Por René González
Voy a lanzarme a nadar contra la corriente. O contra algunas, o todas, o ninguna. Ni sé. Pa´las veces que hay corriente.
Pero debo comenzar recordando que Alejandro Gil no es culpable hasta que se demuestre su culpabilidad en un juicio. La presunción de inocencia es una de las piedras angulares del debido proceso. Sólo después de este se determinará si es culpable de uno, alguno o todos los cargos.
Aclaro que no lo conozco. Jamás lo he visto personalmente. Para sus subordinados en el Ministerio de Economía, con quienes he tratado, y mucho, para que la entidad que dirijo pueda superar los obstáculos que impone el bloqueo interno, sólo tengo sentimientos de gratitud. Que nuestro éxito haya sido relativo es sólo muestra de que los condicionamientos burocráticos que hemos creado durante años superan cualquier crimen de algún ministro de economía.
Pienso que el explosivo comunicado de la Fiscalía General de la República, luego de tan ensordecedor silencio, ha generado un debate que nos hace más daño que beneficio. Sin pretensiones de callar a nadie, sugiero que demos oportunidad al proceso para retomar ese debate, sobre bases más sólidas. Serenémonos un poco y esperemos que el proceso evacúe nuestras preocupaciones, dudas o vacíos informativos. El que espera lo mucha espera lo poco, como dice el refrán.
Ello implica, por supuesto, que la demanda por un juicio público, abierto y transparente, sea satisfecha. Las causas 1 y 2 de 1989, o el juicio a Marcos Rodríguez en relación al crimen de Humbold 7, bien pudieran servirnos de referencia. No estamos en condiciones de pedir a la gente que crea por fe.
Si ese fuera el caso, espero que saquemos lecciones muy útiles sobre temas que se han suscitado, como resultado del caso. Tansparencia, política de cuadros, control popular, el papel de la Asamblea, clichés como los dichosos métodos y estilos de trabajo y otros que se repiten, para seguirse repitiendo.
Pero no nos sigamos disparando los unos a los otros, dentro de la misma trinchera, que no estamos en condiciones para eso. A no ser que queramos proveer al enemigo verdadero de la oportunidad de ofrecernos, a todos, una muerte gloriosa.
Ahora mismo, en el oriente del país, se libra una epopeya gloriosa por la vida. Sumémonos a ella, en lo que el sistema judicial dilucida para todos este otro conflicto, que aunque no menos importante, no debemos convertir en terreno en que se ahonden nuestras diferencias.
Que se haga lo que corresponde, y que luego genere el debate necesario, sereno y serio, sobre las falencias que generan casos como este.