viernes, 2 de junio de 2023

Hoy, en la Universidad


PALABRAS DE ELOGIO DEL PROFESOR MANUEL CALVIÑO, EN EL ACTO DE ENTREGA DEL TÍTULO DE DOCTOR HONORIS CAUSA EN CIENCIAS SOCIALES Y HUMANIDADES A SILVIO RODRÍGUEZ DOMÍNGUEZ.

 

Para Silvio, 

a quien las ciencias sociales y las humanidades cubanas 

le agradecen ser parte consustancial de ellas

  

Cuando supe la decisión de la Dirección universitaria de entregar el Título de Doctor Honoris causa en Ciencias sociales y humanidades a Silvio Rodríguez Domínguez – el hijo de Dagoberto y Argelia, criado con música y poesía, con espíritu libertario y sensible, en el Barrio de la Loma, San Antonio de los Baños… “donde hay un rio” – pensé que se había tomado una justa y acertada decisión que me hizo sentir una profunda alegría actual con una larga historia. 

Como de vez en cuando (solo de vez en cuando, más bien casi nunca, “que no es lo mismo pero es igual”) “me acecha el fantasma” (“cara pálida”, por cierto) del cientificismo (ese que por momentos parece que “conquista nueva fama”… “iSolavaya!, aves de malagüero”), me lancé a hacer más válida mi apreciación y durante varios días pregunté a decenas de personas (buena parte profesores y estudiantes de nuestro alto centro de estudios) qué pensaban de la decisión. La respuesta unánime fue: Más que merecido… y claro no faltaron los que agregaron, con un cierto matiz de inconformidad constructiva crítica, “hace rato se lo podían haber dado”. Bueno, si no se agrega un pero, no se es cubano. Además, como nuestro nuevo Doctor Honoris causa ha sentenciado: “La crítica y la autocrítica son herramientas indispensables. La inconformidad es legítima, y es progreso” Al final, estamos ante una decisión “cum laude”.

Cuando supe, al mismo tiempo, que también la Dirección universitaria me invitaba a hacer las palabras, llamadas de elogio, en el Acto de otorgamiento (lo que agradezco enormemente), entonces ya llegué al borde del paroxismo, eso sí acompañado de inquietud y, lo digo sinceramente, un poco de miedo. “Quizás lo mejor es ni averiguar…Da miedo temer

Por suerte, una idea de Mandela me resultó terapéutica: “…la valentía no es la ausencia de miedo, sino el triunfo sobre el miedo. El hombre valiente no es el que no siente miedo, sino aquel que conquista ese miedo “.  Entonces me entregué a la tarea. Lo hice recordando que el destinatario de las palabras que voy a conjugar, durante algún tiempo vivió “convencido de que era la encarnación del capitán Ahab” (capitán del barco ballenero Pequod), y persecutor obsesionado por la venganza contra Moby Dick, lo que me dio por pensar que yo podría acompañarlo siendo Starbuck (sin “s” al final),  el primer oficial al mando en la novela de Herman Melville- la voz de la razón-, quien estaba convencido que “el valor más seguro y más útil es el que surge de una justa estimación del peligro que se afronta” y más aún: “un hombre que ignora el miedo es compañero mucho más riesgoso que un cobarde”

Hasta aquí, creí lograda mi tranquilidad reflexiva, propia de un psicólogo profesional. Pero, lo fundamental estaba por verse: la intranquilidad metodológica, la del cómo hacerlo.

Así, luego de hacerme “un café romántico, barroco” y recorrer “mi cabeza en agua fría”, empezaron a dar vueltas por mi mente (por mi psique, mi subjetividad- elijan ustedes la expresión adecuada) imágenes cargadas de color, con muy buena onda, con un “flow” riquísimo (ahora va emergiendo mi yo-musicante). Las evocaciones no se hacen esperar. Recuerdo la segunda mitad de los sesenta, un viaje a Matanzas. Silvio con su guitarra – “pecosa y discreta…tímida… recluta también” la que ya desde entonces reconocía, y hasta hoy, como su mejor fusil. Yo iba como miembro de un grupo de Rock, jóvenes recién egresados de la UM-2350 de Managua, “Los Dada”. Y entonces, empezó la canción… “Quédate. Quédate. Para poder vivir sin llanto”. No necesito la grabación para escucharlo y escucharme haciéndole la segunda. “Que maneras más curiosas de recordar tiene uno”.

Salta caprichosa la memoria y me lleva a Manzanillo, hace algo más de cincuenta años. Acto fundacional de lo que quedó en llamarse el Movimiento de la Nueva Trova. Y después del jolgorio, junto a Pablo Milanés, Noel Nicola, Vicente Feliu, Enriquito Núñez, Augusto Blanca, Carlos Alfonso, Amaury Pérez, Frank Fernández y otros, emprender la caminata que nos llevaría de Playa las Coloradas (no precisamente por la playa, sino por el tupido mangle) hasta Alegría de Pio. 30 kilómetros cargados de historia y compromiso. 

Pero incluso antes que yo subiera la escalinata para no bajarla nunca más, Silvio ya acompañaba el espíritu universitario. Se le escuchaba en el Parque de los Cabezones, en la casa de K 507, donde quiera que el pensamiento revolucionario y evolucionario, revolucionador, hacía lo que correspondía: hacer “invocando a Peralejo, que nos viene mejor”. Silvio ha estado siempre intramuro: en la asimilación de sus textos, en las polémicas que generaba, en la evidencia personal de que decía lo que muchos y muchas queríamos decir y no sabíamos cómo, pero además él lo hacía con un verso cortante, intransigente, desafiante, enamorado. 

Ya en la época era un diseminador de ideas, un escudriñador de los reglones torcidos hasta de la virtud, un dialogante referencial entre los jóvenes (y los no tan jóvenes), un desnaturalizador de lo obvio (algo cuyo valor encontramos también en Freire). En fin, alguien que proveía y promovía “ideas, información y conceptos para ayudarnos a entender el mundo en el que vivimos, quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos… [alguien que] ayuda a pensar los problemas colectivos que enfrentamos y a imaginar maneras más justas de organizar la vida social” Por cierto, esto que acabo de leer es una suerte de definición de Ezequiel Adamovsky sobre que es un científico social. A buen entendedor pocas palabras.

Silvio era también nuestro. Es también nuestro. De los que poblamos esta Colina de lucha intelectual, revolucionaria, mambisa.

En esta Universidad, de 295 años de juventud acumulada, hemos cantado con Silvio, porque “el canto de la Patria es nuestro canto”, hemos amado con Silvio, con ese “amor que canta y te eterniza, que te hace trascender”, hemos combatido con Silvio “fusil contra fusil”, hemos pensado con Silvio, porque en sus canciones “la Cuba actual… inspira preocupación y ocupación, o sea respeto y esperanza” (Silvio Rodríguez: “Soñar con imposibles es posible; ignoro si aferrarse tenga sentido” Cubadebate. 2 de marzo, 2014. Disponible en: http://www.cubadebate.cu/noticias/2014/03/02/silvio-rodriguez-sonar-con-imposibles-es-posible-ignoro-si-aferrarse-tenga-sentido/El reclamo de la patria es siempre prioridad y “hay que acudir corriendo pues se cae el porvenir”.

Claro que hubo tiempos difíciles (si alguien sabe cuáles son los fáciles que me lo diga) en que algunos burócratas confundían compromiso con irreverencia, pensamiento propio con desviación ideológica, crítica con acción enemiga; tiempos en que no faltaron los trasnochados que se creían dueños de la revolución y sentenciaban lo que era revolucionario y lo que no lo era como erupción infundada de su mediocridad. Pero Silvio siempre supo que “la Revolución era de quien la sintiera y la abrazara” Y él, indudablemente, la abrazó, inequívocamente creyó siempre en Fidel (como ha confirmado innumerables veces) y sabía, aristotélicamente, que “solo una mente educada puede entender un pensamiento diferente al suyo sin necesidad de aceptarlo”

Fue en esa época, según su propio relato, que acabó “visitando a un amigo psiquiatra, con quien trataba de encontrar respuestas a lo que [le]me había sucedido… el médico, que tenía fama de excelencia, [le]me dijo que [se]me olvidara de la política y [se]me salvara”. Paciente indisciplinado, indócil diría yo, para ser más exacto- “en aquel momento decidió no regresar a la maravillosa consulta y curarse solo, o acabarse de enfermar, asumiendo su país con las contradicciones que tuviera”. (Silvio Rodríguez. “Mi truene del ICR”. En su blog Segunda Cita. Lunes, 23 de octubre de 2017. Disponible en: https://segundacita.blogspot.com /2017/10/mi-truene-del-icr.html) Por lo demás, “que levante la mano la guitarra”.

Como yo “no quisiera un fracaso en el sabio delito que es recordar”, no voy a caer en la tentación de recontar historias conocidas y admiradas, que perfilan una vida profundamente comprometida con la patria, la libertad, la justicia, el arte, la construcción social y obviamente con el amor – el que “despeña su suerte por un tiempo mejor”.  

Esas historias están allí, pero no solo como lo sucedido, sino integradas orgánicamente en una obra única, indivisible, inclaudicable. La historia del alfabetizador de 14 años que por primera vez se  integraba a una labor social, en su “primera tarea”; la del navegante de 23 años, “incomprendido y calumniado” que durante cuatro meses y dos días trabajó y vivió junto a “los hombres del Playa Girón” y concibió 62 canciones cargadas de profundos pensamientos que acumulan ya algo más de sincuenta años… sincuenta, con s, porque siguen siendo de hoy; la historia del “Papá de un pionero de guerra” que en carta a Alfredo Guevara, fechada el 15 de diciembre de 1975, le decía  “…quiero que me des la oportunidad de irme a Angola. La argumentación creo que es obvia, la que podrá ofrecer cualquier revolucionario. Por otra parte, en mí, una gente que se formó en los años de la epopeya de Che y que más tarde, buena parte de su trabajo lo ha inspirado el internacionalismo, se hace necesidad casi angustiosa esta experiencia” (Perrerac. Enciclopedia del cantar popular. Silvio en Angola,1976.https://perrerac.org/album/ silvio-rodriguez-silvio-en-angola-1976/13640/ )Y es que le urgía la “canción que nació una vez que se navegaba el mundo, cuando elegimos el rumbo bajo la estrella del Che” 

Y no hablo festinadamente de una obra única, indivisible, inclaudicable. Es que en la espiral del desarrollo – del hombre, del músico, del poeta, del revolucionario – se renuevan las epopeyas (esas que como bien el mismo ha dicho son las que necesitan los jóvenes, “porque todos los jóvenes, de todas las épocas, si tú les pones una epopeya delante, se la comen” (Silvio Rodriguez. Mi primera tarea. Disponible en https://www. youtube.com/watch?v=XnCmeuMtmvY)Y a Silvio no le cuadra mucho esperar a que vengan. Invariablemente, ha salido a buscarlas, ha ido al encuentro con la gente en los escenarios de las luchas por el bienestar y la felicidad de los cubanos y las cubanas. Y prosigue con su compromiso, lleva “a bordo de esta expedición…un loco, un albañil, un nigromante, un ruiseñor y un beso espadachín” Llega a los barrios, incluso a los barrios de reclusos (a las prisiones). Funda espacios para la emancipación cultural, la promoción de los excluidos del universo comercial de las grabaciones y ediciones, hace aparecer Ojalá, Abdala; se abre en el ciberespacio con su “Segunda cita” para la construcción y el debate. Todo puesto a extender, a multiplicar, a servir, porque, como su amigo azul, “saber compartir es siempre su vocación

Sencillamente, despliega sus alas de colibrí “liviana y pura”, con todos y para el bien de todos, como sentenció aquel hombre a quien conoció su abuelo Felix, cuando “estando en una bodega de Tampa …un señor le había preguntado qué hacía por aquellas tierras y que él le había respondido que su padre trabajaba en cierta tabaquería. El señor había sonreído y le había dicho que era una casualidad, porque dentro de pocos días él iba a visitar el lugar donde trabajaba su papá, para hablar con los trabajadores. Y aquel hombre amable era José Martí” (Council of Hemispheric Affairs Entrevista con el mítico trovador cubano Silvio Rodríguez: “Cierro filas con mi pueblo que sufre una tortura calculada de seis décadas. Por Arturo López Levy. Disponible en: https://www.coha.org/entrevista-con-el-mitico-trovador-cubano-silvio-rodriguez-cierro-filas-con-mi-pueblo-que-sufre-una-tortura-calculada-de-seis-decadas/)

Atesoro, en mi sanctasanctórum doméstico, un CD (el Volumen 2 de la Trilogía Silvio, Rodríguez, Domínguez, de 1994) en cuyo booklet hay una dedicatoria que escribió sentado junto a la escafandra que encontró “al pie del mar de los delirios” y que comienza diciendo: “Para Manolo, a quien llora la música…” Hoy casi treinta años después, puedo devolverle el gesto con estas palabras que no pretenden mucho más que decir: “Para Silvio, a quien las ciencias sociales y las humanidades cubanas le agradecen ser parte consustancial de ellas” 

Porque aquel que es “de la aventura de existir… y el otro poco.. de la ilusión” ha sido, como la pupila de Rubén (Martínez Villena), un indagador insomne de la sociedad cubana. La ha indagado, cuestionado, la ha expresado y ha luchado por hacerla “un tilín mejor”. Y eso es ser un científico social.

Porque quien nos ha invitado a “llenar de optimismo ese buen corazón... y hacer cita con el porvenir” ha sido un miembro por derecho propio de la Universidad que, al decir de Mella, “debe influir de manera directa en la vida social, debe señalar las rutas del progreso, debe ocasionar por medio de la acción ese progreso entre los individuos, debe… arrancar los misterios de la ciencia y exponerlos al conocimiento de los humanos”. Esto es ser un profesor universitario.

Los que creemos en “la utilidad de la virtud” y en “la virtud de la utilidad”, miramos no solo a la racionalidad de la Ciencia, sino también a su lírica. Lírica comprometida que en la Universidad de La Habana ha tenido a excelsos cultores, desde Varela, Céspedes, Agramonte, Martí, Heredia, en un largo camino que llega a Villena, Mella, Fidel, y por supuesto Vicentina, Eusebio, Retamar (por solo nombrar algunos). La lírica que es la condición universitaria de sentipensantes (Galeano). La expresión auténtica de los sentimientos, de las emociones que hacen y son hechas por los compromisos. No se puede parametrizar el amor y sin amor no hay ciencia posible, bien que “Solo el amor alumbra lo que perdura. Solo el amor convierte en milagro el barro… Solo el amor engendra la maravilla

Termino recordando un axioma del apóstol: Honor a quien honor merece. Eso afirmamos hoy, aquí. Por causa de honor estamos agradeciendo y reconociendo a este “reparador de sueños”, que no dudó nunca, y que “tenía claro a los veinte años que [su]mi país era mucho más importante que yo”. 

Gracias Silvio, por aceptar este Título de Doctor Honoris Causa en Ciencias Sociales y Humanidades de nuestra Universidad, por permitirnos esta veneración que “noblemente nos sube a tu estatura”.

Las y los profesores y estudiantes de la Universidad de la Habana tenemos en ti, Silvio Rodríguez Domínguez, un hermano “que arde, un hermano de suerte, de vida, de historia, de sueños”, un hermano con quien ratificamos los compromisos de hoy: “En todos los segundos, en todas las visiones” somos y seremos los que “podemos sonreír en plena luz”, los que repetimos desde la profundidad de nuestra alma cubana, de nuestra vocación universitaria, revolucionaria “Yo me muero como viví”.

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Con mis viejos amigos Jorge Fuentes y Denia García, su hija y estudiantes universitarios.


Palabras de gratitud mías:


Dedico estas palabras a una amiga inclaudicable de Cuba, mi hermana española Violeta Fernández Plaza, desde hoy temprano en la eternidad.

 

Presidente, Rectora, decanos, profesores, alumnos, amigos, familiares; seres que se ven y seres que no se ven ahora mismo en este recinto universitario:

 

Es indescriptible ser reconocido por la institución educacional por la que han pasado y han hecho historia tantas personalidades. Muy especialmente si esto ocurre en el país en que nacimos. Decir gracias es poco para un abrazo tan generoso que abruma. Gracias también a nuestro querido Manolo Calviño, por su elogio.

 

Resulta que tengo vínculos históricos con esta facultad, muy particularmente con Artes y Letras. Muchos viejos y queridos amigos pasaron por aquí; algunos fueron profesores. Yo estuve a punto de entrar una vez, en Historia, pero las consecuencias de mi ejercicio de guitárrica –como diría Retamar– no me dejaron.

 

Hoy, en las palabras que me corresponden, muy brevemente, deseo evocar ante ustedes cuatro instantes de mi vida que tienen que ver con esta honorable institución y que recuerdo especialmente. No son los únicos recuerdos, por supuesto, pero no quiero extenderme.

 

La primera y más antigua memoria que tengo de la Universidad de La Habana es de una tarde, a mediados de los años 50s del siglo pasado, en que mi padre Dagoberto, mi tío Angelito y yo veníamos subiendo por San Lázaro y tuvimos que doblar de prisa por la calle N, porque colina abajo avanzaba una manifestación de jóvenes entonando el himno nacional y portando la bandera.

 

Mi padre estacionó en la esquina de N y Jovellar, y me dejó allí mientras él y mi tío, por curiosidad, volvían a pie hasta San Lázaro. Pero no más llegaron a la esquina aparecieron varias perseguidoras llenas de policías y tuvieron que dar media vuelta y correr de regreso. Cuando mi padre, nervioso, encendía el motor, empezaron a sonar los tiros. Y yo, todavía arrodillado en el asiento, mirando por la ventanilla trasera, vi como algunos policías apuntaban y disparaban hacia la colina.

 

El segundo recuerdo es de la década siguiente, en 1962. Era 13 de marzo y supe que habría un acto en la escalinata. Ya yo era un adolescente y recordaba lo que acabo de contarles de unos años atrás. Con todo aquello dándome vueltas vine para la Universidad y fui uno más en aquella multitud que escuchaba cuando leyeron un texto de José Antonio y omitieron la parte en que hablaba de Dios. 

 

Después Fidel hizo un discurso esencialmente anti-dogmático, que dedicó a los jóvenes, y mencionó a los que él llamó “mancos mentales”. Incluso criticó algunas consignas extremistas de entonces, apelando a un verdadero pensamiento marxista, científico; a una seriedad intelectual. Todo esto revelaba contradicciones que después comprendí que, más que nuestras, eran humanas, porque en los 76 años que he vivido he visto obcecación y fanatismo en muchas formas de pensar. Significativo ver como tan temprano Fidel, dirigiéndose a la juventud, hacía una crítica profunda a la simplificación de lo ideológico. Lo que quiere decir que no deseaba, para nuestro futuro, el predominio del pensamiento dogmático; ejemplo que deberíamos tener siempre presente, más que por los prejuicios superados por los que no nos dejan ser mejores.

 

El tercer recuerdo es, posiblemente, de 1970, de cuando Chomi Miyar me invitó a ir con mi guitarra a la televisión universitaria. Aquel gesto tenía un especial significado porque era una etapa en que los trovadores de mi generación estábamos marginados de la televisión y de la radio. Fue otra prueba alentadora, además de las de Haydee Santamaría y Alfredo Guevara, de que, en aquella revolución de mi país, que yo apoyaba, era posible una diversidad de pensamiento.

 

El último recuerdo que voy a mencionar es de 2002, cuando estaba de rector Juan Vela, quien con sincero entusiasmo nos abrió las puertas de esta casa de estudios para que hiciéramos un seminario sobre la trova cubana. 

 

En aquella semana inolvidable trovadoras y trovadores de todas las generaciones coexistentes expusieron sus razones y sus sueños. Y hubo valiosos aportes teóricos de grandes musicólogos como María Teresa Linares, Danilo Orozco, Lino Betancourt, Radamés Giro, María Elena Vinueza, Clara Díaz.

 

Ni antes ni después de entonces hubo actividades universitarias de perfil académico dedicadas a la trova. Por eso sé que nadie se va a poner bravo si ahora digo que, en mi corazón, llevaré este estímulo en nombre de la trova cubana de todos los tiempos.

 

En Ojalá, el proyecto cultural en que trabajo, tenemos pendiente la publicación de aquellas conferencias, que ya trascribimos al papel. Y por supuesto que esa edición esperamos hacerla coordinada con esta Universidad.

 

Por último:

 

Nunca me creí importante

y menos imprescindible.

Me parecía increíble

poder salir adelante.

Me sentía un habitante

sin comienzo ni final,

un impreciso animal

de lo oscuro, una cigarra,

hasta que una guitarra

me sumergió en su espiral.

 

Y en ella me vi buscando

la melodía que faltaba,

versos que nunca encontraba

y allí estaban, esperando.

Y lo que hallé fui soltando

como mi respiración,

fuera impulso o reflexión,

fuera sueño o pesadilla,

y hasta mirando una silla

apareció una canción.

 

Siempre cantando de frente

nombré lo que distinguía

(si podía o no podía

me lo contaba la gente).

Siempre creí en la corriente

matinal de lo sincero 

y cuando me dieron cuero

por cantar lo que pensaba,

cantando más me aliviaba

pues cantando me supero.

 

Sólo existir era un reto 

en un mundo hecho por hombres.

Ya todo tenía su nombre

bien acuñado y con peto.

Y sin faltar al respeto

de lo que lo merecía,

ofrecí lo que creía

en mis compases y versos:

pedacito de universo

hecho de noche y de día.

5 comentarios:

silvio dijo...

De René Rodríguez Rivera:

No olvido aquel dia en que vi a un joven delgado sentado junto a mi hermano Guillermo en el jardin de la casa de mis padres al que ya habia visto en un programa en la TV y le pregunte' a mi madre." Mijo ese es el trovador Silvio, amigo de tu hermano."
Desde aquel dia en que lo conoci' personalmente nos unio' una amistad que vive hasta hoy y que hasta nos llevo' un dia a caer presos y tener un juicio.
Quien me diria que un dia aquel joven seria Doctor Honoris Causa aunque siempre lo he admirado por su poesia y compromiso con su pensamiento.
Quizas no me publique porque se que no es amante de alabanzas pero cunplo con un deber. Felicidades.

silvio dijo...

Muchas, muchísimas y más que muchísimas gracias a toelmundo, como decía el Tinto

silvio dijo...

Guille Vilar: Honoris Causa para un necio trovador

silvio dijo...

La Jornada (México): Silvio dedica honoris causa a la "trova cubana de todos los tiempos"

silvio dijo...

Con Silvio Rodríguez se reconoce un Doctorado Honoris Causa en Justicia…
Por Félix Sautié Mederos

Mientras que el Imperio y sus secuaces se esfuerzan en atacar exponentes básicos de la cultura cubana con lo cual demuestran su pobreza de espíritu y su incultura primitiva, así como su racismo absurdo y cruel; en cambio, Cuba reconoce y proclama la obra de Silvio Rodríguez con un doctorado Honoris Causa en la Universidad de La Habana que se convierte, además, en una respuesta de Dignidad imperecedera.

Porque Cuba posee una identidad y una cultura de la cual Silvio es un exponente, que cuando la tratan de negar en cambio se fortalece aún más como también lo ha demostrado Silvio siempre.

Fidel como de costumbre, nos lo planteó con claridad meridiana: Lo primero que hay que salvar es la Cultura Cubana, lo que en los últimos días su necesidad esencial es corroborada por la guerra de cuarta generación que el Imperialismo nos tiene declarada; en estos casos con la Campaña contra exponentes esenciales de la cultura cubana, como son el Dúo Buena Fe, la Orquesta de los Van Van y Nancy Morejón por tan solo mencionar a los últimos que han tratado infructuosamente de denigrar.

La saña con que han sido atacados demuestra en una relación directamente proporcional su valía, la que no puede soportar el Imperio del Norte Revuelto y que nos desprecia.

La obra de nuestros artistas e intelectuales es en cambio, escudo y espada invencible de la nación; y aquellos “pobres diablos” que siguen tras el Imperio sus insultos cargados de odio, con sus ataques traicioneros, desmerecen llamarse cubanos. Son en definitiva unos apátridas esclavizados sin patria y con amos.

En resumen, quiero decir que el reconocimiento de la obra de Silvio Rodríguez de quien me honro en ser su amigo de siempre, es un ejemplo esencial para las nuevas generaciones que se abren a la vida, que hace mucho tiempo era necesario reconocer su doctorado ejemplar.

Aunque mis piernas me impidieron ir a la Universidad mi espíritu estuvo presente en respuesta a su invitación que guardo como una de las cosas más preciadas.

Así lo siento y así lo afirmo con mis respetos para las opiniones diferentes y sin querer ofender a nadie en particular.

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