Según me contó varias veces Alfredo Guevara, en las primeras semanas de 1959 solía reunirse, en una casa de Tarará, el estado mayor de la Revolución triunfante: Fidel, Raúl, el Che, Celia, si mal no recuerdo también Augusto Martínez Sánchez y Antonio Núñez Jiménez. Alfredo estuvo en muchas de aquellas reuniones donde se discutía cómo se iba desmontar la sociedad que era la Cuba de entonces y cómo se iba a montar una nueva. De discusiones que ocurrieron allí salieron las ideas de muchas leyes y medidas revolucionarias de entonces.
Todavía el enfrentamiento con el norte no tenía las proporciones que alcanzó cuando comenzaron las nacionalizaciones. Por lo mismo, tampoco era tan fuerte la presencia de la URSS entre nosotros.
Muchas veces escuché decir que Fidel, aunque comprendió y apreció la ayuda soviética, siempre prefirió no hacer un calco de aquel modelo; también escuché decir que había compañeros de la primera coalición revolucionaria que por su trayectoria y compromisos eran más propensos a parecerse a los soviets.
De lo que se infiere que la creación del modelo nuestro oscilaba, entre dos o tres formas de entender lo que debía ser el socialismo: una más fresca y joven, liderada por los que venían del Movimiento 26 de julio y el Directorio Revolucionario, y otra, protagonizada por la antigua militancia del PSP, que tenía viejos vínculos con el Kremlim.
Mi idea personal –esto no me lo ha dicho nadie sino que fui llegando a esta conclusión luego de ver situaciones diversas—es que desde hace muchos años la máxima dirigencia de la Revolución tenía total conciencia de lo mal que funcionaba nuestro sistema, de sus torpezas, de su rigidez burocrática y sobre todo de su ineficiencia.
Todo esto cristalizó en mi cabeza hace 30 años, cuando fue aprobada la construcción de los estudios Abdala y Fidel me preguntó que cómo pensaba construirlos.
Encogiéndome de hombros –porque yo no sabía nada de aquella materia—me aventuré a mencionar la estructura estatal que por su función pensaba que debía hacerlo.
–¿De esa forma? –me respondió incrédulo-- ¿Tú quieres que se demoren mil años y que al final corran, para hacer en unos días lo que no hicieron en el tiempo que debieron hacerlo, y que por último te entreguen un adefesio? Qué va, Silvio, tenemos que buscar quienes lo hagan bien y en el tiempo debido.
Aquella respuesta me ayudo a comprender por qué surgían empresas que respondían directamente a lo más alto del Gobierno, como Cimex, como Gaviota, como después Gaesa.
Era obvio que la falta de eficiencia de algunas instituciones estatales aconsejaron a la dirección del país crear empresas alternativas que garantizaran el funcionamiento de temas que posiblemente nos eran vitales. Por eso al cabo de los años Fidel le dijo a aquel periodista norteamericano que nuestro modelo ya no nos servía ni a nosotros.
Según me contó varias veces Alfredo Guevara, en las primeras semanas de 1959 solía reunirse, en una casa de Tarará, el estado mayor de la Revolución triunfante: Fidel, Raúl, el Che, Celia, si mal no recuerdo también Augusto Martínez Sánchez y Antonio Núñez Jiménez. Alfredo estuvo en muchas de aquellas reuniones donde se discutía cómo se iba desmontar la sociedad que era la Cuba de entonces y cómo se iba a montar una nueva. De discusiones que ocurrieron allí salieron las ideas de muchas leyes y medidas revolucionarias de entonces.
Todavía el enfrentamiento con el norte no tenía las proporciones que alcanzó cuando comenzaron las nacionalizaciones. Por lo mismo, tampoco era tan fuerte la presencia de la URSS entre nosotros.
Muchas veces escuché decir que Fidel, aunque comprendió y apreció la ayuda soviética, siempre prefirió no hacer un calco de aquel modelo; también escuché decir que había compañeros de la primera coalición revolucionaria que por su trayectoria y compromisos eran más propensos a parecerse a los soviets.
De lo que se infiere que la creación del modelo nuestro oscilaba, entre dos o tres formas de entender lo que debía ser el socialismo: una más fresca y joven, liderada por los que venían del Movimiento 26 de julio y el Directorio Revolucionario, y otra, protagonizada por la antigua militancia del PSP, que tenía viejos vínculos con el Kremlim.
Mi idea personal –esto no me lo ha dicho nadie sino que fui llegando a esta conclusión luego de ver situaciones diversas—es que desde hace muchos años la máxima dirigencia de la Revolución tenía total conciencia de lo mal que funcionaba nuestro sistema, de sus torpezas, de su rigidez burocrática y sobre todo de su ineficiencia.
Todo esto cristalizó en mi cabeza hace 30 años, cuando fue aprobada la construcción de los estudios Abdala y Fidel me preguntó que cómo pensaba construirlos.
Encogiéndome de hombros –porque yo no sabía nada de aquella materia—me aventuré a mencionar la estructura estatal que por su función pensaba que debía hacerlo.
–¿De esa forma? –me respondió incrédulo-- ¿Tú quieres que se demoren mil años y que al final corran, para hacer en unos días lo que no hicieron en el tiempo que debieron hacerlo, y que por último te entreguen un adefesio? Qué va, Silvio, tenemos que buscar quienes lo hagan bien y en el tiempo debido.
Aquella respuesta me ayudo a comprender por qué surgían empresas que respondían directamente a lo más alto del Gobierno, como Cimex, como Gaviota, como después Gaesa.
Era obvio que la falta de eficiencia de algunas instituciones estatales aconsejaron a la dirección del país crear empresas alternativas que garantizaran el funcionamiento de temas que posiblemente nos eran vitales. Por eso al cabo de los años Fidel le dijo a aquel periodista norteamericano que nuestro modelo ya no nos servía ni a nosotros.