Fábula del tiburón y el submarino

Por Juan M Ferran Oliva

Un tiburón blanco se enamoró de un submarino amarillo. Lo confundió con una rolliza hembra de su especie.  Cada vez que lanzaba un torpedo, el escualo, emocionado, imaginaba que le nacía un hijo. Si el proyectil  acertaba le proveía de alimentación abundante en forma de  náufragos. Ignoro como resolvieron  sus relaciones íntimas, pero la fábula admite toda suerte de prodigios.

La ilusión duró poco. El sumergible fue abatido y el pez se percató de que su amada no era un ser pelágico sino un monstruo de hierro. Terminado el sueño debió contentarse, como antes, con  la morralla que se ponía a su alcance. A veces faltaba y pasaba hambre. Entonces hasta las rémoras lo abandonaban. C’est la vie.

En forma parecida fueron varios los países que se encandilaron con el dogma que pretendía conducirlos a un socialismo supuestamente científico, Finalmente resultó paleolítico y ha engrosado la tonga de las utopías que tanto criticó.  La patrocinadora sucumbió agotada por su ineficiencia económica, por sus afanes armamentistas, nucleares y espaciales y la ayuda a sus seguidores. Cuba entre ellos. Cesaron los milagros a crédito y la Isla, al igual que el tiburón frustrado, busca sus recursos en medios que serían normales si no fuese por la insidiosa acción del bloqueo norteamericano. Y ahora, de contra, la pandemia. 

Rusia renació de las cenizas de la URSS. Heredó sus conquistas científicas, su nivel educacional y otras potencialidades.  No obstante la fragmentación, sigue siendo el país más extenso del mundo con sus más de 17 millones de kilómetros cuadrados. La desintegrada  URSS había heredado el vasto imperio zarista con algunas añadiduras. En lo externo desaparecieron sus satélites que  continúan  siéndolo, pero del enemigo. Su fobia hacia Rusia es un atavismo histórico aprovechado políticamente. Internamente sucedió algo parecido y adoptaron tal postura varias antiguas repúblicas soviéticas, en primer  término las tres bálticas y, además,  Ucrania, la mas importante. Curiosamente esta última antes confrontaba un nacionalismo contrario al ruso y ahora son sus regiones de esa etnia las que se insubordinan. Simpatizo con Rusia y admiro a Putin a quien considero el más destacado estadista actual. No por ello dejan de asaltarme dudas. Pienso en algunas nacionalidades caucásicas.  Según parece la gran potencia padece de hegemonitis aguda, enfermedad común en los Estados plurinacionales. De China puedo decir otro tanto al pensar en el Tibet, Taiwan, Hong Kong y quien sabe cuantos territorios más. En  este caso y a diferencia de Rusia, mantiene el ritual comunista. 

De cualquier forma el enemigo de mi enemigo es mi amigo y, en consecuencia, las poderosas Rusia y China son nuestras aliadas. 

En su tiempo la URSS se entusiasmó con Cuba. Era su alter ego en las antípodas y la colmó de prerrogativas.  Le proporcionó buenos precios, créditos blandos, tecnología y suministros de todo tipo. La malcrió como una padre a un retoño único y le costó más caro que un hijo bobo estudiando física atómica en Harvard. Finalmente, el protector hizo implosión y el protegido quedó colgado de la brocha. 

Despertar de un buen sueño y palpar la resbaladiza realidad suele ser doloroso. Fue el Período Especial. En principio se intentó remendar el modelo caído, pero no tenia remedio. Cuba logró una revolución a medias, sólo en lo político. Impuso su soberanía y deshizo muchos entuertos sociales internos. A la larga y a regañadientes cambió el rumbo económico y se situó a 180º de la estrategia seguida hasta 1990. Ahora se habla de continuidad, revolución y otras consignas semejantes. En mi inmodesta opinión, es retórica política. La economía es nuestra asignatura pendiente y nuestra lucha es de sobrevivencia y mantenimiento de lo logrado. La soberanía en primer término.

Me horroriza pensar en la vuelta al régimen neocolonial sufrido hasta 1958. No creo posible la reparación del modelo soviético. Tampoco existe una oposición interna seria y bien intencionada. El propio Partido-gobierno se encargó de evitarla. En consecuencia, no se me ocurre otra alternativa que la de Díaz-Canel y sus muchachos. No son perfectos, pero no  tienen competidores.