miércoles, 26 de marzo de 2025

Ruido y daño irreversible

 Por Malva Rodríguez González

Cuando se toma consciencia de algo, aun cotidiano pero que nunca antes habíamos notado, de repente es todo lo que percibimos. Como cuando estudiamos la Ley del Tránsito y  vemos mil infracciones, o cuando aprendemos lo que son los micromachismos y la sociedad deja de verse de la misma forma. Algo similar me pasó cuando aprendí sobre las células ciliadas en la clase de Fisiología de la Ejecución en la ENA (Escuela Nacional de Arte).  

Estas células, que se encuentran en el oído interno, son las encargadas de convertir las vibraciones del sonido en señales eléctricas que el cerebro interpreta como lo que escuchamos. En el documental que vimos ese día en clase aprendimos que, al nacer, nuestras células ciliadas están intactas y funcionan a la perfección. Por eso, en los primeros años de vida, nuestra audición es extremadamente sensible, contando con un rango completo de frecuencias, desde las más agudas hasta las más graves. Esta es la razón por la cual a los bebés puede resultarles molestos muchos ruidos que los adultos percibimos como normales.

Con el tiempo vamos perdiendo estas facultades por causa de un deterioro que puede estar provocado por simple envejecimiento natural o por la exposición a sonidos fuertes. Estos pueden ocasionar un daño irreversible a la audición, porque las células ciliadas no se regeneran; o sea, cuando mueren, desaparecen para siempre.

Una vez que asimilamos esta información, se adquiere una conciencia diferente en cuanto al cuidado de la audición y aun más para quienes el oído es una herramienta indispensable en su trabajo.

Hoy día la contaminación sonora es un fenómeno cotidiano; está completamente normalizada en la sociedad cubana. Lo mismo en conciertos que en fiestas, cafeterías, clases de spinning o medios de transporte.

Pero primero, ¿a qué me refiero con contaminación sonora? Nada tiene que ver con el tipo de música o la calidad del audio. Se considera contaminación sonora cualquier sonido que supere los decibeles recomendados por la Organización Mundial de la Salud (OMS); o sea, 65 db durante el día y 40 db por la noche. Son estos los parámetros que se reconocen como cívicos, al encontrarse muy alejados de los límites de riesgo fisiológico. Simple cortesía. 

Sin embargo, la exposición prolongada a emisiones de 85 db o superiores puede llegar a ser, además de nada amable, dañina para nuestros oídos. 

Las formas más sencillas de medirlo sin medios técnicos son: tener que gritar para comunicarse, que los oídos comiencen a silbar o incluso duelan, y si, cada vez que suena el bajo de la música, se siente retumbar todo el cuerpo. Dadas estas condiciones, probablemente el volumen esté demasiado alto.

Donde menos justificación tiene es en los conciertos en teatros. Si fuera al aire libre, puede llegarse a comprender que, para superar el ruido ambiente, o al encontrarse el público más disperso y lejos de los altavoces, es posible que sea necesario el sonido alto (aunque si estuviera más bajo también se agradecería). Pero, ¿en una sala de concierto? ¿Con todas las condiciones para escuchar en un entorno controlado? En estos casos, lo considero imperdonable. Varias veces mis amigos y yo hemos tenido que cubrirnos los oídos con cualquier cosa que hemos encontrado para intentar protegernos del exceso de volumen. 

El principal problema es que es un círculo vicioso. Hay costumbre de escuchar música alta, por tanto la audición empeora, y termina necesitándose subir aun más el nivel, con mayor perjuicio para el oído. Y así sucesivamente. Pasa con los músicos también, ya que muchas veces, al estar en un escenario, para escucharse mejor entre tanto estímulo sonoro, no tienen más remedio que optar por una referencia altísima.

En las cafeterías y espacios afines es simplemente mal gusto. Nunca he visto a alguien pedir que se suba la música en un café porque las conversaciones se escuchan demasiado bien. 

Como sociedad, falta una conciencia general sobre el cuidado de la salud auditiva, la propia y la ajena. Normalizar los volúmenes moderados para poder hablar y entendernos cuando hay música de fondo, por ejemplo. Naturalmente no siempre es posible; yo misma, estudiando, muchas veces supero los 85 db, por momentos. Se trata simplemente de comprender el cuidado que exigen las células ciliadas de nuestros oídos: una vez que las perdemos, no hay vuelta atrás.

https://oncubanews.com/opinion/mas-alla-de-un-piano/ruido-y-dano-irreversible/

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