sábado, 8 de noviembre de 2025

Los ojos de Sara

Por Jorge Fuentes

Cuando pasaba por la secundaria donde yo estudiaba, en medio de La Habana, no me quedaba de otra que decirle algo, en una época en que el piroropo no era acoso ni falta alguna, como hoy. Generalmente la veía con el uniforme del preuniversitario, pero muy atildada, con medias y mocasines americanos y mechas rubias en el pelo desrizado color caoba. Todavía no había descubierto la negritud, ni sentía pasión alguna por el mundo marginal que luego describió con entusiasmo y rigor, más influida por los estudios etnográficos y el cine francés que por sus propias experiencias de muchacha negra de clase media. Ella se reía de mis endechas al pasar, pero nunca me contestó nada. Quién me iba a decir que íbamos a trabar fuerte amistad en las reuniones de la Juventud Socialista del Instituto de la Habana, donde por fin nos encontramos. La acompañaba luego hasta su casa ya que vivíamos en el mismo barrio y me enteré tiempo después de andar siempre juntos, nos veíamos todos los días, que su tía había estudiado con mi padre en la universidad y que su padre y el mío eran compinches en el arte de componer canciones que están entrre las que fundaron el movimieto del Filin. Con su hermana y su mamá tuve relaciones verdaderamente familiares, fue ella quien me contó que papá iba a ser el padrino de Sara y que no fue asi por su inesperada muerte. Siendo yo todavía un niño y Sara una muchacha, nuestra relación fue la de dos hermanos que nos quisimos mucho. En el año 60 trabajamos juntos en la AJR, ella en la comisión de cultura y yo en la estudiantil. Nos prestábamos libros, en esa época leímos todo lo que pasó por nuestras manos y fue ella quien me hizo descubrir, "En la Calzada de Jesús del Monte" de Elíseo Diego. No sólo era muy inteligente, también muy independiente y libre, como el resto de sus compañeras de comisión, todas comunistas y muy cultas, entre las que se encontraban Reglita Casanovas, la jefa, Inés Martiatu (Lalita), Amalita y Zoa Fernández, que ya era una destacada actriz. No voy a hacer larga esta historia, quizás algún día lo haga. Ya cuando comenzó con sus primeros documentales, iba a ver sus montajes en moviola y oír los cuentos que tenía de su nueva vida. Fue ella quien me presentó a Titón, a quien apreciaba mucho y él cuando se refería a mi, le decía: "tu amigo". Del mismo modo que Germinal, su marido en segundo matrimonio, cuando tenían algún conflicto me decía: "tu amiga". Su muerte me sorprendió yendo hacia Alemania. En el aeropuerto de Berlín, de pura casualidad, me encontré con Mario Pedroso, el gran amor de Sara en su época del Instituto de La Habana, quien vivía en la Habana Vieja, a donde ella me obligaba o más bien me arrastraba, a visitar a su madre, mientras él estaba en la Sierra Maestra como maestro voluntario. Le di la noticia y ambos nos sentamos en un banco, sin hablar, aturdidos por el golpe. Era gaga, asmática y simpática. Era sabia y arrogante. No estaba en paz con nadie. Pero tenía unos ojos de los que había que enamorarse.

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