Por Patriaesvirtud
Revisando viejas memorias encontré este escrito:
“El burócrata es el hombre de madera, nacido por equivocación de los dioses, que lo hicieron sin sangre, sin aliento ni desaliento, y sin ninguna palabra que decir. Tiene eco, pero no tiene voz. Sabe transmitir órdenes, no ideas. Considera cualquier duda una herejía; cualquier contradicción, una traición. Confunde la unidad con la unanimidad y cree que al pueblo, eterno menor de edad, hay que llevarlo de la oreja. Es bastante improbable que el burócrata se juegue la vida. Es absolutamente imposible que se juegue el empleo”, Eduardo Galeano.
Genial definición, actual, universal; pues hay burócratas en todas partes, en todas las ideologías, en todos los sistemas políticos.
Para no preocuparme por los problemas de “Chipre” y concentrarme en mi terruño quiero reflexionar sobre el gran poder que ha adquirido la burocracia en nuestro país. Que está casi al mismo nivel que el criminal bloqueo yanqui, en cuanto al daño que nos hace como nación.
Hacer una Revolución, como la nuestra, en el hemisferio occidental y a unos 145 kilómetros del poderoso imperio además de una extraordinaria proeza implica necesariamente riesgos y errores. Construir la sociedad socialista que nos proponemos, en esas condiciones geopolíticas obviamente nos ha puesto a pruebas y, hasta ahora, hemos sido (como pueblo) capaz de vencer.
Una agresión desenfrenada, soportada en un bloqueo económico ahogante, en provocaciones políticas, en ataques militares y biológicos, en búsqueda del aislamiento político, en la alimentación de una disidencia interna, en la creación de múltiples e inteligentes estrategias para desarrollar una subversión interna que trastoque la historia, los sueños, las esperanzas. Todo es válido en la política agresiva del imperialismo norteamericano, y sus colegas ideológicos, contra Cuba.
Esta agresión permanente ha obligado a la dirección de la Revolución a estar permanentemente creando mecanismos de defensa, muchas veces improvisando en la marcha.
Se tuvo que desconfiar y la desconfianza trae parametrizaciones, desgraciadamente se cometieron muchos errores que no vale la pena volver a mencionar. Se tuvo que exagerar en la discreción, cualquier información pública podía ser utilizada para hacer daño al país (sobran los ejemplos); y eso trajo el secretismo.
Fue necesaria la vigilancia extrema, se crearon los CDR, los órganos de Seguridad del Estado (G2), y muchos otros mecanismos no tan conocidos, que han funcionado y a los que se le debe en gran medida la supervivencia; pero toda esa vigilancia provocó cierta paranoia y no pocos abusos del poder.
Se adquirió un hábito de la conspiración. No quedaba de otra había que desconfiar y conspirar contra aquellos que se oponían. Ese hábito conspirativo ha llegado a nuestros días.
Se estatalizó en extremo la economía, única alternativa, en tan agresiva situación, que podría asegurar un desarrollo económico con los recursos que se contaban. Para ello era necesario que quienes, en representación de estado –es decir el pueblo–, dirigieran esa economía, fueran ante todo “confiables” y no es tarea fácil medir el grado de “confiabilidad” de cada individuo. Es muy difícil que el “confiable” –al que le hacen creer que está totalmente capacitado– acepte que alguna vez se equivoca; él cuenta con la información que otros desconocen, asiste a reuniones secretas donde se habla en códigos que no pueden ser compartidos. Es muy difícil que aquel que desempeña el rol de “confianómetro” acepte que se equivocó a la hora de evaluar a alguien. Lo más probable es que acuse al enemigo o a la inmadurez de los subordinados, por el fracaso de su categorizado.
Tantos años de batallar. Cargados de audacias, de victorias y errores fueron conformando un pueblo educado –yo siempre he pensado que mucho más que instruido–, trabajador, familiar –defendiendo por encima de todo ese núcleo parental–, solidario, con criterios políticos. Un pueblo que tiene muy claro lo que quiere como nación y tiene ideas de cómo lograrlo. Somos los cubanos un pueblo muy especial.
En los momentos más complejos contamos con un indiscutible liderazgo. Fidel además de liderar la victoria de enero de 1959, lo que ya le daba un gran derecho, tenía el talento, la cultura, la inteligencia, y el encanto necesarios para llevar las riendas de la nación en tan complejo escenario, muy pocos se cuestionaron, en tantos años, ese derecho, la mayoría reconocimos siempre esa dedicación. Su verbo explicaba, convencía, le llegó siempre al pueblo. Tuvo la capacidad de adelantarse, escuchaba, rectificaba en los errores, y reconocía públicamente los equívocos y fracasos. Nunca evitó el debate, más bien incitaba a ello.
El pueblo aprendió que ante cualquier injusticia podía recurrir a varias instancias. Teníamos a Celia, a Almeida, a Haydee, a Fidel, y se recibían respuestas.
El sindicato funcionaba, existieron muchos ejemplos de luchas ganadas por la exigencia de esa organización, tanto en el reducido espacio de una empresa como a nivel nacional. El PCC, con una militancia que superaba en más del doble a la que hoy en día tenemos, participaba en la toma de decisiones y resultaba un controlador de las decisiones administrativas (al menos donde me he desempeñado los administrativos respetaban mucho cuando eran convocados por la militancia); viví la experiencia del cómo se debatía, criticaba y controlaba el proceder institucional.
Los dirigentes por lo general cuidaban su imagen, y aunque siempre contaron con algunas prebendas, que normalmente se reflejaban en contar con un carro estatal (que ya les resolvía unos cuantos problemas personales) y un nivel de búsqueda “sociolista”, su nivel de vida no resultaba ostentoso. Podrían ser prepotentes pero debatían, recuerdo pocos casos en que se usara ese estilo de reuniones “para escuchar y no opinar” que tan comunmente ocurre hoy en día.
Los cuadros de aquellos tiempos o estuvieron en la Sierra cuando la Revolución, o en Playa Girón, o en las zafras azucareras, o en las tantas misiones internacionalistas; la mayoría contaban con un aval de combate, y el pueblo podría tenerle sus reservas pero les respetaba esos avales.
Pero los métodos y estilos implementados hicieron mella en muchos, unos (cansados) decidieron abandonar la lucha; bien se fueron de la Isla o se decidieron por la autocensura o la desidia; otros vieron una “oportunidad muy oportunista de pescar en río revuelto” –y el río ha estado bastante inestable en los últimos años–.
Fidel, consciente del poder que ya la burocracia estaba alcanzando nos convocó, en el segundo lustro de los 80, a la rectificación de errores y tendencias negativas. Vale la pena rescatar algunos de los discursos de esos años. Pero se derrumba el socialismo europeo y problemas más urgentes exigían todas las energías en su solución.
A ello se une un problema mucho más complejo. Quienes en la Cuba actual están entre los 35 y 45 años de edad, y que conforman una importante masa de los actuales dirigentes administrativos, estatales y políticos del país, tendrían entre los 9 y 19 años de edad en el año 1993 –el momento más duro del período especial–. Vivieron su infancia, adolescencia y juventud en fuertes carencias. Tengo amigos de esas edades que hablan de cuánto quedaron marcados por lo vivido en ese tiempo.
En aquellos duros tiempos se pudo garantizar la educación, la salud y una alimentación muy pobre aunque nadie se murió de hambre. Sin embargo nunca se habla de las marcas que quedaron en la personalidad de generaciones de cubanos, muy en especial de aquellos que estaban en la adolescencia o la juventud. Compartían los conflictos de sus familias para asegurar un mínimo de comida, de ropa, de algunos pequeños detalles que los acercara a una vida un poco más digna. Comenzaban a vivir con el ejemplo de que aquellos que tuvieran acceso a determinados recursos, vivían mejor y esos recursos podrían lo mismo venir de la propiedad estatal, del extranjero en forma de remesas, o del trabajo extra de sus familiares, haciendo negocios que no estaban permitidos: casi todo se valía.
La ideología sufría, los paradigmas del este se caían. Un pseudo revisionismo de la teoría nos cayó encima.
Comenzaron los cursos y los libros sobre “gerencia”. Los administradores se convirtieron en gerentes y directores, según fuera el rango. La “gerentocracia” fue un término creado, o muy utilizado, por un respetado profesor de economía, serio estudioso de los errores del este, cuando criticaba esa nueva tendencia que surgía en la administración cubana.
Negar esto no es tapar el sol con un dedo, es negarse a la verdad y con ello acabar con cualquier alternativa de análisis serio. No se está culpando con ello a la Revolución y la encomiable resistencia de su pueblo.
Los jóvenes estudiaban en las universidades, que nunca se cerraron, se graduaban, hacían postgrado. Unos deciden irse de Cuba, otros deciden trabajar aquí, buscando alternativas de salarios (como el turismo), de viajes al extranjero, de negocios particulares, trabajando en centros de investigación o centros sociales o productivos.
Otros miembros de esas golpeadas generaciones comienzan a ambicionar la dirección: veían una alternativa de vida segura, notaban (en el proceder de los ya gerentes) que tener el mando permitía decidir quién viajaba o no, quien recibía una mejor casa o no, quien recibía un carro estatal o no, quien podía hacer lo que le diera la gana sin que pasara nada,y eso significa el agradecimiento de la lealtad. Al que se opusiera, pues tenían el poder de sacarlo del medio.
Se fueron uniendo a los experimentados y en una lucha sin cuartel, con muchas más ambiciones, menos ejemplos de luchas sacrificadas que mostrar, menos ética, mucha más mediocridad, fueron sacando del medio a los más viejos. Se aprovechaban de las nuevas ideas de rejuvenecimiento en la dirección estatal y política. Eso ha estado ocurriendo en niveles bajos e intermedios, y en algunos casos incluso en niveles de dirección del Estado.
Se fueron adaptando las legislaciones para asegurar el poder. Si se revisa el desarrollo de las legislaciones laborales, incluyendo los código del trabajo, se descubre la forma en que, junto con el aseguramiento de importantes derechos, los trabajadores se van quedando desamparados en el caso de que se cometa una injusticia.
Hace ya unos siete años, conversando con un grupo de jóvenes fiscales, sobre una injusticia que se cometía con un joven trabajador, me explicaban que el trabajador estatal cubano está totalmente desprotegido ante los desmanes de la administración porque no puede recurrir a un tribunal: todo queda en las manos del jefe inmediato superior de quien cometió la injusticia. Pienso que la nueva constitución resuelve, en parte, este error.
Las decisiones se fueron concentrando. Hablar de órganos colegiados de decisión es un chiste, al menos en los niveles de empresas, instituciones, gobiernos municipales y hasta provinciales. ¿Cuántos Consejos de Dirección conocemos que se la pasan reunidos para escuchar las sabias perretas (que incluyen groserías, faltas de respeto, prepotencia) de quienes dirigen?
El papel del sindicato se redujo. Decir que la gente respeta esa organización es mentir, se le nota bastante poco en la base. El sindicato actual ha perdido su impacto, ha perdido la esencia, se ha estancado, y las esenciales y guiadoras ideas de Fidel y Lázaro Peña se han reducido a un grupo de frases y consignas.
En el caso del PCC, los burócratas se la han ingeniado para maniatarlo. Son varios los ejemplos. Basados en la correcta idea de que esta organización no está para administrar, se ha reducido al mínimo su influencia dentro de las instituciones.
Los privilegios fueron aumentando y mejorando. Ya el carro no es Lada chapisteado. Ahora tenemos carros mucho más modernos, más confortables, con aire acondicionado, con todos los cristales empapelados en negro. (Yo pensaba que esto estaba prohibido en Cuba. Es una cosa rara esta: si usted se para en la carretera, se dará cuenta que no hay un carro estatal que no tenga todos los cristales negros. De esa forma, ni hablar de quién va dentro, mucho menos de pedirle “botella”.) Un chofer me dice un día que ya nadie acepta dirigir si no le asignan un carro, y tiene toda la razón. Ahora el carro se usa para pasear la familia, es el carro “estaticular” para resolver asuntos, para mostrar poder (obvio nunca lo va a contaminar con los comunes).
La situación que estamos viviendo con el combustible es crítica, desesperada. Resulta una ofensa al pueblo que esta gente se muevan a su antojo y ni tan siquiera miren al prójimo para ayudarles en la transportación. Si usted pasa por un gobierno provincial, en un momento de reunión, puede ver las calles atestadas de carros estatales; no son capaces de ponerse de acuerdo en el uso de un transporte colectivo, ni hablar de usar el transporte público. No caminan; el contacto con las masas contamina, cansa, estresa. En los mejores momentos de Villa Clara, con Díaz-Canel como Secretario General del Comité Provincial del PCC, Lázaro Expósito como Secretario general de Comité Municipal del PCC en Santa Clara, Humberto Rodríguez como presidente del gobierno provincial, era famoso en el pueblo como se movían en bicicleta, a pie, contactando los problemas del pueblo.
Antes vivían en casas más o menos sencillas, muchas de ellas en los mismos barrios en que vivían sus subordinados; algunos, más listos, basados en sus méritos, se adueñaron de buenas mansiones en La Habana y en algunas capitales de provincia; pero la mayoría habitaban casas sencillas, sin muchos lujos. Ahora es diferente, los burócratas se construyeron sus casas con todas las comodidades necesarias, usando para ello las facilidades y recursos de los que disponían; otros aprovecharon una decisión de gobierno y se adueñaron de casas que estaban creadas para uso de la entidad que dirigen (casas de visitas, clubs de trabajadores, etc.). Me cuentan de un dirigente relativamente joven que hoy dirige en la capital, que pasó por todas estas experiencias: construyó su casa, se adueñó luego de una casa de la institución que antes dirigía (entregando la casa que había construido que era de mucho menos confort y en barrio más malo y lejano); ahora en la capital ha rechazado en tres ocasiones las ofertas de casas que le hacen. Asombra que en el momento que vivimos, se permite el lujo de rechazar ofertas de casas porque no satisfacen sus supuestas necesidades, y estoy seguro que no se tratan de casas de subsidios, ni de barrios malos.
La mayoría de esto burócratas evaden el debate, les falta cultura, valor y ejemplaridad. A los que le cuestionen, se les busca una solución drástica, que va desde el desprestigio personal, crearle una atmósfera externa de disidente (muchas veces ni el implicado sabe que lo están juzgando, a sus espaldas, de contrarrevolucionario), enredarlo en alguna supuesta ilegalidad, o simplemente ajustar la plantilla de manera que queda excedente. Son muchas las vías que he conocido en estos años, usadas por estos personajes, para destruir a gente buena. Proceden de tal manera que son capaces de convencer a sus superiores, a los que les controlan, a los que les dirigen políticamente, de que sus acciones encaminadas a destruir a alguien tienen un fuerte basamento político e ideológico.
Se aprovechan de las agresiones imperialistas para convertirlas en bandera de lucha que los destaque ante sus superiores. Los más avezados (especialmente en aquellos sectores más relacionados con la ideología) hasta fabrican las crisis que les permita destacarse en su combate y solución; enredando en ello, con sus mentiras, hasta a altos funcionarios. Cuando uno pide más elementos que permitan esclarecer lo ocurrido se refugian en el secretismo, dan respuestas a medias con cara de sarcasmo, eluden dejar escrito en sus decisiones la palabra contrarrevolución o algo por el estilo, aunque en reuniones de monólogo no paren de alabarse por la forma en que enfrentaron la subversión y la contrarrevolución. Hay instituciones que no salían de las crisis políticas e ideológicas y nada más promover a su dirigente se acabaron las crisis. La CIA no necesita mejores agentes que esos burócratas.
Sus vidas personales no pueden ser más enrevesadas. Por algún motivo la mayoría ama al dios Baco, y se transforman hablando lo que pueden y no pueden, mostrando sus intereses; cosa que en estos tiempos se difunde con tremenda facilidad.
Al pueblo se le mira con arrogancia, a los superiores que te pueden apadrinar se les adula. Para los últimos usan diferentes recursos, como reconocimientos de las instituciones que dirigen, una falsa modestia presumiendo de sus antecedentes humildes o de familia vinculada a las luchas revolucionarias, etc.
Los burócratas son trabajadores –cuidado con eso–; de acuerdo al nivel de ambición así será la dedicación al trabajo –pero al trabajo que le de visibilidad–; verdaderos maestros de los informes, de las estrategias sobre camino ya trillado –en las que no arriesgan nada–. Crean sus sistemas de comunicación con toda la tecnología necesaria, de manera que se visibilicen bien los logros de la institución que lidera (esto está muy bien si se hace desinteresadamente), y si alguien usa ese sistema para criticar, pues usa todo su poder para “combatirlo”. Crea su dirección jurídica con abogados expertos que le ayudan a crear tantas resoluciones como sean necesarias para tener las espaldas bien protegidas y para reprimir a los que les importunen. Cuando los errores son muy sonados reciben una reprimenda paternal pues se trata de “gente joven, inexperta, pero trabajadora y valiosa”.
Lo penoso y peligroso es que estos doctores en simulación siguen ascendiendo. Saben que hay responsabilidades que los convierten en casi intocables, aunque las leyes, los códigos, la lógica digan lo contrario. Un amigo me preguntaba, conversando sobre uno de estos personajes, que cómo es posible que todos sus defectos no se conozcan por quienes deciden, por quienes controlan. Recordé un escrito del presidente del Instituto de Historia de Cuba (no recuerdo su nombre) sobre los problemas de la Unión Soviética y las traiciones presentes. Explicaba que la KGB tenía un folder bastante abultado sobre Aleksandr Yákovlev, ideólogo de las transformaciones, pero a nadie interesó porque al final era confiable y leal; o nunca se atrevieron a mostrarlo pues el hombre tenía amigos muy importantes.
Importante es tomar nota de que burócratas con comportamientos iguales fueron los responsables de la debacle del campo socialista.
Forman una casta social, yo digo que son una cuasi-clase social, se relacionan entre sí, se hacen amigos. Esa mafia crece, compromete, enreda, se defienden los uno a los otros, y alcanzan incluso a los que tienen el deber de vigilar, controlar y reprimir esas manifestaciones. Son una verdadera mega bola de fango creciendo y destruyéndolo todo. Sus intereses varían: mientras más tienes, más quieres, y al final traicionan hasta su madre de ser necesario.
¿Hay solución para este peligro?
Soy un defensor acérrimo, y hasta un poco ortodoxo, del socialismo. Soy un defensor convencido de la Revolución cubana. Considero que no existe ideología más completa y humana que la socialista, y no existe proceso que se le acerque más a esa ideología que nuestra Revolución.
Defendemos una ideología y luchamos por un modelo de sociedad que queremos entregar, como herencia, a las generaciones que nos siguen, como otros lo hicieron con nosotros. Entiendo que nuestro batallar ideológico pretende al final lograr que los que nos siguen –con sus diferentes costumbres y formas de interpretar la vida– asuman que el proyecto tiene que mantenerse en evolución sin negar sus principios fundamentales.
Son los jóvenes nuestro objetivo, son los jóvenes también el objetivo de quiénes nos agreden. Y los jóvenes son maximalistas y les cuesta trabajo entender los matices; son románticos empedernidos, son creativos, son una energía inmensurable ¿Nos recordamos de esa edad?
Los jóvenes de hoy en día están metidos en la calle. Quizás hablan menos pero conocen más de lo que sucede en el día a día. Me asombro con las cosas que me comentan mis hijas sobre algunos burócratas, y es duro discutir con ellas pues uno conoce siempre a alguien que es igual al criticado.
Todos los dirigentes no son precisamente burócratas. Existe una gran cantidad de ellos que pueden tener muchos defectos pero son gente que trabajan, que nos les interesa la visibilidad, que lideran. Todavía hoy en día creo que son mayoría. Lo que pasa es que un burócrata, solamente uno, ensombrece a todos los buenos dirigentes.
Tenemos un Presidente que ha sido el paradigma de la anti burocracia, inteligente, talentoso, muy decente, de sólidos principios, dialéctico. Le llega al pueblo y muy en especial a los jóvenes. Su liderazgo es fundamental en el combate a este mal y a sus personeros.
Creo que el Presidente se ha rodeado de gente trabajadora, comprometida, no me parecen burócratas, es posible que haya más de uno pero no lo identifico. El pueblo acepta la comunicación con ese equipo.
Se tienen que engrasar los mecanismos que tiene el pueblo para denunciar.
El PCC cuenta con un sistema que registra la opinión del pueblo, un sistema bien organizado que recoge miles de criterios, pero no se puede quedar en cifras, en estadísticas; cuando la alarma suena sobre el comportamiento de alguien, se tiene que desatar un sistema de investigación.
Tenemos la Contraloría, dirigida por una admirable compañera. Hay veces que cuando la escucho siento que está ya cansada de insistir en la necesidad de la educación, de la prevención. Esta entidad estatal tiene que olvidar ya lo educativo y combatir. Sus miembros son expertos, y saben bien dónde buscar; no entiendo por qué no encuentran.
Nada se logrará si no le damos participación real al pueblo. Ese pueblo que los burócratas tanto irrespetan, que demeritan, que lo ven como inmaduros que necesitan de su sabia guía, ese pueblo que tanto temen en sus fuerzas liberadas y liberadoras.
La gente tiene que sentirse guapa; pero la gente no es boba, no se va a buscar problemas de gratis para que no pase nada y después verse afectada por las posibles represiones. Cualquiera de nosotros, en la Cuba actual, de seguro está violando alguna de las cientos de miles de orientaciones, regulaciones, cartas circulares, directivas, decretos, leyes; si mi posición crítica lo que provoca es un escudriñar en mis errores o convertirme en disidente potencial (por la espalda, nunca de frente), o simplificar, basados en supuestos resentimientos, pues todo se va al diablo y me dedico a vivir y a prepararme para lo que pueda pasar en el futuro.
El sindicato no es contraparte de la institución, eslogan llevado y traído por quienes les conviene. Muy correcto: el sindicato está para apoyar a los trabajadores en el logro de una mejor sociedad, con ello se apoya a la Revolución, se movilizan a las masas. El sindicato no es contraparte de la Revolución pero tiene que ser muy combativo con los burócratas y sus injusticias. Tiene que hacerse respetar, más que nada por las nuevas generaciones.
El PCC no administra, pero los desmanes de un burócrata, sus errores, sus estilos, tienen que ser combatidos por la militancia, que tiene que estar oído en tierra escuchando al pueblo. La militancia tiene que exigir cuando el dirigente no sirve, si es necesario tiene el deber, el derecho, la obligación de exigir que sea cambiado.
Yo no tengo idea en qué momento los dirigentes se convirtieron “cuadros del Estado”, con ello se estableció el criterio de que cualquier cuestionamiento a su gestión es un cuestionamiento al Estado y su política. Aquí hay que acabar de definir que es un dirigente estatal, obvio representa la gestión del Estado en su entorno de influencia, pero es que el Estado no es más que el poder del pueblo, es el aparato ejecutivo electo por el pueblo para representar sus intereses de clase. Me parece que nuestro Presidente ha dejado muy claro su visión en este asunto al definir que todos son servidores públicos.
El tema de la crítica oportuna, en el momento oportuno, y en el lugar oportuno es algo que también hay que esclarecer. La idea ha quedado muy difusa, cosa que ha sido muy bien utilizada por los burócratas. Un joven en un debate con el dirigente de la institución en que trabajaba es incriminado porque nunca se le acercó para expresarle sus críticas y preocupaciones sobre lo que ocurría en su área de trabajo, el joven le responde que estaba cansado de hacerlo en su núcleo del PCC, el dirigente muy molesto le espeta que ese no era el lugar para criticar, que tenía que ir a verlo a él, estableciendo su interpretación del lugar oportuno, y no es un invento: es una anécdota real.
La burocracia puede ser combatida. Los simuladores y los oportunistas pueden seguir existiendo, pero si las mieles del poder les resultan complejas de seguro van abandonar en buscas de otras vías que les permita ganancias; quizás se vayan a otras tierras, quizás se pongan a crear. Los burócratas no resisten el poder del pueblo, la crítica del pueblo. Pues busquemos ese poder, de paso se movilizan y comprometen a las masas, se le brinda oportunidad de involucrase a los jóvenes. No entiendo que haya que temer en nada. No se trata de un enfrentamiento que debilite a la Revolución.
Los imperialistas estarán muy preocupados si ven que la desidia, la inercia, la parálisis desaparece, si ven que los burócratas perdieron el poder, si ven que los jóvenes se involucran más.
Lo podemos hacer porque tenemos un buen gobierno. Contamos con una historia. Tenemos fuentes de referencia en los tantos discursos y escritos que sobre este tema se pronunciaron Fidel y el Ché.
Concluyo con un disenso a las geniales palabras de Eduardo Galeano. Los burócratas no nacen por error de los dioses, surgen en un contexto, se desarrollan por las debilidades de ese contexto social, triunfan por la desidia y la pasividad de los buenos, que son mayoría.