Venturas y desventuras de los migrantes cubanos

Por Jesús Arboleya

Según reportan las autoridades de protección fronteriza de Estados Unidos, desde octubre del pasado año hasta febrero del actual, fueron detenidos 47 000 inmigrantes de origen cubano en la frontera sur del país. Aunque apenas representan el 4,7% de las personas retenidas en igual período, para Cuba muestra una tendencia, que se equipara con los momentos de mayor volumen de la migración irregular.

Con probabilidad, los cubanos disfrutan del mejor acuerdo migratorio posible con Estados Unidos. Con vista a evitar flujos migratorios descontrolados, como el que tuvo lugar durante a la llamada “crisis de los balseros”, en 1994 el gobierno norteamericano se comprometió a conceder un mínimo de 20 000 visas anuales a los migrantes cubanos. Este acuerdo se aplicó con bastante rigor, hasta que Donald Trump cerró el consulado en Cuba, con el peregrino argumento de los llamados “ataques sónicos”, supuestamente sufridos por sus funcionarios en La Habana, en 2017. 

En realidad, fue una más de las tantas medidas que tomó ese gobierno para “meter presión a la caldera cubana”. De resultas, por razones que nada tienen que ver con la política migratoria de los dos países, los migrantes cubanos dejaron de disfrutar de un acuerdo que había tenido bastante impacto en la disminución de la emigración irregular, a pesar de que Estados Unidos nunca abandonó totalmente la práctica de recibirlos y darles un trato preferencial.

En una situación agravada por la pandemia y el reforzamiento del bloqueo norteamericano, pudiera afirmarse que de gozar de la condición de “más privilegiado” de los inmigrantes del Tercer Mundo, el migrante cubano se transformó en uno de los menos favorecidos por la política norteamericana. Como era de esperar, en cuanto fue posible, se disparó el volumen de la migración irregular, en especial a través de terceros países. 

Ahora, para gestionar las visas convenidas en el acuerdo, los cubanos deben viajar a Guyana, sin garantías de obtenerla. Las visas de entrada temporal, escasamente concedidas, deben solicitarlas en un tercer país e incluso los que tienen otra ciudadanía, como la española, no pueden optar por la visa “Esta”, un sistema preferencial que se otorga a algunos países. Paradójicamente, donde único los cubanos conservan ciertos privilegios, es cuando logran superar los enormes escollos y peligros de la migración irregular y se presentan en las fronteras norteamericanas. 

En virtud de los acuerdos migratorios, los por lo general son devueltos a Cuba cuando son capturados en el mar, pero reciben un trato preferencial cuando arriban a las fronteras terrestres, especialmente la de México, a pesar de que, en 2017, el presidente Barack Obama canceló la política pie seco/pie mojado, que exoneraba de la deportación a los que lograban arribar al territorio norteamericano. Funciona el argumento del “miedo creíble” para concederles asilo y la legalización de su condición migratoria, gracias a la ley de ajuste de 1965. 

Ello implica que los migrantes requieren llegar a México, ya sea de manera legal o sumándose a las caravanas de que atraviesan la región, a expensas de ser víctimas del tráfico de personas. Lo más cínico de la política estadounidense actual, es que al mismo tiempo que reciben a los cubanos con privilegios, tratan de evitar por todos los medios que lleguen a la frontera, lo que aumenta el riesgo de la aventura.

Así ha surgido el inusual procedimiento de la exigencia de “visas de tránsito” para hacer escala ciertos países, aunque nunca ingresen legalmente a su territorio. Tal exigencia no se justifica por razones de control migratorio, toda vez que se aplica solo a los cubanos, y tampoco es del interés de las líneas aéreas, ya que se violentan sus procedimientos y pierden potenciales clientes. Solo las presiones norteamericanas pueden explicar una conducta de este tipo.

El objetivo es cerrar todas las puertas a la migración cubana y así incrementar las tensiones domésticas en Cuba. Como resultado, el migrante cubano deja de ser tratado en su calidad de sujeto de las políticas migratorias, como ocurre en todas partes, para convertirse en rehén de las estrategias subversivas de Estados Unidos contra Cuba.

En realidad, no es algo nuevo, pero no deja de ser muy grave que las políticas de Tump y Biden hayan implicado un retroceso ostensible de los acuerdos alcanzados, ignorando la conveniencia que reviste para ambos países, como lo demuestra el hecho de que hayan sobrevivido durante casi dos décadas, sorteando otros momentos de extrema tensión. 

El gobierno cubano tiene una escasa capacidad de control sobre estos acontecimientos. La experiencia demuestra que hace más daño que bien, intentar frenar los flujos migratorios mediante medidas coercitivas. Por otro lado, se trata de fenómenos donde intervienen múltiples actores, entre ellos varios estados que actúan en virtud de sus derechos soberanos, por muy cuestionable que sea su actitud. 

No obstante, ello no exime al gobierno cubano de la obligación de proteger y asistir a sus nacionales. En otras ocasiones, ha intervenido a favor de migrantes irregulares en situación de vulnerabilidad en el área mesoamericana, pero es cierto que en otras los migrantes se han visto desprovistos de la atención requerida. Vale entonces destacar la intensidad de la actividad diplomática ejercida en estos momentos y una mayor divulgación de las posiciones oficiales, un paso importante en el mejoramiento de la política migratoria y las relaciones con los emigrados, lo que reviste una importancia estratégica para Cuba, al margen de cuál sea la política de Estados Unidos.