Por Laidi Fernández de Juan
En nuestra corrosiva cotidianidad, muchas preguntas surgen, y aunque la mayoría no encuentra respuesta, de todas formas creemos que de existir alguna, nos aliviaría un poco la dureza de nuestro vivir actual. Por ejemplo: al acudir a un Banco de ahorro (siempre repletos de personas que esperan turno para acceder a las ventanillas o a las mesas llamadas de Comercial o de Banca personal), y luego de hacer la respectiva cola que nunca demora menos de dos horas, llega un apagón, que todos sabemos durará cuatro horas como mínimo. Con gran fastidio, la cola se dispersa y todos nos retiramos, hasta otro día, en que tendremos que pasar el mismo proceso. La pregunta en este caso sería ¿Por qué los Bancos no anuncian sus horarios de apagones? ¿Es tan difícil que además de los letreros que informan los días de pago a jubilados, los horarios, y lossábados en que abrirán sus puertas para el público, añadan en las puertas sus programaciones de cortes de electricidad? Si esto ocurriera, el público sabría si vale la pena o no quedarse en una fila infinita. La respuesta, sin embargo, la intuimos: No lo hacen porque no están seguros. Porque nada es rigurosamente seguro en esta realidad que vivimos. Existen las programaciones de apagones, es cierto, pero ¿se cumplen siempre? (y esta es la siguiente pregunta). La consiguiente respuesta es No. No siempre, al menos. Si se anuncia, por ejemplo, que no habrá electricidad entre las 2 y las 7 de la tarde, eso significa que puede haber apagón desde la 1 hasta las 8, o desde las 12 hasta las 9, o no. Todo es aproximado, incierto. Supongo que eso mismo sucede en los Bancos, aunque insisto, siempre será mejor la duda que la ausencia de información. Algo similar puede decirse de la terrible epidemia de Chikunguya que nos azota.
Luego de varios meses, en los cuales los matanceros clamaban anunciando que padecían síntomas invalidantes, la enfermedad se propagó, como era previsible, y actualmente toda la isla sufre el embate de una arbovirosis que nunca antes tuvo tanta fuerza entre nosotros. La pregunta correspondiente es ¿pudo evitarse la propagación? ¿Es posible que nuestros científicos, en quienes confiamos plenamente, hubieran advertido lo que se avecinaba de no tomarse medidas oportunas? Seguramente sí. La catástrofe de hoy pudo contenerse ayer. Ahora, la realidad terca, imbatible, es que la inmensa mayoría de nosotros o transita por la enfermedad, o se está recuperando, o conoce a alguien enfermo. Nuestros pobres médicos de familia, enfermos o adoloridos ellos mismos, nos reciben en los consultorios sin tener ningún alivio que ofrecernos. Es más un debido mecanismo estadístico que una consulta per se. ¿Debemos colaborar con nuestro sistema de salud, a pesar de saber las limitaciones en cuanto a terapéutica específica, ya que nuestras farmacias carecen de analgésicos y de antipiréticos? Y esta sería otra pregunta importante, en la cual me gustaría insistir. La respuesta es Sí. Aunque solo sea para informar, es necesario que nuestra atención primaria de salud pueda llevar a cabo su función primordial, que es el registro, el control y el seguimientode las enfermedades. Aprovecho para rendir mis respetos a los médicos, con particular énfasis a los especialistas y residentes en Medicina General Integral. Hay que agradecer la encomiable labor que llevan a cabo, superando sus propias dolencias. Ingresar en los hogares a los ya incontables “casos febriles”, y visitarlos con regularidad, exige más de lo imaginable. En lugar de lamentar la falta de recursos (lamento válido, por demás), tenemos el deber moral de agradecerles la atención, al menos la preocupación por nosotros, cuando ellos mismos, y sus familias, padecen la enfermedad.
Caminar la ciudad permite múltiples observaciones. No solo aquellas derivadas de los cortes de luz, de lo cual nos percatamos porque los semáforos no funcionan ni los Bancos están abiertos, sino por la marcha característica de loshabitantes. O sea, de nosotros mismos. Todos andamos adoloridos, exhibiendo la conocida “marcha de patos”, un desplazamiento inestable y oscilante de caderas, como si todos estuviéramos embarazados. Y todos vamos frotándonos las manos, en un vano intento de que el entumecimiento de los dedos se alivie, o disminuya el dolor de muñecas, de los codos. Un espectáculo francamente inusual. Pero que entre nosotros, en estos días, ya nodespierta curiosidad. La gente (o sea, nosotros), camina buscando un quicio, un escalón, un muro donde aposentarse un rato. Porque hay que reposar unos minutos antes de continuar la marcha en busca del pan, de unas zanahorias o de cualquier alimento que se pueda comprar. No voy a hablar de los precios. Eso es motivo de otra estampa. Hoy me limito a reseñar no solo preguntas que se me ocurren, sino el espectáculo estrambótico de poblar una ciudad que cumplió años enferma, y sucia. Quizás lo único admirable de todo sea el empeño en no dejarnos vencer, en esa resistencia que nos tipifica como pueblo. ¿Estamos raros, con dolores, sin saber muy bien qué hacer para aliviarnos? Y esta sería la última de las interrogantes, cuya respuesta es Sí, así andamos en estos días. Pero ojo, no nos dejamos inmovilizar. Porque, hablando en plata, con nosotros no se puede. Con luz o sin ella, con previsiones o no, con colas, con carestías, con un reclamo inacabable para que se suspenda de una vez el endemoniado cerco que intenta asfixiarnos, aquí seguimos. Tan sencillo como eso.
Noviembre, 2025
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