martes, 22 de octubre de 2024

Entrevista a Joan Manuel Serrat

 Por Carlos Marcos

A Joan Manuel Serrat (Barcelona, 80 años) le pica el brazo derecho. Se lo rasca con energía. Le ha picado una avispa y, en su caso, eso se debe a que últimamente pasea largo rato por el campo y lo hace en manga corta. “Bueno, no pasa nada”, se baja la manga de la camisa que lleva el día de la entrevista (realizada esta semana) sin dar importancia a la picadura. La forma en la que ha surgido esta entrevista refleja bien su actual situación: sin manager, sin discográfica, sin disco que promocionar, sin ningún intermediario… Tres o cuatro mensajes compartidos por WhatsApp y la cita se fija en una oficina que posee en Barcelona. “Me sabe mal que hayas tenido que viajar. Seguro que has debido madrugar…”, se preocupa, y no hay motivo: dos horas y media de tren desde Madrid para charlar con tranquilidad con probablemente el músico que más ha penetrado en el alma de catalanohablantes e hispanohablantes.

 

Serrat se despidió en 2022 con una gira que finalizó el 23 de diciembre en Barcelona y desde entonces no ha parado de recibir homenajes y premios. El inminente, el Princesa de Asturias de las Artes, que recoge el 25 de octubre en Oviedo. Responde primero mirando al vacío, buscando las frases más elocuentes y, luego, cuando ya ha emprendido el buen camino, mira a los ojos. A pesar de su pesimismo general con la situación política y social, habla con tranquilidad y cierta ternura. Se ríe mucho, cuando se requiere. Tras la entrevista, dirá: “Me he ido por las ramas muchas veces. Bueno tú corta y pon ‘divaga’ entre paréntesis”. Y sonríe…

 

Pregunta. Fue muy serratiano lo que dijo en la rueda de prensa después de que le concedieran el Princesa de Asturias de las Artes, el pasado abril: no sabía nada y cuando se lo comunicaron su plan del día era renovarse el carnet de conducir. ¿Lo llegó a renovar?

 

Respuesta. Sí, sí, lo renové después. Lo hago en una de esas clínicas donde te hacen todas las pruebas. Lo curioso es que no conduzco. Pero lo renuevo por si un día me echan de casa… (risas).

 

P. ¿Qué le ha ofrecido la vida en estos dos últimos años, desde que se despidió?

 

R. Que puedo disponer de mi tiempo mejor. Puedo dejar para mañana lo que no quiera hacer hoy y mi mujer y yo tenemos más tiempo para viajar a nuestro antojo. Yo lo resumiría con una frase que escuché a alguien: “Esto de no hacer nada, si te lo tomas en serio, es un no parar”.

 

P. ¿Usted se encontraba bien física y emocionalmente para continuar ofreciendo conciertos?

 

R. No dejé los escenarios ni por aburrimiento ni por discutir con ellos ni porque me pesaran. Al contrario: cuando hice los últimos conciertos, estar en el escenario fue lo que siempre ha sido, un momento de gran emoción y de vampirizar a la gente para ir reforzándome yo mismo. No estaba en absoluto en un estado físico malo y tenía un público fiel que me animaba y empujaba. Pero a pesar de todo pensé que es preferible decidir por ti mismo el momento de terminar. No tenía nada que me esperara ni nada por hacer que no hubiera hecho antes. No pensaba dedicar mi tiempo a la contemplación ni a la petanca ni a la familia. ¡Pobre familia! A la familia [Serrat tiene tres hijos y seis nietos] hay que dejarla hacer lo que desee. La familia es un conjunto de individuos e individuas que tiene cosas que hacer. No vas a aparecer de pronto y decir “hola, ya estoy aquí”, porque a lo mejor te llevas un chasco… (risas).

 

P. ¿Cuántas veces ha pensado en estos dos años: “Mecachis, me precipité”?

 

R. No, no he llegado a esto. En algunos momentos he tenido un ramalazo de melancolía, pero lo combato rápidamente no haciéndole caso. Es la consecuencia de haber practicado algo durante mucho tiempo y dejarlo de practicar: hay un síndrome de la pierna cortada, pero dura poco.

 

P. El 23 de diciembre de 2022 fue su último recital, en el Palau Sant Jordi de Barcelona. La última canción fue una sorpresa, un tema que no interpretó en toda la gira, Una guitarra, una de sus primeras canciones, en catalán, de 1965. Supongo que fue algo simbólico…

 

R. Y encima se me rompió la guitarra. Suerte que tenía otra… (risas). Me pareció una forma bonita de cerrar el círculo, algo emocional. Empecé en los sesenta tocando una guitarra, solo en el escenario, y creí bonito terminar de la misma manera.

 

P. Esa canción, Una guitarra, la compuso con veintipocos años y parece escrita por alguien mayor, casi una letra crepuscular. Dice: “Vàrem créixer plegats, jo em vaig fer un home. / Ella es va anar espatllant al meu costat. / Ara que jo la veig bruta i trencada, m’adono del molt que l’he estimat”. (Crecimos juntos, me convertí en un hombre. / Ella se fue estropeando a mi lado. / Ahora que la veo sucia y rota, me doy cuenta de cuánto la he amado).

 

R. Nunca pretendí escribir como un señor mayor. Era lo que se me ocurría. Si tuviera que recomendar a alguien joven con ilusión algo sobre escribir canciones, le diría que sea muy sincero. Y si tiene suerte y la gente lo recibe bien y le pide más, que no repita a propósito fórmulas, que no escuche a la cátedra, a los gurús, y que sepa que la libertad de creación es lo que le va a llevar a ser él mismo.

 

P. Muy pocas veces ha hablado sobre cómo compone.

 

R. No tengo una mecánica que no sea el trabajo. Compongo y escribo al mismo tiempo. Procuro que lo que escribo y lo que va a sonar se ajusten. Planear primero escribir un texto y luego ajustar una música es complicadísimo, y al revés todavía es más difícil. Lo he hecho, y en escasas ocasiones me siento satisfecho. Para mí la forma natural es hilvanando la escritura con la composición. Una frase musical, engarzar alguna parte de texto... y así, uno con el otro, ir tirando. Eso sí, hay que tener antes una idea.

 

P. Habla en presente. ¿Ha compuesto algo recientemente?

 

R. Sí, pero no sé qué voy a hacer con ello. Son esbozos muy avanzados.

 

P. ¿Puede haber un disco nuevo de Serrat? Porque usted siempre dijo que se retiraba de los escenarios, pero no descartó lanzar canciones.

 

R. El problema es que no sé la manera de presentar ahora un disco a la gente. El disco es un mecanismo que si no ha caducado está en vías de caducar. Y también veo que las discográficas están por otros asuntos y la industria del disco es solo una parte de su negocio: también son managers, editoriales… Ahora el escaparate para mostrar un disco necesita la defensa del directo y ahí volvemos otra vez al principio de la historia. Resultaría muy decepcionante para mí terminar un disco y luego no saber cómo comunicar eso a la gente. No sé. No sé…

 

P. ¿Cómo percibe el paso del tiempo, lento o rápido?

 

R. El tiempo pasa muy rápido. Y especialmente a medida que envejeces lo notas más. Y cuando pasa te das cuenta de la gran importancia que tiene. Estamos en manos del tiempo, totalmente. Y haríamos bien en utilizarlo de las formas que nos fueran más satisfactorias. Lo que también pienso es que confundimos perder el tiempo con usarlo en utilidades no lucrativas: puedes trabajar y ganar dinero, puedes practicar deporte y ganar salud, puedes hacer un mueble y ganar en estética… Siempre hay un ganar detrás de la inversión del tiempo. Pero también se pueden hacer cosas sin ganar nada. Con el tema de la pandemia y el encierro, durante aquellos días, yo, que tengo la fortuna de vivir en una casa unifamiliar y con un pequeño jardín, pude percibir un fenómeno maravilloso: volvieron a aparecer los pájaros. En la medida en que desaparecían los coches surgían los pájaros. Lo cual me llevó a desplazar mi atención del mundo de la lectura al mundo de la observación. Y cada día iba viendo milagros: cómo el territorio iba recuperando su terreno. A medida que vas perdiendo el tiempo te das cuenta de lo escaso que es.

 

P. ¿Cómo gestiona el sentimiento de pérdida?

 

R. Es lo que peor llevo. Peor de lo que he podido llevar la aparición del cáncer y de volverme a pelear con él, y afortunadamente volver a vencerlo. Lo peor es la pérdida de mis amigos, la desaparición de parte de mí que se va con ellos. Dejan muchos vacíos en mi vida. Eso es lo que más me afecta.

 

P. Hace unos días EL PAÍS tituló un interesante reportaje: ¿Nos hacemos de derechas con la edad? Por ejemplo, hace un par de años Joaquín Sabina cuestionó su filiación de izquierdas.

 

R. Creo que Joaquín no ha renegado de la izquierda. Él dice cosas espontáneas como espontáneo que es y con poca reflexión... a veces. No creo que sea un momento para renegar de una serie de ideales que necesitan más que nunca ser reivindicados. La lista de derechos humanos debería añadirse a los derechos constitucionales del individuo. Y a partir de ahí, el Estado debería ser coherente con estos derechos. A veces los derechos humanos se quedan en discusiones parlamentarias y no se consigue avanzar. El progreso tiene mucho camino por recorrer. Avanzamos poco. El progreso no es la inteligencia artificial. El progreso es que la cantidad de pobres por metro cuadro disminuya, que los jóvenes puedan desarrollar sus habilidades, que son muchas, y sobre todo que no sean estigmatizados por la sencilla razón de que no los entendemos. No podemos caer en lo que advertía Machado: “Ayer dominadora, envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora”. No podemos despreciar lo que ignoramos.

 

P. ¿Cree que existe en la actualidad un peligro de recortes de libertades?

 

R. Yo creo en la ciencia, pero no creo en Elon Musk ni en Zuckerberg [presidente de Meta y fundador de Facebook]. Un mundo banal y ficticio se nos está cayendo encima. El manejo de las redes sociales, de los algoritmos que satisfacen el deseo de los usuarios que no se percatan de que se están convirtiendo en siervos… Los Estados pasan de puntillas por esto. Zuckerberg apareció una vez en el Congreso de Estados Unidos y había que ver la cara de desconcierto que tenía ese hombre, tratando de defender lo indefendible.

 

P. Muchas veces da la impresión de que el enfrentamiento es la opción más anhelada...

 

R. Es que el progreso sería conseguir dejar la intolerancia a un lado y aprender que el diálogo con lo que pasa al otro lado del río es fundamental para enfrentar un futuro.

 

P. Machado plantea en su poema El españolito, que usted cantó: “Ya hay un español que quiere vivir y a vivir empieza, entre una España que muere y otra España que bosteza”.

 

R. Efectivamente: si no juntamos la España que se muere y la que bosteza difícilmente podremos salir de esto. Pero esto no es un pecado español, es un mal internacional. Mira en Argentina: el olvido de todo lo ocurrido en las juntas militares y el triunfo de Milei frente a la memoria de lo que ocurrió. Se ha banalizado una cosa y se ha castigado la otra. Esto ocurre también en Europa, que está cayendo en gobiernos de ultraderecha. Parece mentira: una Europa que hace solo 80 años vivía una guerra mundial. Parece que la raza humana está condenada a repetir los fracasos. Pero bueno, hay que seguir defendiendo tus principios con la seguridad de que si los hombres no somos capaces de resolver las cosas, lo hará la naturaleza.

 

P. Hay un tango de Enrique Santos Discépolo, Cambalache, que usted ha interpretado, que dice: “El siglo XX es un despliegue de maldad insolente”. No sé si es aplicable al XXI…

 

R. Todo lo que dice Cambalache se puede aplicar también al XXI. En realidad, lo que cuenta [Discépolo] es un tráiler de lo que pasa hoy. El siglo XXI es tremendo. Lo que pasa en este siglo es lo peor que puede ocurrir: no es el siglo de las mentiras, sino el de las medias verdades. Las medias verdades son infinitamente peor que las mentiras, porque las mentiras son más fáciles de desmontar. Las medias verdades se quedan enquistadas, enganchadas como una lapa.

 

P. ¿Cuál es su kit de resistencia ante las disforias, ante los momentos de desánimo?

 

R. La verdad es que no tengo ningún remedio. No tengo muchos bajones, pero cuando los tengo me cuesta mucho salir. Y no hay química ni licor ni producto alguno capaz de resolverlo. Ni la lectura ni pasear ni nada. Debo solventarlo conmigo mismo.

 

P. ¿Ha tenido alguno reciente?

 

R. No, llevo tiempo sin tener grandes bajones.

 

P. En 1981 publicó una canción titulada A quien corresponda, donde entona: “Que las manzanas no huelen, que nadie conoce al vecino, que a los viejos se les aparta después de habernos servido bien, que el mar está agonizando, que no hay quien confíe en su hermano”. Parece escrita hoy…

 

R. No me hace muy feliz el hecho de que esté vigente. Me gustaría que estuviera caducada, pero no es así. El maltrato a la gente mayor es algo en lo que insisto mucho en mis canciones. Maltrato a nuestro pasado, a nuestro origen, a los responsables de que nosotros podamos disponer de tantas cosas…

 

P. ¿Qué tal se lleva con su cancionero, ahora que no lo interpreta en directo?

 

R. Bueno, yo nunca he hurgado en mi repertorio. Solo cuando tenía que montar un espectáculo me metía más, para seleccionar canciones. Pero me llevo bien con mis canciones. No les echo la culpa de nada ni las responsabilizo de ser malas, porque si son malas el responsable soy yo. La canción, pobrecita, merecía probablemente un poco más.

 

P. En el apartado de versiones ha interpretado alguna vez La Mer, de Charles Trenet (Serrat se pone espontáneamente a cantarla), un tema que también encaró Julio Iglesias. Bueno, los dos son de la misma generación y con una proyección internacional inmensa. ¿Cómo se lleva con él?

 

R. He tenido muy poca relación. Nos hemos visto poco, en alguna entrega de premios… Íbamos a bares distintos (risas). Pero siempre nos hemos tratado con mucho respeto. Él ha hecho una carrera artística extraordinaria y ha tenido que esforzarse muchísimo.

 

 https://elpais.com/cultura/2024-10-20/joan-manuel-serrat-cuando-tengo-bajones-no-hay-quimica-ni-licor-capaz-de-resolverlo.html

4 comentarios:

silvio dijo...

Mis hijos me preguntan cómo eran los apagones cuando yo era niña
Por Isabel Cristina López Hamze

Cuando yo era niña vivíamos en el Distrito José Martí en Santiago de Cuba. No recuerdo cuando se iba la corriente, recuerdo cuando venía y todo el barrio gritaba de emoción. Para mí estar sin electricidad era algo normal, que se encendiera todo de pronto, era otro tipo de felicidad, porque en apagón también era feliz. Como mis padres no podían trabajar en la noche sin luz, ni ver televisión, nos poníamos a jugar y a cantar. Jugábamos a Escriba y Lea, con personajes y hechos importantes. La mayor parte de mi cultura general no la he adquirido leyendo, la adquirí en las noches de apagón.

En mi familia nadie canta bien, pero me sé todas las canciones famosas de la Década Prodigiosa, como si hubiera vivido en esa época. Nino Bravo, Rafael y Charles Aznavuor fueron mis amiguitos de apagón. Me sabía con 5 ó 6 años muchas canciones que eran “para adultos”, pero que formaban parte de la banda sonora de nuestros apagones. “Amor es la copa divinaaaa, amor es el pan de la vidaaaa…” “El que te espeeeeraaaaa, el que te sueeeñaaaa, aquel que reza cada noche por tu amooooooor…” “Cuidado, mucho cuidado, que estás tomando el rumbo equivocado…. Cuidado, con tus mentiras, que yo las puedo adivinar cuando me miraaaas….”

En esos edificios había buena ventilación, pero a las 6 de la tarde teníamos que cerrar todo por los mosquitos. Quedábamos atrapados entre las paredes de microbrigada para protegernos, aunque siempre lograban entrar unos cientos. No eran mosquitos como los que tenemos aquí en la casa. Aquellos se me metían en la nariz y en la boca. Las sábanas tenían estampados con pequeñas manchas de sangre porque si nos movíamos durante la noche, aplastábamos a unos cuantos mosquitos y ahí mismo quedaba la sangre decorando nuestras sábanas y fundas. Cuando mi mamá tendía la ropa de cama yo ensartaba las manchitas con la vista para crear figuras de animales.

Yo no me acuerdo mucho del calor, pero sí recuerdo a mi mamá en cueros por toda la casa. Ella se bañaba en el patio del apartamento, uno de esos con huequitos de ladrillos. Como todo estaba apagado ella cogía el agua directo del tanque y se la echaba arriba. No teníamos agua en las tuberías, ni siquiera con corriente, lo del jarrito era lo común. Mi mamá se acostaba mojada en la cama porque según ella hacía tremendo calor. Ni siquiera el episodio del miracuecos la hizo ponerse ropa en apagón. Resulta que nuestra puerta de la casa estaba remendada, porque una vez se nos perdió la llave y mi papá le tuvo que meter una patada para abrirla. Como no podíamos comprar otra puerta, él tuvo que empatar las maderas rotas y quedaron unas rendijas por donde entraba el sol en las mañanas y por donde se asomaba el mirahuecos en las noches de apagón a rascabuchar a mi madre calurosa.

Nos alumbrábamos con candiles hechos por mi abuela con pomos, luzbrillante, una mecha de trapo y un tubo de pasta Perla. ¡Aquello era una locura! Donde se pusiera aquella cosa dejaba un círculo negro en el techo. Teníamos un techo dálmata, lo cual a mí me parecía muy gracioso. Me encantaba pasar la mano por la candela sin quemarme y mi papá se quemaba los pelitos del brazo porque a mí me gustaba ese olor extraño. Al otro día me iba para la escuela con peste a luz brillante en la cabeza y los huecos de la nariz tiznados de negro. Pero como todos los niños en mi aula se veían y olían igual, no era nada extraño.

silvio dijo...

Mis hijos... (2 y fin)

Para cocinar, con corriente o sin corriente, era con carbón. Mi papá subía la Loma de Boniato en bicicleta para buscar un saco de carbón. Con eso cocinábamos y cuando se acababa el carbón mi mamá ponía el reverbero con luzbrillante. Comíamos sopa de cabeza de pescado, puré de boniato, arroz y frijol, arepas de harina sin huevo y sin aceite, con azúcar por arriba. Ella me hacía helado de papas, huevos fritos con agua y plátanos en tentación. No recuerdo haber pasado hambre en aquellos años. Supongo que porque mis padres eran los que pasaban hambre para dejarme a mí lo poco que teníamos.

No recuerdo a mi mamá o a mi papá quejándose, o discutiendo entre ellos. Recuerdo un día que veníamos en apagón por la noche de algún lugar y había unas personas en el último piso de un edificio que estaban cantando y tomando ron. Uno de ellos gritó en medio de la oscuridad: “¡Fietaaa, eto e mejol que trabajalllllll!” Desde ese día la frase se quedó en nuestra familia como un chiste interno para los días de fiesta en crisis.

Algunos de los mejores recuerdos de mi infancia son en apagón. Nosotros tres acostados, mi papá echándonos fresco con un cartón. Yo les tiraba a cada uno una patica por arriba y así sentía que no se podían ir a ningún lado. Mi papá cantaba “Los aretes que le faltan a la luna” y el humo del candil hacía otro círculo perfecto en nuestro techo.

https://www.facebook.com/isabelcristina.lopezhamze.1

silvio dijo...

Hace dos días se nos fue Barbara Dane, cantante norteamericana de folk, blues y jazz que creyó en Cuba y nos visitó varias veces. Tanto fue así que confió a la Escuela Nacional de Arte a su hijo Pablo Menéndez, quien después integró el Grupo de Experimentación Sonora. La recuerdo cantando porque asistí a alguna presentación suya en Casa de las Américas. Una voz impactante, afinada y dúctil. También la recuerdo en el ICAIC, junto a Irwin Silber. Ellos editaron el primer disco que se hizo del GES en su sello Paredon Records. Se llamaba Cuba va.

Luz para ese espíritu indomable. Abrazos para Pablo y para Nina.

silvio dijo...

Severo golpe de Oscar en el del alto Oriente cubano
Por José Llamos Camejo

Estragos severos deja el huracán Oscar en Baracoa y Maisí, municipios del extremo este del territorio más oriental de Cuba, donde los vientos y las intensas lluvias del huracán se han hecho sentir con particular fuerza.

El sector residencial y agrícola acusan daños más significativos en viviendas, tanto en Baracoa como en Maisí, la mayoría de ellas con daños en las cubiertas y algunas con derrumbe parcial. En ambos territorios, aseguró, se aprecian también daños en instalaciones estatales como almacenes, bodegas, farmacias, escuelas y otros.

Aún se evalúa el impacto del meteoro, confirmó a Granma, vía telefónica, Genny Paján Cobas, presidente del Consejo de Defensa en La Primada de Cuba. Dijo que el golpe ha sido igualmente fuerte en la agricultura, y que hay postes eléctricos y telefónicos averiados, además de las cubiertas de algunas entidades estatales.

Maisí, por su parte, reporta perjuicios en los techos de varias petrocasas del consejo popular de La Punta, y el del policlínico de Sabana. Y, al igual que en Baracoa y otras localidades del territorio, la zafra cafetalera tampoco escapó a la embestida del fenómeno natural.

Se sabe de áreas de cultivos dañados en los lugares por los que transitaron los vientos del huracán. Al momento de redactar estas líneas, todavía los daños no estaban cuantificados. El personal encargado de ello continúa en el terreno; en las próximas horas las cifras darán una idea más clara sobre la dimensión de los daños.

El tránsito de vehículos también ha sufrido interrupciones en algunos tramos de vía. Hubo deslizamientos de tierra que obstruyeron el paso en el viaducto La Farola, una de las siete maravillas de la construcción en Cuba.

La estación meteorológica de Punta de Maisí registró 366 milímetros de precipitaciones en 24 horas, hasta las ocho de la mañana de este lunes. En ese mismo lapso de tiempo las lluvias fueron significativas también en el Valle de Caujerí (268 mm), y en el Jamal, Baracoa (208,2). Numerosos ríos siguen fuera de sus causes.

La casi segura ganancia que Oscar deja en Guantánamo irá a parar a los embalses del territorio. Antes del ciclón reportaban desocupado el 58 % de su capacidad de llenado, y ahora empiezan a recibir los escurrimientos acuosos.

Hasta el anochecer del lunes, más de 25 000 personas continuaban protegidas contra el mal tiempo, en viviendas solidarias y centros de evacuación de Guantánamo, en tanto las cinco brigadas médicas de apoyo enviadas a localidades de difícil acceso, proclives a quedar incomunicadas, seguían en sus puestos.

https://www.granma.cu/cuba/2024-10-21/constatan-primeros-danos-de-la-tormenta-tropical-oscar-por-el-oriente-de-cuba-21-10-2024-11-10-49