martes, 27 de mayo de 2014

José Martí, escritor clásico

Por Roberto Fernández Retamar

Martí, por José Luis Fariñas
Los poetas y trágicos griegos, Virgilio, Dante, Shakespeare, Cervantes, Goethe, Hugo, Tolstoy se cuentan entre los pariguales de José Martí. Ellos, y otros de su estirpe, son escritores de todos los tiempos, habiéndolo sido a cabalidad de sus tiempos respectivos. Es curiosa la observación de Marx a propósito del arte de la Grecia antigua: que lo singular no es que naciera de sus circunstancias, como hizo, sino que se lo siguiera admirando mucho tiempo después de desaparecidas esas circunstancias.

Es lo propio de los llamados clásicos. Estamos a más de un siglo de la muerte de Martí, y ya es dable reconocerlo como un clásico de la literatura. Mucho se ha escrito sobre la condición de “clásico”, que por supuesto implica la sobrevivencia de ciertas creaciones. Y Borges (quien al parecer, por desgracia, no leyó a Martí) opinó que clásica es una obra que los receptores persisten en admirar generación tras generación. Lo que, en el caso de Martí como escritor, lleva a recordar que muchos de sus primeros y cálidos comentaristas no fueron cubanos. Se sabe bien, por ejemplo, lo que opinaron sobre su escritura hombres como el argentino Domingo Faustino Sarmiento y el nicaragüense Rubén Darío. El primero, en 1887, al ir a cumplir Martí 34 años, escribió:

En español, nada hay que se parezca a la salida de bramidos de Martí, y después de Victor Hugo nada presenta la Francia de esta resonancia de metal […] Deseo que le llegue a Martí este homenaje de mi admiración por su talento descriptivo y su estilo de Goya, el pintor español de los grandes borrones con que habría descrito el caos.

Y al año siguiente, 1888 (es decir, el de la aparición de Azul…), Darío escribió que Martí escribe, a nuestro modo de juzgar, más brillantemente que ninguno de España o de América […] porque fotografía y esculpe en la lengua, pinta o cuaja la idea, cristaliza el verbo en la letra, y su pensamiento es un relámpago y su palabra un tímpano o una lámina de plata o un estampido.

Se conoce también la admiración que sentían por la obra martiana otros hispanoamericanos. En contraste con esos criterios, sorprenden la incomprensión y la ignorancia de la faena literaria martiana en Cuba mientras él vivió. Su extraordinaria oratoria no interesó a Manuel Sanguily, y un poeta de la relevancia de Julián del Casal desconoció la obra de aquel a quien su amigo Darío llamaba Maestro, el cual, en cambio, dedicó al autor de Nieve un penetrante obituario. Raúl Hernández Novás escribiría un hermoso poema intertextual sobre los vínculos que hubieron debido existir entre Martí y Casal.

Tras la muerte de Martí y la instauración en 1902 de la República neocolonial en Cuba, él sería asumido como héroe nacional, sobre todo a partir de la tercera década del siglo XX. Pero su labor literaria no encontraría en su patria, durante muchos años, la comprensión merecida. Singularmente, el primer libro dedicado a su obra literaria (Martí escritor) se debió al mexicanoAndrés Iduarte, y apareció en México en 1945, a medio siglo de la muerte de Martí. Y hasta entonces, y aun algo después, con raras excepciones como la deJuan Marinello, los grandes escritores que abordaron la obra literaria martiana no eran cubanos. Debe añadirse que la tarea política de Martí sí encontró estudiosos cubanos de valía, como lo prueban, entre otras obras, el ensayo fundador que le dedicara Julio Antonio Mella en 1926, y el libro de Leonardo Griñán Peralta Martí, líder político (La Habana, 1943), tan valioso en lo suyo como el de Iduarte en lo literario.

En las últimas décadas, grandes escritores cubanos como Cintio Vitier y Fina García Marruz se sumaron a sus colegas de otras tierras que han estudiado con acierto la escritura literaria de Martí. Y aquí debo mencionar un hecho notable: y es que una mañana de México el gran escritor colombiano Gabriel García Márquez me confesó que estaba leyendo a Martí con inmensa admiración. Lástima que el fabulador de Macondo, recientemente fallecido, no haya escrito, que yo sepa, sobre el hecho.

Entregado desde sus primeros años a urgencias políticas y morales que lo llevarían al presidio, el destierro, la conspiración, la organización partidaria, y finalmente la muerte en combate, lo que Martí llamaba su «papelería» conoció una existencia bien azarosa. Baste recordar que Martí solo publicó dos cuadernos de versos (Ismaelillo y Versos sencillos) y unos cuantos más casi siempre políticos, en ediciones fuera de comercio. El resto quedó disperso en numerosos periódicos y revistas, en cartas, en diarios y apuntes íntimos, en otros textos inéditos, en discursos con frecuencia improvisados y perdidos para siempre. Sin embargo, quien así desatendió la difusión de sus creaciones verbales fue considerado por el mexicano Alfonso Reyes, en su exigente El deslinde (1944), “supremo varón literario”, y más tarde “la más pasmosa organización literaria”, mientras en 1951 el español Guillermo Díaz-Plaja llamó a Martí «el primer “creador” de prosa que ha tenido el mundo hispánico», ratificando así ambos, a mediados del siglo XX, lo que a finales del siglo XIX habían proclamado Sarmiento y Darío.

En 1900, cinco años después de la muerte de Martí, empezó a publicarse, por su exsecretario y albacea Gonzalo de Quesada y Aróstegui, la inicial edición de sus obras. Entre ellas vio la luz por primera vez en forma de libro, en 1905, La Edad de Oro, el mejor ejemplo en nuestra lengua de literatura para niños y jóvenes, que volvería a ser publicado muchas veces. En 1911 apareció una novela: Amistad funesta (o Lucía Jerez), que Martí diera a conocer en 1885, por entregas y con seudónimo. Esa novela comenzó a ser apreciada a partir de 1953, cuando el argentino Enrique Anderson Imbert le dedicó un agudo trabajo. En 1913, también en dicha edición, apareció, junto a sus dos cuadernos de versos mencionados, una tercera colección poética suya (Versos libres) que él había mantenido inédita. Volveré a mencionar dicho volumen. Más allá de tales obras, hubo que esperar a 1941 para que viera la luz el Diario de campaña de Martí.

En 1980, el nicaragüense Ernesto Mejía Sánchez pudo revelar una treintena de crónicas martianas destinadas al periódico mexicano El Partido Liberal que no habían sido recogidas en sus llamadas Obras completas. Distintas publicaciones, y en especial el Anuario del Centro de Estudios Martianos, suelen dar a conocer textos de esa índole. La primera edición crítica de las obras realmente completas de Martí empezó a aparecer en 1983, la edición crítica de su poesía completa vino a publicarse en 1985, y la de su Epistolario en 1993.

El grueso de la obra literaria martiana la constituyen los trabajos periodísticos que escribió desde su estancia mexicana, y en particular cuando estuvo radicado en los EE.UU. A tal punto dichos trabajos son abundantes y regios que un estudioso tan exigente como el dominicano Pedro Henríquez Ureña pudo escribir: “Su obra [la de Martí] es, pues, periodismo, pero periodismo elevado a un nivel artístico como jamás se ha visto en español, ni probablemente en ningún otro idioma”.

No siempre se ha aceptado el altísimo valor literario del periodismo martiano. Por ejemplo, el español Federico de Onís, a quien se deben páginas felices sobre el cubano, dijo sin embargo que la “vida atormentada [de Martí] no le permitió la concentración y la quietud necesarias para escribir obras de gran aliento, y la mayor parte de su producción tuvo que ser periodística y de ocasión”. En contraste con este criterio erróneo, García Marruz sostuvo que, inmerso Martí en la dinámica de la vida estadounidense, se produjo en él “la sustitución de una literatura libresca por una literatura periodística, atenta a la vibración del instante. Lo habitualmente tenido por “prosaico” es para él la nueva poesía moderna, la épica nueva y el taller formidable”. Y la venezolana Susana Rotker vio en el periodismo martiano la fundación de la nueva escritura de Hispanoamérica.

La variedad de los trabajos periodísticos de Martí es enorme. Hay entre ellos ensayos a la vez poemáticos y sociopolíticos, como “Nuestra América”; artículos de fondo, como los enderezados a combatir a los congresos panamericanos; críticas, como las consagradas a Flaubert, Pushkin, Wilde, los pintores impresionistas franceses, Whitman, Heredia, Twain, Casal; etopeyas, como las de Cecilio Acosta, Emerson, Jesse James, Wendell Phillips, Grant, Lucy Parsons, Céspedes y Agramonte, San Martín, Bolívar, Gómez, Maceo; crónicas, como las dedicadas al centenario de Calderón, Coney Island, Karl Marx en su muerte, el puente de Brooklyn, el terremoto de Charleston, la estatua de la Libertad, la guerra social en Chicago, el asesinato de los italianos. Cercanas a algunas de esas páginas, pero a la vez separadas de ellas por la total inmediatez de sus vivencias, están los testimonios de aquellos hechos de los que Martí fue protagonista, como El presidio político en Cuba (1871) y sus diarios, en especial el sobrecogedor Diario de campaña (1895).

Martí prestó atención también a sus discursos, con los que se emparientan, interiorizándolos, sus cartas. Ya mencioné que los discursos martianos no fueron apreciados por sus coetáneos de Cuba. Pero en cambio estremecieron a quienes los escucharon en el exilio estadunidense, sobre todo los trabajadores. Ese estremecimiento, y que para lograrlo jamás accediera Martí a darle un tinte populista a su palabra, se encuentran, sin duda, entre las más nobles y perdurables lecciones de la cultura de nuestra América.

Las fascinantes cartas de Martí equivalen a sus discursos más íntimos(más conversados, más conmovedores). Y si ellas están estructuralmente emparentadas con sus discursos, no lo están menos con muchos de sus trabajos periodísticos, escritos en forma de cartas. Creo que en el siglo XX solo un hispanoamericano me ha deslumbrado como Martí con sus cartas: Julio Cortázar, cuyo epistolario abarca cinco nutridos volúmenes.
Si la prosa de Martí tuvo durante su vida una difusión considerable (una veintena de periódicos americanos de lengua española llegó a publicar sus colaboraciones), muy otro fue el destino de sus versos. Solo publicó los dos cuadernos de versos mencionados, en ediciones restringidas, que apenas circularon, lo que contribuyó a que no se conozca crítica alguna aparecida en el siglo XIX sobre ellos. Apenas ha quedado constancia de que el colombiano Baldomero Sanín Cano dijera que su compatriota José Asunción Silva apreciaba en alto grado Ismaelillo. Ni siquiera Darío, en el hermosísimo treno que consagró en La Nación a Martí tras su caída en combate en 1895 y recogió al año siguiente en Los raros, advirtió entonces, como confesaría más tarde, la importancia de los Versos sencillos, a pesar de nombrarlos allí. Hubo que esperar a 1913, cuando apareció en La Habana el tomo XI de las primeras Obras ya nombradas, para que comenzara la recepción de sus versos (de modo similar, puede decirse que solo entrado el siglo XX su pensamiento fue interpretado en toda su hondura). Aquel volumen contenía los dos títulos ya aludidos y además una selección del libro suyo que había permanecido inédito: Versos libres. En su carta a Quesada de primero de abril de 1895, considerada con razón su testamento literario, Martí había diseñado tal conjunto: “de versos podría hacer otro volumen: Ismaelillo, Versos sencillos y lo más cuidado o significativo de unos Versos libres”.

En contraste con el silencio crítico que acompañó a la aparición primera de Ismaelillo y Versos sencillos, este tomo de 1913 encontró comentaristas superiores. El primero, una vez más, Darío, quien ese mismo año consagró en La Nación cuatro artículos fundamentales a “José Martí, poeta”. Otro comentarista privilegiado del volumen de 1913, concretamente de Versos libres, fue el español Miguel de Unamuno. También gracias a esa edición se familiarizó con los versos martianos la chilena Gabriela Mistral, quien después escribiría luminosamente sobre ellos, sobre todo los sencillos, y llamaría a su autor “el maestro americano más ostensible en mi obra”. Se había iniciado un reconocimiento de los versos martianos que no haría sino crecer, y del que han participado protagonistas de la literatura de nuestra lengua como el español Juan Ramón Jiménez, los cubanos Juan Marinello, Cintio Vitier y Fina García Marruz o el uruguayo Ángel Rama. Incluso el mexicano Octavio Paz, quien hasta finales de la década de 1960 desconocía la poesía (la obra) de Martí, según carta suya de 15 de marzo de 1968 a Vitier, dedicó algunas líneas entusiastas al poema martiano “Dos patrias” en Los hijos del limo […] (1974), y postuló allí que en tal poema Martí “anuncia […] a la poesía contemporánea”. Más lejos fue Rama, cuando en 1983 situó a “José Martí en el eje de la modernización poética: Whitman, Lautreamont. Rimbaud”.

Según confesión suya, Martí comenzó a escribir sus Versos libres en 1878, quizá durante su estancia en Guatemala, y para la fecha de aparición de Ismaelillo (1882) ya les había dado una primera ordenación. Ello se colige de carta que el 16 de septiembre de ese año enviara a su confidente mexicano Manuel A. Mercado. Allí le hablaba de todo un cuaderno de nuevas cosas mías, más encrespadas y rebeldes que cuanto he sacado de la mente al papel, y cuyas cosas iba a enviarle, y le enviaré, porque V. haga de juez secreto, como hermano de su hermano, y me diga si cree que he hallado al fin el molde natural, desembarazado e imponente, para poner en verso mis revueltos y fieros pensamientos.

Al no publicarlos Martí en aquella ocasión (¿por consejo de Mercado?), siguió añadiéndoles durante años poemas, todos o casi todos escritos en Nueva York, y al cabo los dejó inéditos. En el prólogo que hizo para ellos, explicó: “Amo las sonoridades difíciles, el verso escultórico, vibrante como la porcelana, volador como un ave, ardiente y arrollador como una lengua de lava”. Tras leerlos, exclamó Unamuno: “mi espíritu vibraba por la recia sacudida de aquellos ritmos selváticos, de selva brava […] La oscuridad, la confusión, el desorden mismo de aquellos versos libres nos encantaron”. Y como anunciando su propio Cristo de Velázquez (1920), tan martiano, añadió: “Tengo la convicción estética de que para escribir un largo poema, el metro más acomodado hoy en castellano es el endecasílabo libre”. Años después dijo Vitier de losVersos libres: “La fuerza irruptora de esta poesía, lo que pudiera llamarse su pathos volcánico, no tiene quizás paralelo en la lengua española […] Con este libro nos sentimos ante el chisporrotear y el crepitar del verso en su horno”.

Ismaelillo lo escribió Martí alejado de su hijo, a quien lo dedicara, en Caracas, en 1881: ha podido afirmarse que en aquella circunstancia su obra literaria alcanzó una primera maduración. En cuanto a los autobiográficos Versos sencillos (numerados, como ocurrirá después en Trilce, no titulados, y que según García Marruz deben leerse como un solo poema), los hizo en agosto de 1890 en los montes Catskill, al norte de Nueva York, ciudad donde vivía su doloroso destierro: el médico lo había echado allí, enfermo por las angustias que padeció durante la primera conferencia panamericana, celebrada en Washington entre 1889 y 1890, como explicó al frente del libro, donde también dijo: “amo la sencillez, y creo en la necesidad de poner el sentimiento en formas llanas y sinceras”. Vale la pena llamar la atención sobre los prólogos a sus libros de versos. No se han escrito sobre ellos palabras más exactas y más complejas (“amo las sonoridades difíciles”, “amo la sencillez”), ni más bellas.

En general, en su labor en verso se aprecian dos vertientes. Martí parece referirse a ellas cuando en el prólogo de los Versos sencillos afirma: “A veces ruge el mar, y revienta la ola, en la noche negra, contra las rocas del castillo ensangrentado: a veces susurra la abeja, merodeando entre las flores”. Aunque también es posible que para él esa dualidad atraviese todos sus versos de madurez, una interpretación de tal cita permite mirar, por una parte, a sus Versos libres; por otra, a los versos de Ismaelillo, La Edad de Oro y Versos sencillos.

En un extremo, una palabra agónica, nacida en gran parte del choque con la ciudad tremenda (como iba a ocurrirle al Federico García Lorca de Poeta en Nueva York), cuyos versos libres, no ajenos a Whitman, a quien dio a conocer en español, ni a tumultuosas “escenas norteamericanas” propias, lo son mucho más por el fuego que los convulsiona y hace encabalgar que por el mero hecho de ser endecasílabos sin rima. En otro extremo, una conquistada serenidad, en que las rápidas visiones que debemos a poetas de la estirpe de Rimbaud entran, iluminando, en formas de la poesía popular como villancicos, coplas y décimas: estas últimas, por lo general, truncas. Tales poemas, en especial los de los Versos sencillos, escritos en octosílabos, dan voz a una tradición americana de raíz española aún viva entre payadores rioplatenses y decimistas caribeños. Cuando aquellos fueron cantados, se les hizo regresar con música al venero popular, oral, de donde en gran medida procedían. Pues si a primera vista puede no ser evidente, el oído revela que, al igual que en sus discursos, Martí, a la vez que asimila herencias renacentistas y barrocas e incorporan lo más audaz de las letras de su época en varios idiomas, también hace entroncar buena parte de sus versos con la literatura oral del hombre americano libre y sencillo: fundador de un pueblo nuevo, como Ismael. Por algo el libro que dedicó a su hijo, llamado como él José, lo tituló Ismaelillo.

Décadas antes de que, popularizando gracias a Pete Seeger una intuición del músico Julián Orbón, los Versos sencillos recorrieran el mundo como letra de La guantanamera (cuya melodía, según Alejo Carpentier, es la de un romance traído a América por los conquistadores), Gabriela Mistral había observado sagazmente: “Yo me oigo en coplas la mayor parte de los Versos sencillos, habiendo en ellos tanta vida profunda y tanta cosa trascendente […] Parecen versos de tonada chilena, de habanera cubana, de canción de México, y se nos vienen a la boca espontáneamente”. En cuanto al adjetivo con que Martí nombró su pequeño gran libro final, y que tanta confusión ha provocado en comentaristas superficiales, Rubén Darío explicó: “La sencillez de Martí es de las cosas más difíciles, pues a ella no se llega sin potente dominio del verso y muchos conocimientos”. Lo que complementó Gabriela al decir:

La sencillez de Martí parece ser aquella en la que se disuelve, por una operación del alma que carece de receta, una experiencia grande del mundo, un buceo de la vida en cuatro dimensiones. […] Este sencillo nada tiene de simple […] La sencillez de Martí viene ya hecha de las honduras del ser; él no la logra desde afuera, no la confecciona como hacen los que deciden ser sencillos.

Como se habrá observado, al hablar de la obra literaria de Martí no he considerado necesario subrayar el aspecto de servicio (“ancilar” hubiera dicho Alfonso Reyes) de esa obra. Y es que en Martí no existió tal dualidad. Su faena verbal fue siempre pura y siempre de servicio. Se conoce sobradamente que fue un revolucionario político de los más radicales, y que su política estaba atravesada por anhelos trascendentes. Inicié estas palabras mencionando a algunos grandísimos escritores como la familia natural de Martí en lo que toca a las letras. Debo confesar que estuve tentado de emparentarlo también con los autores de obras como la Biblia, el Corán y el Popol Vuh.

Sabemos mucho de Martí, pero estoy convencido de que aún nos queda por saber mucho más sobre él. Como se me ha pedido leer estas palabras a propósito de “Martí, escritor de todos los tiempos”, quise enfatizar su condición de clásico de las letras. Pero bien sabemos que es también otras cosas. Al concluir sus artículos sobre la poesía de Martí escribió memorablemente Rubén Darío en 1913: “Y yo admiro —recordando al varón puro y al dulce amigo— aquel cerebro cósmico, aquella vasta alma, aquel concentrado y humano universo, que lo tuvo todo: la acción y el ensueño, el ideal y la vida, y una épica muerte, y, en su América, una segura inmortalidad”.

Intervención especial en la clausura del Coloquio Internacional “José Martí, escritor de todos los tiempos”, organizado por el Centro de Estudios Martianos, La Habana, 16 de mayo de 2014.
Fuentehttp://www.lajiribilla.cu/articulo/7772/jose-marti-escritor-clasico

martes, 20 de mayo de 2014

Queridos poetas y amigos

A los participantes en el VII Festival Internacional de Poesía La Palabra del Mundo

El 12 de septiembre de 1998 fuimos arrestados por agentes del Buro Federal de Investigaciones de Miami cinco cubanos, cuya misión en territorio estadounidense era monitorear e informar a Cuba sobre las actividades de grupos y organizaciones responsables del financiamiento y la ejecución de actos terroristas contra nuestra patria.

Desde ese día, fuimos aislados en celdas de castigo del llamado "hueco" del Centro de Detención Federal de esa ciudad. Aquel brutal castigo, psicológico y físico, duro 17 meses.
No puedo explicarme, por lo cual, no puedo explicarles como, encerrado por 24 horas dentro de una celda, vino la poesía a salvarme, a salvarnos. De súbito, comencé a escribir poemas, día tras día.

Tras ocho meses sin comunicación con el mundo, un 10 de mayo, pero de 1999, escribí estos versos.

AQUI

Aquí verás tan solo
detrás de mi la sombra,
no hay sol ni natalicio
ni roció ni copas.

Manadas de maltratos,
penas vertiginosas,
asedian día y noche
la miel de los que adoran.

Yo no tengo rencor,
mi canto no se agota,
yo grito amor y vienen
volando las palomas.

Desde aquel día en que fuimos arrestados y conducidos a los cuarteles del FBI tuvimos la posibilidad de "negociar" una corta sentencia. Nos prometieron muchas cosas a cambio de decir que habíamos cometido los cargos que nos fueron fabricados, los cuales solo pretendían dañar a Cuba, a nuestro pueblo.

Bastaba decir: "culpable".

Pero, sin titubeo, firmes, cada uno de nosotros cinco, por convicciones y decisión propias, optó por la respuesta digna: "Inocente".

Sobre esto medité muchas veces y en aquel mayo, el día 20, lo exprese en este poema

LA PALABRA

La palabra nació sin padres,
sin dueños ni fronteras,
sin porfía de ser una coqueta
y fue creciendo
como espuma, como fuego,
como magia de mil caras ocultas
bajo una simple cara.
Acéptala o invéntala
en el bullicio o en el silencio.
Conviértela en un ala o una espada
pero recuerda: basta
con una sola palabra
y le damos comienzo
a una rotunda dignidad
o a una abismal deshonra.

Se tramaba una colosal injusticia. Nuestro juicio no se aceptó fuera en otra ciudad que no fuera Miami, cuna del terrorismo contra Cuba, en donde no podíamos recibir un veredicto ni una sentencia justas. Recientemente se ha descubierto que el gobierno hasta le pagó a los periodistas locales para escribir artículos y crear un clima en el que con seguridad fuéramos hallados culpables.

Un día después de haber escrito el poema anterior, el 21 de mayo de 1999, me brotaron estos versos.

CUENTA HASTA DIEZ

Olvida por un momento
quien eres.
Cuenta hasta diez.

Olvida tu mundo material:
tu cama, tu auto, todo.
Olvida tus títulos,
tus ocupaciones,
cada papel que se quedó
encima de tu mesa.
Olvida el afán de confort,
el ansia de poder.
Olvida tus obligaciones,
los intentos de justificar.
Olvida lo que has visto
o escuchado.
Olvida los idiomas,
las razas, las creencias.
Olvida el tiempo
y mírame de frente,
a los ojos.
Cuenta hasta diez.

Ya ves,
en nada somos diferentes.
Entonces, ahora júzgame:
defiéndeme o condéname.

Nunca hicimos ningún daño a la seguridad de los Estados Unidos. Nunca hicimos daño a nadie. Nunca portamos un arma. Nunca buscamos ninguna información protegida. Salvar vidas, no solo de nuestro pueblo sino de cualquier ciudadano del mundo, era la esencia de nuestra misión, penetrando y luchando contra el terrorismo anticubano.

Un día de junio de ese ano 1999, "descubrí" el soneto.
El 19 de septiembre, tras cumplir nuestro primer ano en prisión con 14 endecasílabos exprese:

LA VERDAD ME NOMBRA

Quiero nombrar la integridad blandida
por mi invencible y única ternura,
con el sabor de muro o cerradura
impregnado en mi boca desmedida.

Nombrar el patrimonio de mi vida
que se estrelló contra la roca dura
y supo conservar su herencia pura
a pesar del gran golpe y de la herida.

Nombrar todas las cosas deslumbrantes
que el fiel amor colocara en mi pecho
durante la existencia de esta sombra.

Nombrar el odio, el crimen, los farsantes,
sin miedo, sin reserva, sin despecho,
porque al hacerlo la verdad me nombra.

Han pasado más de 15 años de injusto encarcelamiento. René y Fernando, tras cumplir íntegramente sus sentencias, han salido en libertad, pero sabemos que no se sentirán plenamente libres hasta vernos regresar a Gerardo, a Ramón y a mi al seno de nuestro pueblo y familia.

En este largo cautiverio hemos perdido físicamente a un grupo familiares y amigos. Los golpes han sido duros, como una vez dijera Cesar Vallejo en Los Heraldos Negros.
Inspirado en las ultimas líneas que Rene envió a su hermano Roberto, nuestro hermano, unos días antes de su muerte, escribí estos versos.

AMAR LA VIDA

A nuestro brother Roberto

Amar los días
de sol y tierra.
Amar los tiempos
que se recuerdan.
Amar las casas
nuevas y  viejas.
Amar la luz
y  las tinieblas.
Amar los trillos,
las carreteras.
Amar el valle
como la sierra.
Amar las olas
sobre la arena.
Amar el mar
y  las riberas.
Amar los patios,
las azoteas.
Amar la noche
y las cigüeñas.
Amar la luna
y las estrellas.
Amar la lluvia,
la blanca niebla.
Amar la nieve,
la primavera.
Amar las flores
y las abejas.
Amar el brillo
de las botellas.
Amar el ruido
en las escuelas.
Amar la prosa
y los poemas.
Amar la arista
de las sorpresas.
Amar los sueños
que nos desvelan.
Amar lo justo
y la certeza.
Amar el mundo
que nos contempla.
Amar la patria
y la bandera.
Amar la gente
que ama y que crea.
Amar la paz,
nunca la guerra.
"Amar la vida,
luchar por ella".

Nuestros principios y nuestros amigos, en las condiciones mas duras, a lo largo de estos años nos han hecho sentir libres.

Dijo José Martí, Apóstol de nuestra Independencia: "...el aire de la libertad tiene una enérgica virtud que mata a las serpientes".

Expresando esa libertad que nadie nos puede quitar escribí:

LA SIMPLE LIBERTAD

La simple libertad, sustento de los sueños,
amor de un solo rostro visible a flor de luna.
La simple libertad, sin bridas y sin dueños,
libre como ninguna.

La simple libertad de la cumbre sin nombre
donde la noche cae enterrada en su lanza.
La simple libertad en donde siembra el hombre
la mágica esperanza.

La simple libertad, como la golondrina
que se empeña en volar hasta perder las alas.
La simple libertad bajo el cielo y la ruina,
cercada por las balas.

La simple libertad como la primavera
cantándole la vida, desafiando a la muerte.
La simple libertad, ficción de una frontera
contra la mala suerte.

La simple libertad naciendo y repitiendo
ciudades, calles, casas, libros, canciones, luchas...
La simple libertad con quien vas conociendo
que tus armas son muchas.

La simple libertad, !Oh, rostro del amor!,
en la piel de la luna me pareció mirarte.
la simple libertad, sentimiento y honor
que no pueden quitarte.

Nuestro hermano Gerardo, quien cumple una injusta sentencia de dos cadenas perpetuas, condenado a morir en una prisión, en nombre de los cinco le ha dicho a todos: "Sabemos que la razón esta de nuestra parte, pero para ganar necesitamos un jurado de millones de personas en todo el mundo para dar a conocer nuestra verdad".

Queridos poetas, sus palabras y sus versos son imprescindibles para lograr ese jurado de millones y para construir el mundo mejor que sabemos posible.

ATA UNA CINTA AMARILLA

Bajo la lluvia del tiempo,
entre nuestras dos heridas,
por donde viene la luz
ata una cinta amarilla.

En el balcón de tus sueños,
en el árbol de la esquina,
en tu puerta que es mi puerta
ata una cinta amarilla.

Para que la vea el mundo
como una flor extendida,
a la punta de una estrella
ata una cinta amarilla.

Aunque se cuanto me amas,
cuanto es tu vida mi vida;
aunque bien se que me esperas
ata una cinta amarilla.


Éxitos en el Festival.
Eternamente agradecidos por su apoyo.
Cinco abrazos.

Antonio Guerrero Rodríguez
Prisión Federal de Marianna

2 de mayo de 2014.

viernes, 16 de mayo de 2014

Reivindicación del 20 de mayo

Por Fidel Vascós González

Hay fechas que constituyen un parteaguas en la vida de los pueblos y que marcan “un antes y un después". Su influencia es tal que generan encendidas polémicas entre defensores y detractores de su trascendencia. En estos casos se impone la serenidad y el análisis balanceado. Para ello deben tenerse en cuenta tanto los aspectos objetivos del hecho en su entorno concreto y en el devenir social, como los subjetivos que emanan del alma popular.

Para los cubanos, una fecha de estas características es el 20 de mayo de 1902. Ese día simboliza la desaparición del sistema colonial español que aherrojó a la isla durante 400 años y también concluyó la primera intervención militar yanqui en Cuba. Los cubanos supimos derrotar, tanto al coloniaje peninsular como a los intentos de anexión de la isla a Estados Unidos. Estas victorias no son poca cosa.

Mediante la Constitución de 1901 se estableció el Estado Nacional cubano. De esta forma Cuba se incorporó al proceso iniciado mundialmente a mediados y fines del Siglo XV, con el surgimiento de los Estados Nacionales, en Francia, Inglatera y España.

Los actos del cambio de poderes contaron con la presencia del Generalísimo Máximo Gómez, el único de los grandes jefes de la lucha por la independencia que quedaba vivo. Gómez, ante el Gobernador norteamericano Leonardo Wood, izó la enseña nacional y exclamó: "!Hemos llegado!", según recogieron los periódicos de la época. Acompañando al ulular de las sirenas en fábricas y barcos surtos en el puerto, el pueblo desbordaba masivamente las calles y avenidas de la ciudad. Similares eventos se desarrollaron a lo largo y ancho del país.

Para el pueblo cubano de aquellos tiempos, el hecho constituyó una manifestación de inmenso júbilo que mitigaba las desgarraduras sufridas durante los años de la guerra libertaria.  La fecha constituye un peldaño más en la larga batalla de nuestro pueblo por alcanzar la libertad política, la independencia económica y la justicia social. Su relevancia quedó recogida en el habla popular con la frase "¡como un 20 de mayo!”, para describir algún acontecimiento de especial jolgorio y bulliciosa manifestación.

Pero el 20 de mayo también tiene un lado oscuro y de frustración. Ese día se inauguró en Cuba otra forma de dominación extranjera, distinta al colonialismo español: el neocolonialismo norteamericano. La aparente soberanía alcanzada escondía un yugo de nuevo tipo para la sufrida Nación cubana. Las relaciones de explotación neocoloniales se inauguraron en Cuba y, por ser inéditas, sólo fueron aprehendidas por las mentes preclaras del momento. La generalidad de la conciencia nacional no pudo comprender, en aquel instante, el engaño de que era objeto.

Hay que tener en cuenta que el imperialismo yanqui emergía con creciente fuerza, y su proclamado "destino manifiesto" aun no se percibía claramente como una amenaza para otros pueblos. Los patriotas cubanos de la época no pudieron superar, con su lucha, el obstáculo de estas condiciones objetivas y subjetivas. La Constitución, la bandera, el escudo y el himno proclamados, tan caros para la Nación, eran utilizados como fachada para estafar al pueblo.

En su primer artículo, la Constitución declaraba la voluntad nacional en los términos siguientes: "Artículo 1.-El pueblo de Cuba se constituye en Estado independiente y soberano, y adopta, como forma de gobierno, la republicana."  Pero la Enmienda Platt, impuesta por EEUU como apéndice constitucional, estableció, de facto, una República neocolonial. En su tercer punto, de ocho que contenía el texto de la Enmienda, se establecía: "III.-Que el Gobierno de Cuba consiente que los Estados Unidos puedan ejercitar el derecho de intervenir para la conservación de la Independencia cubana, ..." De esta forma, la administración norteamericana podía actuar militarmente en Cuba cuando estimara conveniente, como ocurrió en 1906 y, políticamente, como sucedió en numerosas ocasiones.

También se debe destacar que este hecho, tan negativo para la historia de Cuba, refleja, a su vez, la fuerza del espíritu independentista de los cubanos. Desde principios del Siglo XIX el gobierno norteamericano pretendía la anexión de Cuba, convirtiéndola en un estado federado más. Era la costumbre de los gobiernos del Norte ampliarse como país, adueñándose de los territorios fronterizos. En el caso de Cuba, cuando estaba ocupada por el ejército de Estados Unidos, altos funcionarios de la administración norteamericana pugnaban por la anexión. El empuje independentista de los cubanos impidió que en 1902 el imperialismo del Norte cumpliera ese objetivo.
Pero impedir la anexión fue una victoria parcial de nuestro pueblo. Ante el rechazo de los cubanos, el imperio inventó una nueva fórmula explotadora y de disfrazada dominación: el neocolonialismo.
El afán por concluir la obra independentista truncada fue un acicate que promovió posteriormente la formación antimperialista del movimiento revolucionario de Cuba. El imperialismo extendió después a todo el planeta la solución neocolonial encontrada para nuestro país. De aquí también la nefasta significación internacional de la fecha.                                                                                          
La plena independencia y soberanía nacionales se completaron 57 años mas tarde, el primero de enero de 1959. Fue la Revolución Cubana, encabezada por Fidel Castro, la que culminó la obra de los libertadores del Siglo XIX y suprimió las relaciones de explotación neocolonialistas. El enero victorioso recogió lo mejor de los acontecimientos históricos precedentes del pueblo cubano; entre ellos, lo  positivo del 20 de mayo de 1902.

Los nuevos anexionistas de dentro y de fuera del territorio nacional, subrayan la fecha en la parte asociada a los sueños imperiales de tragarse a Cuba. En el colmo del cinismo, George W. Bush, cuando ocupaba la silla presidencial, convocaba a celebrar el 20 de mayo en los jardines de la Casa Blanca, deplegando un espectáculo contra Cuba.
Los cubanos patriotas, que son los más, de dentro y de fuera, debemos rescatar el 20 de mayo como una fecha nuestra, con sus luces y sus sombras. Los avances logrados en ese momento histórico pertenecen a los cubanos que lucharon, luchan y lucharán por la independencia y soberanía nacionales. Si rebajamos la conmemoración de la fecha, el imperio y sus secuaces la tomarán como suya.
Esta reivindicación adquiere mayor importancia en los momentos actuales, cuando el pueblo de Cuba se afinca en la historia para continuar fortaleciendo su ideología revolucionaria.

sábado, 10 de mayo de 2014

Padura, la literatura, el compromiso

                                                 por Guillermo Rodríguez Rivera

Cuando impugné el otorgamiento del Premio Nacional de Literatura a Leonardo Padura y afirmé que Eduardo Heras León debió recibirlo antes que él,  creía –y creo– que la cuentística del Chino representaba un momento de la épica de la Revolución Cubana comenzante: pasarla por alto para premiar en su lugar una obra mucho más reciente implicaba olvidarnos de un momento esencial de nuestra literatura e incluso, de nuestra historia misma.

Escribí entonces –lo repito ahora–, que ello no implicaba desconocimiento o subvaloración de la obra narrativa de Padura ni, mucho menos, algún conflicto personal con el novelista.

Conocí a Padura en las aulas de la Escuela de Letras de la Universidad de la Habana –tal vez en los años en que se llamaba Facultad de Filología–, y si bien no fuimos amigos cercanos, hemos tenido siempre buenas relaciones. Lo recuerdo visitándome junto a Rigoberto López cuando ambos planeaban ese muy buen documental que se llamó “Yo soy del son a la salsa”, ganador del premio principal en una de la ediciones del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Ambos querían escuchar conmigo los iniciales sones cubanos, los del Sexteto Habanero y el Trío Matamoros, que yo empezaba a atesorar en viejas cintas y, sobre todo, charlar sobre ellos, que era hacerlo sobre nuestra música. Después, estuvimos implicados Padura y yo en un proyecto que no llegó a materializarse: hacer una suerte de curso sobre la música popular cubana, que se llevaría a cabo en Palma de Mallorca, con el auspicio de la Universidad de las Islas Baleares y la gestión  del común amigo Gonçal López Nadal. Alguna vez estuvimos Gonçal y yo, en el ámbito del hogar de Padura, en Mantilla.

Ocurre que soy poeta, ensayista y, como sabe quien me conozca, profesor de literatura desde hace más de cuatro décadas. En esos años, entre otras cosas, me ha correspondido enseñar  la gran poesía contemporánea de la lengua española, tanto la de la península como la de América y, hace ya más de 10 años, me ha dado enorme gusto trabajar, en la Fundación Nicolás Guillén, la obra de ese cubano que es uno de los grandes poetas del español, en el siglo XX.

En una entrevista concedida a La Nación, de Buenos Aires, Leonardo Padura discurre ahora sobre lo que llama “jugar a hacer política desde el arte” lo que, a su juicio no se debe hacer, porque “los artistas comprometidos de una manera militante con un partido, estado, filosofía o poder, terminan siendo siempre –o casi– marionetas de ese poder”.

Quisiera comenzar afirmando que esa voluntad de independencia en los seres humanos es muchas veces más deseo que realidad, y que demasiadas veces se usa como una coartada política. Los periodistas cubanos opositores a la Revolución consideran “oficialistas” a los revolucionarios, y se llaman a sí mismos independientes, aunque dependan económicamente de ciertas instituciones que los sostienen, y políticamente de importantísimos poderes.

En el complejo entorno del mundo actual, el hombre inevitablemente contrae compromisos. Uno puede ganar su salario en una institución, sin que ello lo obligue a la esclavitud ideológica, a ser esa marioneta que mencionaba Padura. El escritor independiente depende de lo que escribe, y debe conseguir que esos textos satisfagan las aspiraciones de la editorial que los publica. Absolutamente independiente era Diógenes el Cínico (cínico porque llevaba una vida de perros) que dormía en una barrica y se dice que iba al mercado a mirar con satisfacción, cuántos objetos había que él no necesitaba.

El periodista del rotativo bonaerense ha entrevistado a Padura a través de un cuestionario trasmitido por correo electrónico, por lo que las afirmaciones recogidas en el viejo diario argentino –Bartolomé Mitre lo fundó en 1870, pero ya es otro periódico bien diferente a aquél en el que colaborara José Martí en las últimas décadas del siglo XIX–, deben ser textuales, fieles, exactas.

A la inversa de lo que se deduce de las opiniones de Padura, no creo que el compromiso del artista derive de su militancia: casi siempre el flujo, en los casos de real significación, ha sido a la inversa. Son las grandes conmociones históricas las que han impulsado a grandes artistas a eso que Padura llama (minimizándolo)  “jugar con la política desde el arte”.

En aquel poema que Pablo Neruda tituló “Explico algunas cosas” y que colocó al frente de España en el corazón (1937), su primer poemario comprometido, exponía en un verso el por qué sus poemas de Madrid olvidaban los grandes volcanes chilenos:

                            venid a ver la sangre por las calles,

decía. Eran los tiempos de la Guerra Civil  española.

El caos hondamente conmovedor que Picasso llamó  “Guernica”, se pintó después que los cazas alemanes bombardearan la aldea vasca que inmortalizaron al destruirla. ¿Voy a dudar de la honestidad de César Vallejo, de su plena integridad al escribir “España, aparta de mí este cáliz” y sumarse al Partido Comunista, como también lo hizo Nicolás Guillén?

Mi mente, mi sensibilidad que han disfrutado las obras de esos hombres y los han admirado (del mismo modo que a Alberti, Maiacovski, Bertolt Brecht, Paul Eluard, Roque Dalton), se resisten a degradarlos, y mi lengua –y me precio de tenerla bien mala– rechaza cometer el parricidio de llamarlos marionetas.

Yo, que no he sido militante de ningún partido y ya no lo seré nunca, no seré tampoco quien sostenga que para defender sus ideas, el escritor, el artista esté obligado a figurar en la membresía de alguno. Pero tan intolerante como resultaría exigir esa militancia, me parece que lo es el hecho de descalificar al escritor porque su conciencia lo haya llevado a ello.

Yo estoy persuadido de que la novelística policial de Leonardo Padura tiene un claro maestro: el español Manuel Vázquez Montalbán, cuyo Pepe Carvalho es un primo español (en su escepticismo, en su estar de regreso de casi todo) del habanero Mario Conde. Vázquez Montalbán murió perteneciendo al partido comunista de Cataluña, el PSUC. Estando en España tras la extinción de la Unión Soviética, escuché en la radio una entrevista al autor de Los mares del sur, en la que una periodista con voluntad de incordiar, le preguntaba por qué militaba en un partido cuya ideología se había derrumbado. El poeta y narrador respondió que se había derrumbado una “lectura” del comunismo, una aplicación de la teoría marxista, pero que en el mundo había un número de pobres que crecía diariamente y cada vez menos ricos que atesoraban casi todos los bienes de la tierra. “Esa situación no se puede mantener”, concluyó. “En un momento del futuro, vendrá el triunfo del sistema comunista”.

En un artículo que publica “Rebelión”, el politólogo argentino Atilio Borón enjuicia la entrevista con Padura aparecida en “La Nación”, y subraya la que llama la “unilateralidad” del enfoque de Padura al valorar la Revolución Cubana. En sus últimas novelas se insiste en “el desencanto, las ilusiones perdidas” de una generación cubana que, obviamente es la del propio autor.

En la excelente trama policial que tiene “La neblina del ayer, el narrador omnisciente y a veces conductista, que describe el ambiente de las calles cubanas de un barrio popular, presenta a unos jóvenes aburridos, poblando las aceras y son, en su punto de vista, la resultante de la “frustración histórica”  de Cuba.

Pero Cuba no ha sufrido una frustración histórica. Cuba zanjó –está zanjando–su diferendo histórico con los Estados Unidos, la gran potencia que la convirtió en 1902, en un protectorado suyo y luego en una neocolonia y ahora, tras bloquearla por más de 50 años, hace lo único que tiene a mano: incluirla en una espuria lista de “países promotores del terrorismo” para desacreditar lo que no ha conseguido vencer.

El fin del socialismo del siglo XX determinó otra crisis que vino a sumarse a la que representaba el bloqueo norteamericano. Ahí se generó no una frustración histórica, sino una abrumadora frustración material. Pero Cuba se mantuvo, cuando parecía que no podía ser: no pudo regresar la ultraderecha de Miami para hacerse del poder y llevar adelante eso que uno de ellos ha llamado el “destriunfo” de la Revolución.

América Latina no es ya la sumisa región que cohonestaba el derrocamiento por la CIA del régimen democrático de Jacobo Árbenz, la invasión de la República Dominicana por los marines,  o las tiranías de Augusto Pinochet y Rafael Videla. Es la región de la Revolución Sandinista en Nicaragua; del proyecto bolivariano que comenzó la Venezuela de Chávez; de la refundación plurinacional e inclusiva de Bolivia; de la revolución ciudadana de Rafael Correa en Ecuador; del Brasil emergente de Lula y de Dilma Roussef; de la argentina antimilitarista y progresista de los Kirchner; del Uruguay del tupamaro Pepe Mujica, y hasta del FMLN del mínimo Salvador, por el que dio la vida el poeta Roque Dalton.

El punto inicial de ese proceso fue la aislada Cuba, la de Fidel y el Che, que generó ideas que volaron sobre el continente, y se quedó atrás, con un viejo modelo económico improductivo del que se ha propuesto deshacerse no tímida, pero si lentamente.

Leí con mucho interés “El hombre que amaba los perros”, a pesar de que Padura se enamoró de su investigación histórica y a veces hizo crecer demasiado la novela con páginas que no le hacen bien.  Únicamente le reprocho el personaje de Iván, el cubano que azarosamente encuentra al fanático Mercader, e interactúa con él.  La periodista, de “La Nación”, y que tiene el inesperado nombre de Hinde Pomeraniec (desciende de rusos y ucranianos)  lo caracteriza velozmente:       
             
              un cubano sombrío, que pudo haber sido un gran
                escritor pero a quien el sistema hizo a un
                lado por haberse resistido a la obediencia irrestricta.

Ese es un personaje de ficción, seguramente procedente de la reprimida literatura soviética de los estalinistas de los años treinta, y para nada representativo de la realidad cubana.

Cuba tuvo un período de represión cultural, el llamado Quinquenio Gris (1971—1976) que Leonardo Padura  no pudo vivir, porque era casi un niño entonces. Muchos artistas y sobre todo escritores –después de todo manejan el mismo peligroso instrumento del pensamiento, que es el lenguaje– fueron puestos a un lado por no trabajar dentro de los “parámetros” que la burocracia cultural del momento consideraba pertinentes. Ese fue también el tiempo de un intenso auge de la homofobia. Pero fue un período que acabó y esos artistas y escritores recuperaron su lugar en la cultura del país.

El Instituto Cubano de Radio y Televisión, no difundía las canciones de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, y Haydee Santamaría, la heroína cubana que dirigía Casa de las Américas, le pidió a Alfredo Guevara, el director del Instituto del Cine, que le creara un lugar de trabajo a “estos muchachos”. Así apareció el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, que dirigió el gran músico Leo Brouwer, y que empezó a difundir por el mundo la música y la poesía de Pablo y Silvio.

Y ya está bien. A pesar de que me satisface la divulgación de la obra del buen narrador cubano que es Padura, me sentía incómodo con la muy parcial entrevista ofrecida por él a “La Nación”, que Pomeraniec se encarga de matizar con sus observaciones. Ojalá el viejo diario donde colaboró Martí, edite otros trabajos que le permitan a sus lectores conocer mejor la realidad de Cuba, incluyendo la realidad de su cultura.



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Mi viejo y querido amigo Guillermo Rodríguez Rivera me ha pedido que publique dos emails que han circulado en La Habana comentando el artículo que preside esta entrada. Enseguida lo complazco y publico también su respuesta.
srd
Domingo 18 de mayo de 2014, 14: 40.
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Estimado Eduardo:

Una vez más te agradezco que me hayas incluido en tu larga lista de destinatarios a los que envías multitud de artículos sobre los más diversos temas publicados en la prensa y blogs cubanos y extranjeros. Artículos que de otra manera, al menos yo, no hubiera podido conocer.

Entre los últimos correos electrónico que me has enviado, aparecen varios, en los que  distintas personas,  y sin que nada indique que se han puesto de acuerdo entre sí, han respondido, cuestionado y/o descalificado las palabras de Padura vertidas en distintas entrevistas, y sorprendentemente, en distintos momentos. Unas, recientemente, hace unos pocos días, otras, en el 2012. 

De esas personas solamente conozco a dos: al politólogo argentino Atilio Borón, que lo conozco de nombre, y a mi gran amigo desde hace mucho años, Guillermo Rodríguez Rivera. Los autores de los otros artículos apabullando a Padura que me has hecho llegar, están tan entreverados de suspicacias, especulaciones y descalificaciones, que, verdaderamente, no me tomo el trabajo de responder.

En su  artículo “Padura en Buenos Aires”,  Atilio Borón comienza diciendo:

“¿Cómo es posible que los fracasos o distorsiones de la revolución, que según Padura provocan "la nostalgia, el desencanto, las esperanzas perdidas" de una sociedad puedan ser señaladas sin decir una palabra sobre el imperialismo norteamericano y su criminal bloqueo de 55 años a Cuba?”

Estoy totalmente de acuerdo con el señor Borón, en que cuando alguien emprenda un análisis global, histórico sobre la realidad cubana en estos 55 años, está en la obligación de situar el bloqueo (embargo le dicen por allá afuera) como el elemento clave que ha marcado todo este tiempo nuestro y que ha tenido siempre como finalidad “crear el hambre y la desesperación en el pueblo cubano” (eso, dicho en inglés, suena aún peor). Ahora, yo pienso que "la nostalgia, el desencanto, las esperanzas perdidas" de Mario Conde, como la de otros muchos personajes de nuestra narrativa, teatro y cine contemporáneo, que reflejan  la de muchos cubanos y cubanas de carne y hueso que, aunque tengan garantizadas la educación y la asistencia médica para ellos y sus hijos,  no les alcanza el salario, no ya para terminar el mes, sino para comenzarlo, y no ven (no vemos ) la luz al final del túnel. Esta nostalgia, este desencanto, y estas ilusiones perdidas ¿las provoca el Imperialismo y el Bloqueo o el inmovilismo y las absurdas restricciones que nuestra querida burocracia ha impuesto verticalmente durante todos estos años, y que lejos de subvertir o paliar el bloqueo, han provocando todo lo contrario. ¿No es por esta razón que resulta dramáticamente necesaria la impostergable introducción y puesta en marcha (para algunos a regañadientes) de los Cambios Estructurales planteados por el Presidente Raúl Castro.?

¿Es que cada vez que en un artículo periodístico, en una novela o en una película, se aborda de manera reflexiva, de manera crítica, algún aspecto de nuestra realidad actual, donde aparecen los problemas y las contradicciones generadas por esta propia realidad actual, habría que comenzar con la coletilla previa del Imperialismo y del Bloqueo?

Todas las sociedades del mundo generan contradicciones, por supuesto que en otros países ocurren situaciones más dramáticas que en el nuestro. Pero nuestro arte y nuestra literatura, tiene, como una de sus funciones medulares, abordar estos problemas críticamente, para de esa forma interactuar con nuestra realidad (sobre todo porque nuestro periodismo “oficialista” no lo ha hecho nunca).

¿Qué palabras decir sobre el bloqueo y sobre el Imperialismo cuando se aborda (para citar un solo ejemplo), la realidad de esos millones de hectáreas de tierra en propiedad del Gobierno, que durante décadas han sido dejadas de la mano de Dios (y eso que nuestro Gobierno es ateo) creando marabú y haciendo que los pocos dólares que tenemos sean gastados importando el 80% de nuestros alimentos? ¿Qué decir sobre el bloqueo y el Imperialismo como no sea lo que dijo  Raúl en un acto oficial cuando expresó (cito de memoria, pero su idea la tengo muy bien grabada en mi recuerdo): “…Basta ya de decir, ; , ahí está la tierra, vamos a ver si somos capaces de hacerla producir”?

A tenor del artículo de Borón, apareció simultáneamente este otro de Guillermo Rodríguez Rivera “Padura, la literatura y el compromiso”. En este artículo, Guillermo critica las respuestas de Padura en una entrevista publicada el 14 de julio de 2012. Cito:
En una entrevista concedida a La Nación, de Buenos Aires, Leonardo Padura discurre ahora sobre lo que llama “jugar a hacer política desde el arte” lo que, a su juicio no se debe hacer, porque “los artistas comprometidos de una manera militante con un partido, estado, filosofía o poder, terminan siendo siempre –o casi– marionetas de ese poder”. Quisiera comenzar afirmando que esa voluntad de independencia en los seres humanos es muchas veces más deseo que realidad, y que demasiadas veces se usa como una coartada política. Los periodistas cubanos opositores a la Revolución consideran “oficialistas” a los revolucionarios, y se llaman a sí mismos independientes, aunque dependan económicamente de ciertas instituciones que los sostienen, y políticamente de importantísimos poderes.”
Guillermo, cuando tú escribiste aquel memorable, chispeante y exacto poema, más en serio que en broma, o más serio por ser en broma, (abordando la escasez de alimentos en los años 90), en el que hablaste de los “boniatos de Cracovia” que ya no “venían” por la debacle del Campo Socialista, y que solamente se podían encontrar “en la prensa y en la tele” (poema en el que, por supuesto, no hiciste la más leve alusión al Imperialismo y al Bloqueo, como pediría Atilio Borón), ¿eras un periodista-poeta “independiente” que se burlaba de la prensa “revolucionaria”, o eras un periodista-poeta revolucionario que se burlaba de la prensa “oficialista”. ¿Revolucionario y oficialista no son antítesis?.
Si nuestra prensa “militante”, “oficialista”, hubiera sido consecuente con su verdadera función social, tú no habrías sentido la necesidad de escribir tu necesario poema sobre “los boniatos de Cracovia”.

Más adelante en tu artículo, dices:

“Mi mente, mi sensibilidad que han disfrutado las obras de esos hombres y los han admirado (del mismo modo que a Alberti, Maiacovski, Bertolt Brecht, Paul Eluard, Roque Dalton), se resisten a degradarlos, y mi lengua –y me precio de tenerla bien mala– rechaza cometer el parricidio de llamarlos marionetas.”

Guillermo, por favor, ninguno de estos inmensos artistas que citas –así como tampoco el Neruda de  ”Explico algunas cosas”; ni el Picasso del “Guernica”, a los que has aludido anteriormente- han sido militantes “desde posiciones de poder”. Ninguno, salvo Maiacovski, quien al final de su vida sí fue un poeta “oficialista”, y que como todos sabemos, se suicidó de un balazo.
En un contexto como el de Cuba, donde todos los medios de difusión están bajo el control directo del Partido, es necesario que existan también periodistas independientes, independientes de verdad. Y por favor, Guillermo, en este cuento no pintan nada aquellos que, como tú dices “dependan económicamente de ciertas instituciones que los sostienen, y políticamente de importantísimos poderes.”
Los artistas y los escritores, por definición, siempre tendrán que ser independientes, si no se convierten en “oficialistas”, que es decir funcionarios.
Padura no es ni remotamente el único escritor, el único artista que aborda nuestra realidad de manera crítica, entonces, ¿Por qué esta andanada de comentarios enjuiciando su obra y sus palabras en entrevistas concedidas por él recientemente y desempolvando otras de hace varios años?; ¿La bronca es personal con Padura, o con todos los que no somos  “oficialistas”?

No sé, será que con la edad me estoy convirtiendo en un hombre sabio, porque cada vez tengo más incertidumbres que certezas.

Un fuerte abrazo.

Juan Carlos Tabío.

Juanca: Vi caer las primeras bombas contra Padura mientras yo estaba enredadísimo en un taller de guiones. Decidí que, en cuanto me liberara de aquello, escribiría algo para polemizar con Atilio Borón y Guillermo Rodríguez Rivera, quienes son, como bien dices, los únicos a quienes vale la pena responder con ideas.
Veo lo que has escrito y me parece excelente: es casi todo lo que yo tendría que decir. Sin embargo, haré como una segunda base: recibo la bola, piso la almohadilla y tiro para primera algunas cositas más:
Ante todo, como a ti, me llama la atención la coincidencia, lo articulado del bombardeo, aún más cuando la mayoría de las ideas con las que ambos polemizan ya han sido dichas por Leo, y por muchos de nosotros, durante estas décadas. Aunque la narrativa cubana no sea su especialidad, Borón podría informarse, por ejemplo, de que Jorge Fornet ha calificado a una zona de la narrativa cubana (a la que pertenecemos Padura y yo, entre otros) como “del desencanto”. Jorge coloca bajo ese rótulo a obras escritas desde los años 90 en adelante. ¿Dónde está lo nuevo, la sorpresa?
En política, sabemos, no se puede ser ingenuo. Vale la pena que nos preguntemos ¿por qué ahora? ¿Por qué Padura?
La escalada es interesante. Cuando Leonardo ganó el Premio Nacional de Literatura, nadie, que yo recuerde, se atrevió a cuestionarlo. Al obtenerlo Reina María, algo hizo clic y saltaron contra los dos (y no solo Guillermo fue al ataque). ¿Qué puede enlazar a Padura con Reina, además de la amistad generacional? Lo más visible, a mi juicio, es que ambos han escrito obras inconformes, adoloridas, críticas, centradas en la Cuba que han vivido. Es una cualidad que comparten con la mayoría de los escritores cubanos.Ellos dos, sin embargo, han ganado con justeza un enorme reconocimiento internacional. Por fortuna, el otorgamiento a Reina del Premio Internacional “Pablo Neruda”, en Chile, llegó a tiempo para acallar los ataques contra ella. Parecería que entonces la artillería recibió la orden de disparar sobre Leo.
Y de verdad que no me gusta ser paranoico, pero las coincidencias son excesivas.
Paso a otro punto, que vale la pena tener en cuenta.
Para responder a las ideas vertidas por Padura en la entrevista del 14 de julio, Rodríguez Rivera opone la figura de Nicolás Guillén. El ejemplo de que nuestro Leonardo lleva la razón puede leerse en la página 180 del utilísimo libro de Jorge Fornet El 71. Anatomía de una crisis. El ensayista cita allí algunos discursos de Nicolás, todos de ese año. En uno de ellos, de enero de 1971, Guillén asegura que “no concebir que un escritor de hoy ‘sobre todo si pertenece a un pueblo subdesarrollado en rebeldía viva de espaldas a esa lucha, a ese pueblo, entregado a puros juegos de imaginación, a verbalismos intrascendentes, a ociosas policromías, a entretenidos crucigramas, a oscuridades deliberadas’”. Dos meses después, dice Fornet, Nicolás “insistirá en devaluar las obras de Gide, Proust y Joyce”. Vale la pena revisar ese capítulo de El 71, titulado “El arte ha de ser tarea de todo el pueblo”, para verificar cómo importantes intelectuales se plegaron a las exigencias el Partido y el Gobierno cubano para imponer en la Isla una idea de la cultura cercana a la política estalinista y ajena por completo a la tendencia que comprende al arte y la literatura como fundamentos para la emancipación de las personas.
Lo he escrito en otras oportunidades: fue ese contexto ideológico el que nos hizo, generacionalmente, rechazar los usos instrumentales del arte y la literatura.
Como me gusta asociar, no tengo más remedio que leer estos ataques a Leo junto a un desafortunado, y falso, artículo aparecido días atrás, primero en el blog de Manuel H. Lagarde y luego el boletínPor Cuba, de la red Cubarte. Dice la autora, llamada Rocío Martín: “Ninguna acción emprendida por los creadores cubanos para hacer respetar su libertad creativa en las últimas cinco décadas —en los momentos puntuales en los que la política cultural revolucionaria pudo haber sido malinterpretada—, se compara con la batalla de supervivencia que ha debido librar todo el pueblo de Cuba ante las constantes injerencias y sabotajes a su soberanía.”
De todo ese artículo, que ha sido ya respondido por otros amigos, esa idea final me parece la más peligrosa: de nuevo plantea la subordinación del arte, la literatura, las ideas, a esas otras “batallas”. Es una concepción que está en las bases de ideología impuesta en los nefastos años 70.
A mi juicio, la emancipación de un país no puede contraponerse a la emancipación de las personas. El precio de la libertad de Cuba no puede ser el sacrificio de la libertad de los cubanos (aunque sea “solo” de la libertad de pensar y de expresarse). Si esas dos “batallas” no van de la mano, nada tiene, tendría sentido.
Un detalle más: al final de su diatriba contra Leo, Borón dice: Creo, modestamente, que quien no esté dispuesto a hablar del imperialismo norteamericano debería llamarse a un prudente silencio a la hora de emitir una opinión sobre la realidad cubana.” Para reducir al absurdo su sentencia: quien no haya vivido todos estos años dentro de Cuba, ¿tendría derecho a emitir opiniones sobre nuestra vida?
Nada, socio, que vine con ganas de descargar,
Abrazotes,
Arturo Arango

Ps. He hecho copia a varios amigos comunes con los que he estado intercambiando informaciones en estos días. Lamentablemente, no tengo aquí el correo de Guillermo. Si alguno de los destinatarios quiere hacerme el favor de reenviárselo, quedaré agradecido. Y, como es natural, son libres de reenviar esto a quien quieran, o de publicarlo donde quieran, si vale la pena.

Respuesta de Guillermo Rodríguez Rivera:

Querido Juan Carlos:

Me alegró mucho recibir tu contrarrespuesta a mí respuesta, donde se van aclarando asuntos importantes. Además, responderé algunos de los criterios de Arturo Arango y añadiré alguna cosa que no dije en el mensaje anterior. Por lo menos para mí, este será el último artículo, porque yo todavía no estoy jubilado y tengo un montón de cosas pendientes.

Lo primero –que no hacía falta aclarar– es la amistad que nos une desde hace más (¡carajo!) de 50 años, pero nunca está de más reiterar el cariño.

Lo segundo, es que yo no formo parte de brigada alguna que haya organizado la bronca contra Padura o contra los artistas que no son oficialistas. Yo, Juan Carlos, tampoco lo soy, aunque alguno quiera aprovechar la coyuntura para tildarme de ello.

No soy militante del partido ni tengo cargo oficial alguno. Desde hace 46 años soy profesor universitario y desde hace más de cincuenta empecé a publicar lo que escribo, que es lo que pienso.
Mi discrepancia surge cuando Padura enjuicia –y rechaza– a

             los artistas comprometidos de manera militante
             con   un partido, filosofía, Estado o poder
porque
             terminan siendo –o casi– marionetas de ese poder.

Y me opongo a esa idea no porque yo sea uno de esos artistas, sino porque la desideologización no le puede hacer bien alguno a Cuba hoy. Si realmente Padura quiso decir lo que tu explicas, tengo entonces que reprocharle al buen escritor haber usado deficientemente el idioma.

La palabra que usó inadecuadamente es “militante”, porque grandes artistas han militado en un partido, han servido a un estado, se han identificado con una filosofía, sin que ello impllcara que fueran manipulados como títeres. Acaso no hayan sido todo lo independiente que fueron otros, pero es también hermoso el elogio que Neruda le hace a su partido:

         me has hecho indestructible, porque contigo no termino en mí mismo.    

Acaso la palabra adecuada no haya sido “militante” sino “fanática”´. Pero, en fin, Padura sabe escribir y uno no tiene que andar enmendándole la plana: yo pienso que lo que quiso decir fue lo que dijo.

Acaso tu lectura era posible, Juan Carlos, pero más lo era la que descalificaba globalmente el compromiso del escritor. Y si eso lo declaraba a un diario de la oligarquía argentina, tú me dirás.

Me dices que esa entrevista a La Nación tiene dos años de concedida pero se reedita ahora que Padura ha estado en la Feria del Libro de Buenos Aires, y se publica otra del pasado domingo 4 de mayo valorando la Revolución Cubana, que es de la que parte el juicio de Atilio Borón.

Yo no descalifico el “realismo socialista” en alguna de sus obras que merecen la denominación de arte, desde alguna novela de Gorki hasta la tetralogía del Don, de Mijail Shólojov: lo terrible es que en tiempos de Stalin se impone como tendencia obligatoria de las artes y las letras soviéticas.

Arturo Arango impugna que yo defienda, entre los grandes artistas que mencionaba, a Nicolás Guillén, y cita a Jorge Fornet mostrándonos a un Guillén siguiendo las (malas) orientaciones del partido, en los días del Quinquenio Gris.

En cualquier caso, peores que las afirmaciones del poeta, fueron las que formula la terrible Declaración Final del I Congreso Nacional de Educación y Cultura, avaladas por la más alta dirección política del país, y que fueron una culminación del dogmatismo y la homofobia. Pero ninguna de esas afirmaciones, ni las del poeta ni las del partido, contaminan obras como “El apellido”, “Elegía a Jesús Menéndez”, “West Indies Ltd.”, la “Palma sola” o el Son de la muerte, esenciales en la historia de la poesía cubana y en la del español. Yo, al menos, me niego a perder lo bueno que tenemos.

Fui yo quien impugnó los premios nacionales conferidos a Leonardo Padura y Reina María Rodríguez. Arturo Arango se pregunta: “¿Qué puede enlazar a Padura con Reina además de la amistad generacional?”. Creo que los enlazan esos premios nacionales, y que yo pensaba –y pienso– que Eduardo Heras y Lina de Feria los merecían antes que ellos. Nunca negué los valores de las obras de Padura y Reina María, pero son obras más recientes.

Siempre según Arango, el premio chileno a Reina María, vino a “acallar” las opiniones sobre su premio nacional. No sé si habrá otras pero, en mi caso, no hacía falta acallarlas porque no era un campaña sino apenas un criterio que ya  estaba dado y que no iba a alterar la parafernalia de los premios internacionales.

Serrano de Haro era el embajador español en Cuba y me preguntó, en su momento, qué pensaba del Premio Cervantes otorgado a Dulce María Loynaz. Le dije que Eliseo Diego lo merecía antes que ella. De la Loynaz, a mí me gustaba su libro Juegos de agua. En Dulce María, el stablishment español condecoró a una poetisa conservadora, incluso cercana al franquismo: nunca le iba a conferir el premio a Eliseo, demasiado identificado con el “castrismo”.

Yo no tengo en mi vida, que se va haciendo larga, demasiados actos de los que arrepentirme, pero te voy a contar uno.

A propósito del Festival de la Juventud que se celebró en La Habana, escribí un artículo sobre la que era entonces la joven poesía cubana. Allí, despachaba sin muchos miramientos, la de Lina de Feria. Esa valoración era malintencionada, pero además era tonta, porque le reprochaba no ser capaz de expresar la revolución a una escritora que nunca había escrito poesía política.

Con razón, Arturo Arango me lo echó en cara años después, aunque desde que apareció lo hizo el maestro Eliseo.

¿Por qué di esa opinión? Pues porque en el malhadado I Congreso Nacional de Educación y Cultura, Armando Quesada, dirigente de la UJC y director de El Caimán Barbudo, me acusó de contrarrevolucionario. Ello motivó que la Universidad de la Habana constituyera un tribunal para juzgarme y eventualmente separarme de mi puesto de trabajo. Era 1971 y se inauguraba el Quinquenio Gris.

Para fundamentar por escrito la acusación que había proclamado de viva voz en el congreso, Quesada colocó el nombre de Lina de Feria entre las personas que avalaban ese criterio. La acusación era falsa, como lo era el supuesto aval de Lina. Años después ella me dijo que Quesada había usado su nombre porque ella era entonces la jefa de redacción del Caimán... y su subordinada. Poco después, Lina fue cesanteada y excluida de la vida cultural. Tanto que, en 1977, Norberto Codina seleccionó una antología de Poesía joven, que prologó Arturo Arango y publico Pluma en Ristre. Allí se excluía la poesía de Lina de Feria, seguramente obedeciendo la interdicción que pesaba sobre ella.

Hay épocas difíciles, a veces hay muy malos momentos en la cultura, y no creo que valga la pena empezar a pasar todas las cuentas, mucho menos para desacreditar a un valor incuestionable de Cuba como es Niicolás Guillén. Hay un proverbio chino que me gusta recordar: “un combatiente con defectos, es siempre un combatiente; una mosca sin defectos, no es más que una mosca perfecta”.

Hay una observación de Arturo Arango que me parece importante considerar. Afirma el escritor:
              A mi juicio, la emancipación de un país no puede          
              contraponerse a la emancipación de las personas.
              El precio de la libertad de Cuba no puede ser el sacrificio
              de la libertad de los cubanos (aunque sea “solo” de la libertad
              de pensar y de expresarse). Si esas dos  “batallas” no van
              de la mano, nada tiene, tendría sentido.

Arturo debe saber que esa combinación es el ideal de José Martí: el día que la consigamos habremos cursado un trecho esencial de nuestra historia porque, hasta hoy, nunca hemos conseguido las dos cosas.

Cuando valoró la significación del hombre fundamental que es, para América, Simòn Bolívar, escribió Martí:

                               Bolívar no defendió con tanto fuego el derecho
                               de los hombres a gobernarse por sí mismos, como
                               el derecho de América a ser libre.[1]

Voy a confesar algo tal vez non sancto a propósito del reclamo de Arango, que el propio Martí matiza, escribiendo sobre el padre Bolívar. A mi me complacen las elecciones directas. Quiero decir: no me complace que un único partido, unos únicos hombres, puedan permanecer incondicionalmente en el gobierno. Debiera haber una competencia que los haga hacer cada vez mejor su trabajo, que sientan el peligro de perder el mando, y se esfuercen para poder mantenerlo.

Hoy por hoy no domina el pluripartidismo en el mundo, sino un bipartidismo en el que los dos partidos son por igual garantes del sistema capitalista. Surgió en los Estados Unidos, con demócratas y republicanos, y lo incorporaron muchos países: es lo que ocurre en España con el PP y el PSOE.

Los enemigos de la Revolución afirman que el suprimir las libertades políticas es una coartada de los gobernantes cubanos para no permitir una alternativa política en Cuba y no abandonar el poder. Pero si hubiera unas elecciones en Cuba, la promesa de un partido opositor a la Revolución, sería el fin del bloqueo, concedido por los Estados Unidos, con tal de desalojar a nuestra izquierda del poder y ahí, sí, cambiar nuestro sistema.

Para que Cuba disfrutara la libertad política de sus ciudadanos, habría que poner fin al bloqueo norteamericano sin condiciones y que, paulatinamente, el pueblo cubano vaya procurándose el destino que quiera darse.

Yo soy un apasionado de la libertad y la he ejercido siempre un poco más allá de donde se ha podido, pero no voy a tirar por la borda la soberanía, después de lo que nos ha costado, nos cuesta mantenerla. De todos modos, tenemos que seguir ampliando nuestras libertades, y hacerlo en las condiciones que tenemos. Creo que ello está ocurriendo entre nosotros, y debe proseguir.

Se equivoca Arango y de paso Jorge Fornet –el hombre del bautismo– si creen que el “desengaño” nació con el período especial y que fue entonces cuando empezaron a faltar el yogurt y el papel higiénico. Mi generación tiene “desencantados” tan serios –Reinaldo Arenas, Norberto Fuentes, Jesús Díaz, Guillermo Rosales– que se fueron de Cuba, y otros que nos hemos quedado sin ser “encantados”, como Silvio, Lina de Feria, Nancy Morejón, Miguel Barnet, María del Carmen Barcia, Waldo Leyva, Aurelio Alonso, Víctor Casaus, Alex Pausides, Fernando Martínez.

Estoy enteramente de acuerdo con respecto a lo que dices de Daniel Díaz Torres y Alicia en el pueblo de maravillas; me parecieron bochornosos los “mítines de repudio” que se organizaron para impugnar la película. Tuve el gusto de disfrutar de la amistad de Daniel y, después del caso de Alicia…, trabajar junto a él en un guión.

Honradamente, me parece simplemente ridícula esta aseveración de Arturo:
                         
                      Parecería que entonces la artillería
                         recibió la orden de disparar sobre Leo.

Creo que esto está un paso más allá de la paranoia. Cuando uno quiere ejercer las libertades y lo hace valorando y enjuiciando el entorno, como hace Padura, puede tropezar y de hecho tropieza con criterios que disienten del propio, sin que todo tenga que provenir de una oscura conspiración contra los “no oficialistas”.

No voy a mandarle este trabajo a Segunda Cita, que tiene sus visitantes específicos, y a lo mejor disfrutan menos estos trajines estéticos cubanos. Lo hice inicialmente porque no se había comunicado conmigo Eduardo Montes de Oca, que lo ha hecho últimamente, y dispone de un amplio registro para distribuir estos trabajos.

En fin, hermano Juan Carlos, debiéramos vernos en algún momento para tomarnos un trago y si no podemos hacer el documental que te sugería porque ya te has jubilado,  orquestar una versión sinfónica de esa pieza esencial del folklore de La Rampa que se llama “El warandol”. Un abrazo y el afecto intacto de

Guillermo Rodríguez Rivera.



[1]  Jos´Martí: Letras fieras, Ed. Letras Cubanas, La Habana, 1981, p- 408.