lunes, 26 de noviembre de 2018

Comentarios preliminares sobre el arte de la profecía*

Por Gilbert Keith Chesterton

El género humano, al que muchos de mis lectores pertenecen, ha jugado desde siempre a juegos de niños y es probable que lo siga haciendo hasta el final, lo que supone un engorro para los pocos individuos maduros que hay. Uno de sus juegos predilectos es el llamado "Deja el mañana a oscuras", o también (por los aldeanos de Shropshire, no me cabe duda) "Chotéate del profeta". Los jugadores escuchan con suma atención y el mayor respeto todo cuanto los hombres con luces tienen que contar sobre lo que va a acontecer en la generación siguiente, esperan entonces a que todos aquéllos fallezcan para enterrarlos con decoro y luego siguen su camino y pasan a otra cosa. Eso es todo. Sin embargo, para un género de gustos sencillos no puede haber nada más divertido. 

Pues la humanidad, niña como es, actúa siempre con porfía y a hurtadillas. Y nunca, desde que el mundo es mundo, ha hecho aquello que los sabios juzgaban inevitable. Se cuenta que lapidaron a los falsos profetas, pero habrían lapidado a los profetas genuinos con deleite mayor y más justificado. Por separado, los hombres pueden parecer más o menos racionales cuando comen, duermen o urden algo. Pero la humanidad en su conjunto es veleidosa, mística, inconstante, encantadora. Los hombres, hombres son; pero el Hombre es una mujer.

Ahora bien, en los albores del siglo xx el juego de "Chotéate del profeta" se complicó más que nunca. Ello era que había entonces tal cantidad de profetas y de profecías, que resultaba difícil mofarse de todas sus ocurrencias. El hombre que había hecho por su cuenta y riesgo algo atrevido y descabellado, quedaba al instante paralizado por la idea atroz de que aquello estuviese ya previsto. Nadie, ni el duque que se encaramaba a un poste ni el deán que se emborrachaba, podía sentirse plenamente satisfecho, pues siempre era posible estar cumpliendo una profecía. En los albores del siglo xx no había forma de saber qué terreno pisaban los listos. Abundaban tanto que un bobo resultaba harto excepcional y, cuando aparecía uno, la multitud lo seguía por las calles, lo enaltecía y le otorgaba algún alto cargo en el Estado. Y todos los listos se dedicaban a presentar informes de lo que iba a pasar en la nueva era, todos ellos muy esclarecedores, todos muy sesudos y desgarrados, todos muy dispares entre sí. Parecía, pues, que el inmemorial juego de la mofa de los antepasados ya no iba a poder jugarse más, porque los antepasados prescindían de la comida, del sueño y del ejercicio de la política, entregados como estaban a meditar noche y día sobre lo que sus descendientes podían hacer. 

Pero los profetas del siglo xx tenían una manera muy suya de ponerse manos a la obra. Lo que hacían era observar esto o lo de más allá, algo que a todas luces ocurría en su tiempo, para luego decir que aquello no pararía de aumentar hasta que se manifestase un fenómeno extraordinario. Y solían añadir que en algún lugar inusitado aquello tan extraordinario ya se había producido, lo que constituía un signo de los tiempos.

Allí estaban, verbigracia, Mr H.G. Wells y otros, según los cuales la ciencia se enseñorearía del futuro, y así como el automóvil era más rápido que la carreta, así habría de aparecer otra maravilla a su vez más rápida que el automóvil; e igual hasta el infinito. De esa suerte resurgió de sus cenizas el doctor Quilp, quien dijo que con su artilugio se podía dar la vuelta al mundo lo bastante rápido para sostener una larga charla con alguien de una aldea del viejo mundo, pronunciando una sola palabra de una frase cada vez que se volviese a pasar por allí. Y se contaba que el experimento había sido ensayado con un veterano oficial apoplético que fue lanzado a rodar por la tierra a velocidad de vértigo, de modo que aquélla quedó ceñida (desde la perspectiva de los habitantes de alguna estrella lejana) por una cinta ininterrumpida de bigotes blancos, tez encarnada y chaqueta a cuadros: más o menos como un anillo de Saturno. 

Estaban también los de la escuela antagónica. Entre ellos, Mr Edward Carpenter, según el cual en muy breve plazo de tiempo retornaríamos a la naturaleza y viviríamos de un modo sencillo y apacible, cual animales. Discípulo de Carpenter era el teólogo James Pickie (del Pocahontas College), quien afirmaba que los hombres mejoraban inmensamente al rumiar o ingerir el alimento de un modo pausado y continuo, a la manera de las vacas. Y contaba que él mismo, con los resultados más alentadores, había puesto a cuatro patas a unos cuantos ciudadanos en un campo cuajado de chuletas. Por si eso fuese poco, a Tolstoi y a los Humanitarios les dio por decir que el mundo se estaba volviendo más misericordioso, y que por eso mismo ya nadie desearía nunca aniquilar a un congénere. Y Mr Mick no sólo se convirtió en vegetariano, sino que a la postre declaró condenado el propio vegetarianismo ("el derramamiento", como explicaba con elegancia, "de la verde sangre de los animales mudos"), y predijo que los hombres, en una era mejor, no vivirían sino de sal. Hasta que apareció aquel panfleto de Oregón (donde se ensayó la cosa) intitulado "¿Por qué ha de sufrir la sal?", con lo cual el asunto se complicó todavía más. 

Por otra parte, los había que predecían que los lazos de parentesco se iban a volver más estrechos e implacables. Entre ellos se contaba Mr Cecil Rhodes, para quien en el futuro no existiría más que el imperio Británico y se abriría un abismo entre los que pertenecen a aquél y los que no, entre los chinos de Hong Kong y los chinos de fuera de Hong Kong, entre los españoles del Peñón de Gibraltar y los españoles que no viven allí, un abismo semejante al que existe entre el hombre y los animales más inferiores. Siguiendo esa línea de pensamiento, su impetuoso amigo el doctor Zoppi ("el Pablo del Anglosajonismo") llegaría aún más lejos, al sostener que, en consonancia con la idea antedicha, el canibalismo debería aplicarse para definir la ingestión de un miembro del imperio, no la de ningún miembro de los pueblos sometidos, quienes, decía, tendrían que ser eliminados con el fin de ahorrarles un inútil sufrimiento. El horror que le producía la idea de comerse a un hombre de la Guyana Británica mostraba hasta qué punto entendían mal su estoicismo quienes lo consideraban un hombre falto de sentimientos. Sea como fuere, pasaba por un trance difícil, pues se contaba que había ensayado el experimento y que, pues vivía en Londres, para sobrevivir no disponía de otro recurso que de organilleros italianos. Y así terminó sus días de un modo atroz, porque no había hecho más que empezar cuando Sir Paul Swiller dictó su gran conferencia en la Royal Society, donde demostraba que los salvajes no sólo hacían muy bien en comerse a sus enemigos, sino que además estaban asistidos de razón, moral e higiénicamente hablando, toda vez que era incuestionable que las virtudes del enemigo pasaban, una vez devoradas, al devorador. El caso es que la idea de que la naturaleza de un organillero italiano anidase y creciese irremediablemente en su interior terminó por sobrepasar el aguante del bondadoso y anciano profesor. 

Figuraba también Mr Benjamín Kidd, que decía que el desarrollo de nuestro género tendría como seña de identidad la guarda del futuro y su conocimiento. En su idea abundó William Borker, autor de ese pasaje que todo colegial sabe de memoria, aquel que dice que los hombres llorarán en el futuro ante las tumbas de sus descendientes y que a los turistas se les mostrará el escenario de la histórica batalla que iba a tener lugar siglos después.

Y también Mr Stead descollaba, el hombre que pensaba que Inglaterra estaría unida a América en el siglo xx; no menos que su joven lugarteniente, Graham Podge, que incluía los Estados de Francia, Alemania y Rusia en la Unión Americana, con el Estado ruso abreviado a Ra. 

Y también estaba Mr Sidney Webb, que decía que en el futuro se asistiría a un continuo aumento del orden y la pulcritud en la vida de la gente, y su pobre amigo Fipps, que enloqueció y se puso a recorrer el país entero armado con un hacha y se dedicaba a partir las ramas de todo árbol que no contaba con el mismo número en cada lado.

Todos estos sabios, haciendo gala de las formas de ingenio más variopintas, profetizaban aquello que no iba a tardar en ocurrir, para lo cual se valían de la misma fórmula, esto es, la de invocar algo que a su entender "se consolidaba", como reza la frase hecha, llevando ese algo tan lejos como se lo consentía su imaginación. Tal, declaraban, era la manera más legítima y sencilla de prever el futuro. Decía el doctor Pellkins en un admirable pasaje: 

"Así como cuando vemos en una pocilga a un marrano más grande que los otros, comprendemos, por una ineluctable ley de lo Inescrutable, que algún día será más grande que un elefante; así como cuando vemos que en un jardín crecen hierbajos y dientes de león cada vez más espigados, comprendemos que irremediablemente, no obstante todos nuestros esfuerzos, aquéllos se elevarán por encima de las chimeneas e impedirán la visión de la casa, así también comprendemos y con humildad reconocemos que cuando en la política humana hay una fuerza capaz, durante el espacio de tiempo que sea, de sobresalir en su actividad, esa fuerza continuará su ascenso hasta llegar al cielo". 

Se supo entonces que los profetas habían puesto a la gente (que mientras tanto seguía con el viejo juego de "Chotéate del profeta") en un aprieto sin precedentes. Parecía francamente difícil hacer algo sin que se cumpliese alguna de sus profecías.

Con todo, en la mirada de los peones, de los labriegos, de los marineros, de los niños y especialmente de las mujeres, había algo extraño que mantenía a los sabios en un estado febril o dubitativo. No podían escudriñar la estática fruición contenida en sus ojos. Todavía se guardaban algo bajo la manga: seguían jugando a "Chotéate del profeta". 

Hasta que los sabios se desbandaron y empezaron a gritar aquí y allá: "¿Qué nos deparará el futuro? ¿Qué será de Londres de aquí a un siglo? ¿Queda algo en lo que no hayamos pensado? ¿Casas vueltas del revés... más higiénicas, acaso? ¿Hombres que caminan con las manos... con pies más flexibles, eso sí? ¿La luna... automóviles... gente sin cabeza...?". Y así siguieron con su deambular y sus interrogantes, hasta que murieron y fueron enterrados con decoro.

Después la gente siguió con lo suyo e hizo lo que le vino en gana. Pero ya no quiero ocultar más la triste verdad. La gente se había burlado de los profetas del siglo xx. En el momento en que el telón de esta historia se abre, ochenta años después de la fecha de hoy, Londres era casi exactamente igual a como es en la actualidad. 

*Introducción a "El Napoleón de Notting Hill"

209 comentarios:

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Antílope dijo...

Silvio te mandé un mensajito de felicitaciones. Besos

Andrés Perdomo Guache dijo...

Silvio

Muchas felicidades y que te resulte provechosa la visita a esa querida tierra.

Luis Gómez dijo...

En Colombia todavía no ha terminado el 29. Asi que ¡¡¡¡Un feliz cumpleaños para Silvio, mucha salud y muchos más!!!
SILVIO, este mundo es más bonito cuando vos estás. Un gran abrazo.

la Tucu dijo...

Buen día y por atrasado Feliz cumple a Espe y Adri Bescoechea !!!

Estás en Mexico!!! la Esperanza por estos días de nuestra América del Sur, mientras los lideres del mundo están por nuestras tierras tratando de no pincharse con las espinas de cada uno, egos y aranceles ...

Que bueno tener el mejor cronista en la asunción !!!

Ivonne Olave dijo...

Querido Silvio, te dejo el link con nuestro espontaneo saludo pero cargadito de amor de los segundos citeros chilenos! Larga vida.

https://youtu.be/yyQocgFxGCo

tony antigua dijo...

Matienzo, The fool on the hill es una canción con letra y música de Paul Mc Cartney. La que oyes en los discos es su voz. John Lennon tuvo poco que ver, ni siquiera canta en la grabacion. Esta dedicada a un místico hindú cercano al grupo y que después resultó ser un farsante. De todas formas la interpretación de cada cual es libre.

Mónica L. dijo...

Silvio, te ❤️

silvio dijo...

Hay una nueva entrada

Benito de la Fuente Escalona dijo...

Silvio: espero que la hayas pasado bien en tu cumpleaños. No pude felicitarte oportunamente porque terminé de consumír las 50 horas de interlent de este mes, antier 28. Por cierto, gracias en proporción importante a este adictivo blog y sus links.
Romeo, a quien respeto particularmente, puede tener su razón en lo de que los dirigentes de ahora tienden a seguir la rima que aprendieron e interiorizaron. Pero creo que eso no agota, ni mucho menos, los motivos, sino que se debe más bien a que es más cómodo (y al parecer más conveniente para ellos) seguir la rutina y lo trillado en lugar de aprender de los errores, rectificar, crear y tomar riesgos –imprescindibles por demás cuando de vivir se trata. Esto porque el status quo no los machaca, como a la inmensa mayoría de la gente, ni tienen que EXPLICAR y JUSTIFICAR las medidas que van tomando… y las que NO van tomando. Pues no creo que su formación como cuadros, por muy “ortodoxa” que haya sido, pueda cegarlos al extremo de ignorar cómo ha cambiado el mundo y los países socialistas ¿o ex socialistas? dentro de él, incorporando agresivamente el mercado en su esquema socioeconómico. Y con positivos resultados.
Si quienes no nos dedicamos a esos asuntos, porque no somos estadistas ni mandantes, nos damos cuenta, y muchos conocedores de la materia hablan extensa y críticamente sobre los mismos, ¿cómo pueden no percatarse ellos, que “viven de eso”? Y, sobre todo, cuando no se trata de cambiar más o menos las cosas, con acciones cosméticas o el socorrido “como si”, ya que lo que se decide es el destino de todo un país y de la Revolución, en definitiva.
Se impone que, al menos, quienes dirigen den la cara al pueblo directa y transparentemente y digan qué es lo que piensan hacer con los documentos programáticos aprobados, y cómo se entiende que estén tomando medidas concretas que, al parecer, los contradicen o eluden. En su lugar está el acostumbrado “dejar traslucir” algo que habría que leer o interpretar entrelíneas, casi cabalísticamente. Práctica que quizá esté bien para una monarquía absolutista en variante mística, pero no para una democracia.
Ahí está la Mesa Redonda que, sin dudas, multiplicaría varias veces su audiencia con UN DAR LA CARA INFORMATIVO, respetuoso con la gente, tan necesario. Ni siquiera pido un debate entre dos partes, que sería lo ideal… pero impensable por lo que se sabe. Las preguntas y temas expuestos por el Prof. Morales en una entrada anterior de este blog, además de otras muchas opiniones y reclamos de varios informados y agudos participantes (¿no les sonarán los oídos?), incluido Romeo, pueden servirles de sobra como material para hacer 20 programas de esos y clarificar la mente de la gente, que seguro lo agradecería. Al menos para ubicarnos y despejar un poco de incertidumbre. ¿O es que estoy incurriendo en algún disparatado desacato o un pecado de lesa autoridad con esta sugerencia?
Si es así me retracto. Jejeje. Aunque, con la libertad que me concedo –y con la verdad- ni ofendo ni temo, como apuntara el prócer de Uruguay, Artigas, en su momento.

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