos reuniones debe existir acta verbatim, pues se celebraron con el equipo de taquígrafos de la Presidencia tomando nota taquigráfica. El Dr. Miyar Barruecos conservaba, además, varias libretas con sus notas personales de la discusión que, si decidió que debían salvarse, espero las haya puesto en manos de alguna persona de su confianza para que las trabaje.

El aniversario del nacimiento de Engels se conmemoró con un discurso del miembro del secretariado del Partido a cargo de la ideología, Antonio Pérez Herrero,[35] que reiteraba la crítica al grupo de K, a la vez que un colaborador de la revista Verde Olivo, que se firmaba con el pseudónimo de Leopoldo Ávila, publicaba un artículo sobre el diversionismo ideológico, mostrando en una foto una portada de PC dentro de una panoplia de publicaciones. No era posible no inferir un reclamo de quienes esperaban una «solución radical» que demoraba en llegar. Para completar el cuadro, los profesores que en la colina pedían «rabo y orejas», se valieron del discurso de Raúl en una asamblea del PCC en la Universidad para provocar formalmente un voto de apoyo al mismo,[36]desconocido su contenido para la casi totalidad de los asistentes, omitiendo en la propuesta la alusión que hacía al Departamento. Hay que reconocer que no supimos reaccionar con sentido táctico y el voto de apoyo a la propuesta condenatoria certificaba que la militancia de nuestra propia UH nos reprobaba, pues no iban a votar contra una propuesta de apoyo a un discurso de Raúl, aunque no conocieran su contenido. De todos modos, la suerte estaba echada. No hubo una tercera reunión con la comisión. Desconocemos los detalles del manejo final de la situación en el altiplano político que dio lugar a que se decidiera precipitar el desenlace en los términos que aludí al principio.

A la hora final del Departamento de Filosofía, ocupaba el decanato de Humanidades Juan Guevara, que Chomi había hecho regresar de Psicología tomando en cuenta, seguramente, que era uno de los fundadores del Departamento y mantenía hasta entonces buena comunicación con nosotros. Esa misma consideración hizo que su protagonismo en la liquidación diera lugar a hondas decepciones en sus viejos compañeros. Creo que cargó el resto de su vida con el peso del pecado de no haber renunciado antes.

Juan Guevara fue sustituido meses después en el decanato, operación para la cual quienes pedían que se nos aplicara la hoguera tenían fuertes candidatos. La Rectoría probó solución con la designación de Esteban Morales, entonces un joven y prometedor profesor de Economía Política, que no despertaba recelo en nuestros adversarios ni tenía con el grupo de K relación alguna; lo percibíamos más bien dentro de los que nos rechazaban. En todo caso, la preocupación que inducía el discurso de Raúl, aun sin haberse leído, en aquellos con quienes teníamos que empezar a trabajar, era algo con lo que tendríamos que lidiar desde entonces donde quiera que no nos conocieran.

Sin embargo, desde su llegada al decanato, Esteban favoreció la creación de cuatro grupos de investigación que incorporaron a Ramón de Armas, Pedro Pablo Rodríguez, Germán Sánchez, Eduardo Torres Cuevas y el autor de estas líneas, que no habíamos tenido destino en el diseño de la diáspora. Si la memoria no me traiciona, se beneficiaron también de esa iniciativa Hortensia Pichardo y Fernando Portuondo, a quienes la ortodoxia parece que no apreciaba, y algunos alumnos que llegaron a destacarse, como Ana Cairo Ballester. Como el nuevo decano halló en todos una colaboración consistente, logró que la UH formalizara los grupos como departamentos de investigación. Este movimiento no pasó inadvertido ante los sacerdotes y sacerdotisas de la doctrina, quienes enfilaron rápidamente los cañones a Esteban mientras alertaban a los alumnos que colaboraban en los grupos sobre nuestras «deformaciones ideológicas». Solo quiero destacar aquí que Esteban devino un defensor a posteriori de los náufragos de K 507 en la Facultad, y con él, su equipo del decanato. Otro tanto podría decir de Lucía Sardiñas, joven profesora entonces de la escuela de Letras y Arte que fungía como secretaria del Partido en la Facultad. Ni a la una ni al otro los trato en clave de recuerdos,[37] porque con ambos sentí crecer, desde entonces, una amistad que ha perdurado a través del tiempo.

De los años que siguieron al naufragio, mi memoria retiene también con gratitud el apoyo del Dr. Gustavo Kourí, vicerrector de investigaciones, tanto al trabajo de mi grupo de investigaciones, al cual brindó un respaldo decisivo, como en el aval para cursar el doctorado en la Universidad Alexander Humboldt, en Berlín. Beca que decliné, al coincidir con la aprobación de mi ingreso, en 1975, junto con Fernando Martínez, al recién creado Centro de Estudios de Europa Occidental, el primero de los centros del PCC dedicado a los estudios internacionales. Preferí sacrificar el grado científico por mantenerme más cerca de mis intereses intelectuales.

Apuntes al pie, más que conclusiones

Para poner punto final a este testimonio, que se ha extendido más de lo que me había propuesto, se hacen indispensables algunas consideraciones de carácter general, con vistas a evitar que mi relato quede en una lectura casuística.

Mi primera observación es que, a pesar de haber sufrido una interrupción tan brusca en nuestra vida profesional ―en la que nos habíamos empeñado con devoción, rigor y constancia― con calificativos en los que nunca habríamos podido identificarnos, no cabe comparar el ejercicio de la autoridad con que actuó la esfera política cubana, con la crudeza que marcó a la tradición socialista europea.

Ninguno de nosotros recibió, en el plano personal, sanción política ni administrativa, a pesar de que el proceso se cerró sin una autocrítica de nuestra parte, que por fortuna no se nos exigió entonces, pues no creo que hubiéramos sido capaces de articularla. Por lo menos no en los términos clásicos en que la política se habituó a embridar el pensamiento en el «socialismo real».

Por supuesto, la reubicación no fue igualmente fácil para todos, pero tras un descalabro institucional de similar magnitud, dentro una democracia liberal, todos hubiéramos quedado en la calle sin salario de un tirón, además del peso y el tamaño de la «lápida», solo para empezar.

La segunda observación, más importante que la anterior, es que el daño más grave que dejaba la desintegración, y la proscripción consiguiente, no era el personal sino el social. El de fijar barreras al pensamiento revolucionario, adoptando patrones rígidos que estancaron la creatividad que nos legaron los fundadores de un ideal socialista que no se quedaba atascado en la utopía (sin desecharla). Jean Paul Sartre, en una entrevista durante su visita a Cuba en 1960, comentó que a él no lo preocupaba que no pudieran manifestarse quienes estuvieran en contra, sino que no puedan hacerlo los que estén a favor. No sé si la anécdota será exacta, pero disentir en el socialismo parece haber sido un trastorno en todas las latitudes y en todos los momentos, a pesar de lo importante que es el disenso para que no se estanque el pensamiento ni se yerre el camino. No haber encontrado la manera de propiciar un espacio (por acotado que fuera) para el desarrollo de lo que en K 507 se había gestado, tendría un costo para las ciencias sociales cubanas en las décadas que siguieron, las cuales se vieron sujetas, en su mayoría, a la pobreza de los moldes soviéticos. Un retraso innecesario que teníamos que haber sorteado, y que el derrumbe del «socialismo real» sacaría a flote.

En 1989, ante el inminente descalabro del sistema soviético, Armando Hart, que se daba perfecta cuenta de aquella situación, convocó a un encuentro informal para discutir la crisis en las ediciones en las ciencias sociales, el cual devino en inevitable debate sobre la crisis de creatividad que la originaba.[38] Aquella finta tampoco llegó a dar frutos, a pesar de que el propio Fidel, en una recurva tácita hacia la crítica de los caminos trillados, en 1987, reclamaba más cultura para el estudio del Che economista. Hacía un reconocimiento al ensayo solitario de Carlos Tablada ―uno de los más jóvenes de K 507― que había perseverado en sus estudios guevarianos hasta ganar el premio Casa de las Américas dedicado al vigésimo aniversario de la caída en combate del comandante guerrillero.[39]

Mi tercer apunte, vinculado al anterior en el plano histórico, es que la abrupta exclusión de nuestro grupo del escenario ideológico cubano (su condena, habría que decir en rigor), se convirtió en antecedente de las peores proyecciones que consiguieron imponerse a partir del Primer Congreso de Educación y Cultura, con una visión esquemática y represiva de la creación artística y literaria.[40]Ambrosio Fornet caracterizó con acierto el período de 1971–1976 como «quinquenio gris», puesto que la designación de Hart en el Ministerio de Cultura, creado en ese último año, inició un proceso de disipación de aquella ola represiva.[41] Pero para el campo del pensamiento social, las limitaciones no quedaban cuadradas en un quinquenio; pesaban como una sanción sine die.

De hecho, todavía está en cuestión si en realidad es algo superado y si se conseguirá superar. Aun cuando el fracaso del socialismo soviético provocó una crisis de paradigmas a la cual Cuba no podía permanecer ajena, a nuestra creatividad socialista le cuesta abrirse paso en el campo del pensamiento ante el peso muerto de los esquemas.

A pesar del revés y los lastres que ha dejado, no son pocos lo(a)s colegas de K que han desempeñado tareas relevantes con posterioridad. De la treintena de Premios de las Ciencias Sociales y Humanísticas otorgados hasta nuestros días, ocho han correspondido a estudiosos que pertenecieron a aquel colectivo del primer Departamento de Filosofía.

El cuarto y último apunte general, que tal vez debió ser el primero, consiste en subrayar que la proscripción de la herejía de K 507 y PC no puede verse como una mera concesión hacia una regla de juego ideológica para ingresar en el Programa Complejo del CAME, bajo la cláusula de país más favorecido, que beneficiaba ya a socios subdesarrollados como Mongolia y Vietnam. Sería de un simplismo inaceptable entenderlo así.

Se trata de que en Cuba crecieron ―no podía ser de otro modo― dos tendencias encontradas.

Una, la que reconoce como marxismo legítimo únicamente el desarrollado en la Unión Soviética bajo la tutela de Stalin y extendido por el mundo en el siglo XX gracias a la Internacional Comunista. La doctrina, en una palabra. La otra, dada por los esfuerzos para atenerse a especificidades históricas y geográficas, estructurales y de coyuntura, de cultura y de temperamento, tanto en la teoría como en la praxis. De ningún modo se justifica diferenciar en «oficialistas y reformadores», como han pretendido a veces ciertos «cubanólogos» estadunidenses (y algunos cubanos), sino que son dos fuerzas en pugna que inciden de diversas maneras en el pensar y el hacer de todos los revolucionarios. Nosotros nos formamos en la primera, como toda la Cuba que nacía de la Revolución en 1959, que aprendió así, y nos percatamos en la marcha de que la verdad del marxismo requería de la mezcla de «veneración e irreverencia» hacia los «clásicos» que reclamaba el Che. Y no rechazamos el reto de intentarla.

No fuimos trotskistas, ni gramscianos, ni althuserianos, ni sartrianos ni nada de lo que se nos quiso poner en el monograma, no por dejar de valorar esos aportes sino porque rechazamos la inclinación doctrinaria acrítica del pensamiento. No presumíamos de fidelismo, aunque siempre preferimos equivocarnos con él que solos. Lo único que buscábamos, como creíamos que debía hacerse, eran las verdades del camino revolucionario, para lo cual tomábamos en cuenta a nuestros próceres, a los fundadores del marxismo, a los líderes que les sucedieron, los académicos que les estudiaban, los pueblos que les seguían, y criticamos donde creímos que valía la pena criticar.

Mi conclusión es que no es posible entender el cambio que se produjo en Cuba en los quehaceres de la teoría, a comienzos de los setenta―que incluía barrer con K 507―, sin reconocer que dominó en nuestro socialismo la primera tendencia.

Carlos Rafael Rodríguez, de los viejos comunistas cubanos posiblemente el de formación intelectual más completa, nos caracterizaba como el grupo de pensamiento más coherente que se había dado en Cuba, después del de Orígenes. Años después, en más de una intervención, le percibí cercano a nosotros en algunas reflexiones, aunque aclarando enseguida su diferencia en que, mientras otros, motivados por la originalidad terminaban en la herejía, él trataba de ser original siempre dentro de la ortodoxia. En los días en que nos reuníamos con la comisión ad hoc ―en la cual Carlos Rafael lamentaba que no se le hubiese tomado en cuenta para participar― recuerdo que me reprochó que no manifestáramos para los clásicos del marxismo la misma veneración que teníamos por los dirigentes de nuestra Revolución. Con los años me di cuenta de que tal vez él tenía razón, pero solamente al revés: en todo caso debimos mostrar ante nuestros líderes la misma irreverencia de que se nos acusaba al debatir con el pensamiento de los clásicos. «Veneración e irreverencia» como contrarios inevitables de la razón dialéctica. Lo afirmo en estas conclusiones tan personales porque lo considero sustancial hoy para la democracia que proclamamos y que solo puede ser socialista. Y que ojalá se pueda llegar a consumar en Cuba en medio del implacable asedio al que nuestra nación se ha visto condenada.

Termino por ahora mi testimonio y agradezco la paciencia de los lectores.

La Habana, versión revisada en septiembre de 2022

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Notas:

[1] La Ley 916 del 31 de diciembre de 1960 creaba el Consejo Superior de Universidades, que elaboró el diseño de la Reforma de 1962, con vistas a ordenar un cambio que se había comenzado a producir con iniciativas aisladas.

[2] Desde su nacimiento se les llamaba «del partido», que aún no existía formalmente.

[3] La década de 1945 a 1955 fue decisiva en el afianzamiento de la monopolización del dominio de Washington en nuestra América.

[4] Ver Aurelio Alonso, «Recuerdos de Alfredo, hereje amigo», revista Cine Cubano, №189/190, julio/dic., 2013.

[5] Carta de despedida del Che leída por Fidel Castro en la Asamblea fundacional del PCC el 3 de octubre de 1965.

[6] La UH incluía entonces como facultades, además de las actuales, Medicina, Tecnología y Ciencias Agropecuarias, las cuales se segregaron como universidades independientes en una nueva reforma universitaria en 1975 (R75).

[7] Thalía no compartía nuestra experiencia heterodoxa, aunque se mantuvo en el grupo hasta que decidió pasar a otra área de la Facultad de Humanidades en 1969.

[8] Cuatro de los miembros quedamos obligados a permanecer otro año académico.

[9] El de Fedor V. Konstantinov, Los Fundamentos de la Filosofía marxista, que tuvo varias tiradas por la Editora Política, aunque también se tradujeron otros, la mayoría más sencillos y alguno tal vez más enjundioso, pero fue el de Fedor Vasilievich el que llegó a alcanzar un predicamento bíblico. Se hizo común asumir como manuales otros textos, cubanos y extranjeros, para los primeros escalones también en la Economía Política y otras disciplinas.

[10] Mariano salió de la Rectoría de la Universidad Central de Las Villas para la Vicerrectoría de la UH en 1964.

[11] En México, la editorial Grijalbo había publicado ya su ensayo El materialismo histórico, junto con el de M. Rosenthal, Las categorías del materialismo dialéctico, fuentes también para nuestras primeras clases.

[12] Incluso mi último curso (1971–1972) de Historia del Pensamiento Marxista, cuando ya estábamos bajo la crítica oficial.

[13] Intervención del Presidente Osvaldo Dorticós Torrado en el Departamento de Filosofía, el 23 de enero de 1964.

[14] En el sistema de la Filosofía soviética recuerdo, traducidos al español, al menos cuatro, redactados con diverso grado de extensión y detalle, en particular el del colectivo dirigido por Konstantinov, y el de Afanasiev, redactado en lenguaje más digerible. El de Yajot lo recuerdo de un simplismo caricaturesco y el de Makarov de una superflua densidad.

[15] Es como lo recuerdo, pues me hallaba presente, y lo he confirmado con Machado, quien también lo recuerda así. Lo aclaro porque son pasajes que no excluyo que otros memoricen de otro modo.

[16] Ver El Caimán barbudo, número 1, marzo de 1966.

[17] Ver Teoría y práctica, números 28, 30, 31 y 32, de septiembre, octubre, noviembre y diciembre de 1966, respectivamente.

[18] Arana, que se mantuvo en la UH, se disgustó conmigo al punto de dejar de hablarme; en tanto Regis Debray, que compartía su actividad en la Casa con nosotros, objetaba que yo no traté los temas que él consideraba esenciales.

[19] Ya se había celebrado una primera plenaria nacional en 1964, que hizo despegar estos intercambios entre los departamentos de Filosofía creados con el mismo propósito en las tres únicas universidades que existían entonces en el país.

[20] Inicialmente integrado por Aurelio Alonso, José Bell Lara, Jesús Díaz, Thalía Fung y Ricardo Jorge Machado; y en su composición final por Alonso, Bell Lara, Jesús y Mireya Crespo.

[21] Ver Pensamiento Crítico, №10, noviembre de 1967.

[22] Ver Pensamiento Crítico, №9, octubre de 1967, reeditado en marzo de 1968, como №14 por haberse agotado rápidamente la edición anterior.

[23] Digo «casi» por la excepción de Eramis Bueno, ya que la especialización en Lógica matemática ofrecía un cuadro distinto de posibilidades.

[24] La Editora Política había publicado en español su libro La dialéctica marxista-leninista como ciencia filosófica en aquel mismo año.

[25] Ver Pensamiento Crítico №41, junio de 1970.

[26] En las universidades de casi todos los países de Europa del Este existían escuelas de Sociología, incluso con prestigio mundial como en Polonia y en la República Democrática Alemana.

[27] Preciso «mayoría», pues entre las bajas figuran Elizaldo Sánchez y Adolfo Rivero, los dos procesados en 1968 por «microfraccionarios», terminando el primero en la disidencia interna, y el segundo en Radio Martí. Mi memoria no retiene otros casos, pero no podría decir que no los hubo.

[28] Considero que la carta del Che a Fidel del 26 de marzo de 1965 y publicada sólo en Epistolario de un tiempo. Cartas, 1947–1967, Ocean Sur y Centro Che Guevara, 2019, sintetiza con mucha objetividad el curso del quinquenio que siguió a la victoria de 1959 en el campo del desenvolvimiento económico-administrativo.

[29] El Dr. José Ramón Machado Ventura, que la presidía, no figuraba en el Buró de 1965.

[30] Así fueron bautizados en esta ocasión en el discurso político oficial.

[31] Aquella intervención solo fue hecha pública en la compilación de discursos de Raúl Castro en dos tomos editada en 1988 por la editorial Ciencias Sociales, que es la fuente que aquí utilizo.

[32] Marx se oponía enérgicamente a que su pensamiento se convirtiera en sistema, como se puede constatar en su «Introducción» a la primera edición de Anti-Dühring de Federico Engels.

[33] En el año 2000, cuando Jesús había roto hacía una década con su pasado revolucionario, sostuvimos una discusión en un panel de un Congreso de la Asociación de Estudios Latinoamericanos (LASA) en Miami, en la cual aseguró no recordar que él hiciese esa intervención. Así son los trucos de la memoria, pero es algo que recordamos los que participamos (palabras más, palabras menos) pues había logrado expresar entonces la dignidad del grupo.

[34] Ese ensayo, que Regis Debray tituló «Tiempo y política», y que considero su ejercicio de pensamiento más importante de aquella etapa de su vida, apareció poco tiempo después en francés en Les Temps Modernes, la revista de Jean Paul Sartre, dirigida ya por André Gorz.

[35] Ver diario Granma, 28 de noviembre de 1971.

[36] Fue una propuesta presentada por la Dra. Mirta Aguirre, de prestigio intelectual bien ganado, rancia militancia comunista y reprobación sin brechas a la herejía criada en K 507.

[37] Al efectuar la presente revisión de mi relato consigno con pesar el fallecimiento reciente de Esteban y el de Valdés Paz en octubre de 2021.

[38] El ministro me propuso ―y el colectivo lo aprobó― para redactar un documento que, al parecer, quedó condenado al silencio de la gaveta, como todo lo que se debatió en las sesiones de trabajo que celebramos. Lo titulé Reflexiones sobre la publicación y la producción de obras de ciencias sociales, y no pierdo la esperanza de verlo circular como «página salvada» algún día.

[39] Ver Carlos Tablada Pérez, El pensamiento económico de Ernesto Che Guevara, Casa de las Américas, 1987, que cuenta con 22 ediciones en español y ha sido traducida a varios idiomas.

[40] Solo en el ICAIC y en la Casa de las Américas se consiguió mantener a salvo, en cierta medida — y pienso que quizá en el Ballet Nacional gracias a la talla mundial de la figura de Alicia Alonso– la creatividad proclamada en 1961.

[41] Ver Jorge Fornet. El año 71, Editorial Letras Cubanas , La Habana 2013.

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Fuente: https://medium.com/la-tiza/contribuci%C3%B3n-a-la-historia-de-k-507-a8f81ae1105a
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