Con motivo de una inesperada "Pupila Asombrada".
La literatura nunca coincide con la vida. Es una realidad en sí misma. J.D.
Por Ricardo Jorge Machado
Un familiar cercano me avisó de un muy singular programa de la Pupila Asombrada, trasmitido el jueves 14 de marzo. Esperé la retrasmisión del sábado. En efecto, fue algo insólito: el programa se dedicó casi por entero a un escritor "maldito": Jesús Díaz, calificado como traidor en una carta del entonces ministro de cultura Armando Hart, y expulsado de la UNEAC hace casi 30 años. Consecuentemente, sus textos y su nombre fueron sepultados en el olvido.
La edición fue muy cuidadosa. Los presentadores manejaron con tacto y discreción contenidos espinosos. Dijeron lo que tenían que decir claro y directo. Transmitieron amplios segmentos del documental realzado por el autor en 1978 titulado "55 HERMANOS". Trata del primer viaje a Cuba de un grupo de jóvenes cubano-americanos (entre ellos la artista Ana Mendieta, y el dirigente de la revista Areíto Andrés Gómez) sacados del país 20 años antes por sus padres en la llamada OPERACIÓN PETER PAN.
Tiene escenas estremecedoras: como los encuentros con sus familiares, amigos y vecinos después de décadas de separación. Y termina con una conversación entre los jóvenes y el comandante Fidel Castro, quien mostró en ella su reconocida agudeza y su talento para la comunicación interpersonal.
La visión del filme despertó mis recuerdos de casi 40 años, los bellos y los amargos. Para hablar de Jesús debo mencionar a un grupo de sus amigos o conocidos de entonces, a fin de dar una idea más completa del personaje. "El hombre y su circunstancia" diría Ortega. Me apena tener que hablar de mí mismo, pero no pude evadirlo .
Los bellos recuerdos
Uso el conocido lema de la Kodak con que define su negocio para describir momentos del pasado, que surgen de mi memoria como viejas fotos en blanco y negro guardadas en el álbum de una familia.
No pocas de ellas tienen como protagonista a Jesús. Fuimos muy cercanos hasta su sorpresiva deserción a finales de los 90. Lo conocí en 1959 junto con un grupo de estudiantes universitarios que frecuentábamos las bibliotecas del Capitolio denominadas Máximo Gomez y Antonio Maceo.
Todos teníamos vínculos políticos, principalmente con la Juventud socialista unos (JS era la agrupación del partido comunista cubano) y otros con el 26 de julio. De los del 26 de julio, Jesús era el de mayor participación insurreccional. Realizó numerosas actividades en la sección de acción y sabotaje en La Habana. Trabajaba como viajante de farmacia y vestía casi siempre un traje azul desteñido que le quedaba corto y que mostraba las medias. A veces usaba una corbata medio raída de un color difuso. Así lo recuerdo de esos años.
Por iniciativa de los comunistas se creó en el Capitolio una especie de club de debates -llamado por ellos con el rimbombante nombre de Asociación de Proyecciones Intelectuales. El administrador revolucionario del Capitolio era Manolo Suzarte -muy temprano desaparecido- que tan alocado como nosotros nos dió un local fijo para nuestras reuniones: el de la mayoría del senado. Salones y muebles como aquellos se veían en las películas dedicadas a los palacios de la aristocracia europea. Sentados en aquellos amplios butacones con ribetes dorados, nos sentíamos importantes.
Jesús y yo entablamos enredadas disputas con nuestros amigos del Partido Comunista. Yo, católico entonces, había estado muy relacionado con los jesuitas porque atendía una catequesis en Mantilla, en las afueras de La Habana. En los sábados por la mañana le daba clases a los pobres del barrio, pero ya me había leído el manifiesto de Marx y Engels y otras revistas soviéticas antes de la revolución, gracias a unos vecinos comunistas de mi cuadra. Me gustaban todas aquellas ideas.
Discutíamos apasionadamente sobre cosas que ninguno de nosotros entendía a derechas. Aquello tenía algo de surrealista: una muchachada mal vestida, sentados junto a una larga mesa como si fuéramos senadores de la república. Siempre tuve tendencia a discutir, y llevarme bien con personas de concepciones diferentes.
Jesús y yo con frecuencia coincidíamos en nuestras posiciones. Más tarde, él transformó su actitud de tolerancia a las ideas diferentes a las suyas.
Poco tiempo después, y por diferentes caminos nos encontramos de nuevo en el departamento de Filosofía de la Universidad de La Habana. Coincidimos en el mismo batallón de milicias, fuimos movilizados varias veces y cavamos trincheras en diferentes lugares de las costas de Pinar del Rio y La Habana, en espera de un desembarco de marines que nunca llegó.
Caminamos los 62 kilómetros de 8 de la noche a 7 de la mañana, como parte del proceso de formación en la milicia, y cortamos caña juntos durante varias zafras. Recuerdo también en esas peripecias entre otros a Rolando Rodríguez, hoy destacado historiador y a Aurelio Alonso, después diplomático y prolífico escritor. Esas vivencias nos unieron.
Recuerdo también nuestros seminarios de historia de la filosofía que nos tomábamos muy en serio. A Jesús le tocó discutir la obra casi completa de Kant, a mí la de Hegel. (después, me quedaría con Sócrates y Platón). Cuando terminó las sesiones dedicadas a Kant expresó: “Ésto hay que ponérmelo en mi epitafio”.
Durante los años 65 y 66, Fidel visitaba con frecuencia el departamento de Filosofía, siempre por la noche. Hacíamos guardia y cuando llegaba, telefoneamos al resto de los compañeros que llegaban en poco tiempo. ( todavía no aparecían las crisis cíclicas de transporte público de la capital). Fidel casi siempre hablaba de libros que estaba leyendo, pero tocaba cualquier tema.
Una noche casi junto con Fidel, recibimos la noticia que Jesús había ganado el premio de cuento de Casa de las Américas. Fidel se enteró y a los pocos días o quizás más tarde, le propuso a Jesús la dirección de la Imprenta Nacional y un poderoso grupo de editoriales. Así enfrentó un difícil dilema: proseguir su carrera como escritor o convertirse en directivo de cultura. No aceptó y afortunadamente Rolando asumió la tarea.
Se acercaron al departamento otros dirigentes interesados en buscar cuadros, como Llanusa y también el ocurrente y simpático comandante Piñeiro, a la sazón jefe de la Contrainteligencia cubana. Algunos grupos fueron enviados a países de América Latina para realizar análisis sociopolíticos, que después eran discutidos con él. En estas lides, algunos participaron en eventos especializados, haciéndose pasar por ejemplo como expertos en nutrición infantil.
Creo que fue Llanusa, a la sazón ministro de deportes, quien invitó a Jesús a los Juegos Panamericanos de Puerto Rico, y se integró a la delegación que fue enviada en el barco Cerro Pelado que fondeó en a costa de la isla. El gobierno estadounidense no autorizó la entrada de los cubanos por avión. Fidel fue a recibir el barco en alta mar y Jesús salió retratado en primera plana de los periódicos junto al comandante.
Cuando lo nombraron director de El Caimán Barbudo, órgano cultural de la Juventud Comunista, me invitó a formar parte de su Consejo de dirección para que me ocupara de los temas filosóficos y sociológicos. A Wichy Nogueras, a Guillermo Rodríguez Rivera y creo que también a Victor Casaus le solicitó que se dedicaran al tema de la poesía. Nos reuníamos en el mezzanine del entonces diario Juventud Rebelde (antiguo Diario de la Marina), que dirigía Miguelito Rodriguez, que nos abandonó muy pronto. Un día teníamos una reunión del Caimán con él, y habíamos invitado al poeta Fayad Jamis, que no apareció. Miguelito sentenció: ”Fayad falló”.
Entre otras inmadureces izquierdistas, el CAIMAN declaró la guerra a la editorial El Puente (Wichy publicó una nota criticando las corbatas de los miembros de ese grupo, entre otras cosas). Jesús también atacó al Indio Naborí ( que publicaba un “poema” todos los días en el periódico HOY del PSP, lo mismo sobre albañilería que sobre el corte de caña) y Naborí le ripostó en Bohemia: “Oh Jesús desde tus azules años me desprecias”. Después criticaría a Alicia Alonso y el Ballet Nacional de Cuba, calificándolo como “un arte de la aristocracia decadente”.
Cuando Jesús estrenó su primera obra de teatro: “Unos Hombres y Otros”, (sobre la lucha contra-bandidos), Alicia Alonso apareció en el teatro El Sótano muerta de risa; Jesús no supo dónde meterse. Lo recuerdo saludando a la bailarina en la escalerita del teatro, un poco apenado, casi “apencado”. Ella era aún muy joven y atractiva, y una mujer de armas tomar.
Toda esa guerrita contra personas e instituciones la hacía Jesús por su cuenta, sin consultar al consejo de dirección. Nunca participé en ellas, porque en realidad me parecían inconvenientes.
Algunos, nos reuníamos casi todas las noches en la recién inaugurada heladería Coppelia. Hasta altas horas discutíamos de poesía, política y filosofía, Nazim Hihmet, Ortega y Gasset, Sartre, la poesía conversacional chilena, Maiakovski: todo mezclado con los 64 sabores que se ofrecían. En la medida que la economía se complicaba, el tamaño de las bolas disminuyó. Wichy y Guillermo fueron los primeros en darse cuenta, y le echaban la culpa a las limitaciones culturales de los proletarios en el poder.
Esa cercanía entre poetas y filósofos fue muy provechosa para todos. Guillermo me confesó un día que la mayoría de los poetas cubanos solo sabían de poesía, los plásticos de plástica y los novelistas solo de novelas. Mencionó también algunos nombres, incluyendo los de nuestra generación y de la anterior. No entendían de Ciencias Sociales, no se interesaban por la política, la filosofía y la historia. Es el subdesarrollo- concluía Guillermo.
Jesús no participaba en las reuniones de Coppelia y nos criticaba porque “perdíamos el tiempo en esa conversadera”. Ninguno del grupo le hizo caso. Nos divertíamos mucho y creamos vivencias inolvidables entre los Parfait de almendras y las canoas de mantecado- tenían dos platanitos- que al igual que Miguelito- no están ya con nosotros.
Wichy y Guillermo eran los más ocurrentes. Un día, Guillermo trajo unos versos que tituló El poeta y el Ministro. El ministro era José Llanusa, un dirigente que jugaba basket con Fidel y la gente lo quería. Guillermo descubrió que le decían “Pepe cabecita” y nos cantó una canción con ese estribillo. El poema lo publicaría en El Libro Rojo, donde nos hizo dedicatorias a todos. Ese poema hizo mucho ruido. Más allá de la obvia sátira al libro de Mao.
Dejo un espacio aquí para Guillermo y Wichy; los recuerdo con mucho cariño. Cuando Guillermo se divorció de su primera mujer, me lo encontré en la calle con su nueva pareja y me dijo riéndose “Machado, me separé de fulana y tuve que acudir a mi reserva de cuadros“. Otro día, al doblar una esquina en la Habana Vieja, me encontré a Wichy saliendo de un almacén: empujaba una carretilla. Hacía un tiempo que no lo veía, me dijo que estaba sancionado por algo que había dicho o hecho. A muchos de nosotros nos sancionaron por algo que hicimos o criticamos, casi siempre con razón.
Tras el cierre de Pensamiento Crítico, en 1971, fuì a parar a Pinar del Rio donde dirigí un plan de café de 42 caballerías al mismo tiempo siendo secretario del comité de base la Juventud. Le hice unos cuentos de esa experiencia a Guillermo, que luego reflejó en un poema: Caimanes, en un verso donde decía “Machado anda desorganizando la agricultura”.
En aquellos años, cuando un revolucionario cometía “un error” no era como ahora que te meten “una cautelar” como si uno fuera un delincuente, aunque no haya robado nada. Entonces te llamaban y te decían “¿para dónde quieres ir”? No es que uno pudiera escoger mucho, pero se sabía lo que había que decir. Te daban la oportunidad de hablar, había respeto por el cuadro. Eso ha cambiado…y para mal.
Cuando a uno le daban un “tarrayazo” –así se denominaba en argot popular—alguna gente dejaba de saludarte. Si se encontraban contigo en una guagua, hacían como que no te veían. Jesús siempre me llamaba por teléfono y preguntaba por mi familia. Fue el único que yo recuerde. Guillermo me dijo una vez “Un tarrayazo no le viene mal a nadie“. Él también pasó sus malos ratos en la universidad, por poco lo dan los dichosos “tarrayazos”.
A algunos, las sanciones no nos importaban demasiado. Circulaban por la ciudad anécdotas de las formas de sancionar a los oficiales del Ejército Rebelde. Una de ellas narraba la historia de un conocido comandante de la sierra llamado “Pilón”. Fidel había criticado públicamente a un grupo que integrado por Pilón hacían una vida intensa de cabaret detrás de las coristas. En su discurso televisado, los acusó públicamente de llevar “una dulce vida junto a prostitutas de medias de seda”.
El mencionado “Pilón” se apareció una noche en el cabaret del Habana Libre, donde un grupo de capitanes bebía y comía junto a las muchachas del coro y les gritó: “Todos ustedes están presos”. Ellos se echaron a reir “que con que moral los iba a meter presos“. Pilón les respondió “Yo también estoy preso” y le enseñó las llaves del calabozo. “Raúl me dió permiso pare venirlos a buscar” sentenció cabizbajo. Junto a Pilón, ellos mismos entraron al calabozo, “hasta que el comandante se acordara”. Hechos como este reflejaban el ambiente de la época.
Por su manera de caminar, yo le decía a Guillermo “la gacela Rivera”, Jesús también. Años después cuando estuvo ingresado en el hospital Julito Díaz -por su problema de los huesos- fui a verlo varias veces. Un día llegué y no estaba: una enfermera me dijo que se había escapado sin permiso. Lo llamé para criticarlo y me dijo irritado, que se “trataba de una calumnia” y que no le hiciera caso.
Nunca supe la verdad.
Cuando salió el primer número del Caimán, en la portada se publicó un manifiesto de los poetas del grupo cuyo título era Nos Pronunciamos. Creo que lo redactaron Wichy, Guillermo y Víctor, contenía ideas provocadoras. Jesús me pidió que escribiera algo sobre Pablo de la Torriente Brau, me oía con frecuencia hablar de él. La idea de Pablo de irse a España, y morir combatiendo allí me había impresionado mucho. Hizo lo mismo con Fernando Martinez Heredia, quien escribió sobre Mella, y Guillermo sobre Rubén Martínez Villena. Conocíamos muy bien a los tres revolucionarios de la década del treinta. Fue un ejemplo de lo que ahora llaman continuidad. El manifiesto de los poetas y nuestros artículos creo que fue idea de Jesús.
En El Caimán publiqué mi primer ensayo: Generaciones y Juventud. Para mi sorpresa, Jesús le dijo a la cajera que me dieran cincuenta pesos, en aquella época era un suma a respetar. En ensayo provocó variadas resonancias. El comandante Piñeiro –hombre culto-lo leyó y me hizo varios comentarios. Hace poco, en un lanzamiento de la Revista TEMAS, un conocido cineasta cubano me habló de ese texto, que fue publicado en el extranjero. Retamar y José Antonio Portuondo lo mencionaron en algunos de sus libros. Es la fuerza de la letra impresa. Después Guillermo me repetiría: “Machado, ese es tu clásico”. Lo leo ahora y parece escrito para hoy. Pero si explico por qué me voy a meter en camisa de once varas. Mejor me callo.
Los amargos recuerdos
Conversando en su departamento de Miramar, a mediados del noventa Jesús me dijo que se iba para Alemania a una beca. Allí lo visité varias veces, con mi mujer que lo quería y criticaba por sus cosas, y le recordaba el traje azul desteñido de los 60. Me informó de la enfermedad de Wichy. Él lo trasladaba al Hospital a hacerse los tratamientos, y meconfesó que al “Rojo” le dolía todo cuando lo llevaba al Oncológico. Lo visitamos juntos en su casa de la Víbora, su mujer nos hizo una tortilla con arroz.
La última conversación en Cuba con Jesús fue premonitoria. Nos dijo adolorido que el gobierno cubano no promovía a sus escritores, y mencionò un importante premio que había recibido el escritor mejicano Carlos Fuentes, en parte se debía al apoyo de su gobierno.
Se necesitaba publicidad, viajes al extranjero, reediciones y el gobierno cubano no lo hacía. Él pensaba que ya su obra merecía un premio grande. Tenía muchas pretensiones por encima del nivel, solo que no veía su situación real. Me dió la impresión que se veía como el Victor Hugo de la Revolución francesa, o el Maiakovski de la rusa. Mi mujer, excelente observadora, me dijo que tenía el ego desbordado. Vivía ensoñaciones en varios planos.
Entre mis malos recuerdos debo mencionar la muerte de Wichy. Debía viajar a México, y pasé por el hospital para una posible despedida final. Era entonces un hospital penumbroso y desvencijado, no el cinco estrellas de ahora. Cuando regresé, el “Rojo” había muerto. Tenía 42 años, y no pude estar en su entierro.
Cuando iban a editar su primer libro Cabeza de Zanahoria (Premio David 1967), una noche – en la cafetería del Capri- nos enseñó la versión mecanografiada. Llevaba una dedicatoria extravagante en la que incluía el nombre de sus amigos del Caimán. Afortunadamente, el editor la eliminó.
No puedo obviar esa amargura de los últimos encuentros con el “Rojo”. Conservo todos sus libros, como los de Guillermo. Ahora Granma publica artículos de Wichy y me alegra mucho cuando los leo. En ese periódico hay alguna gente con sensibilidad.
La noticia de la deserción de Jesús y la publicación de su conferencia Los Anillos de La Serpiente nos amargó la vida. Estaba dirigido contra nosotros y comenzó su militancia activa contra su patria. Fue cuando Hart hizo la carta, y creo recordar que Fernando Martínez le contestò.
Jesús había comenzado a vivir dentro de sueños múltiples. Como narrador escribió su libro de cuentos Los Años Duros, premiado por Casa de las Américas. Como teatrista, estrenó la obra de teatro que mencioné. Como pensador escribió un largo ensayo sobre Lenin, como cineasta realizó filmes como Polvo Rojo, y Lejanía, ambos más que aceptables, y el mencionado documental. Pero lo que mejor se le daba era la novela, como demostró en la poderosa e inolvidable Las Iniciales de la Tierra.
Es conocido que hay buenos escritores que son malos novelistas. Él fue bueno en ambos frentes, al menos durante algún tiempo. Tenía instinto para la novela, era su sueño principal. Ese sueño sobrevivió en La Piel y las Máscaras y estalló en ese libro frío, sin sangre que tituló Dime algo sobre Cuba (le puso el nombre en inglés). Ese texto era ya como un vidrio que mostraba sus primeras fisuras: el sueño se desvanecía.
Cuando un buen ingeniero o científico abandona su país, puede en tierra extraña mantener altos niveles de eficiencia. Pero un novelista no. La buena novela se nutre de la savia de la propia cultura, de su gente y las cosas que le suceden en su vida diaria.
Fui el primero del grupo en encontrarme con él. En el avión de Cubana que me llevaba a un evento en los países nórdicos, descubrí en el asiento contiguo un amigo común que me ofreció su teléfono en Madrid. Sentí la necesidad de hacerle saber lo que pensábamos. Lo llamé desde el aeropuerto y le dije que regresaba dentro de quince días.
A mi regreso por Barajas, me lo encontré al apearme del avión. Conversamos durante tres días. Era un hombre triste y sombrío. Trabajaba como profesor en una universidad de pacotilla explicando literatura hispanoamericana.
Comprobé que se había aficionado a la bebida. Entre él y un amigo escritor que me presentó, habían hecho una lista de los grandes escritores aficionados a la bebida, comenzando por Juan Rulfo. El español decía un nombre y Jesús decía “alcohólico también” y a la inversa. Me confirmó que su mujer estaba en eso. Vivía en un pequeño apartamento en el tercer piso de un edificio antiguo, al que había que subir en un elevador que parecía de películas de principio de siglo.
Me dijo que cuando llegó a España se leyó todas las novelas de los autores de su propia generación: “cada uno tiene 7 u 8 novelas mejores que las mías y yo solo tengo una” (aún no había publicado La Piel y las Máscaras). Había tomado conciencia de su tamaño como escritor. Como decimos en Cuba: “tuvo tamaño de bola”. Pensé que era la causa de su estado de ánimo y la afición a la bebida (claro que esto no es tan simple). Nuestra última conversación transcurrió una noche, en un banco junto a una estación del metro cerca de la Puerta del Sol.
Le expuse una selección de los calificativos que sus antiguos compañeros habíamos utilizado con relación a su actitud, incluso los mío. Todos eran duros, y no omití ninguno. Fue una conversación desagradable. Lo vino a buscar un amigo argentino que había ganado un premio en Casa de las Américas. La despedida fue gélida. Echó a caminar junto al argentino por Calle Mayor hacia arriba. Fue la última vez que lo ví.
Poco tiempo después, Granma dió la noticia en un artículo de Pedro de la Hoz titulado Un copiloto Inesperado. Jesús se había subido en una avioneta de la organización contrarrevolucionaria Hermanos al rescate junto a un Basulto, conocido agente de la CIA. Tiempo después, Valdés Paz y Aurelio Alonso lo encontraron en un evento en Miami. Le hablaron fuerte y claro. Mostró aires de triunfador-me dice Valdés Paz. Ya dirigía un libelo contra Cuba que se llamaba Encuentros de la Cultura Cubana.
La verdad estaba –sin embargo- en la conversación de aquella noche en Madrid, junto a la estación del metro de Atocha. Me reconoció implícitamente que se había convertido en un novelista del montón y un borrachín. El periodista que le hace la entrevista en Cambio 16 menciona que vivía en un buen apartamento con mucha luz, en el centro de Madrid.
En ese apartamento murió solo, una mañana en que debía viajar a Barcelona. Lo encontraron al día siguiente cuando la persona que lo esperaba en el aeropuerto llamó a sus conocidos porque no había llegado. Le falló el corazón. Hoy los médicos saben que la tristeza disimulada y la frustación sostenida también matan.
Parece que estaba avisado, le advirtió a su hijo que si le pasaba algo lo cremaran y echaran sus cenizas detrás del hotel Neptuno –Tritón, donde se bañaba con su familia en los veranos de La Habana.
No fue el Victor Hugo de la Revolución cubana. Quizás pudo serlo. Tampoco recibió el epitafio que había leído a Kant. Como persona, Jesús fue un sueño roto, un cristal que se va rajando poco a poco hasta que se rompe. Pero los libros que escribió cuando estaba comprometido con la revolución son otra cosa, enviaron un mensaje que aún vive y nos pertenece. Ojalá los reediten. Gracias a La Pupilas Asombrada por esa muestra de madurez y sabiduría.
Aclaro que puedo haber escrito aquí cosas algo inexactas. Ha pasado mucho tiempo, a veces me falla la memoria. Pero en esencia he sido fiel a la verdad.