jueves, 17 de abril de 2025

Días de Girón

Por Jorge Fuentes

El 13 de abril de 1961, un incendio de grandes proporciones destruyó totalmente El Encanto, la tienda por departamentos más grande del país, situada en Galiano y San Rafael. El gordo Rubén Placeres y yo tuvimos que hacer un rodeo para llegar. Los carros de bomberos, pipas de agua, perseguidoras y ambulancias, cerraban todas las calles aledañas, pero no sé de qué manera, sin darnos cuenta, nos vimos los dos, que andábamos como muchos vestidos de milicianos (porque las cosas se veían venir muy malas), aferrados a una manguera que nos dieron los bomberos. Estábamos casi frente al Ten Cent, hoy la tienda Trasval. Desde allí vimos cuando llegó Osvaldo Dorticós, presidente de la república y pronto a un miliciano que se acercaba corriendo -"dice el presidente que no se arriesguen más que ya no tiene salvación". Todos estábamos enardecidos, los pedazos de pared caían, las vigas de metal se doblaban, el calor era insoportable y el presidente con las manos en alto gritando que lo dejáramos todo y salieramos de ahí. 

Dos días después, bombardearon varios aeropuertos de La Habana y Santiago de Cuba. La noche del día 15, un grupo de compañeros nos reunimos en la escalinata del Instituto de La Habana y salimos hacia la Universidad donde se estaba velando a los muertos de la agresión sucedida en el día. Ya la Asociación de Jóvenes Rebeldes, a la que todos pertenecíamos, había ganado en organización y estaban allí algunos miembros de los seccionales  creados. Recuerdo a Pedro Pablo Limas, de Marte y Arsenal, Antolín, Villena, Diego, Moisés, Cabrera, Angelito, Binerfa y mucha gente del Instituto como Belkis Castillo, Marcela, Sarah Montoto, Paquita, Eulalia, Gladys, Filo, Prendes, Betty, Marcelino, Evelio Vilariño, Vinograv, Calviac, Montano, Maseda. Michel Vásquez, Benito Varela, los Nasser y tantos otros. En la Universidad, luego de hacer guardia de honor en el Aula magna, nos sentamos en la escalinata y pasamos la noche imaginando qué iba a suceder en lo adelante. Faltaba el gordo Placeres, mi hermano y compañero de todas las batallas, porque desde el día anterior se había integrado a un batallón de milicias, con el que ya habia participado en la movilización del 60. Lo mismo sucedía con mis compañeros de la Secundaria Básica José Martí: Vergara, Arditti, Roig y Manolín, todos miembros del ejecutivo de la Asociación de Estudiantes que presidí, luego de la AJR y de nuestra milicia, convertidos en aquellos niños héroes que vencieron a los mercenarios, después de pasar unos meses en la Escuela de Artilleros. Todavía no habíamos terminado el noveno grado, pero habíamos organizado uno de los mejores batallones estudiantiles de la ciudad, inspirado en el batallón del Instituto de La Habana que tenía 500 miembros, en el que yo comencé y con el que compartíamos las prácticas en el polígono de La Cabaña.

En la mañana del día 16, algunos de los que estábamos sentados la noche anterior en la escalinata, imaginando lo que iba a pasar, teníamos que cumplir la misión de organizar y acompañar una caravana de guaguas que debía conducir a Varadero, los primeros alfabetizadores, brigadistas Conrado Benitez. A partir de ese momento, la famosa playa iba a ser el lugar donde se les entrenara en los métodos pedagógicos a utilizar (resumidos en dos cartillas), se les dieran los uniformes y un farol muy luminoso, como la definitiva misión que debian cumplir, y que al final se quedaría en las casas de los campesinos.  Entramos al polígono de Ciudad Libertad muy temprano, sin dormir y fuimos hablando con los choferes. El ambiente era de luto y de mucha emoción todavía. Los estudiantes venían con sus mochilas, acompañados por sus padres. Entre los que debíamos cumplir con aquello estaban: Arturo Pollo, Jorge Pollo, Reynaldo Calviac, Antolín y otros que se me olvidan. Serían las 9 o 10 de la mañana, cuando ya íbamos a comenzar a montar a los estudiantes en las guaguas. De pronto apareció un avión y la respuesta antiaérea fue con todo. El ruido  era ensordecedor y no se distinguía en modo alguno, si era el avión o nuestra respuesta. Todos corríamos, pero nadie sabía para dónde. Muchos se refugiaron debajo de las guaguas. Así estuvimos por un tiempo, no sé que tiempo. Hasta que sentí una voz que venia del portal de lo que fue la casa de Batista, al lado del polígono. Ya los tiros de las antiaéreas amainaban, pero todos estábamos clavados a la tierra. Entonces fue la voz de una mujer la que nos devolvió el valor. Era nuestra compañera Eloísa Miranda, presidenta del Instituto de Guanabacoa y ahora de la AJR. Se había subido en un buró que estaba allí por no sé qué razón y nos llamaba a la calma y a la lucha. Ella nos calmó los nervios a todos. A su propuesta se cantó el himno, recuperamos a los choferes y comenzamos a montar a los muchachos. Todos querían ir, pero muchos padres se negaban a que se fueran. Los jovenes se impusieron, montaron en las guaguas y salió la caravana.Durante todo el camino estuvimos pensando  en que apareciera un avión, pero llegamos sin contratiempo. 

Las casas donde iban a estar los estudiantes estaban preparadas. En el horizonte se veían los barcos yanquis. Con el grupo de la AJR  al que me he referido, fuimos a la jefatura del campamento y allí nos encontramos con Mario Diaz que era el jefe de la campaña de alfabetización, Hugo Moreno, López Muiño y otros dirigentes del Ministerio de Educación. Ellos tenían nuestra misma preocupación. Los barcos enemigos estaban a la vista y no había tropas nuestras cuidando la playa. Les dijimos que íbamos a solucionar ese problema que ya nos tenía angustiados y decidimos irnos a las ORI (Organizaciones Revolucionarias Integradas), con un carro que ellos nos prestaron. En Matanzas nos recibieron Severo Aguirre que era el delegado de  la Dirección Nacional y Calderío a quien se conocía por El Abuelo, Secretario General de la provincia, hermano de Blás Roca. Después de informarles de la indefensión de los brigadistas y la cantidad que habíamos traído, nos dijeron que regresáramos tranquilos y que rápidamente iría un batallón de milicias para la playa. Al regresar, en la carretera que va a Varadero, empezamos a ver los camiones de milicianos que iban hacia el combate. Nos saludaban levantando las armas y gritando Patria o Muerte. Ahí tuvimos la gran discusión con Jorge Pollo, porque quería parar los camiones y montarse en uno de ellos y en medio de esa discusión, que duró todo el tiempo del viaje, apareció el batallón que nos habían prometido Severo y El abuelo. No había terminado de caer la tarde cuando entró un carro con Miguelito Rodríguez, Eduardo Castañeda y Bernardo Callejas, todos de la Comisión Nacional Estudiantil de la AJR. Lo primero que les preguntamos fue: si en el entierro de los milicianos, Fidel había dicho que la revolución era socialista, porque algunos en Matanzas lo estaban comentando. Nos dijeron que si. En la despedida de duelo lo había dicho. La noticia fue un abrazo. Nos apretamos todos en un abrazo, porque aunque había entre nosotros gente de diferentes  procedencias  y de ninguna, todos éramos socialistas y estábamos en espera de ese momento. El batallón de milicianos, comenzó a abrir tricheras y nidos de ametralladora. Dejamos allí a varios de nuestro grupo, entre ellos a Jorge que, al ver al batallón y tanto armamento, se quedó de buena gana. Ahora los barcos se veían más cerca, pero había con qué defenderse en el caso de intentar un desembarco.

Arturo Pollo, Reynaldo Calviac y yo, regresamos con los compañeros de la Dirección Nacional. En el camino, Miguelito nos fue explicando que no se sabía por los lugares que iban a atacar y que la misión encargada por la revolución a la AJR,  era la de neutralizar al enemigo interno junto al MININT y que íbamos a buscar unas armas a Carlos III, donde estaban las oficinas de la Dirección Nacional. Nos repartimos varias armas entre los que integramos aquella patrulla. Recuerdo que en discusión con Callejas y con la intervención favorable de Miguelito, me tocó una ametralladora Thompson con 4 cargadores. Nuestro amigo Pedro Cancio del Seccional Vedado, nos llevó un auto Oldsmobile que habían ocupado en un registro junto con un arsenal de armas. Nuestra patrulla quedó constituida por Eduardo Castañeda, Reynaldo Calviac, Bernardo Callejas, Arturo Pollo y yo, con Miguelito Rodríguez de jefe. El ambiente en la calle era de combate, por todos lados pasaban camiones con milicianos y miembros del ejercito, en todas partes se tomaban posiciones, incuidas las azoteas donde se emplazaban ametralladoras de grueso calibre. Había euforia y cuando pasaban camiones con combatientes se aplaudía y se gritaban consignas. "Patria o muerte", "Viva Cuba" y "Viva la revolución socialista" fueron las consignas del pueblo en ese momento, siempre seguidas por una palabrota de las nuestras.

Entre nuestras tareas estuvo coordinar la salida de las Brigadas pilotos de la alfabetización que, en pequeña escala, ya estaban en el campo como experimento y fueron sorprendidas por la guerra. Se puso como punto de llegada de los brigadistas, el Instituto del Vedado donde teníamos compañeros movilizados. En una de las ocasiones que allí estuvimos vi llegar a dos grandes amigos procedentes de las brigadas piloto: Normita Moreno y Antonio Conte. Andábamos por la zona de Gúines el día 19, cuando nos enteramos que los mercenarios habían sido vencidos. Una mezcla de alegría y frustración, porque queríamos combatir. Tenía 15 años y ni la menor idea de todo lo que faltaba. Miguelito dio permiso para que fuéramos a bañarnos a la casa, porque desde el día 15 no nos bañábamos. Estando allí llegó Humberto González, un amigo movilizado en un grupo antiaéreo que ocupaba la azotea del Focsa y a quien también le habían dado pase. Se enamoró de mi ametralladora Thompson, me dejó su fusil FAL con todos los cargadores y ese fue el fusil, del cual conservo todavía un cargador, con el que terminé los días de Girón.

4 comentarios:

silvio dijo...

Muy recomendable:

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silvio dijo...

EL FIN DE LA CIVILIZACIÓN
Por Alfredo González Ruibal

Justo antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, el sociólogo Norbert Elias dio a la imprenta una obra monumental en la que explicaba el proceso de civilización en Europa desde la Edad Media hasta el siglo XIX. Por civilización entendía el establecimiento de unas normas de conducta que incluían desde la represión de la violencia física a las maneras en la mesa —es decir, diferentes formas tanto de autocontrol como de control social—.

A lo largo de los siglos, los europeos fueron aprendiendo a comer con tenedor, a disfrutar de la privacidad, a desarrollar un cierto sentido del pudor y a no pegarse con el vecino. Lo interiorizamos profundamente. Por eso en las calles europeas ya no hay carteles que prohíban orinar en público, por ejemplo, ni hay escupideras en los bares. El proceso civilizatorio también implica que la vista de la sangre, las vísceras, las heces o la presencia material de la muerte nos repugnen cada vez más. El fenómeno no debe verse, en todo caso, como una forma unilineal de progreso —la Segunda Guerra Mundial demostraría tanto los riesgos de la represión interna inherente al proceso civilizatorio como su fragilidad—.

Pensaba en Norbert Elias recientemente al ver Surcos (1951), la obra maestra del falangista Jose Antonio Nieves Conde. Surcos es difícil de ver, como muchos productos culturales de la posguerra. No solo por la miseria e injusticia presentes en cada fotograma, sino por la chocante falta de civilización en el sentido de Elias.

El mundo de Surcos es un mundo de violencia ubicua y normalizada. Una violencia de género indigerible para nuestra mentalidad actual, pero también violencia de los poderosos contra los desposeídos, de los fuertes contra los débiles, de los débiles contra los más débiles. Conviene recordar que en los mismos años de la película se exponían en los pueblos los cadáveres de los guerrilleros asesinados, de la misma manera que se exhibía la caza.

Parte de esa brutalidad continuó normalizada durante décadas: en mi infancia, en los años 80 no se hablaba de bullying ni de violencia de género, aunque esta última ya no fuera tan obscenamente pública como en Surcos, y puede que reírse de las personas con discapacidad estuviera mal visto, pero todavía formaba parte de la vida cotidiana y no provocaba la censura que provoca actualmente.

Muchos de los debates que tenemos hoy día tienen que ver con el proceso de civilización: la lucha contra la violencia de género y el abuso sexual o el rechazo que producen a un porcentaje cada vez mayor de la población la caza y los toros. Que estos últimos se hayan convertido en marginales sin necesidad de proyectos legales ni educativos indica hasta qué punto el proceso civilizatorio cambia nuestra subjetividad de forma autónoma e inconsciente.

silvio dijo...

El fin de la ... (2 y fin)

Hemos llegado a un punto, sin embargo, donde la civilización encuentra resistencias cada vez mayores. Muchos empiezan a exigir su derecho a no ser civilizados. A ser bastos y faltones, a no respetar a quien no se ajusta a sus cánones de virilidad o feminidad, a no cuidar del entorno en el que viven ni del planeta en el que vivimos todos o a celebrar la violencia contra las minorías.

Lo llaman libertad, pero es falta de civilización. Porque ser civilizado es ser capaz de aceptar límites, respetar a los demás y sentir repugnancia ante la violencia. No es casual que los mismos que celebran la grosería sean los mismos que se muestran impasibles ante la muerte de migrantes o el genocidio en Gaza. Va todo en el mismo paquete.

Actualmente existen dos conceptos de civilización en liza. Por un lado, el que maneja la ultraderecha, que es el racista y colonialista del siglo XIX. Es el que utiliza Netanyahu para justificar las atrocidades en Palestina y Trump para sus deportaciones. Civilización como una forma superior de cultura, característica de Occidente, que nos permite dominar, explotar y masacrar a los demás.

Por otro lado, está el concepto de civilización como aquello que caracteriza a las personas civilizadas, es decir, que se comportan de manera educada y correcta —independientemente de su cultura—.

Puede no sonar muy ambicioso, pero defender a muerte este concepto mínimo de civilización es una de las grandes luchas políticas de nuestro tiempo.

https://www.publico.es/opinion/columnas/civilizacion.html

silvio dijo...

Juan Triana Cordoví: De los incentivos y el marabú