Por Álvaro García Linera
Fue Bourdieu quien comprendió que una de las cualidades definitorias de los estados modernos es su capacidad de monopolizar las fuentes de enunciación de “verdades” sociales con efecto vinculante en un territorio. No se trata de que sus declaraciones sean verdaderas; de hecho, muchas veces son falsas. Pero, regularmente, son aceptadas como “verdaderas” por una sociedad que las asume, tolera y cumple. A esto él le llamó el monopolio estatal del capital simbólico que permite que sus acciones y enunciados sean portadores, por lo general, de un implícito consenso colectivo.
El núcleo de la legitimidad
Ciertamente, el Estado no es la única portadora de legitimidad. La sociedad civil siempre es la fuente originaria de los consensos y en su interior existen múltiples motores de legitimación, como los medios de comunicación, las iglesias, las universidades, los sindicatos, los intelectuales, “influencers” etc. Pero se trata de legitimidades fragmentadas, referidas a los miembros de la cofradía religiosa, a los partícipes de una rama de “opinión pública”, a los agremiados, etc. En cambio, las legitimaciones universales, generales, comunes a todos, tienden a concentrarse en el Estado.
Por ejemplo, el monopolio de las titulaciones que certifican conocimientos escolares; la elaboración de leyes que supuestamente favorecerían por igual a todos los ciudadanos, o el ejercicio de la seguridad publica que disminuye los delitos, etc. No importa si el estudiante obtuvo calificaciones por favores económicos, o si tal ley resultó de sobornos a gobernantes para favorecer algún negocio inmobiliario privado o, si las infracciones a la propiedad disminuyen a costa del aumento de las agresiones con uso de violencia, etc. Al final la certificación estatal garantiza la “verdad “del conocimiento adquirido, del beneficio colectivo de la ley o de la reducción del delito. El Estado puede llevar adelante estas arbitrariedades con recursos públicos sin que gran parte de la población se entere o, cuando se entera, lo haga aceptando lo que la información oficial y los portavoces oficiales justifican.
Esta legitimidad de las acciones estatales se verifica, cuando el orden social funciona con regularidad. Pero la legitimidad se paraliza o fragmenta cuando el régimen económico o político entra en crisis. Las enunciaciones estatales dejan de ser creíbles; sus narrativas no generan adhesiones y el acatamiento a sus disposiciones se pone en duda. Es como si el Estado y sus funcionarios, hasta entonces portadores de una cierta aura de excelencia y superioridad, regresaran a la terrenidad del descrédito e impugnación cotidiana.
Pasó en Argentina el 2002 tras el fracaso de la convertibilidad; pasó en Grecia tras la recesión y austeridad impuesta por la “troika” europea y, en general, con el ascenso del ciclo de protestas sociales y la llegada de gobiernos progresistas o “populistas” en Latinoamérica y otras regiones del mundo. El que la emergencia de gobiernos “populistas” venga en medio de un malestar económico, la pérdida de ingresos, reconocimientos o la sensación colectiva de un agravio por parte de las viejas elites, no es un hecho menor. Habla de que el monopolio de la legitimidad siempre requiere una materialidad de verosimilitud, sin la cual, sencillamente se desploma.
La respuesta bourdiana respecto a que el monopolio estatal del poder simbólico se basta a sí mismo para fundar su eficacia no puede explicar por qué en ocasiones de crisis, la legitimación estatal se erosiona o desploma, que es el equivalente a responder que es lo que los sostiene.
Y es que el monopolio estatal de la enunciación legítima tiene como condición subyacente el monopolio de los bienes, condiciones y recursos comunes de la sociedad. Como señaló Marx, ese es precisamente el núcleo del Estado y sobre cuya gestión reposan los rangos de credibilidad o incredulidad de las enunciaciones estatales.
La condición de posibilidad de la legitimidad estatal radica en la gestión gubernamental relativamente “universal” de esos bienes y condiciones comunes (impuestos, riquezas públicas, derechos, reconocimiento, bienestar social, etc.). La estabilidad económica y derechos básicos garantizados establece un marco de recepción tolerante de las emisiones estatales y habilita una lucha política partidaria alrededor de esta centralidad. Pero cuando los bienes materiales y simbólicos de la sociedad se contraen, se reparten de maneras agresivamente segmentadas; cuando las condiciones generales de la vida social se fracturan, lo común (por monopolios) deja de ser verosímil, esto es, la autoridad estatal se corroe, dando lugar a una crisis de hegemonía.
Un régimen estatal puede convivir con la degradación de condiciones de vida, el enojo social, la pérdida de derechos e incluso el ejercicio arbitrario de la represión, siempre y cuando se trata de segmentos minoritarios de la población: minorías sociales, ramas sindicales, estudiantes o habitantes de una región. Pero cuando el deterioro de las condiciones de vida abarca a mayorías sociales, cuando el recorte de algún derecho es generalizado, la ofensa o represión es indiscriminada, el sentido de lo común, de lo universal es puesto en jaque y, con ello, la propia plausibilidad del régimen estatal vigente. Son tiempos de descrédito de los gobernantes; el monopolio de los consensos estatales se fisura por todas partes. El gobierno deja de ser creíble y haga lo que haga, siempre estará bajo sospecha publica o burla.
Las crisis económicas, los recortes de derechos o reconocimientos siempre anteceden a una parálisis y fragmentación de la legitimidad estatal pues el horizonte predictivo común imaginado, alrededor del cual las familias y las clases sociales ordenen el curso esperado de sus vidas, se desquicia, se desploma, desmembrando el sentido de cohesión y destino compartido. La divergencia de elites políticas, la polarización social, que en ocasiones ha llevado al ascenso de los progresismos (Latinoamérica, España, Gran Bretaña), de los autoritarismos y populismos (Trump, Orban, Meloni) en las últimas dos décadas, han estado precedidos de retracciones económicas y visibilidad de agravios, propios de la fase descendente del orden económico neoliberal global.
Legitimidad fragmentada
La corrosión de la legitimidad estatal no necesariamente extravía la fuente de los consensos sociales. Provoca una crisis de hegemonía, una crisis del régimen estatal, es decir, un estupor en la forma de organizar la vida en común y el destino común imaginado de las sociedades. Pero da lugar a la expansión de otras fuentes de legitimidad desde la sociedad civil, bajo la forma de acción colectiva, politización de nuevos sectores anteriormente apáticos, cambios bruscos en los temas de interés de la opinión pública, papel creciente de las redes, protagonismo de nuevos intelectuales, etc. Que disputan credibilidad con el discurso oficial. Cuando esas fuentes de nuevos consensos y proyectos de reforma del Estado y la economía se canalizan al interior del viejo sistema de partidos políticos, se producen cismas y reformas profundas al interior de sus ideologías y propuestas económicas, más la transición hegemónica se lleva a cabo mediante cataclismos regulados. Es el camino, por ahora, de EE.UU, Gran Bretaña, Argentina con el kirchnerismo. Cuando el malestar social se canaliza por fuera del esquema de partidos tradicionales, emergen nuevas fuerzas y discursos políticos rupturistas, que reconfiguran el sistema partidario, como en Brasil, Francia, Alemania, España, Uruguay o, recientemente en Argentina. Que esperpentos políticos como Milei en Argentina, puedan imponer arcaísmos monetaristas como solución a los problemas de inflación no es una astucia de manejo de redes, sino el resultado del hastió de una sociedad ante un Estado intervencionista que agotó sus reformas y llevó al país a una inflación del 160% anual.
Pero cuando las fuentes de legitimidad se estacionan en nodos activos de la sociedad civil movilizada, como sindicatos, gremios, flujos de acción colectiva y sus representantes emergentes, la crisis de legitimidad estatal es radical. Estamos no solo ante el agotamiento temporal de una parte de las “verdades” estatales, sino además del surgimiento de otras “verdades” con pretensión de universalidad, de nuevos comunes cohesionadores. Por ello, no bastará un recambio de narrativas y programas de las antiguas elites, como en el primer caso, ni a una ampliación de elites, como en el segundo, sino que conducirá a una sustitución de los bloques sociales con capacidad de producir nuevos esquemas universales para toda la sociedad, un nuevo horizonte predictivo y, con ello, una nueva coalición social con capacidad hegemónica.
Es el momento de lo que Gramsci llamó un “empate catastrófico” entre una fuente de legitimidad estatal en declive, raída y devaluada, y fuentes de legitimación social portadoras de grandes reformas sociales.
Que el conglomerado de instituciones monopolizadoras de lo común (el Estado) que es capaz de movilizar recursos comunes se muestre en competencia e, incluso, en desventaja ante nodos de la sociedad civil cuya virtud es, por ahora, solo una promesa de una manera de organizar esos recursos comunes, habla del poderío político de la imaginación colectiva, la esperanza, sobre esos recursos comunes al momento de definir la formación de los liderazgos históricos y las hegemonías duraderas.
En todo caso, lo relevante del ocaso de un sistema de legitimación estatal es la disonancia entre esquemas de emisión estatal y esquemas de recepción social. Es como si hablaran idiomas distintos o, las palabras tuvieran significados diferentes. El desquicio y pavorosa orfandad que todo ello provoca en los gobernantes queda perfectamente graficada en la creencia de la esposa del presidente chileno Piñera que calificaba a los sublevados del 2019 como “alienígenas”.
A la vez, la parálisis de creencias estatales no puede ser indefinida, por lo que, casi paralelamente, sectores crecientes de la población se ven impulsados a abrazar una disponibilidad o apetencia a nuevas creencias compartidas, habilitando una audiencia a los renovadores de los viejos partidos, a los marginados del sistema de partidos, convertidos ahora en adalides de una renovación intelectual y moral de la política o, a las enunciaciones resultantes de la acción colectiva.
Y es que allí donde la transición de esquemas estatales de legitimación viene acompañada de estallidos sociales, son estos movimientos sociales los que también actúan como intelectuales colectivos capaces de promover quiebres y adhesiones cognitivos en amplios sectores populares. La acción colectiva siempre actúa como epifanía cognitiva, como gramática de nuevos cursos de acción posibles de la sociedad sobre los modos de organizar la vida en común, es decir, de disputar los universales legítimos de una sociedad. Lo que en la literatura se estudia como “doble poder” es una variante radical de este factor disruptivo de lo decible y lo posible que acompañan los momentos de efervescencia social.
En resumen, a estas tres formas de transición de un régimen de legitimación estatal, corresponderán formas instituciones y discursivas diferentes de formación del nuevo régimen de legitimidad.
Legitimidad extraviada.
Pero también puede darse que al eclipse de un régimen de legitimación estatal no le acompañe un sustituto desde el viejo sistema de partidos, ni desde los “outsiders”; ni una regeneración desde la ausente movilización social. Y entonces el consenso social entra en un periodo temporal de descomposición, fragmentado y en cámara lenta, que es lo que precisamente sucede hoy en Bolivia. Pero claramente, esto tampoco puede ser duradero.
https://www.pagina12.com.ar/781047-el-monopolio-de-la-legitimidad
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Donald Trump a calzón quitado
Por David Torres
La mejor definición que conozco de la democracia estadounidense la dio Charles Bukowski en una columna para la revista contracultural Open City: "Que te den la oportunidad de elegir entre Nixon y Humphrey es como que te den la oportunidad de elegir entre comer mierda caliente y comer mierda fría". Corría el año 1968 y la guerra de Vietnam estaba en su apogeo. Desde entonces, el partido republicano y el demócrata han cambiado mucho y ni Nixon ni Humphrey tienen nada que ver con Trump o Harris; sin embargo, la observación no sólo es pertinente a día de hoy sino asombrosamente exacta en cuanto a la oferta política expresada en términos escatológicos. De lo que no estoy tan seguro, en el caso de Trump y Harris, es de quién representa la mierda caliente y quién la mierda fría.
Leo a columnistas y politólogos compungidos y aterrados ante la victoria de Donald Trump y me pregunto si en verdad vivo en el mismo mundo que ellos. Al parecer, estábamos viviendo una edad dorada dirigida por un moderno Pericles, un hombre que había rescatado a Estados Unidos de las brumas de la ignominia y la posverdad, y apaciguado al mundo bajo la égida de una nueva pax americana. Puede que me equivoque, pero lo que yo he visto durante los cuatro años de Joe Biden al frente del imperio es a un cadáver presidencial en estado de coma, una momia incapaz de hilar dos frases coherentes seguidas y que, nada más aposentarse en la Casa Blanca, logró encender una guerra a las puertas de Europa.
En cuanto a la política nacional, fíjense si será impresionante y duradero el legado de Biden que las urnas lo han refrendado con la derrota más humillante del partido demócrata en décadas. Control del senado, número de gobernadores, control territorial, apoyo popular: Trump sale del baño electoral como un presidente con poderes casi ilimitados. Confirman la grandeza de la democracia estadounidense más de trece millones de votos demócratas perdidos (por un millón y medio para los republicanos) respecto a las pasadas elecciones. Con sólo 135 millones de votos para 244 millones de votantes convocados, la abstención ha ganado por goleada, quizá porque la mayoría estaba desmotivada, quizá porque escoger una papeleta es muy difícil, quizá porque la gente se informa a través de la tostadora, o quizá porque más de cien millones de votantes han decidido que, entre mierda caliente y mierda fría, lo más saludable es abstenerse.
Donald Trump... (2 y fin)
No soy muy optimista respecto a lo que pueda depararnos el futuro al mando de Donald Trump, como tampoco lo sería de haber ganado las elecciones Kamala Harris. Es posible que el "Loco del pelo rojo" -esta grotesca reencarnación de Van Gogh al que una bala por poco no le arranca una oreja- nos lleve directamente a una Tercera Guerra Mundial, aunque los mandatos que verdaderamente estuvieron empantanados de masacres y conflictos globales (Siria, Libia, Ucrania, Israel, Gaza, Líbano) fueron el de su predecesor y el de su heredero en el cargo. Pese a su tono vociferante e insensato, la de Trump fue, con diferencia, la presidencia más tranquila y pacífica en términos geopolíticos desde Carter: una anomalía a la que la pandemia del coronavirus contribuyó bastante.
Sin embargo, pocas veces se habrá visto el proceso electoral estadounidense mejor representado que con la victoria incontestable de un candidato con varios juicios pendientes por diversas causas criminales, desde agresiones sexuales al asalto al Capitolio. La diferencia es abismal respecto a Obama, quien partió con un Premio Nobel de la Paz bajo el brazo, y Biden, que parecía simplemente un anciano algo despistado y adorable. Pero bastan el recuerdo de lo ocurrido en Libia (reducida a un mercado de esclavos tras una guerra sanguinaria) y en Gaza (sometida a un genocidio incalificable) para asignar eternamente a Obama y a Biden el epígrafe de genocidas y criminales de guerra. Con Trump los estadounidenses han querido ir sobre seguro, sin disfraces ni publicidad engañosa, y elegir directamente a un agresor sexual y delincuente convicto. A ver qué pasa.
https://blogs.publico.es/davidtorres/2024/11/08/donald-trump-a-calzon-quitado/#md=modulo-portada-fila-de-modulos:4x15-t2;mm=mobile-medium
El huracán ‘Rafael’ causa estragos en Cuba y agrava la crisis eléctrica de la isla
Por Carla Gloria Colomé
Cuando Saraís González despertó este jueves, supo que era mucho más pobre de lo que había sido hasta el miércoles. La fuerza con la que el huracán Rafael pasó en la tarde por Alquízar, su pueblo en el occidente de Cuba, arrasó con los techos de la cocina, el baño y un cuarto de la casa. “Fue horrible lo que vivimos ayer, horas de incertidumbre, de terror”, relató a EL PAÍS. “Mi bebé lloraba sin consuelo, estábamos encerrados en el cuarto, luego tuvimos que encerrarnos en el clóset, y mi esposo debajo de la cama. Ahí estuvimos las horas en que el aire estuvo batiendo fuerte. Por la mañana, cuando me desperté, fue triste ver cómo nos invade esta miseria, además de las necesidades que ya tenemos”.
Casi 24 horas después de que Rafael atravesara Cuba con una fuerza de categoría 3, apenas se conoce el alcance de la devastación que dejó a su paso por la zona occidental del país. Muchos permanecen completamente incomunicados luego de que la empresa estatal Unión Eléctrica informara en la tarde del miércoles, horas antes de la llegada del huracán, de la desconexión total del sistema energético nacional.
La tormenta tocó tierra pasadas las cuatro de la tarde en Playa Majana, a unos 75 kilómetros al suroeste de La Habana, con vientos de hasta 185 kilómetros por hora (115 mph). Sobre las siete de la noche abandonó la isla pasando por Bahía de Cabañas con categoría 2. El tempo fue suficiente para dejar una estela de estragos.
El Ministerio de Energía y Minas reconoció que el restablecimiento del servicio eléctrico en la zona occidental de Cuba será “un proceso lento”, pero, aunque a cuentagotas, algunas imágenes y videos que comienzan a circular a través de las redes sociales muestran parte del desastre: caída de árboles, inundaciones por las marejadas y las fuertes lluvias, colapso de algunas estructuras. Varias personas en la provincia de Artemisa, en el sur, aseguran haber perdido el techo de sus casas. Gran parte del tendido eléctrico se encuentra completamente dañado, lo que empeora las condiciones de una red afectada por una oleada de apagones masivos. El poblado Jibacoa, al centro del país, quedó incomunicado a causa de las lluvias. Miles de personas fueron evacuadas.
Las autoridades cubanas aseguran, sin embargo, que el fenómeno natural no dejó ninguna víctima mortal a su paso. El mandatario, Miguel Díaz-Canel, indicó en X que el Gobierno destinó recursos a la recuperación de las provincias de Artemisa, La Habana y Mayabeque.
El huracán "Rafael"... (2 y fin)
Este año la temporada ciclónica ha sido especialmente devastadora para Cuba. Rafael tocó suelo cubano dos semanas después de que lo hiciera Oscar, el huracán que el pasado 20 de octubre sorprendió a los habitantes del oriente de la Isla con vientos de hasta de 130 kilómetros por hora. A los pobladores de zonas como Imías, Maisí, Baracoa y San Antonio del Sur, que aún estaban incomunicados por el apagón nacional que mantuvo a toda Cuba completamente a oscuras por más de tres días entre el 18 y el 22 del mes pasado, no les dio tiempo a enterarse de la llegada de Oscar y vieron la catástrofe ante sus rostros: crecidas de ríos, más de 30.000 evacuados, enormes pérdidas materiales y al menos 20 personas desaparecidas, aunque la cifra oficial eleva a ocho las víctimas mortales.
Varios grupos de cubanos en el exilio que han estado ayudando con el envío de insumos a la isla por los daños ocasionados por Oscar ahora redoblan sus fuerzas para mitigar la destrucción que provocó Rafael. Algunos Gobiernos u organizaciones internacionales también informaron de ayuda destinada a resarcir los daños en la isla. Canadá anunció anteriormente una donación de 400.000 dólares destinados a servicios de agua, saneamiento e higiene y suministros de auxilio. La empresa mexicana Richmeat donó 100 toneladas de carne para apoyar con la alimentación de las familias afectadas por Oscar. La UNICEF envió a la isla un cargamento de 1.498 kilogramos de insumos médicos y el Programa Mundial de Alimentos (PMA) se comprometió en ayudar con equipamiento técnico y módulos alimentarios.
https://elpais.com/us/2024-11-07/el-huracan-rafael-causa-estragos-en-cuba-y-agrava-la-crisis-electrica-de-la-isla.html
Por correo:
El mundo y Cuba ante la nueva situación post electoral en EEUU (“una tabla sobre un mar violento”)
Por Julio Carranza
En ese enorme país que nació con el arado en una mano y la biblia en la otra, son los EEUU profundos y rurales, ignorantes y manipulables, amantes de las armas a lo Oeste y del dinero, racistas y machistas, los que suelen conformar una mayoría que apoya a un ser como DT.
Las grandes ciudades más cultas y las universidades, que son quienes aportan la inteligencia y el poder económico, son manchas que con frecuencia suelen perder la mayoría y poner en manos de esa masa ordinaria y prepotente, como la que asaltó el Capitolio, el poder de esa gran potencia; así funciona la democracia americana y claro que hay mucha gente de buena voluntad y excelentes cualidades, solidarios, pero me refiero a los resultados que suelen imponerse. El tema es complejo, solo trato de sintetizar mirando los resultados.
DT, un ser sin empatía ni escrúpulos, como demuestran una y otra vez las evidencias de su propia vida, culpado ya por sus diversos crímenes, lidera y manipula a esa masa ordinaria que dice amar y que en realidad desprecia. Dada la influencia que tienen en el mundo es una situación lamentable para la humanidad.
Ahora bien, DT va a ser favorable para el mundo multipolar que se viene; paradójicamente, es una buena noticia para Putin y para Xi, Make America Great Again (lo cual es bueno porque favorecerá un mundo multipolar), pero una mala noticia para un país aislado en su frontera sur como Cuba. Claro que muchas cosas pueden pasar, unas y las contrarias (estamos tratando con un ser que solo tiene intereses), son los meandros de la historia, pero esa parece será la tendencia.
Ahora lo tiene todo sin merecer nada, la Corte, hecha a su imagen y semejanza, el Senado, la Cámara y el poder ejecutivo. O sea, su único límite, quizás, es el deep state y en lo que a Cuba se refiere (que en realidad está muy lejos de ser una prioridad) una cohorte de tristes personajes, con algún poder, hablándole al oído y reclamándole una política dura.
Aquí, ¿será que lo entendemos?, solo nos queda transformar este país con urgencia e integralmente, a ver si podemos emerger de este agujero en el cual nos encontramos y salvar esta nación. Somos “una tabla sobre un mar violento”, somos nosotros esencialmente, no esperemos por “ángeles de la guarda”; se necesita audacia política y visión estratégica. Es un desafío enorme del cual solo podríamos salir nosotros mismos. ¿Podremos? ¡Es la gran pregunta a responder! Depende de lo que hagamos, creo yo, y el tiempo es una variable muy crítica.
Noviembre 7 2024
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