viernes, 18 de marzo de 2022

Introducción de otro viajero *

Delegación cubana al Festival de la Canción Política de Berlín, 1972.
De derecha a izq: Augusto Blanca, yo, Zaida García (jefa),
Eduardo Ramos y Quiñones (traductor).


Estaba concluyendo 1971 cuando nos enteramos de que la Unión de Jóvenes Comunistas se proponía enviar una delegación al Festival de la Canción Política de Berlín, evento que cada febrero organizaba la Juventud Libre Alemana. La UJC ya había escogido a uno de los trovadores participantes –Augusto Blanca– y esperaba que el ICAIC, sede del Grupo de Experimentación Sonora, aportara otros dos. Como Noel Nicola estaba haciendo un periplo por una provincia, Alfredo Guevara nos reunió a los trovadores disponibles –Eduardo Ramos, Pablo Milanés y yo– y nos pidió que decidiéramos quiénes irían a Berlín. Después de conversarlo un rato quedamos en ir Eduardo y yo.

El día de la partida llegué al aeropuerto de Boyeros con Estilita Chaviano Planes –que tenía ocho meses de embarazo de mi hija Violeta– y con Tito Márquez, que nos llevó en su Chevrolet del 55. Cuando me bajé del vehículo les dije que no esperaran por mi partida, para evitarles la molestia, pero insistieron en quedarse. Fue una suerte porque, unos minutos después, me vieron regresar y decirles: “Vamos para La Habana que yo no voy a ningún lado”. Era que, al llegar, me habían dicho que después de pasar por Inmigración debíamos entregar los pasaportes a la compañera de la UJC que iba al frente de la delegación. Por entonces había mucha suspicacia con los viajes y sabíamos que se pedían los pasaportes para tratar de evitar las deserciones, así que recibir esa instrucción me pareció de muy mal gusto. Era mi/nuestro primer viaje “oficial” –o sea, mandado por el Estado– fuera de Cuba y, lógicamente, todos estábamos ansiosos. Claro que mi negativa de abordar el avión no mejoró las cosas. Nunca supe si las consultas llegaron al Comité Nacional de la UJC o si allí mismo alguien tomó la decisión de que, al menos yo, portara mi pasaporte todo el tiempo.

El vuelo, más que largo, fue casi interminable. Íbamos en un inmenso IL-62 de fabricación soviética, del que se sabía que sus poderosos motores padecían de un solo defecto: el consumo. Así que la primera parada de abasto fue en Rabat, donde tuve un extraño déjà vu, pues dos años antes había tocado el puerto de Agadir, a bordo del buque-madre Océano Pacífico. La segunda escala fue en la capital de Argelia, cosa que me complació porque mi mamá se llama igual que ese país, y por ser admirador del clásico de Gillo Pontecorvo, La batalla de Argel. Avanzada la noche llegamos a Moscú. En la ventanilla había un revoloteo de lucecitas que no comprendí, hasta que alguien dijo: “Está nevando”. Por supuesto, ya en tierra fue imposible que no tocáramos la nieve. Dormimos un par de horas en un hotelito sin nombre y, cuando amanecía, regresamos al aeropuerto para seguir viaje. Descendiendo a Berlín tuve conciencia, por primera vez, de cómo los inviernos del norte desaparecen los colores.

Conocía a Eduardo Ramos desde noviembre de 1967, cuando él integraba Sonorama-6, el avanzado grupo musical que dirigía Martín Rojas. Eduardo siempre fue serio, desde joven. Cuando Leo Brouwer salía de viaje, él se quedaba al frente del Grupo de Experimentación Sonora porque todos confiábamos en su temprana madurez. Como creador usaba relaciones armónicas muy particulares y compases de métrica irregular. Musicalmente estaba a mil años luz por delante de mí.

A Augusto, de trato, le conocía mucho menos. Un año antes Noel Nicola había ido a Santiago de Cuba, de donde me había traído un casete que todavía conservo. Una cara contenía muy interesantes canciones del camagüeyano Miguel Escalona; la otra estaba llena de asombrosas trovas de Augusto Blanca, nativo de Banes. Escucharle había sido un descubrimiento. Títulos como “El caracol” o “Don Juan de los Palotes”fueron fogonazos de identidad. Por esta y por otras razones vivo convencido de que los que nacemos en pueblos pequeños somos una suerte de especie.

Eran los inicios de 1972 y la Revolución Cubana, después de una primera década de vecinos hostiles y lucha de clases, empezaba a integrarse al sistema del CAME, organismo económico del bloque socialista europeo. Estudiosos identifican aquellos años de nuestra cultura con la corriente extremistoide que Ambrosio Fornet acuñara como “Quinquenio Gris”, sufrida sobre todo por escritores y gente del teatro. Algunos trovadores de mi generación habíamos soportado turbulencias –anteriores al “quinquenio”–, pero gracias a la sensibilidad y a la visión de Haydee Santamaría y de Alfredo Guevara trabajábamos, estudiábamos y nos proyectábamos en los dos guetos de permisibilidad dialogante que por entonces había en Cuba: la Casa de las Américas y el ICAIC. Desde esos ámbitos labrábamos nuestro espacio de creación sustancialmente polémico y comprometido.

Era plena Guerra Fría. Visitar la República Democrática Alemana fue la posibilidad de conocer de primera mano el país menos rígido del mundo socialista –quizá por la constante referencia de libertades de las que solo le separaba un exiguo muro–. Lo primero que se nos dijo, al llegar a Berlín, fue que podíamos visitar el lado oeste, con la advertencia de que a los compañeros de la RDA no les gustaba que se hiciera. El Festival al que asistimos se movía entre ciudades y pudimos comprobar que, en todos los hoteles, al lado del televisor, había un cartelito que apelaba a las conciencias para que no se sintonizaran los canales “del otro lado”.

Hans, un joven alemán que nos pusieron como acompañante –algunos pensaban que para vigilarnos–, me contó que su padre era “obrero ejemplar”. Por la edad de su progenitor comprendí que al menos la mitad de su vida había transcurrido durante la etapa de la Alemania nazi. Cuando indagué al respecto, Hans me confesó que su papá había militado en las Juventudes Hitlerianas.

—¿Y cómo puede ser obrero ejemplar en este sistema tan distinto? –le pregunté.

—Ah, ese es el orgullo alemán –respondió–. Nos satisface hacer bien nuestro trabajo, en cualquier circunstancia.

Creo que en aquel sencillo momento me fue revelada una de las esencias del pueblo germano.

En aquel Berlín conocí algunos cantores y músicos muy buenos. Recuerdo un increíble grupo musical de Hungría y otro, asombroso, de Polonia. En la delegación india había un señor que manejaba una cajita de música y que decía ser amigo de Satyajit Ray, el autor de la legendaria Trilogía de Apú. Por aquellos días conocí al venezolano Alí Primera, con quien discutía mucho pero siempre hermanados. También estaba el portugués Luís Cilia, con quien tuve grandes coincidencias. En Berlín sentí vergüenza por el Museo de Pérgamo, uno de los mayores robos arqueológicos de la Historia. Pero allí mismo también estaba el Berliner Ensemble, que por mi insistencia visitamos un mediodía y, oh sorpresa, ensayaban Galileo Galilei, cuya escenografía inolvidable era solo una luz cenital, envuelta por una negra bóveda de estrellas.

Un día nos llevaron a Jena y a la fábrica Carl Zeiss, donde se dice que se producen las lentes para telescopios y microscopios más perfectas del mundo, y en la que el recorrido se hace rodeado de atentos vigilantes. Otro día estuvimos en la insólita Karl Marx Stadt que, en 1990, volvió a llamarse Chemnitz. Fue una suerte poder visitar la tantas veces bombardeada Dresde, en la que milagrosamente sobrevivió el museo, donde vimos un cuadro inolvidable: “La moneda de cobre”, de Tiziano.

Pero la mañana más especial de todas fue en la que el conductor del ómnibus hizo un desvío para pasar por Leipzig y visitar el austero templo de Santo Tomás donde, frente al altar mayor, bajo una loza de granito, reposan los restos de Johann Sebastian Bach. No sé cuántos ángeles amigos se habrán combinado para que en el momento justo en que traspusimos el umbral de la iglesia empezara a sonar el órgano.

Fue un viaje fascinante. Cierto que en algunos momentos hubo sus tensiones, en cierta medida por mi culpa. El problema es que yo era un guevariano demasiado explícito y siempre hablaba del Che y cantaba “Fusil contra fusil”. Eso no era simpático para los camaradas alemanes, porque la línea política de ellos era parecida a la del PCUS y a la de muchos partidos comunistas de entonces, que no creían en la lucha armada. El último día nos despidió el ministro de Cultura de la RDA, que dio gracias a todos los participantes del Festival. Nos dejó a los cubanos para último y fue notorio que las únicas palabras que sonaron desdeñosas las pronunció mirando a nuestra mesa.

Por esta variedad de sabores conservo aquella travesía como una maravillosa experiencia, llena de enseñanzas.

Ya solo nos quedaba regresar por el mismo camino que habíamos transitado. Aún no sabíamos que dos ciudades de la Rusia soviética también nos esperaban: Leningrado –San Petersburgo–, la ciudad que construyó Pedro el Grande, con sus mil puentes sobre el Neva, el acorazado Potemkim, el Palacio de Invierno convertido en Museo Ermitage por la Revolución de Octubre, el solemne cementerio de la ciudad que no se rindió; y también Moscú y su imponente Plaza Roja, el Mausoleo de Lenin, el Kremlin y su capilla iluminada por Andrei Rubliov, el museo de Pushkin, el Tretiakov, la maqueta de la batalla de Borodinó, el circo como arte, las deslumbrantes estaciones de metro, el cementerio de Novodévich, la tumba de Vladimiro Maiakovsky.

Todo eso y más tenemos la oportunidad de revivir gracias a este insólito diario de viaje –ya lo verán– de mi querido hermano Augusto Blanca.



Silvio Rodríguez Domínguez,
La Habana, marzo de 2019.
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* Prólogo para libro de memorias de Augusto Blanca


208 comentarios:

«El más antiguo   ‹Más antiguo   201 – 208 de 208
patriaesvirtud dijo...

Patricia, con todo el respeto.
Tres fueron las demandas realizadas por la URSS, entre el 26 y el 27 de octubre, para el retiro de los cohetes.
La primera fue el compromiso de EEUU de que no invadiría ni apoyaría invasión a Cuba
La segunda el retiro de los cohetes de Turquía.
La tercera el retiro de un cohete estratégico de alcance medio emplazado en Italia.
Fue en ese orden cronológico

silvio dijo...

Hay una nueva entrada (pero pueden seguir aquí discutiendo sobre la crisis de octubre...)

Jorge Fernández Crespo dijo...

Ahora fue que pude ver la foto de la entrada. ¡Éramos tan jóvenes! Parece ser en la Alexander Platz de Berlín, frente a alguno de los edificios cercanos al reloj giratorio, aunque en realidad podría ser en cualquier otro lugar porque se construía muy parecido en todas las ciudades de la ex-RDA.

silvio dijo...

Era Alexanderplatz, estábamos en el hotel

Patricia Moda dijo...

patriaesvirtud, con todo el respeto.

yo me baso en las cartas entre Kruschov y Kennedy, punto, la 1° demanda fue respondida inmediatamente con un sí, x supuesto, estoy totalmente de acuerdo,no invadiremos Cuba.

X esto es lo que protestó Fidel, ¿qué aseguraba que esto sucedería?, y Kruschov no era ningún ingenuo ni tonto.
Evidentemente su interés real era otro, que no x descuido mandó la propuesta inmediatamente después de otra larga carta... Lo que le dio a EEUU la posibilidad de no responder a esa sino a la anterior carta y que Roberto Kennedy fuera a hablar directo con el embajador ruso.

Lo q destrabó la crisis fueron los misiles de Turquía y el acuerdo entre bambalinas.

Si querés y te interesa, y Silvio permite publicar, puedo poner la carta de Kruschov en respuesta a Kennedy sobre este tema, donde le dice que entiendo perfectamente q no pueden dejar por escrito eso, etc... que sabe bien que seguirán la negociación en secreto.

Y te diré lo de Italia fue anterior a lo de Turquía, fueron cosas que Kruschov le puso a Kennedy para decirle "ustedes dicen de nosotros pero ustedes...", el pedido enfático fue lo de Turquía.

Mira, la verdad, es q lo único que quise decir es lo que le puse en el comentario anterior a Ferrán. No me interesa realmente entrar en discusión, yo siguiendo todos esos intercambios de cartas, y viendo las declaraciones hechas por los involucrados, llámese Seg de EEUU (ya que a los Kennedy ya los habían matado), Fidel, el embajador ruso... en un documental muy bueno, no tengo dudas de lo que digo.
Así que no vas a cambiarme lo que pienso con lo que me decís y yo estoy segura tampoco a vos, es una dialéctica inútil xq no encontraremos puntos en común.


Orestes H dijo...

Me pasó como a Fernández Crespo cuando Niurka (feliz cumpleaños) ejecutó la obra del maestro Leo.
A mí me faltó el aire.
Que entrenamiento!!!!!

Hoy también cumple años el profesor y aguerrido compatriota Carlos Lazo.

Abrazo Carlos desde SC.

Orestes H

Pablo Arenas dijo...

Doble felicitaciones a Niurka. Merecido homenaje y reconocimiento. Sigue acumulando éxitos y logros. Mis mejores deseos.

Norma trv dijo...

"(...) en los dos guetos de permisibilidad dialogante que por entonces había en Cuba: la Casa de las Américas y el ICAIC. Desde esos ámbitos labrábamos nuestro espacio de creación sustancialmente polémico y comprometido."
Qué suerte que existieran...
Un abrazo inmenso, poeta amado.

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