Por Paola Cabrera
Poeta, fundador de la revista El Caimán
Barbudo, convencido activista del género testimonial, documentalista,
director del Centro Pablo de la Torriente Brau —una de las pocas instituciones
no gubernamentales dedicada a la cultura con éxito—, ha confesado a OnCuba
que la producción de cine
independiente le parece el logro más importante de los últimos años.
“De la misma manera que en 1959 la primera
ley de la Revolución en el terreno cultural, la de la creación del ICAIC, decía
en el primer punto: ‘Por cuanto: El cine es un arte’, y aquello fue lo más
importante en aquel momento —y sigue, desde mi punto de vista, manteniendo su
vigencia—, los mecanismos para seguir probando que el cine es un arte y luchar
para que ese arte se renueve desde el punto de vista del lenguaje con el paso
del tiempo, tienen hoy un énfasis mayor en esta producción que podemos llamar
independiente”.
Conoció en su vida de cineasta a varios
realizadores de otras latitudes que se dedicaban a la publicidad como método de
búsqueda de fondos para filmar sus proyectos. Esa era una realidad difícil de
comprender para un creador del ICAIC, institución que financiaba la totalidad
de las obras.
“Ahora en situación de búsqueda de recursos
está todo el mundo, y la figura del cineasta independiente ha surgido con una
fuerza más importante incluso que la institucional. En la Muestra Joven
del ICAIC, por ejemplo, vemos una producción donde se cuentan
historias que no aparecen en otro lado”.
Víctor Casaus: seis guiones cinematográficos,
dos largometrajes de ficción y quince documentales. Se ha dedicado por completo
desde hace veinte años al Centro Pablo de la Torriente Brau.
¿Cómo logra ser a la vez artista y jefe de
una institución?
Para los que estamos aquí está siempre la
disyuntiva del tiempo que hay que dedicarle a un proyecto como este —que es
casi todo, en mi caso— y la creación de la llamada obra personal. Porque la
vida es, como decía el papá de Silvio Rodríguez,
bella y en colores —y en cierta medida es así aunque tiene sus matices y sus
sombras—, pero sobre todo es solo una. Y hay momentos en que uno llega a
hacerse esa pregunta parecida a la que se hacía Rubén Martínez Villena: “¿Y qué
hago yo aquí donde no hay nada grande que hacer?”; ¿y qué hago yo aquí
enfrentado a una disminución de la ayuda inexplicable en un momento
determinado? —aunque ha ocurrido también la ayuda sistemática a lo largo de los
años de instituciones estatales y de amigos de Puerto Rico, de Suiza, España, o
de Estados Unidos, aunque en silencio haya tenido que ser.
Lo que ha sucedido, no como mecanismo para
resolver la contradicción, sino de manera natural, es que los que estamos aquí
nos vemos realizados a través de los proyectos de otros. Todos en general lo
sienten también, y en particular María Santucho, que es la coordinadora, que
igualmente le dedica a esto un tiempo mucho mayor que el que le dedican el
resto de los compañeros. Uno está en el Centro Pablo creyendo, confiado, en que
esta es la obra de ese tiempo, o una parte de ella. Es parte de la creación de
la obra personal. Como se diría más popularmente, uno no está puesto para la
película, en todo caso hemos estado puestos para la película, sí, pero para que
la haga alguien más aquí.
***
Víctor Casaus vivió en 1967 uno de los
casos más célebres de la restricción cultural en la historia de la Revolución
cubana: el fin de la primera etapa de El Caimán Barbudo.
Sin proceder de una familia con una
especial formación cultural, fue llevado a la literatura “por la intuición, la
vocación y las circunstancias”. Aprendió mecanografía, inglés, taquigrafía en
el Havana Bussines College, integró el 112 Batallón de Infantería de las
Milicias de Tropas Territoriales, alfabetizó en barrios marginales y trabajó en
el semanario Mella antes de cambiar sus estudios de Periodismo por los
de Letras y ser invitado a formar parte del grupo “Nos pronunciamos”.
¿Cómo vivió el rompimiento de la primera
etapa de El Caimán Barbudo?
La salida de El Caimán… del grupo de
sus primeros integrantes se produjo por una situación que fue polémica y
después devino invitación a marcharse. Fue la publicación de una encuesta sobre
una novela de Lisandro Otero, Pasión de Urbino, en la que se le pidió
opiniones a tres escritores, uno de ellos Heberto Padilla. En su respuesta él
criticaba muy duramente desde el punto de vista literario esa novela —que no es
de las más destacadas de ese autor—, la llevaba muy despiadadamente. Decía que
a los 35 años de edad —uno cuando dice esta frase a esta edad se
estremece—, un escritor no puede permitirse hacer estas cosas, pero sobre todo
—y ahí venía el problema—, lo comparaba con Guillermo Cabrera Infante, que ya
estaba en Londres, e introdujo un tema extraño en el publicación, que no era de
la encuesta propiamente pero que él quiso traer a colación. Y se decidió
publicarlo.
Eso generó una respuesta de El Caimán…,
firmada por la Redacción, que sería pronto “la redacción saliente” (a nosotros
nos gustaba más que nos llamaran “la redacción caliente”) y luego una polémica
que determinó la decisión de la UJC de cancelar la presencia de este equipo en
la publicación. Y, como diría Roberto Fernández Retamar en su poema sobre la
Crisis de Octubre: “Entonces vino lo que vino y lo que se fue”. Vino una
especie de intervención completamente dirigida a tratar de borrar y destruir,
si era posible, lo que ese período de El Caimán… había hecho.
Ese momento lo vivimos intensamente. Fue
algo que vino a romper un proyecto cultural nuestro, creado por nosotros —por
Jesús Díaz como director y por los que lo acompañamos— y que en el área de la
poesía arrancó con mucha fuerza, conmovió el corrillo de la cultura: de pronto
un grupo de jóvenes proponía cómo debía ser la poesía, o cómo debía ser la
relación del poeta con la realidad.
En cierta medida ese fue el anuncio, o el
antecedente, de lo que iba a ocurrir en el 1971, cuando fuimos tratados de
destruir por el equipo dogmático, oportunista, que se apoderó de los mecanismos
de cultura e implantó lo que Ambrosio Fornet llamó “el quinquenio gris”.
¿Qué pasó con usted en ese momento?
Recuerdo que en la Facultad de Letras,
Retamar, que era mi profesor, en algún momento usó esta frase que se me quedó
grabada: “Sería bueno que ustedes no se convirtieran en las viudas de El
Caimán…”, porque a la gente que estuvo en Lunes de Revolución se les
llamaba en los corrillos culturales —a los que yo no pertenecía todavía— “las
viudas de Lunes“, porque habían salido de allí y tenían una actitud
plañidera. Y creo que en la mayoría de los casos, quizá pudiera decir que en
todos, no sucedió eso sino lo contrario. Al menos yo lo sentí como uno de eso
retos —esa palabra que está tan de moda, pero que hay que seguir usando— que te
pone la vida por delante. Lo principal era seguir manteniendo lo que uno
pensaba.
Aunque emocionalmente, las consecuencias de
nuestra salida de El Caimán… no fueron tan fuertes como lo serían las
del Primer Congreso Nacional de Educación y la Cultura del 71, porque sí hubo
—no solo para nosotros o para mí, sino para muchos escritores— un apagón
editorial. No publicamos hasta que se creó el Ministerio de Cultura, con
Armando Hart como ministro. Fue una medida muy inteligente de la dirección del
país para tratar de salvar un problema que había llegado a su límite, porque la
dirección cultural en manos del aparato ideológico del Partido había creado una
situación al estilo “revolución cultural”, que no era tal sino la exclusión de
escritores por diversos motivos, afinidad o elección sexual. Pero también se
excluía en una dirección de la que se habla menos: a los revolucionarios que
trataban de impulsar el proyecto, no desde la óptica del dogmatismo, del
servilismo, sino con opiniones propias.
¿Hay intenciones de que el Centro Pablo
pase a ser parte del Ministerio de Cultura como ha ocurrido con instituciones
similares?
En un período de seis u ocho años hacia
acá, se está aplicando una política de racionalidad organizativa o, por así
decirlo, estructural: una forma de institucionalización que busca, al menos,
arreglar los entuertos de la desinstitucionalización que ha reinado en el país
durante años, y que me parece muy importante. Pienso, por otro lado, que de
manera imprescindible debe tener en cuenta las especificidades de cada
situación, para que no se cometan errores que se han cometido en otros
momentos, instancias, esferas… de aplicar mecánicamente un criterio.
El Centro Pablo no es una dependencia del
Ministerio de Cultura ni de la Oficina del Historiador. Se define como una
institución cultural independiente sin fines de lucro, con el objetivo de
preservar la memoria de Pablo de la Torriente Brau y su generación, y de
ofrecer espacio de creación alternativa para los creadores de diversas
manifestaciones, especialmente los jóvenes.
Al Centro no se le planteó la posibilidad
de pasar al Ministerio de Cultura, pero sí se conversó sobre eso en algún
momento. Y nosotros no estuvimos de acuerdo, establecimos nuestro criterio y lo
tratamos de trasladar a todas las instancias posibles, no a nivel del propio
Ministerio de Cultura, sino más allá: a la vicepresidencia del país. Para
existir, debemos seguir siendo el Centro Pablo, y no convertirnos en un
departamento adjunto, por dos razones: una es el estilo de trabajo. Si pasamos
a otra estructura está probado por las instituciones que están en esa situación
que se crearía un marco de requisitos administrativos, por decirlo suavemente,
y de visión diferente de las cosas por parte de una institucionalidad a otro
nivel —que tiene que existir como rectora del país— que para un proyecto
dinámico, diferente, no funcionarían.
La otra razón es un sentido de independencia, o como se llama ahora, de soberanía cultural. Una pequeña soberanía —dentro de la gran soberanía nacional con la que estamos de acuerdo— que vamos a defender mientas exista. El día que no haya posibilidad de tenerla, no tiene sentido continuar con el proyecto.
La otra razón es un sentido de independencia, o como se llama ahora, de soberanía cultural. Una pequeña soberanía —dentro de la gran soberanía nacional con la que estamos de acuerdo— que vamos a defender mientas exista. El día que no haya posibilidad de tenerla, no tiene sentido continuar con el proyecto.
Fuente: http://oncubamagazine.com/cultura/victor-casaus-y-la-busqueda-de-la-soberania/